Cada acto de libertad inicia algo nuevo en el mundo.No algo imposible, sino algo que inicialmente podía empezar a existir.
La libertad nos pone ante ese amplio horizonte de las posibilidades. Puedo ir a la derecha o a la izquierda, acelerar o ir más despacio, tomar dos bocadillos con cerveza o uno con un poco de agua.
Tras las decisiones, empiezan nuevos procesos. Si escogí ir a la izquierda, tal vez llego tarde y se enfada un amigo. Los dos bocadillos influyen en mi estado de ánimo y alteran los resultados de la báscula.
Somos responsables de muchas de las consecuencias que habíamos (y debíamos) haber previsto. Eso lo perciben de un modo dramático los gobernantes antes de tomar ciertas decisiones. Pero también lo experimentamos en la familia, en el trabajo o simplemente al ir de excursión.
Por eso, a la hora de poner en marcha nuestra libertad, vale la pena un momento de reflexión ante las opciones posibles que tenemos por delante. ¿Este acto es bueno y fomenta el bien? ¿O es malo y puede generar un proceso de consecuencias negativas?
No siempre tendremos claro todo lo que pueda acontecer. Pero al menos, si asumimos las propias responsabilidades y deseamos sinceramente hacer lo bueno, valoraremos cada decisión con la mirada puesta en las consecuencias posibles.
Cada día está lleno de decisiones. Las opciones pueden ser muchas o pocas. En ocasiones, algunas resultan especialmente difíciles en un momento concreto de la propia vida.
Lo importante es adquirir esa prudencia que pide ayuda a Dios y a los amigos buenos para descartar todo aquello que pueda provocar daños, y para escoger, generosamente, lo que promueve consecuencias buenas, justas y bellas.
Por: P.Fernando Pascual, L.C. | Fuente: Catholic.net