sábado, octubre 26, 2024
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Los 50 consejos del Padre Pío para una vida en gracia

Los 50 consejos del Padre Pío para una vida en gracia :
El tiempo mejor invertido es el que se gasta en la santificación del alma de los demás.

El tiempo gastado para la gloria de Dios y para la salud del alma, nunca es malgastado.

¡Qué bello es el rostro de nuestro dulcísimo Esposo Jesús! ¡Qué dulces son sus ojos! ¡Qué felicidad estar cerca de Él en el monte de su gloria! Allí debemos poner nuestros deseos, nuestros afectos, no en las criaturas, en las que no hay belleza o, si la hay, viene de lo alto.

No te canses en torno a cosas que general preocupación, perturbaciones y afanes. Una sola cosa es necesaria: elevar el espíritu y amar a Dios.

Dios es caridad – amor –, gracia, Providencia. El culmen de la perfección es la caridad: el que vive la caridad vive en Dios, porque Dios es caridad, como dijo el Apóstol.

Faltar a la caridad es como herir a Dios en la pupila de su ojo. ¿Qué hay más delicado que la pupila del ojo?

Faltar a la caridad es como pecar contra la naturaleza.

El que ofende a la caridad ofende la pupila del ojo de Dios.

La caridad que no tiene por base la verdad y la justicia, es caridad culpable.

La Divina Bondad no solo no rechaza a las almas arrepentidas, sino que sale en busca de las obstinadas.

El Corazón del Divino Maestro no tiene ley más amable que la de la dulzura, de la humildad y la caridad…

Pon a menudo tu confianza en la Divina Providencia, y estate seguro de que pasarán antes el cielo o la tierra, que tu Señor deje de protegerte.

La caridad es la reina de las virtudes. Como las perlas se mantienen unidas por el hilo, así las virtudes por la caridad. E igual que si se rompe el hilo las perlas caen, así, si falta la
caridad, las virtudes se desperdigan.

La beneficencia, venga de donde venga, es siempre hija de la misma madre, es decir, la providencia.

¿Nos bastamos a nosotros mismos para formar un deseo santo sin la gracia? Por supuesto que no. Esto lo enseña la fe.

Si en un alma no hubiera otra cosa que el ansia de amar a Dios, ya lo tiene todo. Porque Dios no está donde no hay deseo de su amor.

Yo sé que ningún alma puede amar dignamente a su Dios. Pero cuando hace lo posible por su parte y confía en la Divina Misericordia, ¿por qué Jesús le va a rechazar? ¿No nos ha mandado amar a

Dios con todas nuestras fuerzas? Así que si has dado todo a Dios, ¿por qué temer? ¿Quizás porque no puedes hacer más? ¡Pero Jesús no pide, no quiere imposibles! Pide al buen Dios que haga Él mismo lo que tu no puedes hacer.

Te afanas por buscar el sumo bien: pero en verdad está dentro de ti y te tiene extendido en la Cruz, respirando para soportar el martirio insoportable y, más aún, para amar amargamente al Amor.

Los males son hijos de la culpa, de la traición que el hombre ha perpetrado contra Dios … Pero la misericordia de Dios es grande… Un solo acto de amor del hombre hacia Dios tiene tanto valor a
sus ojos que a Él no le importaría devolverlo regalando toda la creación… El amor no es otra cosa que la chispa de Dios en los hombres… la esencia misma de Dios personificada en el Espíritu
Santo… Nosotros pobres criaturas deberíamos dedicar a Dios todo el amor de que somos capaces… Nuestro amor, para ser adecuado a Dios, debería ser infinito, pero por desgracia sólo Dios es infinito…

Debemos empeñar todas nuestras energías en el amor, para que el Señor un día pueda decirnos: Tenía sed y me has saciado, tenía hambre y me has dado de comer, sufría y me has consolado…

Dios puede rechazar todo en una criatura concebida en pecado y que lleva la marca indeleble heredada de Adán, pero no puede en absoluto rechazar el sincero deseo de amarle.

La humildad y la caridad van al paso. Una glorifica y la otra santifica. La humildad y la caridad son las cuerdas maestras, todas las demás dependen de ellas: una es la más baja, la otra la más alta. La conservación de todo el edificio depende de la cimentación y del tejado.

Si se tiene el corazón ejercitado en humildad u caridad, no habrá dificultades con las demás. Estas son las madres de las virtudes, aquellas le siguen como hacen las crías con sus madres.

Di tu también siempre al dulcísimo Señor: quiero vivir muriendo, para que de la muerte venga la vida que no muere y ayude a la vida a resucitar a los muertos.

Debes humillarte ante Dios antes que abatir tu ánimo, si Él te reserva los sufrimientos de Su Hijo y quiere hacerte experimentar tu debilidad: debes elevar a Él la oración de la resignación y de la esperanza, aunque caigas por fragilidad, y darle las gracias por tantos beneficios de que te está enriqueciendo.

Besa a menudo con afecto a Jesús y le compensarás por el beso sacrílego del apóstol Judas.

Procura avanzar en la caridad: ensancha tu corazón con confianza a los divinos carismas que el Espíritu Santo quiere derramar en él…

Si queremos recoger es necesario no tanto sembrar mucho, como esparcir la semilla en buen campo, y cuando esta semilla se vuelva planta, vela para que la cizaña no sofoque las plantas tiernas.

¿Amas desde hace tiempo al Señor? ¿Le amas ahora? ¿No ansías amarlo para siempre?

No tengas ningún miedo.

Aunque hayas cometido todos los pecados de este mundo, Jesús te repite: te perdono muchos pecados porque mucho has amado.

Sufres, es verdad, pero con resignación y no temas porque Dios está contigo; tu no le ofendes, sino que le amas: sufres, pero crees que el mismo Jesús sufre en ti y por ti.

Jesús no te ha abandonado cuando huías de Él; mucho menos te abandonará ahora que quieres amarlo.

La humildad y la pureza de costumbres son alas que elevan hasta Dios y casi le divinizan. Recuérdalo: está más cerca de Dios el malhechor que se avergüenza de hacer el mal que el hombre
honrado que enrojece por hacer el bien.

Debes tener siempre prudencia y amor. La prudencia tiene los ojos, el amor las piernas. El amor, que tiene piernas, quisiera correr a Dios, pero su impulso de abalanzarse hacia él es ciego, y a veces podría tropezar si no le guiara la prudencia que tiene los ojos.

La prudencia, cuando ve que el amor podría ser desenfrenado, le presta los ojos. Así el amor se calma y, guiado por la prudencia, actúa como debe y no como querría.

El grado sublime de la humildad es no sólo reconocer la propia abyección, sino amarla. He elegido, dice el profeta, ser abyecto en la casa de Dios, antes que vivir en los tabernáculos de los pecadores.

En el mucho hablar no falta el pecado.

Hay que saber confiar: existen el temor de Dios y el temor de Judas.

El miedo excesivo nos hace actuar sin amor, y el exceso de confianza no nos deja ver el peligro que debemos superar. Uno y otro deben ir de la mano y proceder como hermanos.

Nadie sea juez en causa propia.

En el tumulto de las pasiones y en las circunstancias adversas nos sostenga la esperanza de su inagotable misericordia: corramos confiados a la penitencia, donde Él con ansia de Padre nos espera cada instante, y aún conscientes de nuestra insolvencia ante Él, no dudemos del perdón solemnemente pronunciado sobre nuestros errores. Pongamos sobre ellos, como lo hizo el Señor, un
piedra sepulcral.

Las puertas del Paraíso están abiertas para todas las criaturas: acuérdate de María Magdalena.

La misericordia del Señor, hijo, es infinitamente más grande que tu malicia.

Quien dice que ama a Dios y no sabe frenar su lengua, su religión es vana.

Dios no hace prodigios si no hay fe.

Sacudámonos, porque la indolencia devora todo, la indolencia devora completamente todo.

Buscar, sí, la soledad, pero no faltar a la caridad con el prójimo

A Dios se sirve solo cuando se le sirve como Él quiere.

Debéis esforzaros en dar gusto a Dios solo, y contento Él, contentos todos.
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