jueves, abril 17, 2025
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Del santo Evangelio según san Mateo 5, 43-48

Del santo Evangelio según san Mateo 5, 43-48

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Han oído que se dijo: Ama a tu prójimo y odia a tu enemigo. Yo, en cambio, les digo: Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian y rueguen por los que los persiguen y calumnian, para que sean hijos de su Padre celestial, que hace salir su sol sobre los buenos y los malos, y manda su lluvia sobre los justos y los injustos.

Porque si ustedes aman a los que los aman, ¿qué recompensa merecen? ¿No hacen eso mismo los publicanos? Y si saludan tan sólo a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario? ¿No hacen eso mismo los paganos? Ustedes, pues, sean perfectos, como su Padre celestial es perfecto».

Palabra del Señor.

El Papa alza la voz contra la prostitución y la explotación de las mujeres

En la Misa celebrada en la Casa Santa Marta este viernes 15 de junio, el Papa Francisco alzó la voz contra la prostitución y la explotación de las mujeres, contra la filosofía del descarte que las considera personas de segunda clase y las pisotea por ser mujeres.

En su homilía, el Santo Padre reflexionó sobre las palabras de Cristo en el Evangelio del día: “Todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón”, y “todo el que repudia a su mujer la hace ser adúltera”.

Con estas palabras, explicó el Papa, “Jesús cambió la historia, porque hasta aquel momento, la mujer era de segunda clase, era como una esclava y no tenía plena libertad”.

“La doctrina de Jesús sobre la mujer cambia la historia”, aseguró. “Una cosa es la visión de la mujer antes de Jesús, y otra después de Jesús. Jesús dignifica a la mujer y la sitúa al mismo nivel que el hombre, porque toma aquella primera palabra del Creador cuando dice que los dos son ‘imagen y semejanza de Dios’, los dos; no primero el hombre y luego, un poco más abajo, la mujer. No: los dos. Y el hombre sin la mujer a su lado –ya sea como madre, como hermana, como esposa, como compañera de trabajo, como amiga–, ese hombre no está hecho a imagen y semejanza de Dios”.

El Pontífice denunció la generalización de la mujer como objeto que se ha instalado en la sociedad y en la cultura actual: “En los programas televisivos, en las revistas, en los diarios se muestra a la mujer como objeto de deseo, de uso, como en un supermercado”. “Se presenta a la mujer como objeto de esa filosofía de usar y tirar, como material de descarte”.

En este sentido, advirtió que esa filosofía “es un pecado contra Dios Creador, porque al rechazar a la mujer, no podemos ser imagen y semejanza de Dios. Se está produciendo un ataque contra la mujer, un terrible ataque. ¿Cuántas veces las mujeres, para tener un puesto de trabajo, deben venderse como objetos de usar y tirar? ¿Cuántas veces? Aquí, en Roma. No hace falta irse muy lejos”.

El Papa se preguntó qué veríamos si hiciéramos una “peregrinación nocturna” por determinados lugares de la ciudad donde “tantas mujeres, tantas migrantes y no migrantes son explotadas como si fuera un mercado”. Y la gente “se limpia la conciencia llamándolas ‘prostitutas’. Frente a nuestra libertad, ellas son esclavas de este pensamiento del descarte”.

“Todo eso sucede aquí, en Roma, sucede en cada ciudad”, lamentó. “Mujeres anónimas, mujeres sin mirada porque la vergüenza cubre la mirada, mujeres que no saben reír y muchas de ellas no conocen la alegría de ser madres”.

“También en la vida cotidiana, sin necesidad de ir a esos lugares, encontramos este pensamiento maligno de rechazar a la mujer, de considerarla de segunda clase. Debemos reflexionar mejor. Y haciendo esto, o diciendo aquello, entrando en ese pensamiento, despreciamos la imagen de Dios que ha hecho al hombre y a la mujer juntos a su imagen y semejanza”.

Por último, el Papa pidió una oración “por las mujeres descartadas, por las mujeres usadas, por las jóvenes que tienen que vender su propia dignidad para tener un puesto de trabajo”.

Fuente: ACI Prensa

¿Es lícito callar ante el aborto?

NO CALLAR EL CRIMEN DEL ABORTO

El 16 de marzo de 1998, la Santa Sede publicó un documento llamado “Nosotros recordamos: una reflexión sobre la Shoah”, dedicado a la terrible tragedia desatada durante la Segunda Guerra Mundial y la persecución del nazismo contra los judíos (que no fue sólo contra los judíos sino contra muchos más como los gitanos y contra muchos católicos y cristianos en general). En ella se leen estas palabras:

“En los territorios donde el nazismo practicó la deportación de masas, la brutalidad que acompañó esos movimientos forzados de gente inerme debería haber llevado a sospechar lo peor. ¿Ofrecieron los cristianos toda asistencia posible a los perseguidos, y en particular a los judíos?

Muchos lo hicieron, pero otros no. No se debe olvidar a los que ayudaron a salvar al mayor número de judíos que les fue posible, hasta el punto de poner en peligro su vida. Durante la guerra, y también después, comunidades y personalidades judías expresaron su gratitud por lo que habían hecho en favor de ellos, incluso por lo que había hecho el Papa Pío XII, personalmente o a través de sus representantes, para salvar la vida a cientos de miles de judíos. Por esa razón, muchos obispos, sacerdotes, religiosos y laicos fueron condecorados por el Estado de Israel.

A pesar de ello, como ha reconocido el Papa Juan Pablo II, al lado de esos valerosos hombres y mujeres, la resistencia espiritual y la acción concreta de otros cristianos no fueron las que se podía esperar de unos discípulos de Cristo. No podemos saber cuántos cristianos en países ocupados o gobernados por potencias nazis o por sus aliados constataron con horror la desaparición de sus vecinos judíos, pero no tuvieron la fuerza suficiente para elevar su voz de protesta . Para los cristianos este grave peso de conciencia de sus hermanos y hermanas durante la segunda guerra mundial debe ser una llamada al arrepentimiento. Deploramos profundamente los errores y las culpas de esos hijos e hijas de la Iglesia”.

Estas palabras escritas medio siglo después de aquellos acontecimientos nos recuerdan la mala actitud de muchos cristianos que “no tuvieron fuerza suficiente para elevar su voz de protesta”. Y el documento habla de “grave peso de conciencia” y de la necesidad del arrepentimiento.

¿Cuál es el pecado cometido por estos cristianos? El no elevar la voz de protesta frente a un crimen sólo puede ser pecado cuando hay obligación de protestar y de no callar. Y acusar a un cristiano por “no haber tenido fuerza suficiente” sólo es posible si no existe en verdad tal falta de fuerza, es decir, si en el fondo la razón no es otra que la tibieza, la desidia, la cobardía, el miedo o el desinterés por la vida ajena en peligro.

Hubo muchos cristianos, pastores, sacerdotes y obispos, que dieron la cara y arriesgaron la vida. El Papa ha declarado las virtudes heroicas de Mons. Clemens August von Galen, llamado el León de Münster, quien no tuvo reparo en predicar con valentía contra Hitler y su exterminio de discapacitados en las mismas narices del Führer. Hitler no lo tocó en aquel momento porque decidió asesinarlo cuando hubiera alcanzado la victoria definitiva.

En su primera carta pastoral diocesana de la Pascua de 1934, von Galen condena sin reservas la cosmovisión neopagana del nazismo poniendo claramente en evidencia el carácter religioso de esta ideología: «Una nueva y nefasta doctrina totalitaria que coloca a la raza por encima de la moralidad, coloca a la sangre por encima de la ley […] repudia la revelación, pretende destruir los fundamentos del cristianismo […]. Es un engaño religioso. A veces ocurre que este nuevo paganismo se esconde incluso bajo nombres cristianos […]. Este ataque anticristiano que estamos viviendo en nuestros días supera, en violencia destructiva, a todos los demás de los que tenemos conocimiento desde los tiempos más lejanos». La carta termina con una admonición a los fieles a no dejarse seducir por tal «veneno de las conciencias» e invita a los padres cristianos a vigilar a sus hijos. El mensaje pascual cayó como una bomba y tuvo un efecto liberador en el clero y en el pueblo, teniendo eco no sólo en Alemania, sino también en el extranjero.

El sábado 12 de julio de 1941 el obispo recibe la comunicación de que han sido ocupadas las casas de los jesuitas  de la Königstrasse y de Haus Sentmaring. Con el avance de la guerra los jefes supremos del partido intensificaron el secuestro de bienes de las confesiones cristianas, y precisamente en los días en que Münster sufría graves daños por los bombardeos, la Gestapo comenzó sistemáticamente a deportar a religiosos y a ocupar y confiscar los conventos. También fueron secuestrados los conventos de las monjas de clausura. Los religiosos y religiosas fueron insultados y expulsados. El obispo se puso en movimiento inmediatamente. Afrontó personalmente a los hombres de la Gestapo, diciéndoles que estaban realizando «un acto infame y vergonzoso», y los llamó con mucha claridad y franqueza «ladrones y bandoleros». Consideró que había llegado el momento de intervenir públicamente. Estaba listo para cargar con todo por Dios y por la Iglesia, aunque esto pudiera costarle la vida. El día siguiente, tras prepararse bien el sermón, subió al púlpito decidido a llamar a las cosas por su nombre. «Ninguno de nosotros está al seguro, ni siquiera el que en conciencia se considera el ciudadano más honesto, el que está seguro de que nunca llegará el día en que vengan a arrestarle a su propia casa, le quiten la libertad, le encierren en los campos de concentración de la policía secreta de Estado. Soy consciente de que esto puede sucederme hoy también a mí…» Y no duda en desenmascarar frente a todos las viles intenciones de la Gestapo, considerándola responsable de todas las violaciones de la más elemental justicia social: «El comportamiento de la Gestapo daña gravemente a amplísimos estratos de la población alemana… En nombre del pueblo germánico honesto, en nombre de la majestad de la justicia, en el interés de la paz… yo levanto mi voz como hombre alemán, como ciudadano honrado, como ministro de la religión católica, como obispo católico, yo grito: ¡exijamos justicia!».

Este es sólo un ejemplo, tal vez de los más hermosos que nos legó la historia. Junto al suyo, muchos otros cristianos se callaron la boca. Tuvieron miedo. O simplemente pensaron que no era problema de ellos; era una pelea que no les incumbía. ¿Es eso pecado? Sí, es uno de los dos pecados que cometió Caín. El primero fue el fratricidio. El segundo fue sostener una mentira gigantesca que destruye la base de toda sociedad: decir que no somos responsables ni guardianes de la sangre de nuestros hermanos. Este segundo pecado es el que cometen los que se callan cuando hay que hablar para salvar al inocente. Aunque no podamos salvarlo, aunque sólo podamos patalear para que no lo asesinen contando con nuestra mudez.

Queridos hermanos, el silencio, la pereza, la desidia o el miedo de estos cristianos dio por resultado la muerte de de menos diez millones de inocentes (judíos la mayoría, pero también un innumerable número de gitanos, discapacitados, sacerdotes, religiosas y religiosos, católicos, etc.). Esto pasó hace 50 años.

Dentro de 50 años o mucho menos tal vez también seamos juzgados nosotros por nuestra actitud ante el más grande genocidio que ha conocido la historia de la humanidad: el del aborto y la eutanasia que revive en nuestro tiempo la misma mentalidad pagana del nazismo y de los campos de exterminio comunistas. Cada año este crimen deja 60 millones de muertos (teniendo en cuenta sólo los abortos quirúrgicos que pueden llegar a cerca de 500 millones con los abortos provocados por píldoras abortivas y otros dispositivos); víctimas que tienen como característica el ser niños, inocentes, no haber cometido mal alguno, no tener capacidad de defenderse y ser el futuro de nuestro mundo. A esto se suma el creciente fenómeno del homicidio/suicidio llamado eutanasia.

Hay dos series de pecados que se pueden cometer relacionados con este crimen:

(1) Ante todo, todos los pecados que se relacionan directamente con este homicidio cualificado: el practicar un aborto, el ayudar a realizarlo, el pedirlo, el aconsejarlo, el votarlo o hacer campañas a favor del mismo, el presionar para que alguien lo realice. Muchos de estos casos incluso conllevan cuando se reúnen ciertas condiciones la pena de excomunión automática, además de encuadrarse como pecado gravísimo. Más grave que todos estos es el reclamar o simplemente postular que el aborto “es un derecho” de la mujer . En seguida diré algo más al respecto.

(2) El otro pecado es callarse ante este mal; no hacer nada para intentar detenerlo; pensar que no nos toca o que no es asunto nuestro; no apoyar a quienes dan la cara para frenar esta tragedia colectiva, o peor todavía considerar que quienes luchan contra el aborto y ponen la cara son imprudentes o fanáticos, o hacernos eco de la prensa que los despedaza, por estar ella involucrada con los que manejan las campañas abortistas. Ejemplo notable tenemos en la valiente carta de Mons. Baseotto contra el aborto dirigida al Ministro de Salud Gines González y todas las criticas que ha desatado por parte del Gobierno incluso pidiendo su destitución a la Santa Sede, incluso haciéndole decir cosas que no ha dicho y cambiándole el verdadero sentido a sus palabras. En un caso como este, guardar silencio puede ser pecado. No olvidemos que el pedido de perdón de la Iglesia por la mala actitud de algunos católicos ante la persecución nazista se debió a que se quedaron callados; ellos no asesinaron a nadie ni entregaron a nadie al perseguidor; simplemente miraron el espectáculo como si no fuese problema de ellos. A los que hablaron (como mons. von Galen) los persiguieron y algunos terminaron en la cárcel, como suele ocurrir en los tiempos difíciles.

Por tanto, es nuestro deber recordar las grandes verdades sobre este tema que podemos resumir en los siguientes puntos:

1º Matar al inocente es un pecado abominable.

2º Asesinar al inocente indefenso, siendo niño, enfermo, anciano o discapacitado es un pecado más abominable aún.

3º Cuando los que lo asesinan o piden su muerte son sus padres, sus hijos, sus parientes, éste se convierte en un pecado que no tiene nombre.

4º Cuando los que lo practican son los que se han comprometido a defender la vida, a curar, a aliviar el dolor, como son los médicos y enfermeros, conlleva además la traición de sus juramentos y horroriza al cielo.

5º Cuando los que trabajan por imponer una pena de muerte al inocente, como es este caso pues se condena a muerte por venir al mundo, por ser enfermo, por estar postrado o por ser deficiente, cuando los que hacen esto son los Gobernantes, entonces es probable que Dios entregue a esa Nación a su propia destrucción.

6º Y finalmente, cuando se defiende no sólo el aborto sino la existencia de un “derecho a abortar” o un “derecho a que se practique la eutanasia” se comete no sólo un pecado contra la vida y el quinto mandamiento de la ley divina, sino que además se incurre en una herejía porque está revelado como consta en la Tradición y el Magisterio de la Iglesia que no existe derecho a matar al inocente. Y en esto entramos en otro terreno, pues el que comete pecado de herejía destruye la fe en su alma, aunque por fuera se siga llamando católico. Observemos que no estoy hablando aquí del que hace o pide un aborto sabiendo que hace algo abominable ante Dios, sino del que defiende “la existencia de un derecho” a hacer el mal del aborto o de la eutanasia. Eso ya afecta a la fe.

Queridos hermanos, no todos tenemos las mismas posibilidades de decir estas cosas, pero ha llegado el momento en que debemos buscar el modo de que nuestras convicciones no queden guardadas en nuestro corazón. El que pueda proclamarlo desde el púlpito o desde la cátedra debe hacerlo; el comerciante que pueda decirlo o hacerlo leer a sus clientes debe hacerlo, aunque no sepa encontrar otro modo que empapelar las paredes y vidrieras de su negocio con estas verdades; la ama de casa que no tenga otro medio, al menos puede decirlo a sus vecinas y defender el más sagrado de los dones naturales que Dios nos ha dado. Cada uno verá el modo. Lo que no se puede es callar.

Por: P. Miguel A. Fuentes, IVE | Fuente: TeologoResponde.org

Papa Francisco invita a complementar la ciencia con la fe en estudio del Universo

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En el discurso pronunciado ante los participantes en la Escuela de Verano de Astrofísica, el Papa Francisco señaló que la tarea del científico de avanzar en el conocimiento del Universo puede complementarse con una mirada metafísica y de fe.

El Pontífice dio su discurso en el evento promovido por la Specola Vaticana este jueves 14 de junio. Francisco afirmó que “conocer el Universo, al menos en parte; ser conscientes de lo que sabemos y lo que no sabemos, y cómo podemos proceder para saber más, es la tarea del científico”.

Sin embargo, señaló, “hay otra mirada metafísica” oculta a los instrumentos de medición y que “reconoce la Primera Causa de todo”. “Y todavía otra mirada, la de la fe, que acoge la Revelación. La armonía de estos diferentes niveles de conocimiento nos lleva a la comprensión; y la comprensión –esperemos– nos abre a la Sabiduría”, indicó.

“El Universo es inmenso y, a medida que crece nuestra comprensión del mismo, también crece la necesidad de aprender a gestionar el flujo de información que nos llega de muchas fuentes”, aseguró.

Tal vez, “la forma en que manejáis tal cantidad de datos también pueda dar esperanza a aquellos que en el mundo se sienten arrollados por la revolución informática de Internet y de las redes sociales”.

El Pontífice puso de relieve que, ante la enormidad del Universo, “nos sentimos pequeños y podríamos sentirnos tentados de pensar que somos insignificantes”.

En este sentido, destacó que ese miedo no se trata de algo nuevo, y puso como ejemplo uno de los salmos: “Hace más de dos mil años, el salmista escribía: ‘Al ver tu cielo, hechura de tus dedos, la luna y las estrellas que fijaste tú, ¿qué es el hombre, para que de él te acuerdes, el hijo de Adán para que de él te cuides? ‘. Y, sin embargo, continúa: ‘Apenas inferior a un dios le hiciste, coronándole de gloria y de esplendor’”.

Por ello, “siempre es importante, como científicos y como creyentes, comenzar admitiendo que hay mucho que no sabemos. Pero es igualmente importante no estar nunca satisfechos con permanecer en un cómodo agnosticismo. Así como nunca debemos pensar que sabemos todo, nunca deberíamos temer tratar de aprender más”.

“También en este sentido podemos entender ‘la gloria y el esplendor’ de los que habla el salmista, la alegría de una labor intelectual como la vuestra, el estudio de la astronomía. A través de nosotros, criaturas humanas, este universo puede volverse, por decirlo así, consciente de sí mismo y de Aquel que nos creó: es el don –con la responsabilidad relativa– que nos ha sido dado como seres pensantes y racionales en este cosmos”.

Por último, recordó que “como seres humanos, somos más que pensadores y racionales. También somos personas con un sentido de curiosidad que nos impulsa a saber más; criaturas que trabajan para aprender y compartir lo que han aprendido, por el gusto de hacerlo. Y somos personas que aman lo que hacen y que descubren en el amor por el universo un anticipo de ese amor divino que, al contemplar la creación, declaró que era buena”.

Por: aciprensa.com

¿Son los niños de 13 años maduros para utilizar solos las redes sociales?

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Catherine L´Ecuyer es una de las grandes expertas mundiales en la divulgación de temas de educación. Autora de Educar en el Asombro y Educar en la Realidadse han convertido en fenómenos editoriales, en los que aboga por la defensa de los niños, criticando que se les quiera convertir en adultos antes de tiempo.

Por ello, es muy crítica con la utilización de pantallas, tanto móviles como tabletas, por parte de niños y adolescentes, alertando de las consecuencias del abuso que se produce en su consumo y también en su utilización en la educación. “Necesitan menos pantallas y más realidad”, afirma siempre.

Esta madre de 4 hijos alerta nuevamente sobre estas nuevas tecnologías y sobre elnuevo proyecto ley que rebaja la edad hasta los 13 años para poder registrarse en las redes sociales. Este es el análisis que realiza en El País

Niños con 13 años, ¿maduros para usar solos las redes sociales?
Francia acaba de anunciar que cumplirá con su promesa electoral de prohibir el móvil en las escuelas. Resulta curioso que una promesa así pueda llevar a un político al poder en los tiempos que corren. Spain is different, desde luego. Aquí, acaba de proponerse un proyecto de ley que baja de 14 a 13 años la edad para consentir al tratamiento de los datos —y por lo tanto para darse de alta a una red social—, a pesar de que el marco legislativo europeo recomendaba 16 años a sus Estados miembros. Unos hablan de “una generación pérdida”, mientras que otros aseguran que “la tecnología es neutra y que el impacto dependerá del uso que se haga de ella”.

¿Es neutra la tecnología? Veamos el caso de una tecnología “neutra”: una nevera.Supongamos que cada vez que abrimos la nevera, se enciende la luz. ¿Volveríamos a abrirla varias veces para ver si se ilumina? No hacemos eso, porque nos resulta previsible que ocurra -mientras la bombilla no se funda-. La luz no provoca fascinación, ni adicción, porque no hay descarga de dopamina en el cerebro cuando abrimos neveras. Ahora bien, imaginémonos que cada vez que abrimos una nevera “inteligente”, nos da noticias en directo de la erupción de un volcán en una ciudad cercana, estadísticas de las personas que han pensado en nosotros en tiempo real, nos dice si esos pensamientos fueron positivos o no, y además nos enseña comidas distintas de las que podemos escoger para comérnoslas inmediatamente con una presentación impecable. ¿Cuántas veces abriríamos la nevera cada día?

En las redes se entrega a uno mismo
¿Creemos que el uso de esa nevera no impactaría en nuestros hábitos alimenticios? ¿En nuestro peso? ¿En la cantidad de tiempo que pasamos en la cocina? ¿En el tiempo que dejamos de dedicar a otras actividades?

Decía Marshall McLuhan que “la postura según la cual la tecnología es neutra es la del adormecido idiota tecnológico”. Frase dura, pero de una curiosa vigencia, después de que Mark Zuckerberg haya confesado en uno de los eventos más destacados de su interminable gira del perdón, su comparecencia ante los representantes del Congreso de los Estados Unidos: “hemos creado una herramienta neutra, pero no hemos pensado en como podía ser usada para hacer el mal”. ¿Solución? La contratación de 20.000 personas que revisarán nuestros muros al peine fino y eliminarán los contenidos considerados “no seguros para la comunidad”. Y muy recientemente, Facebook sorprendió una vez más con el anuncio de la contratación de “especialistas en credibilidad de las noticias”, eufemismo divertido por “editor de noticias de medios de comunicación”. Un duro golpe para un medio que siempre se posicionó como “neutro”. ¿Cómo se decide si un contenido es seguro, o no? ¿Cuál es el criterio? El de la neutralidad. La neutralidad todo poderosa de una empresa que se atribuyó a sí misma la infalibilidad para emitir el sello del nihil obstat sobre el contenido emitido y consumido por sus 2.200 millones de usuarios, nada menos que una tercera parte de la población mundial. Ninguna religión, ninguna organización en el mundo tiene actualmente tantos adeptos susceptibles de ser influidos por el incuestionable dogma de la “neutralidad”. Un dogma con tantas fisuras, que se está empezando a convertir en una pesadilla recurrente para Zuckerberg.

Si pensábamos que el impacto que tiene la tecnología depende del uso que se hace de ella, es que nos olvidamos de que, en la vida, no hay nada gratuito. Cuando usamos una herramienta, tenemos que pagar un precio por ella. Otra cosa es que no seamos conscientes de ello, por mucho consentimiento y acuerdo de uso con letra pequeña que hayamos firmado con el dedo. En el caso de las redes, lo que entregas, no es dinero, eres tú mismo. No solo por las horas y por la preciada atención que le dedicas. Va mucho más allá de eso. Las plataformas que ofrecen contenidos en las redes, o que permiten a los usuarios compartirlos, no están en el negocio de entregar contenidos a cambio de nada. Están en el negocio de entregar usuarios a los que patrocinan sus plataformas y esos contenidos, o incluso a terceros. Por lo tanto, la moneda de cambio por el uso de las redes, es el usuario. Eres tú, o es tu hija o tu hijo. Y pronto podrá hacerlo sin tu consentimiento con tan solo 13 años.

«No podemos dejar que sean esclavos de su tiempo»
Y si pensamos que el impacto no se aprecia, recordemos que 30 segundos de una publicidad en la Super Bowl valen más de dos millones de dólares. Las empresas no gastarían ese dinero si ello no tuviera un impacto directo e inmediato en el consumo o la apreciación de sus productos o de sus marcas. La atención del usuario y su información privada es un bien preciado que nunca había sido objeto de tanto poder económico y político. Tanto es así, que sabemos que una empresa de consultoría política —Cambridge Analytica—, se hizo indebidamente con la información de más de 50 millones de usuarios de Facebook, consiguió influir en el resultado de las elecciones americanas y cambiar el curso de la historia de la democracia.

Hace unos días, Facebook confesó el intercambio de datos de usuarios con al menos 60 empresas, entre ellas Apple, Amazon, Samsung y Microsoft. ¿Quizás sea esa la explicación por la que el joven fundador de Facebook tiene las entradas del audio y de la cámara de su dispositivo tapadas con un celo oscuro? ¿Podemos, entonces, razonablemente asumir que un menor de 13 años tiene la madurez suficiente para dar su consentimiento a una actividad que tiene tantas implicaciones?

Algunos dicen que, si les quitamos el Internet a los jóvenes, es como si les quitáramos la sangre. ¿Es posible defender la neutralidad de una tecnología de la que hablamos en esos términos? La tecnología en una mente no preparada para usarla, difícilmente será neutra. Y menos si está diseñada para la adicción. Nuestros hijos son hijos de su tiempo, y es cierto que su tiempo no es el nuestro. Pero si deseamos lo mejor para ellos, no podemos dejar que sean esclavos de su tiempo; para ello, necesitamos leyes que no dejen a los padres fuera de juego.

Por: n/a | Fuente: Religión en Libertad

Del santo Evangelio según san Mateo 5, 27-32

Del santo Evangelio según san Mateo 5, 27-32

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Han oído ustedes que se dijo a los antiguos: No cometerás adulterio; pero yo les digo que quien mire con malos deseos a una mujer, ya cometió adulterio con ella en su corazón. Por eso, si tu ojo derecho es para ti ocasión de pecado, arráncatelo y tíralo lejos, porque más te vale perder una parte de tu cuerpo y no que todo él sea arrojado al lugar de castigo. Y si tu mano derecha es para ti ocasión de pecado, córtatela y arrójala lejos de ti, porque más te vale perder una parte de tu cuerpo y no que todo él sea arrojado al lugar de castigo.

También se dijo antes: El que se divorcie, que le dé a su mujer un certificado de divorcio; pero yo les digo que el que se divorcia, salvo el caso de que vivan en unión ilegítima, expone a su mujer al adulterio, y el que se casa con una divorciada comete adulterio».

Palabra del Señor.

6 consejos para una mejor vida de oración

Así que ¿quieres orar, pero no estás seguro por dónde comenzar? Déjame que te cuente primero una historia acerca de un monje que casi ahoga a un seminarista…

¿Cuán importante es orar?

Hubo una vez un joven seminarista comenzando su viaje hacia el sacerdocio. Él era un poco sabelotodo y quería ser el mejor en todo cuanto hacía. Escuchó acerca de un monje muy santo que era considerado un maestro espiritual en cuanto a oración y contemplación se refiere.

El seminarista lo buscó y le pidió al viejo monje que le enseñara todos sus secretos para la oración. El monje lo envió de regreso. El seminarista era testarudo y regresó nuevamente al poco tiempo, pidiendo otra vez conocer los secretos para orar. El monje le dijo que regresara en una semana.

Cuando llegó a la semana siguiente, el monje lo llevó con él a un cuerpo de agua detrás del monasterio. El monje aún sin decir ni una palabra. Mientras entraban al agua, con ésta llegándoles un poco arriba de la cintura, la impaciencia del seminarista para con el monje creció, pero éste permanecía en silencio.

De pronto, el monje tomó al seminarista y hundió su cabeza debajo del agua. El seminarista luchaba y se retorcía, pero con la fuerza de un buey el viejo monje lo mantenía bajo el agua. Cuando el monje finalmente lo dejó ir, el seminarista se levantó buscando aliento, avergonzado, molesto y confundido. El monje lo miró y dijo: ‘Hasta que ores con la misma desesperación que tienes por aire, aún no has orado’.

¡Orar es tan importante para nuestras almas como lo es el aire para nuestro cuerpo! Necesitamos la oración para permanecer conectados a Dios quien nos ha creado con un plan en mente. Veamos algunas maneras como se puede profundizar en la oración en nuestra vida diaria.

¿Cómo orar?

1) ¡Di hola!

Cuando un amigo entra al salón, lo primero que la mayoría de las personas hacen es decir hola o saludan con la mano o con un movimiento de cabeza. En muchas maneras, este es el comienzo de la oración: un reconocimiento de la presencia de Dios. Cuando entramos a la Iglesia, hacemos una genuflexión delante del tabernáculo para humillarnos mientras reconocemos y reverenciamos la presencia real de Jesús en la Eucaristía dentro. Cuando inicies a orar, ya sea que estés caminando hacia algún lugar durante tu día, en una capilla o en tu cuarto, tómate un momento para reconocer en la presencia de Quién estás. “Paren y reconozcan que soy Dios” (Sal 46,11)

2) Se tú mismo.

Tantas personas piensan que la santidad es inalcanzable, y que para orar necesitamos vernos como una estatua de San Francisco con las manos juntas piadosamente. La realidad es que fuimos creados en comunión con Dios y Él desea tener una relación con nosotros. No quiere que seamos una copia al carbón de un santo del pasado. Él te creó con tus propios dones y pasiones y quiere brillar a través de ti y de forma única en ellos. ¡Ven a Él como eres y deja que te transforme en el santo que Él quiere que seas!

3) “Enséñanos a orar” (Lc 11,1).

Los apóstoles de Jesús le pidieron con estas palabras y la conversación resultante es lo que nosotros conocemos como la oración del “Padre Nuestro”. Si sus propios discípulos le pidieron a Jesús que les enseñara a orar, ¡cuánto más debemos pedirle nosotros que nos enseñe a orar! Pídele a Dios que te ayude y estate seguro de que Él te escucha. “Pidan y se les dará; busquen y hallarán; llamen y se les abrirá la puerta.” (Mt 7,7)

4) ¡Frena!

El mundo en el que vivimos nos abruma con los medios de comunicación y el ruido proveniente de todas las direcciones a diario, desde mensajes de texto hasta la música, la televisión o el internet. Estas cosas no son malas, pero mucho de ellas puede distraernos de nuestra relación y conversación con Dios.

«Hace falta silencio en este mundo que es a menudo muy bullicioso, lo que no es favorable para el recogimiento y para escuchar la voz de Dios” (Papa Benedicto XVI).

Toma 10 minutos de tu tiempo cada día y en lugar de dedicar ese tiempo a Facebook o a la televisión, úsalo para orar. Pon a Dios nuevamente en el centro de tu corazón y de tu mente.

5) Mantenla viva.

Una vida de oración que no se mantiene viva es como un estanque sin agua fluyendo dentro y fuera de él. Se estanca. No entra oxígeno y se convierte en inhabitable. Todo lo que se podrá encontrar es suciedad y mosquitos. A nadie le gustan los mosquitos, no seas esa persona. Pero una persona que cultiva su relación con Dios por medio de la oración encuentra una imagen muy diferente. Hay agua fresca corriendo dentro y fuera del estanque. ¡Da vida! Hay flores y árboles creciendo a su alrededor. Tu vida de oración afectará otras áreas de tu vida. “Dichoso el hombre que no va a reuniones de malvados, ni sigue el camino de los pecadores ni se sienta en la junta de burlones, mas le agrada la Ley del Señor y medita su Ley de noche y día. Es como árbol plantado junto al río que da fruto a su tiempo y tiene su follaje siempre verde. Todo lo que él hace le resulta” (Sal 1,1-3)

6) Deja que te transforme.

La práctica hace al maestro. Toda la vida cristiana, incluyendo la oración, es algo en lo que debemos trabajar para mejorar y perseverar en ella. ¡Dios puede hacer cosas maravillosas en nosotros si llegamos a Él en la oración!

“Las virtudes se forman por la oración. La oración preserva la templanza. La oración suprime la ira. La oración evita emociones de orgullo y envidia. La oración lleva al alma al Espíritu Santo, y eleva al hombre al Cielo”. (San Efrén el Sirio)

¡Haz la prueba!

Como católicos, tenemos acceso a la más grande forma de oración cada domingo (y cada día si está disponible) en la Misa, finalizando al recibir a Jesús mismo en la Eucaristía. ¡Alimento para el alma! Introdúcete en ella de una manera más profunda cada vez y escucha a Dios que te habla en ella.

Puedes también comenzar rezando el Rosario. Nuestra madre María es maravillosa y es el modelo perfecto de cómo amar a su Hijo.

La oración a San Miguel Arcángel es también una excelente oración. Satanás está tratando siempre de separarnos de Dios. San Miguel vence a Satanás, así que, créeme, quieres a San Miguel en tu equipo.

Ora por tu familia, tu cónyuge, tus hijos, los ministros, sacerdotes, y si eres soltero(a) por tu futuro (a) esposo (a), y agradécele a Dios por todas las personas que Él ha puesto en tu vida y que te han ayudado a ser quien eres.

Yo estoy orando para que en tu recorrido hacia la oración te enamores de Dios, quien estará contigo en las buenas y en las malas y en incontables aventuras a lo largo de toda tu vida. Todos sus santos y ángeles, ¡oren por nosotros!

Por: Aaron Hostetter | Fuente: Lifeteen.com // Píldoras de Fe 

Mensaje del Papa Francisco para la II Jornada Mundial de los Pobres Redacción ACI Prensa

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Con motivo de la II Jornada Mundial de los Pobres, que se celebrará el próximo 18 de noviembre, la Santa Sede ha hecho público un mensaje del Papa Francisco en el que llama a ayudar a los pobres sin caer en el protagonismo: “No es protagonismo lo que necesitan los pobres, sino ese amor que sabe esconderse y olvidar el bien realizado”.

“Frente a los pobres, no es cuestión de jugar a ver quién tiene el primado de la intervención, sino que podemos reconocer humildemente que es el Espíritu quien suscita gestos que son un signo de la respuesta y cercanía de Dios”.

A continuación, el texto completo del Mensaje del Papa Francsico:

Este pobre gritó y el Señor lo escuchó

1. «Este pobre gritó y el Señor lo escuchó» (Sal 34, 7). Las palabras del salmista se vuelven también las nuestras a partir del momento en que somos llamados a encontrar las diversas situaciones de sufrimiento y marginación en las que viven tantos hermanos y hermanas, que habitualmente designamos con el término general de “pobres”. Quien escribe tales palabras no es ajeno a esta condición, al contrario.

Él tiene experiencia directa de la pobreza y, sin embargo, la transforma en un canto de alabanza y de acción de gracias al Señor. Este salmo permite también a nosotros hoy comprender quiénes son los verdaderos pobres a los que estamos llamados a volver nuestra mirada para escuchar su grito y reconocer sus necesidades.

Se nos dice, ante todo, que el Señor escucha los pobres que claman a Él y que es bueno con aquellos que buscan refugio en Él con el corazón destrozado por la tristeza, la soledad y la exclusión. Escucha a cuantos son atropellados en su dignidad y, a pesar de ello, tienen la fuerza de alzar su mirada hacia lo alto para recibir luz y consuelo.

Escucha a aquellos que son perseguidos en nombre de una falsa justicia, oprimidos por políticas indignas de este nombre y atemorizados por la violencia; y aun así saben que en Dios tienen a su Salvador. Lo que surge de esta oración es ante todo el sentimiento de abandono y confianza en un Padre que escucha y acoge. En la misma onda de estas palabras podemos comprender más a fondo lo que Jesús proclamó con las bienaventuranzas: «Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos» (Mt 5, 3).

En virtud de esta experiencia única y, en muchos sentidos, inmerecida e imposible de describir por completo, nace por cierto el deseo de contarla a otros, en primer lugar a aquellos que son, como el salmista, pobres, rechazados y marginados. En efecto, nadie puede sentirse excluido del amor del Padre, especialmente en un mundo que con frecuencia pone la riqueza como primer objetivo y hace que las personas se encierren en sí mismas.

2. El salmo caracteriza con tres verbos la actitud del pobre y su relación con Dios. Ante todo, “gritar”. La condición de pobreza no se agota en una palabra, sino que se transforma en un grito que atraviesa los cielos y llega hasta Dios.

¿Qué expresa el grito del pobre si no es su sufrimiento y soledad, su desilusión y esperanza? Podemos preguntarnos: ¿cómo es que este grito, que sube hasta la presencia de Dios, no alcanza a llegar a nuestros oídos, dejándonos indiferentes e impasibles? En una Jornada como esta, estamos llamados a hacer un serio examen de conciencia para darnos cuenta si realmente hemos sido capaces de escuchar a los pobres.

El silencio de la escucha es lo que necesitamos para poder reconocer su voz. Si somos nosotros los que hablamos mucho, no lograremos escucharlos. A menudo me temo que tantas iniciativas, aunque de suyo meritorias y necesarias, estén dirigidas más a complacernos a nosotros mismos que a acoger el clamor del pobre

En tal caso, cuando los pobres hacen sentir su voz, la reacción no es coherente, no es capaz de sintonizar con su condición. Se está tan atrapado en una cultura que obliga a mirarse al espejo y a cuidarse en exceso, que se piensa que un gesto de altruismo bastaría para quedar satisfechos, sin tener que comprometerse directamente.

3. El segundo verbo es “responder”. El Señor, dice el salmista, no sólo escucha el grito del pobre, sino que responde. Su respuesta, como se testimonia en toda la historia de la salvación, es una participación llena de amor en la condición del pobre. Así ocurrió cuando Abrahán manifestaba a Dios su deseo de tener una descendencia, no obstante, él y su mujer Sara, ya ancianos, no tuvieran hijos (cf. Gén 15, 1-6).

Sucedió cuando Moisés, a través del fuego de una zarza que se quemaba intacta, recibió la revelación del nombre divino y la misión de hacer salir al pueblo de Egipto (cf. Éx 3, 1-15). Y esta respuesta se confirmó a lo largo de todo el camino del pueblo por el desierto: cuando el hambre y la sed asaltaban (cf. Éx 16, 1-16; 17, 1-7), y cuando se caía en la peor miseria, la de la infidelidad a la alianza y de la idolatría (cf. Éx 32, 1-14).

La respuesta de Dios al pobre es siempre una intervención de salvación para curar las heridas del alma y del cuerpo, para restituir justicia y para ayudar a retomar la vida con dignidad. La respuesta de Dios es también una invitación a que todo el que cree en Él obre de la misma manera dentro de los límites de lo humano.

La Jornada Mundial de los Pobres pretende ser una pequeña respuesta que la Iglesia entera, extendida por el mundo, dirige a los pobres de todo tipo y de toda región para que no piensen que su grito se ha perdido en el vacío. Probablemente es como una gota de agua en el desierto de la pobreza; y sin embargo puede ser un signo de compartir para cuantos pasan necesidad, que hace sentir la presencia activa de un hermano o una hermana.

Los pobres no necesitan un acto de delegación, sino del compromiso personal de aquellos que escuchan su clamor. La solicitud de los creyentes no puede limitarse a una forma de asistencia – que es necesaria y providencial en un primer momento –, sino que exige esa «atención amante» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 199) que honra al otro como persona y busca su bien.

4. El tercer verbo es “liberar”. El pobre de la Biblia vive con la certeza de que Dios interviene en su favor para restituirle dignidad. La pobreza no es buscada, sino creada por el egoísmo, el orgullo, la avaricia y la injusticia. Males tan antiguos como el hombre, pero que son siempre pecados, que involucran a tantos inocentes, produciendo consecuencias sociales dramáticas.

La acción con la cual el Señor libera es un acto salvación para quienes le han manifestado su propia tristeza y angustia. Las cadenas de la pobreza se rompen gracias a la potencia de la intervención de Dios. Tantos salmos narran y celebran esta historia de salvación que se refleja en la vida personal del pobre: «Él no ha mirado con desdén ni ha despreciado la miseria del pobre: no le ocultó su rostro y lo escuchó cuando pidió auxilio» (Sal 22, 25). Poder contemplar el rostro de Dios es signo de su amistad, de su cercanía, de su salvación. «Tú viste mi aflicción y supiste que mi vida peligraba, […] me pusiste en un lugar espacioso» (Sal 31, 8-9).

Ofrecer al pobre un “lugar espacioso” equivale a liberarlo de la “red del cazador” (cf. Sal 91, 3), a alejarlo de la trampa tendida en su camino, para que pueda caminar expedito y mirar la vida con ojos serenos. La salvación de Dios toma la forma de una mano tendida hacia el pobre, que ofrece acogida, protege y hace posible experimentar la amistad de la cual se tiene necesidad. Es a partir de esta cercanía, concreta y tangible, que comienza un genuino itinerario de liberación: «Cada cristiano y cada comunidad están llamados a ser instrumentos de Dios para la liberación y promoción de los pobres, de manera que puedan integrarse plenamente en la sociedad; esto supone que seamos dóciles y atentos para escuchar el clamor del pobre y socorrerlo» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 187).

5. Me conmueve saber que muchos pobres se han identificado con Bartimeo, del cual habla el evangelista Marcos (cf. 10, 46-52). El ciego Bartimeo «estaba sentado al borde del camino pidiendo limosna» (v. 46), y habiendo escuchado que pasaba Jesús «empezó a gritar» y a invocar el «Hijo de David» para que tuviera piedad de él (cf. v. 47). «Muchos lo increpaban para que se callara. Pero él gritaba más fuerte» (v. 48).

El Hijo de Dios escuchó su grito: «“¿Qué quieres que haga por ti?”. El ciego le contestó: “Rabbunì, que recobre la vista!”» (v. 51). Esta página del Evangelio hace visible lo que el salmo anunciaba como promesa. Bartimeo es un pobre que se encuentra privado de capacidades básicas, como son la de ver y trabajar.

¡Cuántas sendas conducen también hoy a formas de precariedad! La falta de medios básicos de subsistencia, la marginación cuando ya no se goza de la plena capacidad laboral, las diversas formas de esclavitud social, a pesar de los progresos realizados por la humanidad… Como Bartimeo, ¡cuántos pobres están hoy al borde del camino en busca de un sentido para su condición! ¡Cuántos se cuestionan sobre el porqué tuvieron que tocar el fondo de este abismo y sobre el modo de salir de él! Esperan que alguien se les acerque y les diga: «Ánimo. Levántate, que te llama» (v. 49).

Lastimosamente a menudo se constata que, por el contrario, las voces que se escuchan son las del reproche y las que invitan a callar y a sufrir. Son voces destempladas, con frecuencia determinadas por una fobia hacia los pobres, considerados no sólo como personas indigentes, sino también como gente portadora de inseguridad, de inestabilidad, de desorden para las rutinas cotidianas y, por lo tanto, merecedores de rechazo y apartamiento. Se tiende a crear distancia entre ellos y el proprio yo, sin darse cuenta que así se produce el alejamiento del Señor Jesús, quien no los rechaza sino que los llama así y los consuela.

Con mucha pertinencia resuenan en este caso las palabras del profeta sobre el estilo de vida del creyente: «soltar las cadenas injustas, desatar los lazos del yugo, dejar en libertad a los oprimidos y romper todos los yugos; […] compartir tu pan con el hambriento, […] albergar a los pobres sin techo, […] cubrir al que veas desnudo» (Is 58, 6- 7). Este modo de obrar permite que el pecado sea perdonado (cf. 1Pe 4, 8), que la justicia recorra su camino y que, cuando seremos nosotros lo que gritaremos al Señor, Él entonces responderá y dirá: ¡Aquí estoy! (cf. Is 58, 9).

6. Los pobres son los primeros capacitados para reconocer la presencia de Dios y dar testimonio de su proximidad en sus vidas. Dios permanece fiel a su promesa, e incluso en la oscuridad de la noche no hace faltar el calor de su amor y de su consolación.

Sin embargo, para superar la opresiva condición de pobreza es necesario que ellos perciban la presencia de los hermanos y hermanas que se preocupan por ellos y que, abriendo la puerta del corazón y de la vida, los hacen sentir amigos y familiares. Sólo de esta manera podremos «reconocer la fuerza salvífica de sus vidas» y «ponerlos en el centro del camino de la Iglesia» (Exhort. apost. Evangelii gaudium, 198).

En esta Jornada Mundial estamos invitados a hacer concretas las palabras del Salmo: «los pobres comerán hasta saciarse» (Sal 22, 27). Sabemos que en el templo de Jerusalén, después del rito del sacrificio, tenía lugar el banquete. En muchas Diócesis, esta fue una experiencia que, el año pasado, enriqueció la celebración de la primera Jornada Mundial de los Pobres.

Muchos encontraron el calor de un una casa, la alegría de una comida festiva y la solidaridad de cuantos quisieron compartir la mesa de manera simple y fraterna. Quisiera que también este año y en el futuro esta Jornada fuera celebrada bajo el signo de la alegría por redescubrir el valor de estar juntos. Orar juntos y compartir la comida el día domingo.

Una experiencia que nos devuelve a la primera comunidad cristiana, que el evangelista Lucas describe en toda su originalidad y simplicidad: «Todos se reunían asiduamente para escuchar la enseñanza de los Apóstoles y participar en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones. […]Todos los creyentes se mantenían unidos y ponían lo suyo en común: vendían sus propiedades y sus bienes, y distribuían el dinero entre ellos, según las necesidades de cada uno» (Hch 2, 42. 44-45).

7. Son innumerables las iniciativas que diariamente emprende la comunidad cristiana para dar un signo de cercanía y de alivio a las variadas formas de pobreza que están ante nuestros ojos. A menudo la colaboración con otras realidades, que no están motivadas por la fe sino por la solidaridad humana, hace posible brindar una ayuda que solos no podríamos realizar.

Reconocer que, en el inmenso mundo de la pobreza, nuestra intervención es también limitada, débil e insuficiente hace que tendamos la mano a los demás, de modo que la colaboración mutua pueda alcanzar el objetivo de manera más eficaz. Nos mueve la fe y el imperativo de la caridad, pero sabemos reconocer otras formas de ayuda y solidaridad que, en parte, se fijan los mismos objetivos; siempre y cuando no descuidemos lo que nos es propio, a saber, llevar a todos hacia Dios y a la santidad. El diálogo entre las diversas experiencias y la humildad en el prestar nuestra colaboración, sin ningún tipo de protagonismo, es una respuesta adecuada y plenamente evangélica que podemos realizar.

Frente a los pobres, no es cuestión de jugar a ver quién tiene el primado de la intervención, sino que podemos reconocer humildemente que es el Espíritu quien suscita gestos que son un signo de la respuesta y cercanía de Dios. Cuando encontramos el modo para acercarnos a los pobres, sabemos que el primado le corresponde a Él, que ha abierto nuestros ojos y nuestro corazón a la conversión.

No es protagonismo lo que necesitan los pobres, sino ese amor que sabe esconderse y olvidar el bien realizado. Los verdaderos protagonistas son el Señor y los pobres. Quien se pone al servicio es instrumento en las manos de Dios para hacer reconocer su presencia y su salvación.

Lo recuerda San Pablo escribiendo a los cristianos de Corinto, que competían ente ellos por los carismas, en busca de los más prestigiosos: «El ojo no puede decir a la mano: “No te necesito”, ni la cabeza, a los pies: “No tengo necesidad de ustedes”» (1Cor 12, 21). El Apóstol hace una consideración importante al observar que los miembros que parecen más débiles son los más necesarios (cf. v. 22); y que «los que consideramos menos decorosos son los que tratamos más decorosamente.

Así nuestros miembros menos dignos son tratados con mayor respeto, ya que los otros no necesitan ser tratados de esa manera» (vv. 23-24). Mientras ofrece una enseñanza fundamental sobre los carismas, Pablo también educa a la comunidad en la actitud evangélica respecto a los miembros más débiles y necesitados. Lejos de los discípulos de Cristo sentimientos de desprecio o de pietismo hacia ellos; más bien están llamados a honrarlos, a darles precedencia, convencidos de que son una presencia real de Jesús entre nosotros. «Cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo» (Mt 25,40).

8. Aquí se comprende cuánta distancia existe entre nuestro modo de vivir y el del mundo, el cual elogia, sigue e imita a quienes tienen poder y riqueza, mientras margina a los pobres, considerándolos un desecho y una vergüenza. Las palabras del Apóstol son una invitación a darle plenitud evangélica a la solidaridad con los miembros más débiles y menos capaces del cuerpo de Cristo: «¿Un miembro sufre? Todos los demás sufren con él. ¿Un miembro es enaltecido? Todos los demás participan de su alegría» (1Cor 12, 26).

Del mismo modo, en la Carta a los Romanos nos exhorta: «Alégrense con los que están alegres, y lloren con los que lloran. Vivan en armonía unos con otros, no quieran sobresalir, pónganse a la altura de los más humildes» (12, 15-16). Esta es la vocación del discípulo de Cristo; el ideal al cual aspirar con constancia es asimilar cada vez más en nosotros los «sentimientos de Cristo Jesús» (Flp 2,5).

9. Una palabra de esperanza se convierte en el epílogo natural al que conduce la fe. Con frecuencia son precisamente los pobres los que ponen en crisis nuestra indiferencia, hija de una visión de la vida en exceso inmanente y atada al presente. El grito del pobre es también un grito de esperanza con el que manifiesta la certeza de ser liberado. La esperanza fundada sobre el amor de Dios que no abandona a quien en Él confía (cf. Rom 8, 31-39).

Santa Teresa de Ávila en su Camino de perfección escribía: «La pobreza es un bien que encierra todos los bienes del mundo. Es un señorío grande. Es señorear todos los bienes del mundo a quien no le importan nada» (2, 5). Es en la medida que seamos capaces de discernir el verdadero bien que nos volveremos ricos ante Dios y sabios ante nosotros mismos y ante los demás. Así es: en la medida que se logra dar el sentido justo y verdadero a la riqueza, se crece en humanidad y se vuelve capaz de compartir.

10. Invito a los hermanos obispos, a los sacerdotes y en particular a los diáconos, a quienes se les impuso las manos para el servicio de los pobres (cf. Hch 6, 1-7), junto con las personas consagradas y con tantos laicos y laicas que en las parroquias, en las asociaciones y en los movimientos hacen tangible la respuesta de la Iglesia al grito de los pobres, a que vivan esta Jornada Mundial como un momento privilegiado de nueva evangelización. Los pobres nos evangelizan, ayudándonos a descubrir cada día la belleza del Evangelio. No echemos en saco roto esta oportunidad de gracia.

Sintámonos todos, en este día, deudores con ellos, para que tendiendo recíprocamente las manos, uno hacia otro, se realice el encuentro salvífico que sostiene la fe, hace activa la caridad y permite que la esperanza prosiga segura en el camino hacia el Señor que viene.

Por: Acriprensa.com