El deber de un padre :
Padre y madre son igual de importantes en la formación de los hijos y cada una de las tareas que emprenden para dicho fin, son fundamentales. Lamentablemente en el mundo actual, e inclusive, desde la antigüedad, el padre ha estado relegado de este protagonismo y se ha recargado en gran parte a la madre, quien a su vez, expresa con seguridad frases como “soy madre y padre a la vez”, “no necesito de un hombre para educar a mi hijo”, “quiero tener un hijo sola”, y muchas otras afirmaciones que dejan en claro que un padre no es importante y que poco a poco van apagando la llama de la verdadera figura paterna. Muchas veces estas aserciones son consecuencia de experiencias no gratas o en algunas ocasiones son fruto del orgullo de no reconocer que se necesita del padre para alcanzar la construcción de una familia sana y feliz, y se expresan estos sentimientos que no son los más acordes a la realidad.
El padre, al igual que la madre, es primordial en la edificación de un proyecto personal de vida ya que también le aporta las bases a ese hijo o a esa hija, para emprender su viaje por la vida. En un abrir y cerrar de ojos, le hemos restado importancia dentro de la familia. Debemos dejarlos intervenir también en la construcción de la familia, en la cimentación de cada hijo nacido de ese amor inicial, y que, por tantas circunstancias o por la falta de cuidado, se va deteriorando y se va marchitando. Ese sentimiento que con tanto ímpetu surge, se apaga con tanta facilidad, que aterroriza la transformación de ambas personas frente a los diferentes problemas a los cuales se deben enfrentar a lo largo del camino. Se desconoce al conyugue cuando reacciona inadecuadamente, se niega el amor ante la adversidad, se nos olvida que no somos perfectos y que cada persona tiene una lucha interior por alcanzar dicha perfección.
En una familia no se puede desligar a la madre del padre o viceversa. Cada uno de ellos tiene en si la condición esencial para forjar el carácter, para orientar las decisiones trascendentes, para guiar con asertividad, para llevar de la mano a ese hijo o hija hacia el afinamiento de su personalidad, hacia el desarrollo de sus capacidades, sus destrezas y sus habilidades. Tanto la madre como el padre son igual de importantes en esta magna tarea.
En cuanto al padre, se necesita de ese ser único e irrepetible que deja huella con cada consejo, cada mirada, cada palabra. Padre solo hay uno y es vital para el desarrollo armónico y adecuado de cada persona. Podemos encontrar muchas teorías en contra de estas palabras y de este sentir plasmado desde lo profundo de mi ser, y es respetable. Pero indiscutiblemente, un padre marca el camino de ese hijo o hija. Con su compañía se hace cada vez más fuerte su confianza, su visión de ver la vida y el sentido que le da a cada uno de los instantes experimentados. Esa voz sabia y cálida que pronuncia una frase alentadora, que consuela para siempre alcanzar el éxito y que anima cuando todo está perdido. El padre es invalorado y minimizado con tanta firmeza por la misma sociedad, que es triste reconocerlo.
Cabe aclarar que en estas ideas deseo plasmar a la figura del padre ideal, no perfecto; aquel que da todo por su esposa e hijo(s), que comparte valores y profundiza en su fe para dar lo mejor de sí, para el bienestar de su familia; que la protege y la cuida; trabaja en función de darles todo lo que necesitan, diferenciando lo material de lo espiritual, el tener del sentir, el poseer y del trascender.
Hace algunos días tuve el privilegio de participar en un evento en el cual se profundizó sobre la importancia de la madre, de los hijos, los cónyuges y del padre. La verdad, cada frase escuchada fue fundamental para reflexionar acerca de la importancia de cada uno de los integrantes de la familia y de consolidar algunas ideas alrededor del deber ser para lograr edificar realmente la condición de ser personas, con todo lo que esto implica. Algunas frases siguen girando en mi cabeza, y son el diario cuestionar en conversaciones con colegas y amistades.
No abandonemos la idea de seguir protegiendo tanto a la figura materna, como a la paterna. Ambas hacen parte de la idea magnífica de forjar un mundo mejor; donde los sueños y esperanzas se hagan realidad; donde se valoren sus enseñanzas desde diferentes perspectivas (porque hombre y mujer son diferentes). El poder tener un hijo equivale a una responsabilidad extremadamente grandiosa. No dejamos nunca de ser papá o mamá, es trascendental, relevante y de mucho significado. Por eso, hay que valorar y cuidar este don divino, ejerciendo con alegría y orgullo el ser papá o mamá. No todos tienen este privilegio y muchas veces el que lo tiene, no lo valora, lo menosprecia o lo abandona.
Démosle al padre su verdadera importancia, posicionémoslo para bien de la formación de los hijos, seamos cómplices en esta tarea de educar. Pongamos nuestra cabeza en su regazo, como esposas, y confiemos en su sabiduría. Démosle la oportunidad de demostrar cuán grande es su labor y ayudémosle a ser papás. Es nuestra responsabilidad como mujeres, ya que nosotras poseemos el instinto de serlo, por el hecho de llevar en el vientre a esa criatura hermosa. Si en la vida real, muchas mamás no quieren serlo, imagínense cómo es el pensamiento de muchos padres. Es por ello, que debemos ayudarlos a enamorarse del ser padres, involucrándolos con amor, haciéndolos partícipes desde ese mismo momento en que son bendecidos con un hijo o hija.
El verdadero amor se construye en el día a día y se fortalece con pequeños detalles. Con el tiempo llega a ser tan fuerte que ni la más temerosa tormenta puede quebrarlo. Y los hijos serán los más favorecidos cuando papá y mamá se aman verdaderamente.