martes, marzo 18, 2025
Inicio Blog Página 91

Silencio para elegir solo a Dios

0

Silencio para elegir solo a Dios :
Seguimos reflexionando sobre el silencio del espíritu, es decir, el silencio que el Espíritu Santo va obrando en nuestras almas. Ahora profundizaremos sobre otro silencio que el Espíritu Santo realiza en nosotros, el silencio del propio amor. No me refiero al amor propio, a ese mal carácter o trato difícil que tenemos sino que este silencio como purificación de algo bueno que hay en mí, diría, de lo más noble que hay en nuestro interior. Se trata de purificar la capacidad de amar. Por lo tanto, no es vaciarse de algo negativo, sino vaciarse de algo bueno, del propio amor para ser llenados totalmente por el Amor de Dios. Es decir, nos referimos a aquel silencio que Dios regala a fin de que, al mismo tiempo que crecemos en el amor, nos desprendamos de él, para fijarnos solo en el Dios Amor.

Dar amor y recibir desamor
Pudiera ser que la gracia de Dios haya conseguido en nuestra vida y en nuestro actuar que impere el consejo paulino: “vence el mal con el bien”. Ante las adversidades, dificultades y errores ajenos respondemos con paciencia, con consideración, con una sonrisa, con paz, incluso interior. Pero una cosa es vencer el mal con el bien, y otra muy diversa es ofrecer el bien y recibir, en respuesta, el mal. ¿Qué doloroso e injusto es esto? ¡Cómo es probado nuestro amor cuando en respuesta a nuestro amor recibimos desprecio, incomprensión, rechazo, malentendidos, falsos testimonios! Hemos sido buenos, solamente hemos hecho el bien de modo desinteresado y recibimos malas respuestas, desamor. No hemos hecho nada para merecer tal mal, no lo hemos buscado; pero Dios lo permite. Permite que nuestro amor quede en soledad, abandonado a sí mismo, a su mismo amor. O nuestro amor sigue amando, o dejará de haber amor a nuestro alrededor.
Esto es lo que aparece en los juicios a los que fue sometido Jesús en su pasión. Él había hecho el bien: “Si he faltado al hablar, muestra en qué he faltado; pero si he hablado como se debe, ¿por qué me pegas?”. Esa es la pregunta que se hace también nuestra alma: ¿por qué la incomprensión?, ¿por qué el desprecio, el rechazo? En su reciente libro, Jesús de Nazaret, desde la entrada en Jerusalén hasta la resurrección, el Papa responde a la pregunta de Cristo y a las nuestras: “No se dan cuenta de que, precisamente burlándose de él y golpeándolo, cumplen literalmente en Jesús el destino del siervo de Dios: la humillación y la exaltación se entrecruzan de modo misterioso”. Continúa: “De ahora en adelante comienza algo nuevo. A lo largo de la historia, los hombres miran el rostro desfigurado de Jesús y reconocen precisamente en Él la gloria de Dios”. Así ocurre con nuestro amor: a raíz del mal que recibimos, nuestro amor puede ser realmente Amor (con mayúscula) porque es un amor como el del Padre que está en los cielos, que hace el bien, que ama, a buenos y malos.

Siembra amor…
Hemos oído decir también: “donde no hay amor, siembra amor y cosecharás amor”. Parecería que es una frase hermosa y bien construida pero no siempre corresponde a la verdad. En efecto, sembramos el bien, amor… y con frecuencia nos sentimos no comprendidos, incluso por las personas cercanas y que más nos quieren. No es que busquemos alabanza o aplauso, no. Simplemente deseamos que nuestros familiares o superiores aprecien, reconozcan, al menos compartan el bien que hacemos, el amor que prodigamos. Recuerdo una joven que, tras cierta lucha interior, decidió cuidar su modo de vestir, siendo más discreta y recatada. Para ella, era un dolor inmenso ver que no era comprendida por su hermana y su madre, que se hacía silencio en torno a su amor. ¡Cuánto sufre el amor cuando es recibido con indiferencia!

El silencio de Cristo
También Jesús sufrió esta purificación. Jesús aceptó con amor el proyecto de Dios Padre que, con su providente amor, había pensado para su Hijo. Pedro, quien más debería entender el amor humilde del Maestro al lavar los pies a los apóstoles, no comprende. Su negativa es como si le dijera (palabras nuevamente del Papa): “‘Tú eres el triunfador. Tú tienes el poder. Tu abajamiento, tu humildad es inadmisible’. Y es siempre Jesús quien tiene que ayudarnos a entender una y otra vez que el poder de Dios es diferente, que el Mesías tiene que entrar en la gloria y llevar a la gloria a través del sufrimiento”. Así también nuestro amor, sufriendo incomprensión es llevado por Dios hasta el Amor (nuevamente con mayúscula).

Lloramos al ver nuestro desamor
Mayor sufrimiento aún es cuando nosotros mismos no aceptamos nuestro propio amor. Hemos oído decir: “donde abundó el pecado sobreabundó la gracia”. Pero no lo sabemos aplicar a nuestra propia vida. Amamos, queremos amar, queremos dar lo mejor de nosotros mismos, no solamente a los demás sino a Dios. ¡Tanto hemos recibido de Él! En cambio, en la propia vida descubrimos debilidad, miseria, pecado, tanto desamor. Y el amor sufre al reconocer el propio desamor. No queremos el mal, luchamos contra él, pero ahí está: presente a cada momento, como sombra de nuestro mismo ser que siempre nos acompaña. Y lloramos nuestro poco amor. No nos queremos ver tan vacíos de obras de amor hacia nuestro Señor.

El ejemplo de San Pedro
Pedro es modelo del sufrimiento a causa del desamor. Ante su error, él mismo se autocastiga ante el Señor: “apártate de mí que soy un pecador”. Pero, no. No es este el camino correcto a donde nos debe conducir el desamor que Dios permite en mi alma. Dice el Papa refiriéndose a las negaciones de Pedro: “el canto del gallo se consideraba como el final de la noche y el comienzo del día. Con el canto del gallo termina también para Pedro la noche del alma en la que se había hundido” en su silencio y desprecio personal. Y continúa: “la mirada de Jesús llega a los ojos y al alma del discípulo infiel. Y Pedro, ‘saliendo afuera, lloró amargamente’”. El sufrimiento del propio desamor nos debe preparar a la escucha de nuestro Señor que pregunta: “¿me amas?, ¿me amas?, ¿me amas más que estos?”. Hasta arrancarnos la única respuesta válida: “‘tú conoces todo, tú sabes que te quiero’, reconozco que no soy yo quien es Amor, sino tú, mi Dios, en mí”.

El dolor del apóstol
Todavía el amor puede ser más purificado. “Por sus frutos los conoceréis”. Es el dolor que experimenta la persona apóstol, consagrada, cuando ve que su amor no produce fruto en los demás. Cuando toda la labor que el amor ha realizado no fructifica, cuando ve hundidos en el mal a quienes su amor debía haber transformado. Se sufre por el mal que el propio amor no ha sido capaz de evitar en las personas que nos han sido confiadas. Es el dolor del padre o la madre al no ver en sus hijos la coherencia que han inculcado, o el sufrimiento del formador o formadora que no ve realizado en sus religiosos el ideal que tanto se han esforzado por transmitir.
Contemplemos el sufrimiento del corazón de Cristo ante Judas. Su amor no fue capaz de evitar la traición y desesperación de Judas. Pero, anota el Papa en su libro: “sin embargo, la luz que se había proyectado desde Jesús en el alma de Judas no se oscureció completamente. Hay un primer paso hacia la conversión: ‘he pecado’, dice a sus mandantes. Trata de salvar a Jesús y devuelve el dinero. Todo lo puro y grande que había recibido de Jesús seguía grabado en su alma, no podía olvidarlo”. Esa es la certeza que debe imperar en el corazón del apóstol: no es el propio amor sino el amor de Dios, a través de uno, el que siempre alcanza fruto. Es la certeza que nace de la fe en que el Amor tiene mayor poder que el mal humano.

18 excusas que nos damos para no rezar

0

18 excusas que nos damos para no rezar :
La vida de oración
¡Cuántas veces no hemos escuchado decir esto a nuestros amigos! Incluso ¡cuántas veces lo hemos dicho nosotros mismos! y hemos dejado de lado nuestra relación con El Señor por razones como estas….

«No se pierde el tiempo orando; adorar a Dios no es perder el tiempo, alabar a Dios no es perder el tiempo”. Papa Francisco

¡Cuántas veces no hemos escuchado decir esto a nuestros amigos! Incluso ¡cuántas veces lo hemos dicho nosotros mismos! y hemos dejado de lado nuestra relación con El Señor por razones como estas….

Querámoslo o no, todos nos veremos (en mayor o menor medida) reflejados en estas 18 excusas. Esperamos les sea de utilidad para que puedan explicar a sus amigos porque no son suficientes y para que ustedes puedan profundizar en lo imprescindible que es la oración en nuestras vidas.

1. Rezaré cuando tenga más tiempo, ahora estoy ocupado

RESPUESTA: ¿Sabes qué he descubierto en la vida? Que el momento ideal y perfecto para rezar, ¡no existe! Siempre tienes algo que hacer, algún urgente por resolver, alguien que te espera, un día complicado por delante, muchas responsabilidades por encima… Más bien, si un día descubres que te está sobrando el tiempo, ¡preocúpate! Algo no estás haciendo bien. ¡El mejor momento para rezar es hoy!

2. Yo sólo rezo cuando me nace, porque hacerlo sin sentir ganas es muy hipócrita.

RESPUESTA: ¡Todo lo contrario! Rezar cuando sientes ganas, eso cualquiera lo hace, así es muy fácil. Pero rezar cuando no sientes ganas, cuando no estas motivado, ¡eso sí es heroico! Incluso es mucho más meritorio, porque te has vencido, has tenido que lucharla. Es señal de que lo que te mueve no son sólo tus ganas, sino el amor a Dios.

3. Estoy muy cansada para rezar hoy día

RESPUESTA: Bien, significa que has tenido un día en el que te has entregado, te has esforzado mucho. Sin duda alguna, ¡necesitas descansar! Descansa en la oración. Sabes que cuando rezas y te encuentras con Dios, vuelves a conectar contigo mismo, Dios te regala la paz que quizá no has tenido en un día tan agitado. Te ayuda a ver lo que has vivido durante el día, pero de una manera diferente. Te renueva. ¡La oración no te agota más, sino más bien es justamente lo que renueva tus fuerzas interiores!

4.- Yo si quiero… pero no sé qué decir.

RESPUESTA: Creo que Dios se nos adelantó, porque ya sabía que nos iba a pasar eso. Y nos dejó una ayuda muy buena: los salmos (que son una parte de la Biblia). Son oraciones hechas por el mismo Dios, porque son Palabra de Dios. Y cuando rezamos con los salmos, aprendemos a rezar con las mismas Palabras de Dios. Aprendemos a pedirle por nuestras necesidades, a darle gracias, a alabarlo, a mostrarle nuestro arrepentimiento, a manifestarle nuestra alegría. Reza con las Sagradas Escrituras y Dios pone las palabras en tu boca.

5.- No «siento» nada cuando rezo.

RESPUESTA: Puede ser. Pero hay algo de lo que no puedes dudar. Aunque no sientas nada, la oración te está cambiando, te está haciendo cada vez mejor. ¡Porque el encuentro con Dios nos transforma! Si cuando te encuentras con una persona muy buena y la escuchas un rato, algo bueno de ella termina quedando en ti. ¡Cuánto más encontrarte con Dios y escucharlo, no va a dejar algo muy bueno dentro de ti también!

6.- Dios ya sabe lo que necesito.

RESPUESTA: Es verdad. ¡Pero recuérdaselo! Vas a ver que a ti te va a hacer mucho bien. Aprender a pedir nos hace más sencillos de corazón.

7.- ¿Para qué rezo si Dios nunca me responde? No me da lo que le pido.

RESPUESTA: Cuando un niño pequeño le pide a sus papás todo el rato dulces y golosinas o todos los juguetes de una juguetería, los padres no les dan todo lo que piden. Porque para educar hay que enseñar a saber esperar. A veces Dios no nos concede todo lo que pedimos, porque Él conoce qué es lo mejor para nosotros. Y a veces no tenerlo todo, sentir alguna necesidad, sobrellevar algún sufrimiento, nos ayuda dejar un poco la comodidad en que vivimos y a abrir los ojos a lo esencial. Dios sabe bien lo que nos concede.

8.- Soy muy pecador como para rezar.

RESPUESTA: ¡Perfecto entonces! ¡Bienvenido al club! En realidad todos somos muy pecadores. Justamente es por eso que necesitamos la oración. La oración no es para los perfectos, sino para los pecadores. No para los que ya lo tienen todo, sino para los que descubren que están necesitados.

9.- Mejor rezo cuando tenga un «huequito» en el día

RESPUESTA: ¡No le des a Dios las sobras de tu tiempo! ¡No le dejes a Dios las migajitas de tu vida. Dale lo mejor de tí!¡ El mejor momento de tu vida, cuando estés más lúcido y más despierto! Dale a Dios lo mejor de tu vida, no lo que te sobra.

10.- Me parece absurdo eso de repetir oraciones

RESPUESTA: Cuando amas a alguien, nunca te has preguntado cuántas veces le has repetido que la quieres? Cuando tienes un buen amigo, cuántas veces lo llamas para conversar y salir juntos? Una mamá a su hijo, cuántas veces repite el gesto de acariciarlo y besarlo. Hay cosas en la vida que repetimos muchas veces y no cansan ni aburren, ¡porque vienen del amor! Y los gestos del amor siempre traen una novedad consigo.

11.- No siento la necesidad de hacerlo.

RESPUESTA: Esto pasa por muchos motivos pero uno muy frecuente en nuestros días es que nos olvidamos de alimentar nuestro espíritu en nuestra vida cotidiana. Facebook, tareas, enamorado, colegio, hobby, etc, etc… estamos llenos de cosas pero ninguna de ellas nos ayuda a hacer silencio en nuestro interior para hacernos las preguntas fundamentales: ¿quién soy? ¿soy feliz? ¿qué quiero de mi vida? Creo que cuando vivimos más en sintonía con esas preguntas naturalmente el hambre de Dios aparece… ¿y si no aparece? Pídela, reza y pídele a Dios el don de sentir hambre de su Amor.

12.- Creo que pierdo mi tiempo rezando, en vez, prefiero ayudar a los demás.

RESPUESTA: Te propongo algo, no opongas, haz las 2 cosas. Y vas a ver que cuando rezas tu capacidad de amar y ayudar a los demás crece mucho más. Porque cuando estamos en contacto con Dios, ¡sale lo mejor de nosotros mismos!

13.- Me aburre mucho rezar, debería ser más entretenido

RESPUESTA: Saca tus cuentas y vas a ver que en realidad, las cosas más importantes en la vida no son muy divertidas que digamos, ¡pero qué importantes y necesarias son! Cuánto las necesitamos. Quizá rezar no te entretiene, pero cuánto te llena el corazón. Qué prefieres?

14. No rezo porque no sé si es Dios quien me responde o si soy yo mismo quien da las respuestas.

RESPUESTA: Una recomendación que nunca falla. Cuando rezas con las Sagradas Escrituras, meditando la Palabra de Dios, puedes tener una certeza muy grande. Lo que estás escuchando no son palabras tuyas, sino es la misma Palabra de Dios que te está hablando al corazón. Ahí ya no queda ninguna duda. Es Dios quien está hablándote.

15.- ¿Para qué rezar si ya tengo todo lo que necesito?

RESPUESTA: El Papa Benedicto XVI decía que el cristiano que no reza, es un cristiano en riesgo. Y es verdad. El que no reza, está en riesgo inminente de ir perdiendo la fe, y lo peor de todo es que le va a suceder poco a poco, sin que se dé cuenta. Ten cuidado que por mucho pensar que lo tienes todo, te quedes sin lo más importante, que es Dios en tu vida.

16.- Dios no necesita mis oraciones.

RESPUESTA: Es verdad, ¡pero qué feliz se va a sentir al ver que su hijo se acuerda de Él! Y no te olvides que en realidad el que más las necesita, ¡eres tú!

17.- Ya hay mucha gente rezando por mí

RESPUESTA: ¡Qué bueno! en serio que tienes mucha gente que te quiere y de verdad le interesas. Creo entonces que tienes muchas razones para rezar también, empezando por todos ellos que ya rezan por ti. ¡Porque el amor se paga con más amor!

18.- Es duro decirlo pero… no tengo una iglesia cerca.

RESPUESTA: Pues es lindo rezar en una Iglesia pero no es necesario ir a una para rezar. Tienes mil posibilidades: reza en tu cuarto o en un lugar tranquilo de la casa… (recuerdo que yo iba al techo de mi edificio porque era silencioso y además el viento me hablaba de la presencia de Dios) vete al bosque, o reza tu rosario en el autobús que te lleva a la universidad. Si puedes ve a una Iglesia pero, ¿ya ves? hay muchos otros lugares buenos para rezar 😉

El reto de la iniciación de los jóvenes

0

El reto de la iniciación de los jóvenes :
La catequesis inicial de los niños y adolescentes es un reto. ¿Cómo concebirla en el mundo que se acerca? Lo que está en juego, me parece, es darle una forma verdaderamente iniciática a la catequesis de las jóvenes generaciones.

La catequesis inicial de los niños y adolescentes es un reto. Abordo aquí el ámbito más tradicional de la catequesis, ése en el que se piensa espontáneamente cuando se habla de catequesis. Esta catequesis de los niños y adolescentes sigue siendo, por supuesto, una exigencia esencial. ¿Pero cómo concebirla en el mundo que se acerca? Lo que está en juego, me parece, es darle una forma verdaderamente iniciática a la catequesis de las jóvenes generaciones. A este respecto, así como lo destacan los textos de la Iglesia, en particular el parágrafo 90 del nuevo Directorio General para la Catequesis, la catequesis de los jóvenes bautizados tomará el catecumenado como modelo y se dejará inspirar por sus elementos esenciales.

1. Una catequesis articulada con la catequesis de toda la comunidad.
Es importante que la catequesis de los niños y adolescentes se apoye en la vida de la comunidad y en la catequesis de la misma. De esta forma, los niños y adolescentes percibirán que su propia catequesis es parte de la organización catequética comunitaria y que, con ellos y junto a ellos, también otras personas integrantes de la comunidad están participando de actividades catequéticas, que varían, por supuesto, con las circunstancias propias del caminar en la fe.

2. Una pedagogía que favorezca la inmersión.
La catequesis tendrá siempre un aspecto de instrucción y de enseñanza. Pero aunque este aspecto didáctico logre hacer comprensible la fe, no basta para que ésta llegue a ser deseable. Además es necesario ver, tocar, sentir…, ya que la percepción de la fe pasa también por los sentidos. Los procesos iniciáticos involucran todo el ser, haciéndole experimentar una vivencia mediante la inmersión en la realidad que se va a vivir: inmersión comunitaria, inmersión litúrgica, inmersión en el compromiso por un mundo mejor. El texto con las orientaciones de la catequesis de los obispos de Francia habla, a este respecto, de «baño eclesial». Esta inmersión deriva de la pedagogía evangélica del «venid y ved». En esta óptica iniciática, el catequista no es solamente un testigo, un instructor, un animador, un compañero; es también un «mediador», es decir, el que muestra y hace ver, facilita el descubrimiento del medio, pone en relación, establece vínculos personales y favorece así la aparición de un sentimiento de pertenencia a la comunidad cristiana. El (la) catequista es, hasta cierto punto, quien actualiza las virtualidades catequizantes de toda la comunidad.

3. Una pedagogía que apuesta a la libertad de avanzar a través de una amplia gama de posibilidades.
Hemos estado acostumbrados a una catequesis que ofrece cursos uniformes, con etapas que deben finalizarse a edades determinadas. Pero cabe aquí preguntarse si esta programación preestablecida favorece suficientemente el deseo y la libertad de los catequizados. Nos lamentamos cuando muchos adolescentes ejercen su libertad al término de la iniciación cristiana, abandonando toda práctica. Se les echa en cara su infidelidad o ligereza, mientras que ellos, por su parte, tienen el sentimiento de emanciparse de su condición infantil y de crecer. Más vale, pues, favorecer el ejercicio de la libertad desde el comienzo del proceso catequético.

La propuesta catecumenal es un modelo a este respecto. El proceso catecumenal está estructurado de tal forma, que existen una serie de etapas con sus respectivas metas. Pero la manera de recorrer cada etapa, el tiempo destinado para ello, va a variar según las personas. Abandonemos, pues, las edades determinadas de antemano para tal o cual etapa de iniciación. Procuremos, por el contrario, que si el niño comulga, si el adolescente proclama su fe, no sea porque llegó a la edad prevista para ello, sino porque su deseo ha madurado, y libremente ha hecho la solicitud para recibir el sacramento. Con todo, no se trata de esperar pasivamente a que el deseo nazca; esto llevaría, por demás, a relegar a los niños provenientes de familias culturalmente necesitadas. No. Es necesario estimular el deseo de los infantes y adolescentes, ofreciendo sistemáticamente catequesis por grupos de edad. A través de lo que se les ofrece, será necesario velar para que surja el deseo en cada niño, niña o adolescente, en relación con sus pares, en una dinámica de grupo, y en contacto con los adultos, de tal forma que sean ellos y ellas, como sujetos de la catequesis, quienes determinen el momento conveniente de avanzar a tal o cual etapa de su proceso de iniciación.

4. Una catequesis presacramental y postsacramental equilibradas.
Cuando se retoma la tradición catecumenal, conviene prever en el proceso de iniciación, tanto la catequesis que sigue a los sacramentos como la catequesis de preparación a los mismos. Las catequesis postsacramentales o mistagógicas, en particular, podrían ser la ocasión de encuentros intergeneracionales. Recordemos que, en la práctica catecumenal de los primeros siglos, toda la comunidad estaba invitada a participar en la catequesis mistagógica de los neófitos. Ésta era la forma como la comunidad acogía a los nuevos bautizados, y también la manera de entrar con ellos, y gracias ellos, en una catequesis permanente. A este respecto, sería muy oportuno favorecer en la actualidad las catequesis postsacramentales, las cuales se caracterizarían por abrir espacios para el diálogo entre jóvenes y adultos, lo que implicaría el mutuo testimonio de fe, beneficiándose así, tanto los unos como los otros..

5. Catequesis en redes que superen el nivel local.
La catequesis de los niños y adolescentes no podría circunscribirse únicamente al nivel parroquial local. Este nivel, por supuesto, es esencial; allí la comunidad cristiana tiene un rostro concreto y familiar. Recordemos, no obstante que, como en el catecumenado, no es la comunidad local aislada la que engendra la fe, sino la Iglesia diocesana en la que ella se inserta, y a través de la cual entra en comunión con la Iglesia universal. De aquí la importancia de la llamada decisiva por parte del obispo en el proceso catecumenal. Desde este punto de vista, es importante que la catequesis de los niños y adolescentes, aunque realizándose localmente, se conecte, a fortiori, con movimientos o redes (Taizé, Jornada Mundial de la Juventud, Movimiento Eucarístico Juvenil, etc.) que van más allá del nivel local, sobre todo cuando los recursos locales faltan. En estos tiempos de globalización, la catequesis no puede abstenerse de hacer experimentar a las jóvenes generaciones la diversidad y el alcance de la comunidad cristiana, y ha de hacerlo no sólo teóricamente, por medio de informaciones, sino también de manera práctica, mediante la participación en diversas iniciativas, en particular interparroquiales, o en redes que permitan hacer contactos y crear vínculos más allá del nivel local.

6. Nuevos ritmos y derroteros.
Por último, me parece que es necesario reconsiderar los ritmos y los derroteros del proceso de iniciación ofrecido a los jóvenes. La siguiente hipótesis plantea una renovación que toca aspectos fundamentales, pero sin pretender revolucionarlos, al tiempo que evita transiciones bruscas. En la actualidad, es un hecho que los jóvenes alcanzan generalmente una situación relativamente estable en lo profesional, lo afectivo y lo social, a partir de los 25 años. Por lo tanto, desde el punto de vista de la iniciación en la fe cristiana, se debe aprovechar este largo período, para proponer algunas etapas rituales inspiradas en el catecumenado.

Razones para tomarse el Hábito de una Hora Santa con el Señor

0

Razones para tomarse el Hábito de una Hora Santa con el Señor :
Jesús se apareció en 1674 a una «pequeña religiosa», santa Margarita María de Alacoque (1647-1690) mientras se hallaba en oración. No era la primera vez que Cristo se le manifestaba mostrándole su Corazón.

En aquella ocasión, Jesús le pidió la «Hora Santa» de reparación, a hacerse todas las noches entre el jueves y el viernes, desde las once hasta la medianoche. En aquella Hora se hacía partícipe de la tristeza de Jesús en Getsemaní.

Jesús le dijo:

“Todas las noches del jueves al viernes te haré participar de la mortal tristeza que quise padecer en el Huerto de los Olivos; tristeza que te reducirá a una especie de agonía más difícil de soportar que la muerte. Y para acompañarme en aquella humilde plegaria, que entonces presenté a mi Padre, te postrarás con la faz en tierra, deseosa de aplacar la cólera divina y en demanda de perdón por los pecadores”.

La difusión de esta práctica piadosa en el mundo católico estuvo íntimamente ligada al favor que encontró, en los siglos XVIII-XIX, el culto al Sagrado Corazón de Jesús.

La Hora Santa tiene tres características principales que se recogen en las memorias de santa Margarita María: la oración reparadora, la unión con Jesús sufriente en Getsemaní y los gestos de humillación.
Se trata por tanto de dedicar una hora a meditar los misterios cuando Cristo se sintió sólo y débil, como nosotros, y pide al Padre aparte el cáliz. Una hora para acompañarle, como el Ángel del huerto, místicamente, junto al sagrario.

Pero también hora santa se utiliza para designar el momento que cada uno dispone para estar a solas con el Señor, diariamente.

El famoso Venerable Fulton J. Sheen, famoso tele-radio-evangelista, prolífico escritor, director de la Sociedad Misionera de la Iglesia, predicador, amigo y confidente de muchos Papas mundialmente conocido, amado por millones, atribuyó su éxito a una sola cosa: una profunda relación con nuestro Señor y Salvador Jesucristo. El amor de este gran hombre de Dios se manifiesta en particular en su fidelidad a la oración diaria, lo que él llamaba su Hora Santa o Hour of Power.

Al final de su vida tomó la decisión de hacer retiros, después de que él se retiró como arzobispo de Rochester, Nueva York. Sin embargo, su audiencia era muy selecta y específica sólo sacerdotes y obispos.

Él los desafió, les dijo,

“cuando ustedes hablan no siempre los oyentes prestan atención. Sin embargo, cuando Él habla la gente escucha”.
La clave de Sheen fue hacer hincapié en la unión con Dios a través de la Hora Santa-The Hour of Power.

Los santos son los que están locamente enamorados de Jesucristo, de la cabeza a los pies. Este fuego de amor sólo puede ser encendido a través de la oración profunda y esa profunda oración se convierte en una realidad específica a través de la práctica de la Hora Santa diaria.

10 RAZONES PARA PRACTICAR LA HORA SANTA
Las siguientes son las diez razones por las que se debería llevar a cabo la práctica de la Hora Santa diaria.

Nunca te arrepentirás de incorporar la Hora de Poder en el tejido de tu rutina diaria, porque cambiará tu vida.

Sheen creía que la conversión del sacerdocio y el episcopado debería empezar por una prolongada y fervorosa oración, la Hora Santa/ Hora de Poder.
Nosotros deberíamos encontrar el tiempo para darle al Señor. Podemos fácilmente pasar más de una hora frente a la televisión o a la computadora o hablando con un amigo o simplemente perdiendo el tiempo. ¿Por qué no dar al Señor y Creador del cielo y de la tierra una hora del día?

1 – EVITA EL PECADO
Existe una relación directa entre el pecado y la falta de oración.

Ejemplo: Los Apóstoles en el Jardín. Para evitar el pecado necesitamos la gracia de Dios, esto viene especialmente a través de la oración y los sacramentos.

2 – SE APRENDE EL ARTE DE LA ORACIÓN
San Alfonso decía que el arte de todas las artes es el de la oración.

En cualquier profesión o empresa la perfección viene después del trabajo duro.

Sin dolor no hay ganancia. Atletas olímpicos entrenan años antes de sus actuaciones.

¿No deberíamos dar al Señor nuestro tiempo, los esfuerzos y la buena voluntad y aprender a orar más y mejor?

3 – MEJORA LA RECEPCIÓN DE LA EUCARISTÍA
De hecho, la vida sacramental mejora cuando se mejora la vida de oración personal.

Jesús se hace más real en la Sagrada Comunión. En lugar de una recepción fría, debemos recibir a Jesús con fuego, pasión y amor.

4 – EVITA LA MEDIOCRIDAD
Vivimos en un mundo con indiferencia religiosa. El mensaje del Papa para la Cuaresma 2015 hablaba de la globalización de la indiferencia. ¡Dios aborrece esto!

Leemos esto en el libro de Apocalipsis 3: “Tú no eres ni frío ni caliente, sino tibio, yo te vomitaré de mi boca…” (a la Iglesia de Laodicea)

5 – INICIA INCENDIOS EN NUESTRO CORAZÓN
La Oración pone a nuestros corazones en llamas, al igual que los discípulos en el camino a Emaús:

“¿No es verdad que, cuando él nos hablaba en el camino y nos explicaba las escrituras, sentíamos como que un fuego ardía en nuestros corazones?” (Lucas 24)

6 – AYUDA A SUPERAR MALOS HÁBITOS
El dicho es muy cierto: “Dime con quién andas y te diré quién eres”.

Si pasamos este tiempo de calidad con Jesús entonces vamos a empezar a imitarlo. Y entonces podremos ser capaces de decir con San Pablo: “Ya yo no vivo en mí, sino es Cristo quien vive en mí”.

7 – BENDICE A TU FAMILIA
Todos tenemos muchos problemas familiares que nos gustaría resolver, y probablemente hemos tratado de solucionarlos sin mucho éxito.

Primero debemos hablar con Dios un largo tiempo y luego podemos hablar con otros acerca de Dios. Así se dijo de Santo Domingo que iba a hablar primero a Dios y luego hablar de Dios a los demás.

8 – DA PAZ EN EL ALMA
Vivimos en un mundo agitado por el activismo. Como Marta, muchos de nosotros preferimos trabajar más que rezar cayendo en el activismo o la horizontalidad. En consecuencia vivimos estresados y así estresamos a otros también.

Carecemos de profunda oración. La Profunda oración nos da la profunda paz. Nuestro Dios fue llamado Emmanuel que significa Dios con nosotros. Él es el Príncipe de la paz.

9 – ES ÚTIL PARA SALVACIÓN DE NUESTRAS ALMAS Y LAS DE OTROS
San Alfonso dice: “No hay personas débiles o fuertes, pero sí hay personas que saben cómo orar y aquellas que no saben cómo orar”.

La oración ferviente junto con la penitencia son claves para la apertura del corazón de Dios para la conversión de los pecadores.

En primer lugar, el Cura de Ars oró muchas horas, derramó lágrimas abundantes y practicó severa penitencia y luego su parroquia se convirtió.

Si realmente supiéramos el valor de un alma inmortal, vamos a pasar mucho más tiempo de rodillas rogando por la conversión de los pecadores y sus almas inmortales.

Nuestras almas han sido redimidas por la sangre preciosa del Cordero de Dios que quita los pecados del mundo.

10 – JESÚS Y MARÍA SE REGOCIJAN

El hecho de que hayas tomado la decisión de dar al Señor una hora, la Hora Santa, es un signo de buena voluntad y esto hace que el Corazón de Jesús se regocije.

Cuando alguien viene a visitarnos con buena voluntad nos alegramos por esta muestra de amistad.

Jesús queda aún más agradecido. Al pasar una hora en la presencia de Jesús, Él se convertirá en tu mejor amigo en este tiempo y por toda la eternidad.

CON LO QUE HACES AHORA DECIDES TU INFIERNO O TU CIELO

0

CON LO QUE HACES AHORA DECIDES TU INFIERNO O TU CIELO :
Pasamos ya la conmemoración de los Fieles Difuntos, rezamos por ellos, por nosotros, pero nos queda siempre presente la misma pregunta:

¿Y después de la muerte, qué?

Las respuestas pueden ser muchas. Si las intentamos reducir a lo esencial, nos encontramos con tres respuestas fundamentales.

La primera: después de la muerte no hay nada. Tú, yo, todos, nos vamos a desintegrar, desaparecemos. Nuestras partículas, olvidadas de lo que fueron, irán a parar a mil lugares distintos. Algunos serán recordados, pero la fama de los grandes hombres no les permite disfrutar un minuto de alegría después de atravesar la frontera del “no retorno”. Tampoco habrá justicia: el criminal, el ladrón, el traidor, se habrán ido, quizá sin haber sido castigados por la justicia humana. Una vez muertos, nadie podrá pedirles cuentas de sus fechorías…

La segunda: después de la muerte empieza una nueva vida terrena, o incluso sigue una serie de vidas (dos, tres, cinco, ¿mil?). Es decir, quizá nos reencarnemos. Nuestra alma volará y tomará otro cuerpo, tendrá una nueva existencia. Quizá seremos una mariposa, o un cangrejo, o un perro que persigue conejos en praderas interminables. Se inicia así una “segunda oportunidad”. Y esto nos llena de un cierto alivio: si lo hicimos todo mal en la vida anterior, quizá en la nueva podremos portarnos bien y merecer, en la siguiente reencarnación, un cuerpo un poco mejor del que nos haya tocado ahora.

La teoría de la reencarnación presenta muchas variantes según la respuesta que se dé a estas preguntas. ¿Cada uno escoge su nuevo tipo de vida? ¿Cuántas veces uno se puede reencarnar? ¿Y después? ¿Hay algún Dios que juzga y que decide el cuerpo que nos va a tocar? Lo extraño es que ninguno (al menos, de los que yo conozco) recuerda que tuvo una vida anterior a la que ahora tiene. Ni hemos visto a un perro o a un gato contarnos lo que hicieron cuando estaban al lado de Napoleón en la batalla de Waterloo… Pero la idea de una segunda oportunidad nos tienta de un modo extraño, y, tal vez, nos hace valorar poco la existencia que ahora tenemos. Y eso puede ser muy peligroso.

La tercera respuesta: después de la muerte, hay un juicio, y unos van al cielo y otros van al infierno. Sin más: no existe una “segunda oportunidad” en una eventual futura reencarnación… Cristianos, musulmanes y bastantes autores del judaísmo aceptan esta respuesta, si bien difieren en lo que sea el cielo o el infierno, o en el modo en el cual procederá el juicio.

Desde este último punto de vista, la vida actual, esta única vida antes del juicio, adquiere un valor enorme. Lo que yo hago ahora no se perderá en el universo (como se piensa en la primera respuesta), ni tendré una nueva ocasión de actuar mejor gracias a una reencarnación (segunda respuesta). Ahora determino y decido lo que va a ser, eternamente, mi existencia en la otra vida. Decido mi cielo o mi infierno.

Delante de la frontera de la muerte, la ciencia se detiene. Nos dice cuándo uno ya dejó de vivir la existencia que tuvo entre nosotros. Nos explica la descomposición del cuerpo, la destrucción total del cerebro, pero no lo que pasa al espíritu. Lo que hay al otro lado escapa al microscopio más perfecto. El mundo del espíritu es invisible, y la ciencia, menos mal, no puede tocarlo. Lo triste es vivir con un corazón eterno como si fuésemos un pedazo de materia orgánica obtenida por la casualidad evolutiva, sin esperanza ni amor.

Nos entusiasma poder amar y vivir en esta tierra. Nos llena de alegría acariciar a un niño o contemplar una estrella. Nos conmueve la ternura de un anciano y la mirada serena y tranquila de algunos “locos” que nos penetran con sus ojos entre compasivos y alegres. Pero, lo creemos de verdad, no somos capaces de intuir lo que nos espera más allá de la muerte.

Esta vida vale tanto que Dios quiso vivirla con nosotros. Cristo, el Hijo de Dios, dejó abierto el camino hacia el cielo. Nos reveló que hay un juicio, que el amor es todo, que el peligro del infierno acecha tras la muerte. Vale mucho nuestra vida, valen mucho nuestros actos. Pero no estamos solos. Desde una Cruz Jesús, el Resucitado, nos acompaña en nuestros dolores y fatigas. Y nos espera, para siempre, en la casa del Padre.

Noviembre, mes para meditar

0

Noviembre, mes para meditar :
El día está desapacible….soledad en la Capilla, la luz roja parpadea y tu estás ahí Señor… y yo como siempre estoy frente a ti y no se por qué tengo un sentimiento de melancolía…debe ser el mes de noviembre. Este mes que nos llena de recuerdos de los seres que ya no podemos ver, lugares vacíos, ecos de voces queridas … que ya no oímos, siluetas y rostros que llevamos en nuestro corazón, pero…que ya no están.

Es el mes en que se habla de la muerte y los crepúsculos tienen una luz mortecina y el viento que va arrancando las hojas de los árboles nos habla de la proximidad del invierno. Si tuviera color le pondríamos un tono gris, serio y formal, con pinceladas de color cobre y oro….

Es el mes en que el pensamiento de la muerte nos pone inquietos pero solo por unos días pues pronto nos liberamos de este, para seguir, con alegría inconsciente, sumergiéndonos en el bullicio de la vida.

Pensar, meditar en la muerte no nos gusta. No estamos preparados para ello y tan solo nos causa desasosiego. Sabemos que algún día llegará… Tu, Jesús, nos dices: Velad, porque no sabeís ni el día ni la hora. Estad alerta, para no ser sorprendidos.

La muerte ha de llegar, eso no cabe duda, pero tu Señor, nos trajiste la esperanza de la resurrección. Creer en que vamos a resucitar es algo que nos aligera el alma y que en realidad no es la muerte sino una transformación de la propia vida.

Y San Pablo nos dice en su primera carta a los corintios: Ahora bien, si se predica que Cristo ha resucitado de entre los muertos, ¿cómo andan diciendo algunos de entre vosotros que no hay resurrección de muertos?.Si no hay resurrección de muertos, tampoco Cristo resucitó y si no resucitó Cristo, vana es nuestra predicación, vana también vuestra fe. Pero no, Cristo resucitó de entre los muertos como primicia de los que se durmieron

Esta fe es la que nos alimenta, Señor, y hace que tengamos una esperanza en esa muerte como la puerta hacia la otra vida, hacia la vida eterna.

Pero eso si, ese viaje a la eternidad nos obliga a tener listo «el equipaje», nos hace vivir día a día con el esfuerzo y la voluntad de ser mejores. No podemos despreciar el momento presente para obtener méritos que serán presentados ante tu Juicio, Señor.

Los seres queridos que se fueron nos impelen de mil formas y momentos a que preparemos «ese camino» y ese final de nuestra vida terrena, porque ellos ya saben que el gozo será infinito cuando traspasemos esa temida puerta de la muerte y podamos contemplar el rostro de tu amado Padre, el tuyo , el de tu Santísima Madre y también el de todos los que se nos adelantaron.

Mes de noviembre…. mes para meditar.

Viaje al Purgatorio

0

Viaje al Purgatorio :
Seguramente muchos se preguntarán «a ver, qué es eso del Purgatorio», y tal vez lleguen a pensar que es un invento de los curas o una creencia de la gente de antes, pasada de moda. Digamos, antes de nada, que la existencia del Purgatorio es un dogma de fe y que en la práctica el pueblo cristiano siempre ha demostrado creer en él. No se explicaría de otra manera la asidua costumbre rezar por los muertos.

En muchas de nuestras iglesias aparecen cuadros o relieves que intentan de alguna manera reflejar el tormento de las almas del Purgatorio, envueltas en llamas, suspirando por llegar a Dios, pero con una gran diferencia de las representaciones del infierno. En todo caso, es normal que nos preguntemos por qué ha de existir un purgatorio.

Todos somos conscientes de que en esta vida hay personas muy buenas que se sacrifican por los demás, que son todo un ejemplo de generosidad, paciencia, fe… y que tampoco faltan quienes se dedican a abusar de los demás, a explotarlos, gente egoísta, soberbia, cruel… Algo nos dice que tiene que hacerse justicia en el momento de la muerte, de modo que no sea indiferente ser bueno o malo. Todas las religiones hablan de premio o castigo. Es verdad que los cristianos creemos en la misericordia de Dios y por ello, aunque exista la posibilidad de la condenación eterna, nos parece acorde con el amor de Dios que exista un castigo merecido de carácter temporal. Eso es el Purgatorio, una especie de tormento purificador que no es eterno.

Las representaciones artísticas del Purgatorio y del Infierno difieren enormemente: mientras en el infierno sólo se ven rostros de desesperación y diablos y bichos raros, en las que hacen referencia al Purgatorio está también representado Dios, la Virgen María y el Cielo; aparecen rostros doloridos, pero no desesperados. Y nada de diablos. Ya sabemos que éstas imágenes, más bien propias de otras épocas, son sencillamente maneras de ayudarnos a entender una realidad mucho más profunda. No hace falta ningún lugar para sufrir, sino que es suficiente el tormento del alma.

Aunque haya personas, entre las que se incluyen santos canonizados, que dicen haber entrado en contacto con las almas del Purgatorio, no es esa nuestra experiencia. Pero sí que podemos partir de algunas experiencias de esta vida para intentar comprender un poco esta posibilidad de tener que sufrir después de la muerte. Si hay alguno que no cree en estas cosas le diremos que allá él, pero que sepa que algún día, tal vez no muy lejano, podrá enterarse por sí mismo.

Veamos. El ser humano es fundamentalmente el mismo antes y después de la muerte. Se supone que muchas de las experiencias de esta vida han de tener bastante parecido con la vida futura. Aquí y allí el hombre busca la felicidad, aquí y allí puede sufrir, aquí y allí necesita amar y ser amado. Vistas así las cosas se entiende aquello de que el fuego del Infierno y el fuego del Purgatorio sea el mismo que el fuego del Cielo.

Empecemos por el fuego del Cielo. Es el fuego del amor. Si una persona está profundamente enamorada se dice que su corazón arde en deseos de encontrarse con la persona amada, y no puede encontrar mayor felicidad que en sentirse unido a esa persona. Así y no de otra manera es el amor de Dios. “La alegría que encuentra el esposo con su esposa la encontrará tu Dios contigo”, nos dice Isaías.

Ahora bien, supongamos que una persona muy enamorada le hace a su amante una faena tan grande que pierde para siempre su amor, al tiempo que sigue enamorada. Eso sería el infierno: descubrir toda la belleza del amor de Dios y perderlo para siempre. Es la situación desesperada de quien experimenta un terrible remordimiento sin posibilidad de vuelta atrás, tanto más amargo cuanto mayor es el amor que siente. Ojalá nadie tenga que vivir esta situación y que el infierno no pase de ser una posibilidad nunca hecha realidad.

Pero supongamos que un marido muy enamorado ofende a su esposa, o viceversa, de tal manera que la persona ofendida no decide cortar definitivamente, pero sí durante una temporada. De momento le deja. Seguro que quien se ha portado mal siente un enorme remordimiento pesar, y que se le hacen largos los días esperando volver a encontrarse con su amor.

En los tres casos, cielo, infierno y purgatorio, se trata de haber descubierto el fuego del amor de Dios, disfrutando de él, perdiéndolo para siempre o sufriendo mientras se espera algún día gozar de él.

Si en esta vida todo el mundo trata de evitar la cárcel, aunque sea por un breve período de tiempo, también merece la pena evitar la cárcel del Purgatorio. Sin embargo con frecuencia vivimos de forma bastante irresponsable. No se trata de negar la misericordia de Dios, sino de su incompatibilidad con el pecado. Si un amigo nos invita a una boda no se nos ocurre ir sucios y mal olientes, por mucha confianza que tengamos con él. No hace falta que nadie nos lo recuerde. Cuando, tras la muerte, seamos conscientes de la belleza de Dios y la fealdad de nuestro pecado, nosotros mismos comprenderemos la necesidad de purificarnos.

Si, como decía la canción “para entrar en el cielo no es preciso morir”, para saber lo que es el Purgatorio tampoco. ¡Cuántas veces se pasa por él en esta misma vida! Por eso en los momentos de sufrimiento deberíamos tener en cuenta aquello de que no hay mal que por bien no venga. Aceptemos el dolor del cuerpo y del alma como una purificación de nuestros pecados.

San Martín de Porres

0

San Martín de Porres :
El racismo, esa distinción que hacemos los hombres distinguiendo a nuestros semejantes por el color de la piel es algo tan sinsentido como distinguirlos por la estatura o por el volumen de la masa muscular. Y lo peor no es la distinción que está ahí sino que ésta lleve consigo una minusvaloración de las personas -necesariamente distintas- para el desempeño de oficios, trabajos, remuneraciones y estima en la sociedad. Un mulato hizo mayor bien que todos los blancos juntos a la sociedad limeña de la primera mitad del siglo XVII.

Fue hijo bastardo del ilustre hidalgo -hábito de Alcántara- don Juan de Porres, que estuvo breve tiempo en la ciudad de Lima. Bien se aprecia que los españoles allá no hicieron muchos feos a la población autóctona y confiemos que el Buen Dios haga rebaja al juzgar algunos aspectos morales cuando llegue el día del juicio, aunque en este caso sólo sea por haber sacado del mal mucho bien. Tuvo don Juan dos hijos, Martín y Juana, con la mulata Ana Vázquez. Martín nació mulato y con cuerpo de atleta el 9 de diciembre de 1579 y lo bautizaron, en la parroquia de San Sebastián, en la misma pila que Rosa de Lima.

La madre lo educó como pudo, más bien con estrecheces, porque los importantes trabajos de su padre le impedían atenderlo como debía. De hecho, reconoció a sus hijos sólo tardíamente; los llevó a Guayaquil, dejando a su madre acomodada en Lima, con buena familia, y les puso maestro particular.

Martín regresó a Lima, cuando a su padre lo nombraron gobernador de Panamá. Comenzó a familiarizarse con el bien retribuido oficio de barbero, que en aquella época era bastante más que sacar dientes, extraer muelas o hacer sangrías; también comprendía el oficio disponer de yerbas para hacer emplastos y poder curar dolores y neuralgias; además, era preciso un determinado uso del bisturí para abrir hinchazones y tumores. Martín supo hacerse un experto por pasar como ayudante de un excelente médico español. De ello comenzó a vivir y su trabajo le permitió ayudar de modo eficaz a los pobres que no podían pagarle. Por su barbería pasarán igual labriegos que soldados, irán a buscar alivio tanto caballeros como corregidores.

Pero lo que hace ejemplar a su vida no es sólo la repercusión social de un trabajo humanitario bien hecho. Más es el ejercicio heroico y continuado de la caridad que dimana del amor a Jesucristo, a Santa María. Como su persona y nombre imponía respeto, tuvo que intervenir en arreglos de matrimonios irregulares, en dirimir contiendas, fallar en pleitos y reconciliar familias. Con clarísimo criterio aconsejó en más de una ocasión al Virrey y al arzobispo en cuestiones delicadas.

Alguna vez, quienes espiaban sus costumbres por considerarlas extrañas, lo pudieron ver en éxtasis, elevado sobre el suelo, durante sus largas oraciones nocturnas ante el santo Cristo, despreciando la natural necesidad del sueño. Llamaba profundamente la atención su devoción permanente por la Eucaristía, donde está el verdadero Cristo, sin perdonarse la asistencia diaria a la Misa al rayar el alba.

Por el ejercicio de su trabajo y por su sensibilidad hacia la religión tuvo contacto con los monjes del convento dominico del Rosario donde pidió la admisión como donado, ocupando la ínfima escala entre los frailes. Allí vivían en extrema pobreza hasta el punto de tener que vender cuadros de algún valor artístico para sobrevivir. Pero a él no le asusta la pobreza, la ama. A pesar de tener en su celda un armario bien dotado de yerbas, vendas y el instrumental de su trabajo, sólo dispone de tablas y jergón como cama.

Llenó de pobres el convento, la casa de su hermana y el hospital. Todos le buscan porque les cura aplicando los remedios conocidos por su trabajo profesional; en otras ocasiones, se corren las voces de que la oración logró lo improbable y hay enfermos que consiguieron recuperar la salud sólo con el toque de su mano y de un modo instantáneo.

Revolvió la tranquila y ordenada vida de los buenos frailes, porque en alguna ocasión resolvió la necesidad de un pobre enfermo entrándolo en su misma celda y, al corregirlo alguno de los conventuales por motivos de clausura, se le ocurrió exponer en voz alta su pensamiento anteponiendo a la disciplina los motivos dimanantes de la caridad, porque «la caridad tiene siempre las puertas abiertas, y los enfermos no tienen clausura».

Pero entendió que no era prudente dejar las cosas a la improvisación de momento. La vista de golfos y desatendidos le come el alma por ver la figura del Maestro en cada uno de ellos. ¡Hay que hacer algo! Con la ayuda del arzobispo y del Virrey funda un Asilo donde poder atenderles, curarles y enseñarles la doctrina cristiana, como hizo con los indios dedicados a cultivar la tierra en Limatombo. También los dineros de don Mateo Pastor y Francisca Vélez sirvieron para abrir las Escuelas de Huérfanos de Santa Cruz, donde los niños recibían atención y conocían a Jesucristo.

No se sabe cómo, pero varias veces estuvo curando en distintos sitios y a diversos enfermos al mismo tiempo, con una bilocación sobrenatural.

El contemplativo Porres recibía disciplinas hasta derramar sangre haciéndose azotar por el indio inca por sus muchos pecados. Como otro pobre de Asís, se mostró también amigo de perros cojos abandonados que curaba, de mulos dispuestos para el matadero y hasta lo vieron reñir a los ratones que se comían los lienzos de la sacristía. Se ve que no puso límite en la creación al ejercicio de la caridad y la transportó al orden cósmico.

Murió el día previsto para su muerte que había conocido con anticipación. Fue el 3 de noviembre de 1639 y causada por una simple fiebre; pidiendo perdón a los religiosos reunidos por sus malos ejemplos, se marchó. El Virrey, Conde de Chinchón, Feliciano de la Vega -arzobispo- y más personajes limeños se mezclaron con los incontables mulatos y con los indios pobres que recortaban tantos trozos de su hábito que hubo de cambiarse varias veces.

Lo canonizó en papa Juan XXIII en 1962.

Desde luego, está claro que la santidad no entiende de colores de piel; sólo hace falta querer sin límite.

¿Qué nos enseña su vida?

La vida de San Martín nos enseña:

A servir a los demás, a los necesitados. San Martín no se cansó de atender a los pobres y enfermos y lo hacía prontamente. Demos un buen servicio a los que nos rodean, en el momento que lo necesitan. Hagamos ese servicio por amor a Dios y viendo a Dios en las demás personas.

A ser humildes. San Martín fue una persona que vivió esta virtud. Siempre se preocupó por los demás antes que por él mismo. Veía las necesidades de los demás y no las propias. Se ponía en el último lugar.
A llevar una vida de oración profunda. La oración debe ser el cimiento de nuestra vida. Para poder servir a los demás y ser humildes, necesitamos de la oración. Debemos tener una relación intima con Dios

A ser sencillos. San Martín vivió la virtud de la sencillez. Vivió la vida de cara a Dios, sin complicaciones. Vivamos la vida con espíritu sencillo.

A tratar con amabilidad a los que nos rodean. Los detalles y el trato amable y cariñoso es muy importante en nuestra vida. Los demás se lo merecen por ser hijos amados por Dios.

A alcanzar la santidad en nuestra vidas. Por alcanzar esta santidad, luchemos…

A llevar una vida de penitencia por amor a Dios. Ofrezcamos sacrificios a Dios.

San Martín de Porres se distinguió por su humildad y espíritu de servicio, valores que en nuestra sociedad actual no se les considera importantes. Se les da mayor importancia a valores de tipo material que no alcanzan en el hombre la felicidad y paz de espíritu. La humildad y el espíritu de servicio producen en el hombre paz y felicidad.