domingo, noviembre 9, 2025
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La medalla de San Benito

La medalla jubilar de San Benito es un sacramental reconocido por la Iglesia como poseedor de un gran poder de exorcismo. Fue instituido en memoria de San Benito. Como todo sacramental, los católicos no ponen su poder en la medalla misma, pues consideran que ese poder viene de Cristo, quien lo otorga a la Iglesia, y por la fervorosa disposición de quién usa la medalla.

Cuenta la leyenda que el simbolismo de la Medalla, se debe a este evento en la vida de San Benito: había estado viviendo como un ermitaño en una cueva durante tres años, famoso por su santidad, cuando una comunidad religiosa llegó a él después de la muerte de su abad y le pidieron a Benito tomar su relevo. A algunos de los monjes no les gustó la disciplina que les exigía y trataron de matarlo con pan y vino envenenado. Al igual que San Juan el Divino se salvó milagrosamente de ser envenenado, porque cuando San Benito hizo la señal de la cruz sobre estas cosas, supo que estaban envenenados, por lo que cayó la copa y encomendó a un cuervo para llevarse el pan.

Explicación del anverso de la Medalla

En las antiguas medallas aparece, rodeando la figura del santo, este texto latino en frase entera: Eius in óbitu nostro preséntia muniámur. «Que a la hora de nuestra muerte, nos proteja tu presencia». En las medallas actuales, frecuentemente desaparece la frase que es sustituida por esta: Crux Sancti Patris Benedicti, o todavía, más simplemente, por la inscripción: Sanctus Benedictus.

Explicación del reverso de la Medalla

– En cada uno de los cuatro lados de la cruz: C. S. P. B. Crux Sancti Patris Benedicti. Cruz del Santo Padre Benito

– En el palo vertical de la cruz: C. S. S. M. L. Crux Sácra Sit Mihi Lux. Que la Santa Cruz sea mi luz

– En el palo horizontal de la cruz: N. D. S. M. D. Non Dráco Sit Mihi Dux. Que el demonio no sea mi jefe

– En el círculo, empezando por la parte superior, en el sentido del reloj: V. R. S. Vade Retro Satána. Aléjate Satanás – N. S. M. V. Non Suáde Mihi Vána. No me aconsejes cosas vanas – S. M. Q. L. Sunt Mála Quae Libas. Es malo lo que me ofreces – I. V. B. ípse Venéna Bíbas. Bebe tú mismo tu veneno

En la parte superior, encima de la cruz suele aparecer unas veces la palabra PAX y en las más antiguas IESUS.

Historia de la Medalla

La fecha exacta sobre la manufactura de la primera Medalla de San Benito es un misterio. En algún punto de la evolución de esta devoción cristiana se encontraron letras en la parte de atrás de la medalla. En el año 1647, unas mujeres fueron juzgadas por hechicería, en el proceso declararon que no habían podido dañar el monasterio de los benedictinos, porque se encontraba protegido por el signo de la santa Cruz. Se buscó entonces en el monasterio de Metten ( Baviera, Alemania) y se encontraron pintadas antiguas representaciones de esta cruz, con la inscripción que se explicará más abajo. Pero estas iniciales misteriosas no pudieron ser interpretadas, hasta que en un manuscrito de la biblioteca, iluminado en el mismo Monasterio de Metten, en 1414 y conservado hoy en la biblioteca Estatal de Múnich, se vio una imagen de san Benito, con esas palabras. Un manuscrito anterior, del siglo XIV y procedente de Austria, que se encuentra en la biblioteca de Wolfenbüttel, parece haber sido el origen de La imagen y del texto. En el siglo XVII J.R. Thiers, erudito francés, la juzgó supersticiosa, por los enigmáticos caractéres que la acompañan, pero el Papa Benedicto XIV, la aprobó en 1742 y la fórmula de su bendición se incorporó al Ritual Romano. La versión final de esta medalla data del año 1880 en memoria de los 1400 años del natalicio de San Benito.

Indulgencias

El 12 de marzo de 1742 Benedicto XIV otorgó indulgencia plenaria a la medalla de San Benito si la persona cumple las siguientes condiciones:

Si realiza el Sacramento de la Reconciliación, recibe la Eucaristía, ora por el Santo Padre en las grandes fiestas y durante esa semana reza el santo rosario, visita a los enfermos, ayuda a los pobres, enseña la Fe Cristiana o participa en la Santa Misa.

Las grandes fiestas de las que se habla arriba son: Navidad, Epifanía, Pascua de Resurrección, Ascensión, Pentecostés, la Santísima Trinidad, Corpus Christi, La Asunción, La Inmaculada Concepción, el nacimiento de María, todos los Santos y fiesta de San Benito.

Quienes lleven la medalla de San Benito a la hora de la muerte serán protegidos siempre que se encomienden al Padre, se confiesen y reciban la comunión o al menos invoquen el nombre de Jesús con profundo arrepentimiento.

Indulgencias parciales

– Serán otorgados 200 días de indulgencia, si uno visita una semana a los enfermos o visita la Iglesia o enseña a los niños la Fe.
– 7 años de indulgencia , si uno celebra la Misa o esta presente, y ora por el bienestar de los cristianos, o reza por sus gobernantes.
– 7 años si uno acompaña a los enfermos en el día de todos los Santos.
– 100 días si uno hace una oración antes de la Santa Misa o antes de recibir la sagrada Comunión.
– Cualquiera que por cuenta propia por su consejo o ejemplo convierta a un pecador, obtiene la remisión de la tercera parte de sus pecados.
– Cualquiera que el Jueves Santo o el día de Resurrección, después de una buena confesión y de recibir la Eucaristía, rece por la exaltación de la Iglesia, por las necesidades del Santo Padre, ganará las indulgencias que necesita.
– Cualquiera que rece por la exaltación de la Orden Benedictina, recibirá una porción de todas la buenas obras que realiza esta Orden.

El uso de la medalla

1. En una cadena alrededor del cuello; 2. Adjunta a un rosario; 3. En el bolsillo o en el bolso, 4. Colocada en su coche o en casa; 5. Situada en los cimientos de un edificio; 6. Situada en el centro de una cruz.

El uso de cualquier artículo religioso es concebido como un medio de recordar a Dios y de inspirar la voluntad y el deseo de servir a Dios y al prójimo. No es considerado como un amuleto de buena suerte o un dispositivo mágico.

El Crucifijo con medalla de San Benito

El Crucifijo de la Buena Muerte y la Medalla de San Benito han sido reconocidos por la Iglesia como una ayuda para el cristiano en la hora de tentación, peligro, mal, principalmente en la hora de la muerte. Le ha dado al Crucifijo con la medalla Indulgencia Plenaria.

La indulgencia plenaria de la Cruz de la Buena Muerte, quien realmente crea en la santa Cruz, no será apartado de El, ganará indulgencia plenaria en la hora de la muerte. Si este se confiesa, recibe la Comunión o por lo menos con el arrepentimiento previo de sus pecados, llamando el Santo nombre de Jesús con devoción y aceptando resignadamente la muerte como venida de las manos de Dios. Para la indulgencia no basta la Cruz, debe representarse a Cristo crucificado. Esta cruz también ayuda a los enfermos para unir nuestros sufrimientos a los de Nuestro Salvador.

Aquel que haya sido excomulgado de la iglesia y arrepentido cumpla su penitencia una vez se haya confesado ante la autoridad, obispo o superior y comulgue el domingo de resurrección será glorificado obteniendo la indulgencia. Jn.13 31-35

 

El esplendor de la verdad en Cristo

1.- La misión de la Teología

La Teología tiene en su última raíz en la procesión eterna del Verbo y en su Encarnación; narrándonos los misterios del seno del Padre primero en la voz de los Profetas y últimamente, en la carne mortal de Cristo. Cristo es la teología encarnad de Dios; Él vino a hablarnos de Dios en lenguaje humano. Penetrar y explicar esa revelación de Dios, es el dulce, delicado y fructuosísimo aunque difícil trabajo del teólogo. Trabajo necesario hasta el fin de los siglos. La tarea capital de la Teología es la de aproximar nuestra inteligencia a los misterios de la fe, valiéndose de “analogías” (semejanzas), y comparándolas e insertándolas en las ideas y conceptos de nuestro espíritu. Dios se conoce perfectísimamente a sí mismo desde toda la eternidad expresando su propio ser en un “verbo” interior, que estaba en el principio, y estaba con Dios y El mismo era Dios. En cambio, nuestros conceptos son pobres, imperfectos, adoleciendo de debilidad.

Los teólogos jamás podrán agotar las profundidades del misterio escondido en Dios. La teología tampoco es una metafísica sobrenatural abstracta cuyo único oficio es sistematizar las verdades reveladas sino que también debe interpretar e impregnar los signos de los tiempos actuales, la vida real del mundo y la historia concreta del Cuerpo Místico en el que actúa ya, en germen, el “Reino de Dios” esperando la definitiva revelación de nuestro Señor Jesucristo en su segundo advenimiento:

“…Nada os falte en don alguno, mientras llega para vosotros la manifestación de nuestro Señor Jesucristo”
(I Corintios, 1,7)

Pero no por esto, la Teología deja de ser una ciencia humana en el estricto sentido aristotélico de la palabra. Es una ciencia humana, es verdad, pero subalternada a la ciencia del Verbo. El hábito teológico es, en sí mismo, natural y adquirido; pero su raíz que es la fe -hábito de los primeros principios sobrenaturales- es sobrenatural e infuso. La Teología está emplazada entre la fe y la visión beatífica en el Verbo. Su fuente primera es la fe pero no puede alejarse de ella sin dejar de ser ciencia, como la filosofía no puede renunciar al sentido común sin dejar de ser filosofía.

Todo cristiano es virtualmente teólogo porque posee los principios del orden sobrenatural que son los artículos de la fe recibidos en sus primeros años de catecismo como un proceso científico que deduce conclusiones virtualmente contenidas en estos principios. Del mismo modo, que todo hombre es virtualmente filósofo porque posee los primeros principios del orden natural. Pero la Teología, adolece de cierta imperfección que le viene no de su misma estructura interior sino por razón del estado vial en que nos hallamos: será perfecta cuando se continué por la posesión de Aquel que tiene su ciencia subalternante: el Verbo.

“…La Sagrada Teología se apoya, como en cimientos perpetuos en la palabra escrita de Dios, al mismo tiempo que en la Sagrada Tradición, y con ella se robustece firmemente y se rejuvenece de continuo, investigando a la luz de la fe toda la verdad contenida en el misterio de Cristo. Las Sagradas Escrituras contienen la palabra de Dios y, por ser inspiradas, son en verdad la palabra de Dios; por consiguiente, el estudio de la Sagrada Escritura ha de ser como el alma de la Sagrada Teología. También el ministerio de la palabra, esto es, la predicación pastoral, la catequesis y toda instrucción cristiana, en que es preciso que ocupe un lugar importante la homilía litúrgica, se nutre saludablemente y se vigoriza santamente con la misma palabra de la Escritura”.
(Dei Verbum, 24)

La visión beatífica hará evidentes los principios que ahora sólo son creíbles. Toda Teología tiende al Verbo, como toda ciencia subalternada tiende a su ciencia subalternante. El hábito teológico, fruto del estudio, permanecerá en el cielo, pero el hábito de la fe, raíz de la Teología se mudará en visión. “…Seremos semejantes a Él. ¿Por qué?…Porque lo veremos cómo es en sí”.

2.- Revelación y Fe.

La religión católica es una religión revelada por Dios. El Concilio Vaticano I nos enseña que la revelación es moralmente necesaria para que estas verdades sean conocidas “…por todos, fácilmente, con certeza y sin mezcla de error”. En cambio el contenido propio de las verdades que constituyen una fórmula de fe o un dogma del Cristianismo, excede totalmente la capacidad cognoscitiva de la inteligencia, por consiguiente solo puede sernos comunicada por la revelación divina y por lo mismo debe ser creída por fundarse en el testimonio infalible del mismo Dios. Ejemplo: Dogma de la Inmaculada Concepción.

El Concilio Vaticano II nos profundiza esta doctrina diciéndonos en la Constitución Dogmática Dei Verbum punto 2 que:

“… Dispuso Dios en su sabiduría revelarse a Sí mismo y dar a conocer el misterio de su voluntad, mediante el cual los hombres, por medio de Cristo, Verbo encarnado, tienen acceso al Padre en el Espíritu Santo y se hacen consortes de la naturaleza divina. En consecuencia, por esta revelación, Dios invisible habla a los hombres como amigos, movido por su gran amor y mora con ellos, para invitarlos a la comunicación consigo y recibirlos en su compañía. Este plan de la revelación se realiza con hechos y palabras intrínsecamente conexos entre sí, de forma que las obras realizadas por Dios en la historia de la salvación manifiestan y confirman la doctrina y los hechos significados por las palabras, y las palabras, por su parte, proclaman las obras y esclarecen el misterio contenido en ellas. Pero la verdad íntima acerca de Dios y acerca de la salvación humana se nos manifiesta por la revelación en Cristo, que es a un tiempo mediador y plenitud de toda la revelación”.

La revelación como testimonio o preparación para señalar la verdadera revelación de Dios en el sentido pleno de la palabra se completó con la venida de Jesucristo, se inicia desde tiempos muy remotos por intermedio de hombres que hablaban en nombre de Dios y movidos o inspirados por Dios. La misión de estos “anunciadores” de la divina voluntad llamados Profetas y de los Patriarcas del Antiguo Testamento consistió en señalar a Cristo. Según la doctrina católica, Dios por medio de la revelación primitiva reveló ya muchas verdades a los primeros hombres como las relacionadas con el Misterio de la Trinidad y de la Encarnación. La vida pública, Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo demostró que Él era enviado de Dios para traer a los hombres la Verdad. Según su propio testimonio, es el Hijo de Dios hecho hombre y la Verdad Encarnada (Jn 14, 6). Es la aparición de Dios y de la Verdad divina bajo los velos de la carne. Es la Revelación Personal de Dios.

A esto encuentro personal con la Persona de Cristo responde el hombre con Fe. A este llamado y seguimiento a Cristo. El sentido íntimo y propio de la fe es la aceptación a Cristo, un Sí rotundo a su revelación. La fe es un acto espiritual con Cristo. “…Cristo habita por la fe en nuestros corazones”, dice San Pablo. El despojo del hombre viejo en conversión del hombre nuevo en Cristo. La metanoia de nuestros corazones nos hace entrar en contacto con Cristo. Por consiguiente “creer” significa entrar en contacto con la Persona de Cristo que es la “Palabra del Padre” por la cual entramos en contacto con el Padre. Es la plenitud y fuente de vida. El acto de fe es un acto moral que nos lleva a una entrega total a Cristo. Creer implica un inmenso enriquecimiento interior; es apropiarse la ciencia divina e iluminar con su indefectible claridad los problemas de nuestro propio ser y el fin último de nuestra existencia. Santo Tomás nos enseña que “…creer es el acto del entendimiento que asiente a la verdad divina imperada por la voluntad, a la que Dios mueve por la gracia[1]. “…En la definición de la fe entra la realidad esperada, porque el objeto propio de la fe es una realidad no evidente en sí misma. De ahí que fuera necesario designarla por esa circunlocución mediante algo que viene en pos de la fe”[2].

El hombre por su propia naturaleza religiosa, anhela y necesita ordenar y reunir en una síntesis sistemática, las diversas fórmulas o artículos de fe para poder comprender la conexión íntima de unas con otras y de este modo testimoniarla mediante el apostolado. De este amor a la Verdad Revelada y de este anhelo de sistematizarla nace la Teología.

El dogma, al afirmar una verdad fundada en la autoridad divina, es un estímulo a la inteligencia; la solicita y la urge para investigar la creación en todas sus direcciones hasta encontrar su armonía con la fe.

3.- El esplendor de la verdad en Cristo

Karol Wojty?a es uno de los principales exponentes del personalismo polaco. Fue el alma de la escuela ética de Lublin. Discípulo de Kazimierz Wais. Su Magisterio Pontificio es un desarrollo sistemático del Concilio Vaticano II influenciado por la ética de Max Scheller, de quién toma y analiza la experiencia moral entendida como fuente epistemológica de la ética clásica, el personalismo del humanismo integral de Jacques Maritain, una síntesis de fenomenología kantiana y tomismo construyendo una antropología moderna sobre la estructura central de la persona humana con el fin de edificar una “civilización del amor” por medio de la defensa de los derechos del hombre (DD.HH.), la democracia, el diálogo interreligioso, la evangelización de la cultura, una filosofía de la Familia, la bioética y la educación que implique un esfuerzo de superación entre subjetivismo y objetivismo, entre idealismo y realismo. La lectura de San Juan de la Cruz será para él una revelación. Su tesis doctoral en teología tendrá como finalidad objetivar la experiencia subjetiva de la fe tal y como San Juan de la Cruz la describe. Estas intuiciones adquirirán una forma más articulada, clara y amplia en la que muchos años más tarde será su Encíclica programática: Redemptor hominis al asumir la cátedra de Pedro adoptando el nombre de Juan Pablo II. Cristo al unirse en cierto modo a cada hombre hace que la humanidad de cada hombre se vuelva vía para afirmar el Misterio cristiano.

S. Juan Pablo II veía con suma atención y preocupación los intentos del mundo moderno por destruir la familia como cimiento de la sociedad cristiana. Por eso, dedico gran parte de su magisterio a la importancia de la subjetividad social de la familia como fundamento sólido y perenne de la ¨civilización del amor¨ mediante poderosas reflexiones económicas, políticas, sociales, filosóficas y teológicas. Un enfoque necesariamente multidisciplinario desde la perspectiva de la Fe.

El problema del constituirse de la cultura a través de la “praxis” humana. En ella expone la prioridad del hombre como sujeto de la acción humana y su consecuencia metodológica: la acción como camino para entender a la persona. La fecundidad de la prioridad praxeológica de lo humano al interior de la acción permitirá entender cómo la persona se construye a sí misma al momento de construir el mundo. Además ayudará a entender que la subjetividad de la persona se participa al ser y hacer-junto-con-otros. Por lo que será posible hablar propiamente de que la sociedad posee «subjetividad» cuando el modo humano de la acción, es decir, la acción solidaria, se establece como dinámica estable en una comunidad. El tema de la “subjetividad social” será una de las claves para comprender la propuesta antropológica de las Encíclicas Solicitudo Rei Socialis y Centesimus Annus.

En la Segunda Instrucción sobre la Teología de la Liberación, (Sobre Libertad cristiana y liberacióndel 22-3-1986 publicada por la Congregación para la Doctrina de la Fe en sus puntos 43-60, podemos vislumbrar el verdadero sentido de liberación en y por Cristo propuesto por S. Juan Pablo II cuando nos dice que la verdadera liberación se regocijo en la figura de Cristo Crucificado. La acción redentora de Cristo nos libero de la muerte y del pecado. Esta libertad dada por Cristo nos religo a la comunión con el Padre. En esta comunión el hombre encuentra su verdadera libertad.

La concepción cristiana de libertad se encuentra en la gracia de la fe y de los sacramentos de la Iglesia. El hombre emprende durante toda su vida en la tierra un combate espiritual por su salvación según las armas de Dios. Este combate no anula la libertad. El Espíritu Santo es la fuente de verdadera libertad y la caridad es el cumplimiento pleno de su ley. La iglesia, fiel a esta vocación, nos muestra el verdadero camino de liberación promoviendo la dignidad de la persona y ahuyentándonos de toda forma de opresión. La felicidad la alcanzaremos si hacemos buen uso de nuestro libre albedrío alcanzando la Jerusalén Nueva, ciudad de libertad. La salvación de nuestra alma es la glorificación de la libertad. No se puede reducir esta concepción a un plano político terrenal. La forma es una forma de injusticia que clama su pronta solución pero su sentido más profundo se alcanza cuando se es liberado de las redes del pecado y no por milagro de ideologías políticas.

La misión confiado por Cristo a la Iglesia es la de anunciar la verdad revelada y de esta modo iluminar las conciencias. La salvación integral del mundo es el fin buscado y las bienaventuranzas anunciadas por Jesús manifiestan la perfección de ese amor evangélico. El compromiso con los asuntos temporales al servicio del prójimo liberándolos del pecado y del maligno es la misión evangelizador y salvífica por excelencia de la Iglesia. La Iglesia nos muestra el camino para nuestra salvación y no se aparta del mismo cuando se pronuncia sobre la promoción de la justicia y la dignidad del hombre. Instigar la formación moral del carácter y sedimentar la vida espiritual de los hombres.

La dimensión soteriológica de la liberación no puede reducirse a la dimensión socio – ética. La DSI ofrece principios de reflexión, criterios de juicio y directrices de acción para lograr instaurar el Reino de Dios en los asuntos temporales preservando el fundamento supremo que es la dignidad del hombre estando ligados íntimamente el principio de solidaridad y de subsidiariedad. La DSI emite a la luz de sus principios sobre los métodos estructurales y culturales marcados por el pecado que influyen sobre el hombre respetando siempre su responsabilidad y no imponiendo ningún sistema en particular. La conversión de los corazones es el camino más sólido para obtener verdaderos cambios que enaltezcan la dignidad del hombre. Los medios de acción para la consecución de este fin deben estar en conformidad con la dignidad del hombre respetando su libertad.

4.- La conversión del mundo a Cristo.

La civilización actual debe ser transformada por la civilización del amor. Las estructuras del pecado deben dejar paso al Reino social de Cristo y por su medio la salvación de los hombres. El acceso a la cultura y la educación del trabajo son medidas fundamentales para este fin. El modelo a seguir se encuentra en la figura de Jesús de Nazaret. El trabajo es la clave de toda la cuestión social. Todo hombre tiene derecho a un trabajo digno que enaltezca su dignidad. El trabajo debe ser anterior al capital. El Estado debe ser el garante para este fin pero muchas veces puede ser llamado a intervenir directamente. El esfuerzo laboral de los hombres debe estar orientado al bien común nacional e internacional. Todo hombre debe tener acceso a aquellos bienes necesario para su planificación. La solidaridad debe alentar este espíritu. Los países ricos deben asistir a los países más pobres por el destino universal de los bienes. El Estado tiene que eliminar el índice de analfabetismo en la sociedad. La cultura y la educación no tienen que ser utilizadas como factores al servicio del poder político y económico; la tarea educativa es responsabilidad de la familia. La inculturación no puede seguir llevando a los pueblos al subdesarrollo. El evangelio tiene que impregnar la cultura de la nación. La Iglesia es la única que une la diversidad y unidad en beneficio de la persona. Sólo con un verdadera y sincera metanoia en Cristo, las sociedades y el hombre podrán dignificarse y alcanzar la concordia y un desarrollo integral que lo enaltezca. Mientras los gobiernos sigan alentando y sosteniendo la apostasía con un orden jurídico que de carta de ciudadanía y residencia a la cultura de la muerte en las sociedades del siglo XXI, las opciones no serán muy alentadoras para el desarrollo integral y trascendental del hombre.

Por: Hernán Bressi | Fuente: Catholic.net

San Benito, patrono de Europa y Patriarca de los monjes occidentales

“Ora et labora” (ora y trabaja) es el famoso lema del gran San Benito Abad, Patrono de Europa y Patriarca de los monjes en occidente. Por su legado e influencia sigue siendo uno de los Santos más venerados de toda la cristiandad.

San Benito nació en Nursia (Norcia – Italia) en el 480. Su hermana gemela fue Santa Escolástica. Después de haber estudiado retórica y filosofía en Roma, San Benito se retiró de la ciudad a Enfide (actual Affile) para profundizar en el estudio y dedicarse a la disciplina ascética.

No conforme, a los 20 años se fue al monte Subiaco y vivió en una cueva con la guía de un ermitaño. Años después se fue con los monjes de Vicovaro, quienes después lo eligieron prior.

No duró así mucho tiempo ya que trataron de envenenarlo debido a la disciplina que les exigía. Como era su costumbre, San Benito hizo la señal de la cruz sobre el vaso que le habían dado y el objeto se rompió en pedazos. Después de hacerles caer en la cuenta de lo que habían hecho, se alejó de ellos.

Con un grupo de jóvenes, impresionados por su ejemplo de cristiano, fundó monasterios, uno de ellos en Monte Cassino, y escribió su famosa Regla que ha sido inspiración para numerosos reglamentos de comunidades religiosas monásticas hasta el día de hoy. Asimismo inició centros de formación y cultura.

San Benito era muy conocido por su trato amable y por sus sacrificios. Se levantaba de madrugada a rezar los salmos, oraba y meditaba por varias horas, ayunaba diariamente y acudía a los pueblos a predicar.  El Santo veía el trabajo como algo honroso que llevaba a la santidad.

De igual modo consolaba a los tristes, curaba a los enfermos, daba limosnas y alimento a los necesitados y se dice que en algunas ocasiones “resucitó” a los muertos con la ayuda de Dios.

Su amor y fuerza los encontró en Cristo crucificado y, como exorcista, sometía a los espíritus malignos con la famosa “cruz de San Benito”.

El Santo predijo la fecha de su muerte que aconteció el 21 de marzo del 547, a pocos días de que falleciera su hermana Santa Escolástica. Murió de pie en la capilla con las manos levantadas al cielo. «Hay que tener un deseo inmenso de ir al cielo», fueron sus últimas palabras.

A finales del Siglo VIII en numerosos lugares se empezó a celebrar su fiesta el 11 de julio.

Por: aciprensa.com

¿Cómo lidiar con una persona tóxica?

¿Te ha sucedido que te sientes mal cuando estás con una determinada persona?. Te sientes incómoda, sus comentarios denotan desprecio, puedes llegar a sentirte vulnerable y sobretodo ante su presencia tu forma de ser carácter se ven afectados.

Esta persona puede ser tu novio, cónyuge, mamá, jefe, compañero de trabajo o cualquier familiar. El resultado es que nos altera y nos quita la paz.

Estas son las llamadas personas tóxicas y te daré algunas de sus características para que puedas identificarlas:

* Se centra siempre en negativo de las cosas

* Nunca escucha tus problemas

* Siempre está dispuesta a señalar tus defectos

* Te saca de quicio a menudo

* No tiene en cuenta tus sentimientos

* Te presiona para que hagas cosas con las que no te sientes a gusto

* Te llena de dudas

* Traspasa continuamente tus límites

* Nunca asume su responsabilidad

* Se resiste a cambiar

Como podrás ver, son personas que no aportan nada positivo en la vida. Cuando se trata de personas cercanas a nosotros, puede surgir un fenómeno de enganche y dependencia que cuesta ver y reconocer.

Comparto contigo cinco claves que nos ofrece la Dra. Marian Rojas, amiga mía para protegernos de las personas tóxicas que nos dificultan nuestra vida día a día:

1. Sé discreto con esas personas:

En cualquier momento pueden usar la información que tienen para anularte o hacerte daño. Las personas que te quieren se alegrarán de tus éxitos y sabrán apoyarte en los momentos de dificultad.

2. Ignora la opinión de la gente tóxica:

Así serás libre de sus palabras y comportamientos. Relativiza su comportamiento, no le des tanta importancia. De ti depende que ellos te influyan.

Aprende a ponerte un impermeable psicológico, donde se te resbalen sus miradas, comentarios o críticas. Pregúntate: ¿quiero que esa persona tenga tanta importancia en mi vida?

3. Aléjate de ellas.

Decía el Dalai Lama: “deja ir a personas que sólo llegan a compartir quejas, problemas, historias desastrosas, miedo y juicio de los demás”.

Intenta olvidarte de esa persona tóxica. Aléjate, poco a poco o de manera directa. Despídete si es necesario y sino huye. No hay que olvidar que hay personas que llegan a nuestra vida y la mejoran, pero hay otras que cuando se alejan, la mejoran aún más.

4. Aprende a convivir con ellas.

Si no puedes despedirte porque forman parte de tu vida, son cercanas a ti, aprende a convivir con ellas.

Intenta analizar aquello que te causa tal grado de inquietud en tu relación con esa persona. Lo primero es determinar si se trata de un “tóxico universal”, es decir que todos opinan que es una persona tóxica; o si se trata de un “tóxico individual”, que te afecta solo a ti.

El segundo paso consiste en desmenuzar la raíz de la toxicidad, que significa preguntarte: ¿qué sucede en mi cuando veo a esa persona? ¿surgen sentimientos de inferioridad, de debilidad, de rabia, temor, ira?

Aprende a analizarte a ti mismo e intenta comprender a esa persona tóxica: ¿qué le sucede? ¿por qué me trata así?. Muchas veces al comprender la situación por la que pasan otras personas, su historia, traumas o problemas, nos podemos compadecer de ellas y dejar de sufrir.

E incluso ir más allá y perdonar a esa persona. El perdón es el mejor bálsamo que existe.

5. Tener cerca “personas vitamina”

Estas personas producen el efecto contrario en nuestra mente y en nuestro organismo. Son capaces de alegrar el corazón en segundos.

Es muy recomendable tener a mano personas buenas, con intenciones sanas que nos fomenten y enriquezcan el equilibrio interior.

Pregúntate si en tu vida existen este tipo de personas, y cual es tu actitud ante ellas.

Cuando consigas que las personas tóxicas no te hagan vulnerable, habrás ganado la batalla y conseguirás la paz interior que deseas.

Por: Lucia Legorreta

Matrimonios endeudados

Economía en el matrimonio

Todas las parejas buscan tener y dar a sus hijos una buena calidad de vida, aunque en ocasiones en esta búsqueda, puedan poner en riesgo su economía y patrimonio.

Muchos matrimonios tienen conflictos a causa de los compromisos económicos que han adquirido a lo largo de su vida en pareja. Y algunos de ellos solo fueron para darle gusto al otro.

Un estudio realizado por Sodexo Beneficios e Incentivos México, revelo que el 55% de los jóvenes y adultos de México dice que tiene sus finanzas bajo control, mientras que el 40 % admite que la mayoría de sus ingresos los tienen que destinar en pagar deudas.

Por lo tanto, es importante que antes de comprar o utilizar algún tipo de crédito, analicen juntos si la deuda que van a adquirir está dentro de sus posibilidades de pago, si el tiempo que van a tener para cubrirla es el adecuado y si verdaderamente necesitan aquello que quieren comprar.

Según los expertos los matrimonios que viven con menos estrés son aquellos que se disfrutan más y son más estables.

En Red Familia te damos algunos consejos prácticos para evitar que tu matrimonio enfrente problemas financieros:

1. Presupuesto. Es muy importante que ambos se sienten a revisar sus ingresos y egresos y con base a eso, definan capacidad de pago.

2. Establezcan las prioridades que han de incluir en los gastos a hacer.

3. Eviten gastos innecesarios: hagan una evaluación de lo que van a comprar para saber si es una necesidad familiar o sólo es un gusto que pueden posponer.

Por: Redacción | Fuente: Red Familia 

¿Existe el demonio?

En el Evangelio solemos oír relatos de la expulsión de demonios por Jesús. Tal vez, este hecho nos suena a nosotros un poco raro. Porque el estar poseído por un demonio nos parece algo exclusivo de aquellos tiempos. Sin embargo sucede también en nuestros días, aunque sea poco frecuente.

Pero el problema de fondo para el hombre de hoy es la pregunta, si el demonio como persona existe o no. Resulta que el hombre moderno e incluso el cristiano moderno apenas creen en el demonio. Éste ha conseguido realizar, en nuestros días, su mejor maniobra: hacer que se dude de su existencia.

Queremos, por eso, ahora reflexionar un poco sobre el diablo y su actuar en el mundo y en nuestra vida.

Los habitantes del infierno buscan, contrarrestar el poder y dominio de Dios. Y porque no les es dado enfrentarse directa-mente con Dios, lo hacen indirectamente. Tratan de arrebatarle su creatura preferida de la tierra: el hombre.

Así cada uno de nosotros es un campo de lucha en que se enfrentan el bien y el mal, las fuerzas divinas y las fuerzas diabólicas.

¿Quién negaría tal realidad? Nadie de noso-tros va a ser tan ingenuo de creerse fuera de esa lucha permanente. Cada uno de nosotros experimen-ta esta tensión, este conflicto en su propio cuerpo y en su propia alma. Nos damos cuenta de que un ser fuerte obra en nosotros y nos quiere imponer su voluntad, y que necesitamos a otro más fuerte para liberarnos.

Fuimos liberados ya el día de nuestro bautismo. Pero el demonio -volvió a nosotros y lo dejamos entrar de nuevo, por medio de nuestros pecados.

La gran obra del diablo es el pecado. Él es el “padre del pecado”. La realidad del mal – que lleva a los hombres a matar, robar y engañar; que hace triunfar al injusto y sufrir al justo.

Que vuelve egoístas a los que tienen ya demasiado y lleva a la desesperación a los marginados – todo esto y mucho más es su obra, bien presente y actual en nuestro mundo.

Realmente, el hombre no vive solo su destino. Es incapaz de ser absolutamente independiente. O se entrega a Dios o es encadenado por el demonio. Tanto en el bien como en el mal, no somos nosotros los que vivimos: es Cristo o Satanás el que vive y triunfa en nosotros. ¡O somos hijos de Dios o somos hijos del diablo!

Jesucristo choca, desde el comienzo de su misión, con esta potencia del mal increíblemente activa y extendida por el mundo. Por todas partes Jesús la descubre, la expulsa, la destrona. En este contexto debemos ver también los textos del Evangelio. En el centro de los textos no está el poseído por el demo-nio, sino Cristo mismo. En Él debe fijarse nuestra mirada.

Porque nosotros mismos no lograremos soltar-nos del poder del demonio. Con nuestras propias fuerzas no podremos vencer el mal dentro de noso-tros. Es necesario que Cristo nos fortalezca en nuestra lucha diaria contra el enemigo. Es nece-sario que Cristo nos libere, paso a paso, de su poder destructor. También María, la vencedora del diablo, ha de ayudarnos en ello.

Como Cristo procedió en el Evangelio con los poseídos, así quiere expulsar la injusticia, la mentira, el odio y todo el mal de esta tierra. Quiere en nosotros y por nosotros crear un mundo nuevo mejor, renovar la faz de la tierra. Quiere construir una Nación de Dios, donde reinan la verdad, la justicia y el amor.

Queridos hermanos, también nosotros seremos, un día, totalmente libres de la influencia del maligno. Será en el día feliz de nuestro encuen-tro final con Dios, de nuestra vuelta a la Casa del Padre.

Preguntas para la reflexión

1. ¿Creo realmente en la acción del demonio?
2. ¿Soy consciente de la lucha que se libra en mi interior?
3. ¿Conozco mi punto débil, que es donde más me ataca el demonio?

Por: Padre Nicolás Schwizer | Fuente: Retiros y homilías del Padre Nicolás Schwizer

Salir a su paso tal como soy.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Cristo, en cada momento, nos está buscando para sanarnos. Él cruza hasta «la otra orilla», solo para encontrarse con nosotros. Lo que Él quiere es estar dentro de nosotros, sacar toda oscuridad y llenarnos de luz.

Nosotros tenemos que salir «desde el cementerio» de nuestro interior. Desde el lugar donde tenemos nuestras miserias, donde hay solo oscuridad, donde solo hay amor propio. Tenemos que clamar a Dios desde nuestra miseria junto con el salmista: «Desde lo más profundo, te invoco, Señor. Señor, escucha mi clamor… Si llevas cuentas de las culpas, Señor, Señor mío, ¿quién podrá quedar en pie? Pero en Ti está el perdón, y así mantenemos tu temor.» (Sal 130)

Salir desde nuestro cementerio es para ir al encuentro de Cristo y pedirle a «gritos», no de desesperación, sino de fe, que nos sane. Salir al encuentro de alguien, implica un acto de libertad, que es lo que Cristo busca de nosotros. Dios no nos obliga a salir, lo que quiere es que de nosotros salga la iniciativa para querer ir a Él y ser sanados.

Es en este momento en que tenemos que tener la actitud del centurión, que dijo: «Señor, no soy digno de que entres a mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme.» Cristo dice «está bien», y son esas palabras las que necesitamos en nuestra vida para ser sanados por Él.

Busquemos salir al paso de Cristo tal como somos, no tengamos miedo de Él, pues lo único que quiere es sanarnos. Está en nosotros querer salir desde nuestras miserias para ser sanados y para que nos llene de su amor.

La esperanza cristiana se basa en la fe en Dios que siempre crea novedad en la vida del hombre, crea novedad en el cosmos. Nuestro Dios es el Dios que crea novedad, porque es el Dios de las sorpresas.
No es cristiano caminar con la mirada dirigida hacia abajo -como hacen los cerdos: siembre van así- sin levantar los ojos hacia el horizonte. Como si todo nuestro camino se apagase aquí en el palmo de pocos metros de viaje; como si en nuestra vida no hubiese ninguna meta y ningún desembarque, y nosotros estuviésemos obligados a un eterno vagar, sin alguna razón para nuestras muchas fatigas. Esto no es cristiano.
(Audiencia de S.S. Francisco, 23 de agosto de 2017).

Por: H. Rogelio Suárez, L.C

La fe de Santo Tomás

Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: «La paz con vosotros». Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor. Jesús les dijo otra vez: «La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío». Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos». Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor». Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré». Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro y Tomás con ellos. Se presentó Jesús en medio estando las puertas cerradas, y dijo: «La paz con vosotros». Luego dice a Tomás: «Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente». Tomás le contestó: «Señor mío y Dios mío». Dícele Jesús: «Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído». Jesús realizó en presencia de los discípulos otras muchas señales que no están escritas en este libro. Estas han sido escritas para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre.

Reflexión
“Tomás, ¿porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto”. Estas palabras del Señor resucitado quieren insinuarnos a reflexionar, un poco, sobre nuestra fe cristiana. Además, el hombre pascual, el hombre nuevo que debe nacer en nosotros es, particularmente, un hombre de fe.

El tema de la fe es muy actual, hoy en día, porque el mundo está pasando por una evidente crisis de fe. Existe el proceso lento de la des-cristianización, de una paralización y aún de una extinción de la fe en el hombre moderno, y hasta en nuestras propias filas.

El tiempo de hoy huye de Dios, lo reconoce en el mejor de los casos, solamente como idea. No tiene ya un claro concepto de la persona de Dios ni de su influencia personal frente al mundo y frente a los acontecimientos de nuestra época.

Quizás también a nosotros nos pase un día, que debamos constatar: En el fondo ya no creo más en lo que he creído antes. Se perdió mi entusiasmo, mi fervor religioso. Y no nos sentimos por eso demasiado tristes; lo constatamos simplemente.

Nuestra vida de fe, nuestra propia vida espiritual, tiene sus altos y bajos. Tenemos épocas, en que todo nos anda mal, en que nos cuesta rezar, confesarnos, buscar a Dios. Pero, ¿qué pasará si estos estados se reiteran y llegan a ser duraderos?

En todo caso no podemos mantener viva nuestra fe en el ambiente frío del mundo moderno sin llevar una vida auténticamente espiritual y sin tener orden en esa vida espiritual, sin tener tiempo para meditar y rezar, sin tener tiempo para los que piensan y luchan como nosotros.

En esta situación la Iglesia nos muestra hoy la actitud de Santo Tomás. Tomás es un verdadero hombre moderno, un realista y existencialista, que no cree en más que en lo que toca, que no quiere vivir de ilusiones, que tiene miedo que lo engañen: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos y si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo”.

Lo que nos impresiona en el caso de Tomas, primero, que nos lo hace tan simpático y a la vez contemporáneo, es la violencia de su resistencia. Son muy duras las condiciones que pone para su rendición. Una dureza tan terrible no puede provenir más que de un terrible sufrimiento. Él no quiere arriesgarse de nuevo, porque ya ha sufrido demasiado, porque – probablemente – ha sufrido más que los otros por la Pasión y Muerte de Jesús.

La respuesta de Jesús a las exigencias de Tomás es inaudita: Jesús las acepta y se somete a ellas: “Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado” y agrega Jesús: “No seas incrédulo, sino creyente”.

Y entonces. Santo Tomás, vencido por tanto amor y tanta indulgencia de Jesús. se siente transportado a una altura, a la que nadie ha llegado y exclama: “¡Señor mío y Dios mío!” Es el primero que llega con su fe hasta este extremo. Hasta ahora, ningún apóstol ha dicho a Jesús: tú eres mi Dios. De ese pobre Tomás, escéptico y exigente, obtiene Jesús uno de los actos de fe más hermosos de todo el Evangelio.

¿Y nosotros? Nosotros no vemos ni tocamos al Señor como Tomás. Sin embargo, nos pasa lo mismo que a él: Jesús está con nosotros, aún y sobre todo en medio de nuestra duda e incredulidad. para apoyamos y fortalecemos.

Nuestras crisis de fe son crisis de crecimiento y nos sirven para ser más adultos en nuestra fe, para acercarnos más y más a Dios. Los obstáculos son ocasiones de ascensión tal como la presa que obliga al agua a elevarse para darle una potencia nueva.

Porque la fe es una aventura permanente, un desafío continuo, un largo camino que tenemos que andar. Y cuándo adelantamos en este camino, tanto más debemos hacer saltos de fe. Es lo que dice San Pedro en una de sus cartas. “Tenemos que sufrir pruebas, para que sea purificada nuestra fe, como el oro por el fuego”.

Queridos hermanos, pidamos por eso en esta Eucaristía pascual, que Dios nos haga madurar y crecer en nuestra fe. Y que nuestras crisis de fe sean sólo crisis de crecimiento en nuestro caminar hacia la Casa del Padre.

Y pidámosle también a María, Madre de la fe, que nos regale la gracia de una fe firme y profunda en su Hijo Jesús, el Señor resucitado.

¡Qué así sea!
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Padre Nicolás Schwizer
Instituto de los Padres de Schoenstatt