jueves, marzo 13, 2025
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La vida es como un pórtico… lo importante está tras la puerta

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La vida es como un pórtico… lo importante está tras la puerta :
La vida es como un pórtico. Lo importante está tras la puerta. Lo presente prepara la entrada, mientras esperamos la llegada del Esposo.

En el pórtico se suceden días de ventura y días de desgracia. Nada es estable en el mundo de lo terreno. Todo puede cambiar en un instante.

La mirada se dirige hacia la puerta. Cuando se abra, si seré aceptado al banquete de bodas del Cordero, la alegría será completa.

¿Cómo vivir ahora? ¿Cómo afrontar las dificultades de cada día? ¿Cómo resistir a las tentaciones del Maligno? ¿Cómo promover el bien entre mis hermanos?

No resulta fácil mantenerse fieles. Mil voces de sirenas nos aturden y nos invitan a una vida de engaños y de falsas alegrías. La tentación nos acecha sin descanso.

Por eso, necesito recordar que existe un Amor verdadero. Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, ha desvelado el maravilloso designio de su misericordia. La fe se convierte en maní que alimenta durante el tiempo de la espera.

Un día se abrirá el pórtico y empezará el banquete de la vida eterna. Ese día la alegría de Dios será nuestra alegría, y será una alegría plena y verdadera (cf. Jn 18,1-13).

San Patricio

San Patricio :
San Patricio, obispo, que, siendo joven, fue llevado cautivo desde Gran Bretaña a Irlanda, y después, recuperada la libertad, quiso ser contado entre los clérigos y regresar a la misma isla, donde, hecho obispo, anunció con vehemencia el Evangelio y organizó con firmeza la Iglesia, hasta que en la ciudad de Down se durmió en el Señor († 461).

Etimológicamente: Patricio = Aquel que es un patricio o noble, es de origen latino

Breve Biografía
Nacido en Gran Bretaña (Bennhaven Taberniae (pueblecito de Escocia que hoy no se encuentra en los mapas) hacia el 385, muy joven fue llevado cautivo a Irlanda, y obligado a guardar ovejas. Recobrada la libertad, abrazó el estado clerical y fue consagrado obispo Irlanda, desplegando extraordinarias dotes de evangelizador, y convirtiendo a la fe a numerosas gentes, entre las que organizó la Iglesia. Murió el año 461, en Down, llamado en su honor Downpatrik (Irlanda).

No se conoce con exactitud los datos cronológicos del Apóstol de Irlanda. Por lo que el santo dice de si mismo, se supone que era de origen romano-bretón. Su padre Calpurnio era diácono y oficial del ejercito romano; su madre era familia de San Martín de Tours; su abuelo había sido sacerdote ya que en aquellos tiempos no se había impuesto aún la ley del celibato sacerdotal en todo el occidente.

Se afirma que fue alrededor del año 403, a la edad de 16 años, que cayó prisionero de piratas junto con otros jóvenes para ser vendido como esclavo a un pagano del norte de Irlanda llamado Milcho. Lo sirvió cuidando ovejas. Trató de huir varias veces sin éxito.

La Divina Providencia aprovechó este tiempo de esclavitud, de rudo trabajo y sufrimiento, para espiritualizarlo, preparándolo para el futuro, ya que el mismo dijo que hasta entonces «aún no conocía al verdadero Dios», queriendo decir que había vivido indiferente a los consejos y advertencias de la Iglesia.

Se cree que el lugar de su cautiverio fue en las costas de Mayo, al borde del bosque de Fochlad (o Foclut). De ser así, el monte de Crochan Aigli, que fue escenario del famoso ayuno de San Patricio, también fue el lugar donde vivió los tristes años de su juventud.

Lo mas importante es que para entonces, como el lo dice: «oraba de continuo durante las horas del día y fue así como el amor de Dios y el temor ante su grandeza, crecieron mas dentro de mí, al tiempo que se afirmaba mi fe y mi espíritu se conmovía y se inquietaba, de suerte que me sentía impulsado a hacer hasta cien oraciones en el día y, por la noche otras tantas. Con este fin, permanecía solo en los bosques y en las montañas. Y si acaso me quedaba dormido, desde antes de que despuntara el alba me despertaba para orar, en tiempos de neviscas y de heladas, de niebla y de lluvias. Por entonces estaba contento, porque lejos de sentir en mi la tibieza que ahora suele embargarme, el espíritu hervía en mi interior».

Después de seis años en tierra de Irlanda y de haber rezado mucho a Dios para que le iluminara sobre su futuro, una noche soñó que una voz le mandaba salir huyendo y llegar hasta el mar, donde un barco lo iba a recibir. Huyendo, caminó mas de 300 kilómetros para llegar a la costa. Encontró el barco, pero el capitán se negaba rotundamente a transportarlo. Sus reiteradas peticiones para que le dejasen viajar gratis fueron siempre rechazadas, hasta que al fin, después de mucho orar con fervor, el capitán accedió a llevarlo hasta Francia. La travesía fue aventurada y peligrosa. Después de tres días de tormenta en el mar, tocaron tierra en un lugar deshabitado de la costa, caminaron un mes sin encontrar a nadie y hasta las provisiones se agotaron. Patricio narra esa aventura diciendo:
«llegó el día en que el capitán de la nave, angustiado por nuestra situación, me instaba a pedir el auxilio del cielo. ´¿Cómo es que nos sucede esto, cristiano? Dijiste que tu Dios era grande y todopoderoso, ¿por qué entonces no le diriges una plegaria por nosotros, que estamos amenazados de morir por hambre? Tal vez no volvamos a ver a un ser humano…´ A aquellas súplicas yo respondí francamente: ´Poned toda vuestra confianza y volved vuestros corazones al Señor mi Dios, para quien nada es imposible, a fin de que en este día os envíe vuestro alimento en abundancia y también para los siguientes del viaje, hasta que estéis satisfechos puesto que El tiene de sobra en todas partes´. Fue entonces cuando vimos cruzar por el camino una piara de cerdos; mis compañeros los persiguieron y mataron a muchos. Ahí nos quedamos dos noches y, cuando todos estuvieron bien satisfechos y hasta los perros que aún sobrevivían, quedaron hartos, reanudamos la caminata. Después de aquella comilona todos mostraban su agradecimiento a Dios y yo me convertí en un ser muy honorable a sus ojos. Desde aquel día tuvimos alimento en abundancia.»

Finalmente llegaron a lugar habitado y así Patricio quedó a salvo a la edad de veintidós o veintitrés años y volvió a su casa. Con el tiempo, durante las vigilias de Patricio en los campos, se reanudaron las visiones y, a menudo, oía «las voces de los que moran mas allá del bosque Foclut, mas allá del mar del oeste y así gritaban todas al mismo tiempo, como si salieran de una sola boca, estas palabras: ´Clamamos a ti, Ho joven lleno de virtudes, para que vengas entre nosotros nuevamente´ «. «Eternas gracias deben dársele a Dios, agrega, porque al cabo de algunos años el Señor les concedió aquello por lo que clamaban».

No hay ninguna certeza respecto al orden de los acontecimientos que se produjeron desde entonces.

Los primeros biógrafos del santo dicen que Patricio pasó varios años en Francia antes de realizar su trabajo de evangelización en Irlanda. Existen pruebas firmes de que pasó unos tres años en la isla de Lérins, frente a Canes, y después se radicó en Auxerre durante quince años mas. También hay sólidas evidencias de que tenía buenas relaciones personales con el obispo San Germán de Auxerre. Durante este tiempo le ordenaron sacerdote.

Algunos historiadores sostienen, que en esa época hizo un viaje a Roma y que, el Papa Celestino I fue quien le envió a Irlanda con una misión especial, ya que su primer enviado Paladio nunca logró cumplir porque a los doce meses de haber partido murió en el norte de Britania. Para realizar esa misión encomendada por el Pontífice, San Germán de Auxerre consagró obispo a Patricio.

Puesto que dependemos de datos confusos, legendarios y muchas veces contradictorios, de sus primeros biógrafos, es materialmente imposible obtener detalles del heroico trabajo en las tierras donde había estado cautivo. La tradición afirma que trabajó en el norte, en la región de Slemish, que dicen fue la misma donde Patricio cuidaba el ganado y oraba a Dios cuando era un joven esclavo. Una anécdota que antiguamente la tenían por auténtica en Irlanda relata que cuando el amo se enteró del regreso de Patricio convertido en venerado predicador, se puso tan furioso que prendió fuego a su propia casa, pereciendo en medio de las llamas.

Se afirma que, a su arribo a tierras irlandesas, San Patricio permaneció una temporada en Ulster, donde fundó el monasterio de Saúl y que con la energía que lo caracterizaba se propuso la tarea de conquistar el favor del «Gran Rey» Laoghaire, que vivía con su corte en Tara, de la región de Meath.

Utilizaba un lenguaje sencillo al evangelizar. Por ejemplo, para explicarles acerca de la Santísima Trinidad, les presentaba la hoja del trébol, diciéndoles que así como esas tres hojitas forman una sola verdadera hoja, así las tres personas divinas, Padre, Hijo y Espíritu Santo, forman un solo Dios verdadero. Todos lo escuchaban con gusto, porque el pueblo lo que deseaba era entender.

San Patricio y sus enemigos

Sus acérrimos opositores fueron los druidas, representantes de los dioses paganos. También sufrió mucho a manos de los herejes pelagianos, que para arruinar su obra recurrieron inclusive a la calumnia. Para defenderse, Patricio escribió su Confessio. Por fortuna poseemos una colección bastante nutrida de esos escritos, que nos muestra algo de el mismo, como sentía y actuaba.

Circulaba entre los paganos un extraño vaticinio, una profecía, respecto al santo, que Muirchu, su historiador nos transmite textualmente así: «Cabeza de azuela (referencia a la forma aplanada de la cabeza tonsurada) vendrá con sus seguidores de cabezas chatas, y su casa (casulla o casuela, es decir casa pequeña) tendrá un agujero para que saque su cabeza. Desde su mesa clamará contra la impiedad hacia el oriente de su casa. Y todos sus familiares responderán, Amén, Amén». Los augurios agregaban esto todavía: «Por lo tanto, cuando sucedan todas estas cosas, nuestro reino, que es un reinado de idolatría, se derrumbará».

En la evangelización, San Patricio puso mucha atención en la conversión de los jefes, aunque parece ser que el mismo rey Laoghaire no se convirtió al cristianismo, pero si, varios miembros de su familia. Consiguió el amparo de muchos jefes poderosos, en medio de muchas dificultades y constantes peligros, incluso el riesgo de perder la vida (mas de cinco veces) en su trato con aquellos bárbaros. Pero se notaba que había una intervención milagrosa de Dios que lo libraba de la muerte todas las veces que los enemigos de la religión trataban de matarlo. En un incidente que ocurrió en misión, su cochero Odhran, quizás por algún presentimiento, insistió en reemplazar al santo en el manejo de los caballos que tiraban del coche, por consiguiente fue Odhram quien recibió el golpe mortal de una lanza que estaba destinada a quitarle la vida a San Patricio.

No obstante los contratiempos, el trabajo de la evangelización de Irlanda, siguió firme. En varios sitios de Irlanda, construyó abadías, que después llegaron a ser famosas y alrededor de ellas nacieron las futuras ciudades. En Leitrim, al norte de Tara, derribó al ídolo de Crom Cruach y fue uno de los lugares donde edificó una de las iglesias cristianas. En la región de Connaught, realizó cosas notables. En la población de Tirechan se conservó para la posteridad la historia de la conversión de Ethne y Fedelm, hijas del rey Laoghaire. También existen las narraciones de las heroicas predicaciones de San Patricio en Ulster, en Leinster y en Munster.

Por su santidad, manifiesta en su carácter su lenguaje sencillo al evangelizar y por el don de hacer milagros, San Patricio logró muchas victorias sobre sus oponentes paganos y hechiceros. Ese triunfo le sirvió para que los pobladores de Irlanda se abrieran a la predicación del cristianismo. De hecho hacen referencias en los textos del Senchus Mor (el antiguo código de las leyes irlandesas) a cierto acuerdo concertado en Tara entre los paganos y el santo y su discípulo San Benigno (Benen). Dicen esos libros que «Patricio convocó a los hombres del Erin para que se reunieran todos en un sitio a fin de conferenciar con él. Cuando estuvieron reunidos, se les predicó el Evangelio de Cristo para que todos lo escucharan. Y sucedió que, en cuanto los hombres del Erin escucharon el Evangelio y conocieron como este daba frutos en el gran poder de Patricio demostrado desde su arribo y al ver al rey Laoghaire y a sus druidas asombrados por las grandes maravillas y los milagros que obraba, todos se inclinaron para mostrar su obediencia a la voluntad de Dios y a Patricio».

Hay muchas fantasías sobre las confrontaciones de San Patricio con los magos druidas pero también hay relatos que tienen un trasfondo sin duda histórico. Dicen que un Sábado Santo, cuando nuestro santo encendió el fuego pascual, se lanzaron con toda su furia a apagarlo, pero por más que trataron no lo lograron. Entonces uno de ellos exclamó: «El fuego de la religión que Patricio ha encendido, se extenderá por toda la isla». Y se alejaron. La frase del mago se ha cumplido; la religión católica se extendió de tal manera por toda Irlanda, que hoy sigue siendo un país católico, iluminado por la luz de la religión de Cristo, y que a su vez a dado muchos misioneros a la Iglesia.

El Sínodo

Hay muchas y buenas razones para creer que San Patricio convocó a un sínodo, seguramente en Armagh, no se mencionó el sitio. Muchos de los decretos emitidos en aquella asamblea, han llegado hasta nosotros tal como fueron redactados, aunque no cabe dudas que a varios de ellos se le hicieron añadiduras y enmiendas. En esa época San Patricio era ya un anciano con la salud quebrantada por el desgaste físico de sus austeridades y de sus treinta años de viajes de evangelización. Probablemente el sínodo haya tenido lugar cuando los días del santo ya estaban contados

Vida de Santidad

Solo llegaremos a comprender el hondo sentimiento humano que tenía el santo y el profundo amor a Dios que lo animaba, si estudiamos detenidamente sus escritos contenidos en las «Confesiones», la Lorica y la carta a Coroticus de San Patricio. Conoceremos el secreto de la extraordinaria impresión que causaba a los que lo conocían personalmente. Patricio era un hombre muy sencillo, con un gran espíritu de humildad. Decía que su trabajo misionero era la simple actuación de un mandamiento divino y que su aversión contra los pelagianos se debía al absoluto valor teológico que él atribuía a la gracia. Era profundamente afectuoso, por lo que vemos en sus escritos referirse tantas veces al inmenso dolor que le produjo separarse de su familia de sangre y de su casa, a la que le unía un gran cariño. Era muy sensible, le hacía sufrir mucho que digan que trabajaba en la misión que había emprendido para buscar provecho propio, por eso insistía tanto en el desinterés que lo animaban a seguir trabajando.

De sus Confesiones: «Incontables dones me fueron concedidos con el llanto y con las lágrimas. Contrarié a mis gentes y también, contra mi voluntad, a no pocos de mis mayores; pero como Dios era mi guía, yo no consentí en ceder ante ellos de ninguna manera. No fue por mérito propio, sino porque Dios me había conquistado y reinaba en mí. Fue El quien se resistió a los ruegos de los que me amaban, de suerte que me aparté de ellos para morar entre los paganos de Irlanda, a fin de predicarles el Evangelio y soportar una cantidad grande de insultos por parte de los incrédulos, que me hacían continuos reproches y que aun desataban persecuciones contra mí, en tanto que yo sacrificaba mi libertad en su provecho. Pero si acaso se me considera digno, estoy pronto a dar hasta mi vida en nombre de Dios, sin vacilaciones y con gozo. Es mi vida la que me propongo pasar aquí hasta que se extinga, si el Señor me concede esa gracia».

La santidad da frutos

El buen éxito de la misión de San Patricio se debe ante todo a su fe por la que se disponía a cualquier sacrificio y a la inteligente organización que supo crear en esa isla, carente de ciudades y dividida en muchas tribus o clanes, dirigidos por un jefe independiente cada una. El supo adaptarse a las condiciones sociales del lugar, formando un clero local, consagró obispos y sacerdotes y fundo monasterios y pequeñas comunidades cristianas dentro del mismo clan, sin rechazar usos ni costumbres tradicionales. Tuvo la feliz idea de que el obispo de cada región fuera al mismo tiempo el Abad o superior del monasterio más importante del lugar, así cada obispo era un fervoroso religioso y tenía la ayuda de sus monjes para enseñar la religión al pueblo. Las vocaciones que consiguió para el sacerdocio y la vida religiosa fueron muchísimas.

La obra de evangelización pudo progresar rápidamente gracias también a que San Patricio atrajo muchos discípulos fieles, como Benigno quién estaba destinado a sucederle. Siempre fue muy fiel a la Iglesia y, a pesar de la distancia, el santo se mantenía en contacto con Roma. En el año 444 se fundó la iglesia catedral de Armagh (hoy Armoc), la sede principal de Irlanda, dato que está asentado en los «Anales de Ulster». Es probable que no haya pasado mucho tiempo antes que Armagh se convirtiera en un gran centro de educación y administración.

San Patricio, en el transcurso de 30 años de apostolado, convirtió al cristianismo a «toda Irlanda». El propio santo alude, mas de una vez, a las «multitudes», a los «muchos miles» que bautizó y confirmó. «Ahí», dice San Patricio, «donde jamás se había tenido conocimiento de Dios; allá, en Irlanda, donde se adoraba a los ídolos y se cometían toda suerte de abominaciones, ¿cómo ha sido posible formar un pueblo del Señor, donde las gentes puedan llamarse hijos de Dios? Ahí se ha visto que hijos e hijas de los reyezuelos escoceses, se transformen en monjes y en vírgenes de Cristo». Sin embargo, como es lógico pensar, el paganismo y el vicio no habían desaparecido por completo. En las «Confesiones», que fueron escritas hacia el fin de su vida, dice el santo: «A diario estoy a la espera de una muerte violenta, de ser robado, de que me secuestren para servir como esclavo, o de cualquier otra calamidad semejante». Pero más adelante agrega: «Me he puesto en manos del Dios de misericordia, del Todopoderoso Señor que gobierna toda cosa y, como dijo el profeta: ´Deja tus cuidados con el Señor y El proveerá la manera de aliviarlos». En esta confianza estaba, sin duda su incansable valor y la firme decisión de San Patricio a lo largo de su heroica carrera. Su fortaleza de no permitir a los enemigos del catolicismo que propagaran por allí sus herejías, fue una de las razones para que Irlanda se haya conservado tan católica.

La obra del incansable misionero dio muchos frutos con el tiempo: Lo vemos en el maravilloso florecimiento de santos irlandeses. Logró reformar las leyes civiles de Irlanda, consiguió que la legislación fuera hecha de acuerdo con los principios católicos, lo cual ha contribuido a que esa nación se haya conservado firme en la fe por mas de 15 siglos, a pesar de todas las persecuciones.

Según un cronista de Britania, Nennius, San Patricio subió a una montaña a rezar y hacer ayuno y «desde aquella colina, Patricio bendijo al pueblo de Irlanda y, el objeto que perseguía al subir a la cima, era el de orar por todos y el de ver el fruto de sus trabajos…Después, en edad bien avanzada, fue a recoger su recompensa y a gozar de ella eternamente. Amén». Patricio murió y fue sepultado en el año 461, en Saúl, región de Stragford Lough, donde había edificado su primera iglesia.

P. Francisco canonizara a Madre Teresa de Calcuta

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P. Francisco canonizara a Madre Teresa de Calcuta :
El Vaticano acaba de anunciar la fecha de canonización de la Madre Teresa de Calcuta, fundadora de la congregación de las Misioneras de la Caridad, para el próximo 4 de septiembre en Roma. El anuncio fue comunicado por la Santa Sede tras la celebración del consistorio público para la canonización de cinco beatos: José Sánchez del Río (México); el Cura Brochero (Argentina); Elizabeth Hesselblad (Suecia); Estanislao de Jesús y María (Polonia).

La Canonización de la conocida también como “Santa de los pobres” será uno de los eventos más destacados del Jubileo de la Misericordia. Según el calendario, el 4 de septiembre de 2016 se celebrará el “Jubileo de los voluntarios y operadores de la misericordia”, en memoria justamente de la Madre Teresa cuya fiesta es el 5 de septiembre, día en que murió en el año 1997.

El pasado 18 de diciembre el Vaticano anunció la aprobación del milagro atribuido a la Madre Teresa, la curación de un hombre brasileño que sufría de abscesos cerebrales.

La vida de la Madre Teresa

Agnes Gonxha Bojaxhiu nació el 26 de agosto 1910, en Skopje, Macedonia. Era la menor de tres hijos, asistió a un grupo de jóvenes dirigido por un sacerdote jesuita que la hizo considerar una vocación de servicio como monja misionera.

Se unió a las Hermanas de Loreto a los 17 años y fue enviada a Calcuta, donde enseñó en una escuela secundaria. Después de contraer tuberculosis, fue enviada a descansar en Darjeeling, y fue en medio de esa enfermedad cuando descubrió «una orden» de Dios para dejar el convento y vivir entre los pobres.

El Vaticano le concedió permiso para salir de las Hermanas de Loreto y vivir su nuevo llamado, bajo la dirección del Arzobispo de Calcuta.

La Madre Teresa comenzó a trabajar en los barrios pobres, enseñaba a los niños y asistía enfermos en sus hogares. Un año más tarde, algunos de sus exalumnos se le unieron y juntos se hicieron cargo de hombres, mujeres y niños que agonizaban en las calles.

En 1950, las Misioneras de la Caridad nacieron como una congregación de la Diócesis de Calcuta. En 1952, el gobierno les concedió una casa desde la cual continuaron su misión de servir a los pobres y olvidados de Calcuta.

La congregación creció rápidamente y de tener una sola casa para moribundos y pobres extremos, llegó a tener 500 casas en todo el mundo.

La Madre Teresa estableció albergues para prostitutas, mujeres maltratadas, orfanatos para niños pobres y hogares para víctimas del SIDA. Fue una férrea defensora de los no nacidos.

Murió el 5 de septiembre 1997, y fue beatificada sólo seis años más tarde por San Juan Pablo II 19 de octubre 2003.

Las Estaciones en el Matrimonio

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Las Estaciones en el Matrimonio :
Cuando se habla de estaciones en el matrimonio se habla de las etapas de la evolución en el amor, es decir, del crecimiento en el amor.

Cuando nos ponemos a reflexionar sobre el amor, existe siempre un peligro: la idealización, tratándolo como si fuese una especie de ensueño, un cierto mito. Tal actitud no sirve de nada. El amor es una realidad, no un sueño. El amor no debe ser soñado, sino vivido. Y la vida es crecimiento. Y este crecimiento se realiza en el tiempo. Y en el tiempo hay primavera, verano, otoño e invierno. Cada estación es necesaria para la maduración en el amor, para el crecimiento en el amor. El amor que no crece, se estanca. Y el agua estancada es nido de bichos, insectos y microbios, y quien bebe esa agua y se acerca a ese estanque sufrirá de paludismo, de disentería, malaria o cólera.

El amor requiere, pues, del tiempo para crecer y desarrollarse. Requiere de las estaciones para sembrar, regar, crecer, limpiar, madurar, cosechar y disfrutar de la cosecha. Si no, el amor muere, se agosta, se seca.

El amor, atravesando el tiempo, conoce ciertas transformaciones. Como el hombre que nace, crece, madura y envejece, así también el amor. Los esposos, por mucho que se amen, no se amarán siempre de la misma manera. Existen avances y retrocesos, momentos de calma y época de crisis. Esto obliga a los cónyuges a vivir en estado de alerta, para no irse a pique en esos momentos críticos.

I. PRIMAVERA MATRIMONIAL (aurora)

¿Cuáles son los síntomas de la estación primaveral? Los árboles comienzan a florecer, los pájaros a cantar, el sol alegra nuestro día. La primavera nos ofrece mañanas suaves, mediodías de ensueño, tardes apacibles y noches refrescantes, serenas, y claras. La luna brilla llena en el claro cielo primaveral, casi sin estrellas. La primavera es la estación siempre deseada, después de un invierno tal vez crudo e implacable. La primavera la sangre altera. En la primavera todo es ensueño, alegría, felicidad y proyectos de siembra. Las plantas exuberantes, húmedas y rizadas.

Azorín describe así la primavera: “Un almendro en flor solo, en un barranco rojizo. Arriba, el cielo azul. Tintineo de un rebaño lejano. Son de una fuente. Olor a romero y espliego. Sombras azules. Voz de una canción que se apaga con la tarde. Allá en lo alto de la montaña, de noche, la lucecita de una hoguera” (En su libro “Un pueblecito”, Riofrío de Ávila).

Es el amor fresco, todavía inmaduro, lleno de rocío, de ilusiones, entusiasmos de los primeros años de matrimonio. Es un amor todavía hecho capullo que no ha abierto su flor. Es un amor de ensueño, de belleza. Es un amor que no ha recibido todavía los soles fuertes del verano, ni el granizo ni tempestades del otroño, ni las heladas del invierno. Es un amor tierno, no fortalecido todavía. Es un amor de descubrimiento: en esos primeros años ambos, el esposo y la esposa, descubren juntos un universo nuevo, con la ternura propia del comienzo, hermosa, sin duda, pero quizá demasiado fácil. En la primavera del matrimonio el amor está apenas estrenándose, la ternura en gestos y palabras está abriéndose camino…no ha tenido tiempo de contaminarse ni de ser rehusada, ni violada.

¿Cuáles serían, entonces, las características de la primavera matrimonial?

1. Es verdad, que los primeros años de matrimonio deben ser años de primavera, donde comienza a florecer el amor. El árbol matrimonial comienza a echar su flor olorosa y perfumada, como la flor del almendro o del azahar. Vienen los primeros hijos y se oyen las melodías por toda la casa. Todo se llena de sonrisas y de gorjeo.

2. Ambos comienzan a conjugar el pronombre “nosotros”. Antes era el “tú y el yo”. Ahora brota de los labios el “nosotros”: “Que te parece si vamos, si hacemos, si viajamos, si caminamos, si compramos…”. Es la estación de los sueños compartidos, de los proyectos compartidos.

3. Se van comunicando la ternura mutua, esa tendencia a acercarnos al estado anímico del otro, y no sólo al cuerpo del otro. La ternura es altruista, es ese deseo de comprensión, de compasión y aceptación del otro. Esa ternura se manifiesta en un mirar, en una sonrisa, en una lágrima, en una caricia, en una forma de apartar el cabello. En la ternura el alma utiliza el cuerpo, pero sin apegarse y diluirse en él.

4. Los primeros meses de matrimonio son una época de euforia amorosa. Los corazones, llenos de efervescencia, se buscan y se completan. Los conflictos son mínimos; los hábitos, que darán lugar más tarde a la peligrosa rutina, todavía no están constituidos. El amor es nuevo y está intacto. Surgen, claro está, algunos malentendidos aquí o allí, pero apenas esbozados se superan de inmediato. Se está demasiado ocupado en edificar el futuro, el porvenir, que aparece ahora como el nuevo presente: la casa común, el círculo de amigos común; después, tarea la más preciosa de todas, el recién nacido, fruto del amor, que lanza a los jóvenes esposos a una esperanza nueva, maravillosamente fascinadora. Recién salidos de la esperanza en que se vivía el noviazgo, se vuelve a ella por la fecundidad de la unión. El amor, en esta fase, es fácil y generoso.

5. Ya desde la primavera matrimonial vendrá la primera crisis de la desilusión, que aparece entre el segundo y el tercer año de matrimonio. Los meses, poco a poco, han hecho que el matrimonio se vaya encauzando. Y el descubrimiento, que al principio era sólo alegría, comienza poco a poco a desvelar lo que no había podido aparecer antes. En el noviazgo somos presa de la ilusión: se cree que todo será color de rosa. No se ha experimentado la convivencia diaria, los roces diarios, los defectos diarios. En el noviazgo sólo se ven las rosas; nunca las espinas. Éstas se comenzarán a ver ya en el matrimonio, en medio de la convivencia diaria. En el noviazgo el amor viene visto en un espejo deformado, que me hace más grande y mejor de lo que es en realidad. Se había construido una imagen ideal, no real.

Con esta experiencia se va entrando ya en el verano del matrimonio. Ya hace calor, vienen los soles de la dificultad, se suda en el trabajo de la casa, en el cuidado de los niños. La familia del otro cónyuge también pesa en mi familia. ¡Cuesta!

Consejos que les doy para vivir esta primavera matrimonial:

1. Comenzar el matrimonio con esta decisión: “Quiero hacerte feliz”. Y no: “Quiero que me hagas feliz”. Sólo así el amor tendrá un valor moral que inundará la vida cotidiana a pesar de la monotonía y sus erosiones.

2. Comenzar el matrimonio con esta certeza: “Nadie puede ser para mí todo”; sí puede ser casi todo, pero nunca la plenitud definitiva. ¿Por qué? Porque el hombre es un ser referencial; no es ni causa ni origen de su término; es camino hacia algo. Por eso nadie está capacitado para llenar y por siempre a alguien. Se necesita una referencia superior. Lo otro sería crear demasiadas expectativas, error que sucede con bastante frecuencia y que indica un escaso conocimiento del hombre y de uno mismo. Sólo así superaremos la crisis de la desilusión. No se debe decir nunca: ”Tú eres todo para mí”; sino más bien: “Construyamos juntos nuestros matrimonio para ir logrando la plenitud del amor”. Esta plenitud no se logra en los primeros años. Es un fruto que se consigue.

3. Comenzar el matrimonio con este desafío y tarea: “El amor conyugal se protege y afianza con la virtud”. La virtud es hábito bueno. Y lograr las virtudes, cuesta. Sólo así la vida afectiva y sexual estará bien orientada, será estable, firme y tendrá raíces fuertes. De lo contrario, la sexualidad y la afectividad desembocarán en un desenfreno, que en poco tiempo será fuente de amargas decepciones.

4. Comenzar el matrimonio dosificando el tarro de las esencias de la ternura. No destaparlo todo de golpe, porque empalagaría. Ternura es delicadeza, exquisitez, finura, elegancia, suavidad, cortesía. Ternura es benevolencia, abnegación, renuncia, dulzura, amabilidad. Si faltase esta ternura en los primeros años de matrimonio, ese matrimonio puede caer en una gran enfermedad: la rutina; y la rutina desemboca en la desilusión. Cuando hay rutina, hay apatía, dejadez, despreocupación por afinar y mejorar el trato. La ternura que espera la mujer del hombre es recia y suave a la vez; fuerte y tersa. Con esos materiales hay que edificar el cariño diario.

5. Comenzar el matrimonio con esta consigna: “No confundamos el amor y el sexo”. Si se confunden, se está firmando el acta de defunción de esa relación amorosa. El auténtico amor y esa relación terminan por agotarse. Por eso, hay que llenar el amor con valores humanos, espiritualidad. Sólo así esa relación amorosa será humana, digna y hermosa.

II. VERANO MATRIMONIAL (mediodía)

Así lo describe León Tolstoi: “Gran sequía y calor asfixiante. El sol se pone en el horizonte entre una neblina rojiza. Únicamente el rocío de la noche refrescaba la tierra. El trigo que no ha sido segado se seca y cae el grano. Los pantanos se secan, el ganado muere de hambre sin encontrar pastos en los prados requemados por el sol. Tan sólo por las noches y en los bosques se siente algo de frescor mientras están humedecidos por el rocío. A veces, uno se ahoga en el polvo caliente, sofocante, que la noche no ha refrescado. Y ese polvo se mete en los ojos, en los cabellos, en las narices y, sobre todo, en los pulmones de los hombres y animales. Cuanto más se eleva el sol, más se levanta aquella transparente nube de polvo fino y ardiente. El sol parece una enorme esfera de color carmesí. No corre un solo soplo de viento y los hombres se ahogan en aquella atmósfera inmóvil. En estos veranos hay que ir con las narices y las bocas tapadas con pañuelos. Y cuando se llegue a casa, hay que arrojarse sobre los pozos y pegarse por obtener agua y beberla hasta llegar al cieno” (Guerra y Paz, parte X, cap, 5).

Y Azorín describe el verano con estas palabras: “Desde una altura, una inmensa extensión de mar azul y una costa lejana. Haz luminoso de faro que pasa y torna esplendente la noche. Trajes femeninos ligeros y olorosos. Ventanilla abierta en el tren. Paseo lento durante el ocaso”.

El verano también tiene su encanto. De la tierra seca, caldeada por el sol, se exhalan los aromas del romero, del tomillo y de la hierba seca.

También en verano puede venir una tormenta. Sobre el horizonte asoma su hombro negro una nube redonda, torva, maléfica, mágica, y con ella un extraño dramatismo en el paisaje. De repente entra en el umbral una tolvanera que enciende la tiniebla con innumerables lucecitas áreas. Poco después, otra ráfaga y otra. Caen unas gotas gruesas que estallan sobre el polvo del camino. Las gotas menudean, y un trueno gigante retumba. La nube cubre el horizonte. Llega a la carrera, un galope triunfal, como si dentro de ella un dios bárbaro viajase. Llueve. El chubasco arrecia. Otro trueno parece machacar las vegas. Un rayo da su latigazo a los caballos aéreos de la nube. La tolvanera no deja ver nada, y súbitamente entra una bocanada de sentimientos, emociones que buscan recaudo en el zaguán.

¿Cuáles serían, pues, las características del verano matrimonial, del amor en el verano matrimonial?

1. Es la época en la cual el matrimonio se constituye realmente. Se abdica de los sueños, se desvela la verdadera cara de ambos, se conocen cuerpo y alma; la vida en común deja de ser una cohabitación eufórica para convertirse en una cotidianidad terriblemente exigente. Se establece entonces el ritmo del verdadero amor. Donde sólo había un entusiasmo impetuoso, aparece un esfuerzo constante. Menos arrobamientos y éxtasis, y más paciencia recíproca. Comienza la juventud y la madurez del amor.

2. El amor se ha cristalizado en la realidad cotidiana. El tiempo eliminó del amor su esperanza onírica (sueños) y así forjarlo con total solidez. Hacia el quinto año, el matrimonio entra en posesión de sí mismo. Los salientes se han rebajado, la fase de adaptación terminó; hay un mutuo conocimiento que impide mayores roces. Ya están presentes los hijos, dando sentido al hogar; en esta época el amor se instala definitivamente. Es un amor acrisolado por el tiempo y listo para resistir el futuro y fortalecerse día a día.

3. Suavemente, los esposos consolidan su unidad en la vida en común, tan sencilla que llega a parecer trivial, cuando la verdad es que consiste en una dura victoria sobre lo cotidiano.

3. Como todo lo que es joven, este amor de verano crece, madura, se robustece y adquiere fuerza, pasea sobre el mundo y sobre el tiempo una esperanza soberbia, una terca voluntad de felicidad. Hombre y mujer están en estado de encuentro; su presencia es constante en esta etapa. Quizás sea éste el momento más sabroso del amor.

4. Sin embargo, no todo ocurre sin peligros. Si yo se superó la primera crisis de la primavera, la de la desilusión, entonces viene ahora la segunda: la crisis del silencio. Si el marido y mujer, en vez de avanzar uno en dirección al otro, superando las decepciones inevitables que surgen en el transcurso de los primeros años, se atrincheran en el silencio y en el conformismo, entran, más o menos en esta época, en una etapa decisiva. Si el demonio mudo se apodera de ellos, conjugando sus esfuerzos con los estragos del tiempo, caen ambos en una especie de letargo.

5. Si sólo hubiese silencio, ya sería algo grave; pero si a esto se agrega el paso de los años, se apodera del amor un cierto entumecimiento. La pareja vive, entonces, en retroceso, sin crecer, sin un ritmo seguro, sin dinamismo; pierde su juventud y comienza a esclerotizarse. Todo lo que está sujeto a la prueba del tiempo corre el riesgo de la esclerosis. Cuando un matrimonio sucumbe a este riesgo, cuando se congela en el silencio, dejando pasar los meses en un aislamiento recíproco, se encuentra en peligro de muerte.

6. Vencer al tiempo, y a esta segunda crisis, es indispensable para que sobreviva el amor. Esta fase segunda, crítica por excelencia, es la piedra de toque de la durabilidad de la unión. Una vez vencida, da paso a la tercera estación, al tercer momento, el de mayor felicidad: el amor de madurez; pero, si el tiempo victorioso envuelve al matrimonio en el silencio, ambos avanzan en dirección a la crisis de la madurez.

III. OTOÑO MATRIMONIAL (crepúsculo)

Azorín lo describe así: “Cimas de cipreses que dobla el viento. Rosas pálidas. Campanas que plañen. Una alameda alfombrada de hojas amarillas. Olor de frutas navideñas en una cámara campesina. Una tos, unos ojos ardorosos y unas manos pálidas y finas. Pétalos de rosa que caen. El tictac de un reloj en el crepúsculo. Un mueble ha crujido…”.

En el otoño hay vientos, lluvias. Los vientos se llevan las hojas secas de los árboles. Las lluvias refrescan y alegran la tierra seca. El otoño tiene su encanto y su melancolía. El crepusculo nos ofrece un panorama ocre y encendido, que serena el espíritu.

¿Cómo es el otoño matrimonial?

1. Es un amor nostálgico. Se han acumulado una quincena o más de años. Es un amor que vive del pasado, recordando los momentos pasados, sean agradables o desagradables, recordando la infancia y la juventud del amor, la primera y la segunda crisis. Si el matrimonio logra vencerla, se puede creer que está definitivamente consolidado. El tiempo se torna, ahora, un precioso aliado.

2. En el otoño del matrimonio la luz ya no luce fuerte e intensa. Es más bien, una luz ténue y pálida. Los esposos quizás hayan perdido el brillo de la juventud, pero han adquirido la profunda apertura de la madurez. Plenamente hombre y plenamente mujer, ambos han llegado a la cumbre de la virilidad y de la feminidad, respectivamente. Aunque las fuerzas naturales están menguadas, sin embargo, el amor se ha hecho fuerte, purificado de toda vacilación, de todas las antiguas tergiversaciones, y sus raíces son tan profundas en el tiempo que el hogar no podría ser turbado por ninguna oscilación. Es la hora de la madurez en el amor. Se han caído las hojas secas del egoísmo y del sentimentalismo inmaduro. Y van quedando raíces sólidas y resistentes.

3. El matrimonio aquí está en la mitad de la vida. Son los años más hermosos de la vida conyugal, en los cuales la felicidad es tan grande, y está tan bien integrada en lo cotidiano, que se desarrolla sin que nos apercibamos siquiera de ello. En la primavera matrimonial se hablaba de felicidad, se hablaba de planes y proyectos. Aquí, en el otoño matrimonial se es feliz, simplemente. La felicidad, el amor y la vida se han vuelto una sola y misma cosa.

4. Ese matrimonio pasa de la estación de la fuerza, la rapidez, el aguante y el logro a la estación en que maduran otra clase de virtudes: la sabiduría, la capacidad de juicio, la magnanimidad, la compasión sin sensiblería, la amplitud de miras y el sentido trágico de la vida, pero aceptado con serenidad y tranquilidad, sin aspavientos.

5. Si no se han superado las dos anteriores crisis (desilusión, silencio), es probable que choque, hacia los quince años o veinte de vida en común, con una tercera crisis, con frecuencia fatal, la de la indiferencia. Ha pasado el tiempo y ha paralizado el amor, e incluso lo ha matado. Al principio apareció la desilusión (primera crisis), después los primeros conflictos de envergadura; un poco más tarde, el silencio y el conformismo (segunda crisis): el amor se transformó en hábito, el hábito en rutina, la rutina, por fin en indiferencia (tercera crisis). Se vive junto al otro, pero los corazones ya no están en contacto. Los cuerpos se estrechan todavía, pero la unión ha perdido su significado. La vida en común no es más que una apariencia que se mantiene, sea por obligación -puesto que están los hijos-, sea por conveniencia, puesto que las reglas sociales lo disponen así. Pero la unidad está rota: de dos en uno que eran al comienzo, se ha pasado, a través del tiempo, al renacimiento de dos individualidades, unidas por vínculos exteriores y por papeles, pero desligados sus corazones.

6. Es una hora fatídica, ya que, rodeados por la indiferencia, los esposos recobran entonces su disponibilidad afectiva. Cuando el amor no existe más, siempre hay lugar para un nuevo amor, tanto más seductor cuanto que, habiendo sido el primero un fracaso, se apega uno desesperadamente a esta segunda promesa, que quizás sea la última posibilidad. Entonces, el matrimonio se separa, se instala la infidelidad, la vida común se transforma en un infierno, y se consuma la ruptura. En esta desdichada hipótesis, el tiempo ha triunfado sobre el amor. Los años han gastado los corazones, en vez de fundirlos en un amor mayor.

7. Resulta indispensable evitar este fracaso, que proviene del tedio. Para lograrlo, el matrimonio tiene que quebrar la rutina que le domina. Todo lo que es habitual termina por engendrar la indiferencia. También es necesario que marido y mujer se concedan momentos privilegiados en los que romper la monotonía inevitablemente acarreada por el tiempo. Uno termina por cansarse de todo, incluso del otro, aun cuando haya sido amado apasionadamente. La presencia obligada, el idéntico marco familiar, el rutinario paso de los días, son todos factores determinantes de una posible saturación. De esto a la indiferencia sólo hay un paso.

8. Para evitar este desenlace y preservar la lozanía del amor, es indispensable saber practicar -con mesura y ponderación- el arte de la ausencia. Una ausencia excesiva no conviene al amor; pero siempre es bueno algo de ella, para apartar el peligro del tedio que la presencia constante trae consigo.

IV. INVIERNO MTRIMONIAL (ocaso)

El invierno se acerca, se sienta y abre su ancho zurrón de peregrino. Saca los vientos del sur. Los vientos del sur son cazadores de nubes; conocen sus guaridas y las obligan a salir, asustadas, y a huir. Los vientos corren delante y detrás de esas nubes. Esos vientos van azotando el ramaje de los árboles; y los mismos árboles zumban, se encorvan y gimen.

El invierno es desnudez y blancura. Desnudez, porque en invierno hay un desprendimiento de todo. Y blancura, por la nieve. Es la estación pacífica, por excelencia. Y la caída de la nieve es un símbolo de paz. Lo más simbólico de la nevada es su silenciosidad. El agua de la lluvia y más si ésta es fuerte, rumorea y a la veces alborota en el ramaje de los árboles, en las yerbas del pasto, en los charcos en que chapotea. La nevada, no. La nevada cae en silencio. La silenciosa nevada tiene un manto, a la vez de blancura, de nivelación, de allanamiento. Es como el alma del niño y la del anciano, silenciosas y allanadas. Y un campo todo nevado y de noche, a la luz de la luna que parece también de nieve…es cuando mejor se siente el sentido íntimo, enigmático, místico, de las estrellas.

Año de nieves, año de bienes -dice el refrán. Porque la nieve endurecida luego por la helada, es el caudal de agua para el agostadero del estío. ¡Ay del que al llegar al ardoroso estío de la vida, al agosto de las pasiones ardorosas, no conserva en el alma la blanca nieve de la infancia, de donde manan los surtidores de frescura fecundante. ¡Nieve de infancia, nieve de vejez también!

En el invierno hace frío. Frío por el viento. Frío por la nieve. Frío por las heladas.

Azorín así lo describe: “A prima noche, a través de los vidrios del escaparate, allá dentro en la trastienda, se ve la cabeza inclinada de un viejo. Se desgranan las sonoras campanadas de la catedral. En la callejuela suenan pasos. Campanitas en la madrugada. Silencio de la nieve que va cayendo”.

¿Cómo es el invierno matrimonial?

En las otras estaciones ese matrimonio sabía que era mortal; ahora, en el invierno, no sólo sabe que es mortal, sino que lo siente. Lo siente en su carne, como los soldados en el frente de batalla.

Aquí hay que encarar la polaridad clave que según el psicólogo Erikson es la de Intregación versus desesperación. Este matrimonio tiene que comprender su vida como un todo, dado que sólo así puede llegar a vivir su adultez matrimonial, su vejez, sin amargura ni desesperación. Y sólo así puede llegar a entenderse con la muerte.

Ese matrimonio tiene que ser consciente de su corrupción y hacer las paces con la existencia defectuosa y gastada, en cuanto a su organismo físico.

La vejez no debe ser vista como un enemigo.

En la vejez hay que vaciarse, pues vamos subiendo en peregrinación. Por eso, se pierde el pelo, la buena presencia, la salud, la memoria, el dinero, los aplausos de ayer. Se pierden los seres queridos, a quien tanto amábamos. Vamos a la tumba. Y esto es doloroso y sangrante.

Pero el invierno es tiempo de CONTEMPLACIÓN, no como un ensimismamiento, sino como un recordar gozosamente lo vivido. Y es goce íntimo de lo vivido.

¿Qué características tiene el invierno matrimonial?

1. Ha llegado el momento de la menopausia y de la andropausia, no sólo en lo biológico. También afecta en lo psicológico. Si están fuertes, no hay problema; si no, la esposa, hasta entonces afectuosa y tierna, se hace una mujer fría, irritable e irritante. El hombre experimenta un declive en su virilidad. Pero, antes de que se produzca, se da una especie de llamarada que anticipa la llegada al punto muerto. Es lo que se ha convenido en denominar el demonio del mediodía. Así vemos a hombres de edad más que madura, hasta entonces buenos esposos, pasar por una extraña crisis durante la cual, olvidando su respetabilidad, se comportan como adolescentes, en este campo sexual. Es la última llama que brota de las cenizas antes de que la hoguera se apague en la vejez. Si el matrimonio, en el momento en que se produce este impulso, está minado por la crisis de la indiferencia, este período puede ser fatal. De pronto, se entera uno de que cierto marido que, según todas las apariencias, se conducía según las normas de un buen padre de familia, se ha permitido el lujo de dar un escándalo y destrozar su matrimonio. Es el triunfo del demonio del mediodía.

2. En cambio, si el matrimonio entra en esta fase con una armonía plena, vencerá fácilmente las dificultades inherentes a este momento de la evolución, y su unidad no estará comprometida para nada. Abordará entonces el estadio siguiente de su larga peregrinación amorosa a través del tiempo, y entrará en el reposo de una madurez recobrada: renacerá el amor.

3. En el invierno debe venir el milagro del renacimiento del amor. El tiempo ya ha avanzado mucho. La primera madurez ha sido ya superada, y más tarde, la época turbulenta de la menopausia y de la andropausia. El amor, triunfante, avanza sin percances y se encamina hacia un reposo lleno de ternura, de recíproco reconocimiento, de amistad definitiva. Es el crepúsculo del amor, el momento en que, antes de recorrer sus últimos años, el matrimonio disfruta de la unidad conquistada, de una armonía profunda y de una nueva paz. Los hijos han crecido, el tiempo ha pasado, las crisis han sido vencidas, el amor ha cristalizado definitivamente, las vidas se han fundido, se ha logrado la paz, y se tiene todavía una última juventud, antes de que se extinga la vida.

4. Es la hora de una felicidad pacífica, todavía vigorosa y que conoce hermosos impulsos, sin choques, pues se ha aprendido pacientemente a vivir juntos; sin conflictos, porque se sabe cómo llegar al encuentro del otro, y con un capital de ternura que se multiplica, porque se siente imperceptiblemente que el tiempo es breve, y que este amor, desde siempre eterno en su proyecto, está limitado, sin embargo, por los años que quedan. El tiempo, que no perdona, ofrece entonces a los cónyuges que han vivido felices su lucha, la inapreciable recompensa del renacimiento del amor. La vejez se convierte en el sello de eternidad sobre el amor ya vivido.

5. La muerte deja de ser un vacío y se torna una cumbre. Haberse amado hasta la muerte no es un privilegio, sino una victoria. Los que llegan son héroes de la existencia y del amor que se encuentran, en el ocaso, enlazados como en la aurora, más amantes que nunca, sabiendo que han sabido transformar en triunfo la esperanza de su juventud. Cuando el amor ha atravesado la existencia, deja solamente paz.

6. El amor aquí ya es caridad, que es la forma más perfecta del amor. La caridad es amor desinteresado, completamente gratuito. Ambos se dan la mano para vencer las últimas dificultades, para gozar de las últimas claridades del día. En la aurora de la vida -la primavera- era una audaz aspiración; aquí, en el ocaso de la existencia, es un reconocimiento infinito de esa conquista.

CONCLUSIÓN

¿Cuál de las cuatro estaciones es la mejor, la ideal?

Cada una tiene su encanto, su razón de ser. Por las cuatro tiene que pasar el amor, hasta llegar a su madurez.

En la primavera, el amor es tierno y suave. Es la aurora del amor.

En el verano, el amor es tostado por los soles de la vida y madura en frutos suculentos de comprensión, bondad, paciencia, respeto, ayuda mutua, sacrificio. Es el mediodía del amor.

En el otoño, el amor va desprendiéndose de todo, para vivir la experiencia del amor interior, en la soledad. Es un amor sereno, maduro. Se recoge la vendimia del amor: los racimos están ya maduros para ser triturados, convertirse en mosto y pasar por el invierno de la fermentación, para después ofrecer ese vino ya curado, reposado, oloroso. En el otoño se recoge lo que se sembró en la primavera y lo que se regó y escardó y se limpió en verano. Es el crepúsculo del amor.

En el invierno, el amor pasa necesariamente por la experiencia del desgaste corporal, de la enfermedad, pero el alma cobra en belleza, si se han superado las diversas crisis (desilusión, silencio, indiferencia). Aquí se disfruta de la victoria del amor y de sus frutos: paz, serenidad, gozo íntimo, donación.

¡Que Dios les conceda la gracia de vivir estas cuatro estaciones del amor con conciencia, serenidad y belleza!

FASHION REBELS, LA MODA QUE NO PASA DE MODA

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FASHION REBELS, LA MODA QUE NO PASA DE MODA :
“La vida consagrada a Dios se caracteriza por la profesión pública de los consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia en un estado de vida estable reconocido por la Iglesia” (Catecismo de la Iglesia, 944).

¿Qué hace que algunas personas simplemente vayan contra corriente? En un mundo tan consumista en donde el último grito de la moda es un MUST en el clóset de cada joven.

Mientras el mundo nos crea una imagen de belleza, del cuerpo y el rostro perfecto, la Iglesia durante siglos ha predicado la verdadera belleza: un corazón que ama. Todos los #TT; #TrendingTopics; #Trends; #Fashion son pasajeros. Sin embargo, ha existido un #fashiontrend que ha durado más de una temporada, más de un año, más de un siglo.

Algunos le dicen locura, otros una escapatoria, habrán aquellos que lo llamen fanatismo. Nosotros le llamamos Vocación Religiosa. Una llamada de Dios invitando a la locura más grande de amor. Durante más de 2000 años ha sido un trend que algunos se han aventurado a aceptar abrazando la obediencia, pobreza y castidad; de manera tal que se pueda seguir a Dios hasta el extremo de morir; sí leíste bien… morir a las ideas que plantea el mundo sobre la felicidad.

No se necesitan 30 pares de zapatos, ni carteras Hermes, ni un anillo de diamantes azul de Chopard, ni un puesto de trabajo en una empresa multinacional, ni cenas en los mejores restaurantes, ni viajes para experimentar esta felicidad, solo se necesita dejarlo todo. Muchos podrán decir – Pero… qué precio tan caro; ¡no entiendo!; ¡no comprendo!; ¿me esta hablando en otro idioma?-

Sí, dejarlo todo por el todo, se trata de una libertad que el mundo no logra comprender, un amor inexplicable. Todo es basura comparado con Él.

Jesús le dijo: «Si quieres ser perfecto, vende todo lo que posees y reparte el dinero entre los pobres, para que tengas un tesoro en el Cielo. Después ven y sígueme» (Mateo 16, 21).

Hay tesoros en la tierra que son tan vanos que se acaban cuando morimos, pero hay otros que duran una eternidad. Es necesario preguntarnos ¿Quién soy? ¿Qué busco? ¿Qué necesito? ¿Qué quiero? A veces lo terrenal simplemente no basta, el alma se enfrenta a una constante búsqueda de algo más. Amar más, entregar más, ayudar más, guiar más, acompañar más, agradecer más…Más, más y más.

«Y todo el que haya dejado casas, hermanos, hermanas, padre, madre, hijos o propiedades por causa de mi Nombre, recibirá cien veces más y tendrá por herencia la vida eterna» (Mateo 16, 29).

La “moda” no está en el hábito, sino en lo que este esconde. Esconde el misterio más bello, el de dar su vida para el bien de los demás. Fácilmente pudiera ser una misionera de la caridad Son el Sari, una monja franciscana vestida de café, una laica consagrada con unas sencilla falda y sandalias pero esta “moda es mucho más que un simple pedazo de tela.

La “moda” que nunca pasa de moda es aquella de dejarse absorber por ideales tan terrenales e ir en busca de aquellos que salen de esta tierra. El tener el corazón abierto para todos y amarles igualmente a todos, el tener la mente abierta para comprender que los caminos de Dios no son los nuestros y que la obediencia es un pilar fundamental para entender su Voluntad, el tener como propiedad únicamente a Cristo y nada más.

1. ¿Cómo puedo estar segura de que Dios me llama?


Por medio de la oración, la búsqueda sincera de los deseos más profundos y la necesidad del mundo.

2. ¿A quién debo consultar?

Primero a Dios, luego sería bueno que tuvieras un acompañamiento de discernimiento de un sacerdote, religiosa o consagrado. Además debes consultarte a ti misma ¿Quién me llama? ¿Dios? ¿Mis temores a no encontrar novio? ¿Mis heridas a no ser lastimada de nuevo? ¿El deseo de ser santa? (se puede ser santo y laico) ¿Puedo estar completamente segura de que es Dios, y no algo externo o mis propias ilusiones o temores, quien me está llamando? ¿Qué quisiera haber hecho, si en estos momentos estuviera al borde de la muerte?

3. ¿Quién me puede decir si tengo o no vocación?


Tú misma, ningún acompañante serio puede hacerlo por ti. Quien te acompaña confronta y recoge lo que dices únicamente para clarificarte.

4. ¿Qué dice el Catecismo de la Iglesia Católica sobre la Vida Consagrada?

915. “Los consejos evangélicos están propuestos en su multiplicidad a todos los discípulos de Cristo. La perfección de la caridad a la cual son llamados todos los fieles implica, para quienes asumen libremente el llamamiento a la vida consagrada, la obligación de practicar la castidad en el celibato por el Reino, la pobreza y la obediencia. La profesión de estos consejos en un estado de vida estable reconocido por la Iglesia es lo que caracteriza la ‘vida consagrada’ a Dios.”

916. “El estado religioso aparece por consiguiente como una de las maneras de vivir una consagración ‘más íntima’ que tiene su raíz en el bautismo y se dedica totalmente a Dios. En la vida consagrada, los fieles de Cristo se proponen, bajo la moción del Espíritu Santo, seguir más de cerca a Cristo, entregarse a Dios amado por encima de todo y, persiguiendo la perfección de la caridad en el servicio del Reino, significar y anunciar en la Iglesia la gloria del mundo futuro.”

917. “‘El resultado ha sido una especie de árbol en el campo de Dios, maravilloso y lleno de ramas, a partir de una semilla puesta por Dios. Han crecido, en efecto, diversas formas de vida, solitaria o comunitaria, y diversas familias religiosas que se desarrollan para el progreso de sus miembros y para el bien de todo el Cuerpo de Cristo’.”

922. “Desde los tiempos apostólicos, vírgenes cristianas llamadas por el Señor para consagrarse a El enteramente con una libertad mayor de corazón, de cuerpo y de espíritu, han tomado la decisión, aprobada por la Iglesia, de vivir en estado de virginidad ‘a causa del Reino de los cielos’ (Mt 19,12).”

923. “‘Formulando el propósito santo de seguir más de cerca a Cristo, [las vírgenes] son consagradas a Dios por el obispo diocesano según el rito litúrgico aprobado, celebran desposorios místicos con Jesucristo, Hijo de Dios, y se entregan al servicio de la Iglesia’. Por medio de este rito solemne, ‘la virgen es constituida en persona consagrada’ como ‘signo trascendente del amor de la Iglesia hacia Cristo, imagen escatológica de esta Esposa del Cielo y de la vida futura’.”

Construye tu vida sembrando amor

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Construye tu vida sembrando amor :
A lo largo de la historia hemos conocido grandes hombres, hombres que han dejado una huella imborrable, y que su presencia ha marcado la vida de muchas personas; me viene a la mente el Papa Juan Pablo II, ¡quién no recuerda sus palabras, sus gestos, sus miradas! todo nos reporta la presencia de Dios en su vida y cómo todo lo hizo con amor.

Tenemos la figura única e irrepetible de Cristo, que como nos dice el Evangelio «pasó haciendo el bien» (Hch 10, 38), «Él es el Camino la Verdad y la Vida» (Jn 14,6), una vida dedicada a los demás, uscando el bien humano y trascendente de cada hombre, ¡cuántos hombres que conociendo el mensaje de Jesús, se han dedicado a sembrar con amor el bien!, San Francisco de Asís, San Ignacio de Loyola S.I., la Madre Teresa de Calcuta. Hoy nos toca a ti y a mí, por eso te dejo este mensaje, para que lo reflexiones.

La vida es un jardín; lo que siembres en ella, eso te devolverá, así que elige semillas buenas, riégalas y con seguridad tendrás las flores más bellas.

Cada acto, cada palabra, cada sonrisa, cada mirada, es una simiente; cada una tiene en sí el poder vital y germinativo.

A menudo sembrarás llorando, pero ¿quién sabe si tu simiente no necesita del riego de tus lágrimas para que germine?

Piensa que los vientos fuertes harán que tus raíces se hagan más profundas para que tu rosal resista mejor lo que habrá de venir. Y cuando tus hojas caigan, no te lamentes; serán tu propio abono, reverdecerás y tendrás flores nuevas.

¿Rompió el alba y ha nacido el día? ¡Salúdalo y Siembra!

¿Llegó la hora cuando el sol te azota?
¡Abre tu mano y arroja la semilla!

¿Ya te envuelven las sombras porque el sol se oculta?
¡Eleva tu plegaria y Siembra! y cuando llegue el atardecer de tu vida, enfrentarás la muerte con los brazos cargados y una sonrisa de satisfacción.

Cada acto, cada palabra, cada sonrisa, cada mirada es una simiente. Procura siempre: «Una Siembra de Amor». Al final de la vida, cuando nos pidan cuentas, nos pedirán cuentas del amor, de lo que hayamos hecho por Dios y por nuestros hermanos los hombres.

Debemos nadar a contracorriente

Debemos nadar a contracorriente :
Nosotros los jóvenes vivimos de manera especial una apertura a Dios, buscando la vocación última de todo hombre y mujer. Si bien todos los hombres lo viven, en los jóvenes esto se percibe con especial fuerza y urgencia. Por ello, la juventud no es necesariamente una edad, sino una actitud ante la vida. Por lo tanto, envejecer es cuando nuestro corazón se hace duro, cerrándose a ese llamado de Dios, a emprender la aventura fascinante de la vida cristiana.

La importancia de esa búsqueda es que lo que está en juego es nuestra propia vida. Está en juego la felicidad, la realización personal. Con un corazón de padre, el Papa Juan Pablo II salió al encuentro de esas inquietudes de los que tienen una actitud juvenil. Ese anhelo de felicidad es algo inscrito en el corazón. Un ejemplo claro es el pasaje del “joven rico” (Mt 19, 16-22), que se acerca al Maestro y le pregunta cómo ser feliz.

El gran problema es que muchas veces no sabemos cómo ser felices. No encontramos el camino. No somos capaces de satisfacer esa inquietud interior. Sobre esto, nos dice san Juan Pablo II que el camino para descubrir el sentido de la vida es el amor. Amar y ser amados. Lejos del egoísmo y superficialidad. Sin embargo, el mundo nos ofrece mil tipos de “felicidades” fáciles a precios bajos. Que nos hacen olvidar la verdadera felicidad.

Si bien en nuestro interior está ese anhelo profundo de felicidad, que sólo puede satisfacerse en Dios, en el mundo exterior a nosotros, en el que nos encontramos, la realidad es otra. Nos encontramos en medio a muchos desafíos y peligros. Hay como una contradicción. Todos dicen querer ser felices, ¿pero cuántos realmente lo son? Pareciera que nos hemos equivocado de dirección. En vez de vivir felices, encontramos soledad, tristeza, mal, muerte. Pero ¿por qué todo esto? No basta decir que el mundo está mal, es necesario buscar las causas. Lo primero es aceptar nuestra propia responsabilidad en todo esto. Si el mundo está así, es porque nosotros estamos mal. El egoísmo, la búsqueda de un placer desordenado, la prescindencia de Dios, la búsqueda del poder, el querer tener cada vez más bienes, llevado por un consumismo y materialismo desordenado, la superficialidad, la cultura de lo efímero, el indiferentismo.

Buscar lo que es bueno no es fácil. Se trata de una lucha entre valores buenos y equivocados. El que quiera ser feliz deberá escoger los verdaderos. ¡Hay que nadar a contracorriente! ¿Qué podemos hacer? En primer lugar, asumir el cambio como una responsabilidad de todos. Nadie está excluido de este problema. No podemos ser indiferentes; no podemos caer en una falta de interés por el bien del mundo; No podemos desesperanzarnos. Como ya lo he dicho, ser auténtico e ir contracorriente es demasiado difícil, pero es un gran ideal querer cambiar el mundo. Es una gran aventura. A eso estamos llamados los que queremos seguir a Cristo.

Dicho todo esto, la respuesta última a la pregunta por la felicidad; el sentido fundamental que estamos llamados a vivir; el camino a la plenitud; la clave para cambiar el mundo en el que vivimos se encuentra en el Señor Jesús. A Él hay que buscar sin miedo y con confianza, sabiendo que Él mismo ya nos alcanzó y vino a nuestro encuentro.

Sentido y propósito del matrimonio

Sentido y propósito del matrimonio :
El matrimonio es la íntima unión y la entrega mutua de la vida entre un hombre y una mujer con el propósito de buscar en todo el bien mutuo. Dicha relación tiene sus raíces en la voluntad original de Dios quien al crear al hombre y a la mujer a su imagen y semejanza, les dio la capacidad de amarse y entregarse mutuamente, hasta el punto de poder ser “una sola carne” (véase Gn. 1, 22 y 2, 24).

Así, el matrimonio es tanto una institución natural como una unión sagrada que realiza el plan original de Dios para la pareja. Pero además Cristo elevó esta vocación al amor a la dignidad de sacramento cuando hizo del consentimiento de entrega de los esposos cristianos el símbolo mismo de su propia entrega por todos en la cruz.

En otras palabras, el consentimiento libre por el cual la pareja se entrega y se recibe mutuamente es la esencia o “materia” del sacramento del matrimonio, de la misma forma como el pan y el vino son la materia del sacramento de la Eucaristía. Dicho consentimiento o símbolo visible de la presencia de Cristo se concretiza, dentro del rito matrimonial, en la fórmula que una vez y para siempre se dicen los esposos con palabras como: “Yo te recibo como esposo(a) y me comprometo a amarte, respetarte y servirte, en salud o enfermedad, en tristeza y alegría, en riqueza o en pobreza, hasta que la muerte nos separe”.

Con esta declaración pública de entrega, consumada después en el acto íntimo de entrega corporal, los esposos se constituyen el uno para el otro en sacramentos vivos de la entrega de Cristo a la humanidad. Ellos son por tanto los verdaderos ministros de este sacramento. Pero para que su declaración sea reconocida, la Iglesia pide que los esposos pronuncien este consentimiento frente a un testigo autorizado por la Iglesia que puede ser un sacerdote o un diácono y frente a la comunidad cristiana.

El compromiso celebrado en el rito se convierte en el estilo de vida de los esposos que, a través de su cotidiana entrega y fidelidad, hacen de su amor el lugar donde el conyugue es amado, servido, escuchado y atendido como Cristo mismo lo haría. En otras palabras, el sacramento del matrimonio no se reduce al rito que lo celebra, sino que consiste en “ser sacramento” o presencia visible de Cristo para el cónyuge, todos los días y en todas las circunstancias que la vida les presente. Por esta razón el matrimonio es junto al sacramento del orden sacerdotal un sacramento de servicio que, vivido con el apoyo permanente de la gracia de Dios, es un camino excelente de santidad.

Es además en el seno de esta relación estable y generosa donde Dios quiere que sean engendrados los hijos para que sea el amor la cuna donde se reciban las nuevas creaturas y se constituya la familia, y la sociedad. Parte esencial del amor de los esposos es pues estar abiertos a acoger con amor y responsabilidad la vida nueva que pueda surgir de sus relaciones maritales. Así, su amor mismo se convierte en instrumento disponible a la obra creadora de Dios.

En pocas palabras, tanto por su donación y servicio mutuo como por su misión co-creadora, los esposos son sacramento vivo y permanente del amor de Cristo por la humanidad y se convierten en “Ministros de la Iglesia Doméstica” donde a diario están llamados, junto al pan y la palabra, a partir y compartir la vida de Cristo con su cónyuge, sus hijos y quienes los rodean.

La Iglesia entera o “Familia Cristiana” se beneficia igualmente del sí sacramental que a diario se dan los esposos pues este es un testimonio invaluable que sostiene a todos los cristianos en el camino de entrega y servicio al cual hemos sido llamados.