El nombre hebreo de los Salmos es Tehillim, que significa «alabanzas». Esta porción de las Escrituras hebreas formaban el himnario que se usaba regularmente en el Templo. Los hebreos dividían lo que comúnmente se llama Antiguo Testamento, en la Ley, los Profetas y las Escrituras.
A la colección de los llamados «Salmos» se le llama igualmente «Salterio». En la tradición judeo-cristiana es el libro de oración usado en las congregaciones y sinagogas. Al libro de los Salmos se le considera el libro más completo de la Biblia. Fue escrito en un periodo histórico que abarca desde el tiempo de Moisés hasta el exilio de Israel en Babilonia. Toda la ética bíblica, los fundamentos de la fe, los prodigios y las maravillas realizados por Dios, la relación del Hijo y del pueblo de Dios con Él en toda circunstancia son expresados en los Salmos.
Toda alma sedienta busca refrescarse en la fuente de los Salmos. En ella encuentra respuestas sólidas a sus necesidades más profundas. Al beber de esta fuente, el alma encuentra en Dios y sólo en Dios la satisfacción que con ardiente deseo y anhelo busca. Su aspiración de estrecha relación con el Todopoderoso se ve colmada. Por medio de los Salmos nuestra alma se lanza hasta el infinito, cantando alabanzas a Dios. Con plena confianza y sin esconder absolutamente nada le expresa a Dios sus más profundos temores, derrama ante el Omnisciente todo tipo de dolor, expresa con firmeza su fe al Omnipotente, y busca nutrir su espíritu en lugares de verdes pastos, guiado por el Gran y Divino Señor.
La Biblia está compuesta por varios libros, pero el libro de los Salmos es el que verdaderamente magnifica a Dios y Su Palabra. Los Salmos, como ningún otro libro del Antiguo Testamento, revela en gran magnitud el alcance del Mesías y Su obra. Los Salmos proyectan Su venida, Su Resurrección y Su Ascensión. También ilustran Su soberanía universal sobre toda la Tierra.