jueves, diciembre 5, 2024
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Un año para crecer en la convicción de la misericordia

Un año para crecer en la convicción de la misericordia :
No cabe duda de que esta vez la coincidencia ha sido casual y, sobre todo, providencial y llena de significación e interpelación. Francisco pudo elegir la tarde del 13 de marzo pasado para el anuncio del Año de la Misericordia por coincidir con el segundo aniversario de su elección papal. Pero que la apertura de este jubileo extraordinario, el 8 de diciembre, solemnidad de la Inmaculada Concepción y quincuagésimo aniversario de la clausura del Concilio Vaticano II, fuera a ser también el día 1.000 desde que calza las sandalias del Pescador se escapaba a cualquier cábala humana.

Más allá de lo anecdótico y a la vez paradigmático de esta triple coincidencia, lo cierto es que estos tres hechos –día mil de Francisco, cincuentenario del Vaticano II y apertura del Año Jubilar de la Misericordia, y todo ello bajo la mirada y el amparo de María Inmaculada- están revestidos de una indudable fuerza simbólica e interpeladora y que son en sí mismos, por separado y más aún juntos, una señal de lo Alto, una gracia del Espíritu, un aldabonazo para la Iglesia todavía del alba del tercer milenio. ¿Cuáles son sus significados y retos?

En primer lugar, emplazarnos a recuperar y potenciar el más auténtico de los legados del Concilio. ¿Cuál es?: “No descuidar el espíritu surgido en el Vaticano II, el del samaritano… Cruzar hoy la Puerta Santa nos compromete a hacer nuestra la misericordia del Buen Samaritano”, como señaló Francisco en el final de la homilía del 8 de diciembre (páginas 34 y 35). El ministerio apostólico del Papa Francisco y sus proverbiales y tan admirables hechos y dichos de misericordia son un aval incuestionable: el Vaticano II no tiene marcha atrás (página 18), nada hemos de temer del último Concilio. Se ha acabado el tiempo de los cuestionamientos, de las “hermenéuticas”, de ir más lejos o quedarse a la zaga de lo que la última gran asamblea conciliar, movida por el Paráclito, pidió para nuestra Iglesia: “Un verdadero encuentro entre la Iglesia y los hombres de nuestro tiempo. Un encuentro marcado por el poder del Espíritu que empujaba a la Iglesia a salir de los escollos que durante muchos años la habían recluido en sí misma, para retomar con entusiasmo el camino misionero”.

En segundo lugar, toda la Iglesia –pastores y fieles, fieles y pastores, unidos, en comunión, cada cual en su lugar- ha de renovar su conciencia de que el camino de la misericordia es el camino de Dios, es el camino de la creación, de la providencia, de la encarnación, de la redención, de la obra del Espíritu y de la misión de la Iglesia. La misericordia no es un “plus”, una moda, una respuesta “suave” y acomodaticia a tiempos recios y de inclemencias varias. Es la respuesta de Dios. “No se puede entender un cristiano verdadero –señaló Francisco en el ángelus del 8 de diciembre (página 35)- que no sea misericordioso, como no se puede entender a Dios sin su misericordia”. Necesitamos redescubrir ahora y siempre que Dios es Misericordia. “Que el Jubileo de la Misericordia –escribió el Papa en su cuenta en Twitter el 8 de diciembre- traiga a todos la bondad y la ternura de Dios”. “Entrar por la puerta (la puerta santa de la misericordia) significa descubrir la profundidad de la misericordia del Padre que acoge a todos y sale personalmente al encuentro de cada uno”.

En tercer lugar, todos estamos urgimos asimismo de la necesidad de ser testigos de la misericordia mediante la experiencia y el ejercicio de la misericordia. Lo comentaba nuestro Editorial de hace dos semanas (ecclesia, número 3.807, página 5): la misericordia fue la respuesta que san Juan Pablo II –entonces “solo” Karol Wojtyla- encontró de parte Dios en los años de plomo y de horror de la II Guerra Mundial y de la postguerra-; y la misericordia sigue siendo la respuesta que de Dios escucha ahora Francisco, en medio también de tantos y tan graves problemas y vicisitudes adversos, fuera y dentro de la Iglesia. La misericordia no es debilidad o blandenguería. La misericordia no se contrapone con la justicia, sino que se complementa. Y misericordia son hechos, no palabras.
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