Debemos nadar a contracorriente :
Nosotros los jóvenes vivimos de manera especial una apertura a Dios, buscando la vocación última de todo hombre y mujer. Si bien todos los hombres lo viven, en los jóvenes esto se percibe con especial fuerza y urgencia. Por ello, la juventud no es necesariamente una edad, sino una actitud ante la vida. Por lo tanto, envejecer es cuando nuestro corazón se hace duro, cerrándose a ese llamado de Dios, a emprender la aventura fascinante de la vida cristiana.
La importancia de esa búsqueda es que lo que está en juego es nuestra propia vida. Está en juego la felicidad, la realización personal. Con un corazón de padre, el Papa Juan Pablo II salió al encuentro de esas inquietudes de los que tienen una actitud juvenil. Ese anhelo de felicidad es algo inscrito en el corazón. Un ejemplo claro es el pasaje del “joven rico” (Mt 19, 16-22), que se acerca al Maestro y le pregunta cómo ser feliz.
El gran problema es que muchas veces no sabemos cómo ser felices. No encontramos el camino. No somos capaces de satisfacer esa inquietud interior. Sobre esto, nos dice san Juan Pablo II que el camino para descubrir el sentido de la vida es el amor. Amar y ser amados. Lejos del egoísmo y superficialidad. Sin embargo, el mundo nos ofrece mil tipos de “felicidades” fáciles a precios bajos. Que nos hacen olvidar la verdadera felicidad.
Si bien en nuestro interior está ese anhelo profundo de felicidad, que sólo puede satisfacerse en Dios, en el mundo exterior a nosotros, en el que nos encontramos, la realidad es otra. Nos encontramos en medio a muchos desafíos y peligros. Hay como una contradicción. Todos dicen querer ser felices, ¿pero cuántos realmente lo son? Pareciera que nos hemos equivocado de dirección. En vez de vivir felices, encontramos soledad, tristeza, mal, muerte. Pero ¿por qué todo esto? No basta decir que el mundo está mal, es necesario buscar las causas. Lo primero es aceptar nuestra propia responsabilidad en todo esto. Si el mundo está así, es porque nosotros estamos mal. El egoísmo, la búsqueda de un placer desordenado, la prescindencia de Dios, la búsqueda del poder, el querer tener cada vez más bienes, llevado por un consumismo y materialismo desordenado, la superficialidad, la cultura de lo efímero, el indiferentismo.
Buscar lo que es bueno no es fácil. Se trata de una lucha entre valores buenos y equivocados. El que quiera ser feliz deberá escoger los verdaderos. ¡Hay que nadar a contracorriente! ¿Qué podemos hacer? En primer lugar, asumir el cambio como una responsabilidad de todos. Nadie está excluido de este problema. No podemos ser indiferentes; no podemos caer en una falta de interés por el bien del mundo; No podemos desesperanzarnos. Como ya lo he dicho, ser auténtico e ir contracorriente es demasiado difícil, pero es un gran ideal querer cambiar el mundo. Es una gran aventura. A eso estamos llamados los que queremos seguir a Cristo.
Dicho todo esto, la respuesta última a la pregunta por la felicidad; el sentido fundamental que estamos llamados a vivir; el camino a la plenitud; la clave para cambiar el mundo en el que vivimos se encuentra en el Señor Jesús. A Él hay que buscar sin miedo y con confianza, sabiendo que Él mismo ya nos alcanzó y vino a nuestro encuentro.