QUIZAS ESTAMOS ORANDO MAL :
En una ocasión, un joven entró en una capilla de adoración perpetua, se arrodilló frente al Santísimo, se persignó, juntó su manos y empezó a orar: “Señor Jesús, vengo ante ti porque quiero que me des esto, me des aquello, me permitas cumplir con esto… También te pido que me libres de todo mal y me lleves siempre por el buen camino… Amén”. Una vez finalizó su oración, el joven se puso de pie y se marchó hacia su hogar.
A la salida de la Iglesia se encontró con una mujer sentada en una silla plástica quebrada, con un abrigo color café muy antiguo y deteriorado, con un cabello plateado y una enorme sonrisa. Algo en el corazón del joven lo llamó a detenerse: “¿Cómo está usted?” le preguntó el joven a la mujer, “Muy bien por la gracia de Dios” dijo la mujer.
Mientras conversaban la mujer empezó hablar sobre su vida, diciendo estar admirada con el joven, ya que son pocas las personas que se detienen a hablar con “una vagabunda”: Sabe algo, yo me reúso a ser una vagabunda, no me entra en mi cabeza eso, yo sé que yo puedo salir de esto, a veces me pongo a pensar ¡qué dura es la vida! Ayer lo tenía todo y ahora no tengo nada, pero no me rindo, aquí estoy gracias a Dios, desde pequeña aprendí a tejer, y esas habilidades son las que hoy me sirven para tejer sombreritos para bebés, los vendo y se convierten en los centavos que me dan el pan de cada día.
La mujer hablaba como si nunca hubiera tenido alguien quien la escuchara. Entre tantas anécdotas hubo una que estremeció el corazón del joven, la mujer del cabello plateado le dijo que habían momentos en su vida en lo que ella sentía que Dios no la escuchaba, es por eso que ella decidió empezar a escribir sus oraciones para Dios en una pequeña libreta, tenía dos oraciones escritas, la primera decía de la siguiente manera: “Señor Jesús, tu sabes que lo he perdido todo, es por eso que hoy te quiero pedir lo siguiente: Un televisor, dos sillones, 50 monedas, una cama y una mesa, muchas gracias… Amén”. Seguidamente de leer esa oración la mujer guardó silencio entre risas, “Y… ¿El Señor escuchó su oración?” preguntó el joven un poco confundido, “Pues la verdad, quizás si me escuchó, pero no me cumplió lo que le pedí” dijo la mujer.
Luego la mujer decidió leerle la segunda oración que había escrito en su libreta, esta decía de la siguiente manera: “Señor, te pido que me ayudes, si es tu voluntad, permíteme conseguir cartón para que pueda dormir tranquila esta noche… Amén”. Luego de que la mujer leyera esa oración tan sencilla y sincera, el joven comprendió que quizás él estaba orando mal…
Muchas veces en nuestras vidas, confundimos la oración como si fuese una lámpara mágica que al frotarla nos concederá tres deseos… San Juan Damasceno, decía que la oración es la elevación del alma a Dios o la petición a Dios de bienes convenientes “todo me es licito mas no todo me conviene” (1 Cor 10, 23), es decir, la oración no se trata de una conversación entre un hombre y un genio que cumple deseos, la oración es como un diálogo entre amigos en donde el hombre habla con Dios, se trata de hablar con Él con la misma naturalidad y sencillez con la que hablamos con un amigo de absoluta confianza.
¿Desde dónde hablamos cuando oramos? ¿Desde la altura de nuestro orgullo y de nuestra propia voluntad, o desde “lo más profundo” (Sal 130, 1) de un corazón humilde y contrito? El que se humilla es ensalzado (cf Lc 18, 9-14). La humildad es la base de la oración. “Nosotros no sabemos pedir como conviene” (Rm 8, 26). La humildad es una disposición necesaria para recibir gratuitamente el don de la oración: el hombre es un mendigo de Dios (San Agustín, Sermo 56, 6, 9).
La oración no se trata de pedirle a Dios que cumpla nuestros deseos, sino a que nos dé lo que nuestros corazones necesitan en ese momento. “Que no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú” (Mc 14, 36). La mujer del cabello plateado entendió que lo que realmente necesitaba era confiar en la santísima voluntad de Dios… “Y todo lo que pidiereis en oración, creyendo, lo recibiréis” (Mt 21, 22).
La beata Madre Teresa de Calcuta habla sobre la oración y dice que:
Es difícil orar si no se sabe orar, pero hemos de ayudarnos. El primer paso es el silencio. No podemos ponernos directamente ante Dios si no practicamos el silencio interior y exterior. El silencio interior es muy difícil de conseguir, pero hay que hacer el esfuerzo. En silencio, encontraremos nueva energía y una unión verdadera. Tendremos la energía de Dios para hacer bien todas las cosas, así como la unidad de nuestros pensamientos con Sus pensamientos, de nuestras oraciones con Sus oraciones, la unidad de nuestros actos con Sus actos, de nuestra vida con Su vida. La unidad es el fruto de la oración, de la humildad, del amor. Dios nos habla en el silencio del corazón. Si estás frente a Dios en oración y silencio, Él te hablará; entonces, sabrás que no eres nada. Y sólo cuando comprendemos nuestra nada, nuestra vacuidad, Dios puede llenarnos de Sí mismo.
Una verdadera oración es aquella en que las palabras no son parte de la rutina, sino que son dichas desde lo más profundo del corazón. La oración es el momento en el que damos gracias, alabamos y adoramos a Dios, es el momento en el que buscamos su amor misericordioso capaz de sanar las heridas de nuestro corazón, es el momento en el que ofrecemos nuestra vida al Rey de Reyes, en el que nos presentamos ante el como seres débiles “sin ti yo no soy nada, contigo todo lo puedo”, finalmente, la oración es el momento en el que buscamos su auxilio y protección… “Y yo os digo: Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá” (Lc 11,9). Precisamente, San Pio de Pietrelcina decía que la oración es un desahogo de nuestro corazón en el de Dios y que “cuando se hace bien, la oración conmueve el corazón de Dios y le invita, siempre más, a acoger nuestras súplicas”
“Cuando ustedes oren, no hagan como los hipócritas: a ellos les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos. Les aseguro que ellos ya tienen su recompensa. Tú, en cambio, cuando ores, retírate a tu habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará. Cuando oren, no hablen mucho, como hacen los paganos: ellos creen que por mucho hablar serán escuchados. No hagan como ellos, porque el Padre que está en el cielo sabe bien qué es lo que les hace falta, antes de que se lo pidan” (Mt 6, 5-8).