martes, marzo 18, 2025
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Fieles difuntos

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Fieles difuntos :
La tradición de rezar por los muertos se remonta a los primeros tiempos del cristianismo, en donde ya se honraba su recuerdo y se ofrecían oraciones y sacrificios por ellos.

Cuando una persona muere ya no es capaz de hacer nada para ganar el cielo; sin embargo, los vivos sí podemos ofrecer nuestras obras para que el difunto alcance la salvación.

Con las buenas obras y la oración se puede ayudar a los seres queridos a conseguir el perdón y la purificación de sus pecados para poder participar de la gloria de Dios.

A estas oraciones se les llama sufragios. El mejor sufragio es ofrecer la Santa Misa por los difuntos.

Debido a las numerosas actividades de la vida diaria, las personas muchas veces no tienen tiempo ni de atender a los que viven con ellos, y es muy fácil que se olviden de lo provechoso que puede ser la oración por los fieles difuntos. Debido a esto, la Iglesia ha querido instituir un día, el 2 de noviembre, que se dedique especialmente a la oración por aquellas almas que han dejado la tierra y aún no llegan al cielo.

La Iglesia recomienda la oración en favor de los difuntos y también las limosnas, las indulgencias y las obras de penitencia para ayudarlos a hacer más corto el periodo de purificación y puedan llegar a ver a Dios. «No dudemos, pues, en socorrer a los que han partido y en ofrecer nuestras plegarias por ellos».

Nuestra oración por los muertos puede no solamente ayudarles, sino también hacer eficaz su intercesión a nuestro favor. Los que ya están en el cielo interceden por los que están en la tierra para que tengan la gracia de ser fieles a Dios y alcanzar la vida eterna.

Para aumentar las ventajas de esta fiesta litúrgica, la Iglesia ha establecido que si nos confesamos, comulgamos y rezamos el Credo por las intenciones del Papa entre el 1 y el 8 de noviembre, “podemos ayudarles obteniendo para ellos indulgencias, de manera que se vean libres de las penas temporales debidas por sus pecados”. (CEC 1479)

Costumbres y tradiciones.

El altar de muertos

Es una costumbre mexicana relacionada con el ciclo agrícola tradicional. Los indígenas hacían una gran fiesta en la primera luna llena del mes de noviembre, para celebrar la terminación de la cosecha del maíz. Ellos creían que ese día los difuntos tenían autorización para regresar a la tierra, a celebrar y compartir con sus parientes vivos, los frutos de la madre tierra.

Para los aztecas la muerte no era el final de la vida, sino simplemente una transformación. Creían que las personas muertas se convertirían en colibríes, para volar acompañando al Sol, cuando los dioses decidieran que habían alcanzado cierto grado de perfección.

Mientras esto sucedía, los dioses se llevaban a los muertos a un lugar al que llamaban Mictlán, que significa “lugar de la muerte” o “residencia de los muertos” para purificarse y seguir su camino.

Los aztecas no enterraban a los muertos sino que los incineraban.
La viuda, la hermana o la madre, preparaba tortillas, frijoles y bebidas. Un sacerdote debía comprobar que no faltara nada y al fin prendían fuego y mientras las llamas ardían, los familiares sentados aguardaban el fin, llorando y entonando tristes canciones. Las cenizas eran puestas en una urna junto con un jade que simbolizaba su corazón.

Cada año, en la primera noche de luna llena en noviembre, los familiares visitaban la urna donde estaban las cenizas del difunto y ponían alrededor el tipo de comida que le gustaba en vida para atraerlo, pues ese día tenían permiso los difuntos para visitar a sus parientes que habían quedado en la tierra.

El difunto ese día se convertía en el «huésped ilustre» a quien había de festejarse y agasajarse de la forma más atenta. Ponían también flores de Cempazúchitl, que son de color anaranjado brillante, y las deshojaban formando con los pétalos un camino hasta el templo para guiar al difunto en su camino de regreso a Mictlán.

Los misioneros españoles al llegar a México aprovecharon esta costumbre, para comenzar la tarea de la evangelización a través de la oración por los difuntos.

La costumbre azteca la dejaron prácticamente intacta, pero le dieron un sentido cristiano: El día 2 de noviembre, se dedica a la oración por las almas de los difuntos. Se visita el cementerio y junto a la tumba se pone un altar en memoria del difunto, sobre el cual se ponen objetos que le pertenecían, con el objetivo de recordar al difunto con todas sus virtudes y defectos y hacer mejor la oración.

El altar se adorna con papel de colores picado con motivos alusivos a la muerte, con el sentido religioso de ver la muerte sin tristeza, pues es sólo el paso a una nueva vida.

Cada uno de los familiares lleva una ofrenda al difunto que se pone también sobre el altar. Estas ofrendas consisten en alimentos o cosas que le gustaban al difunto: dulce de calabaza, dulces de leche, pan, flores. Estas ofrendas simbolizan las oraciones y sacrificios que los parientes ofrecerán por la salvación del difunto.

Los aztecas fabricaban calaveras de barro o piedra y las ponían cerca del altar de muertos para tranquilizar al dios de la muerte. Los misioneros, en vez de prohibirles esta costumbre pagana, les enseñaron a fabricar calaveras de azúcar como símbolo de la dulzura de la muerte para el que ha sido fiel a Dios.

El camino de flores de cempazúchitl, ahora se dirige hacia una imágen de la Virgen María o de Jesucristo, con la finalidad de señalar al difunto el único camino para llegar al cielo.

El agua que se pone sobre el altar simboliza las oraciones que pueden calmar la sed de las ánimas del purgatorio y representa la fuente de la vida; la sal simboliza la resurrección de los cuerpos por ser un elemento que se utiliza para la conservación; el incienso tiene la función de alejar al demonio; las veladoras representan la fe, la esperanza y el amor eterno; el fuego simboliza la purificación.

Los primeros misioneros pedían a los indígenas que escribieran oraciones por los muertos en los que señalaran con claridad el tipo de gracias que ellos pedían para el muerto de acuerdo a los defectos o virtudes que hubiera demostrado a lo largo de su vida.

Estas oraciones se recitaban frente al altar y después se ponían encima de él. Con el tiempo esta costumbre fue cambiando y ahora se escriben versos llamados “calaveras” en los que, con ironía, picardía y gracia, hablan de la muerte.

La Ofrenda de Muertos contiene símbolos que representan los tres “estadios” de la Iglesia:

1) La Iglesia Purgante, conformada por todas las almas que se encuentran en el purgatorio, es decir aquéllas personas que no murieron en pecado mortal, pero que están purgando penas por las faltas cometidas hasta que puedan llegar al cielo. Se representa con las fotos de los difuntos, a los que se acostumbra colocar las diferentes bebidas y comidas que disfrutaban en vida.

2) La Iglesia Triunfante, que son todas las almas que ya gozan de la presencia de Dios en el Cielo, representada por estampas y figuras de santos.

3) La Iglesia Militante, que somos todos los que aún estamos en la tierra, y somos los que ponemos la ofrenda.
En algunos lugares de México, la celebración de los fieles difuntos consta de tres días: el primer día para los niños y las niñas; el segundo para los adultos; y el tercero lo dedican a quitar el altar y comer todo lo que hay en éste. A los adultos y a los niños se les pone diferente tipo de comida.

Cuida tu fe

Halloween o la noche de brujas: Halloween significa “Víspera santa” y se celebra el 31 de Octubre. Esta costumbre proviene de los celtas que vivieron en Francia, España y las Islas Británicas.

Ellos prendían hogueras la primera luna llena de Noviembre para ahuyentar a los espíritus e incluso algunos se disfrazaban de fantasmas o duendes para espantarlos haciéndoles creer que ellos también eran espíritus.

Podría distraernos de la oración del día de todos los santos y de los difuntos. Se ha convertido en una fiesta muy atractiva con disfraces, dulces, trucos, diversiones que nos llaman mucho la atención.

Puede llegar a pasar que se nos olvide lo realmente importante, es decir, el sentido espiritual de estos días.

Si quieres participar en el Halloween y pedir dulces, disfrazarte y divertirte, Cuídate de no caer en las prácticas anticristianas que esta tradición promueve y no se te olvide antes rezar por los muertos y a los santos.

Debemos vivir el verdadero sentido de la fiesta y no sólo quedarnos en la parte exterior. Aprovechar el festejo para crecer en nuestra vida espiritual.

Algo que no debes olvidar

La Iglesia ha querido instituir un día que se dedique especialmente a orar por aquellas almas que han dejado la tierra y aún no llegan al cielo.

Los vivos podemos ofrecer obras de penitencia, oraciones, limosnas e indulgencias para que los difuntos alcancen la salvación.

La Iglesia ha establecido que si nos confesamos, comulgamos y rezamos el Credo entre el 1 y el 8 de noviembre, podemos abreviar el estado de purificación en el purgatorio.

Oración

Que las almas de los difuntos, por la misericordia de Dios, descansen en paz. Así sea.

Novena de oración por nuestros difuntos

Catholic.net ha organizado, juntamente con diversos conventos y casas de religiosos y religiosas, una novena de oraciones por todos los Fieles Difuntos, con adoraciones, oraciones, el rezo del rosario, y una intención especial en la Santa Misa el día 2 de noviembre celebrada por sacerdotes amigos de Catholic.net que se han sumado a nuestra primer Novena de los Fieles Difuntos.

Únase a nuestras oraciones, y envíenos los nombres de los difuntos a quienes usted desea que encomendemos. Tendremos un recuerdo especial para ellos durante los nueve días previos a la fiesta de los Fieles Difuntos el día 2 de noviembre. Si desea enviarnos los nombres y sus intenciones es muy sencillo, rellenando el formulario en nuestro sitio Novenas Catholic.net (click aquí) Nosotros enviaremos estos nombres e intenciones a los diversos conventos y casas de religiosos y religiosas, y sacerdotes diocesanos que se han sumado a esta Novena de los Fieles Difuntos.

Solemnidad de Todos los Santos

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Solemnidad de Todos los Santos :
El 1 de noviembre es la solemnidad litúrgica de Todos los Santos, que prevalece sobre el domingo. Se trata de una popular y bien sentida fiesta cristiana, que al evocar a quienes nos han precedido en el camino de la fe y de la vida, gozan ya de la eterna bienaventuranza, son ya -por así decirlo- ciudadanos de pleno derecho del cielo, la patria común de toda la humanidad de todos los tiempos.

1.- El día de Todos los Santos cuenta un milenio de popular y sentida historia y tradición en la vida de la Iglesia. Fueron los monjes benedictinos de Cluny quienes expandieron esta festividad.

2.- En este día celebramos a todos aquellos cristianos que ya gozan de la visión de Dios, que ya están en el cielo, hayan sido o no declarados santos o beatos por la Iglesia. De ahí, su nombre: el día de Todos los Santos.

3.- Santo es aquel cristiano que, concluida su existencia terrena, está ya en la presencia de Dios, ha recibido –con palabras de San Pablo- “la corona de la gloria que no se marchita”.

4.- El santo, los santos son siempre reflejos de la gloria y de la santidad de Dios. Son modelos para la vida de los cristianos e intercesores de modo que a los santos se pide su ayuda y su intercesión. Son así dignos y merecedores de culto de veneración.

5.- El día de Todos los Santos incluye en su celebración y contenido a los santos populares y conocidos, extraordinarios cristianos a quienes la Iglesia dedica en especial un día al año.

6.- Pero el día de Todos los Santos es, sobre todo, el día de los santos anónimos, tantos de ellos miembros de nuestras familias, lugares y comunidades.

7.- El día de Todos los Santos es igualmente una oportunidad para recordar la llamada a la santidad presente en todos los cristianos desde el bautismo. Es ocasión para hacer realidad en nosotros la llamada del Señor a que seamos perfectos- santos- como Dios, nuestro Padre celestial, es perfecto, es santo.

Se trata de una llamada apremiante a que vivamos todos nuestra vocación a la santidad según nuestros propios estados de vida, de consagración y de servicio. En este tema insistió mucho el Concilio Vaticano II, de cuya clausura se celebran ahora los 40 años. El capítulo V de su Constitución dogmática «Lumen Gentium» lleva por título «Universal vocación a la santidad en la Iglesia».

Y es que la santidad no es patrimonio de algunos pocos privilegiados. Es el destino de todos, como fue, como lo ha sido para esa multitud de santos anónimos a quienes hoy celebramos.

8.- La santidad cristiana consiste en vivir y cumplir los mandamientos. “El santo no es un ángel, es hombre en carne y hueso que sabe levantarse y volver a caminar. El santo no se olvida del llanto de su hermano, ni piensa que es más bueno subiéndose a un altar. Santo es el que vive su fe con alegría y lucha cada día pues vive para amar”. (Canción de Cesáreo Gabaraín).

«El santo es aquel que está tan fascinado por la belleza de Dios y por su perfecta verdad que éstas lo irán progresivamente transformando. Por esta belleza y verdad está dispuesto a renunciar a todo, también a sí mismo. Le es suficiente el amor de Dios, que experimenta y transmite en el servicio humilde y desinteresado del prójimo». (Benedicto XVI)

9.- La santidad se gana, se logra, se consigue, con la ayuda de la gracia, en tierra, en el quehacer y el compromiso de cada día, en el amor, en el servicio y en el perdón cotidianos. “El afán de cada día labra y vislumbra el rostro de la eternidad”, escribió certera y hermosamente Karl Rhaner. El cielo, sí, no puede esperar. Pero el cielo –la santidad- solo se gana en la tierra.

10.- Por fin, el día de Todos los Santos nos habla de que la vida humana no termina con la muerte sino que abre a la luminosa vida de eternidad con Dios. El día de Todos los Santos es la catequesis y celebración de los misterios de nuestra fe relativos al final de la vida, los llamados “novísimos”: muerte, juicio, eternidad.

Y por ello, al día siguiente a la fiesta de Todos los Santos, el 2 de noviembre, celebramos, conmemoramos a los difuntos. Es día de oración y de recuerdo hacia ellos. Es día para saber vivir la vida según el plan de Dios. Es día, como el día, en el que la piedad de nuestro pueblo fiel visita los cementerios. Todo el mes de noviembre está dedicado especialmente a los difuntos y a las ánimas del Purgatorio.

El arte de dar lo que no se tiene

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El arte de dar lo que no se tiene :
A Gerard Bessiere (Autor de «Jesús, el Dios inesperado») le ha preguntado alguien cómo se las arregla para estar siempre contento. Y Gerard ha confesado cándidamente que eso no es cierto, que también él tiene sus horas de tristeza, de cansancio, de inquietud, de malestar. Y entonces, insisten sus amigos, ¿cómo es que sonríe siempre, que sube y baja las escaleras silbando infallablemente, que su cara y su vida parecen estar siempre iluminadas?. Y Gerard ha confesado humildemente que es que, frente a los problemas que a veces tiene dentro, él «conoce el remedio, aunque no siempre sepa utilizarlo: salir de uno mismo», buscar la alegría donde está (en la mirada de un niño, en un pájaro, en una flor) y, sobre todo, interesarse por los demás, comprender que ellos tienen derecho a verle alegre y entonces entregarles ese fondo sereno que hay en su alma, por debajo de las propias amarguras y dolores. Para descubrir, al hacerlo, que cuando uno quiere dar felicidad a los demás la da, aunque él no la tenga, y que, al darla, también a él le crece, de rebote, en su interior.

Me gustaría que el lector sacara de este párrafo todo el sabroso jugo que tiene. Y que empezara por descubrir algo que muchos olvidan: que ser feliz no es carecer de problemas, sino conseguir que estos problemas, fracasos y dolores no anulen la alegría y serenidad de base del alma. Es decir: la felicidad está en la «base del alma», en esa piedra sólida en la que uno está reconciliado consigo mismo, pleno de la seguridad de que su vida sabe adónde va y para qué sirve, sabiéndose y sintiéndose nacido del amor. Cuando alguien tiene bien construida esa base del alma, todos los dolores y amarguras quedan en la superficie, sin conseguir minar ni resquebrajar la alegría primordial e interior.

Luego está también la alegría exterior y esa depende, sobre todo, del «salir de uno mismo». No puede estar alegre quien se pasa la vida enroscado en sí mismo, dando vueltas y vueltas a las propias heridas y miserias, autocomplaciéndose. Lo está, en cambio, quien vive con los ojos bien abiertos a las maravillas del mundo que le rodea: la Naturaleza, los rostros de sus vecinos, el gozo de trabajar.

Y, sobre todo, interesarse sinceramente por los demás. Descubrir que los que nos rodean «tienen derecho» a vernos sonrientes cuando se acercan a nosotros mendigando comprensión y amor.

¿Y cuando no se tiene la menor gana de sonreír? Entonces hay que hacerlo doblemente: porque lo necesitan los demás y lo necesita la pobre criatura que nosotros somos. Porque no hay nada más autocurativo que la sonrisa. «La felicidad -ha escrito alguien- es lo único que se puede dar sin tenerlo». La frase parece disparatada, pero es cierta: cuando uno lucha por dar a los demás la felicidad, ésta empieza a crecernos dentro, vuelve a nosotros de rebote, es una de esas extrañas realidades a las que sólo podemos acercarnos cuando las damos. Y éste puede ser uno de los significados de la frase de Jesús: «Quien pierde su vida, la gana», que traducido a nuestro tema podría expresarse así: «Quien renuncia a chupetear su propia felicidad y se dedica a fabricar la de los demás, terminará encontrando la propia». Por eso sonriendo cuando no se tienen ganas, termina uno siempre con muchísimas ganas de sonreír.

SAN JUDAS TADEO

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SAN JUDAS TADEO
Es natural que este apóstol sea llamado con un doble nombre, e incluso, en ocasiones, sólo con el sobrenombre, pues el gran nombre del Patriarca Judá, o de Judas el valiente Macabeo, había sido manchado por el traidor Iscariote. Si ya la duplicidad lleva a buscar una manera de diferenciar a los dos Judas, la confusión de un santo con un mal hombre hace que la diferencia sea una necesidad. No es extraño hoy día que la palabra Judas equivalga entre los cristianos a señalar la peor traición, la de un amigo a otro amigo. Sin embargo, conviene recordar el significado de la palabra «Judas»: «alabado del Señor». En Judas Tadeo es real esta alabanza por su fuerte fidelidad, más luminosa si se compara con la de su homónimo.

El nombre, o sobrenombre, de Tadeo nos indica algo más sobre este apóstol, pues viene a significar «pecho». «Cavidad torácica» diría un médico hoy; o en la versión de llamarle Lebeo sería «corazón». Ambas indican a alguien apasionado, valiente, fiel, amistoso, sencillo. Y efectivamente éste parece ser su carácter por lo que se refleja en su corta epístola .

Otro dato sobre Judas Tadeo nos lo proporciona él mismo pues se autodenomina «Judas, siervo de Jesucristo y hermano de Santiago». Todo parece indicar que este Santiago es el Menor, es decir, el hermano del Señor, lo cual señala a Judas Tadeo como hermano o pariente de Cristo. Al citar a los hermanos del Señor se dan los nombres de cuatro de ellos: Santiago, José, Simón y Judas. Nada impide identificar al apóstol con este pariente de Jesús. Entre los cuatro hermanos, dos se deciden a dejarlo todo para seguir a su pariente y amigo, secundados por su madre María, que también acabará siguiendo el mismo camino al modo de varias mujeres galileas. De los otros dos nada sabemos, es posible que se contasen entre los que criticaban al Señor, o, al menos, hacían oídos sordos a sus enseñanzas.

La epístola de Judas indica un gran parecido con su hermano en cuanto al carácter y educación. Ambas cosas le llevan a poner por escrito, y con gran conocimiento de la Escritura, su pensamiento. Doce citas de los libros sagrados unidas a las referencias al libro de la asunción de Moisés y al de Henoc indican una cultura judía superior a la habitual. No se trata de un rabino, pero tiene un nivel cultural religioso alto, aunque también se hace patente que sea un trabajador manual, quizá un labrador, por las imágines que utiliza en su breve discurso

¿Qué ha pasado para que tú te vayas a manifestar a nosotros y no al mundo?

Ésta es la única frase de Judas Tadeo que conservamos en los evangelios. La espontaneidad y preocupación de sus palabras merecen que las meditemos con detenimiento, agradeciendo de antemano la sencillez de aquel diálogo entrañable y divino vivido en la Ultima Cena.

Jesús abre en aquellos momentos su corazón a los apóstoles de una manera plena, tanto que los discípulos exclaman con un evidente fuego en el corazón: «ahora sí que hablas con claridad y no usas ninguna comparación» . De hecho la Cena transcurre como una comida animada donde intervienen todos, aunque Jesús lleva la iniciativa. Cuando Judas Iscariote se marchó, la animación de Jesús creció, como si se le concediese al Señor un momentáneo descanso en la caridad heroica que estaba viviendo con el traidor. Con los verdaderamente suyos habla con más confianza. Intervienen en la conversación Simón Pedro, Tomás, Felipe y Judas Tadeo según el testimonio de Juan Evangelista; probablemente otros también tuvieron alguna participación en aquel diálogo múltiple. Sin embargo, tras la intervención de Tadeo, Jesús toma de lleno la palabra y brota de su boca un abundante fluir de amor y de verdades. Ya no hay interrupciones de los discípulos. Se puede decir con plena propiedad que se trata del testamento de Cristo. Tras la Última Cena casi no hablará y las obras serán más elocuentes que las palabras.

Introduzcámonos en la pregunta de Judas Tadeo: «Señor, ¿y qué ha pasado para que tú te vayas a manifestar a nosotros y no al mundo?». Un poco antes, Tomás había dicho que desconocía el camino para seguir a Jesús. Felipe, algo más profundamente, le dice que le muestre al Padre pues nada más le interesa. Ambos reciben respuestas divinas llenas de luz. Entonces Jesús inicia la revelación que induce a Judas Tadeo a intervenir, pues dice: «Si me amáis, guardaréis mis mandamientos; y yo rogaré al Padre y os dará otro Paráclito: el Espíritu de verdad, al que el mundo no puede recibir porque no le ve ni le conoce; vosotros le conocéis porque permanece a vuestro lado y está en vosotros. No os dejaré huérfanos, y volveré a vosotros. todavía un poco y el mundo ya no me verá, pero vosotros me veréis, porque yo vivo y también vosotros viviréis. En aquel día conoceréis que yo estoy en el Padre, y vosotros en mí y yo en vosotros. El que acepta mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama. Y el que me ama será amado por mi Padre y yo le amaré y yo mismo me manifestaré a él».

La densidad de la revelación es grande. Vemos en estas palabras el anuncio de la futura venida del Espíritu Santo como Abogado, Consolador, Luz y Verdad. También la relación entre el Padre y el Hijo, así como el sorprendente fruto de la gracia que les hará vivir unidos con Cristo de una manera nueva y sobrenatural. Son tantas las luces de aquella noche que pueden deslumbrar al que mira, y su misma cantidad lleva a que cada uno se detenga en alguna que le parece más nueva, o que suscita su interés de una manera especial. A Judas le intrigó mucho la novedad de que el mundo ya no recibiría la revelación de Jesús, ellos en cambio sí. «¿Qué quiere decir Jesús con el mundo?», «¿es que ya no se dirige a todos los hombres la salvación?», «¿no ha estado insistiendo Jesús continuamente que quiere que todos se salven, y no sólo las ovejas de Israel?».

Una cuestión nueva va a surgir. La cuestión que preocupa al apóstol es qué quiere decir «mundo» y en qué sentido ellos son distintos del mundo. La distinción entre el mundo como creación y el mundo como conjunto de personas y estructuras pervertidas por el pecado era algo nuevo. Jesús les habla de una situación mala que pervierte a las personas de tal modo que no puede entrar en ellos la luz y el amor de Dios.

Algo más adelante Jesús aclarará: «si el mundo os odia, sabed que antes que a vosotros me ha odiado a mí. si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero como no sois del mundo, sino que yo os escogí del mundo, por eso el mundo os odia» . Luego, para que no tiemblen ante este mundo pecador, aparentemente tan poderoso, les dice: «confiad, yo he vencido al mundo» , y añade hablando con el Padre: «no pido que los saques del mundo, sino que los guardes del Maligno», porque los discípulos «no son del mundo como Yo no soy del mundo» dice el Señor . Algo muy hondo se está revelando en las palabras de Jesús. La respuesta a Judas Tadeo es ahora plena. Hay un mundo de amor a través del cual llega la salvación y un mundo pecador, que se perderá.

La respuesta de Jesús es clara para la inteligencia, pero amarga al corazón. Judas piensa «¿qué ha pasado para que Jesús, tan misericordioso, se cierre a algunos, o a muchos?», «¿Acaso no eres el mismo que acoge a los pecadores y come con ellos por encima de todas las críticas y prejuicios?», «¿no se cuentan entre nosotros tantos pecadores?». «¿Qué ha pasado?»

Lo que ha pasado es que muchos -los mundanos- prefieren el mundo a Dios, pues el pecado se ha apoderado de sus almas. No se trata del pecado fruto de ignorancia o debilidad; sino del pecado lúcido y rígido. Ese pecado es el que impide que crean los que tenían luces abundantes para hacerlo. Judas Tadeo vislumbra ahora mejor lo que es el pecado «realidad dura de aceptar, pero innegable: el mysterium iniquitatis, la inexplicable maldad de la criatura que se alza, por soberbia contra Dios… Debemos hacernos cargo, aún en lo humano, de que la magnitud de la ofensa se mide por la condición del ofendido, por su valor personal, por su dignidad social, por sus cualidades. Y el hombre ofende a Dios: la criatura reniega de su Creador» . En aquellos momentos el pecado se manifestará contra Jesús no creyendo en Él y persiguiéndole. Pocas horas más tarde llegará hasta el asesinato lleno de odio y crueldad. Eso es lo que ha pasado, y tanto le cuesta aceptar a Judas Tadeo.

Ya en el comienzo de su predicación les había enseñado Nuestro Señor: «No deis las cosas santas a los perros, ni echéis vuestras perlas a los cerdos, no sea que las pisoteen con sus patas y revolviéndose os despedacen» ; éstas eran palabras que exhortaban a la prudencia, para no pecar de ingenuidad y evitar el mal uso de las cosas santas por los indignos. Pero ahora hay más, se trata de una manifestación del pecado tan grave que el mismo Dios oculta su rostro misericordioso, para colocarse con toda su justicia ante el rebelde, pues no cabe ya otro recurso.

Judas Tadeo debió sentir mucha pena al comprender la malicia del pecado, pues ya tenía aprendido de Jesús el amor a los pecadores. Pero también debía comprender que Dios no quiere quitar la libertad a los rebeldes, pues sería un mal mucho mayor. Gran misterio es el de la libertad pecadora y obstinada.

Escritor Breve

Judas Tadeo es uno de los pocos apóstoles escritores. Con su hermano Santiago, con Juan, Pedro y Mateo forman el quinteto de los apóstoles que se decidieron a añadir la letra a la palabra, aunque nuestro apóstol lo hiciera con notable brevedad.

Según la distribución clásica por capítulos y versículos, sólo escribió veinticinco versículos: una carta en el sentido más clásico de la palabra. Esta epístola revela algo su personalidad. Judas Tadeo es un hombre que ama el aire libre y conoce las incidencias del tiempo tanto en tierra firme como en el mar, o, al menos, junto al mar. Esto se advierte cuando, al acusar a los que abusan de las buenas costumbres en los ágapes y banquetean con ocasión de la comida, su indignación ante lo poco santamente que tratan las cosas santas le lleva a llamarles «nubes sin agua zarandeadas por los vientos», expresión que revela un conocimiento de campesino que espera lluvia y no llega, pues las nubes siempre llevan agua, pero no siempre descargan. También les llama «árboles de otoño sin fruto, dos veces muertos y arrancados de raíz»; la dureza se acentúa progresivamente pues al vacío de un árbol que ya ha dado su cosecha en verano y está, por tanto, en espera de tiempos mejores, añade que está dos veces muerto, ya ni da sombra, es más, está en el suelo esperando desaparecer y sólo sirve para molestar el paso. Muchos árboles vió Judas Tadeo. Las invectivas siguen al llamar a los poco respetuosos con lo santo «olas bravías del mar que echan espuma de sus torpezas». Aquí podemos intuir el natural temor del campesino ante la bravura del mar y su difícil dominio. ¿Cómo no pensar en que alguna vez al subir a la barca cayó en aquella espuma con el natural regocijo de los pescadores?. Pero si seguimos con sus invectivas le oímos decir «astros errantes a los que está reservado para siempre el infierno tenebroso». Bien sabía él distinguir las estrellas en cada época del año que le anunciaban la probabilidad de buenos o malos tiempos, y con ellas las estrellas fugaces, los cometas que le llevarían a pensar que muchas personas son como ellos: aparecen, dejan un pequeño rastro, y desaparecen sin más. No se sabe ni de dónde vienen ni a dónde van, o mejor van al infierno que es donde irán a parar los insensatos .

Otro rasgo del carácter de Judas -el hermano del Señor-es el buen conocimiento de la Sagrada Escritura y la historia del pueblo elegido. Cuando reprende a los falsos doctores, avisa a los fieles para que no se extrañen de que algunos usen mal la libertad que Cristo les ha ganado en la Cruz. Para eso les recuerda lo ocurrido a lo largo de los siglos tras la liberación de la esclavitud de Egipto realizada por Dios a través de Moisés. Enumera algunos de los que actuaron mal y sus castigos, por ejemplo todos murieron sin conocer la Tierra prometida por su falta de fe. Los mismos ángeles que pecaron están encadenados y esperan la condenación definitiva del «juicio del gran día», igual que los pecadores de Sodoma y Gomorra. Luego, al recordar las blasfemias de esos falsos doctores, le vuelve el ímpetu campesino y les llama «bestias irracionales» metidas en el camino de Caín .

Pero el núcleo de su breve escrito es el mismo del pretendido por Santiago en su epístola: exhortar a la coherencia de vida, insistir y exhortar para que la fe se traduzca en obras santas, evitar y avisar sobre los falsos doctores que pueden pervertir la fe. Es interesante, no obstante, su observación de que ya habían sido predichas las falacias de los malos doctores: «acordaos de las palabras predichas por los apóstoles de nuestro Señor Jesucristo, que os decían: En los últimos tiempos habrá quienes se burlen de todo y vivan según sus concupiscencias. Estos son los que crean divisiones, hombres meramente naturales, que no tienen el Espíritu».

Por «últimos tiempos» se entiende todo el tiempo que transcurrirá hasta la venida de Cristo como Juez para juzgar a todos y consumar la salvación. No son sólo algo inminente, del siglo primero . De hecho no ha habido tiempo en la historia de la Iglesia en que no se hayan dado estos problemas de falsos doctores anunciados por Judas Tadeo.

Sin embargo la energía demostrada por el apóstol para rechazar a los falsos hermanos no indica mal carácter, pues el final está lleno de dulzura y ánimo para los fieles: «tratad con compasión a los que vacilan; a unos procurad salvarlos, arrancándolos del fuego; a otros tratadlos con misericordia, pero con precaución». La prudencia y el buen sentido presiden estas palabras de ánimo.

No es fácil saber el final de su vida, pues las tradiciones se entrecruzan. Algunos relatos lo llevan a Asia Menor y Armenia en la predicación. Otros, quizá los más acertados, señalan su apostolado en el actual Líbano y alrededores. En Beirut debió sufrir martirio, aunque no faltan las indicaciones sobre la muerte natural de este apóstol. Nos complacen estas dificultades para conocer la vida de estos hombres, pues vemos que son más interesantes a los ojos de Dios que a los de los hombres.

La liturgia le honra con las siguientes palabras:

Oh Judas, por la sangre, hermano del Señor,
pero discípulo y más hermano suyo aún por el espíritu
que predicas al Maestro e instruyes con tu epístola a los cristianos

Tuyo soy, para ti nací

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Tuyo soy, para ti nací :
Santa Teresa de Ávila tiene unas poesías magníficas y en cada una de ellas podríamos sacar muchas enseñanzas sobre la oración porque reflejan el estado de un alma que elevada su corazón a Aquel que sabía que le amaba y lo hacía con una familiaridad admirable y al mismo tiempo con el respeto proprio de quien sabía que trataba con la divina Majestad. Una de las poesías más conocidas es la que tiene como estribillo: «Vuestra soy, para vos nací. ¿Qué mandáis hacer de mí?». Esta oración de Santa Teresa corresponde a lo que San Ignacio llama el «principio y fundamento» en sus ejercicios espirituales, es decir, reconocer que venimos de Dios y que vamos a Dios.

«El hombre es criado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor y, mediante esto, salvar su ánima; y las otras cosas sobre la haz de la tierra son criadas para el hombre, y para que le ayuden en la prosecución del fin para que es criado» (Ejercicios Espirituales, 23). Es muy provechoso comenzar nuestra oración con esta actitud de Santa Teresa y de San Ignacio: «Soy tuyo: ¿qué quieres que haga?». Así se reconoce nuestra dependencia de Dios: Somos de Dios. Pero esto que parecería una especie de servidumbre, es una verdadera liberación. Soy de Dios por lo tanto soy propiedad suya. El me cuidará. Le preocupo. No le es indiferente lo que me pasa. Cristo recordó en su discurso de la montaña esta preocupación de Dios por nosotros. Si Dios cuida de los pájaros y de los lirios, ¿cómo no va a cuidar de nosotros? (Mt 6, 25-34). El «vuestra soy» de Santa Teresa, contrariamente a lo que piensa el mundo, es una verdadera liberación; es vivir la actitud fundamental del cristiano: la libertad cristiana «gloriosa» de los hijos de Dios (Rom 8, 21).

Entrar en oración es entrar en un espacio de libertad interior para liberarnos de las asechanzas del enemigo, del influjo del mundo, del sometimiento de nuestras pasiones. Así entramos en el maravilloso mundo de Dios, para recordar nuestra verdadera identidad: soy hijo de Dios. El cuida de mí. Soy suyo. No estoy solo. El me acompaña. El me perdona. El me guía. El me ama. Por eso no es de extrañar que en nuestro contacto con personas de oración veamos en ellos una especie de aureola de libertad que nos sorprende y nos atrae. Nos sabemos de dónde viene pero queremos tener lo que ellos tienen. Esta libertad interior es rara hoy día porque vivimos en un mundo muchas veces superficial, lleno de banalidades. La oración nos sitúa en el centro de nuestro ser, nos coloca allí donde verdaderamente somos nosotros mismo y nos libera de tantas esclavitudes presentadas como falsas liberaciones.

Santa Teresa añade una segunda parte al estribillo: «¿Qué queréis hacer de mí?». Esta es la actitud de enamorado que está dispuesto a hacer lo que sea por la persona amada, incluso a dar su vida, si fuera necesario. ¿Qué quieres que haga? Es la pregunta de San Pablo en el momento de su conversión (Hch 22, 10). Comenzar así con esta libertad de quien se sabe amado y de quien está dispuesto a amar, a hacer lo que sea por el Amado, es el mejor modo de iniciar la oración. En realidad durante toda la oración hay que conservar esta actitud de libertad, de entrega, de amor: Soy todo tuyo; para ti nací. ¿Qué quieres hacer de mí? En la oración el Espíritu no sólo nos concede este don; también susurra al alma la respuesta a esta pregunta y así el Señor se convierte en el gran Maestro interior del alma, en el Camino, Verdad y Vida del orante (Cf. Jn 14, 6).

¿Quién puede comulgar?

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¿Quién puede comulgar? … ¿Es necesario confesarse para comulgar?
Y depende… Quien va a tomar la primera Comunión debe confesarse antes de hacerlo. Quien ha cometido un pecado mortal, también debe hacerlo, para recuperar la gracia antes de comulgar. Quien está en estado de gracia no necesita hacerlo.

Premisa
“Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna”. Se recibe al mismo Cristo.
Es necesario hacerlo con dignidad.

Dos condiciones
La Comunión no es un premio. No se precisa ser santo para comulgar. Es una necesidad espiritual, pero tiene unos requerimientos básicos.
Las dos primeras condiciones son de origen divino, surgen de la realidad de la Eucaristía y están consignadas en la Sagrada Escritura:

1) estado de gracia;

2) saber a quien se recibe.

Dice San Pable en I Corintios 11, 27-29:
“Quien coma el pan o beba la copa del Señor indignamente, será reo del
Cuerpo y de la Sangre del Señor. Examínese, pues, cada cual, y coma así
el pan y beba de la copa. Pues quien come y bebe sin discernir el
Cuerpo, come y bebe su propio castigo.”

Es necesario distinguir -saber a quién se recibe- y estar en estado de amistad con Dios. La Teología lo llama “estar en estado de gracia”. Se pierde por el pecado mortal, que rompe la comunión de vida con Dios. Se recupera en el sacramento de la Penitencia.

Respecto a la confesión y la Eucaristía, la Iglesia concretó explícitamente dos preceptos:
• antes de la Primera Comunión es necesario confesarse.
• si se ha cometido un pecado grave, es necesario confesarse antes de comulgar.

¿Conveniente o necesario?
Salvo los dos casos señalados no es necesario confesarse antes de comulgar. Si una persona está en gracia, aunque haga mucho tiempo que no se confiesa, puede comulgar con toda tranquilidad. No debemos añadir más condiciones que las que realmente existen. La confesión frecuente es una práctica muy recomendable para el crecimiento espiritual, tener el alma más purificada, etc. Pero esto es otra cuestión. Una cosa es la conveniencia de la confesión frecuente y otra distinta que sea necesidad para recibir la comunión si uno está en gracia (que no lo es).

Hasta aquí todo resulta bastante claro.

¿Donde surge el problema?

En que una persona en estado de pecado mortal puede recuperar la gracia de Dios incluso antes de confesarse.

¿Cómo es eso? Haciendo un acto de contrición perfecta con el propósito de confesar cuanto antes se pueda, se recupera la gracia perdida.

¿Qué es un acto de contrición perfecta?
Es un acto de arrepentimiento del pecado cometido, movido por amor de Dios. Dolor de haber ofendido a Dios, tan santo, digno de amor, grande, bueno, etc.
¿Qué es un acto de contrición imperfecta?
Es el mismo acto, realizado por motivos sobrenaturales, muy buenos todos, pero que no son el amor de Dios: miedo al infierno, fealdad del pecado, deseos de comulgar, peso de la conciencia, etc.

El dolor de la contrición imperfecta es suficiente para recibir el perdón de los pecados en la confesión. Si al dolor de la contrición perfecta se le une el propósito de confesar, se obtiene la gracia -podríamos decir- por adelantado, antes de la confesión.

Entonces, ¿puedo comulgar después de cometer un pecado mortal, antes de confesarme, si hago un acto de contrición perfecto?
– No
– ¿Y por qué no?
Los sacramentos dignamente recibidos dan la certeza de acceder a la gracia de Dios. Actúan “ex opere operato” según explica la Teología: en virtud -por eficacia- de lo actuado que no falla. Si no pongo un obstáculo a su acción, la realiza eficazmente.
En cambio cuando hago un acto de contrición perfecta, estoy en un ámbito no sacramental, en el cual dependo de -por decirlo de alguna manera- la “calidad” de mi acción. No tengo certeza de haber hecho realmente un acto de contrición perfecta. No tengo cómo medir la perfección/imperfección de mi acto de contrición.
Si comulgara así me podría exponer a recibir al Señor indignamente, y cometer así un sacrilegio. El problema no es sólo mi pecado, es problema sobretodo es el respeto que Dios merece: no puedo exponer la Eucaristía a semejante afrenta. Sin necesidad no sería lógico correr ambos riesgos.

Por esto la Iglesia, para cuidar la dignidad del Sacramento y el alma de los fieles, impuso un precepto en el Concilio de Trento: que nadie con conciencia de haber cometido un pecado mortal se acercara a comulgar, por muy contrito que se sienta, sin haberse confesado antes.
Es decir, que hay una ley de la Iglesia que lo manda.

¿Tiene excepciones?
Sí, porque los preceptos eclesiásticos no obligan cuando hay una dificultad grave.
El precepto divino no tiene excepción: no se puede comulgar en estado de pecado.
El precepto eclesiástico puede tenerla: se podría comulgar en el estado de gracia obtenido mediante un acto de contrición perfecta aún antes de confesarse, si hubiera alguna dificultad grave. En este caso, una grave necesidad de Comulgar.
Es decir, que si una persona tiene obligación de comulgar y no puede confesarse, puede hacer un acto de perfecta contrición y comulgar.
Un ejemplo: el sacerdote debe celebrar los sacramentos en estado de gracia. Si no lo estuviera cometería un sacrilegio. Además, cuando celebra Misa no puede no comulgar (la comunión del sacerdote forma parte de la ceremonia). Si, en un pueblo, el sacerdote estuviera en estado de pecado mortal, no tuviera con quien confesarse, y debiera celebrar la Misa para el pueblo, ¿qué tendría que hacer? Ese sacerdote debe hacer un acto de contrición perfecta y celebrar la Santa Misa.
Otro ejemplo: si omitir la comunión procurara un grave escándalo o infamia. Es el caso de una persona está en la cola para comulgar y de repente recuerda estar en pecado mortal (no lo sabía antes). Si no puede alejarse sin llamar gravemente la atención de los demás, puede comulgar haciendo un acto de perfecta contrición. Obviamente no es el caso de quien no quiere confesarse, sino de quien, de buena fe, se encuentra en esa situación.

Obviamente sin una necesidad real, y una dificultad grave también real, sería un grave abuso el incumplimiento de este precepto de la Iglesia, cuyo fin no es impedir a la gente la comunión, sino conseguir que lo haga dignamente, evitando todo peligro de sacrilegio. Sería absurdo exponerse a cometer un sacrilegio, para satisfacer las ganas de comulgar, o para evitar la vergüenza de dejar de hacerlo, o por la “necesidad” de recibir al Señor, etc., sin una necesidad grave de recibir la Eucaristía. De hecho, casi nunca hay obligación de comulgar (es el caso del sacerdote que celebra y algún otro caso excepcional).

¿Y si el sacerdote me deja?
A veces se escucha decir: “Pero, un sacerdote me dijo que comulgara…”.
Entonces nos preguntamos, ¿puede un sacerdote eximir del cumplimiento de esta ley? No, porque no tiene ninguna potestad sobre ella. Si te lo dijo, se equivocó, no tendría que habértelo dicho. Hay cosas para las que se tiene poder, y cosas para las que no. Si no tengo poder de hacer algo, e intento hacerlo, el intento es vano, ya que lo hecho no tendrá ninguna validez. Sería como si un diácono quisiera consagrar: por mejor voluntad que le pusiera nunca conseguiría que el pan se convierta en el Cuerpo de Cristo, porque no tiene el poder de hacerlo.
Si un sacerdote da permiso para hacer algo, en lo que no tiene potestad, el permiso es absolutamente inválido. Además un mal consejo no te excusa de pecado.
Por tanto, no pierdas el tiempo pidiendo permiso para comulgar: estar en condiciones de comulgar o no estarlo no depende del sacerdote que tengas delante.
Por otro lado, salvo el caso de personas que viven en situaciones irregulares, la solución es muy sencilla: acudir a confesarse.

¿Para qué ir a Misa si no puedo Comulgar?
Para ofrecer a Dios el sacrificio redentor de Cristo. Es cierto que la Iglesia recomienda -para una participación más plena- que aquellos que están en condiciones de hacerlo, comulguen. Pero esto no quita que se pueda participar activamente en la Misa sin comulgar. Son dos cuestiones distintas. Y la comunión siempre presupone las debidas disposiciones, sin las cuales, haría daño, mucho daño al alma de quien comulga.
Además en el caso de la misa dominical, no asistir a Misa añadiría otro pecado mortal a la persona. El cumplimiento del precepto dominical es absolutamente independiente de la Comunión: se lo cumple con la asistencia a Misa y punto.

La insistencia de la Iglesia
La Iglesia ha insistido tanto en este tema en documentos recientes que resulta realmente doloroso que haya quienes propongan una práctica contraria a esta enseñanza.

Lo que la Iglesia enseña y quiere está clarísimo para quien sepa leer y quiera obedecer.
Le pediría a quien difunda lo contrario, que tenga al menos la honestidad de decir a los fieles que no es eso lo que la Iglesia sostiene. De lo contrario estaría engañándolos en su buena fe.
Decirle a un fiel: “comulgá y después te confieso” (salvo los casos excepcionales de necesidad grave de comulgar) es descabellado, significa tanto como decirle: “cometé un sacrilegio y después te confieso”. No, mejor no cometas el sacrilegio.

¿Es malo celebrar Halloween?

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¿Es malo celebrar Halloween? :
La celebración cristiana de Todos los Santos, de donde deriva “All-Hallows-Evening”, o “All-Hallows”, el actual “Halloween”, es una fiesta cristiana que se celebra desde el siglo octavo. No obstante, hoy en día, la fiesta de Halloween es una fiesta con elementos que en nada remiten ya a la fiesta cristiana de Todos los Santos, sino que toma elementos paganos y ligados a los muertos y lo monstruoso. Por esta razón no es adecuado celebrar este tipo de fiestas, participar en ellas, o alentarlas, al ser un culto contrario al verdadero y único Dios, Señor de vivos y muertos, verdadero Señor de la naturaleza y de toda la creación.

1. ¿Tiene la fiesta de Halloween un origen pagano que fue posteriormente borrado por el cristianismo para introducir sus fiestas de todos los santos y de los fieles difuntos?

La verdad es que no, todo lo contrario. La fiesta fue cristiana en su origen. Halloween es una palabra que aparece por vez primera en el siglo XVI, en concreto en el año 1556, y es una variante escocesa de “All-Hallows-Evening”, o sea, la noche anterior al día “All Hallows”, que significa “Todos los Santos”.

Los movimientos neopaganos quieren hacernos creer que Halloween procede de la fiesta pagana de Samhain, una fiesta gaélico-celta, -cuya mención primera es del siglo X d. C- que se celebraba siguiendo los movimientos lunares. Nuestras fiestas cristianas siguen los calendarios provenientes del imperio romano, que son los que usamos, así el calendario juliano, o el actual, el gregoriano, que usamos en España y en muchos países de Europa desde el año 1582 (el resto de países se fueron adecuando a él en fecha posterior).

La fecha de esta fiesta celta, Samhaim, -que las corrientes neopaganas pretenden rescatar y decir que existía antes, y que es la base de las fiestas cristianas del 1 de noviembre (Todos los Santos) y colateralmente, la del 2 de noviembre (Todos los Fieles Difuntos)- se celebraban en fechas lunares. Así, para este año 2012 tendrían que buscar la siguiente luna llena al día que media entre el equinoccio de otoño y el solsticio de invierno.

Es decir: la fecha entre el equinoccio de otoño, que cae el 22 de septiembre para el 2012, y el solsticio de invierno, que es el 21 de diciembre para el año 2012; siendo el día mitad el día 6 de noviembre. La lunación (luna llena) siguiente a esta fecha no ocurre hasta el 28 de noviembre. Esta fecha, 28 de noviembre, sería el día en que los celtas o neopaganos deberían tener en cuenta para su fiesta.

Así, los seguidores del neopaganismo no deberían usar la fecha solar del 1 de noviembre o de la noche del 31 de octubre anterior para celebrar sus fiestas, pues niegan sus propios calendarios usando fiestas que no les corresponden y son de origen cristiano.

2. ¿Tiene así la fiesta de Halloween un origen cristiano?

La fiesta de “All-Hallows-Evening”, o de “All Hallows”, que podemos traducir por “Todos los Santos” es una fiesta cristiana. Si bien no hay un origen celta ni pagano como acabamos de ver, tampoco lo hay romano, como a veces se dice, queriendo ligar esta fecha a la fiesta de la diosa romana Pomona, o del dios etrusco Vertumnus.

Será en torno al año 609 D.C., cuando la fiesta surgió, debido a la dedicación del antiguo Panteón romano, como iglesia cristiana, por parte del papa Bonifacio IV, dedicada al a Virgen María y a todos los Mártires. No obstante, la fecha inicial de la fiesta fue en el siglo VII el día 13 de mayo. Al parecer, la fiesta del 13 de mayo vendría a cristianizar la fiesta de Lemuria, festividad de los romanos.

S. Efrén el Sirio en el siglo IV atestigua que la Iglesia de Oriente celebraba en el día 13 de mayo la fiesta de Todos los Mártires, si bien también en aquellas regiones a veces se tomaba para ello el domingo tras Pentecostés o el Viernes Santo.

Será el papa Gregorio III en el siglo VIII quien movió la fiesta desde el día 13 de mayo al día 1 de noviembre, ligada ahora a todos los Apóstoles, todos los Mártires y Confesores, y todos los Santos o Justos de la Iglesia, al dedicarles un oratorio en el actual emplazamiento de la Basílica de San Pedro, según algunos autores el día 1 de noviembre. Sea o no sea esa la fecha en la que ocurrió dicha dedicación, sabemos que el Pseudo-Beda afirmaba que ya a principios del año 700 en algunas zonas de las islas Británicas se celebraba la fiesta el día 1 de noviembre. Así, en Irlanda se celebraba el día 20 de abril.

El reconocimiento final y completo en su extensión, no sólo ya de la diócesis de Roma, llegaría con el papa Gregorio IV en el año 835 cuando pidió al rey-emperador Luis el Piadoso, hijo de Carlomagno, que marcara la fiesta en el día 1 de noviembre para todo el Imperio Sacro, posiblemente por influjo de las zonas británicas que ya lo celebraban ese día.

3. Entonces, y tras ver el modo paganizado como se vive hoy la fiesta de Halloween, ¿es malo celebrarla?

Halloween es una fiesta del paganismo, celebra cambios de estaciones, entrada en la oscuridad tras el paso por la mitad luminosa del año, también pretende protegerse ante los muertos, que pudieran cometer contra los vivos algunos actos malvados. Es fiesta así que une aspectos de magia, fertilidad, cambio de ciclo, agradecimiento por los meses luminosos del año, y petición de protección ante los meses de oscuridad.

Los practicantes en el neopaganismo han vuelto a una fiesta y a una religiosidad que de nuevo coloca al hombre dependiente de la naturaleza creada. Alejándose de la religión cristiana que muestra a Dios como Señor de la Creación y a su Hijo Jesucristo, Dios y hombre verdaderos, como ante quien todo se somete, no hacen sino volverse a la oscuridad y a los miedos de las antiguas religiones. Los cristianos debemos de llevarles con nuestras palabras y actos la Buena Noticia de que Cristo, la Luz verdadera, ilumina todo lo existente, incluido el sentido del hombre, y Dios es Providencia y Padre nuestro.

No obstante, la mayoría de quienes viven esta fiesta lo hacen por influjo grupal, social, por el peso de los medios televisivos… en definitiva, por la cultura del momento, alentada por el consumismo y sus métodos de marketing. Pero hemos de ser consciente de qué celebramos y en qué participamos, pues todo acto en el ser humano es importante, también nuestro ocio y nuestros momentos celebrativos. Somos para la gloria de Dios.

Cuando se trata de niños, muchos se disfrazan porque todos lo hacen en colegios, en el barrio, o en la fiesta infantil. Para un niño pequeño que se deja llevar por lo que ve y le dicen en el colegio o en el ambiente, culpa no hay. Sí en los adultos, principalmente de sus padres, que debieran vigilar en qué celebraciones participan sus hijos, las cuales inciden en aspectos de horror, miedos, sangre, monstruos y elementos del imaginario gore y satánico. Todo ello modelará la personalidad del niño.

Como decía en el año 1985 el entonces cardenal J. Ratzinger, “la cultura atea del Occidente moderno vive todavía gracias a la liberación del miedo a los demonios que ha traído el cristianismo. Pero si esta luz redentora de Cristo llegara a extinguirse, el mundo recaería en el terror y la desesperación con toda su tecnología, no obstante su gran saber. Existen ya signos de este regreso de fuerzas oscuras, mientras en el mundo secularizado aumentan los cultos satánicos”.

Documento final del Sínodo reafirma doctrina de la Iglesia y resalta belleza de la familia

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Documento final del Sínodo reafirma doctrina de la Iglesia y resalta belleza de la familia :
Los trabajos sobre el Sínodo de los Obispos han terminado esta noche en el Vaticano y el documento final, producto de la reflexión de todos los padres sinodales, ha reafirmado la doctrina católica sobre el matrimonio, su indisolubilidad; y ha resaltado la belleza de la familia y del plan de Dios para ella.

El texto, compuesto por 94 numerales fue votado uno a uno. Todos fueron aprobados con los dos tercios requeridos como mínimo: en este caso 177 votos.

En el numeral 1, votado unánimemente por todos los obispos presentes (260 votos), el Sínodo agradece “al Señor por la generosa fidelidad con la que tantas familias cristianas responden a su vocación y misión, incluso ante los obstáculos, las incomprensiones y los sufrimientos”.

En ese mismo numeral, los obispos reunidos en el Sínodo recuerdan las palabras del Papa Francisco en la homilía de inicio el 4 de octubre, cuando explicó que Dios creó al hombre y a la mujer. El Señor, dijo luego el Santo Padre en esa ocasión, “une los corazones de dos personas que se aman y los une en la unidad y en la indisolubilidad.

Esto significa que el objetivo de la vida conyugal no es sólo vivir juntos, sino también amarse para siempre. Jesús restablece así el orden original y originante. (…) Solo a la luz de la locura de la gratuidad del amor pascual de Jesús será comprensible la locura de la gratuidad de un amor conyugal único y usque ad mortem” (hasta la muerte).

En el numeral 5, aprobado por 256 votos, los obispos resaltan que “también hoy el Señor llama al hombre y a la mujer al matrimonio, los acompaña en su vida familiar y se ofrece a ellos como don inefable”.

En el numeral 23, titulado “Migrantes, prófugos y perseguidos”, aprobado por 253 votos contra 4, los obispos afirman que “la historia de la humanidad es una historia de migrantes: esta verdad está inscrita en la vida de los pueblos y las familias. También nuestra fe lo reafirma: todos somos peregrinos”.

Este numeral indica además que cuando la migración es forzada y es “fruto de situaciones de guerra, de persecución, de pobreza, de injusticia, marcada por las peripecias de un viaje que pone con frecuencia en peligro la vida, traumatiza a las personas y desestabiliza a la familia”. “El acompañamiento a los migrantes exige una pastoral específica con las familias en migración, pero también con los miembros de los núcleos familiares que se quedan en los lugares de origen”, agrega.

En distintas ocasiones durante el Sínodo, los obispos habían solicitado un documento que tuviera una mayor cantidad de citas de las Sagradas Escrituras. En el numeral 39 explican cómo se trata este tema en el libro del Génesis y señalan que “el hombre y la mujer, con su amor fecundo y generativo, continúan la obra creadora y colaboran con el Creador en la historia de la salvación a través de la sucesión de las genealogías”.

En el numeral 41, titulado “Jesús y la familia”, los prelados resaltan que “el ejemplo de Jesús es paradigmático para la Iglesia. El Hijo de Dios ha venido al mundo en una familia. En sus treinta años de vida oculta en Nazaret –periferia social, religiosa y cultural del Imperio– Jesús ha visto en María y José la fidelidad vivida en el amor”.

El texto hace también un breve resumen sobre lo que enseña el magisterio de la Iglesia a través del Concilio Vaticano II, el Beato Papa Pablo VI, San Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco, para luego tratar del tema de la familia en la doctrina cristiana en el capítulo tres.

El numeral 48 titulado “Indisolubilidad y fecundidad de la unión esponsal” –aprobado por 253 votos contra 6– resalta que “la irrevocable fidelidad de Dios a la alianza es el fundamento de la indisolubilidad del matrimonio. El amor completo y profundo entre los cónyuges no se basa solo en las capacidades humanas. Dios sostiene esta alianza con la fuerza de su Espíritu”.

De otro lado, el numeral 62 titulado “La transmisión de la vida” –aprobado por 259 votos– subraya la importancia de “las familias numerosas en la Iglesia que son una bendición para la comunidad cristiana y la sociedad, porque la apertura a la vida es exigencia intrínseca del amor conyugal”.

“Con estas luces, la Iglesia expresa su viva gratitud a las familias que acogen, educan y llenan de afecto y transmiten la fe a sus hijos, de modo particular a los más frágiles y marcados por la discapacidad”, prosiguen.

El numeral 63, aprobado por 237 votos contra 21, indica luego que “según el orden de la creación el amor conyugal entre un hombre y una mujer y la transmisión de la vida están ordenados el uno a la otra (Gn 1, 27-28)”.

“En este modo el Creador ha hecho partícipes al hombre y a la mujer en su obra de su creación y al mismo tiempo los ha hecho instrumentos de su amor, confindoles a su responsabilidad el futuro de la humanidad a través de la transmisión de la vida humana”, prosigue.

Los padres sinodales dedican luego tres numerales: 66, 67 y 68 para referirse a la importancia de la educación de los hijos. En el 67 destacan que “es importante que los padres se involucren activamente en el camino de preparación para los sacramentos de la iniciación cristiana, en calidad de primeros educadores y testimonios de fe para sus hijos”.

El tema de los homosexuales se plantea en el numeral 76 y se enfoca desde el acompañamiento que puede realizar la Iglesia a las familias en donde alguno de sus miembros tiene la tendencia homosexual.

Este párrafo del documento, aprobado por 221 votos contra 37, precisa además que “no existe fundamento alguno para asimilar o establecer analogías, ni siquiera remotas, entre las uniones homosexuales y el designio de Dios sobre el matrimonio y la familia”, como señala un documento de la Congregación para la Doctrina de la Fe.

El desafío de los divorciados vueltos a casar se trata específicamente en los numerales 83, 84, 85 y 86. En ellos hay una amplia explicación sobre la importancia de acogerlos en la Iglesia y recordarles que no están excomulgados aunque su situación es irregular; y plantea una serie de orientaciones para acompañar a estos fieles y cuidar especialmente el bien de los hijos.