Tuyo soy, para ti nací :
Santa Teresa de Ávila tiene unas poesías magníficas y en cada una de ellas podríamos sacar muchas enseñanzas sobre la oración porque reflejan el estado de un alma que elevada su corazón a Aquel que sabía que le amaba y lo hacía con una familiaridad admirable y al mismo tiempo con el respeto proprio de quien sabía que trataba con la divina Majestad. Una de las poesías más conocidas es la que tiene como estribillo: «Vuestra soy, para vos nací. ¿Qué mandáis hacer de mí?». Esta oración de Santa Teresa corresponde a lo que San Ignacio llama el «principio y fundamento» en sus ejercicios espirituales, es decir, reconocer que venimos de Dios y que vamos a Dios.
«El hombre es criado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor y, mediante esto, salvar su ánima; y las otras cosas sobre la haz de la tierra son criadas para el hombre, y para que le ayuden en la prosecución del fin para que es criado» (Ejercicios Espirituales, 23). Es muy provechoso comenzar nuestra oración con esta actitud de Santa Teresa y de San Ignacio: «Soy tuyo: ¿qué quieres que haga?». Así se reconoce nuestra dependencia de Dios: Somos de Dios. Pero esto que parecería una especie de servidumbre, es una verdadera liberación. Soy de Dios por lo tanto soy propiedad suya. El me cuidará. Le preocupo. No le es indiferente lo que me pasa. Cristo recordó en su discurso de la montaña esta preocupación de Dios por nosotros. Si Dios cuida de los pájaros y de los lirios, ¿cómo no va a cuidar de nosotros? (Mt 6, 25-34). El «vuestra soy» de Santa Teresa, contrariamente a lo que piensa el mundo, es una verdadera liberación; es vivir la actitud fundamental del cristiano: la libertad cristiana «gloriosa» de los hijos de Dios (Rom 8, 21).
Entrar en oración es entrar en un espacio de libertad interior para liberarnos de las asechanzas del enemigo, del influjo del mundo, del sometimiento de nuestras pasiones. Así entramos en el maravilloso mundo de Dios, para recordar nuestra verdadera identidad: soy hijo de Dios. El cuida de mí. Soy suyo. No estoy solo. El me acompaña. El me perdona. El me guía. El me ama. Por eso no es de extrañar que en nuestro contacto con personas de oración veamos en ellos una especie de aureola de libertad que nos sorprende y nos atrae. Nos sabemos de dónde viene pero queremos tener lo que ellos tienen. Esta libertad interior es rara hoy día porque vivimos en un mundo muchas veces superficial, lleno de banalidades. La oración nos sitúa en el centro de nuestro ser, nos coloca allí donde verdaderamente somos nosotros mismo y nos libera de tantas esclavitudes presentadas como falsas liberaciones.
Santa Teresa añade una segunda parte al estribillo: «¿Qué queréis hacer de mí?». Esta es la actitud de enamorado que está dispuesto a hacer lo que sea por la persona amada, incluso a dar su vida, si fuera necesario. ¿Qué quieres que haga? Es la pregunta de San Pablo en el momento de su conversión (Hch 22, 10). Comenzar así con esta libertad de quien se sabe amado y de quien está dispuesto a amar, a hacer lo que sea por el Amado, es el mejor modo de iniciar la oración. En realidad durante toda la oración hay que conservar esta actitud de libertad, de entrega, de amor: Soy todo tuyo; para ti nací. ¿Qué quieres hacer de mí? En la oración el Espíritu no sólo nos concede este don; también susurra al alma la respuesta a esta pregunta y así el Señor se convierte en el gran Maestro interior del alma, en el Camino, Verdad y Vida del orante (Cf. Jn 14, 6).