De enemigos y extranos a amigos y hermanos :
«El pasado nos debe servir de lección para el presente y para el futuro. La Shoah nos enseña que se necesita siempre la máxima vigilancia para poder intervenir tempestivamente en defensa de la dignidad humana y de la paz». Papa Francisco concluye su discurso en la Sinagoga de Roma con un recuerdo de las víctimas y se los supervivientes del exterminio nazi. Es el tercer Papa que entra al Templo Mayor de la capital italiana, la ciudad de la que es obispo.
Bergoglio llegó diez minutos antes, sin séquito ni acompañadores, en el Ford Focus azul de siempre. Fue recibido por la Presidenta de la Comunidad hebraica romana, Ruth Dureghello, por el Presidente de la Unión de las Comunidades hebraicas italianas (Ucei), Renzo Cattegna, y por el Presidente de la Fundación Museo de la Shoah, Mario Venezia. Francisco dejó una gran cesta con flores blancas en bajo la lapida que recuerda la deportación de los judíos romanos en 1943. Después recorrió a pie la Vía Catalana y repitió el homenaje frente a la lápida que recuerda a Stefano Gaj Taché, el niño asesinado durante el atentado terrorista de 1982, y se entretuvo un momento con sus familiares.
Pocos minutos después abrazó al Rabino Jefe de Roma, Riccardo Di Segni, y entró a la Sinagoga. Durante casi media hora, sin ninguna prisa, Francisco recorrió todo el templo, estrechando manos y abrazando a los presentes, subrayando de esta manera el dato más característico de esta tercera visita: la cordialidad y la amistad.
La Presidenta de la Comunidad hebraica romana Ruth Dureghello no ocultó su emoción: «hoy escribimos una vez más la historia». Recordó las palabras de Francisco en contra del antisemitismo y en contra de los que niegan a Israel el derecho a existir. Amonestó que «la paz no se conquista sembrando el terror con los cuchillos en la mano, no se conquista derramando sangre en las calles de Jerusalén, de Tel Aviv, de Ytamar, de Beth Shemesh y de Sderot… Todos nosotros debemos decir al terrorismo que se detenga. No solo al terrorismo de Madrid, de Londres, de Bruselas y de Paría, sino también ese que golpea todos los días a Israel. El terrorismo nunca tiene justificación». La Presidenta también recordó que el terrorismo islamico ya ha atacado a Roma, pues en 1982 mató al pequeño Stefano Gaj Taché. Dijo que no es posible quedarse indiferentes frente a la sangre derramada. Y concluyó expresando la certeza de que «La fe no genera odio, la Fe no derrama sangre, la fe llama al diálogo» y «esta conciencia, que no pertenece exclusivamente a nuestras religiones, que pueda encontrar también la colaboración del Islam».
Después, el Rabino Di Segni explicó, que en la «tradición jurídica rabínica, un acto repetido tres veces se vuelve ‘chazaqà’, costumbre fija. Es decididamente el signo concreto de una nueva era». Un evento «cuyo alcance irradia en todo el mundo con un mensaje benéfico». También recordó el Jubileo en la traición hebraica, indicando que no pasó desapercibido el momento inicial en el que, al abrir la Puerta santa, fue recitada la fórmula litúrgica: «abran las puertas de la justicia»: «para el hebreo que escucha, es algo conocido y familiar, es una cita del versículo de los Salmos» que «nosotros citamos en nuestra liturgia festiva». Un signo de cómo «las vías divididas y tan diferentes de los dos mundos religiosos comparten como sea una parte de patrimonio común que ambas consideran sacro». Todos «esperamos —dijo el Rabino— un momento quién sabe qué tan lejano en la historia en el que las divisiones se resolverán». «Acogemos al Papa —concluyó— para insistir en que las diferencias religiosas, que deben ser mantenidas y respetadas, no deben ser justificación para el odio y la violencia, sino que debe existir, por el contrario, la amistad y la colaboración, y que las experiencias, los valores, las tradiciones, las grandes ideas que nos identifican deben ser puestas al servicio de la colectividad».
Al tomar la palabra, el Papa agradeció en hebreo, «Todá rabbá», por la calurosa bienvenida. Bergoglio recordó que «ya en Buenos Aires solía ir a las sinagogas y encontrar a las comunidades allí reunidas, seguir de cerca las fiestas y las conmemoraciones hebraicas». Un «vínculo espiritual» que «ha favorecido el nacimiento de auténticas relaciones de amistad y también un inspirado diálogo común». Bergoglio citó el «vínculo único y peculiar» entre hebreos y cristianos, que «deben sentirse hermanos, unidos por el mismo Dios y por un rico patrimonio espiritual común».
Francisco retomó la expresión acuñada por Juan Pablo II para los judíos: «Hermanos mayores». «Efectivamente —dijo—, ustedes son nuestros hermanos y nuestras hermanas mayores en la fe. Todos pertenecemos a una única familia, la familia de Dios, que nos acompaña y protege como su pueblo».
«Juntos, como hebreos y como católicos, estamos llamados a asumir nuestras responsabilidades para esta ciudad, ofreciendo nuestro aporte, principalmente espiritual, y favoreciendo la resolución de los diferentes problemas actuales». Citando el documento conciliar «Nostra aetate», el Papa insistió en el «no» a «cualquier forma de antisemitismo» y condenó «cualquier injuria, discriminación y persecución que derivan de él». También recordó la importancia del trabajo de profundización teológica: «Los cristianos, para comprenderse a sí mismos, no pueden no referirse a las raíces hebraicas, y la Iglesia, a pesar de profesar la salvación a través de la fe en Cristo, reconoce la irrevocabilidad de la Antigua Alianza y el amor constante y fiel de Dios por Israel».
El Papa invitó no «perder de vista los grandes desafíos que el mundo de hoy debe afrontar. El de una ecología integral ya es prioritario, y como cristianos y hebreos podemos y debemos ofrecer a la humanidad entera el mensaje de la Biblia sobre el cuidado de la Creación. Conflictos, guerras, violencias e injusticias abren heridas profundas en la humanidad y nos llaman a reforzar el compromiso por la paz y la justicia».
«La violencia del hombre contra el hombre —recordó Francisco— está en contradicción con cualquier religión digna de este nombre, y en particular con las tres grandes religiones monoteístas. Cada ser humano, en cuanto criatura de Dios, es nuestro hermano, independientemente de su origen o de su pertenencia religiosa». Y «allí donde la vida está en peligro estamos llamados todavía más a protegerla. Ni la violencia ni la muerte tendrán jamás la última palabra frente a Dios, que es el Dios del amor y de la vida. Tenemos que pedirle con insistencia para que nos ayude a practicar en Europa, en Tierra Santa, en Oriente Medio, en África y en cada parte del mundo la lógica de la paz, de la reconciliación, del perdón y de la vida».
Para concluir, Bergoglio recordó el exterminio de hebreos: «Seis millones de personas, solo porque pertenecían al pueblo judío, fueron víctimas de la más inhumana barbarie, perpetrada en nombre de una ideología que pretendía sustituir al hombre en lugar de Dios. El 16 de octubre de 1943, más de mil hombres, mujeres y niños de la comunidad judía de Roma fueron deportados a Auschwitz. Hoy deseo recordarlos de modo particular: sus sufrimientos, sus angustias, sus lágrimas no deben jamás ser olvidadas. Y el pasado nos debe servir de lección para el presente y para el futuro. La Shoah nos enseña que es necesaria siempre la máxima vigilancia para poder intervenir tempestivamente en defensa de la dignidad humana y de la paz. Quisiera expresar mi cercanía a cada testigo de la Shoah todavía en vida, y dirijo mi saludo particular a todos los que están aquí presentes hoy. ¡Shalom alechem!».