martes, noviembre 19, 2024
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¿QUE OPINA LA IGLESIA DE LA BRUJERÍA?

Los debates en internet tienen la virtud de desviarse del tema con extraordinaria facilidad, y así como antes conversábamos acerca de si se podía acusar a la Iglesia de estar en guerra contra las mujeres, según se expresaría en su supuesto apoyo y uso del libro titulado Malleus Maleficarum, el tema ha derivado a acusar un cambio en la doctrina de la Iglesia respecto a la brujería a lo largo del tiempo.
En efecto, las mismas páginas que hablaban del Papa Inocencio VII como un fanático contra las brujas, hacen un documento eclesial anterior, el Canon Episcopi de 906, demostraba que la Iglesia había mantenido una actitud escéptica sobre las brujas y sus poderes, lo que demostraría que la Iglesia en realidad tiene una actitud errática y contradictoria al respecto.

Para responder a estos cuestionamientos, partamos, como buenos católicos, por el Catecismo, que en su artículo dedicado al primer mandamiento («Adorarás al señor tu Dios, y le servirás», por si lo olvidan), señala:

-Todas las formas de adivinación deben rechazarse: el recurso a Satán o a los demonios, la evocación de los muertos, y otras prácticas que equivocadamente se supone “desvelan” el porvenir (cf Dt 18, 10; Jr 29,  […]

-Todas las prácticas de magia o de hechicería mediante las que se pretende domesticar potencias ocultas para ponerlas a su servicio y obtener un poder sobrenatural sobre el prójimo —aunque sea para procurar la salud—, son gravemente contrarias a la virtud de la religión.

Tenemos entonces que las principales prácticas asociadas a las brujas, la adivinación y a la magia, son ambas mencionadas en el Catecismo, y rechazadas, pero sin pronunciarse acerca de su eficacia real. Lo que se prohíbe es recurrir a prácticas que “se supone” desvelan el porvenir o “pretenden” domesticar potencias ocultas, por ser contrarias a la confianza que debemos tener en Dios.

Dicho de otro modo, se sanciona la intención de recurrir a estos medios, por el efecto que tiene en nuestra relación con Dios, omitiendo mencionar si esos demonios o potencias ocultas tienen el poder de contactar a los humanos. Queda abierta la puerta para que cada uno se forme su opinión acerca de si la adivinación y la magia funcionan en la realidad.

Cabe precisar aquí que el Catecismo enseña enérgicamente que Satán y los espíritus que le siguieron en su rebeldía son reales, entes personales que se oponen a Dios. El número 395 indica:
Aunque Satán actúe en el mundo por odio contra Dios y su Reino en Jesucristo, y aunque su acción cause graves daños –de naturaleza espiritual e indirectamente incluso de naturaleza física– en cada hombre y en la sociedad, esta acción es permitida por la divina providencia que con fuerza y dulzura dirige la historia del hombre y del mundo.

Entonces, la pregunta no es si el diablo existe o si influye en la realidad, pues es evidente que es así, sino acerca de la eficacia de los métodos de quienes dicen practicar la brujería. De este modo, la respuesta a esta cuestión puede ir, desde negar que las brujas existen realmente, y que quienes dicen contactar espíritus mienten o están engañados porque ellos simplemente no actúan de esa forma; a sostener que esas personas tienen acceso a un poder real, que pueden usar para dañar a los demás, y por lo tanto merece ser reprimido.

En el amplio espectro de posibilidades que permiten estos extremos, la opinión de la mayoría de los creyentes ha variado mucho, a lo largo de la historia y en diferentes lugares. Por ejemplo, parece seguro decir que hoy en día, y según los principios de nuestra cultura científica, buena parte de los fieles en las naciones desarrolladas no presta mayor atención a estas prácticas, teniéndolas desde luego por imposibles. En cambio, el extremo opuesto lo encontramos en los albores de la época moderna cuando los Estados occidentales asumieron como labor propia el castigar a los que practicaban el comercio con demonios, de acuerdo a los procedimientos judiciales generales vigentes en esa época.

Si vamos a la Biblia, vemos que ella condena reiterada y enérgicamente la hechicería y la adivinación, tanto en el antiguo (Ex 2,17; Deut 18,10-11) como en el nuevo testamento (Gal 5,19-20; Ap 21,8), pero todavía puede quedar la duda acerca de si es realmente eficaz. Por ejemplo, en el episodio en que Dios convierte la vara de Aarón en una serpiente (Ex 7, 8-13), se entiende que la imitación que hacen los hechiceros del faraón es un simple truco, incomparable al poder de Dios.

Por su parte, la Didajé señala:

Segundo mandamiento de la doctrina: No matarás, no adulterarás, no corromperás a los menores, no fornicarás, no robarás, no practicarás la magia o la hechicería, no matarás el hijo en el seno materno, ni quitarás la vida al recién nacido.

No ha pasado inadvertido a nuestros visitantes que la prohibición de practicar la magia se encuentra estrechamente asociada a la condena del infanticidio y el aborto, tanto en la bula que citábamos en la entrada anterior, como en la Didajé. Esto se explica porque, contrario a la impresión que se pueda tener, la anticoncepción y el aborto y el infanticidas eran practicadas ampliamente en la antigüedad, al punto que en la antigua Roma hubo especies vegetales extintas por sus propiedades anticonceptivas, y no son ningún “dilema ético moderno” para el cual nada digan las fuentes cristianas. Pues bien, precisamente eran aquellas personas, las hechiceras, que decían tener un conocimiento oculto y rechazado por la sociedad a causa de su inmoralidad, las encargadas de administrar estas técnicas.

Volviendo a la brujería propiamente tal, también debemos consignar que hay múltiples opiniones que deploran la credulidad del pueblo respecto de las brujas, y así se menciona a San Bonifacio y el Papa Gregorio VII, por lo que, insisto, la cuestión acerca de la eficacia de la brujería ha admitido diversas opiniones, dentro de la enseñanza católica.

Dicho lo anterior, examinemos el documento llamado Canon Episcopi, cuyo escepticismo supuestamente sería contradictorio con la enseñanza tradicional católica.

Fue compuesto alrededor del año 906 como guía disciplinaria para uso de los obispos (de ahí su nombre), por Regino de Prüm, bajo encargo del arzobispo de Tréveris. Recoge numerosos testimonios de mujeres poseídas por el diablo o incluso por la diosa Diana y recoge los primeros testimonios de la existencia del Aquelarre. Sin embargo, insiste en que se trata de ilusiones ridículas a las que no hay que prestar mucha atención. Esta tendencia racionalista se mantuvo hasta el siglo XIII y la aparición de la Inquisición y fue recogida en el Decretum de Burchard von Worms.

Lamentablemente no he podido encontrar un texto del famoso canon en español, pero si me permiten hacer mi propia traducción de un sitio que lo contiene en inglés (y confiando que sea veraz), podemos reproducir párrafos como:

Tampoco se debe omitir esto, que ciertas mujeres malvadas, volviéndose a Satán, seducidas por ilusiones y fantasmas demoníacos, creen de sí mismas y profesan cabalgar sobre ciertas bestias en horas nocturnas, con Diana la diosa de los paganos, y una multitud innumerable de mujeres, y atravesar grandes espacios de tierra en el silencio de la plena noche, y estar sujetas a sus leyes como de una Señora, y en ciertas noches ser llamadas a su servicio.

Pero, para que sólo ellas perezcan en su falsedad, y no, por falta de fe, alcancen a muchos para que se arruinen ellos mismos! Pues una multitud innumerable, engañadas por esta opinión falsa, creen que esto es verdad, y así creyendo evitan la fe recta, y nuevamente caen en los errores de los paganos, al juzgando que hay algo de divinidad o voluntad divina más allá del Dios único. Por lo tanto, los sacerdotes a través de sus iglesias deben dar a conocer este crimen al pueblo, con toda insistencia, así esto será conocido como absolutas mentiras, y no de lo divino, sino que de un espíritu maligno son tales fantasmas impuestos en las mentes de los infieles.

Pues Satán mismo, que se transforma en un ángel de luz, comienza con la mente de cualquier niña, y la subyugará a si mismo por la infidelidad y la incredulidad, él inmediatamente se transforma en la especie y la apariencia de varias personas, y a la mente que tiene cautiva, engañada en sueños, le muestra cosas ahora alegres, ahora tristes, y personas, ahora conocidas, ahora desconocidas; a través de lugares desiertos la aleja; y aunque sólo el espíritu sufre esto, la mente infiel cree que esto sucede no sólo en el alma, sino en el cuerpo.

Es curioso como este documento nos entrega otro de los elementos típicos de la imagen popular de las brujas, a saber la capacidad de volar montadas en escobas, pero lo importante de esto es que de ninguna forma el famoso Canon Episcopi de 906 permite sostener un escepticismo radical y rechazo a la doctrina que detallábamos antes. Lejos de negar la existencia de las brujas, habla de “mujeres malvadas que se vuelven a Satán», que es la definición misma de bruja, y sólo manifiesta que el asunto de los “Vuelos de Diana” es una completa falsedad.

Personalmente, tiendo a ser escéptico respecto de los relatos de episodios de este tipo o de las personas que dicen tener este poder, haberlo sufrido o experimentado, porque me parece que nadie en su sano juicio caería en una tentación tan evidente, siendo más propio de un espíritu la sutileza. Sin embargo, el testimonio de conversos al catolicismo desde el neo paganismo y las prácticas Wiccan –que no denuncian lo que vivieron como una mera ilusión, sino que hablan de “dones” o “talentos” reales–, me hacen mantener una actitud abierta al respecto.

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