lunes, noviembre 10, 2025
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LA PRUDENCIA.

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¡Qué bonito es cuando uno conoce una persona que siempre actúa con medida, no hace ni de más ni de menos… no habla ni de más ni de menos… Una persona que siempre hace lo que debe de ser: un hombre de una sola pieza!
En este folleto, queremos platicarte sobre una
Virtud que se llama LA PRUDENCIA.

¿QUÉ ES LA PRUDENCIA?

– Los hombres de mar usan un aparato que se llama BRÚJULA, que les dice donde está el norte, el sur, el este y el oeste, de modo que ellos puedan tomar el camino correcto.

– Así, LA PRUDENCIA, es la que te hace distinguir en toda ocasión CUAL ES EL CAMINO CORRECTO, CUAL ES EL BIEN; te dice que es lo que conviene hacer o dejar de hacer.

– La PRUDENCIA es la luz que dirige todos nuestros actos para llegar a Dios.

– La PRUDENCIA ayuda al hombre a poner atención a la voz de su conciencia, en vez de poner atención a lo que siente.

NO CONFUNDAS:

– Es muy importante no confundir la verdadera prudencia, que es hacer lo que Dios nos dice que es correcto… porque mucha gente cree que ser prudente es ser hipócrita, disimular por miedo, ser cobarde o actuar por interés.

– Por ejemplo: si tu compadre quiere hacer un negocito medio chueco, transarse a otros y tú no le dices que no es correcto lo que quiere hacer, esto no es prudencia sino cobardía.

– Si cuando estás con tus amigos, uno de ellos habla mal de tu Iglesia o empieza con ideas raras y tú te quedas callado, eso no es prudencia sino hipocresía.

PRUDENCIA EN LAS OBRAS

– Ser prudente en las obras es:

VER, EXAMINAR, PENSAR DELANTE DE DIOS, cada cosa que vayas a hacer, despacio, con calma… y una vez que decidas… no temas, sé FIRME en lo que Dios te dice que es lo mejor.

No te dejes cegar por las pasiones, por los sentimientos que te hacen ver las cosas de modo distinto: lo blanco es blanco y lo negro es negro…. lo que está bien, está bien y lo que está mal, está mal. Siempre hay que escoger lo mejor, lo más agradable a los ojos de Dios y no lo más fácil, lo que no me causa problemas, lo que más me conviene a mí. ¡Esto es prudencia!

PRUDENCIA EN EL HABLAR:

– Vale la pena detenerse a pensar en la prudencia con que usas tu lengua. A veces, ¡cómo como es difícil callar! ¿No es verdad que la mayor parte de las imprudencias las debes a tu lengua? ¿Cuántas veces te has arrepentido de decir lo que dijiste? ¿Cuántas, si hubieras podido recoger tus palabras, lo hubieras hecho con una gran alegría?

– Aprende a callar, a medir lo que dices, a pensar antes de abrir la boca.

– Aprende a guardar silencio en las cosas que no debes estar predicando. Trata de ser discreto.

– Y aprende también, cuando sea necesario, a hablar a tiempo lo que tienes que decir.

CUANDO ACTUAMOS CON PRUDENCIA:

– Si en tu vida actúas con prudencia, vivirás siempre con una GRAN PAZ… con una gran serenidad… te sentirás siempre cerca de Dios…

– La ÚNICA Y VERDADERA FELICIDAD en la vida, se logra solamente cuando estás seguro, estás tranquilo con tu conciencia porque estás haciendo la voluntad de Dios, estás haciendo lo que Dios quiere de ti.

PECADOS CONTRA LA PRUDENCIA

– Son faltas contra la virtud de la prudencia:

1) La PRECIPITACIÓN — cuando actúas rápido y al aventón, movido por el capricho y no piensas antes, ni pides consejo.

2) La INCONSIDERACIÓN — cuando juzgas o actúas parejo, sin tomar en cuenta los detalles que rodean a cada caso y cada persona.

3) La INCONSTANCIA — cuando te propones algo bueno y lo abandonas fácilmente.

4) La LUJURIA — cuando te importan más tus pasiones, tus deseos del cuerpo, que el bien.

5) La NEGLIGENCIA — cuando sabes y conoces lo que debes de hacer y ¨te vale¨: dejas de luchar por ello.

6) La IGNORANCIA — cuando teniendo la oportunidad de aprender, no quieres y acabas actuando mal por no conocer la verdad.

¿CÓMO LOGRAR LA PRUDENCIA?

– Para lograr ser una persona prudente, se necesita que estés decidido, que le eches ganas. Para ello te aconsejamos:

1) Que te acerques a Dios por LA ORACIÓN —reza, platica con El un momentito todas las mañanas y pídele su luz, su consejo, su opiniòn para escoger siempre el bien.

2) Que trates de FORMARTE — que estudies sobre tu religión para que sepas lo que está bien y lo que está mal, lo que le gusta a Dios y lo que no.

Por eso es importante que leas la Biblia, que nos cuenta cómo fue la vida de Jesús, cómo sabía El escoger siempre el bien, cómo era prudente. Guarda tus folletos «Conozcamos nuestra Fe Católica» y léelos varias veces, sòlo así aprenderás. Si tienes otros libros dereligión estúdialos.

3) ANTES DE actuar, PIENSA primero.

4) Haz un esfuerzo siempre por GUIARTE POR LA RAZÓN, por lo que te dice tu cabeza y no por lo que sientes en ese momento. Recuerda que la ira, el enojo, la tristeza, el rencor, son malos consejeros.

5) Aprovecha los CONSEJOS de personas con experiencia y con formación. No dudes en pedirle al sacerdote que te dé unos consejitos cuando lo necesitas. Pero ten cuidado, no vayas a pedir consejos a tu comadre que no está formada para dártelos.

6) Sé CUIDADOSO y trata de no meterte en problemas. Es más fácil no meterse en él problema, que salir de él.

7) Nunca olvides que LO MÁS IMPORTANTE EN LA VIDA, es amar y servir a Dios, hacer su voluntad, aún a costa de sacrificar lo que a ti te gusta.

 

UNA AVARICIA PECULIAR

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Poseer puede llegar a ser una pasión avasalladora. Es una de las inclinaciones que más enloquecen. Se refuerza con el deseo de seguridad, de poder y de presumir, que proporciona el tener mucho.

La tendencia desordenada a poseer suele manifestarse en el amor al dinero. El dinero no es propiamente un bien, sino un medio convencional de cambio que permite obtener bienes reales. Por eso, el dinero da lugar a una forma de avaricia peculiar, que no se centra en bienes, sino en el medio que parece proporcionarlos todos. En este sentido, en el amor al dinero se manifiesta en su esencia más pura la avaricia: el deseo de poseer, sin contenido real, sin bienes concretos que se amen: es como amar el poseer en abstracto.

UNA SENSATEZ INSENSATA

Muchos hombres que pueden considerarse verdaderamente sensatos y maduros porque son capaces de tomar decisiones ponderadas, de trabajar responsable y eficazmente, de organizar la vida de los demás, acaban cayendo, sin apenas darse cuenta, en esta tremenda insensatez: viven como si realmente el dinero fuera lo único importante y suponen loca y excéntrica cualquier otra visión de la vida. Es curioso, pero a medida que maduran, toma fuerza en su espíritu esa convicción. Es como si las demás cosas de la vida, de las que se esperaba mucho en otros momentos (la amistad, el amor, los viajes, las aficiones, etc.) se fueran difuminando con el tiempo y sólo el dinero se presentara como un valor sólido e inquebrantable.

San Agustín nos lo recuerda: «Ni a nosotros ni a nuestros hijos nos hacen felices las riquezas terrenas, pues o las perdemos durante la vida, o después de morir, las poseerá quien no sabemos, o quizá acaben en manos de quien no queremos. Sólo Dios nos hace felices, porque Él es la verdadera riqueza del alma» (De Civitate Dei, V, 18, 1).

Parece obvio que el dinero es importante y que hay que esforzarse por conseguirlo; en nuestra sociedad, sin dinero no se puede vivir. Esto es verdad, evidentemente, pero hay que tener cuidado con las generalizaciones. Admitamos que no se puede vivir sin dinero, por lo menos en una sociedad civilizada. Pero a continuación hay que preguntarse cuánto dinero es necesario para vivir y, también qué otras cosas, además de ganar dinero, importan en esta vida. Sería un círculo vicioso vivir para ganar dinero y ganar dinero solo para vivir.

El dinero, desde luego, no es lo primero. Sería absurdo dedicarle la vida, sabiendo que la vida misma es un bien limitado. El dinero es un instrumento. Hay que saber para qué se quiere; hay que saber cuánto se necesita; hay que saber lo que cuesta. Con esos datos podemos poner límites a la avaricia y dejar espacio y energías libres para dedicarse a los demás bienes importantes de esta vida: la cultura, la religión, las relaciones humanas, la amistad, etc.

LA “TONTERÍA” HUMANA

Tener mucho dinero no es ni bueno ni malo moralmente hablando; tiene ventajas e inconvenientes. Los inconvenientes son claros: más capacidad para adquirir bienes es también más capacidad para despistarse, para entretenerse, para perder de vista lo fundamental porque absorbe demasiado lo accesorio.

Es también más fácil corromperse: porque la corrupción está más a mano y se ofrece muchas veces por dinero. Es fácil caer en la tontería humana: dejarse llevar por la vanidad, sentir el placer de provocar en los demás la envidia, haciendo ostentación de lo que se posee; es fácil dejarse llevar por el capricho; es fácil concederse todos los gustos y no ponerse el freno que otros se ponen por necesidad, en el comer, en el beber… Si hay mucho amor al dinero, es fácil dejarse comprar, ser sobornados, corrompidos; dejarse llevar por el espíritu de lujo y el capricho de gastar, caer en la frivolidad, etc.

LA ESCALA DE LOS AMORES

No es que haya que contraponer el dinero a los bienes más importantes; no es que el dinero sea lo contrario; simplemente, son cosas distintas y no se mezclan como no se mezclan el aceite y el agua. Se puede tener amor, amistad, honestidad y cualquier otro bien con o sin dinero: no es ni más fácil ni más difícil. En principio, no influye; salvo en casos extremos: salvo que no haya nada o que haya demasiado.
El amor al dinero tiene que ocupar su sitio en la escala de los amores. Como no es el bien más importante no puede ocupar el primer lugar. Es un desorden dedicar tanto tiempo a ganar dinero que no quede tiempo para los demás bienes: que no quede tiempo para la amistad, la familia, el descanso, la relación con Dios o la cultura.

Es un desorden poner al dinero por encima de otros bienes más altos (que lo son casi todos). Y esto puede suceder sin apenas advertido, porque la lógica del dinero va acompañada frecuentemente de esa sensatez equivocada y loca, que hace que parezca razonable lo que, en realidad, es un gran error. Es un desorden, por ejemplo, trabajar mucho para proporcionar bienes a los hijos, sin pensar que la compañía del padre o de la madre es uno de los bienes que más necesitan.

Otro ejemplo cotidiano: muchas, muchísimas familias han quedado destrozadas por el simple hecho de tener que repartir una herencia. Padres, hijos, hermanos, matrimonios llegan a separarse y odiarse porque se han peleado por unas acciones, por unas tierras, por una casa… hasta por un mueble. Y esto sucede todos los días y ha sucedido desde la noche de los tiempos. ¿Cuánto vale el amor de un hermano, de un hijo, de un marido…? ¿No vale más que un pedazo de materia? ¿No hubiera sido mejor ceder?

PROCURAR LOS MEJORES BIENES

Ser rico tiene también ventajas. Esto es evidente si nos fijamos en los bienes elementales: tener dinero permite cubrir sin apuros las necesidades primarias. Pero esta es la menos importante de todas las ventajas. Las más importantes se refieren al uso de la libertad. Estas son las ventajas importantes desde un punto de vista moral.–

Ser rico significa tener muchos medios y por lo tanto mucha libertad para obrar bien. Es un talento y, por tanto, una responsabilidad. Sólo los que tienen muchos medios pueden emprender grandes obras. El valor moral de la riqueza –y de quien la tiene– depende del fin al que la destina, porque el dinero sólo es un medio. La clave de la riqueza es el servicio que presta.

Precisamente por el atractivo que el dinero tiene y por los inconvenientes que puede llevar consigo poseer mucho, se requiere una actitud personal con respecto a él. Hay que tener un estilo de vida frente al dinero, para emplearlo bien y para no ser engañados por él. La moral invita a ponerlo en el adecuado orden de amores. No amarlo por sí mismo, sino como un instrumento; no buscarlo en detrimento de otros bienes que son mejores; y utilizarlo para procurarse y procurar a otros esos bienes mejores.

NUESTRA INTIMIDAD CON DIOS

Mantenernos “conectados” se ha convertido en un gran negocio. Los teléfonos celulares, Facebook y Twitter nos dan acceso a amigos, familiares, trabajo y al mundo entero. Pero, ¿cuánto tiempo invertimos realmente creando relaciones significativas cara a cara? Es más, ¿cuánto esfuerzo hacemos para relacionarnos con Dios? ¿Qué clase de relación tiene usted con Dios? ¿Es Él una deidad distante, o su amigo cercano? De una forma u otra, toda persona tiene una conexión con Él, ya sea que lo reconozca o no.
Aún aquellos que dicen que no creen en Dios, están ligados a Él simplemente porque los creó. Lamentablemente, la mayoría de las personas de este mundo no tienen ni idea de quién es su Creador.

CREADOS PARA RELACIONARNOS CON DIOS

Sin embargo, el Señor creó al ser humano para que se relacionara con Él. Eso es lo que significa ser hechos a su imagen (Gn 1.26). Nos dio un espíritu que puede comunicarse con su Espíritu. Solamente mire la tierra y los cielos. Aunque Dios es el Creador de todas estas cosas, Él nunca puede relacionarse con una montaña o con una estrella como lo hace con usted. No pudo darnos un honor más alto que el habernos hecho a su imagen.
Pero cuando el pecado entró en el género humano, nos mató a todos espiritualmente y nos alejó de Dios. Nuestros espíritus no pudieron seguir unidos con el Señor en íntima comunión. No obstante, Cristo vino a pagar el castigo por el pecado con su muerte, y ahora todos los que ponen su fe en Él como su Salvador renacen espiritualmente. Su relación con Dios ha sido restablecida por medio de Cristo (Ef 2.1-5).

Sin embargo, el Señor no quiere que nuestra relación con Él se dé por terminada con la salvación; aquí que es donde comienza. Si nos comunicamos con Él solo superficialmente, nos engañamos y obstaculizamos su objetivo supremo de relacionarnos con Él. Aunque este es su deseo para cada uno de sus hijos, muchos creyentes, por desgracia, no viven en la estrecha comunión que Él ha puesto a su disposición.

Podemos ser salvos y tener seguridad eterna y, sin embargo, mantener una relación fría con el Señor. Algunos cristianos muestran poco interés en las cosas espirituales, sin estar conscientes de la poca profundidad de su relación con Dios. Otros están confundidos y frustrados, y se preguntan por qué no escuchan su voz ni sienten su presencia. A pesar de que asisten a la iglesia, leen sus Biblias y oran, Él todavía parece estar muy lejos y desconectado de ellos.

En los últimos años, el término “intimidad con Dios” se ha convertido en una de esas frases que los cristianos introducen en sus conversaciones, pero ¿cuántos de nosotros sabemos en realidad lo que significa? Si yo le pidiera a usted que la describiera, ¿podría hacerlo? Parte del problema es que en nuestra cultura la palabra intimidad se ha convertido en sinónimo de sexo. Pero estamos hablando de una unidad espiritual que no se basa en los sentidos físicos. Dios es espíritu (Jn 4.24), y así es como debemos relacionarnos con Él.

ENTENDAMOS QUÉ ES LA INTIMIDAD CON DIOS.

Para ayudarnos a comprender en qué consiste relacionarnos con el Señor, examinemos los escritos de David, a quien la Biblia llama un hombre conforme al corazón de Dios (Hch 13.22). Salmo 63.1-8 da una viva descripción de su absorbente pasión por su Señor.
Anhelo de Dios. El elemento más evidente en este salmo, es una sed y un anhelo por el Señor (v. 1). Cualquier otra búsqueda en la vida parece un seco desierto en comparación con una relación íntima con Dios. Nuestras almas y nuestros espíritus jamás estarán satisfechos hasta que descubramos el gozo de la devoción al Único que puede llenar nuestro vacío (v. 5). La pasión de David tenía, incluso, un elemento físico: “mi carne te anhela” (v. 1). A veces, quienes tienen una relación particularmente estrecha con el Señor, sufren por no tener más de Él.

Sentidos espirituales avivados. El segundo aspecto de la profunda relación de David con Dios, era su capacidad de verlo (v. 2). Uno de los resultados de tal intimidad es el avivamiento de nuestros sentidos espirituales. Al aprender a conocerle más profundamente, “vemos” a Aquel que es invisible. Nuestra comprensión de su naturaleza y de sus caminos aumenta de manera dramática; la Biblia cobra vida y propósito; y una nueva sensación de discernimiento guarda nuestra mente. Junto con esta sensibilidad espiritual viene la clara comprensión de que todo se origina en el Señor, no en nosotros mismos.

Nuevos valores y nuevas prioridades. Pronto nuestra relación con Dios se convierte en lo mejor de nuestra vida, y tiene prioridad sobre todo lo demás (vv. 3, 4). Ninguna otra búsqueda es más valiosa. Todas las posesiones, el poder, los placeres y el prestigio que ofrece este mundo se vuelven vanos después de experimentar la plenitud de conocer al Señor.

Satisfacción y realización personales. Dios se apodera de nuestros pensamientos y de nuestras emociones (v. 5, 6). ¿Recuerda usted lo que se siente estar enamorado? Nadie tuvo que decirle a usted que pensara en su ser amado; sus pensamientos volaban automáticamente a esa persona. Así es como se siente cuando amamos al Salvador. El gozo de estar en su presencia nos satisface como ninguna otra cosa.

Confianza y dependencia. Dios se convierte en nuestro refugio en las tormentas de la vida cuando nos deslizamos debajo de sus alas protectoras y nos aferramos a Él con total dependencia (vv. 7, . Quienes conocen la intimidad con Él sienten la seguridad que se tiene cuando se someten a su voluntad. Puesto que conocen el corazón del Señor y confían en su bondad y en su sabiduría, no tienen ninguna razón para temer.

¿Quién no querría tener una experiencia rica y gratificante con el Señor? Pero no sucederá de forma automática o accidental. Pensemos en cómo se desarrollan las relaciones humanas. Las amistades no son instantáneas; deben ser cultivadas con el tiempo. De la misma manera, a la unidad espiritual con el Todopoderoso hay que buscarla de manera diligente.

LLEGAR A CONOCER A DIOS

El primer paso en nuestra búsqueda de intimidad con el Señor es llegar a conocerle —quién es Él, qué hace, cómo piensa, y qué desea. Aunque Dios es invisible e inaudible para nuestros sentidos físicos, una relación íntima con Él se cultiva de la misma manera que las amistades humanas: pasando tiempo juntos, comunicándonos, siendo vulnerables, y compartiendo intereses.
Pasar tiempo juntos. Nunca conseguiremos relacionarnos con el Señor a menos que invirtamos tiempo y esfuerzos para llegar a conocerle. Una relación descuidada simplemente no crecerá en riqueza o profundidad. ¿Está usted demasiado ocupado para pasar tiempo con Él cada día? Si es así, las exigencias apremiantes de su agenda le están robando un grandioso tesoro eterno: la grata y profunda comunión con Dios.

Comunicación de doble vía. La mejor manera de conocer al Señor es a través de la comunicación. Pero nuestras oraciones son a menudo monólogos en vez de diálogos. Venimos a Él con nuestra lista de preocupaciones, pero ¿con qué frecuencia tomamos el tiempo para escuchar su respuesta? Aunque Dios se deleita en escuchar nuestras oraciones, Él también quiere que le escuchemos en quietud.
Puesto que Él nos habla sobre todo por medio de su Palabra, es allí donde más probablemente escucharemos su voz. Trate de interactuar con el Señor, orando mientras lee la Biblia. Medite en sus palabras, y hágale preguntas. “¿Qué me estás diciendo? ¿Cómo se aplica esto a mi vida?” Entonces, esté quieto y escuche, dándole tiempo para que Él hable a su espíritu. Solo recuerde que cualquier cosa que Él diga, nunca contradecirá su Palabra escrita. Cuanto más le escuche, más oirá su voz, y pronto su tiempo con Él se convertirá en su mayor deleite.

Vulnerabilidad. Otro factor importante es nuestra disposición a ser abiertos y honestos, exponiendo al Señor cada área de nuestras vidas. Nadie puede ser forzado a tener una amistad con Dios. En realidad, la profundidad de esta relación está limitada a la extensión de nuestra transparencia con Él. Aunque la respuesta natural es reducir esa vulnerabilidad, tenemos que recordar que Él ya nos conoce por dentro y por fuera, y que nos ama más de lo que podemos entender.

Intereses compartidos. Si queremos crecer en unidad con Dios, debemos aprender a compartir sus intereses. Él siempre está atento a nuestras preocupaciones, pero ¿nos interesan en realidad sus deseos y propósitos? ¿Está usted más interesado en el Señor, o en lo que Él pueda darle? Las oraciones centradas en nosotros mismos, la falta de atención a su Palabra, y las agendas demasiado ocupadas le envían un mensaje al Señor: “¡No estoy interesado en ti!” Si su relación con Dios parece estar estancada, tal vez es porque usted está centrado en sí mismo.

LOS RESULTADOS DE CONOCER A DIOS

Algunos cristianos confunden conocer al Señor con saber acerca de Él. El conocimiento de Dios debe transformarnos continuamente, influir en los demás, y prepararnos para el cielo.

Transformación. Nadie puede relacionarse con Dios, y no experimentar un cambio. Cuando empezamos a entender quien es Él, nuestro amor por Dios crece y nos motiva a una obediencia radical. Nuestras experiencias con el Señor nos enseñan que Él es fiel y confiable. El reconocimiento de la sabiduría y la bondad de sus planes impulsa al sometimiento voluntario a su dirección, y pronto el tiempo con Él se convierte en la mejor parte de cada día. En vez de mirar el reloj, desearemos quedarnos más tiempo con el Señor, porque su presencia satisface nuestras almas como nada más puede hacerlo.

Influencia. Esta clase de pasión por el Señor es contagiosa e influye en los demás. Mi abuelo conocía a Dios íntimamente. Cuando me contaba las cosas que Cristo había hecho en su vida, el deseo de conocer al Señor se apoderó de mí y determinó la dirección de mi vida desde entonces. Hoy la experiencia más maravillosa que puedo tener, es estar delante de Dios, sintiendo la unidad entre su Espíritu y el mío.

Preparación para el cielo. Algún día, cada creyente tendrá un encuentro con el Señor. ¿Será Él un extraño para usted? La mayor inversión que podemos hacer en esta vida es la búsqueda sincera de una profunda relación personal con Él. Las recompensas terrenales son mayores que cualquier otro sacrificio, pero el tesoro que nos espera en el cielo es inimaginable. La vida eterna comienza en el momento que somos salvos. Nuestra vida eterna es ahora. No esté a la espera del cielo; conozca a su grandioso Señor hoy.

LOS CARISMAS.

¿QUE ES UN CARISMA?

Un carisma es un don espiritual que nos da el Espíritu Santo para la edificación de la comunidad cristiana (1 Corintios 12,7).

Un carisma se recibe de manera independiente de los méritos del individuo, y no es necesario para su salvación (1 Corintios 12,11).
Un carisma no es una señal de santidad, o de mayor unión con Dios (1 Corintios 13-1). No puede uno ni atraerlo ni retenerlo sin la concesión del Espíritu (1 Corintios 14. 28, 32).

Uno puede acoger un carisma como don gratuito del Espíritu Santo para la edificación de la comunidad, y puede también sus¬traerse a las obligaciones que impone un carisma si no lo pone al servicio de la comunidad.

En muchos pasajes de sus cartas, San Pablo habla de los carismas como de unos «dones ministeriales», los asocia a algún ministerio, y así los carismas equipan, por así decirlo, las comunidades cristianas para que puedan crecer colectiva¬mente en Cristo.

NECESIDAD DE LOS CARISMAS EN LA COMUNIDAD.

El Papa Pablo VI afirmó: «El Espíritu Santo cuando viene otorga dones. Conocemos ya los siete dones del Espíritu Santo. Pero da también otros dones que se llaman carismas».
¿Qué quiere decir carisma? Quiere decir don, quiere decir una gracia. Son gracias particulares dadas a uno para otros, para que haga el bien. Uno recibe el carisma de la sabiduría para que llegue a ser maestro; y recibe el don de los milagros para que pueda realizar actos que, a través de la maravilla y la admiración, llamen a la fe.

Ahora esta forma carismática de dones que son dones gratuitos y de suyo no necesarios, pero dados por la sobreabundancia de la economía del Señor, que quiere hacer a la Iglesia más rica, más animada, y más capaz de autodefinirse y auto documentarse, se denomina precisamente,» la efusión de los carismas».

Quisiera Dios, que el Señor aumentase todavía hoy una lluvia de carismas para hacer fecunda, hermosa y maravillosa a la Iglesia y capaz de imponerse incluso a la atención y al estupor del mundo profano, el mundo laicizante» (Paulo VI, Catequesis de 1974).

LOS CARISMAS DE LA IGLESIA

En el Nuevo Testamento, la Iglesia aparece como algo vivo. San Pedro afirma que los cristianos son «piedras vivas» juntamente construidas para «la edificación de un templo espiritual» que es Cristo resucitado y glorioso (1 Pedro 2, 5).

San Pablo a su vez habla de la comunidad cristiana como de un solo cuerpo místico cuya cabeza es Cristo resucita-do. Cada cristiano,-por reformas estructurales, insisten en lo comprobado en el pasado.

Y aquí puja el dinamismo del Espíritu, y bien fuerte, bajo la costra de tradiciones esclerotizadas: si se abre paso, aunque sea sólo una pequeña grieta, estalla el volcán. Basta cavar solamente un poco, y las antiguas fuentes comienzan a manar de nuevo.

Cuando una vez se ha visto y oído lo que puede hacer el Espíritu de Dios, cuan rápidamente mete en el hombre y en el grupo entero un impulso misionero, un nuevo gozo de Dios, un nuevo amor a la Iglesia; es casi desesperante que esto suceda tan escasamente.
Lo que nace en el bautismo en el Espíritu constituye un acontecimiento del todo personal en la historia de la propia vida, pero las fuerzas ahí liberadas sirven principalmente para el servicio a la Iglesia.

Lo que nace de aquí no es una nueva Iglesia carismática, sino una Iglesia carismáticamente renovada».

NO HAY COMUNIDAD SIN CARISMAS

Todos los carismas están ordenados hacia el crecimiento de la Iglesia, hacia la manifestación del Reino.
Los carismas manifiestan el poder de Dios, autentifican el mensaje, invitan a la conversión.

Acompañan a los apóstoles, a los que anuncian el Evangelio. Por mano de los apóstoles se realizaban muchas señales y prodigios en el pueblo…» (Hechos 5,12).

Estos signos vienen a confirmar que el Evangelio «es una fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree» (Romanos 1,16).
Estos signos confirman que el Reino ya está en medio de nosotros.

HAY MUCHOS CARISMAS

Hay muchos carismas en la Iglesia. Tan sólo en sus epístolas, San Pablo menciona un total de veinte dones especial¬mente recibidos para el bien de la comunidad. Podemos subdividirlos en tres categorías según el género de utilidad que procuran:

1. Dones referentes a la instrucción de los fieles: el carisma de apóstol, de profeta, de doctor, de evangelista y de exhortador, la palabra de sabiduría, la palabra de ciencia, el discernimiento de espíritus, el don de lenguas, el don de interpretar las lenguas (Cf. Romanos 12, 6-8; Efesios 4,11).

2. Dones relacionados con el alivio de los fieles: el carisma de limosna, de la hospitalidad, el don de asistencia, el de la fe, las gracias de curaciones, el poder de milagros.

3. Dones relacionados con el gobierno de la comunidad: el carisma de pastor, el de aquel que preside, los dones de ministerio (diakonía), los dones de gobierno (Romanos 12, 6-8). Y hay muchos más carismas, como son por ejemplo, el carisma de la vida religiosa, el carisma de la infalibilidad del Sumo Pontífice.

LOS CARISMAS DAN CREDIBILIDAD AL EVANGELIO

Los carismas dan credibilidad al Evangelio. Son signos que acompañan a los que creen para darles poder en su trabajo evangélico. Se cumple la promesa del Señor como lo leemos en Marcos 16, 20: «Ellos salieron a predicar por todas partes, colaborando el Señor con ellos y confirmando la Palabra con las señales que la acompañaban».

Se puede enseñar la religión, instruir en las doctrinas y memorizar el catecismo sin que los carismas del Espíritu estén obrando sus maravillas. Pero evangelizar es otra cosa. Evangelizar es presentar a Jesucristo, Hijo de Dios.

El Espíritu Santo es el alma de la Iglesia y el agente principal en la evangelización. Cuántos católicos bautizados y confirmados en toda América Latina están esperando este tipo de evangelización acompañada de carismas que expresan: «Vayan y cuéntenle a Juan lo que han visto y oído: Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son purificados, los sordos oyen, los muertos resucitan, se anuncia la Buena Nueva a los pobres» (Lucas 7,22).

En el mundo entero la Renovación Carismática está penetrando en la Iglesia como renacer de primavera. Ya se calculan en más de treinta millones de católicos los que participan cada se¬mana en los grupos de oración en la Iglesia católica. También nuestros hermanos protestantes reciben en todas partes esta bendición de la renovación de los carismas en su evangelización.

Tan sólo en Colombia, las estadísticas afirmaban que había ya más de diez mil grupos de oración carismática en el país. Aquí, en República Dominicana, los grupos de oración pululan por todas partes. Como un ejemplo podemos decir que acabamos de recopilar la estadística de la diócesis de San Francisco de Macorís donde hay actualmente 614 grupos de oración. En el país entero, los grupos pasarán ciertamente de 1,500… Es como el viento recio de Pentecostés que está llenando nuevamente la casa, como cuando las 120 personas estaban con María, la Madre de Jesús.

Nuevamente el fuego de Pentecostés está bajando sobre los sucesores de los apóstoles y sus discípulos. Por eso, miles y miles de católicos se sienten llenos de gozo y paz y con ganas de levantarse y gritar a los cuatro vientos, como en el primer Pentecostés, que Jesús es el Señor. Por consiguiente, la oración de alabanza acompañada de aplausos y gestos, de brazos levantados está volviendo a las celebraciones carismáticas en toda América Latina. Las celebraciones eucarísticas son dignas, muy festivas y gozosas como la anhelaba Paulo VI. El gran sacramento de la reconciliación está recuperando su fuerza como un encuentro personal con el Buen Pastor que perdona y libera de lo malo, sanando y llenando de gozo. Es la revitalización de todos los sacramentos que estamos viviendo en esta Renovación Cristiana en el Espíritu Santo. Mucho se había hablado en América Latina de sacra mentalización, y la solución no era quitar los sacramentos, sino revitalizar todos los sacramentos a los ojos del pueblo de Dios, y ¡ésta es obra del Espíritu Santo que lo está haciendo con poder!»

 

SI LUCHAS PUEDES PERDER, PERO SI NO LUCHAS ESTAS PERDIDO.

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Dicen que todo cambio es bueno, aunque no sea bienvenido en un primer momento. La vida está en constante movimiento: dinámica, voluble, impredecible. Lo natural no es que las cosas se mantengan siempre igual; al contrario, lo natural es el cambio, la evolución.
Sin embargo, el ser humano es un animal de costumbres y, por ello, a veces nos cuesta mucho aceptar las nuevas situaciones de nuestras vidas. Nos aferramos a lo que conocemos, a lo que nos resulta familiar, independientemente de si nos hace realmente felices o no. Es una actitud peligrosa, porque el principio de la evolución dicta que hay que adaptarse o morir, cambiar con nuestro entorno o acabar desapareciendo sin remedio.
Sé por experiencia lo que se siente cuando algo bueno desaparece de tu vida. He sentido el inmenso dolor de perder lo adorado: personas, experiencias, situaciones… El alma se llena de una gran sensación de impotencia, como si la Vida nos hubiese mostrado un atisbo de la felicidad completa para luego quitárnosla sin piedad. Es un dolor físico en el pecho, como si el corazón, literalmente, se rompiera. Las lágrimas que lloras son, inexplicablemente, distintas a las que sueles llorar y nos parece que el consuelo nunca llegará. Pero la realidad es que ese dolor, como todo lo demás en la vida, también pasa. Las lágrimas desaparecen, el pecho se calma, el consuelo llega. Pero la adaptación, el uso de todo ese dolor para evolucionar, está en nuestras propias manos. Sólo de nosotros depende pasar al siguiente nivel y reinventarnos una vez más para no caer en el olvido de nuestra propia existencia. El problema está en que, solemos estar demasiado distraídos: distraídos de nuestra propia existencia, de lo bueno que nos ofrece la Vida, del milagro de nuestra respiración, del latido de nuestro corazón, de todo lo que crece, muere y renace a nuestro alrededor. Y en nuestras manos está trabajar nuestra consciencia para eliminar toda esa distracción.

EL PADRE NUESTRO

EL PADRE NUESTRO

QUE ESTÁS EN LOS CIELOS

Con esta frase introductoria: «PADRE NUESTRO QUE ESTÁS EN LOS CIELOS…» Jesús no sólo coloca el frontispicio majestuoso que nos conduce a Dios por la oración, sino que nos da la más completa respuesta al «conócete» a ti mismo como lo pedía la inscripción nostálgica y filosófica, colocada en la portada clásica del templo de Delfos. A una distancia de 2,000 años de cultura cristiana, no podemos menos que admirar el alcance y la profundidad que tiene el.

«Nuestro» que sigue a «padre». Esta palabra ya no sólo define a Dios, como con su carta de presentación; identifica también al hombre como con su credencial de identidad: Hijo de Dios, hermano de todo hombre.

Con cuánta claridad vemos que este «nuestro», es indicador de que todos los hombres somos iguales, todos somos hermanos y todos somos libres y están tan inter-relacionados tales dones, que uno no subsiste sin los otros, sino que se requieren y complementan mutuamente, igualdad gracias a la misma dignidad otorgada a todos por nuestro Padre; fraternidad, gracias a la relación de hermano en que me coloca llamar «nuestro» al que todos llaman Padre; libertad, gracias a los mismos derechos y obligaciones que nacen de disfrutar la misma herencia y patrimonio de nuestro Padre. Así entenderemos mejor la belleza de la naturaleza humana, si la sabemos poner en relación con su autor, nuestro Padre.

Sigamos considerando la introducción al Padre Nuestro, que como hemos visto nos presenta la máxima lección de nuestro Maestro Jesús y contiene insospechadas revelaciones. Las palabras siguientes: «que estás en los Cielos», nos enseñan a mirar rápidamente hacia la doble dirección del Dios que es nuestro Padre y del hombre que es hijo de Dios. En cuanto a Dios, a quien ya la designación de Padre lo ha acercado al corazón humano, su dignidad divina y su naturaleza perfectísima, piden que lo reconozcamos en su lugar propio e indiscutible; es el Ser Supremo, el que está por encima de todo y de todos en el Cielo.

SANTIFICADO SEA TU NOMBRE

He ido advirtiendo que las reflexiones sobre el Padre Nuestro, nos ayudan a todos a reconocer las muchas enseñanzas que Jesús, nuestro Maestro, nos dejó con la suprema lección que nos dio al componer su oración.

Por eso, voy a continuar comentando para ustedes, cada una de las frases verdaderamente profundas que contiene y que al decir de los grandes Doctores, incluyen y abarcan todo, absolutamente todo lo que el hombre necesita decir a Dios, porque quedan como propuestas en 7 expresiones, que bajo el número septenario, bíblicamente indican universalidad o totalidad. Después de la introducción tan bella que ya consideramos, la primera expresión de nuestra oración es: «santificado sea tu nombre». Evidentemente, «Santificar su nombre», nos hace declarar nuestra obligación de honrar a Dios, ¿cómo honramos a Dios?. En lugar de una sola reflexión meditativa acerca de esto, voy a enumerar 10 cosas prácticas de los muchos aspectos que sugieren.

HONRAR A DIOS ES:

1. Reconocerlo, aceptar su existencia, descubrirlo como autor de todos los seres, no vivir como si Dios no existiera.

2. Conocerlo, saber quién es, distinguirlo de los demás seres, darle su lugar en el orden de nuestros conocimientos, establecer su dignidad como ser supremo de Excelencia total.

3. Entenderlo, aunque nunca lograremos comprenderlo cabalmente, nuestro conocimiento de Dios habrá de ser progresivo, buscando que nuestra inteligencia se vaya enriqueciendo, iluminando más con Él; nunca agotaremos su conocimiento, ni alcanzaremos a penetrar en todos sus misterios.

4. Usar su nombre con respeto, con reverencia como algo verdaderamente santo, tan sagrado que en tanto es santificado, en cuanto nos santifica.

5. Venerar y apreciar santamente las personas, lugares y objetos o cosas directamente relacionadas con Dios o con su culto, evitando toda profanación o sacrilegio.

6. No atribuir a Dios lo que es puramente natural o físico, aunque parezca maravilloso, ni llamar divino lo que es simple obra humana o parece misterioso, para no caer ni en la superstición ni en el ocultismo.

7. Actualizar la presencia de Dios: «Dios me ve», solían decir los antiguos, o «¿a dónde podré huir lejos de tu prestancia?»,confiesa el Salmista.
Honra mucho a Dios el que toma en cuenta su omnipresencia, el que rectifica sus acciones porque Dios lo ve.

8. Consagrar el mundo a Dios. Con esta expresión, el Concilio Vaticano inculca a los fieles la gran tarea que los corresponde, de usar correctamente de los bienes materiales o temporales, que no debían ser nunca obstáculos sino medios legítimos que los lleven a Dios.

9. Dedicar las buenas obras a Dios: «Yo hago esto por amor a Dios», ha sido también una tradicional expresión muy estimulante, por la cual los cristianos, como artistas del espíritu, embellecen lo mejor que pueden su vida para agradar a Dios.

10.»Todo sea para mayor gloria de Dios», como lo dijo San Pablo y lo hizo lema San Ignacio, no sólo para repetirlo como un estribillo mecánico, sino para que de acuerdo a las palabras de Jesús, «brille así nuestra luz ante los hombres para que vean nuestras buenas obras y glorifiquen al Padre que está en los cielos», que de palabra y obra honremos siempre a Dios repitiendo con sencillez y sinceridad: «Bendito sea Dios, Bendito sea su Santo Nombre».

VENGA A NOSOTROS TU REINO

Vamos a dedicar nuestra atención a la petición del Padre Nuestro «Venga a nosotros tu reino». Curiosa o interesante petición. ¿Sabemos en verdad lo que pedimos, cuando le decimos a Dios: «Venga a nosotros tu reino?». A veces creo que con esta petición nos sucede algo parecido a lo que le paso a la madre de los hijos del Zebedeo, quien solicitó para ellos a Jesús: «Manda que estos hijos míos, se sienten uno a tu derecha y el otro a tu izquierda en tu reino». Y Jesús le contesto: «No sabéis lo que pedís». Así creo que sucede con muchos que rezan el Padre Nuestro sin saber lo que piden, cuando piden venga el reino de Dios y precisamente porque al igual que aquella madre, tienen un sentido muy equivocado de ese reino. Sin embargo las lecciones de nuestro Maestro son educativas y las vamos aprendiendo. Veamos tres acepciones que se usan para entender mejor el sentido propio evangélico de Jesús:

1) Hay quienes piensan que el reino de Dios. Consiste en la gloria futura. En nada se relaciona con la vida presente, más que algo que ha de venir, es algo a lo que hay que llegar. No está en el mundo, sino fuera del mundo. No alcanza dimensión temporal sino sólo dimensión celestial. Con ironía se ridiculiza al cristiano como ajeno a los intereses de este mundo. Evidentemente este reino no viene a nosotros.

2) En un sentido sumamente materializado y terreno, hay quienes lo suponen como lo suponían los apóstoles cuando consideraban a Cristo como el que restauraría el reino de Israel; es decir: El orden socio político, en el que entran necesariamente todos los elementos humanos de ambición, poder y represalias a los opositores del sistema. Jesús mismo rechazó enérgicamente tal interpretación en su tiempo, pero no es raro en nuestros días, adivinarlo y sospecharlo en las ideologías de muchos guerrilleros y revolucionarios.

3) Para la mayor parte, el reino de Dios es la Iglesia de Cristo corno sociedad establecida entro los hombres, que aunque está en el mundo, no es el mundo, porque no pertenece a sus categorías ni a sus valores, pero sí es la que ha hecho venir a Dios a la tierra, para seguir caminando en la historia hasta llegar a su consumación en el Cielo. Este sentido, hay que considerarlo sólo parcialmente válido, porque entre Iglesia y Reino aún debe distinguirse como entra semilla y fruto.

La Iglesia es el reino que se inicia en marcha, no es aún el reino consumado, pleno y realizado. Ya se dan en ella los elementos básicos, pero todavía se tienen que seguir desarrollando todos los valores del reino, que Jesús vino a instaurar y que nos enumera hermosamente una de las plegarias de la fiesta de Cristo Rey, cuyo reino no es de este mundo porque es un «reino de la verdad y de la vida, reino de la santidad y de la GRACIA, reino de justicia, de amor y de paz». Ese sí es el reino que Jesús nos enseñó a pedir que venga a nosotros.

HÁGASE TU VOLUNTAD

Quizá la petición más seria y más fuerte, que tenemos que presentar cuando rezamos el Padre Nuestro, es ésta: «Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo». Es fuerte y seria porque tiene cuatro aspectos muy hermosos: de reconocimiento, de aceptación, de compromiso y de consuelo.

1) De reconocimiento: Reconocimiento de poder y de sabiduría. Con cuánta belleza lo expresó María Santísima al exclamar: «Hizo en mí cosas grandes el que todo lo puede». Qué mayor seguridad, qué mayor confianza podrá tener, el que recurro a quien puede y sabe; puede y sabe hacer las cosas. El conocimiento de esplendidez, que nos hace confiar en un Dios que supera nuestra pequeña esperanza, con su voluntad, que se cumple en la tierra como en el cielo. Reconocimiento de su fidelidad, porque el cielo y la tierra pasarán, pero su palabra se cumplirá.

2) De aceptación. Podrá tal vez aceptarse la voluntad divina, con una doble actitud; actitud gozosa de pleno consentimiento de sumisión y grata disposición a los planes de Dios, corno la Virgen Santísima; cuyo sello magnífico y señorial lo dio al decir como un eco, sus propias palabras: «Hágase en mí, según tu palabra», o con actitud de resignación a veces pasiva, destrozada, resistente y resentida, o a veces respetuosa, tranquila y comprensiva.

3) De compromiso: Compromiso ante el reto y la exigencia que supone enfrentar nuestra pequeña, débil y titubeante voluntad humana a la formidable, consolidada e indefectible voluntad divina. Como Jesús cuándo exclamó en la hora crucial de aceptar su pasión: «Padre mío, no se haga mi voluntad sino la tuya»; Como anteponiendo la tierna palabra «Padre» para arrebatar de ahí la fuerza, para hacer coincidir con la de él su voluntad. Esta expresión encierra en tan pocas palabras, el tremendo y heroico drama de la obediencia y de la libertad del hombre ante la soberana libertad del Padre.

4) De consuelo: La más hermosa dimensión que nos da la fe y que nos ayuda a situarnos en nuestro propio lugar y abrir los ojos para atisbar y muchas veces admirar los magníficos planes de Dios, viene de recoger el preciso significado de. Esta frase: «Hágase tu voluntad». Si hasta la hoja del árbol no se mueve sin la voluntad de Dios, si hasta los cabellos de nuestra cabeza están contados, si Dios tiene cuidado de los pajarillos y de las flores del campo, ¿cuál no deberá ser el consuelo, la entrega confiada, la esperanza cierta de un hijo de Dios, al pensar con cariño y respeto que se cumplen en él, los designios de Dios, como se cumplen tantas cosas de indescriptible belleza y orden, tanto en la tierra como en el cielo?».

Esta grandiosa imploración, ha fraguado a los mártires, a los héroes, a los santos. Ha elevado al hombre a ser hijo de Dios, ha plasmado el ejemplo supremo, en la persona de Cristo: De Él aprendamos, como Él cumplamos.

El PAN NUESTRO

Había ya recorrido la primera parte, tengo pendiente la otra mitad. Bellamente El «Padre Nuestro» tiene esas dos partes bien claras: La primera que trata las cosas que honran a Dios y la segunda que trata las cosas que necesita el hombre. De esta oración se puede decir lo mismo que nos enseñaron en el catecismo infantil sobre los Mandamientos de la Ley de Dios, cuando nos aclaraban que los tres primeros se refieren al honor de Dios y los otros siete al provecho del prójimo.

Así también puede aplicarse tal descripción al Padre Nuestro; donde las cláusulas de la primera parte se refieren a la alabanza de Dios y la segunda parte se refieren a las necesidades del hombre. Ahora bien: La primera cláusula de esta segunda parte: «Danos hoy nuestro pan de cada día», se refiere a la necesidad fundamental del hombre que es la subsistencia y no es difícil apreciar el paralelismo de las expresiones iniciales de cada parte, cuando notamos que el «pan nuestro, nos lo da el «Padre Nuestro». Se establece una relación directa entre «el pan» y «el padre», como para constatar que la vida que es como el efecto inmediato del pan, tiene su fuente original y necesaria en el padre.

DANOS…

Nos toca reconocer la abundante y fecunda riqueza de enseñanzas que nos ofrece el «Padre Nuestro», en cada una de sus peticiones. En la petición del pan vamos a considerar y analizar esta palabra: «Danos». La palabra «danos» parece que cómoda y tranquilamente nos sitúa en un nivel paternalista, de total confianza, de entera pasividad. Si nos dejamos llevar de la indolencia y de la irresponsabilidad, no estaremos muy lejos de entender esta palabra tan favorablemente, que hasta nos gustaría imaginar que se repitiera con nosotros lo narrado en el libro del Exodo, con los peregrinos del pueblo escogido, a quienes en su trayecto por el desierto, Dios les concedía recibir todos los días directamente del cielo, como lluvia prodigiosa, el Maná que los nutrió durante cuarenta años.

Si bien, en circunstancias especiales y excepcionales, Dios ha querido mostrar la generosidad y eficacia de su providencia con su pueblo elegido, «El Padre Nuestro» no nos autoriza con esa palabra a atribuir a Dios un paternalismo tan absoluto, totalitario y fatal, que nos dejo enteramente en sus manos, despreocupados y sin el más leve interés de procurar nuestra dignidad y nuestro destino personal; más bien, al pedirle a Dios y confiar implícitamente un compromiso; el de saber recibir con gratitud y aprecio lo que nos da para sentimos obligados a dar nuestro rendimiento humano. Él nos da de comer para que nosotros tengamos fuerza para trabajar; el mismo trabajo responsable y fecundo, se volverá razón para obtener la comida, y hasta se podrá establecer como derecho para conseguirlo, según la directa expresión de San Pablo que dice «El que no trabaja que no coma».

Lejos está Jesucristo nuestro Salvador, de querer fomentar la holgazanería y la irresponsabilidad. Así como guardamos nuestra dignidad de personas al aprovechar lo recibido. Mientras hacemos nuestra vida más productiva, más útil, más desarrollada, más honramos por lo mismo al padre que nos la sostiene; una vida útil y responsable, es la respuesta digna y necesaria al don de la vida. Si algo debiera sacarse como consecuencia para aplicarse a la vida familiar, es amonestar a los hijos para que no se contenten y se queden muy tranquilos con recibir todo de sus padres. Ojalá que antes de casarse o de abandonar el hogar paterno, sepan, con su trabajo, corresponder a las necesidades de sus padres y a no abandonarlos en su vejez.

Si algo debiera aplicarse a la vida social, sería la exigencia de madurar cada uno en su responsabilidad cívica o comunitaria, para que se vayan acabando los paternalismos oficiosos de parte de los funcionarios, que presumen de otorgar favores y de parte del pueblo, que quiere conseguir todo dado y regalado, lo que con dignidad debe tener por su propio trabajo, por su propio derecho.

EL PAN DE CADA DÍA

Vamos a poner nuestra atención en la expresión del Padre Nuestro que habla del «pan de cada día». No podemos menos que admirar la profunda sabiduría de Jesucristo; nos enseña dos cosas; a contemplar a un padre providente que día a día cuida a sus hijos. Dios no es el simple creador que abandona su obra después de producirla, es el Padre diligente que a diario provee lo necesario para que su obra siga existiendo. Nos enseña además a contener nuestra ambición, nos enseña a pedir solo lo necesario y no lo superfluo, a quedarnos en el realismo del presente para no caer en la incierta llegada del futuro.

El pan de cada día no solo Significa el pan material, significa también el trabajo con que se gana el pan, según la sentencia bíblica: «Ganarás el pan con el sudor de tu frente», de lo cual debemos reconocer que tener trabajo es un don de Dios.
A veces se piensa en el trabajo bajo el solo aspecto de actividad del hombre con que adquiere el derecho de ganarse la vida, es válido ese aspecto pero no es el único, el trabajo, además de ser medio de ganarse la vida, es una oportunidad que se ofrece, y que muchas veces desgraciada e injustamente se niega al hombre. Aquí es importante caer en la cuenta, del papel tan noble y decisivo que tienen como administradores de Dios, como verdaderos instrumentos, de su divina providencia, todos los que pueden ofrecer trabajo, ser fuente de empleos, ser proveedores de labor.

PERDONA NUESTRAS OFENSAS

Consideremos ahora la cláusula que dice, «perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden». Al hacer esta imploración, muy pronto vamos advirtiendo que el perdón tiene un doble aspecto: Uno, pedirlo, otro concederlo. Pedirlo es fácil, concederlo es difícil; tomemos el primero por el cual, todos cuando pedimos perdón, a cualquier persona y sobre todo a Dios, lo hacemos seguros de que se nos va a conceder de una manera completa, universal o ¡limitada en cuanto al tiempo, en cuanto al modo y en cuanto a la gravedad, no importa el peso o el número de nuestros pecados, siempre confiamos en conseguir el perdón total y definitivo. Esta totalidad del perdón que esperamos de parte de Dios, se basa en dos razones principales: en que El es infinito, y en que es el Padre.

Como infinito, es un ser cuya bondad no tiene límites; como el padre representa un amor que no sabe otra cosa que no sea amar y por tanto es alguien dispuesto a dar siempre, eso es lo que significa la palabra perdonar, compuesta del reduplicativo por y del verbo «donar», que equivale a dar siempre. La imagen más estupenda y sugestiva de Dios, que nos ha revelado Jesucristo, ha sido cuando nos pintó al padre en la parábola del hijo pródigo. En esa historia, la prevaricación y la ofensa del hijo aparecen bien claras e injustificables, parecen imperdonables y aunque lo fueran en sí mismas, la hermosa historia nos lleva al desenlace inesperado del hijo que recurre a una luz de esperanza al recordar a su Padre y que se encuentra con el sol esplendoroso, en el Padre que le abre los brazos y no lo deja ni hablar para concederle el misericordioso perdón, más abundante de lo que el mismo hijo lo había esperado.

NO NOS DEJES CAER EN LA TENTACIÓN

NO NOS DEJES CAER EN LA TENTACIÓN, aunque es apenas una parte de toda esta oración, a mí me llega a parecer como si fuera en sí misma toda una oración.
Es la expresión que coloca directamente a Dios y al hombre en su justa dimensión. La TENTACIÓN, por antonomasia, es cuando el hombre quiere usurpar el lugar de Dios. «Serás como Dios» le dirá el «tentador».

En el fondo, todo pecado es corno la tentación de suprimir a Dios, que estorba con su Ley o con sus preceptos, para que el hombre, pueda afirmar su propia voluntad, cuando ésta no coincide con la de Dios.

«Prohibido prohibir», llegará a ser el grito con el que el hombre rechazará toda autoridad, inclusive la divina, cuando trate de proclamar su libertad o su autonomía.
Sólo en el reconocimiento del SER SUPREMO, podrá el hombre SIMPLE CRIATURA, curar su soberbia y su descabellada pretensión, poniéndose en su lugar, ante Dios, con la humilde imploración «no nos dejes caer en la tentación» que por eso, es toda una oración.

LÍBRANOS DEL MAL

Llegamos a la cláusula final «LÍBRANOS DEL MAL». Nuestra atención debe empezar por destacar la importancia de la misma primera palabra «LÍBRANOS» que nos hace suspirar por el máximo don que es la «libertad».

El propio Dios quiere que apreciemos que «ser libres» indica el mayor favor que Él nos concedio. No siempre somos conscientes de que nos viene de Dios, como lo más gratuito y preciado, nuestra «libertad». Cuánto nos oprime, cuánto nos sujeta, cuánto nos reprime, nos priva, nos despoja de esa digna condición. De ahí la inevitable y directa conclusión de que si la «libertad» nos viene de Dios, de que, si la perfección de nuestro ser querida por el Creador consiste en ser «libres» entonces, el «mal» «todo mal», no es otra cosa que la pérdida, la desgracia, la carencia de tan insigne don; el «mal» . En el orden humano, se reduce en último término a la esclavitud, a la degradación, quizá a la incapacidad o impotencia.

En la medida en la que Dios nos hace libres, en esa misma medida nos quiere vencedores. Ser libres del mal, no es solo una concesión que nos hace mantener pasivos, para atribuir todo el efecto de la libertad a la intervención divina; ser libres, es resultado de una combinación de fuerzas: la de Dios que asiste, con la mía, que me decide; ser libres, es efecto de dos voluntades, perfectamente sincronizadas: la de Dios, sin la cual no se mueve ni siquiera la hoja del árbol y la del hombre, sin la cual ningún acto llegaría a tener categoría humana ; la libertad bellamente considerada, es la interacción respetuosa y cabal del Ser Supremo
Con el ser humano; del primero ayudando, del segundo realizando; del primero, impulsando, del segundo, concretando.

Por eso, para «ser libres» hay que pedir la ayuda de Dios. No para contar con la protección mágica, sino para contar con la fuerza necesaria que nos haga capaces, a nosotros mismos, de vencer el mal.

«A Dios rogando y con el mazo dando…» lo dirá a su modo el sentir popular.

 

EL AMOR AL PRÓJIMO

Un día un hombre preguntó a Jesús: Maestro, ¿ cuál es el mandamiento mayor de la ley ?

Él le dijo:
Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente y AMARÁS A TU PRÓJIMO COMO A TI MISMO. No existe otro mandato mayor que éste.

¿QUIÉN ES MI PRÓJIMO?

Mi prójimo es toda la gente del mundo.
Mi prójimo es mi esposo, mi esposa, mis hijos, los suegros, los parientes, los amigos, los vecinos, los de mi pueblo, los del pueblo de junto, mis compañeros de trabajo, mis empleados, mi jefe. Mi prójimo es también, los que no me caen bien, los que me han hecho alguna maldad, los que hablan mal de mi.

Todos los hombres somos HIJOS DE DIOS: los buenos, los malvados, los simpáticos, los pesados, los pobres, los ricos, los que creen lo que yo, los que tienen otras ideas. ¡Todos!

TODOS LOS HOMBRES SOMOS HERMANOS¨ y Cristo nos enseña que debemos amarnos unos a otros y nunca hacernos el mal.

¿QUÉ ES AMAR A MÍ PRÓJIMO COMO A MÍ MISMO?

Amar al prójimo como a mí mismo, es ¨TRATARLO COMO A MI ME GUSTARÍA QUE ME TRATARAN.

El Evangelio nos dice lo siguiente:
¨Todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros a ellos¨.

– AMAR al prójimo es ¨RESPETARLO¨, o sea, no querer que todos sean o piensen como yo. Por ejemplo: si mi compadre quiere libremente votar por otro partido, debo respetarlo. Si mi vecino tiene otra religión y no desea cambiar, debo respetarlo y pedirle a él que me respete.

Fíjate bien, aunque los hombres piensen de manera diferente, pueden y deben amarse y vivir en paz.

– AMAR al prójimo es SERVIRLE, es decir, olvidarme de lo que yo quiero hacer o lo que yo necesito, para dar gusto y AYUDAR a los demás: a mi esposo, a mi esposa, a mis hijos, a todos mis hermanos.

Servir es hacer un favor antes de que me lo pidan.
Si hiciéramos esto solamente en nuestra familia, ¡qué diferente sería nuestra vida familiar!

¿Y POR QUÉ ES TAN IMPORTANTE AMARNOS
UNOS A OTROS?

Hubo un hombre muy bueno llamado PABLO, que fue Santo y que nos dejó grandes enseñanzas sobre el amor en sus cartas. El decía:

¨Aunque hablara todas las lenguas de los hombres y de los Ángeles, aunque fuera sabio, aunque tuviera una gran fe, SI NO TENGO AMOR, NADA SOY ¨.

¨Aunque repartiera todos mis bienes y entregara mi cuerpo a las llamas, SI NO TENGO AMOR, DE NADA ME APROVECHA ¨.
Recuerda que el AMOR con que trates a tus hermanos y con que hagas las cosas, es lo más importante para Dios.

Cuando mueras y llegues a Dios, El te preguntará:
¿Cuánto amaste a tus hermanos?
Sólo viviendo en el amor podrás tener PAZ en tu alma, podrás tener esa tranquilidad interior que da la única y verdadera FELICIDAD al hombre.

¡Aunque logres muchas cosas materiales, si no tienes AMOR, no podrás ser feliz !

Además, sólo si todos cumplimos este mandamiento, podremos tener una familia en paz, un país en paz, un mundo en paz.

– Amar al prójimo es SER AMABLE, es hablar bien y tratar a las personas con cariño, y no a gritos y sombrerazos.

– Amar al prójimo es tener PACIENCIA con las personas. ¿Qué significa esto? Significa aceptar a los otros como son, aguantar sus errores o sus equivocaciones y corregirlos con amor.
¡Qué importante es tener paciencia por ejemplo, con nuestros hijos, para irles enseñando lo que está bien y lo que está mal!

– Amar al prójimo es hacer mi trabajo (en la casa con mi familia, en el campo o en la fábrica con mis compañeros) lo mejor que pueda y con alegría.

– Amar al prójimo es NO JUZGAR a nadie, no pensar o hablar mal de otras personas.

El verdadero amor todo lo perdona, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor no acaba nunca.

Los primeros cristianos, se distinguían porque siempre se veía que se amaban mucho unos a otros. Dios quiere que hoy también nos amemos y convivamos todos los hombres en paz.

Debemos ver en cada uno de nuestros hermanos a CRISTO MISMO. Jesús nos dijo, que todo cuanto hagamos con cualquier persona, es como si lo hiciéramos con El mismo.

Recuerda, Cristo nos enseña:

¡Amarás a tu prójimo como a ti mismo!

¡Cristiano No tires la toalla, echa la red!

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Justo cuando los discípulos iban a darse por vencidos, Jesús apareció y les dijo: “Echad la red a la derecha de la barca, y hallaréis.” Así lo hicieron, y “ya no la podían sacar, por la gran cantidad de peces” (Juan 21:6b).

Cuando te encuentres en tu momento más bajo, cuando todo lo que has intentado ha fallado, ¡no tires la toalla, echa la red! Estás más cerca de la victoria de lo que crees. No hay nada malo con tu barca ni con tu tripulación. Estás exactamente en el lugar correcto.

El enemigo sabe que con unas pocas remadas más estarás justo en medio de tu mayor pesca. Ha tratado de retrasar tu bendición mientras luchas, te vas frustrando y te agotas. Pero no puede ganar, porque Dios dice: “Ninguna arma forjada contra ti prosperará… Ésta es la herencia de los siervos del Señor…” (Isaías 54:17). ¿Estás sirviendo a Dios? Si es así, ¡ésta es tu herencia! Dios está guardando tu bendición debajo de la barca. Hasta ha puesto tu nombre en la bendición, así que no te preocupes pensando que otra persona te la va a quitar. Lo que no puedes conseguir luchando toda la noche, Dios lo puede realizar en un instante con una palabra de su boca.

Lo más curioso es que los discípulos no reconocieron que era Jesús el que les habló a la mañana siguiente. Así es como Dios trabaja, simplemente habla una palabra y te capacita para hacer lo que no podías hacer antes. Entonces, anímate hoy; ¡no tires la toalla, más bien echa la red!