martes, noviembre 19, 2024
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¿Preocuparse, o no, del mañana?

¿Preocuparse, o no, del mañana? Homilía de la Liturgia de la Palabra del predicador de la Casa Pontificia, P. Raniero Cantalamessa, celebrada en la Basílica de San Pedro con ocasión de la I Jornada mundial de oración por el Cuidado de la Creación:

1.- Llenen la tierra y sométanla

Y los bendijo, diciéndoles:

«Sean fecundos, multiplíquense,

llenen la tierra y sométanla;

dominen a los peces del mar, a las aves del cielo

y a todos los vivientes que se mueven sobre la tierra» (Gen 1,28).

Estas palabras han suscitado en tiempos recientes una fuerte crítica. Estas -alguno ha escrito atribuyendo al hombre un dominio indiscriminado sobre el resto de la naturaleza-, están al origen de la actual crisis ecológica. Viene reversado a la relación del mundo antiguo, sobre todo de los griegos, que veían al hombre en función del cosmos, y no el cosmos en función del hombre.

Yo creo que esta crítica, como muchas similares hechas al texto bíblico, se origina por el hecho de que se interpretan las palabras de la Biblia a la luz de categorías seculares ajenas a ella. “Dominar” no tiene aquí el significado que la palabra tiene fuera de la Biblia. Para la Biblia, el modelo último del dominus del Señor, no es el soberano político que explota a sus súbditos, sino que es Dios mismo, Señor y padre.

El dominio de Dios sobre las creaturas no se finaliza al propio interés, sino a aquel de las creaturas que él crea y protege. Hay un paralelismo evidente: como Dios es el dominus del hombre, así el hombre debe ser el dominus del resto de lo creado, es decir responsable de ello y su protector. El hombre es creado para que sea “a imagen y semejanza de Dios” no de patrones humanos. El sentido del dominio del hombre es explicado por lo que sigue poco después en el texto: “El Señor Dios tomó al hombre y lo puso en el jardín de Edén, para que lo cultivara y lo cuidara” (Gen 2, 15). Lo expresa muy bien la plegaria eucarística IV donde se dice a Dios:

“A imagen tuya creaste al hombre y le encomendaste el universo entero,
para que, sirviéndote sólo a ti, su Creador, dominara todo lo creado”.

La fe en un Dios creador y en hombre hecho a imagen de Dios, no es por lo tanto una amenaza, sino sobre todo una garantía para la creación, es la más fuerte de todas. Dice que el hombre no es patrón absoluto de las otras creaturas; debe rendir cuentas de aquello que ha recibido. La parábola de los talentos tiene aquí su aplicación primordial: la tierra es el talento que todos juntos hemos recibido y del cual debemos rendir cuentas.

La idea de una relación idílica entre el hombre y el cosmos, fuera de la Biblia, más allá de todo, es una invención literaria. La opinión dominante entre los filósofos paganos del tiempo tendía a hacer del mundo material, en la línea de Platón, el producto de un dios de segundo rango (el Deuteros theos o Demiurgo) o incluso, como dirá Marción, obra de un dios malo, diferente del Dios revelado por Jesucristo. El anhelo era liberarse de la materia, no liberar la materia. Una visión, esta, que al tiempo de Francisco de Asís revivía la herejía de los cátaros.

Otra prueba de que no es la visión bíblica la que favorece la prevaricación del hombre sobre la creación, es que el mapa de la contaminación no coincide de hecho con el de la difusión de la religión bíblica o de otras religiones, sino que coincide sobre todo con aquella de una industrialización salvaje, dirigida sólo a la ganancia, y con aquella de la corrupción que cierra la boca a todas las protestas y resiste a todos los poderes.

Junto a la gran afirmación que los hombres y las cosas provienen de un único principio, la narración bíblica muestra a la luz, esto sí, una jerarquía de importancia que es la jerarquía misma de la vida y que vemos inscrita en toda la naturaleza. El mineral sirve al vegetal que de él se nutre, el vegetal sirve al animal (es el buey quien come la hierba, ¡no al contrario!) y los tres sirven a la creatura racional que es el hombre.

Esta jerarquía es para la vida, no en contra de ella. Esta es violada, por ejemplo, cuando se realizan gastos locos para los animales (¡y no por aquellos en peligro de extinción!), mientras que se dejan morir de hambre y enfermedades millones de niños delante de los propios ojos. Alguno querría abolir del todo la jerarquía entre los seres, presente en la Biblia e inherente en la naturaleza. Se nos empuja incluso a hipotizar y auspiciar un universo futuro sin la presencia de la especie humana, retenida dañina para el resto del creado. Se llama “ecología profunda”. Pero esto claramente no tiene sentido. Sería como si una inmensa orquesta fuera reducida a tocar una espléndida sinfonía, pero en el vacío total, sin que haya nadie para escuchar y los mismos que tocan fueran sordos.

Como es tranquilizante, en este contexto, volver a escuchar las palabras del salmo 8 que queremos hacer nuestras en esta vigilia de oración:

Al ver el cielo, obra de tus manos,

la luna y la estrellas que has creado:

¿qué es el hombre para que pienses en él,

el ser humano para que lo cuides?

Lo hiciste poco inferior a los ángeles,

lo coronaste de gloria y esplendor;

le diste dominio sobre la obra de tus manos,

todo lo pusiste bajo sus pies:

todos los rebaños y ganados,

y hasta los animales salvajes;

las aves del cielo, los peces del mar

y cuanto surca los senderos de las aguas.

¡Señor, nuestro Dios,

qué admirable es tu Nombre en toda la tierra!

2.- ¿Preocuparse, o no, del mañana?

Pasamos ahora al pasaje evangélico que hemos escuchado:

“Por eso les digo: No se inquieten por su vida, pensando qué van a comer, ni por su cuerpo, pensando con qué se van a vestir. ¿No vale acaso más la vida que la comida y el cuerpo más que el vestido? Miren los pájaros del cielo… Miren los lirios del campo… No se inquieten entonces, diciendo: «¿Qué comeremos, qué beberemos, o con qué nos vestiremos?»… No se inquieten por el día de mañana; el mañana se inquietará por sí mismo. A cada día le basta su aflicción. (Mt 6, 25 – 34).

Aquí las objeciones humanas se transforman en un coro de protesta. ¿No preocuparse del mañana?, ¿Pero no es lo que se propone con la ecología y que Papa Francisco hace en toda su encíclica ‘Laudato Si’? Es saludable que a veces reaccionemos así a la palabra de Jesús; es siempre la ocasión para descubrir algo de nuevo en sus palabras.

Pero esas palabras de Jesús hoy nos hablan también a todos nosotros. Dicen: no te preocupes por el mañana, pero ¡preocúpate por el mañana de aquellos que vienen después de nosotros! No se pregunten ¿Qué comeremos? ¿Qué beberemos? ¿Qué vestiremos? Pregúntense más bien ¿Qué comerán? ¿Qué beberán? ¿Qué vestirán nuestros hijos, los futuros habitantes de este planeta?”

Un gran estudioso de la antigüedad cristiana, Adolph von Harchak, ha escrito que cuando se trata de nosotros mismos, el Evangelio nos quiere despegados de los bienes de la tierra, pero cuando se trata del prójimo no quiere ni siquiera escuchar hablar de desinterés o de vivir la jornada. “La máxima ilusión del ‘libre juego de las fuerzas’, del ‘vivir y dejar vivir’ -sería mejor decir: vivir y dejar morir-, está en abierta oposición con el Evangelio. Lamentablemente esta máxima del ‘vivir y dejar morir’ es aquella que ninguno pronuncia, pero que muchos practican en la realidad. Jesús, en más ocasiones, se preocupa por dar él mismo de comer a la gente, multiplicando los panes y los peces, y al final pide recoger lo que quedaba “para que no se pierda nada” (Jn 6,12). Una palabra que se debería adoptar como lema en contra del desperdicio, sobre todo en campo alimenticio.

En realidad, el texto evangélico pone el hacha en la raíz – la misma hacha a la misma raíz que pone el Papa Francisco en su encíclica. Lo hace cuando dice al inicio del pasaje: “no pueden servir a Dios y a la riqueza”. Ninguno puede servir seriamente la causa de la salvaguardia de la creación si no tiene la valentía de señalar con el dedo en contra de la acumulación de riquezas exageradas en las manos de pocos y en contra del dinero que es la medida.

Que sea claro: Jesús nunca ha condenado la riqueza en sí misma. A Zaqueo le permite tener la mitad de sus bienes que debían haber sido sustanciosos; entre sus amigos está José de Arimatea llamado “hombre rico” (Mt, 27, 57). La que Jesús condena es la “riqueza deshonesta” (Lc 16, 9), la riqueza acumulada a expensas del prójimo, fruto de la corrupción y de la especulación, la riqueza sorda a las necesidades del pobre: aquella, por ejemplo, del rico epulón de la palabra, que hoy, entre otro, no está más por un individuo, sino por un entero hemisferio.

3.- Qué nos enseña Francisco de Asís

Ahora podemos dedicar un poco de atención también a Francisco de Asís y a su Cántico de las Criaturas que Papa Francisco, con feliz intuición, escogió como marco espiritual para su encíclica. ¿Qué podemos aprender de él, nosotros los hombres de hoy?

Francisco es la prueba viviente de la contribución que la fe en Dios puede dar al esfuerzo común para la salvaguardia de la creación. Su amor por las criaturas es una consecuencia directa de su fe en la paternidad universal de Dios. Todavía no tiene las razones prácticas que tenemos nosotros hoy para preocuparnos por el futuro del planeta: la contaminación atmosférica, la escasez de agua limpia… El suyo es un ecologismo puro de los fines utilitarios, por cuan legítimos, que tenemos nosotros hoy. Las palabras de Jesús “’padre’, no tienen sino uno, el Padre celestial; y todos ustedes son hermanos (cf. Mt 23: 8-9), le son suficientes. No son para él un principio abstracto; es el horizonte constante en el que vive y piensa. Fuerte con esta certeza, él ha querido poner al mundo entero “en un estado de fraternidad y en un estado de alabanza”.

Las fuentes franciscanas nos dicen los sentimientos con que Francisco se dispone a escribir su cántico:

“Por eso, quiero componer para su gloria, para consuelo nuestro y edificación del prójimo una nueva alabanza del Señor por sus criaturas. Cada día ellas satisfacen nuestras necesidades; sin ellas no podemos vivir, y, sin embargo, por ellas el género humano ofende mucho al Creador. Cada día somos ingratos a tantos dones y no loamos como debiéramos a nuestro Creador y al Dispensador de todos estos bienes». Se sentó, se concentró un momento y empezó a decir: «Altísimo, omnipotente, buen Señor…».

Las palabras del santo que definen bello el sol, bello hermano fuego, luminosas y bellas estrellas, son el eco de aquel: “Dios vio que era muy bueno”, de la historia de la creación.

El pecado de fondo contra la creación, que precede a todos los demás, es el de no escuchar su voz, condenarlo irremediablemente, diría San Pablo, a la vanidad, a la insignificancia (cf. Rom. 8: 18f). El mismo Apóstol habla de un pecado fundamental que llama impiedad, o “ahogar la verdad”. Dice que es el pecado de quienes “habiendo conocido a Dios, no lo glorificaron ni le dieron gracias” como corresponde a Dios. Este no es, pues, sólo el pecado de los ateos que niegan la existencia de Dios; también es el pecado de los creyentes de cuyo corazón nunca salió un entusiasta “¡Gloria a Dios en las alturas!”, ni un emotivo “Gracias, Señor”. La Iglesia pone en nuestros labios las palabras para hacerlo cuando, en el Gloria de la Misa, nos hace decir: “Te alabamos, te bendecimos, te adoramos, te glorificamos, te damos gracias, Señor, por tu inmensa Gloria”.

“Los cielos y la tierra – dice a menudo la Escritura – están llenos de su gloria”. Están, por así decir, preñados, pero no pueden, por sí mismos, “liberarse”. Como la mujer encinta, necesitan también las hábiles manos de una partera para dar a luz aquello de lo que están “preñados”. Y estas “parteras” de la gloria de Dios debemos ser nosotros. ¡Cuánto tuvo que esperar el universo, qué largo tuvo que tomar, para llegar a este punto! Millones y millones de años, durante el cual la materia prima, a través de su opacidad, caminó hacia la luz de la conciencia, como la savia desde la base hacia la parte superior del árbol para crecer en la flor y la fruta!. Esta conciencia fue finalmente llegó, cuando apareció en el universo «, el fenómeno humano.» Pero ahora que el mundo ha llegado a su meta, requiere hombre para cumplir con su deber, que tiene, por así decirlo, la dirección del coro y canta para todo el «Gloria a Dios en las alturas!»

Francisco nos muestra el camino para un cambio radical en nuestra relación con la creación: consiste en sustituir a la posesión, la contemplación. Él ha descubierto una manera diferente de gozar de las cosas que es la de contemplar, en lugar de su dueño. Puede regocijarse en todas las cosas, porque ha renunciado a poseer alguna. Las fuentes franciscanas nos describen la situación de Francisco cuando compuso su Cántico de las criaturas:

“Sin poder soportar de día la luz del sol, ni de noche el resplandor del fuego. Permanecía constantemente a oscuras tanto en la casa como en aquella celdilla; tenía, además, grandes dolores en los ojos día y noche, de modo que casi no podía descansar ni dormir durante la noche; lo que dañaba mucho y perjudicaba a la enfermedad de sus ojos y sus demás enfermedades”.

Francisco canta la belleza de las criaturas cuando ya no puede ver a ninguna de ellas, y, es más, la simple luz del sol o del fuego ¡le procura un dolor terrible! La posesión excluye, la contemplación incluye; la posesión divide, la contemplación, multiplica. Uno solo puede poseer un lago, un parque, y así todos los demás quedan excluidos; miles pueden contemplar ese mismo lago o parque, y todos disfrutar de él sin sustraerlo a nadie. Es una posesión más verdadera y profunda, un poseer dentro, no fuera, con el alma, no sólo con el cuerpo. ¿Cuántos latifundistas se han detenido a admirar una flor de sus campos o a acariciar una espiga de su grano? La contemplación permite poseer las cosas sin acapararlas.

El ejemplo de Francisco de Asís demuestra que la actitud religiosa y doxológica ante la creación no es sin consecuencias prácticas y operativas; no es algo montado en el aire. También empuja a gestos concretos. Así es como el primer biógrafo del Santo refiere algunos de estos gestos concretos del pobrecillo:

«Abraza todas las cosas con indecible afectuosa devoción y les habla del Señor y las exhorta a alabarlo (…) A los hermanos que hacen leña prohíbe cortar del todo el árbol, para que le quede la posibilidad de echar brotes. Manda al hortelano que deje a la orilla del huerto franjas sin cultivar, para que a su tiempo el verdor de las hierbas y la belleza de las flores pregonen la hermosura del Padre de todas las cosas. Manda que se destine una porción del huerto para cultivar plantas que den fragancia y flores, para que evoquen a cuantos las ven la fragancia eterna. Recoge del camino los gusanillos para que no los pisoteen; y manda poner a las abejas miel y el mejor vino para que en los días helados de invierno no mueran de hambre”.

Algunas de sus recomendaciones parecen escritas hoy, bajo la presión de los ambientalistas. Una vez dijo: “Yo jamás fui ladrón de limosnas”, que quiere decir, recibir más de lo necesario, quitando a quien necesita más que yo. Hoy en día esta regla podría tener una aplicación muy útil para el futuro de la tierra. Deberíamos proponérnosla también nosotros: no quiero ser ladrón de recursos, usando más de lo necesario y sustrayendo así a quien vendrá después de mí.

Ciertamente, Francisco no tenía la visión global y planetaria del problema ecológico, sino una visión local, inmediata. Pensaba en aquello que él podía hacer y, eventualmente, sus frailes. También aquí él nos enseña algo. Un lema ahora muy de moda dice: “Piensa globalmente, actúa localmente” piensa globalmente, pero actúa localmente. ¿Qué sentido tiene, por ejemplo, culpar a quienes contaminan la atmósfera, los océanos y los bosques, si yo no dudo en lanzar a la orilla de un río o del mar, una bolsa de plástico que permanecerá allí durante siglos, si alguien la recupera, si tiro en cualquier lugar, en la carretera o en el bosque, aquello de lo que me quiero liberar, o si embadurno las paredes de mi ciudad?

El cuidado de la creación, como la paz, se hace, diría nuestro Santo Padre Francisco, “artesanalmente”, comenzando inmediatamente por sí mismos. La paz comienza por ti, se repite a menudo en los mensajes para la Jornada Mundial de la Paz; también el cuidado de la creación comienza por ti. Era lo que un representante ortodoxo afirmaba ya en la Asamblea Ecuménica de Basilea de 1989, sobre la justicia, la paz y el cuidado de la creación: “Sin un cambio en el corazón humano, la ecología no tiene ninguna esperanza de éxito”.

Concluyo mi reflexión. Unas semanas antes de su muerte, san Francisco agregó una estrofa a su Cántico, que comienza con las palabras: “Alabado seas, mi Señor, por aquellos que perdonan por tu amor”. Creo que si viviera hoy añadiría otra estrofa a su canción: “Alabado seas mi Señor por todos los que trabajan para proteger a nuestra hermana la madre tierra, los científicos, los políticos, los líderes de todas las religiones y personas de buena voluntad. Alabado seas, mi Señor, por aquel que, junto con mi nombre, también tomó mi mensaje y lo está llevando hoy a todo el mundo.

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