viernes, marzo 14, 2025
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Adviento: 7 respuestas a las preguntas más comunes

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Adviento: 7 respuestas a las preguntas más comunes :
Muchos fieles cuentan con una comprensión intuitiva y basada en la experiencia del Adviento, pero ¿qué dicen los documentos de la Iglesia sobre este tiempo de preparación para la Navidad?

Estas son algunas de las preguntas y respuestas más comunes acerca del Adviento, que este año comienza el domingo 27 de noviembre.

1. ¿Cuál es el propósito del Adviento?

El Adviento es un tiempo en el calendario litúrgico de la Iglesia, específicamente, del calendario de la Iglesia Latina, que es la más grande en comunión con el Papa. Otras iglesias católicas –así como muchas no católicas– tienen su propia celebración del Adviento.

Según las Normas Generales para el Año Litúrgico y el calendario, esta fiesta tiene un carácter doble: en primer lugar es una temporada para prepararnos para la Navidad, cuando se recuerda la primera venida de Cristo; y en segundo lugar, una estación que apela directamente a la mente y el corazón para esperar la segunda venida de Cristo al final de los tiempos.

El Adviento es, entonces, un período de espera devota y alegre (Norma 39) que trae a la mente las dos venidas de Cristo.

2. ¿Cuándo comienza y termina el Adviento?

El primer domingo de Adviento es el primer día del Nuevo Año Litúrgico, que este año será el 27 de noviembre. Los tres domingos de Adviento restantes serán el 4, 11 y 18 de diciembre. La duración de este tiempo de preparación puede variar de 21 a 28 días, dado que se celebran los cuatro domingos más próximos a la festividad de Navidad.

3.- ¿Por qué no se canta ni se recita el gloria?

En Adviento, no se recita el gloria porque es una de las maneras de expresar concretamente que, mientras dura nuestro peregrinar, falta algo para que el gozo sea completo.

Cuando el Señor se haga presente en medio de su pueblo, habrá llegado la Iglesia a su fiesta completa, significada por Solemnidad de la fiesta de la Navidad, cuando se cante nuevamente el gloria.

El Misal Romano señala que el gloria se recita o se canta los domingos fuera de los tiempos de Adviento y Cuaresma.

Las excepciones a esta regla durante el Adviento son la Solemnidad de la Inmaculada Concepción, el 8 de diciembre; y la fiesta de la Virgen de Guadalupe el 12 de diciembre.

4. ¿Cuál es el color que distingue a este tiempo?

El color normal del Adviento es el morado. El numeral 346 de la Instrucción General del Misal Romano (IGMR) dispone que “el color morado se usa en los Tiempos de Adviento y de Cuaresma. Puede usarse también en los Oficios y Misas de difuntos”.

En muchos lugares, hay una notable excepción para el tercer domingo de Adviento, conocido como el domingo de Gaudete: “El color rosado puede usarse, donde se acostumbre, en los domingos Gaudete (III de Adviento) y Laetare (IV de Cuaresma)” (IGMR, 346).

5. ¿Es el Adviento un tiempo penitencial?

A menudo pensamos en el Adviento como una temporada penitencial porque el color litúrgico es el morado, como en la Cuaresma. Sin embargo, según el canon 1250 del Código de Derecho Canónico: “los días y tiempos penitenciales en la Iglesia universal son todos los viernes de todo el año y la temporada de Cuaresma”.

Aunque las autoridades locales pueden establecer días penitenciales adicionales, este es un listado completo de los días y tiempos penitenciales de la Iglesia Latina en su conjunto, y el Adviento no es uno de ellos.

6. ¿Cómo se decoran las iglesias?

El numeral 305 de la Instrucción General del Misal Romano señala que “durante el tiempo de Adviento el altar puede adornarse con flores, con tal moderación, que convenga a la índole de este tiempo, pero sin que se anticipe a la alegría plena del Nacimiento del Señor”.

“Los arreglos florales sean siempre moderados, y colóquense más bien cerca de él, que sobre la mesa del altar”.

7. ¿Qué expresiones de piedad popular podemos usar en este tiempo?

Hay una variedad de expresiones de piedad popular que la Iglesia ha reconocido para su uso durante el Adviento. Entre ellas se encuentra la Corona de Adviento, procesiones, solemnidad de la Inmaculada Concepción el 8 de diciembre, novena de Navidad, el Nacimiento, etc.

Se puede leer acerca de estas devociones en el Directorio sobre la Piedad Popular y la Liturgia (comenzando en el N°96),

Bonus: ¿Cómo debe ser la música?

El numeral 305 de la Instrucción General del Misal Romano señala que “en Adviento el uso del órgano y de otros instrumentos musicales debe ser marcado por una moderación adecuada al carácter de esta época del año, sin expresar con anticipación la alegría plena de la Natividad del Señor”.

¿Es difícil vivir en paz?

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¿Es difícil vivir en paz?
¿Realmente es tan difícil que haya paz, unidad, armonía, perdón, reconciliación?

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¡Qué difícil es que haya paz, unidad, armonía, perdón, reconciliación! Son constantes los roces, los conflictos, las ofensas, los rechazos, tanto en familias como en grupos, barrios, pueblos, partidos y organizaciones. Las heridas no cierran; las cicatrices siguen punzantes; los recuerdos no se borran; las desconfianzas generan distancias; el orgullo herido no perdona.

Cuando en una familia, en una comunidad, en una parroquia, en un grupo, intentamos que todos se entiendan, se escuchen, se respeten, que ya no se agredan, se perdonen y sigan adelante, hay que tener mucha paciencia, pues son muchos los obstáculos, muchas las piedras en el camino. Nadie quiere ceder. Todos quieren imponer su criterio. En vez de encontrar los puntos de concordancia, se sacan a relucir muchas cosas del pasado y no hay quien dé su brazo a torcer, porque el corazón está cerrado. Se considera a los otros como los malos, los equivocados, los perversos, los ofensores, los culpables. Nadie acepta tener errores o haberse equivocado. Ceder en sus posturas, pareciera una derrota. Y a los que les proponemos caminos de reconciliación, nos tachan de conformistas, que queremos quedar bien con todos, que no somos fieles a una línea pastoral. Su verdad se pone por encima del amor.

Y ahora que ya están encima las luchas de los partidos por el poder, usando mil escaramuzas para no violar las leyes electorales, ¡qué ferocidad para destrozarse unos a otros! Se denuncian entre sí como corruptos, oportunistas y demagogos. Se hacen alianzas para acabar con el otro, en vez de emplear todas sus capacidades en hacer propuestas factibles para el bien común.

PENSAR

El Papa Francisco, que se ha empeñado tanto en ayudar a las buenas relaciones entre Cuba y Estados Unidos, entre judíos y palestinos, en Siria e Iraq, en Venezuela y Colombia, afirmó en Azerbaiyán: “Que crezca la cultura de la paz, la cual se nutre de una incesante disposición al diálogo y de la conciencia de que no existe otra alternativa razonable que la continua y paciente búsqueda de soluciones compartidas, mediante leales y constantes negociaciones. Es particularmente importante en este tiempo testimoniar las propias ideas y la propia concepción de la vida sin conculcar los derechos de los que tienen otras concepciones o formas de ver. Que la armonía y la coexistencia pacífica alimenten cada vez más la vida social y civil del país en sus múltiples aspectos, asegurando a todos la posibilidad de aportar la propia contribución al bien común. De este modo, se ahorrarán a los pueblos grandes sufrimientos y doloras heridas, difíciles de curar” (2-X-2016).

Y en cuanto a la búsqueda de la unidad entre las confesiones religiosas, dijo en ese viaje: “No nos pongamos a discutir las cuestiones de doctrina; esto dejémoslo a los teólogos. ¿Qué tenemos que hacer nosotros, el pueblo? Recemos los unos por los otros. Esto es importantísimo. Y segundo, hacer cosas juntos. Están los pobres. Trabajemos juntos con los pobres. Está este y este problema: ¿podemos afrontarlo juntos? Están los inmigrantes; hagamos algo juntos… Hagamos algo bueno por los demás, juntos, esto podemos hacerlo. Y este es el camino del ecumenismo. Comencemos a caminar juntos. Con buena voluntad, esto se puede hacer. Se debe hacer. Hoy el ecumenismo se debe construir caminando juntos, rezando los unos por los otros. Y que los teólogos sigan hablando entre ellos, estudiando entre ellos. Creo que el único camino es el diálogo, el diálogo sincero, sin cuestiones bajo cuerda, sincero, cara a cara… Entre los fieles de distintas confesiones religiosas son posibles las relaciones cordiales, el respeto y la cooperación con vistas al bien común. Que la fe en Dios sea fuente de inspiración para la mutua comprensión, el respeto y la ayuda recíproca, en favor del bien común de la sociedad”.

“Las religiones nunca han de ser manipuladas y nunca pueden favorecer conflictos y enfrentamientos… Ningún sincretismo conciliador, ni una apertura diplomática, que dice sí a todo para evitar problemas, sino dialogar con los demás y orar por todos: estos son nuestros medios para cambiar sus lanzas en podaderas, para hacer surgir amor donde hay odio, y perdón donde hay ofensa, para no cansarse de implorar y seguir los caminos de la paz”.

ACTUAR

Seamos constructores pacientes de paz, orando al Espíritu y compartiendo nuestro corazón con quienes sufren los estragos de la violencia y la división. Hagamos puentes, no más muros.

Explicar lo obvio

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Explicar lo obvio :
El comienzo de la sabiduría es el temor del Señor. (Proverbios 1, 7)

Quizá más de un lector se vea empujado a pensar que detrás de un título tan paradójico como este, se esconda algún juego de palabras o se pretenda escribir con cierto toque de ironía. No hay nada de eso. El título dice lo que quiere decir y con él no hay ninguna pretensión de hacer juegos de palabras ni gracietas de ningún tipo. Al disponerme a escribir siento justamente lo contrario, se me impone una dosis de aspereza por dos motivos: porque lo que pretendo decir comporta cierta incomodidad y porque la redacción de estas líneas coincide con un suceso muy doloroso que ha sido la muerte de un profesor a manos de un adolescente en un instituto de Barcelona. No entro en pormenores porque no tengo datos suficientes, no sé qué ingredientes han actuado ni si se trata de alguna psicopatía que no se ha podido atajar. Sí es, evidentemente, un hecho singular y un caso extremo. Ahora bien, el hecho de que sea extremo no me produce ningún alivio porque todo extremo es extremo de algo. Todo extremo es extremo de un continuo. Y eso es lo grave, el continuo, porque no se llega a un extremo sin un recorrido. ¿De qué continuo hablamos? De una situación problemática que sí está generalizada y es la dictadura del niño-adolescente. Matar a un profesor es un hecho solitario, pero no lo son las faltas de respeto, las agresiones, amenazas e insultos. De esto saben mucho todos los que tienen responsabilidades con adolescentes: padres, profesores, monitores, catequistas, pediatras, jueces, etc. Es bien conocido el caso del juez Calatayud, que ha adquirido gran notoriedad por sus sentencias, sus conferencias y sus comentarios públicos -y publicados- sobre la adolescencia actual de la que acumula experiencia como juez de menores en Granada.

Para evitar llegar a extremos como el referido es bueno saber cuál es la trayectoria. De eso vamos a tratar comenzando por dar cuenta del título. Que haya que explicar lo obvio puede resultar chocante o llamativo porque lo obvio es, por definición, aquello que no necesita ser explicado. Lo obvio es lo evidente, lo que se presenta al entendimiento con toda claridad sin necesidad de discurrir o razonar. Y eso es precisamente lo preocupante, que lo evidente no se vea y tengamos que explicarlo. ¿Cómo es posible?

El ambiente social en el que vivimos, los usos y costumbres hoy habituales presentan muchos y preocupantes signos de ausencia de sensatez. Hemos complicado mucho cosas de la vida ordinaria que son muy sencillas y hemos aceptado socialmente comportamientos que revelan una enorme falta de sentido común. Llamamos normales a patrones de conducta que están lejos de serlo por más que hayan calado entre nosotros y hayan impregnado buena parte del tejido social. Para no alargar más esta introducción y con ánimo de ser concreto, citaré algunos ejemplos relacionados con el mundo de la educación y la familia que nos está tocando vivir.

Parece evidente que es tarea de los padres el tener que educar a los hijos. Lo parece y lo es, pero son muchos los padres que en lugar de educar a sus hijos se limitan a ir a su remolque. Lo diré con un ejemplo que acostumbro a emplear porque me parece que ilustra bien lo que quiero decir. Quien educa es como quien conduce porque en muchos aspectos, educar es lo mismo que conducir. Educar a los hijos es como llevarlos de viaje: los padres conducen y los hijos son conducidos. Todos hacen el mismo viaje, pero no todos tienen el mismo papel. El viaje se organiza y se lleva a cabo en función de todos y cada uno y es muy bueno contar con la información que pueda aportar cada miembro, pero quienes conducen son papá y mamá. Quien conduce tiene que ir por delante, al frente, con visión amplia y debe manejar los mandos; no cabe pensar que el puesto de conducción esté al final, que el conductor no tenga libertad de movimientos o que no pueda acceder al volante, pedales, palancas, etc. Pues bien, esto que parece evidente no lo es tanto porque no es difícil encontrarse con ejemplos de padres que en lugar de estar al frente de la conducción se sitúan en la cola, por detrás de sus hijos. Digámoslo con claridad: los padres deben ir por delante de sus hijos, no por detrás. ¿Cómo, si no, van a abrirles camino en la vida? Si se sitúan por detrás de ellos, ¿cómo podrán hacer lo que les corresponde: descubrir horizontes, señalar metas, prevenir peligros y enmendar errores?

No son pocos los casos de abandono del volante o del propio puesto de conducción en manos irresponsables, a veces de los propios hijos, a veces en manos ajenas. Cuando esta situación de abandono o de inversión de papeles se hace habitual, cuando quienes conducen son quienes no deberían hacerlo, los resultados están cantados: el viaje se queda sin destino, nos desplazamos sin saber adónde ni a qué, tomamos rutas equivocadas, nos accidentamos y en tantos casos, los padres son expulsados del vehículo por sus propios hijos. ¿Qué es, si no, ese fenómeno que aumenta de día en día de padres maltratados por sus hijos?, ¿padres que se tienen que encerrar en su cuarto bajo llave por miedo al dictador que ellos mismos han engordado? ¿Qué es esa petición desesperada de retirada de custodia ante el juez sino un grito desesperado: ¡Que conduzca otro!?

Dar el volante al niño, descendiendo a detalles concretos de la vida cotidiana, es mantenerle con el chupete o dormir entre los padres hasta edades muy avanzadas, es prolongar su alimentación con papillas de bebé cuando está capacitado para una comida normalizada, es dejarle que viva de capricho en capricho, ponerle un televisor en su cuarto, aceptar que trate a sus padres de tú a tú, sin distinguir roles, permitirle que quede por encima diciendo la última palabra, tolerarle contestaciones irrespetuosas, reírle sus jactancias, tenerle al tanto de todas las cuestiones de la familia, introducirle en las conversaciones de los adultos, justificar en el colegio sus ausencias voluntarias, darle la razón cuando no la tiene, comprarle un móvil (el último móvil del mercado) mucho antes de que lo necesite, permitir noviazgos en la adolescencia… Este racimo de ejemplos y tantos otros que podrían citarse son concreciones de lo que es ir por detrás.

Cuando todo esto que es evidente no se ve, el chasco está asegurado. El resultado es -siempre, siempre- un pasmo que descoloca porque sin darnos cuenta y sin saber cómo, resulta que un buen día nos encontramos con que tenemos en casa un dictador inflexible que no sabíamos que habíamos ido fabricando, un déspota inmisericorde que cada vez que tenga que enfrentarse a una frustración -y tendrá que enfrentarse a muchas- culpará a sus sorprendidos padres de todo lo que le molesta, se revolverá contra ellos vertiendo acusaciones que nunca habrían esperado y les hará pagar esas frustraciones en dolorosas cuotas de ingratitud, cuando no de violencia.

El hijo-dictador no nace dictador, nace hijo. Dictador se hace porque le dejamos dictar, le dejamos dirigir en lugar de enseñarle a ser dirigido, le alimentamos nosotros por acción y más aún por omisión, evitamos corregir porque a menudo la corrección escuece, y todo por un falso sentido de la protección y un sentido del cariño todavía más falso. A ello contribuyen con fuerza causas como las siguientes: ausencia (total o casi total) de hermanos con quienes compartir y repartir las atenciones, escasez de tiempo y de dedicación por parte de los padres, carencia de la figura paterna porque no existe, porque no está, porque no ejerce, o porque en sus modos de hacer las cosas no se distingue de la madre. A ello hay que añadir la falta de compromisos fuertes por parte de los adultos en campos como el religioso, social o laboral, falta de sobriedad en los medios materiales, influencia de los programas infantiles de televisión, dibujos animados y series al uso, etc.

La educación en la familia se basa en la superioridad física, cronológica y moral de los padres respecto de sus hijos. La superioridad física (citius, altius, fortius: más rápido, más alto, más fuerte) y la cronológica vienen dadas por la propia naturaleza, la superioridad moral cabe esperarla. Esta triple superioridad y la mera condición de padres confieren -o deberían conferir- una autoridad sobre la prole que es la base indispensable sobre la cual llevar adelante la tarea educadora y formativa. Como se ve, se trata de algo muy simple, que brota de la naturaleza misma del hombre y que viene dado por la existencia de padres e hijos (incluidos los abuelos). Con esta estructura de convivencia básica y fundamental los niños se han hecho hombres y mujeres, se ha organizado la sociedad, se ha generado y transmitido una cultura brillante, se ha hecho la historia y se ha levantado toda una civilización, la civilización cristiana, que no admite parangón con ninguna otra, se mire por donde se mire. La misma que por renunciar a su identidad, ha socavado sus cimientos, se ha minado a sí misma a paso rápido y se encuentra ahora en estado de coma. Lo que se necesitó para levantarla -que es lo mismo que hemos perdido- es bien poco y bien sencillo: un hombre y una mujer unidos en matrimonio, una prole numerosa y una acción educadora de los adultos sobre los menores basada en la autoridad de los primeros y reforzada por el apoyo social de unos criterios y unos valores socialmente asumidos, cuya fuente y raíz común ha sido la fe cristiana.

A lo largo de siglos y siglos las sucesivas generaciones han instruido y educado a los hijos con resultados aceptables. Ha habido luces y sombras, se han cometido errores siempre, pero el balance global es bueno. Esto se sabe porque podemos conocer los testimonios de gratitud de los hijos hacia los padres y sabemos que han sido generalizados; en cambio de esta generación nuestra, caben dudas que pueda decirse lo mismo en el futuro. Quizá convenga recordar que las masas de población han sido mayoritariamente analfabetas hasta muy entrado el siglo XX. Con esto no se está minusvalorando la instrucción, que es bien necesaria en todos los órdenes, y cuanta más mejor, pero sí se pone de relieve que para llevar adelante una razonable educación familiar no hacen falta ni grandes ni especializados conocimientos.

La cosa, como puede verse, no es tan difícil. Hay que tener, eso sí, criterios claros, acción decidida y mucho sentido de la responsabilidad y del servicio para conducir sin soltar el volante. Y si me permites, lector, un último apunte, añadiré lo siguiente: hay que tener también temor de Dios, del cual dice la Sagrada Escritura que es el principio de la sabiduría.

El Papa te explica cómo hacer para que Dios te escuche en la oración

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El Papa te explica cómo hacer para que Dios te escuche en la oración :
“¡La oración no es una varita mágica! Ésta nos ayuda a conservar la fe en Dios y a confiar en Él incluso cuando no comprendemos su voluntad”, asó lo expresó el Papa Francisco en su Catequesis de Audiencia General.

Orar siempre sin desanimarse

La parábola evangélica que apenas hemos escuchado (Cfr. Lc 18,1-8) contiene una enseñanza importante: «es necesario orar siempre sin desanimarse». Por lo tanto, no se trata de orar algunas veces, cuando tengo ganas. No, Jesús dice que se necesita «orar siempre sin desanimarse». Y pone el ejemplo de la viuda y el juez.

El juez es un personaje poderoso, llamado a emitir sentencias basándose en la Ley de Moisés. Por esto la tradición bíblica exhortaba que los jueces sean personas timoratas de Dios, dignas de fe, imparciales e incorruptibles.

Perversos vs. débiles

Nos hará bien escuchar esto también hoy, ¡eh! Al contrario, este juez no temía a Dios ni le importaban los hombres. Era un juez perverso, sin escrúpulos, que no tenía en cuenta a la Ley pero hacia lo que quería, según sus intereses. A él se dirige una viuda para obtener justicia. Las viudas, junto a los huérfanos y a los extranjeros, eran las categorías más débiles de la sociedad. Sus derechos tutelados por la Ley podían ser pisoteados con facilidad porque, siendo personas solas e indefensas, difícilmente podían hacerse valer: una pobre viuda, ahí, sola, nadie la defiende, podían ignorarla, incluso no hacerle justicia; así también el huérfano, así el extranjero, el migrante. ¡Lo mismo!

En aquel tiempo era muy fuerte esto. Ante la indiferencia del juez, la viuda recurre a su única arma: continuar insistentemente en fastidiarlo presentándole su pedido de justicia. Y justamente con esta perseverancia alcanza su objetivo. El juez, de hecho, en cierto momento la compensa, no porque es movido por la misericordia, ni porque la conciencia se lo impone; simplemente admite: «Pero como esta viuda me molesta, le haré justicia para que no venga continuamente a fastidiarme»

El Padre siempre hace justicia a los suyos

De esta parábola Jesús saca una doble conclusión: si la viuda ha logrado convencer al juez deshonesto con sus pedidos insistentes, cuanto más Dios, que es Padre bueno y justo, hará justicia a sus elegidos, que claman a Él día y noche; y además no «es hará esperar por mucho tiempo, sino actuará rápidamente

Por esto, Jesús exhorta a orar sin desfallecer. Todos sentimos momentos de cansancio y de desánimo, sobre todo cuando nuestra oración parece ineficaz. Pero Jesús nos asegura: a diferencia del juez injusto, que Dios escucha rápidamente a sus hijos, aunque si esto no significa que lo haga en los tiempos y en los modos que nosotros quisiéramos.

La oración no es una varita mágica

¡La oración no es una varita mágica! ¡No es una varita mágica! Ésta nos ayuda a conservar la fe en Dios y a confiar en Él incluso cuando no comprendemos su voluntad. En esto, Jesús mismo – ¡que oraba tanto! – nos da el ejemplo.

La Carta a los Hebreos recuerda que:

«Él dirigió durante su vida terrena súplicas y plegarias, con fuertes gritos y lágrimas, a aquel que podía salvarlo de la muerte, y fue escuchado por su humilde sumisión» (5,7).

A primera vista esta afirmación parece inverosímil, porque Jesús ha muerto en la cruz. No obstante la Carta a los Hebreos no se equivoca: Dios de verdad ha salvado a Jesús de la muerte dándole sobre ella la completa victoria, pero ¡el camino recorrido para obtenerla ha pasado a través de la misma muerte!

La oración transforma el deseo

La referencia a la súplica que Dios ha escuchado se refiere a la oración de Jesús en el Getsemaní. Invadido por la angustia oprimente, Jesús pide al Padre que lo libere del cáliz amargo de la pasión, pero su oración esta empapada de la confianza en el Padre y se encomienda sin reservas a su voluntad: «Pero – dice Jesús – no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Mt 26,39).

El objeto de la oración pasa a un segundo plano; lo que importa antes de nada es la relación con el Padre. Es esto lo que hace la oración: transforma el deseo y lo modela según la voluntad de Dios, cualquiera que esa sea, porque quien ora aspira ante todo a la unión con Dios, que es Amor misericordioso.

Nunca desistir en la oración

La parábola termina con una pregunta: «Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?». Y con esta pregunta estamos todos advertidos: no debemos desistir en la oración aunque no sea correspondida. ¡Es la oración que conserva la fe, sin ella la fe vacila!

Pidamos al Señor una fe que se haga oración incesante, perseverante, como aquella de la viuda de la parábola, una fe que se nutre del deseo de su llegada. Y en la oración experimentamos la compasión de Dios, que como un Padre va al encuentro de sus hijos lleno de amor misericordioso. ¡Gracias!

La vanidad es la osteoporosis del alma

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La vanidad es la osteoporosis del alma :
El Papa Francisco advirtió esta mañana, en la Misa en la capilla de la Casa Santa Marta, que la vanidad “es como una osteoporosis del alma”, pues intenta enmascarar el exterior para ocultar el vacío interior.

“La vanidad es como una osteoporosis del alma: los huesos desde afuera parecen buenos, pero dentro están todos corroídos”, señaló.

El Santo Padre subrayó que “la vanidad nos lleva al engaño”, y “la vanidad es enmascarar la propia vida. Y esto enferma el alma, porque enmascara la propia vida para aparentar, para fingir”.

En el alma, advirtió, pueden producirse dos inquietudes. Una de estas, indicó, es “buena, que es la inquietud que nos da el Espíritu Santo y hace que el alma esté inquieta para hacer cosas buenas”.

Sin embargo, existe también “la mala inquietud, esa que nace de una conciencia sucia”.

Este es el caso, señaló, de “esta gente que ha hecho tanto mal, que hace el mal y tiene la conciencia sucia y no puede vivir en paz, porque vive con una irritación continua, en una urticaria que no lo deja en paz”.

Francisco recordó que “el mal tiene siempre la misma raíz, cualquier mal: la codicia, la vanidad y el orgullo”.

“Y los tres no te dejan la conciencia en paz; estos tres no dejan entrar la sana inquietud del Espíritu Santo, sino te llevan a vivir así: inquietos, con miedo. Codicia, vanidad y orgullo son las raíces de todos los males”.

El Papa indicó que la vanidad “nos infla” y “no tiene larga vida, porque es como una burbuja de jabón”.

“¿Qué ganancia obtiene el hombre por toda la fatiga con la cual se abruma? Se preocupa por aparentar, por fingir, por parecer. Esta es la vanidad”, señaló.

Francisco recordó que al morir “serás alimento de los gusanos. Y todo este enmascarar la vida es una mentira, porque te comerán los gusanos y no serás nada”.

El Santo Padre lamentó que muchas personas que conocemos vive aparentando. “¡Pero qué buena persona! Va a Misa todos los domingos. Da grandes ofrendas a la Iglesia. Esto es lo que se ve, pero la osteoporosis es la corrupción que tienen dentro”.

“La vanidad es esto: te hace parecer con un rostro de ‘estampita’ y luego tu verdad es otra”, lamentó.

“¿Dónde está nuestra fuerza y la seguridad, nuestro refugio?”, cuestionó, para señalar a continuación que el Señor es “el camino, la verdad y la vida”.

“Esta es la verdad, no la máscara de la vanidad”, dijo.

Al finalizar su homilía, el Santo Padre pidió “que el Señor nos libere de estas tres raíces de todos los males: la codicia, la vanidad y el orgullo. Pero sobre todo de la vanidad, que nos hace mucho mal”.

Volver a ser niño

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Volver a ser niño :
Hace unos días, como de costumbre fuimos al supermercado. En el habían diferentes familias con sus hijos haciendo sus compras. Pude notar las diferentes actitudes entre los niños y los adultos. Lo niños iban jugando con todo, sonriendo, un poco despistados, felices y disfrutando sentados en el carrito de la compra empujado por papa. Al contrario los adultos iban un poco preocupados por los precios, pensativos a la hora de elegir entre productos, un poco alarmados e intranquilos pensando en el corto presupuesto que no debían sobrepasar.

Al ver esto me transporte a mi niñez y recordé que cuando tenía esa edad deseaba con ansias ser adulto. El motivo principal era ser independiente. Que nadie tuviera que controlarme, mandarme o dirigirme.

Mirándome ahora, entiendo que los adultos no hemos logrado realmente la libertad que anhelábamos desde niños. Pues los mayores somos esclavos de las deudas y compromisos, de las responsabilidades, de los vicios, de los sufrimientos, de los desamores, de la preocupación, de la crisis, de las calumnias y de las traiciones. En la niñez desconocía todo eso. ¡Como deseo muchas veces volver a ser niño de nuevo!

Pero hay una manera en la que podemos volver a ser niños. No físicamente pero si mental y espiritualmente. Podemos volver a nacer de nuevo. No en carne sino en mente y espíritu (Juan 3:5) Volver a ser inocentes, sin maldad, sin envidia, rencores, sin afanes ni preocupaciones. Vivir con responsabilidades pero no dejando que estas ahoguen mi paz y mis sueños. Al tener un encuentro con Jesús puedo vivir con las cargas de un adulto, pero con la paz y tranquilidad de un niño.

Un niño que disfruta sentado en el carro de la compra empujado por su padre celestial. Quien se ocupa de suplir todo lo que le hace falta a sus hijos.

¿Por qué afanarnos tanto en tener nosotros el control de nuestra vida? Cuando sabemos que nuestro corazón casi siempre se equivoca y nos lleva a cometer errores. Un niño siempre disfruta el momento ya sea que el carrito de la compra este lleno o que el presupuesto no alcance para mucho. Esa no es su preocupación. El solo es agradecido y disfruta de el momento.

¿Quieres volver a ser como un niño? Acércate a tu creador. Tu corazón lo necesita. Así podrás vivir en paz, esa paz que ninguna tormenta te podrá quitar. Ahora levántate, tu padre celestial te espera para llevarte de compras.

¡Que tengas un día Bendecido!

Diez razones para leer la Biblia

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Diez razones para leer la Biblia :
La Iglesia celebra en septiembre ‘el mes de la Biblia’.

Aprovecha para leerla, saborearla, meditarla, permitirle que sea lámpara para tus pasos, luz en tu sendero. Considera que tienes al menos diez razones para adentrarte en el fascinante mundo de la Sagrada Escritura:

1. Conocer a Dios

Sería para nosotros imposible saber algo acerca de Dios si Él no nos lo hubiera revelado. Y lo hizo a través de Su Palabra. Así que para que puedas conocerlo y consiguientemente entablar con Él una relación personal de amor y confianza, es indispensable que leas Su Palabra.

2. Conocerse uno mismo

La Palabra de Dios «penetra hasta las fronteras del alma y del espíritu» (Heb 4,12). Leerla te permite conocerte a fondo, pero no desde la óptica humana de juicio y condena, sino desde la mirada esperanzadora y misericordiosa de Dios.

3. Recibir luz
Dice el salmista que la Palabra es “lámpara para sus pasos, luz en su sendero” (ver Sal 119, 105).

Siempre tiene un mensaje para iluminar tu situación actual, siempre tiene algo pertinente que decirte; a veces te consuela, a veces te exhorta, a veces te tranquiliza, a veces te inquieta y te sacude, pero puedes tener la certeza de que siempre te da lo que tu alma necesita.

4. Dialogar con Dios
Hay quien cree que orar consiste sólo en hablar y hablar con Dios pues Él no dice nada. Pero Dios sí habla: a través de Su Palabra. Leer la Biblia te permite escuchar lo que quiere decirte, para poder después responderle, dialogar con Él y, con Su gracia, hacerlo vida.

5. Participar de la reflexión y oración de toda la Iglesia
Cuando lees los textos que se proclaman cada día en Misa o en la Liturgia de las Horas, te unes a millones de católicos en todo el mundo que en ese mismo momento están leyendo, escuchando, reflexionando, orando con esas mismas palabras. Leer así la Palabra te permite participar activamente en la unidad y universalidad de la Iglesia

6. Situarte dentro de la historia de la salvación

Leer la Biblia te permite descubrir cómo fue que Dios se reveló al ser humano; estableció una alianza con el hombre, le prometió Su amor y salvación y lo cumplió. Conocer el pasado te permite comprender el presente y vivirlo desde el gozo de saber que formas parte del pueblo de Dios, que eres miembro de Su rebaño, oveja del Buen Pastor.

7. Conocer, comprender y amar a la Iglesia
Leer la Biblia te permite conocer la Iglesia de la que formas parte para comprenderla y amarla más, y gozarte de pertenecer a ella sabiendo que fue fundada por Cristo, y aunque está formada por seres humanos susceptibles de fallar, como tú y como yo, es conducida a través de la historia, por el Espíritu de Dios.

8. Anunciar la Buena Nueva
Leer la Biblia te permite cumplir el mandato de Jesús de ir por todo el mundo a anunciar la Buena Nueva (ver Mc 16, 15). Sólo si conoces la Escritura puedes compartir Su luz con otros.

9. Conocer y defender la fe
Dice San Pablo que todo texto de la Escritura es útil para enseñar (ver 2Tim 3,16). Conocer la Biblia te permite enfrentar a quienes atacan tu fe católica y responderles no sólo con caridad sino con argumentos sólidos.

10. Vivir con libertad y alegría
Leer la Biblia te da libertad y alegría. La libertad de que gozan quienes abandonan la inmovilidad de las tinieblas y caminan hacia Aquel que es la Luz; la alegría de saber que Él está contigo todos los días hasta el fin del mundo, y la alegría de anunciarlo a los demás, como pide el Papa Francisco.

Hasta aquí las diez razones. Cabe aclararte que sólo son las diez primeras. Lee la Biblia y descubrirás que hay otras diez, y diez más, y más, y más…

Te recomendamos el libro de Alejandra Ma. Sosa E: ‘¡Desempolva tu Biblia! Guía práctica para empezar a leer y disfrutar la Biblia’, ediciones 72.

La soledad compañera de la vida

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La soledad compañera de la vida :
La soledad es un sentimiento que nos llena el alma de un silencio frío y oscuro si no la sabemos encauzar. Hay rostros surcados de arrugas, de piel marchita, de labios sin frescura, de ojos empequeñecidos, turbios y apagados que nos hablan por si solos de la soledad. Si sus voces nos llegaran nos dirían de su cansancio, de su miedo, pero sobre todo de su soledad….

Pero no hace falta que seamos ancianos para que en la vida nos acompañe la soledad.

La soledad del sacerdote, aún los más jóvenes, con sus votos de obediencia, pobreza y castidad, pero a veces es más dura la soledad de su propio corazón, que aunque ayudado por la Gracia de Dios no deja de ser humano. Tienen que consolar a los seres que llegan hasta ellos con sus penas, con sus problemas pero su corazón no puede aferrarse a ninguna criatura de la tierra y a veces se sienten solos, muy solos, tan solo acompañados de una gran soledad

La soledad en la adolescencia, duele profundamente por nueva, por incomprensible…Los padres se están divorciando, se quiere a los dos, se necesita a los dos, pero para ellos parece que no existe ese ser que no acaba de comprender y que está muy solo. Ellos tienen sus pleitos, su mal humor. La mamá siempre llorando, el papá alzando la voz… para él nada… tal vez sientan hasta que haya nacido. Si se divorcian será un problema ¿Qué será de él?¡Qué gran soledad, qué amarga soledad!

Las monjas misioneras, los misioneros, lejos de sus seres queridos y en tierras extrañas.

Y la soledad en algunos matrimonios, esa soledad que ahoga, que asfixia…que como dice el poeta: «es más grande la soledad de dos en compañía». El hombre de grandes negocios, empresario importante, magnate en la sociedad que parece que lo tiene todo pero que en el fondo vive una gran soledad.

La soledad de las grandes luminarias siempre rodeadas de personas y siempre solas… Las esposas de los pilotos, de los marinos, de los médicos, saben de una gran soledad y ellos a su vez, en medio del cumplimiento del deber, también están solos. La soledad de las personas que han perdido al compañero o compañera de su vida, ese quedarse como partido en dos porque falta la otra mitad, ese no saber cómo vivir esas horas, ahora tan vacías, tan tristes, tan solas…

Si no convertimos esa soledad en compañía para otros seres quizá, más solos aún que nosotros mismos, si no llenamos ese vacío y esas horas con el fuego de nuestro amor para los que nos rodean y nos necesitan, esa soledad acabará por aniquilarnos, ahogándonos en el pozo de las más profunda depresión.

En realidad todos los seres humanos estamos solos. La soledad está en nuestras vidas pero hay que saber amarla. Si le tenemos miedo, si no la amamos y no aprendemos a vivir con ella, ella nos destruirá. Si le sabemos dar su verdadero sentido, ella nos enriquecerá y será la compañera perfecta para nuestro espíritu. Con ella podremos entrar en nuestra alma, con ella podremos hablar con nuestros más íntimos sentimientos.

Ella nos ayudará, ella, la soledad bien amada y deseada a veces, nos llevará al encuentro de nuestra propia identidad y luego al mejor conocimiento de Dios, que llenará nuestras vidas porque El es todo amor.