martes, noviembre 12, 2024
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CON MARIA, CAMINANDO LA CUARESMA…

“Convertios, y creed en el Evangelio”… repetirá una y otra vez, el sacerdote en la imposición de las cenizas. ”Convertios”. Maria.

– Pero ¿No se supone, Madre querida, que ya estamos convertidos? Digo, estamos aquí, en misa, creemos en tu Hijo, ¿Por qué nos dice esto?.

Miro tu imagen, tu conocida y querida imagen, Señora de Luján, y te pido disculpas por mi ignorancia, pero mi amor a tu Hijo necesita respuestas….

– Hija querida, puedes preguntarme todo, todo lo que no comprendas, porque cada pregunta tuya, cada búsqueda de la verdad es una caricia a mi corazón entristecido. Y nada me hace más feliz que contestarte, mostrarte los caminos a mi Hijo, tomarte de la mano y llevarte a Él, pues muchas veces veo que no te atreves a caminar sola..

Es cierto, María, muchas veces me quedo atrapada en mis miedos, mis dudas, mis ignorancias, pero me consuela saber que puedo extender mi mano en la plenísima seguridad de que siempre hallare la tuya.

-Para aclarar tu duda te digo que ese “Convertios” que tanto te descoloca es como una puerta para comenzar a caminar tu cuaresma…

– ¿Mi Cuaresma, Señora?

– Sí, tu Cuaresma… como te hable un día de tu propio camino hacia la Navidad, debo hablarte ahora de tu propio camino de Cuaresma….

– Explícame, Señora

Me quedo mirando tu imagen fijamente, me abrazas el alma y me llevas de la mano a los lejanos parajes de Tierra Santa…

“Era invierno” (Jn 10,22). El viento helado cala hasta los huesos, caminamos entre la gente y te sigo, sin saber adónde. De repente nos encontramos frente a las escalinatas del Templo de Jerusalén. Allí “Jesús se había sentado frente a las alcancías del Templo, y podía ver como la gente echaba dinero para el tesoro”(Mc 12,41) Nos vamos acercando lentamente, yo temo de que alguien advierta mi presencia…

– No temas, nadie puede verte, solo Jesús y yo…-Recuerdo muchas veces en que creí que nadie podía verme, y siento vergüenza por todos mis pecados escondidos….

– Señora ¿qué hacemos aquí?.

– Quiero que comiences a caminar tu cuaresma, y que la vivas tan plenamente como te sea posible.

– Supongo que eso será muy bueno para mí.

– No sólo para ti . Verás, si todo el dolor de esta cuaresma de tu vida, lo depositas en mi corazón, si vives tu tristeza, tu angustia y tu soledad como un compartir la tristeza y soledad de mi Hijo, entonces, querida mía, no sólo será beneficioso para tu alma, sino que yo lo multiplicaré para otras almas….

Asombro, esa es la palabra que podría definir todos mis encuentros contigo… asombro; ante la magnitud de tu amor, ante la magnitud de la misericordia tuya y de tu Hijo… Asombro y alegría… una dulcísima alegría de saberme tan amada.

– Mira, hija, el rostro de Jesús….

Contemplo el amadísimo rostro. Su mirada está serena, aunque inmensamente triste.

– ¿Por qué esta triste el Maestro, Madre?

– Pregúntaselo hija, vamos anda….

Confieso que me tiemblan las piernas y el corazón amenaza con salir de mi pecho pero, increíblemente, una serena paz me inunda el alma….

– Señor- y no encuentro palabras. Sí, todas las palabras que transito diariamente y cuyos rostros y voluntades creo conocer, todas las palabras con la que he justificado mis olvidos, parecen desvanecerse antes de que pueda atraparlas. Vuelan, como pájaros espantados, no se sienten dignas, comprendo entonces que sólo el amor es digno. Por fin, atrapo las más puras…

– Señor, déjame compartir tu tristeza…

Oh, Señora mía, tu Hijo vuelve sus ojos mansos hacia mí y su mano se apoya en mi hombro…. mi alma se estremece ¿Quién soy yo, para merecer tal detalle de amor?

-¿Por qué me pides eso?

– Porque te amo, y no tengo nada digno para darte que te alivie-mi voz es apenas un susurro- Porque me amas y sé que estás pasando todo esto para que yo tenga vida eterna. Tú nos pides que carguemos la cruz y te sigamos, Maestro.. pero yo…¡yo no sé como se hace eso!- Y me deshago en llanto, y me siento pequeña, insignificante, tan pecadora e indigna que quisiera salir corriendo …pero ¿Adónde? Adonde iré, Señor mío, si sólo tú tienes palabras de vida eterna.

– Hermanita del alma-y tu voz mansa calma y disipa mis tempestades -si quieres seguirme, niégate a ti misma, carga con tu cruz de cada día y sígueme.

Jesús me mira y su mirada traspasa todas las corazas con las que intento cada día disfrazar mi corazón. Quisiera que viese el paisaje que Él espera, no el que mi tibieza y olvidos construyeron neciamente. Pero ya es tarde para pretender eso.. o no. Tu misericordia, Señor, es un torrente inagotable que puede sanar el corazón más destruido, el más olvidado, el más solitario.

Unos hombres se acercan. Probablemente sus apóstoles. Jesús se retira y María, que está a pocos pasos escuchando cada palabra, se acerca a mí. Tomándome por los hombros, me lleva a las afueras de la ciudad. Allí, en un reparo tibio doy rienda suelta a mi llanto….

Ella nada dice, sólo me mira con infinita ternura.

– Ay, Madre, Madre, ¡Cómo puedo ser tan torpe!. El Maestro es tan sencillo y claro para hablarme, que se supone debo entender ¡Pero no, no entiendo! ¡No sé como llevar a mi vida de cada día sus preciosísimos consejos! ¡Ayúdame, por piedad!..

Colocas delicadamente mi cabeza en tu hombro…¡Qué remanso para mi alma dolorida!…

– Hija, intentaré explicarte más detalladamente, no sólo para que comprendas sino para que te determines a caminar .

– Te escucho, Madre, mi corazón tiene tanta sed de tus palabras.

– Bien, comenzaremos por lo primero que te dijo Jesús: “¿Por qué me pides eso?”. Él sabe que tú no le pedirías caminos si no fuese que el Espíritu te ha creado esa necesidad. Tú no amaste a Jesús y Él te escuchó, sino que Él te amó primero. ¿Comprendes la diferencia?. Que tú le busques, le necesites, es una clara señal de que Él te ama. Luego te dijo las condiciones para seguirlo. Veamos esto parte por partes: ”Si quieres seguirme”. No se trata de que te acerques por interés de conseguir algo que deseas, porque te sientes sola y no encuentras nada mejor o porque se supone que debes hacerlo. Nada de eso. Se trata de que “quieras” y ese querer parte de una gracia del Espíritu que tu corazón escucha y acepta. Luego te dijo: “Niégate a ti misma”. Allí te esta pidiendo que cultives, en lo más profundo de ti, la humildad y que la dejes crecer sin ahogarla con tu orgullo y vanidad.

– Para ello necesitaré mucho oración, supongo…

– Por cierto. Oración, pero oración que no es mera repetición de palabras. Puedes comenzar analizando tu actitud en la oración. ¿Cómo rezas? ¿Como el fariseo?. “Te doy gracias porque no soy como los demás”, creyendo que tu fe es mejor o mas valiosa a los ojos de Dios que la de una simple mujer que reza cada día el rosario en la soledad de la parroquia, con una voluntad y constancia que tú no posees. Hija, intenta rezar como el publicano, que se quedaba atrás y no se atrevía a levantar los ojos al cielo: “Dios mío, ten piedad de mí que soy un pecador”. Renunciar a la tentación del aplauso, del halago. Renunciar a la vanidad de sentirse mejor que otros es difícil hija, mas no imposible. Cuando lo logras, las alas de tu alma se despliegan en vuelo límpido hacia cielos más altos.

– Madre, madre… cuánto he lastimado el Sagrado Corazón de tu Hijo, cuánto necesito de su misericordia. Continúa, que en este punto ya no quiero el retorno…

– “Toma tu cruz y sígueme”. Así, tal cual, hija. “Tu” cruz, no la ajena, no la que te gustaría, sino la tuya, la conocida, la que crees no merecer y que, sin embargo, te lleva a la eternidad. ”Sígueme” pero ¿Cómo piensas seguirle? ¿Rezongando y protestando por el peso de tu cruz, quejándote de que otros tienen cruces más livianas? ¡Cómo si pudieras tú ver el corazón sangrante o el alma doliente de tu hermano! ¿Le seguirás arrastrando la cruz para que deje marcas en la arena buscando la compasión de los demás?… Hija, debes abrazar tu cruz y amarla…

– ¿Cómo se ama la cruz, Señora?

– Se ama en aquél que te lastima con su indiferencia, en el que no te escucha, en la que te difama. Se ama construyendo cada día en tu familia aunque sientas que predicas en el desierto. Se ama sembrando, aunque sientas que el viento de la indiferencia arrastra la semilla. Tú nunca sabes si alguna quedó plantada y la misericordia de Dios hará que dé fruto, a su tiempo, cuando menos lo esperes. No temas la dureza del tiempo de siembra, piensa en la alegría de la cosecha… que llega, hija, llega, siempre.

Tu voz dulce, segura y pura riega la aridez de mi alma, abre puertas cerradas por tanto tiempo y el sol de la luz de Cristo entra a raudales en los más recónditos espacios de mi interior. Caminar la cuaresma, vencerme, cargar la cruz.¿Podré?¿Cuánto tiempo durará en mí este deseo de caminar tras Jesús?

– Tanto tiempo como lo alimentes. La Eucaristía, Jesús mismo, te dará la fuerza, la constancia, la paz. Y yo estaré siempre contigo, para secar tu frente, para enjugar tus lágrimas, aún cuando no me veas, aún cuando me creas lejos. Siempre.

Cae la tarde y el sol se esconde en el horizonte mientras yo me escondo en tu pecho en apretado abrazo. Cuando abro los ojos el sacerdote está por comenzar la ofrenda del pan y del vino. Miro tu imagen. Me sonríes desde ella. Un viento fresco entra por la ventana, el sol se termina de esconder en el horizonte y, por un exquisito regalo tuyo, siento que me continúas abrazando. Siempre.

Amigo que lees estas líneas. No temas recorrer tu propia Cuaresma, no reniegues de tu cruz. Cuando sientas que caes bajo su peso, levanta los ojos y verás la mano de tu madre, extendida. No le reproches nada, sólo tómala, y veras que tus heridas cicatrizan en medio del mas profundo amor.

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