miércoles, marzo 19, 2025
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Novena por la Fiesta de la exaltación de la Cruz

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Novena por la Fiesta de la exaltación de la Cruz
“Donde surge la Cruz, se ve la señal de que ha llegado la Buena Noticia de la salvación del hombre mediante el amor. Donde se levanta la cruz, está la señal de que se ha iniciado la evangelización”, decía el Papa San Juan Pablo II.

Cercanos a la fiesta de la exaltación de la Cruz, que la Iglesia celebra cada 14 de septiembre, aquí una novena de preparación para esta gran celebración que recuerda el gran amor que Dios tiene por cada ser humano.

Acto de Contrición antes de la Novena

Pésame Dios mío y me arrepiento de todo corazón de haberte ofendido. Pésame por el infierno que merecí y por el cielo que perdí; pero mucho más me pesa porque pecando ofendí a un Dios tan bueno y tan amable como Vos y porque con mis pecados, he sido causa de la pasión y muerte de mi Redentor Jesús. Antes querría haber muerto que haberos ofendido, y propongo firmemente ayudado por tu divina gracia, no pecar más y apartarme de todas las ocasiones de pecado. Jesús mío, misericordia, misericordia y perdón.

Oración para el primer día

Te saludo, Cruz Santísima, con todos los nueve coros de Celestiales Espíritus y doy al Señor con todos ellos, todas cuantas gracias puedo, porque se dignó honrarte haciendo de Ti trono de la Majestad Divina, para remedio del mundo, crédito de sus milagros y reparo de aquella primera caída, porque seas alabada. Amén.

Rezar cinco Padres Nuestros y cinco Glorias.

Antífona

¡Oh! Cruz Santísima, más resplandeciente que todos los astros y más santa que los santos; para el mundo célebre, para los hombres amable; que sola fuiste digna de contener en tu gremio todo el rescate del mundo; dulce leño, dulces clavos, dulces penas que toleradas en ti por mi Señor Jesucristo, fueron el remedio nuestro. Salva a todos los cristianos que en este día repiten tus alabanzas.

V. Te adoramos Cristo y te bendecimos.

R. Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Oración para todos los días

¡Oh Cruz Santísima! Nobilísima entre todos los árboles frondosos, que hermoseas el jardín ameno de la militante Iglesia; reina del Padre, astro del Hijo, sello del Espíritu Santo; honra y gloria del mismo Crucificado, crédito de las maravillas de Dios, oliva frondosa, cedro escogido de Dios, palma encumbrada en el jardín de la Iglesia, ciprés excelso, trono sagrado del Omnipotente Rey, árbol de la vida y fuente de la bienaventuranza, te adoro y humildemente te alabo, y doy a Dios muchas gracias, poniendo debajo de tus misteriosos brazos mi necesidad presente con todas las de la Iglesia, para que por tu virtud se digne el Señor remediarlas, si ha de ser para servirle, bien de mi alma, aumento de la virtud y crédito de ti misma, que es lo que yo más deseo y sobre esto, una acertada, feliz y dichosa muerte, y que por ti me reciba el que por ti se dignó redimirme, que es mi Señor Jesucristo, que con el Padre y el Espíritu Santo vive y reina por todos los siglos. Amén.

Rezar tres Ave Marías a Nuestra Señora de los dolores.

Oración a la Virgen Dolorosa

Soberana Emperatriz de los cielos, que al pie de la Santísima Cruz padeciste tan agudos dolores, y por dignación suprema quedaste constituida en Madre de todas las criaturas, dígnate afligidísima Señora de patrocinar mis peticiones y socorrer las necesidades de mi alma, que yo te prometo no apartarme ya de la Santísima Cruz y acompañarte siempre en tus dolores, sintiendo tantas penas por la ingratitud que te causaron mis pecados, para que así consiga con tu amparo y por el santo madero de la Santísima Cruz, los frutos de la redención que en ella nos otorgó vuestro Hijo Jesús. Amén.

(Aquí se dicen las peticiones)

Oración final para todos los días

Señor mío Jesucristo, que te dignaste redimir al mundo eligiendo el instrumento de la Santa Cruz, concédenos por la virtud que comunicaste a este sagrado leño, que merezcamos cargar la Cruz de nuestro estado con resignación y perseverancia y que merezcamos ver gloriosamente en el cielo tan lucido estandarte. Amén.

Qué tipo de personas queremos formar en los colegios católicos

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Qué tipo de personas queremos formar en los colegios católicos : Toda institución educativa tiene una finalidad y responde a una necesidad. La educación nunca es neutra. Detrás de los planteamientos pedagógicos de toda escuela, subyace una antropología – un ideal de persona -, un modelo de sociedad y una cosmovisión. Los colegios – todos los colegios – tienen la misión de formar personas (darles forma) y educarlas; o sea, de conducir a los alumnos hacia una meta: desarrollar sus cualidades intelectuales, morales y físicas para encaminarlos hacia la felicidad.

¿Pero qué es eso de «la felicidad»?

La escuela sin Dios

La respuesta no puede ser la misma en una escuela agnóstica o atea que en una escuela confesionalmente católica (o no debería serlo). Un colegio laicista tiene una visión inmanentista y materialista del hombre, de la sociedad y de la historia. Para un colegio sin Dios, el hombre no es más que el resultado del azar, de la concepción casual de un óvulo por un espermatozoide. Para un materialista, la realidad del hombre es consecuencia de la suerte (o mala suerte, según se mire): vivimos de casualidad.

Para un materialista ateo, es decir, para alguien que sólo cree lo que ve o lo que la ciencia puede demostrar empíricamente, la vida del hombre no tiene más sentido que la de una cucaracha: nacemos, crecemos, nos reproducimos para transmitir nuestra herencia genética a la generación posterior y contribuir así a la subsistencia de la especie humana y, finalmente, morimos y desaparecemos. Y como el sufrimiento nos acaban alcanzando y nos impiden ser felices y disfrutar de la vida, tenemos que tratar a toda costa de evitar el dolor y la angustia existencial. La vida no tiene más sentido que «disfrutar». El ideal del hedonistaconsiste en apurar al máximo los placeres de la existencia, dar rienda suelta a un vitalismo insaciable de placeres. Y cuando ya no haya nada que disfrutar porque la vejez o la enfermedad mermen nuestras facultades, lo mejor es morir para acabar con el sufrimiento. Una vida es digna solo si se puede gozar de sus placeres. El aborto y la eutanasia estarían plenamente justificados desde esta perspectiva materialista. De ahí viene ese deseo irracional por mantenerse indefinidamente jóvenes y saludables, el culto al cuerpo, la idealización idolátrica de la juventud como la mejoretapa de la vida del ser humano (o tal vez la única que merezca la pena ser vivida) y el terror a envejecer.

Esas ansias irrefrenables de disfrutar acaba conduciendo al nihilismo: nada vale la pena. Al final, la muerte y el sufrimiento acaban con nosotros; por lo tanto, abandonemos cualquier pretensión de felicidad. Sólo podemos aspirar a placeres momentáneos y pasajeros, porque nada dura, nada tiene consistencia. Las drogas, el alcohol o el sexo contribuyen a anestesiar el dolor de la propia existencia y a olvidarnos de la angustia.

¿Qué escuela puede surgir sobre este humus nihilista? La escuela laicista atea debe ser blandita. Hay que evitar que el niño sufra: que sean felices (que disfruten, que se sientan bien). El esfuerzo del estudio puede generar frustración y dolor. Y eso hay que evitarlo a toda costa.

Debe ser una escuela utilitaristaque forme buenos profesionales para que respondan a las demandas del mercado de trabajo (aunque finalmente sea una fábrica de parados); una escuela que eduque «en valores» y forme ciudadanos tolerantes, solidarios; ciudadanos que procuren su propio bienestar, muy liberales y relativistas (que cada uno viva como quiera y haga lo que le dé la gana, siempre que respete las leyes).

La escuela de la sociedad hedonista es una escuela cientificista: sólo existe la realidad física (lo que vemos y tocamos) y se niega cualquier posibilidad de metafísica; es decir, cualquier realidad que tenga que ver con el alma, con el espíritu, con algo que vaya más allá de la naturaleza sensible o que tenga que ver con Dios: es una escuela sin transcendencia. Y en caso deque se admita algo más allá de lo tangible, se aceptan y difunden las teorías las de la «Nueva Era» y se elucubra sobre energías, sobre el karma, sobre algo difuso e incomprensible que pasa por una meditación sin contenido que meditar y que al final se reduce a buscar la paz interior mediante prácticas como el yoga o el Tai Chi que en última instancia, sólo buscan que el individuo se «sienta bien» consigo mismoy combata el estrés o la ansiedad que le provoca su propia nada. Porque esta escuela es emotivista y sentimentaloide. Parece como si los sentimientos se hubieran apoderado del hombre, sometiendo a la razón y a la voluntad a sus dictados y a sus vaivenes.

Hablamos de una escuela que fomenta las herramientas instrumentales (idiomas e informática, fundamentalmente) y posterga la cultura humanista: la historia, la filosofía, el arte,los principios básicos de la teología cristiana, las lenguas y la cultura clásica o la literatura. Ofrecemos a los niños los mejores cubiertos y la vajilla de lujo, pero les negamos la comida que alimenta el entendimiento y el alma. Una persona puede ser perfectamente analfabeta con cinco idiomas. ¿Para qué sirve ser bilingüe si no tienes nada que decir, nada que aportar, nada que comunicar? ¿De qué te vale tener acceso a toda la información de la Red y a todos los medios de comunicación globales si no sabes distinguir lo bueno de lo malo, la verdad de la mentira; si no tienes nada que aportar ni criterio propio respecto a nada?

Nuestros jóvenes fracasan en comprensión lectora porque ya no se lee a Garcilaso, ni a Cervantes, ni a Fray Luis de León, ni a San Juan de la Cruz, ni a Cela, ni a Baroja, ni a Unamuno, ni a Delibes ni a nadie. Un alumno de bachillerato sale del instituto después de haber leído tres libros por curso, en el mejor de los casos. ¿Cómo van a entender los jóvenes el valor de la catedral de Burgos o el del Pórtico de la Gloria; o los cuadros del Museo de Prado, si no saben nada de religión, ni de filosofía, ni de Historia del Arte, ni de Historia de España; ni de mitología clásica ni de Historia Sagrada? Y con la excusa de que los clásicos son aburridos, les hemos cambiado a Quevedo por Blue Jeans; a Góngora, por J. K. Rowling; y a Lázaro de Tormes por los vampiros de la saga de Crepúsculo. Y los resultados están a la vista de todos.

Eso sí: la educación afectivo sexual que reciben en las escuelas desde la más tierna infancia les incita a explorar su cuerpo, a buscar frenéticamente el placer, a experimentar y buscar su propia «identidad sexual», a considerar normal y positiva todo tipo de relación sexual, al margen de cualquier compromiso. Se trata de sentir y gozar, sin reprimirse en ningún caso, porque si te reprimes te sientes mal. Y como los sentimientos son pasajeros y fugaces, no cabe pensar en compromisos duraderos. Se fomenta así la promiscuidad y el narcisismo: el derecho al propio placer, como si uno fuera el ombligo del universo y sólo yo fuera lo importante. Al final, muchos jóvenes no encuentran otro horizonte queponerse ciegos los fines de semana, buscar relaciones fugaces sin otro contenido que la búsqueda desesperada del propio placer y luego, la nada. Algunos son bilingües y la mayoría se pasa la vida delante de la pantalla de un ordenador, twitteando chorradas o colgando fotos en Facebook con posturitas insinuantes. En la «cultura del selfy»,los jóvenes buscan la alegría y la felicidad en el culto a la apariencia; en la nada condensada en ciento cuarenta caracteres y una foto sexy con morritos. Salir, beber y agobiarse por el aburrimiento, hasta que salga el último cacharro tecnológico y por fin pueda ser feliz, si puedo comprarlo.

De una escuela laicista (sin Dios o tantas veces contra Dios) obtenemos resultadoscontrastables: una formación mediocre (los datos son los datos) y unos chicos orientados mayoritariamente (mal orientados o desorientados) hacia el individualismo relativista; algunos hacia el marxismo leninismo – más o menos teñido de ecologismo verde -; y unos pocos más violentos,hacia el nihilismo ácrata antisistema. De la escuela sin Dios salen personas que no creen en nada porque no hay nada en que creer, porque no hay ninguna verdad que aprender; chicos sin rumbo porque no hay ningún camino que conduzca a ninguna parte.

La escuela católica

Lamentablemente, los resultados de las escuelas de titularidad católica no ofrecen resultados mucho más halagüeños, en términos generales. Tal vez, en algunos casos, un mayor grado de formación; puede que algo más de disciplina en las aulas y poco más.

Se habla mucho en los colegios católicos de «educación integral», que es el eufemismo que se emplea para referirse a que también se atiende a los aspectos espirituales o religiosos de los alumnos y que se note poco. Se hacen referencia en sus proyectos educativos a la «educación en la interioridad o en la transcendencia» para referirse a la educación religiosa, a las actividades pastorales o a las catequesis de primera comunión o de confirmación en aquellos colegios a los que el obispo les permite desarrollar ese tipo de labor.

La «transcendencia» en la que muchos de los colegios católicos españoles quieren educar a sus alumnos consiste en»suscitar vivencias que lleven a la experiencia del Absoluto»: pero en muchos casos (en demasiados casos), ni media palabra de Jesucristo. Esa transcendencia puede referirse a Buda, a Krishna, a Shiva, a Yahveh… Como dice un pintoresco personaje de una popular serie de televisión, «algo hay: llámalo dios, llámalo energía, o un principio cósmico; pero algo hay».

No digo yo que estas ocurrencias posmodernas y tan «new age» sean las que se ofrecen en todos los colegios católicos. No. Hay ocurrencias peores. Y también hay colegios católicos fieles al Evangelio, a la Tradición Apostólica y al Magisterio de la Iglesia: lamentablemente, pocos. Cada vez menos.

Hay colegios confesionales en los que los alumnos van a misa al principio de curso y al final (y gracias). La mayoría de los colegios católicos en poco (o en nada) se diferencian de los institutos públicos o de los colegios laicos. De muchos de nuestros colegios nominalmente católicos es más fácil que surjan militantes de izquierda o de la derecha pagana y relativista que católicos practicantes: mucha multiculturalidad, mucha solidaridad con los más pobres, mucha tolerancia, mucha ONG, mucho respeto a la naturaleza y mucha concienciación medioambiental; mucha preocupación por la justicia social, muchas jornadas de la paz y la no violencia, mucho Gandhi… Y poco o nada de Jesucristo.

Se puede iniciar a los niños en la meditación para que lleguen a la experiencia del absoluto, pero no se puede enseñar a los niños a rezar el rosario, ni se les enseña a adorar al Santísimo, realmente presente en cuerpo, alma y divinidad en la Hostia consagrada. Eso, no. Eso es oscurantismo medieval y fomentar las supersticiones sin fundamento científico. Se puede ofrecer una educación afectivo sexual liberal y progresista, pero no se habla del amor auténtico – que no es sólo sentimiento, sino que integra también a la inteligencia que toma decisiones y a la voluntad que compromete a la fidelidad – con vocación de eternidad (o se habla muy poco), ni se puede enseñar el verdadero sentido cristiano del sacramento del matrimonio, en el que Dios une «hasta que las muerte los separe» a los esposos. Y cuando a algún obispo o a algún cura se le ocurre predicar en un colegio la verdad de la Iglesia, se monta un escándalo de padre y muy señor mío.

Dice el Diccionario de la Real Academia que la «piedad» consiste en la «virtud que inspira, por el amor a Dios, tierna devoción a las cosas santas; y, por el amor al prójimo, actos de amor y compasión». Eso es lo que echo de menos en muchas de las escuelas católica españolas: educación en la piedad. Nuestra misión como centros educativos de la Iglesia es conducir («educar» significa conducir, guiar) a nuestros niños a Cristo. Nuestro deber es cuidar a los niños, amarlos y guiarlos hacia el Único que puede hacerles realmente felices: Cristo Jesús. Y para ello, hay que procurar que adquieran buenos hábitos (virtudes) que expresen amor a Dios y al prójimo. Tenemos la obligación de ponerlos ante el Señor para que hablen con Él, para que se dejen transformar por Él, para que el único y verdadero Maestro les pueda llevar de la mano hacia una vida plena. Todos los padres queremos lo mejor para nuestros hijos. Y lo mejor que les podemos transmitir es una vida de fe, de oración, de vida sacramental que los encamine hacia una vida santa en Cristo.

Si educáramos así a nuestros niños, con la ayuda de Dios, podríamos conseguir una sociedad más justa, solidaria, fraterna. ¿Qué mejor vacuna contra la corrupción, contra el adulterio, contra el aborto, contra la pobreza y el paro que formar hombres y mujeres santos? Pero si seguimos educando en la ideología al margen de Dios, seguiremos fracasando. No nos avergoncemos de profesar nuestra fe en Cristo Resucitado. No adulteremos la educación católica ni demos gato por liebre. Nosotros solos no podemos cambiar el mundo por muchas campañas que pongamos en marcha. ¿Están mal las campañas solidarias? No. Están muy bien. Pero no basta. Lo más importante es que Cristo sea el Señor de nuestras vidas. No seamos soberbios: no nos creamos todopoderosos. No somos Dios. Somos muy poca cosa. El único que puede cambiar el corazón del hombre es Cristo. Y en la medida en que nosotros seamos santos, en que seamos de Cristo y dóciles a su voluntad, el mundo será mejor, más justo, más habitable, más fraterno. No por mérito de nuestras obras, sino por mérito de Dios. Seamos humildes servidores de Dios y así serviremos al prójimo y seremos capaces de amar como Él nos ama. La verdadera revolución que cambió definitivamente la historia fue la resurrección del Señor. Él derrotó al pecado, al mal, a la muerte y nos abrió las puertas de la esperanza que no falla.

Pero para transmitir la esperanza y la fe en Jesucristo, los primeros que tenemos que predicar con nuestra vida y con nuestra palabra somos los maestros y educadores católicos. Nadie da lo que no tiene. Un claustro de un colegio católico debería constituirse como una comunidad de fe al servicio de los niños y de sus familias; una comunidad reunida en torno a Cristo, que reza, adora y celebra en comunión con la Iglesia. Entonces lo de menos será la clase de religión. Todos evangelizaremos, todos anunciaremos al Señor y conduciremos a los alumnos a Cristo. La ciencia, el arte, la historia, la música, la filosofía, las matemáticas… Todo conduce a la Verdad, a la Belleza y al Bien; todo conduce a nuestro Señor Jesucristo, camino, verdad y vida.

Queremos que de nuestras escuelas católicas salgan personas buenas, bien formadas, virtuosas y comprometidas con los más necesitados y con la justicia social. Necesitamos formar hombres y mujeres piadosos, contemplativos en la acción; hombres y mujeres que recen y trabajen por el Reinado de Dios; personas honorables y honradas que sepan adorar a Dios y servir al bien común; con principios sólidos y carácter bien forjado, que desarrollen al máximo sus cualidades para ponerlas al servicio de los demás.Necesitamos educar hombres y mujeres virtuosos que sean testigos de la Verdad en medio de un mundo desnortado lleno de personas que vagan sin rumbo como zombis en busca de algo que dé sentido a su vida. La felicidad no consiste en disfrutar de más placeres y mayor bienestar. No estamos condenados al sufrimiento, al sinsentido y a la nada: estamos llamados a una vida en plenitud. La felicidad auténtica consiste en amar y en saberse amados; en buscar incansablemente la Verdad. Y nuestra Verdad es la verdad del Amor: nuestra Verdad es Cristo. Dejemos que nuestros niños se acerquen a Él. Y el Señor hará el resto.

VIERNES

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Hola viernes, entra y siéntate. ¿Como estas? Hace seis días que no te veía. Desde la ultima vez que te vi he estado trabajando duro. Siempre es agradable tu visita, porque me haces descansar y sentir libre.

Además me dejas compartir con mis amigos y celebrar los triunfos que tengo durante la semana. Se que te enojas conmigo porque amo por igual a cada uno de tus hermanos. En especial a El lunes, he aprendido a tenerle un gran cariño muy especial, pues me ha enseñado a comenzar de nuevo, a tomar nuevas oportunidades y nuevos ciclos.

Pero tu viernes, eres súper especial para mi, por eso te espero con ansias cada seis días. Solo te pido algo… Enséñame, enséñame a celebrar sin olvidar que la vida continua, a que no es el ultimo día que te veré y que debo ser prudente.

A no desperdiciar contigo lo que tanto trabajo me ha costado durante la semana. A descansar para retomar fuerzas y nuevos ánimos, para así cuando llegue tu hermano lunes, estar fuerte, enfocado y listo para la nueva carrera.

Tu hermano sábado quiere que vaya mañana con el a la playa, y domingo quiere que reserve el día para pasar tiempo con mi familia. Así que hoy pasemos el tiempo juntos pero sabiendo que debo guardar fuerzas, energía y dinero para tus otros hermanos. Bueno mi querido viernes, un placer de verte de nuevo.

Espero que pasemos un buen día juntos; y que pueda sacar el mejor provecho de este día.

Saber Escuchar

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Saber Escuchar
Evita el autoritarismo.

Una cualidad poco común en la mayor parte de los que ocupan puestos de dirección, como pueden ser los mismos padres de familia, es la capacidad de escuchar con atención.

Los líderes verdaderamente efectivos, en lugar de mandar («haz esto»), echan mano del talento de la gente («¿qué harías tú?»); y les preguntan, saben escuchar.

Este tipo de líderes no viven demasiado apegados a su juicio, sino que están abiertos al parecer de los demás; no tratan de imponer su punto de vista a como dé lugar sino que, en las situaciones complejas, primero tratan de entender.

Ahora bien, una vez que han escuchado con sinceridad y entendido con claridad, entonces se forman un juicio y aseguran su ejecución.

Ambos extremos de la cuerda son importantes; por una parte, apertura para entender y, por otra, firme decisión para llevar a cabo la decisión tomada.

Ichak Adizes, uno de los consultores más reconocidos a nivel internacional en el campo empresarial y político, comenta lo siguiente.

«Ricardo Salinas Pliego» es uno de los escasos líderes que saben cómo tomar decisiones democráticamente (escuchando con una mente abierta a quien pueda contribuir con sus ideas) y después autoritariamente (y en esto no permite disentir) implementar la decisión tomada.

Es una rara cualidad el ser de mente tan abierta, para luego mostrar una gran determinación y objetividad de visión. En mi experiencia, la mayor parte de las empresas sufren, no por la ausencia de buenas decisiones, sino por no implementarlas adecuadamente. Éste no es un problema que aqueje a Ricardo, y aquí radica el secreto de su enorme éxito.

En mis treinta años de consultoría para empresas Fortune 100 y para ocho Primeros Ministros, Ricardo se encuentra entre los cinco líderes empresariales más importantes a quienes yo he conocido o con quienes he colaborado. Su juicio es impecable: toma riesgos, pero sabe cómo controlarlos. Escucha y al mismo tiempo forma sus propios criterios.

Es extraordinario, y para expresarlo de una forma no trivial: «es simplemente brillante».

¿Qué es escuchar?

Escuchar es:

– Guardar silencio: se trata no sólo de no hablar, sino de silenciar también nuestras emociones y tendencias espontáneas para acceder a las de aquella persona que deseamos escuchar, y cuidando que los propios sentimientos o emociones perturben el entendimiento con el interlocutor.

– Mirar a los ojos y dejar hablar a la otra persona.

– Estar atento a lo que se dice y lo que se siente: contemplar objetivamente las cosas.

Preguntarse si existe alguna razón que justifique su reacción, o si simplemente está (usted) precipitándose una vez más en sacar conclusiones precipitadas.

– Dar tiempo y ser paciente: no criticar ni hacer afirmaciones hostiles. Concentre toda su atención en formular preguntas que puedan resultar clarificadoras.

– Repetir lo que el otro dice, para estar seguro de haber comprendido.

NO escuchar es:

– Emitir juicios o discutir.

– Interferir o completar frases.

– Asumir que sé lo que el otro me va a decir y adelantarme a decirlo.

– Distraerse, haciendo otras cosas al mismo tiempo.

– Dar soluciones en vez de suponer que el otro es capaz de descubrirlas por cuenta suya.

Sugerencias de acción:

Prestar atención y escuchar lo que me dicen mis hijos, aunque a mí me parezca irrelevante.

Enseñarles a expresar correctamente sus opiniones y puntos de vista cuando se está conversando en la mesa.

Es todo un arte el saber provocar diálogos constructivos en la mesa donde se respete la opinión de todos. ¡Cuánto contribuye a la formación de hijos exitosos, seguros y humildes!

(Ejercicio)

Haz una evaluación personal sobre tu capacidad de escucha atenta y constructiva. Se sugiere la siguiente tabla.(en el siguiente enlace puedes descargar la ficha para la evaluacion)

click aquí

Preguntas de reflexión que debes responder en los foros del curso

1. ¿Estás de acuerdo en que una de las grandes necesidades que tenemos los seres humanos es la de ser escuchados?

2. ¿Por qué nos cuesta tanto escuchar a los demás?

Cómo medir la temperatura a tu relación con Dios

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Cómo medir la temperatura a tu relación con Dios
Como creyentes, uno de nuestros mayores anhelos es tener una relación fuerte y sana con Dios, que impregne nuestra vida y nos haga caminar en santidad. Vivir en sintonía con Dios nos da verdadera felicidad y por eso, debemos cuidar nuestra relación con Él más que ninguna otra y estar en constante sintonía con su voluntad.

Cuando el pueblo de Israel es conducido por Moisés a través del desierto hacia la tierra prometida experimenta muchos episodios de rebeldía. Éste período de travesía por el desierto, que no es muy hermoso, retrata muchas cosas ciertas para nosotros actualmente. El pueblo es la imagen de la Iglesia y el desierto de la vida humana, y seguramente las rebeldías que tuvo el pueblo de Dios son las que acompañan el transcurso de nuestras vidas. Hoy no nos quejamos y no nos rebelamos a Dios exactamente por los mismos motivos que ellos, pero estos pasajes bíblicos se encuentran más vigentes que nunca y los tomamos como guía para aprender a conocer nuestra condición humana, para estar en guardia y hacer frente a nuestras propias rebeliones y caprichos.

¿Estás en sintonía con lo que Dios tiene para ti o eres un caprichoso?

La palabra capricho es útil para describir lo que sucede al pueblo de Dios y que nos trae la Palabra en el Libro de Los Números (11, 4b-15), cuando los Israelitas se quejaban de que sólo tenían maná para comer y extrañaban el pescado, pepinos y cebollas que comían en Egipto mientras eran esclavos. No les bastaba el alimento que Dios les daba en libertad y en camino hacia la tierra prometida, sino que añoraban la comida que recibían en esclavitud. Ellos exclamaban: « ¡Quién pudiera comer carne! Cómo nos acordamos del pescado que comíamos gratis en Egipto, y de los pepinos y melones y puerros y cebollas y ajos. Pero ahora se nos quita el apetito de no ver más que maná ».

El pueblo tenía lo suficiente para vivir, pero no era a gusto de ellos. No se estaban muriendo de hambre como en otros pasajes parecidos, el problema tiene que ver con el sabor, con el gusto. Pues, aunque el maná según la descripción de la escritura suple la necesidad de nutrición, es un sabor que ya los tiene saturados.

Nosotros no somos muy distintos de ellos, pensemos en cuantas circunstancias de nuestra vida, más que tener necesidades lo que en realidad tenemos son caprichos, y el hecho de imponer o querer imponer nuestro capricho, nos vuelve como niños mal educados, malcriados, lo mismo que este pueblo. El problema es de falta de sintonía, yo quiero llevar mi camino, quiero hacer las cosas a mi gusto, yo prefiero mi estilo y Dios quiere llevarme por otra parte, descubro que lo que Dios me ofrece si es suficiente para la necesidad pero no es suficiente para mi propio gusto, desprecio el plan de Dios y creo que mis apetencias son mejores.

La fiebre del capricho nos enferma, pone en peligro nuestra relación con Dios, va atacándonos poco a poco y nos hace más susceptibles a caer en las redes del pecado. Para ello debemos estar constantemente midiendo la temperatura de nuestra relación con Dios.

Los dos termómetros de tu relación con Dios: La gratitud y la alegría

1. ¿Soy agradecido?

Si queremos saber la temperatura de nuestra relación con Dios, empecemos por preguntarnos por nuestros propios caprichos. ¿Soy una persona agradecida con lo que he recibido de Dios?

La gratitud se vuelve escasa o tal vez inexistente en el pueblo de Dios, estas personas no sienten que tengan que agradecer, es un pueblo ingrato porque no les llegan las cosas como quisieran. Para saber si somos caprichosos es bueno hacernos esa pregunta ¿Qué tan agradecido soy?

La falta de gratitud denota siempre que el capricho se está adentrando en el corazón humano, si damos gracias pocas veces o no el número de veces que deberíamos, es porque en realidad cuando las cosas no son a nuestro gusto seguramente no las agradecemos

2. ¿Soy alegre?

Llama la atención que en el pasaje de Caín y Abel, lo primero que perdió Caín mucho antes de cometer el homicidio fue la alegría, y Dios lo llama y lo interroga y le dice: “¿Qué paso con tu alegría? ¿Por qué andas con el rostro sombrío?”

La falta de alegría es el primer síntoma de que se ha perdido la sintonía con Dios. El corazón gozoso en la voluntad de Dios, agradecido por lo que recibe de Él, es un corazón en plena sintonía. Mientras que el corazón que ya no se alegra, que empieza a volverse apagado y sombrío, muy pronto va a pasar de esa sombras a las tinieblas, y va a pasar de ese aspecto simplemente serio o ausente a otro mucho más terrible, probablemente ya de envidia como Caín, ya de lujuria como David ya de venganza como Saúl, eventualmente terminará cayendo en las redes del pecado.

Para evitar que el pecado haga nido en nuestra vida y ponga en peligro nuestra relación con Dios hay que vigilar el rostro, hay que vigilar la alegría, hay que tener control de la gratitud. No se trata de ponernos una máscara que tenga una sonrisa, se trata de utilizar esas dos actitudes, la gratitud y la alegría, como termómetros que nos permiten examinar si tenemos esa fiebre terrible que se llama capricho, ver si me he enfermado de ingratitud y esa enfermedad hay que curarla con urgencia

Realmente el pecado no sucede de manera tan inesperada como a veces uno lo describe. Una vocación, por ejemplo, no se pierde de manera tan inesperada. Normalmente lo que sucede es que se empieza a resbalar, se empieza a ceder: de las cosas pequeñas se va pasando a otras más grandes, y de las grandes a las terribles, y de las terribles a las espantosas, uno va descendiendo, uno va resbalando. Entonces, estos termómetros de la alegría y la gratitud sirven para que el corazón se despierte y me pregunte ¿qué estoy haciendo? ¿Qué está pasando conmigo? ¿A dónde voy a llegar si sigo por este camino? Esos indicadores son muy importantes, cuando estamos atentos al estado de salud de nuestra docilidad y de nuestra sintonía con Dios, indudablemente podemos tomar medidas correctivas en el momento en el que son necesarias.

¿Cómo curarme de la fiebre del capricho y mejorar mi relación con Dios?

Revisa tu comunicación con Dios. Si de repente notas que estas estresado, enojado o agotado, es una señal de que te estas comunicando menos con Dios y más con el mundo. Es algo parecido a lo que sucede con la comunicación moderna a través del teléfono celular, si por algún motivo en medio de una llamada empiezas a perder la señal, la voz se empieza a entrecortar, no entiendes lo que te dicen. Esto mismo sucede en nuestra comunicación con Dios, apenas empecemos a sentir que se está perdiendo la comunicación, quiere decir, que me he alejado demasiado de la antena, me he alejado de esa emisión de la palabra de Dios que quiere llegar a mi vida, posiblemente me he alejado de mi libro de oraciones, de la liturgia de las horas, probablemente me alejado del sagrario que me inspira tanto, me he distanciado de mi comunidad que es el lugar natural de crecimiento y de florecimiento de mi vocación.

¿Qué hacemos cuando en el celular se pierde la señal? Caminamos hasta encontrarla, vamos al lugar donde la señal se recupera. Pues eso es lo que también debemos hacer en la vida de la fe, en la vida del espíritu, si ves que la señal esta interrumpida, esta entrecortada, es el momento de dar unos pasos, es el momento de buscar plena conexión con Dios que te da vida.

¿Preocuparse, o no, del mañana?

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¿Preocuparse, o no, del mañana? Homilía de la Liturgia de la Palabra del predicador de la Casa Pontificia, P. Raniero Cantalamessa, celebrada en la Basílica de San Pedro con ocasión de la I Jornada mundial de oración por el Cuidado de la Creación:

1.- Llenen la tierra y sométanla

Y los bendijo, diciéndoles:

«Sean fecundos, multiplíquense,

llenen la tierra y sométanla;

dominen a los peces del mar, a las aves del cielo

y a todos los vivientes que se mueven sobre la tierra» (Gen 1,28).

Estas palabras han suscitado en tiempos recientes una fuerte crítica. Estas -alguno ha escrito atribuyendo al hombre un dominio indiscriminado sobre el resto de la naturaleza-, están al origen de la actual crisis ecológica. Viene reversado a la relación del mundo antiguo, sobre todo de los griegos, que veían al hombre en función del cosmos, y no el cosmos en función del hombre.

Yo creo que esta crítica, como muchas similares hechas al texto bíblico, se origina por el hecho de que se interpretan las palabras de la Biblia a la luz de categorías seculares ajenas a ella. “Dominar” no tiene aquí el significado que la palabra tiene fuera de la Biblia. Para la Biblia, el modelo último del dominus del Señor, no es el soberano político que explota a sus súbditos, sino que es Dios mismo, Señor y padre.

El dominio de Dios sobre las creaturas no se finaliza al propio interés, sino a aquel de las creaturas que él crea y protege. Hay un paralelismo evidente: como Dios es el dominus del hombre, así el hombre debe ser el dominus del resto de lo creado, es decir responsable de ello y su protector. El hombre es creado para que sea “a imagen y semejanza de Dios” no de patrones humanos. El sentido del dominio del hombre es explicado por lo que sigue poco después en el texto: “El Señor Dios tomó al hombre y lo puso en el jardín de Edén, para que lo cultivara y lo cuidara” (Gen 2, 15). Lo expresa muy bien la plegaria eucarística IV donde se dice a Dios:

“A imagen tuya creaste al hombre y le encomendaste el universo entero,
para que, sirviéndote sólo a ti, su Creador, dominara todo lo creado”.

La fe en un Dios creador y en hombre hecho a imagen de Dios, no es por lo tanto una amenaza, sino sobre todo una garantía para la creación, es la más fuerte de todas. Dice que el hombre no es patrón absoluto de las otras creaturas; debe rendir cuentas de aquello que ha recibido. La parábola de los talentos tiene aquí su aplicación primordial: la tierra es el talento que todos juntos hemos recibido y del cual debemos rendir cuentas.

La idea de una relación idílica entre el hombre y el cosmos, fuera de la Biblia, más allá de todo, es una invención literaria. La opinión dominante entre los filósofos paganos del tiempo tendía a hacer del mundo material, en la línea de Platón, el producto de un dios de segundo rango (el Deuteros theos o Demiurgo) o incluso, como dirá Marción, obra de un dios malo, diferente del Dios revelado por Jesucristo. El anhelo era liberarse de la materia, no liberar la materia. Una visión, esta, que al tiempo de Francisco de Asís revivía la herejía de los cátaros.

Otra prueba de que no es la visión bíblica la que favorece la prevaricación del hombre sobre la creación, es que el mapa de la contaminación no coincide de hecho con el de la difusión de la religión bíblica o de otras religiones, sino que coincide sobre todo con aquella de una industrialización salvaje, dirigida sólo a la ganancia, y con aquella de la corrupción que cierra la boca a todas las protestas y resiste a todos los poderes.

Junto a la gran afirmación que los hombres y las cosas provienen de un único principio, la narración bíblica muestra a la luz, esto sí, una jerarquía de importancia que es la jerarquía misma de la vida y que vemos inscrita en toda la naturaleza. El mineral sirve al vegetal que de él se nutre, el vegetal sirve al animal (es el buey quien come la hierba, ¡no al contrario!) y los tres sirven a la creatura racional que es el hombre.

Esta jerarquía es para la vida, no en contra de ella. Esta es violada, por ejemplo, cuando se realizan gastos locos para los animales (¡y no por aquellos en peligro de extinción!), mientras que se dejan morir de hambre y enfermedades millones de niños delante de los propios ojos. Alguno querría abolir del todo la jerarquía entre los seres, presente en la Biblia e inherente en la naturaleza. Se nos empuja incluso a hipotizar y auspiciar un universo futuro sin la presencia de la especie humana, retenida dañina para el resto del creado. Se llama “ecología profunda”. Pero esto claramente no tiene sentido. Sería como si una inmensa orquesta fuera reducida a tocar una espléndida sinfonía, pero en el vacío total, sin que haya nadie para escuchar y los mismos que tocan fueran sordos.

Como es tranquilizante, en este contexto, volver a escuchar las palabras del salmo 8 que queremos hacer nuestras en esta vigilia de oración:

Al ver el cielo, obra de tus manos,

la luna y la estrellas que has creado:

¿qué es el hombre para que pienses en él,

el ser humano para que lo cuides?

Lo hiciste poco inferior a los ángeles,

lo coronaste de gloria y esplendor;

le diste dominio sobre la obra de tus manos,

todo lo pusiste bajo sus pies:

todos los rebaños y ganados,

y hasta los animales salvajes;

las aves del cielo, los peces del mar

y cuanto surca los senderos de las aguas.

¡Señor, nuestro Dios,

qué admirable es tu Nombre en toda la tierra!

2.- ¿Preocuparse, o no, del mañana?

Pasamos ahora al pasaje evangélico que hemos escuchado:

“Por eso les digo: No se inquieten por su vida, pensando qué van a comer, ni por su cuerpo, pensando con qué se van a vestir. ¿No vale acaso más la vida que la comida y el cuerpo más que el vestido? Miren los pájaros del cielo… Miren los lirios del campo… No se inquieten entonces, diciendo: «¿Qué comeremos, qué beberemos, o con qué nos vestiremos?»… No se inquieten por el día de mañana; el mañana se inquietará por sí mismo. A cada día le basta su aflicción. (Mt 6, 25 – 34).

Aquí las objeciones humanas se transforman en un coro de protesta. ¿No preocuparse del mañana?, ¿Pero no es lo que se propone con la ecología y que Papa Francisco hace en toda su encíclica ‘Laudato Si’? Es saludable que a veces reaccionemos así a la palabra de Jesús; es siempre la ocasión para descubrir algo de nuevo en sus palabras.

Pero esas palabras de Jesús hoy nos hablan también a todos nosotros. Dicen: no te preocupes por el mañana, pero ¡preocúpate por el mañana de aquellos que vienen después de nosotros! No se pregunten ¿Qué comeremos? ¿Qué beberemos? ¿Qué vestiremos? Pregúntense más bien ¿Qué comerán? ¿Qué beberán? ¿Qué vestirán nuestros hijos, los futuros habitantes de este planeta?”

Un gran estudioso de la antigüedad cristiana, Adolph von Harchak, ha escrito que cuando se trata de nosotros mismos, el Evangelio nos quiere despegados de los bienes de la tierra, pero cuando se trata del prójimo no quiere ni siquiera escuchar hablar de desinterés o de vivir la jornada. “La máxima ilusión del ‘libre juego de las fuerzas’, del ‘vivir y dejar vivir’ -sería mejor decir: vivir y dejar morir-, está en abierta oposición con el Evangelio. Lamentablemente esta máxima del ‘vivir y dejar morir’ es aquella que ninguno pronuncia, pero que muchos practican en la realidad. Jesús, en más ocasiones, se preocupa por dar él mismo de comer a la gente, multiplicando los panes y los peces, y al final pide recoger lo que quedaba “para que no se pierda nada” (Jn 6,12). Una palabra que se debería adoptar como lema en contra del desperdicio, sobre todo en campo alimenticio.

En realidad, el texto evangélico pone el hacha en la raíz – la misma hacha a la misma raíz que pone el Papa Francisco en su encíclica. Lo hace cuando dice al inicio del pasaje: “no pueden servir a Dios y a la riqueza”. Ninguno puede servir seriamente la causa de la salvaguardia de la creación si no tiene la valentía de señalar con el dedo en contra de la acumulación de riquezas exageradas en las manos de pocos y en contra del dinero que es la medida.

Que sea claro: Jesús nunca ha condenado la riqueza en sí misma. A Zaqueo le permite tener la mitad de sus bienes que debían haber sido sustanciosos; entre sus amigos está José de Arimatea llamado “hombre rico” (Mt, 27, 57). La que Jesús condena es la “riqueza deshonesta” (Lc 16, 9), la riqueza acumulada a expensas del prójimo, fruto de la corrupción y de la especulación, la riqueza sorda a las necesidades del pobre: aquella, por ejemplo, del rico epulón de la palabra, que hoy, entre otro, no está más por un individuo, sino por un entero hemisferio.

3.- Qué nos enseña Francisco de Asís

Ahora podemos dedicar un poco de atención también a Francisco de Asís y a su Cántico de las Criaturas que Papa Francisco, con feliz intuición, escogió como marco espiritual para su encíclica. ¿Qué podemos aprender de él, nosotros los hombres de hoy?

Francisco es la prueba viviente de la contribución que la fe en Dios puede dar al esfuerzo común para la salvaguardia de la creación. Su amor por las criaturas es una consecuencia directa de su fe en la paternidad universal de Dios. Todavía no tiene las razones prácticas que tenemos nosotros hoy para preocuparnos por el futuro del planeta: la contaminación atmosférica, la escasez de agua limpia… El suyo es un ecologismo puro de los fines utilitarios, por cuan legítimos, que tenemos nosotros hoy. Las palabras de Jesús “’padre’, no tienen sino uno, el Padre celestial; y todos ustedes son hermanos (cf. Mt 23: 8-9), le son suficientes. No son para él un principio abstracto; es el horizonte constante en el que vive y piensa. Fuerte con esta certeza, él ha querido poner al mundo entero “en un estado de fraternidad y en un estado de alabanza”.

Las fuentes franciscanas nos dicen los sentimientos con que Francisco se dispone a escribir su cántico:

“Por eso, quiero componer para su gloria, para consuelo nuestro y edificación del prójimo una nueva alabanza del Señor por sus criaturas. Cada día ellas satisfacen nuestras necesidades; sin ellas no podemos vivir, y, sin embargo, por ellas el género humano ofende mucho al Creador. Cada día somos ingratos a tantos dones y no loamos como debiéramos a nuestro Creador y al Dispensador de todos estos bienes». Se sentó, se concentró un momento y empezó a decir: «Altísimo, omnipotente, buen Señor…».

Las palabras del santo que definen bello el sol, bello hermano fuego, luminosas y bellas estrellas, son el eco de aquel: “Dios vio que era muy bueno”, de la historia de la creación.

El pecado de fondo contra la creación, que precede a todos los demás, es el de no escuchar su voz, condenarlo irremediablemente, diría San Pablo, a la vanidad, a la insignificancia (cf. Rom. 8: 18f). El mismo Apóstol habla de un pecado fundamental que llama impiedad, o “ahogar la verdad”. Dice que es el pecado de quienes “habiendo conocido a Dios, no lo glorificaron ni le dieron gracias” como corresponde a Dios. Este no es, pues, sólo el pecado de los ateos que niegan la existencia de Dios; también es el pecado de los creyentes de cuyo corazón nunca salió un entusiasta “¡Gloria a Dios en las alturas!”, ni un emotivo “Gracias, Señor”. La Iglesia pone en nuestros labios las palabras para hacerlo cuando, en el Gloria de la Misa, nos hace decir: “Te alabamos, te bendecimos, te adoramos, te glorificamos, te damos gracias, Señor, por tu inmensa Gloria”.

“Los cielos y la tierra – dice a menudo la Escritura – están llenos de su gloria”. Están, por así decir, preñados, pero no pueden, por sí mismos, “liberarse”. Como la mujer encinta, necesitan también las hábiles manos de una partera para dar a luz aquello de lo que están “preñados”. Y estas “parteras” de la gloria de Dios debemos ser nosotros. ¡Cuánto tuvo que esperar el universo, qué largo tuvo que tomar, para llegar a este punto! Millones y millones de años, durante el cual la materia prima, a través de su opacidad, caminó hacia la luz de la conciencia, como la savia desde la base hacia la parte superior del árbol para crecer en la flor y la fruta!. Esta conciencia fue finalmente llegó, cuando apareció en el universo «, el fenómeno humano.» Pero ahora que el mundo ha llegado a su meta, requiere hombre para cumplir con su deber, que tiene, por así decirlo, la dirección del coro y canta para todo el «Gloria a Dios en las alturas!»

Francisco nos muestra el camino para un cambio radical en nuestra relación con la creación: consiste en sustituir a la posesión, la contemplación. Él ha descubierto una manera diferente de gozar de las cosas que es la de contemplar, en lugar de su dueño. Puede regocijarse en todas las cosas, porque ha renunciado a poseer alguna. Las fuentes franciscanas nos describen la situación de Francisco cuando compuso su Cántico de las criaturas:

“Sin poder soportar de día la luz del sol, ni de noche el resplandor del fuego. Permanecía constantemente a oscuras tanto en la casa como en aquella celdilla; tenía, además, grandes dolores en los ojos día y noche, de modo que casi no podía descansar ni dormir durante la noche; lo que dañaba mucho y perjudicaba a la enfermedad de sus ojos y sus demás enfermedades”.

Francisco canta la belleza de las criaturas cuando ya no puede ver a ninguna de ellas, y, es más, la simple luz del sol o del fuego ¡le procura un dolor terrible! La posesión excluye, la contemplación incluye; la posesión divide, la contemplación, multiplica. Uno solo puede poseer un lago, un parque, y así todos los demás quedan excluidos; miles pueden contemplar ese mismo lago o parque, y todos disfrutar de él sin sustraerlo a nadie. Es una posesión más verdadera y profunda, un poseer dentro, no fuera, con el alma, no sólo con el cuerpo. ¿Cuántos latifundistas se han detenido a admirar una flor de sus campos o a acariciar una espiga de su grano? La contemplación permite poseer las cosas sin acapararlas.

El ejemplo de Francisco de Asís demuestra que la actitud religiosa y doxológica ante la creación no es sin consecuencias prácticas y operativas; no es algo montado en el aire. También empuja a gestos concretos. Así es como el primer biógrafo del Santo refiere algunos de estos gestos concretos del pobrecillo:

«Abraza todas las cosas con indecible afectuosa devoción y les habla del Señor y las exhorta a alabarlo (…) A los hermanos que hacen leña prohíbe cortar del todo el árbol, para que le quede la posibilidad de echar brotes. Manda al hortelano que deje a la orilla del huerto franjas sin cultivar, para que a su tiempo el verdor de las hierbas y la belleza de las flores pregonen la hermosura del Padre de todas las cosas. Manda que se destine una porción del huerto para cultivar plantas que den fragancia y flores, para que evoquen a cuantos las ven la fragancia eterna. Recoge del camino los gusanillos para que no los pisoteen; y manda poner a las abejas miel y el mejor vino para que en los días helados de invierno no mueran de hambre”.

Algunas de sus recomendaciones parecen escritas hoy, bajo la presión de los ambientalistas. Una vez dijo: “Yo jamás fui ladrón de limosnas”, que quiere decir, recibir más de lo necesario, quitando a quien necesita más que yo. Hoy en día esta regla podría tener una aplicación muy útil para el futuro de la tierra. Deberíamos proponérnosla también nosotros: no quiero ser ladrón de recursos, usando más de lo necesario y sustrayendo así a quien vendrá después de mí.

Ciertamente, Francisco no tenía la visión global y planetaria del problema ecológico, sino una visión local, inmediata. Pensaba en aquello que él podía hacer y, eventualmente, sus frailes. También aquí él nos enseña algo. Un lema ahora muy de moda dice: “Piensa globalmente, actúa localmente” piensa globalmente, pero actúa localmente. ¿Qué sentido tiene, por ejemplo, culpar a quienes contaminan la atmósfera, los océanos y los bosques, si yo no dudo en lanzar a la orilla de un río o del mar, una bolsa de plástico que permanecerá allí durante siglos, si alguien la recupera, si tiro en cualquier lugar, en la carretera o en el bosque, aquello de lo que me quiero liberar, o si embadurno las paredes de mi ciudad?

El cuidado de la creación, como la paz, se hace, diría nuestro Santo Padre Francisco, “artesanalmente”, comenzando inmediatamente por sí mismos. La paz comienza por ti, se repite a menudo en los mensajes para la Jornada Mundial de la Paz; también el cuidado de la creación comienza por ti. Era lo que un representante ortodoxo afirmaba ya en la Asamblea Ecuménica de Basilea de 1989, sobre la justicia, la paz y el cuidado de la creación: “Sin un cambio en el corazón humano, la ecología no tiene ninguna esperanza de éxito”.

Concluyo mi reflexión. Unas semanas antes de su muerte, san Francisco agregó una estrofa a su Cántico, que comienza con las palabras: “Alabado seas, mi Señor, por aquellos que perdonan por tu amor”. Creo que si viviera hoy añadiría otra estrofa a su canción: “Alabado seas mi Señor por todos los que trabajan para proteger a nuestra hermana la madre tierra, los científicos, los políticos, los líderes de todas las religiones y personas de buena voluntad. Alabado seas, mi Señor, por aquel que, junto con mi nombre, también tomó mi mensaje y lo está llevando hoy a todo el mundo.

SEPTIEMBRE… MES DE LA PALABRA DE DIOS

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SEPTIEMBRE… MES DE LA PALABRA DE DIOS
La intención es que durante este mes de septiembre, en todas las comunidades cristianas, se desarrollen algunas actividades que nos permitan acercarnos mejor y con más provecho a la Palabra de Dios.

Propuestas para escuchar la Palabra

1. La lectura diaria de los textos bíblicos litúrgicos es una excelente ayuda para profundizar en la Palabra de Dios. De esta manera nos unimos a toda la Iglesia que ora al Padre meditando los mismos textos. También nos acostumbramos a una lectura continuada de la Biblia, donde los textos están relacionados y lo que leemos hoy se continua con lo de mañana. La lectura diaria de los textos (para lo cual Liturgia Cotidiana es una excelente herramienta) constituye una «puerta segura» para escuchar a Dios que nos habla en la Biblia.

2. – ¿Has leído alguna vez un evangelio entero «de corrido»? Es muy interesante descubrir la trama de la vida de Jesús escrita por cada evangelista. Muchos detalles y relaciones entre los textos que cada evangelista utiliza quedan al descubierto cuando uno hace una lectura continuada. Este mes es propicio para ofrecerle a Dios este esfuerzo. Te recomendamos la lectura del evangelio de Marcos. No es muy largo, en unas horas se puede leer. Al ser el primero de los sinópticos, los otros (Mateo y Lucas) lo siguen en el esquema general. Por lo tanto es una muy buena «puerta de entrada» al mensaje de Jesús.

3. Otra posibilidad para poner en práctica este mes (y tal vez iniciar un hábito necesario y constructivo) es la oración con los salmos. Los mismos recogen la oración del pueblo de dios a lo largo de casi mil años de caminata del pueblo de Israel. Nos acercan la voz del pueblo que ora con fe, y la palabra de Dios, que nos señala esta manera de orar para acercarnos y escuchar sus enseñanzas. En los salmos podemos encontrar una inmensa fuente de inspiración para la oración. Hay salmos que nos hablan de la alegría, de las dificultades y conflictos, de la esperanza, del abatimiento, del dolor, de la liberación y la justicia, de la creación, de la misma Palabra de Dios (salmo 118, el más largo de todos). Aprender a rezar con los Salmos es una «puerta siempre abierta» para el encuentro con el Dios de la Vida.

4. La lectura orante de la Palabra, realizada en comunidad, nos pone en sintonía con la voluntad de Dios. Es un ejercicio clave para el crecimiento en la fe. La fuerza de la comunidad nos alienta para encontrar en los textos la fuerza del Espíritu. Todos aprendemos juntos y nos enriquecemos con el aporte de cada uno. Existen muchos métodos de lectura orante. Simplificando al máximo podemos decir que los siguientes cuatro pasos son los más comunes:

Lectura
Meditación
Oración
Compromiso

La lectura orante siempre desemboca en un desafío para vivir. La Palabra de Dios nos desafía a seguir los pasos de Jesús y cambiar nuestra vida.

La lectura orante, practicada en comunidad, es una «puerta-espejo» que nos interpela y nos ayuda a discernir cómo vivir y practicar su Palabra en nuestros días.

De la la Encíclica Fides et ratioCapítulo V. N´55 (parcial)

«Tampoco faltan rebrotes peligrosos de fideísmo, que no acepta la importancia del conocimiento racional y de la reflexión filosófica para la inteligencia de la fe y, más aún, para la posibilidad misma de creer en Dios. Una expresión de esta tendencia fideísta difundida hoy es el « biblicismo », que tiende a hacer de la lectura de la Sagrada Escritura o de su exégesis el único punto de referencia para la verdad. Sucede así que se identifica la palabra de Dios solamente con la Sagrada Escritura, vaciando así de sentido la doctrina de la Iglesia confirmada expresamente por el Concilio Ecuménico Vaticano II.

La Constitución Dei Verbum, después de recordar que la palabra de Dios está presente tanto en los textos sagrados como en la Tradición, afirma claramente: « La Tradición y la Escritura constituyen el depósito sagrado de la palabra de Dios, confiado a la Iglesia. Fiel a dicho depósito, el pueblo cristiano entero, unido a sus pastores, persevera siempre en la doctrina apostólica ». La Sagrada Escritura, por tanto, no es solamente punto de referencia para la Iglesia. En efecto, la « suprema norma de su fe » proviene de la unidad que el Espíritu ha puesto entre la Sagrada Tradición, la Sagrada Escritura y el Magisterio de la Iglesia en una reciprocidad tal que los tres no pueden subsistir de forma independiente.

No hay que infravalorar, además, el peligro de la aplicación de una sola metodología para llegar a la verdad de la Sagrada Escritura, olvidando la necesidad de una exégesis más amplia que permita comprender, junto con toda la Iglesia, el sentido pleno de los textos. Cuantos se dedican al estudio de las Sagradas Escrituras deben tener siempre presente que las diversas metodologías hermenéuticas se apoyan en una determinada concepción filosófica. Por ello, es preciso analizarla con discernimiento antes de aplicarla a los textos sagrados.»

Juan Pablo II
Fides et ratio
14 de Setiembre de 1998

Para finalizar, los católicos durante el mes de septiembre debemos dedicarlo a iniciar el conocimiento y divulgación de los textos bíblicos, ya que quien se llame cristiano tendría que conocer la historia de la salvación y la Palabra de Dios, interpretadas auténtica y fielmente por el Magisterio de la Iglesia.

La Biblia, para todas las denominaciones cristianas, contiene la Revelación y es, como todo libro sagrado, la fuente del conocimiento y el compromiso de vida en lo referente a la fe.

Cada año, la Santa Iglesia Católica Apostólica Romana, la Iglesia Ortodoxa e Iglesias Evangélicas celebrarán el Mes de la Biblia.

Cada comunidad celebrará el mes con énfasis de acuerdo a su historia y tradición.

La Iglesia Católica Romana recordando a San Jerónimo, (a quien conmemoramos el 30 de septiembre), traductor de la Vulgata, la Biblia en lengua latina; la Ortodoxa haciendo memoria que fue en idioma griego que se escribieron los Santos Evangelios y los demás libros del Nuevo Testamento y las Iglesias Evangélicas conmemorando la publicación, el 26 de septiembre de 1569, de la primera traducción de los Textos Bíblicos a la lengua española, traducción realizada por Casiodoro de Reina y conocida como la “Biblia del Oso” ya que en su portada estaba representado dicho animal.

Muy pocos saben que esta Biblia, pese a ser fruto del trabajo de un activo protestante contenía todos los textos propios de la Biblia Vulgata latina de San Jerónimo, mencionada al inicio, que es el texto oficial de la Biblia para toda la iglesia católica romana.

Algo de historia

La palabra Biblia se origina, a través del latín, en la expresión griega τα βιβλία τα ἅγια (ta biblía ta haguia; los libros sagrados), acuñada por vez primera en I Macabeos 12:9, siendo βιβλία plural de βιβλίον (biblíon, ´papiro´ o ´rollo´, usado también para ´libro´). Se cree que este nombre nació como diminutivo del nombre de la ciudad de Biblos (Βύβλος), importante mercado de papiros de la antigüedad.

Esta frase fue empleada por los hebreos helenizados (aquellos que habitaban en ciudades de habla griega) mucho tiempo antes del nacimiento de Jesús de Nazaret para referirse al Tanaj o Antiguo Testamento. Muchos años después empezó a ser utilizada por los cristianos para referirse al conjunto de libros que forman el Antiguo Testamento así como los Evangelios y las cartas apostólicas, es decir, el Nuevo Testamento. Para ese entonces ya era común utilizar las dos primeras palabras de la frase, τα βιβλία, a manera de título.

Ya como título, y habiendo perdido el artículo τα, se empezó a utilizar en latín como biblia sacra (los libros sagrados) y de ahí fue transmitido a las demás lenguas.

La Biblia es una compilación de textos que en un principio eran documentos separados (llamados «libros»), escritos primero en hebreo, arameo y griego durante un dilatado periodo de tiempo y después reunidos para formar el Tanaj (Antiguo Testamento para los cristianos) y luego el Nuevo Testamento. Ambos testamentos forman la Biblia cristiana. En sí la Biblia fue escrita a lo largo de aproximadamente 1000 años (900 a. C. – 100 d. C.). Los textos más antiguos se encuentran en el Libro de los Jueces («Canto de Débora») y en el Pentateuco, que son datadas en la época de los dos reinos (siglos X a VIII a. C.). El libro completo más antiguo, el de Oseas es también de la misma época.

El canon católico romano de la Biblia que conocemos hoy fue sancionado por primera vez en el Concilio de Hipona en el año 393 de nuestra era, por la Iglesia Católica. Dicho canon de 73 libros (46 pertenecientes al llamado Antiguo Testamento, incluyendo 7 libros llamados actualmente Deuterocanónicos -Tobías, Judit, I Macabeos, II Macabeos, Sabiduría, Eclesiástico y Baruc- y 27 al Nuevo Testamento) fue confirmado en el Sínodo de Roma en el año 380, y ratificado en el Concilio de Cartago en el año 397, y luego nuevamente confirmado por decreto en la cuarta sesión del Concilio de Trento del 8 de abril de 1546.

Versiones castellanas de la Biblia Católica

Vienen éstas de la traducción hecha por San Jerónimo (Dalmacia, Yugoeslavia, 342-420) al latín, versión oficial de la Iglesia por casi 15 siglos. El primer intento estuvo a cargo de la corte del Rey Alfonso X, El Sabio, en 1280, conocida como la Biblia Alfonsina; en 1430, el Gran Maestre de la orden de Calatrava, Don Luis de Guzmán, patrocina a Mosé Arragel para realizar otra traducción, conocida como la Biblia de Alba.

En 1944 se publica la llamada de Nácar-Colunga, publicada por la Biblioteca de Autores Cristianos que no usa la traducción de la Vulgata como fuente si no usa los originales.
La Biblia de Jerusalén aparece en 1967, también basada en los textos originales. La primera edición de la Biblia latinoamericana, con el lenguaje propio de la región, es editada por primera vez en 2001. En el año 2005 se presentó, tras 33 años de trabajo, la Biblia de Navarra, para hacerla se tomaron como fuente los textos originales en hebreo, arameo y griego.

EL TIEMPO DE COSECHA

EL TIEMPO DE COSECHA
Un campo y fuerza entre las manos. Abrir surcos, lanzar semillas, regar y anhelar lluvias nuevas. Luego, quitar abrojos, luchar contra parásitos incansables.

Pasan las semanas y los meses. Quedan atrás fríos y tormentas, jornadas de sol y días inciertos. Por fin, llega el tiempo para la cosecha.

La semilla dio fruto. Crecieron plantas vigorosas. Las espigas ondean bajo el viento. Un campo fecundo ofrece una cosecha como pocas.

El tiempo de cosechas tiene un sabor especial para quien ha estado tantos días sobre el surco. No es lo mismo masticar pan tierno sin haberlo trabajado que tomar entre las manos una hogaza cuando en el corazón se guarda el recuerdo de sudores y esperanzas.

Si la cosecha ha sido buena, surge de lo más íntimo del alma un canto de gratitud a Dios. Desde su mirada paterna, con su cariño incansable, nos permite nuevamente tener en la mesa los frutos de los campos, recogidos gracias a hombres y mujeres que, cerca o lejos, emprendieron ese difícil trabajo de la siembra.

La gratitud, si es completa, se convierte en fiesta compartida. Los frutos no son para unos pocos. Cientos de hombres y mujeres esperan, necesitan, manos amigas que compartan ese don inmenso de una nueva cosecha. La caridad es parte de ese inmenso río de bendiciones que viene de los cielos.

Es tiempo de cosechas y de acción de gracias, de bendiciones y de repartos. Si hay justicia y amplitud de miras, si hay generosidad y atención a los más pobres, este tiempo será una nueva ocasión para imitar la bondad del Dios que hace llover sobre buenos y malos (cf. Mt 5,44-48), que ofrece amor y alegría sin medida.