sábado, febrero 22, 2025
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San Benito, patrono de Europa y Patriarca de los monjes occidentales

“Ora et labora” (ora y trabaja) es el famoso lema del gran San Benito Abad, Patrono de Europa y Patriarca de los monjes en occidente. Por su legado e influencia sigue siendo uno de los Santos más venerados de toda la cristiandad.

San Benito nació en Nursia (Norcia – Italia) en el 480. Su hermana gemela fue Santa Escolástica. Después de haber estudiado retórica y filosofía en Roma, San Benito se retiró de la ciudad a Enfide (actual Affile) para profundizar en el estudio y dedicarse a la disciplina ascética.

No conforme, a los 20 años se fue al monte Subiaco y vivió en una cueva con la guía de un ermitaño. Años después se fue con los monjes de Vicovaro, quienes después lo eligieron prior.

No duró así mucho tiempo ya que trataron de envenenarlo debido a la disciplina que les exigía. Como era su costumbre, San Benito hizo la señal de la cruz sobre el vaso que le habían dado y el objeto se rompió en pedazos. Después de hacerles caer en la cuenta de lo que habían hecho, se alejó de ellos.

Con un grupo de jóvenes, impresionados por su ejemplo de cristiano, fundó monasterios, uno de ellos en Monte Cassino, y escribió su famosa Regla que ha sido inspiración para numerosos reglamentos de comunidades religiosas monásticas hasta el día de hoy. Asimismo inició centros de formación y cultura.

San Benito era muy conocido por su trato amable y por sus sacrificios. Se levantaba de madrugada a rezar los salmos, oraba y meditaba por varias horas, ayunaba diariamente y acudía a los pueblos a predicar.  El Santo veía el trabajo como algo honroso que llevaba a la santidad.

De igual modo consolaba a los tristes, curaba a los enfermos, daba limosnas y alimento a los necesitados y se dice que en algunas ocasiones “resucitó” a los muertos con la ayuda de Dios.

Su amor y fuerza los encontró en Cristo crucificado y, como exorcista, sometía a los espíritus malignos con la famosa “cruz de San Benito”.

El Santo predijo la fecha de su muerte que aconteció el 21 de marzo del 547, a pocos días de que falleciera su hermana Santa Escolástica. Murió de pie en la capilla con las manos levantadas al cielo. «Hay que tener un deseo inmenso de ir al cielo», fueron sus últimas palabras.

A finales del Siglo VIII en numerosos lugares se empezó a celebrar su fiesta el 11 de julio.

Por: aciprensa.com

¿Cómo lidiar con una persona tóxica?

¿Te ha sucedido que te sientes mal cuando estás con una determinada persona?. Te sientes incómoda, sus comentarios denotan desprecio, puedes llegar a sentirte vulnerable y sobretodo ante su presencia tu forma de ser carácter se ven afectados.

Esta persona puede ser tu novio, cónyuge, mamá, jefe, compañero de trabajo o cualquier familiar. El resultado es que nos altera y nos quita la paz.

Estas son las llamadas personas tóxicas y te daré algunas de sus características para que puedas identificarlas:

* Se centra siempre en negativo de las cosas

* Nunca escucha tus problemas

* Siempre está dispuesta a señalar tus defectos

* Te saca de quicio a menudo

* No tiene en cuenta tus sentimientos

* Te presiona para que hagas cosas con las que no te sientes a gusto

* Te llena de dudas

* Traspasa continuamente tus límites

* Nunca asume su responsabilidad

* Se resiste a cambiar

Como podrás ver, son personas que no aportan nada positivo en la vida. Cuando se trata de personas cercanas a nosotros, puede surgir un fenómeno de enganche y dependencia que cuesta ver y reconocer.

Comparto contigo cinco claves que nos ofrece la Dra. Marian Rojas, amiga mía para protegernos de las personas tóxicas que nos dificultan nuestra vida día a día:

1. Sé discreto con esas personas:

En cualquier momento pueden usar la información que tienen para anularte o hacerte daño. Las personas que te quieren se alegrarán de tus éxitos y sabrán apoyarte en los momentos de dificultad.

2. Ignora la opinión de la gente tóxica:

Así serás libre de sus palabras y comportamientos. Relativiza su comportamiento, no le des tanta importancia. De ti depende que ellos te influyan.

Aprende a ponerte un impermeable psicológico, donde se te resbalen sus miradas, comentarios o críticas. Pregúntate: ¿quiero que esa persona tenga tanta importancia en mi vida?

3. Aléjate de ellas.

Decía el Dalai Lama: “deja ir a personas que sólo llegan a compartir quejas, problemas, historias desastrosas, miedo y juicio de los demás”.

Intenta olvidarte de esa persona tóxica. Aléjate, poco a poco o de manera directa. Despídete si es necesario y sino huye. No hay que olvidar que hay personas que llegan a nuestra vida y la mejoran, pero hay otras que cuando se alejan, la mejoran aún más.

4. Aprende a convivir con ellas.

Si no puedes despedirte porque forman parte de tu vida, son cercanas a ti, aprende a convivir con ellas.

Intenta analizar aquello que te causa tal grado de inquietud en tu relación con esa persona. Lo primero es determinar si se trata de un “tóxico universal”, es decir que todos opinan que es una persona tóxica; o si se trata de un “tóxico individual”, que te afecta solo a ti.

El segundo paso consiste en desmenuzar la raíz de la toxicidad, que significa preguntarte: ¿qué sucede en mi cuando veo a esa persona? ¿surgen sentimientos de inferioridad, de debilidad, de rabia, temor, ira?

Aprende a analizarte a ti mismo e intenta comprender a esa persona tóxica: ¿qué le sucede? ¿por qué me trata así?. Muchas veces al comprender la situación por la que pasan otras personas, su historia, traumas o problemas, nos podemos compadecer de ellas y dejar de sufrir.

E incluso ir más allá y perdonar a esa persona. El perdón es el mejor bálsamo que existe.

5. Tener cerca “personas vitamina”

Estas personas producen el efecto contrario en nuestra mente y en nuestro organismo. Son capaces de alegrar el corazón en segundos.

Es muy recomendable tener a mano personas buenas, con intenciones sanas que nos fomenten y enriquezcan el equilibrio interior.

Pregúntate si en tu vida existen este tipo de personas, y cual es tu actitud ante ellas.

Cuando consigas que las personas tóxicas no te hagan vulnerable, habrás ganado la batalla y conseguirás la paz interior que deseas.

Por: Lucia Legorreta

Matrimonios endeudados

Economía en el matrimonio

Todas las parejas buscan tener y dar a sus hijos una buena calidad de vida, aunque en ocasiones en esta búsqueda, puedan poner en riesgo su economía y patrimonio.

Muchos matrimonios tienen conflictos a causa de los compromisos económicos que han adquirido a lo largo de su vida en pareja. Y algunos de ellos solo fueron para darle gusto al otro.

Un estudio realizado por Sodexo Beneficios e Incentivos México, revelo que el 55% de los jóvenes y adultos de México dice que tiene sus finanzas bajo control, mientras que el 40 % admite que la mayoría de sus ingresos los tienen que destinar en pagar deudas.

Por lo tanto, es importante que antes de comprar o utilizar algún tipo de crédito, analicen juntos si la deuda que van a adquirir está dentro de sus posibilidades de pago, si el tiempo que van a tener para cubrirla es el adecuado y si verdaderamente necesitan aquello que quieren comprar.

Según los expertos los matrimonios que viven con menos estrés son aquellos que se disfrutan más y son más estables.

En Red Familia te damos algunos consejos prácticos para evitar que tu matrimonio enfrente problemas financieros:

1. Presupuesto. Es muy importante que ambos se sienten a revisar sus ingresos y egresos y con base a eso, definan capacidad de pago.

2. Establezcan las prioridades que han de incluir en los gastos a hacer.

3. Eviten gastos innecesarios: hagan una evaluación de lo que van a comprar para saber si es una necesidad familiar o sólo es un gusto que pueden posponer.

Por: Redacción | Fuente: Red Familia 

¿Existe el demonio?

En el Evangelio solemos oír relatos de la expulsión de demonios por Jesús. Tal vez, este hecho nos suena a nosotros un poco raro. Porque el estar poseído por un demonio nos parece algo exclusivo de aquellos tiempos. Sin embargo sucede también en nuestros días, aunque sea poco frecuente.

Pero el problema de fondo para el hombre de hoy es la pregunta, si el demonio como persona existe o no. Resulta que el hombre moderno e incluso el cristiano moderno apenas creen en el demonio. Éste ha conseguido realizar, en nuestros días, su mejor maniobra: hacer que se dude de su existencia.

Queremos, por eso, ahora reflexionar un poco sobre el diablo y su actuar en el mundo y en nuestra vida.

Los habitantes del infierno buscan, contrarrestar el poder y dominio de Dios. Y porque no les es dado enfrentarse directa-mente con Dios, lo hacen indirectamente. Tratan de arrebatarle su creatura preferida de la tierra: el hombre.

Así cada uno de nosotros es un campo de lucha en que se enfrentan el bien y el mal, las fuerzas divinas y las fuerzas diabólicas.

¿Quién negaría tal realidad? Nadie de noso-tros va a ser tan ingenuo de creerse fuera de esa lucha permanente. Cada uno de nosotros experimen-ta esta tensión, este conflicto en su propio cuerpo y en su propia alma. Nos damos cuenta de que un ser fuerte obra en nosotros y nos quiere imponer su voluntad, y que necesitamos a otro más fuerte para liberarnos.

Fuimos liberados ya el día de nuestro bautismo. Pero el demonio -volvió a nosotros y lo dejamos entrar de nuevo, por medio de nuestros pecados.

La gran obra del diablo es el pecado. Él es el “padre del pecado”. La realidad del mal – que lleva a los hombres a matar, robar y engañar; que hace triunfar al injusto y sufrir al justo.

Que vuelve egoístas a los que tienen ya demasiado y lleva a la desesperación a los marginados – todo esto y mucho más es su obra, bien presente y actual en nuestro mundo.

Realmente, el hombre no vive solo su destino. Es incapaz de ser absolutamente independiente. O se entrega a Dios o es encadenado por el demonio. Tanto en el bien como en el mal, no somos nosotros los que vivimos: es Cristo o Satanás el que vive y triunfa en nosotros. ¡O somos hijos de Dios o somos hijos del diablo!

Jesucristo choca, desde el comienzo de su misión, con esta potencia del mal increíblemente activa y extendida por el mundo. Por todas partes Jesús la descubre, la expulsa, la destrona. En este contexto debemos ver también los textos del Evangelio. En el centro de los textos no está el poseído por el demo-nio, sino Cristo mismo. En Él debe fijarse nuestra mirada.

Porque nosotros mismos no lograremos soltar-nos del poder del demonio. Con nuestras propias fuerzas no podremos vencer el mal dentro de noso-tros. Es necesario que Cristo nos fortalezca en nuestra lucha diaria contra el enemigo. Es nece-sario que Cristo nos libere, paso a paso, de su poder destructor. También María, la vencedora del diablo, ha de ayudarnos en ello.

Como Cristo procedió en el Evangelio con los poseídos, así quiere expulsar la injusticia, la mentira, el odio y todo el mal de esta tierra. Quiere en nosotros y por nosotros crear un mundo nuevo mejor, renovar la faz de la tierra. Quiere construir una Nación de Dios, donde reinan la verdad, la justicia y el amor.

Queridos hermanos, también nosotros seremos, un día, totalmente libres de la influencia del maligno. Será en el día feliz de nuestro encuen-tro final con Dios, de nuestra vuelta a la Casa del Padre.

Preguntas para la reflexión

1. ¿Creo realmente en la acción del demonio?
2. ¿Soy consciente de la lucha que se libra en mi interior?
3. ¿Conozco mi punto débil, que es donde más me ataca el demonio?

Por: Padre Nicolás Schwizer | Fuente: Retiros y homilías del Padre Nicolás Schwizer

Salir a su paso tal como soy.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Cristo, en cada momento, nos está buscando para sanarnos. Él cruza hasta «la otra orilla», solo para encontrarse con nosotros. Lo que Él quiere es estar dentro de nosotros, sacar toda oscuridad y llenarnos de luz.

Nosotros tenemos que salir «desde el cementerio» de nuestro interior. Desde el lugar donde tenemos nuestras miserias, donde hay solo oscuridad, donde solo hay amor propio. Tenemos que clamar a Dios desde nuestra miseria junto con el salmista: «Desde lo más profundo, te invoco, Señor. Señor, escucha mi clamor… Si llevas cuentas de las culpas, Señor, Señor mío, ¿quién podrá quedar en pie? Pero en Ti está el perdón, y así mantenemos tu temor.» (Sal 130)

Salir desde nuestro cementerio es para ir al encuentro de Cristo y pedirle a «gritos», no de desesperación, sino de fe, que nos sane. Salir al encuentro de alguien, implica un acto de libertad, que es lo que Cristo busca de nosotros. Dios no nos obliga a salir, lo que quiere es que de nosotros salga la iniciativa para querer ir a Él y ser sanados.

Es en este momento en que tenemos que tener la actitud del centurión, que dijo: «Señor, no soy digno de que entres a mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme.» Cristo dice «está bien», y son esas palabras las que necesitamos en nuestra vida para ser sanados por Él.

Busquemos salir al paso de Cristo tal como somos, no tengamos miedo de Él, pues lo único que quiere es sanarnos. Está en nosotros querer salir desde nuestras miserias para ser sanados y para que nos llene de su amor.

La esperanza cristiana se basa en la fe en Dios que siempre crea novedad en la vida del hombre, crea novedad en el cosmos. Nuestro Dios es el Dios que crea novedad, porque es el Dios de las sorpresas.
No es cristiano caminar con la mirada dirigida hacia abajo -como hacen los cerdos: siembre van así- sin levantar los ojos hacia el horizonte. Como si todo nuestro camino se apagase aquí en el palmo de pocos metros de viaje; como si en nuestra vida no hubiese ninguna meta y ningún desembarque, y nosotros estuviésemos obligados a un eterno vagar, sin alguna razón para nuestras muchas fatigas. Esto no es cristiano.
(Audiencia de S.S. Francisco, 23 de agosto de 2017).

Por: H. Rogelio Suárez, L.C

La fe de Santo Tomás

Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: «La paz con vosotros». Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor. Jesús les dijo otra vez: «La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío». Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos». Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor». Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré». Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro y Tomás con ellos. Se presentó Jesús en medio estando las puertas cerradas, y dijo: «La paz con vosotros». Luego dice a Tomás: «Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente». Tomás le contestó: «Señor mío y Dios mío». Dícele Jesús: «Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído». Jesús realizó en presencia de los discípulos otras muchas señales que no están escritas en este libro. Estas han sido escritas para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre.

Reflexión
“Tomás, ¿porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto”. Estas palabras del Señor resucitado quieren insinuarnos a reflexionar, un poco, sobre nuestra fe cristiana. Además, el hombre pascual, el hombre nuevo que debe nacer en nosotros es, particularmente, un hombre de fe.

El tema de la fe es muy actual, hoy en día, porque el mundo está pasando por una evidente crisis de fe. Existe el proceso lento de la des-cristianización, de una paralización y aún de una extinción de la fe en el hombre moderno, y hasta en nuestras propias filas.

El tiempo de hoy huye de Dios, lo reconoce en el mejor de los casos, solamente como idea. No tiene ya un claro concepto de la persona de Dios ni de su influencia personal frente al mundo y frente a los acontecimientos de nuestra época.

Quizás también a nosotros nos pase un día, que debamos constatar: En el fondo ya no creo más en lo que he creído antes. Se perdió mi entusiasmo, mi fervor religioso. Y no nos sentimos por eso demasiado tristes; lo constatamos simplemente.

Nuestra vida de fe, nuestra propia vida espiritual, tiene sus altos y bajos. Tenemos épocas, en que todo nos anda mal, en que nos cuesta rezar, confesarnos, buscar a Dios. Pero, ¿qué pasará si estos estados se reiteran y llegan a ser duraderos?

En todo caso no podemos mantener viva nuestra fe en el ambiente frío del mundo moderno sin llevar una vida auténticamente espiritual y sin tener orden en esa vida espiritual, sin tener tiempo para meditar y rezar, sin tener tiempo para los que piensan y luchan como nosotros.

En esta situación la Iglesia nos muestra hoy la actitud de Santo Tomás. Tomás es un verdadero hombre moderno, un realista y existencialista, que no cree en más que en lo que toca, que no quiere vivir de ilusiones, que tiene miedo que lo engañen: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos y si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo”.

Lo que nos impresiona en el caso de Tomas, primero, que nos lo hace tan simpático y a la vez contemporáneo, es la violencia de su resistencia. Son muy duras las condiciones que pone para su rendición. Una dureza tan terrible no puede provenir más que de un terrible sufrimiento. Él no quiere arriesgarse de nuevo, porque ya ha sufrido demasiado, porque – probablemente – ha sufrido más que los otros por la Pasión y Muerte de Jesús.

La respuesta de Jesús a las exigencias de Tomás es inaudita: Jesús las acepta y se somete a ellas: “Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado” y agrega Jesús: “No seas incrédulo, sino creyente”.

Y entonces. Santo Tomás, vencido por tanto amor y tanta indulgencia de Jesús. se siente transportado a una altura, a la que nadie ha llegado y exclama: “¡Señor mío y Dios mío!” Es el primero que llega con su fe hasta este extremo. Hasta ahora, ningún apóstol ha dicho a Jesús: tú eres mi Dios. De ese pobre Tomás, escéptico y exigente, obtiene Jesús uno de los actos de fe más hermosos de todo el Evangelio.

¿Y nosotros? Nosotros no vemos ni tocamos al Señor como Tomás. Sin embargo, nos pasa lo mismo que a él: Jesús está con nosotros, aún y sobre todo en medio de nuestra duda e incredulidad. para apoyamos y fortalecemos.

Nuestras crisis de fe son crisis de crecimiento y nos sirven para ser más adultos en nuestra fe, para acercarnos más y más a Dios. Los obstáculos son ocasiones de ascensión tal como la presa que obliga al agua a elevarse para darle una potencia nueva.

Porque la fe es una aventura permanente, un desafío continuo, un largo camino que tenemos que andar. Y cuándo adelantamos en este camino, tanto más debemos hacer saltos de fe. Es lo que dice San Pedro en una de sus cartas. “Tenemos que sufrir pruebas, para que sea purificada nuestra fe, como el oro por el fuego”.

Queridos hermanos, pidamos por eso en esta Eucaristía pascual, que Dios nos haga madurar y crecer en nuestra fe. Y que nuestras crisis de fe sean sólo crisis de crecimiento en nuestro caminar hacia la Casa del Padre.

Y pidámosle también a María, Madre de la fe, que nos regale la gracia de una fe firme y profunda en su Hijo Jesús, el Señor resucitado.

¡Qué así sea!
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Padre Nicolás Schwizer
Instituto de los Padres de Schoenstatt

Santo Tomás Apóstol, patrono de jueces, arquitectos y teólogos

La tradición antigua dice que Santo Tomás Apóstol fue martirizado en la India el 3 de julio del año 72. Parece que en los últimos años de su vida estuvo evangelizando en Persia y en la India, y que allí sufrió el martirio.

De este apóstol narra el santo evangelio tres episodios.

El primero sucede cuando Jesús se dirige por última vez a Jerusalem, donde según lo anunciado, será atormentado y lo matarán.

En este momento los discípulos sienten un impresionante temor acerca de los graves sucesos que pueden suceder y dicen a Jesús: «Los judíos quieren matarte y ¿vuelves allá?. Y es entonces cuando interviene Tomás, llamado Dídimo (en este tiempo muchas personas de Israel tenían dos nombres: uno en hebreo y otro en griego. Así por ej. Pedro en griego y Cefás en hebreo). Tomás, es nombre hebreo. En griego se dice «Dídimo», que significa lo mismo: el gemelo.

Cuenta San Juan (Jn. 11,16) «Tomás, llamado Dídimo, dijo a los demás: Vayamos también nosotros y muramos con Él». Aquí el apóstol demuestra su admirable valor. Un escritor llegó a decir que en esto Tomás no demostró solamente «una fe esperanzada, sino una desesperación leal». O sea: él estaba seguro de una cosa: sucediera lo que sucediera, por grave y terrible que fuera, no quería abandonar a Jesús. El valor no significa no tener temor. Si no experimentáramos miedo y temor, resultaría muy fácil hacer cualquier heroísmo. El verdadero valor se demuestra cuando se está seguro de que puede suceder lo peor, sentirse lleno de temores y terrores y sin embargo arriesgarse a hacer lo que se tiene que hacer. Y eso fue lo que hizo Tomás aquel día. Nadie tiene porque sentirse avergonzado de tener miedo y pavor, pero lo que sí nos debe avergonzar totalmente es el que a causa del temor dejemos de hacer lo que la conciencia nos dice que sí debemos hacer, Santo Tomás nos sirva de ejemplo.

La segunda intervención: 

Sucedió en la Última Cena. Jesús les dijo a los apóstoles: «A donde Yo voy, ya sabéis el camino». Y Tomás le respondió: «Señor: no sabemos a donde vas, ¿cómo podemos saber el camino?» (Jn. 14, 15). Los apóstoles no lograban entender el camino por el cual debía transitar Jesús, porque ese camino era el de la Cruz. En ese momento ellos eran incapaces de comprender esto tan doloroso. Y entre los apóstoles había uno que jamás podía decir que entendía algo que no lograba comprender. Ese hombre era Tomás. Era demasiado sincero, y tomaba las cosas muy en serio, para decir externamente aquello que su interior no aceptaba. Tenía que estar seguro. De manera que le expresó a Jesús sus dudas y su incapacidad para entender aquello que Él les estaba diciendo.

Admirable respuesta:

Y lo maravilloso es que la pregunta de un hombre que dudaba obtuvo una de las respuestas más formidables del Hijo de Dios. Uno de las más importantes afirmaciones que hizo Jesús en toda su vida. Nadie en la religión debe avergonzarse de preguntar y buscar respuestas acerca de aquello que no entiende, porque hay una verdad sorprendente y bendita: todo el que busca encuentra.

Le dijo Jesús: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí» Ciertos santos como por ejemplo el Padre Alberione, Fundador de los Padres Paulinos, eligieron esta frase para meditarla todos los días de su vida. Porque es demasiado importante como para que se nos pueda olvidar. Esta hermosa frase nos admira y nos emociona a nosotros, pero mucho más debió impresionar a los que la escucharon por primera vez.

En esta respuesta Jesús habla de tres cosas supremamente importantes para todo israelita: el Camino, la Verdad y la Vida. Para ellos el encontrar el verdadero camino para llegar a la santidad, y lograr tener la verdad y conseguir la vida verdadera, eran cosas extraordinariamente importantes.

En sus viajes por el desierto sabían muy bien que si equivocaban el camino estaban irremediablemente perdidos, pero que si lograban viajar por el camino seguro, llegarían a su destino. Pero Jesús no sólo anuncia que les mostrará a sus discípulos cuál es el camino a seguir, sino que declara que Él mismo es el Camino, la Verdad y la Vida.

Notable diferencia: Si le preguntamos al alguien que sabe muy bien: ¿Dónde queda el hospital principal? Puede decirnos: siga 200 metros hacia el norte y 300 hacia occidente y luego suba 15 metros… Quizás logremos llegar. Quizás no. Pero si en vez de darnos eso respuesta nos dice: «Sígame, que yo voy para allá», entonces sí que vamos a llegar con toda seguridad. Es lo que hizo Jesús: No sólo nos dijo cual era el camino para llegar a la Eterna Feliz, sino que afirma solemnemente: «Yo voy para allá, síganme, que yo soy el Camino para llegar con toda seguridad». Y añade: Nadie viene al Padre sino por Mí: «O sea: que para no equivocarnos, lo mejor será siempre ser amigos de Jesús y seguir sus santos ejemplos y obedecer sus mandatos. Ese será nuestro camino, y la Verdad nos conseguirá la Vida Eterna».

El hecho más famoso de Tomás

Los creyentes recordamos siempre al apóstol Santo Tomás por su famosa duda acerca de Jesús resucitado y su admirable profesión de fe cuando vio a Cristo glorioso.

Dice San Juan (Jn. 20, 24) «En la primera aparición de Jesús resucitado a sus apóstoles no estaba con ellos Tomás. Los discípulos le decían: «Hemos visto al Señor». El les contestó: «si no veo en sus manos los agujeros de los clavos, y si no meto mis dedos en los agujeros sus clavos, y no meto mi mano en la herida de su constado, no creeré». Ocho días después estaban los discípulos reunidos y Tomás con ellos. Se presento Jesús y dijo a Tomás: «Acerca tu dedo: aquí tienes mis manos. Trae tu mano y métela en la herida de mi costado, y no seas incrédulo sino creyente». Tomás le contestó: «Señor mío y Dios mío». Jesús le dijo: «Has creído porque me has visto. Dichosos los que creen sin ver».

Parece que Tomás era pesimista por naturaleza. No le cabía la menor duda de que amaba a Jesús y se sentía muy apesadumbrado por su pasión y muerte. Quizás porque quería sufrir a solas la inmensa pena que experimentaba por la muerte de su amigo, se había retirado por un poco de tiempo del grupo. De manera que cuando Jesús se apareció la primera vez, Tomás no estaba con los demás apóstoles. Y cuando los otros le contaron que el Señor había resucitado, aquella noticia le pareció demasiado hermosa para que fuera cierta.

Tomás cometió un error al apartarse del grupo. Nadie está peor informado que el que está ausente. Separarse del grupo de los creyentes es exponerse a graves fallas y dudas de fe. Pero él tenía una gran cualidad: se negaba a creer sin más ni más, sin estar convencido, y a decir que sí creía, lo que en realidad no creía. El no apagaba las dudas diciendo que no quería tratar de ese tema. No, nunca iba a recitar el credo un loro. No era de esos que repiten maquinalmente lo que jamás han pensado y en lo que no creen. Quería estar seguro de su fe.

Y Tomás tenía otra virtud: que cuando se convencía de sus creencias las seguía hasta el final, con todas sus consecuencias. Por eso hizo es bellísima profesión de fe «Señor mío y Dios mío», y por eso se fue después a propagar el evangelio, hasta morir martirizado por proclamar su fe en Jesucristo resucitado. Preciosas dudas de Tomás que obtuvieron de Jesús aquella bella noticia: «Dichosos serán los que crean sin ver».

Por: EWTN.com

Yo soy el Señor, tú Dios


Los Diez Mandamientos han centrado un miércoles más la catequesis del Papa Francisco desde la Plaza de San Pedro en la Audiencia General a la que asistieron miles de peregrinos que escucharon la invitación a ser primero agradecidos.

Francisco comentó el inicio del capítulo sobre los Mandamientos que dice: “Yo soy el Señor, tú Dios” y explicó que aquí “hay un posesivo, hay una relación, le pertenecemos, Dios no es un extraño: él es tú Dios”.

“Esto ilumina todo el Decálogo y revela también el secreto del actuar cristiano, porque es la misma actitud de Jesús”.

Afirmó que “Él no parte de sí sino del Padre”. “A menudo nuestras obras fallan porque comenzamos de nosotros mismo y no de la gratitud. Y quién parte de sí mismo ¡llega a sí mismo!”.

El Papa dijo que “la vida cristiana es ante todo la respuesta grata a un Padre generoso” y señaló que “los cristianos que siguen solo los ‘deberes’ denuncian no tener una experiencia personal sobre ese Dios que es ‘nuestro’”.

En conclusión, “poner la ley antes que la relación no ayuda al camino de fe”.

“¿Cómo puede un joven desear ser cristiano si partimos de obligaciones, compromisos, coherencias y no de la liberación?”, preguntó. “La formación cristiana no está basada en la fuerza de voluntad, sino en la acogida de la salvación, en el dejarse amar: primero el Mar Rojo, después el Monte Sinaí”.

Francisco destacó entonces que ser agradecido es una actitud necesaria puesto que “para obedecer a Dios se necesita ante todo recordar sus beneficios”. Incluso “alguno puede escuchar no haber tenido todavía una buena experiencia de la liberación de Dios”, es algo “que puede ocurrir”.

Ante esto, invitó a rezar porque “Dios escucha el lamento”. En resumen, “no nos salvamos solos, sino a partir de un grito de ayuda”, y esto “nos espera a nosotros: pedir ser liberados”.

“Este grito es importante, es oración, es consciencia de lo que todavía nos tiene oprimidos y no está liberado en nosotros. Dios atiende ese grito, porque puede y quiere romper nuestras cadenas”.

Por: Álvaro de Juana