jueves, marzo 13, 2025
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Oraciones a Nuestra Senora de la Altagracia

Oraciones a Nuestra Senora de la Altagracia :
Consagración de la familia a la Virgen María de la Altagracia.
¡Oh Madre de La Altagracia!
Queremos consagrarnos a Ti.
Y por eso te reconocemos a partir de este día
como Reina de nuestra familia.
Virgen María de La Altagracia,
hoy consagramos nuestras vidas a Ti.

Sentimos necesidad constante de tu presencia
para que nos protejas, nos guíes y nos consueles.
Sabemos que en Ti encontramos el amor de una madre
y todos los ejemplos de la primera discípula de Jesús.
Tú nos dices con mucha sabiduría:
Hagan todo lo que Él diga.
Dios nos conceda la Alta Gracia de vivir para Ti,
de amarte, escucharte e imitarte hoy y siempre;
ayúdanos a ser padres ejemplares para nuestros hijos.
Amadísima Madre de La Altagracia,
enséñanos y a nuestros hijos a amar a Jesús.
Haznos dignos de Jesús y de Ti, Madre,
y que la Consagración de este día,
nos una más a Ti y a tu Hijo.
Santa María Virgen de La Altagracia, Reina de nuestra
familia, ¡Ruega por nosotros! ¡Ruega por nuestros
jóvenes! ¡Ruega por nuestras familias! Amén.

El Magníficat
Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava.
Desde ahora me felicitarán todas las generaciones porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí. Su nombre es Santo y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación.
Él hace proezas con su brazo, dispersa a los soberbios de corazón. Derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes. A los hambrientos los colma de bienes y a los ricos despide vacíos.
Auxilia a Israel su siervo, acordándose de su santa alianza según lo había prometido a nuestros padres en favor de Abrahán y su descendencia por siempre.
Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo como era en principio ahora y siempre por los siglos de los siglos.
Amen.

Oración de Consagración a la Virgen de la Altagracia
Oh Señora y Madre mía de Altagracia.
Con filial cariño vengo
A ofrecerte en este día
Cuanto soy y cuanto tengo:
Mis ojos para mirarte
Mi voz para bendecirte
Mi vida para servirte,
Mi corazón para amarte
Acepta, Madre, este don
Que te ofrenda mi cariño
Y guárdame como a un niño
Cerca de tu corazón.
Que nunca sea traidor
Al amor que hoy me enajena
Y que desprecie sin pena
Los halagos de otro amor.
Aunque el dolor me taladre
Y haga de mí un crucifijo
Que yo sepa ser tu hijo,
Que sienta que tu eres mi Madre.
En la dicha, en la aflicción
En mi vida, en mi agonía
«mírame con compasión
No me dejes Madre mía».

Oración del Papa Juan Pablo II a la Virgen de la Altagracia:

“Dios te salve, María, llena de gracia:
Te saludo, Virgen María, con las palabras del Ángel.
Me postro ante tu imagen, Patrona de la República Dominicana,
para proclamar tu bendito nombre de la Altagracia.
Tú eres la “llena de gracia”, colmada de amor por el Altísimo,
fecundada por la acción del Espíritu,
para ser la Madre de Jesús, el Sol que nace de lo alto.
Te contemplo, Virgen de la Altagracia,
en el misterio que revela tu imagen:
el Nacimiento de tu Hijo, Verbo encarnado,
que ha querido habitar entre nosotros,
al que tú adoras y nos muestras
para que sea reconocido como Salvador del mundo.”

Oración para todos los días de la novena a Nuestra Señora de la Altagracia.

¡Oh Madre de la Divina Sabiduría y, por Eso, Madre de Dios de Altagracia!
Postrado a tus plantas, este miserable hijo tuyo viene a pedir le alcances dos gracias en esta Novena. La primera es una alta gracia de grande honra y gloria para Cielos y tierra; pues lo es la exaltacion de nuestra Santa Fe Católica, la paz y concordia entre los pueblos cristianos. La Segunda es la gracia justificante para este arrepentido pecador que ya aborrece los viles deleites de la culpa y propone no ofender más a la bondad infinita. Por tu mano, Señora, espero esta misericordia, para que después de servirte en esta vida, llegue a gozar en la otra, de la Divina gracia. Para que más bien pueda contar las misericordias de Dios, te pido atiendas mi necesidad y me concedas la gracia que te voy a pedir. (Intenciones libres… y después sigue) Así, Madre mía, lo espero de tu piadosa liberalidad; más si acaso no conviniese mi petición, me resigno a tu Santísima voluntad. Dame paciencia para tolerar los trabajos y penas de esta vida, hasta el fin dichoso de verte con tu Hijo Jesús en la gloria . Amén.

El Rezo de Ángelus;

El Ángel del Señor anuncio a María;
Y concibió por obra del Espíritu Santo.
Dios te salve, María……

Aquí está la esclava del Señor;
Hágase en mí según tu palabra.
Dios te salve, María……

Y el Hijo de Dios se hizo hombre;
Y habitó entre nosotros.
Dios te salve, María……

Ruega por nosotros Santa Madre de Dios.
Para que seamos dignos de las promesas de Cristo.
Dios te salve, María…..

Oración: Derrama, Señor, tu gracia sobre nosotros, que, por el anuncio del Ángel, hemos conocido la encarnación de tu Hijo, para que lleguemos, por su pasión y su cruz, y con la intercesión de la Virgen María, a la gloria de la resurrección.
Por Jesucristo, Nuestro Señor. Amén.

Ave María
Dios te salve, María, llena eres de gracia,
El Señor es contigo.
Bendita tú eres entre todas las mujeres,
Y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.
Santa María, Madre de Dios,
Ruega por nosotros, pecadores,
Ahora y en la hora de nuestra muerte.
Amen.
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Te averguenzas de tu fe

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Te averguenzas de tu fe :
El video que acompaña a este artículo nos muestra a un grupo de jóvenes (y no tanto) católicos que responden dos preguntas: ¿qué es lo que más les gusta de ser cristiano?, ¿qué te avergüenza de serlo? Es parte de un evento de la Arquidiócesis de Lima cuyo objetivo fue celebrar como católicos en una reunión masiva la llegada del Espíritu Santo en Pentecostés, pero ¿por qué no hacernos el mismo cuestionamiento nosotros hoy?

Pienso que todos los cristianos del mundo compartimos unas mismas alegrías y algunas tantas inquietudes. Jesús nos transformó la vida, nos dio su amor, ayudó a seres queridos y nos mostró un ideal de plenitud que por nosotros mismos no hubiéramos sido capaces de alcanzar. Cada cristiano debe estar maravillado y agradecido por todas las bendiciones que nos da Dios. Hasta este punto todos experimentamos un orgullo por ser cristianos. Sin embargo, luego viene una pregunta que nos puede cuestionar a todos: ¿qué nos da vergüenza de ser cristianos?

Es un buen momento para darse un tiempo y examinar esto. ¿Qué creo que piensan los demás de que sea cristiano? ¿Me importa lo que puedan decir de mí? ¿Soy capaz de hacer una manifestación pública de mi fe? ¿Doy testimonio no solo con el ejemplo sino también con la palabra? Muchas otras preguntas podrían surgir, pero todas giran a partir de la misma problemática: ¿tengo miedo a ser rechazado por ser cristiano?

Ahora bien, si es que la respuesta a esta pregunta es afirmativa, se pueden presentar varias alternativas de solución que están presentes en el video. En primer lugar, tenemos que ponernos a pensar: ¿cómo sería mi vida si Jesús no hubiera entrado en ella? ¿Dónde estaría, que haría, que pensaría? Además, ¿qué hubiera pasado si la persona que me presentó a Jesús hubiera tenido miedo de anunciarlo? Contestando sinceramente estas preguntas nos podremos dar cuenta de dos cosas: Jesús me ha amado y ha dado su vida por mí, y es lo más importante que me ha pasado en mi vida y si otras personas me han transmitido esta buena noticia, yo también puedo, y debo hacerlo.

Por otro lado el final del video nos muestra otra razón para no consentir el miedo a anunciarlo: la invitación personal de Dios, a través de San Pablo, a hacerlo:

Por eso te aconsejo que reavives el don de Dios que te fue conferido, porque Dios no nos ha dado un espíritu de temor, sino de fortaleza. No te avergüences, pues, de dar testimonio de Nuestro Señor .2 Tim 1,6-8

Y no es la única cita:

Y ustedes no han recibido un espíritu de esclavos para recaer en el temor; antes bien, han recibido un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abbá, Padre! El Espíritu mismo se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios.Rm 8,15-16.

Finalmente, San Juan nos dice:

No cabe temor en el amor; antes bien, el amor pleno expulsa el temor, porque el temor entraña castigo; quien teme no ha alcanzado la plenitud en el amor. Nosotros amamos, porque Él nos amó primero.1 Jn 4,18-19

Lo que estas citas nos manifiestan es que el que ama a alguien, nunca tiene vergüenza de Él. Sin embargo, Dios sabe que nos cuesta amar, que nos cuesta anunciarlo. Por esto, Él nos da la posibilidad de amar, amándonos primero, y de anunciarlo regalándonos su Espíritu para que nos dé fortaleza e inteligencia.

Propongo meditar en estas preguntas en un ambiente de confianza y apertura:

¿Qué cosas ha hecho el Señor por mí? ¿Cómo se ha manifestado su amor en mi vida?
¿Estoy orgulloso de ser cristiano? ¿Tengo miedo de anunciarlo a veces? ¿Por qué?
¿Qué pienso de estas invitaciones fuertes del Señor para qué lo anuncie?
¿Veo a Dios ayudándome a anunciarlo?

El Árbol de Navidad

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El Árbol de Navidad :
Este mes celebramos el Nacimiento de Jesús. Este acontecimiento está rodeado de costumbres y tradiciones que hoy recordaremos.

Un poco de historia

Las tradiciones y costumbres son una manera de hacer presente lo que ocurrió, o lo que se acostumbraba hacer, en tiempos pasados. Son los hechos u obras que se transmiten de una generación a otra de forma oral o escrita. La palabra tradición viene del latín traditio que viene del verbo tradere, que significa entregar. Se podría decir que tradición es lo que nuestros antepasados nos han entregado.

En el caso de la Navidad, lo más importante de las tradiciones y costumbres no es sólo su aspecto exterior, sino su significado interior. Se debe conocer por qué y para qué se llevan a cabo las tradiciones y costumbres para así poder vivirlas mejor. Este es un modo de evangelizar.
Existen muchas tradiciones y costumbres que se celebran en el tiempo de Adviento y de la Navidad, una de ellas es, el árbol de Navidad.

El Árbol De Navidad

Los antiguos germanos creían que el mundo y todos los astros estaban sostenidos pendiendo de las ramas de un árbol gigantesco llamado el “divino Idrasil” o el “dios Odín”. En cada solsticio de invierno, cuando suponían que se renovaba la vida, le rendían un culto especial.

La celebración de ese día consistía en adornar un árbol de encino con antorchas que representaban a las estrellas, la luna y el sol. En torno a este árbol, bailaban y cantaban adorando a su dios.

Cuentan que San Bonifacio, evangelizador de Alemania e Inglaterra, derribó el árbol que representaba al dios Odín, y en el mismo lugar plantó un pino, símbolo del amor perenne de Dios y lo adornó con manzanas y velas, dándole un simbolismo cristiano: las manzanas representaban las tentaciones, el pecado original y los pecados de los hombres; las velas representaban a Cristo, la luz del mundo y la gracia que reciben los hombres que aceptan a Jesús como Salvador. Esta costumbre se difundió por toda Europa en la Edad Media y con las conquistas y migraciones, llegó a América.

Poco a poco, la tradición fue evolucionando: se cambiaron las manzanas por esferas y las velas por focos que representan la alegría y la luz que Jesucristo trajo al mundo.

Las esferas y sus colores, actualmente simbolizan las oraciones que hacemos durante el periodo de Adviento:

azules simbolizan oraciones de arrepentimiento

plateadas, de agradecimiento

doradas, de alabanza

rojas, de petición
Se acostumbra poner una estrella en la punta del pino que representa la fe que debe guiar nuestras vidas.

También se suele adornar con diversas figuras el árbol de Navidad. Éstos representan las buenas acciones y sacrificios, los “regalos” que le daremos a Jesús en la Navidad.

Para aprovechar la tradición: Adornar el árbol de Navidad a lo largo de todo el Adviento, explicando a los niños cada simbolismo. Los niños pueden elaborar sus propias esferas (24 a 28, dependiendo de los días que tenga el Adviento) con una oración o un propósito en cada una. Conforme pasen los días, las van colgando en el árbol de Navidad hasta Nochebuena.

Algo que no debes olvidar

Las tradiciones y costumbres son una manera de hacer presente lo que ocurrió, o lo que se acostumbraba hacer, en tiempos pasados. Son los hechos u obras que se transmiten de una generación a otra de forma oral o escrita. La palabra tradición viene del latín traditio que viene del verbo tradere, que significa entregar. Se podría decir que tradición es lo que nuestros antepasados nos han entregado.
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La Navidad es un encuentro

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La Navidad es un encuentro :
Prepararse para la Navidad con la oración, la caridad y la alabanza: con el corazón abierto para dejarse encontrar por el Señor que todo lo renueva.

En el Adviento empezamos un nuevo camino, un «camino de la Iglesia … hacia la Navidad». Vayamos al encuentro del Señor, porque la Navidad no es sólo un acontecimiento temporal o un recuerdo de una cosa bonita.

La Navidad es algo más: vamos por este camino para encontrarnos con el Señor. ¡La Navidad es un encuentro! Y caminamos para encontrarlo: encontrarlo con el corazón; con la vida; encontrarlo vivo, como Él es; encontrarlo con fe. El Señor, en la palabra de Dios que escuchamos, se maravilló del centurión: se maravilló de la fe que el tenia. Él había hecho un camino para encontrarse con el Señor, pero lo había hecho con fe. Por eso no sólo él se ha encontrado con el Señor, sino que ha sentido la alegría de ser encontrado por el Señor. Y este es precisamente el encuentro que nosotros queremos: ¡el encuentro de la fe!

Pero más allá de ser nosotros los que encontremos al Señor, es importante «dejarnos encontrar por Él»

Cuando somos nosotros solos los que encontramos al Señor, somos nosotros –digámoslo, entre comillas – los dueños de este encuentro; pero cuando nos dejamos encontrar por Él, es Él quien entra en nosotros, es Él el que vuelve a hacer todo de nuevo, porque esta es la venida, lo que significa cuando viene Cristo: volver a hacer todo de nuevo, rehacer el corazón, el alma, la vida, la esperanza, el camino. Nosotros estamos en camino con fe, con la fe del centurión, para encontrar al Señor y, sobre todo, ¡para dejar que Él nos encuentre!

Pero se necesita un corazón abierto:¡para que Él me encuentre! Y me diga aquello que Él quiere decirme, ¡que no es siempre aquello que yo quiero que me diga! Él es Señor y Él me dirá lo que tiene para mí, porque el Señor no nos mira a todos juntos, como una masa. ¡No, no! Nos mira a cada uno a la cara, a los ojos, porque el amor no es un amor así, abstracto: ¡es un amor concreto! De persona a persona: el Señor persona me mira a mí persona. Dejarse encontrar por el Señor es precisamente esto: ¡dejarse amar por el Señor!

En este camino hacia la Navidad, nos ayudan algunas actitudes:

La perseverancia en la oración, rezar más;
La laboriosidad en la caridad fraterna, acercarnos un poco más a los que están necesitados;
La alegría en la alabanza del Señor.
Por tanto: la oración, la caridad y la alabanza, con el corazón abierto para que el Señor nos encuentre.
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Los 50 consejos del Padre Pío para una vida en gracia

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Los 50 consejos del Padre Pío para una vida en gracia :
El tiempo mejor invertido es el que se gasta en la santificación del alma de los demás.

El tiempo gastado para la gloria de Dios y para la salud del alma, nunca es malgastado.

¡Qué bello es el rostro de nuestro dulcísimo Esposo Jesús! ¡Qué dulces son sus ojos! ¡Qué felicidad estar cerca de Él en el monte de su gloria! Allí debemos poner nuestros deseos, nuestros afectos, no en las criaturas, en las que no hay belleza o, si la hay, viene de lo alto.

No te canses en torno a cosas que general preocupación, perturbaciones y afanes. Una sola cosa es necesaria: elevar el espíritu y amar a Dios.

Dios es caridad – amor –, gracia, Providencia. El culmen de la perfección es la caridad: el que vive la caridad vive en Dios, porque Dios es caridad, como dijo el Apóstol.

Faltar a la caridad es como herir a Dios en la pupila de su ojo. ¿Qué hay más delicado que la pupila del ojo?

Faltar a la caridad es como pecar contra la naturaleza.

El que ofende a la caridad ofende la pupila del ojo de Dios.

La caridad que no tiene por base la verdad y la justicia, es caridad culpable.

La Divina Bondad no solo no rechaza a las almas arrepentidas, sino que sale en busca de las obstinadas.

El Corazón del Divino Maestro no tiene ley más amable que la de la dulzura, de la humildad y la caridad…

Pon a menudo tu confianza en la Divina Providencia, y estate seguro de que pasarán antes el cielo o la tierra, que tu Señor deje de protegerte.

La caridad es la reina de las virtudes. Como las perlas se mantienen unidas por el hilo, así las virtudes por la caridad. E igual que si se rompe el hilo las perlas caen, así, si falta la
caridad, las virtudes se desperdigan.

La beneficencia, venga de donde venga, es siempre hija de la misma madre, es decir, la providencia.

¿Nos bastamos a nosotros mismos para formar un deseo santo sin la gracia? Por supuesto que no. Esto lo enseña la fe.

Si en un alma no hubiera otra cosa que el ansia de amar a Dios, ya lo tiene todo. Porque Dios no está donde no hay deseo de su amor.

Yo sé que ningún alma puede amar dignamente a su Dios. Pero cuando hace lo posible por su parte y confía en la Divina Misericordia, ¿por qué Jesús le va a rechazar? ¿No nos ha mandado amar a

Dios con todas nuestras fuerzas? Así que si has dado todo a Dios, ¿por qué temer? ¿Quizás porque no puedes hacer más? ¡Pero Jesús no pide, no quiere imposibles! Pide al buen Dios que haga Él mismo lo que tu no puedes hacer.

Te afanas por buscar el sumo bien: pero en verdad está dentro de ti y te tiene extendido en la Cruz, respirando para soportar el martirio insoportable y, más aún, para amar amargamente al Amor.

Los males son hijos de la culpa, de la traición que el hombre ha perpetrado contra Dios … Pero la misericordia de Dios es grande… Un solo acto de amor del hombre hacia Dios tiene tanto valor a
sus ojos que a Él no le importaría devolverlo regalando toda la creación… El amor no es otra cosa que la chispa de Dios en los hombres… la esencia misma de Dios personificada en el Espíritu
Santo… Nosotros pobres criaturas deberíamos dedicar a Dios todo el amor de que somos capaces… Nuestro amor, para ser adecuado a Dios, debería ser infinito, pero por desgracia sólo Dios es infinito…

Debemos empeñar todas nuestras energías en el amor, para que el Señor un día pueda decirnos: Tenía sed y me has saciado, tenía hambre y me has dado de comer, sufría y me has consolado…

Dios puede rechazar todo en una criatura concebida en pecado y que lleva la marca indeleble heredada de Adán, pero no puede en absoluto rechazar el sincero deseo de amarle.

La humildad y la caridad van al paso. Una glorifica y la otra santifica. La humildad y la caridad son las cuerdas maestras, todas las demás dependen de ellas: una es la más baja, la otra la más alta. La conservación de todo el edificio depende de la cimentación y del tejado.

Si se tiene el corazón ejercitado en humildad u caridad, no habrá dificultades con las demás. Estas son las madres de las virtudes, aquellas le siguen como hacen las crías con sus madres.

Di tu también siempre al dulcísimo Señor: quiero vivir muriendo, para que de la muerte venga la vida que no muere y ayude a la vida a resucitar a los muertos.

Debes humillarte ante Dios antes que abatir tu ánimo, si Él te reserva los sufrimientos de Su Hijo y quiere hacerte experimentar tu debilidad: debes elevar a Él la oración de la resignación y de la esperanza, aunque caigas por fragilidad, y darle las gracias por tantos beneficios de que te está enriqueciendo.

Besa a menudo con afecto a Jesús y le compensarás por el beso sacrílego del apóstol Judas.

Procura avanzar en la caridad: ensancha tu corazón con confianza a los divinos carismas que el Espíritu Santo quiere derramar en él…

Si queremos recoger es necesario no tanto sembrar mucho, como esparcir la semilla en buen campo, y cuando esta semilla se vuelva planta, vela para que la cizaña no sofoque las plantas tiernas.

¿Amas desde hace tiempo al Señor? ¿Le amas ahora? ¿No ansías amarlo para siempre?

No tengas ningún miedo.

Aunque hayas cometido todos los pecados de este mundo, Jesús te repite: te perdono muchos pecados porque mucho has amado.

Sufres, es verdad, pero con resignación y no temas porque Dios está contigo; tu no le ofendes, sino que le amas: sufres, pero crees que el mismo Jesús sufre en ti y por ti.

Jesús no te ha abandonado cuando huías de Él; mucho menos te abandonará ahora que quieres amarlo.

La humildad y la pureza de costumbres son alas que elevan hasta Dios y casi le divinizan. Recuérdalo: está más cerca de Dios el malhechor que se avergüenza de hacer el mal que el hombre
honrado que enrojece por hacer el bien.

Debes tener siempre prudencia y amor. La prudencia tiene los ojos, el amor las piernas. El amor, que tiene piernas, quisiera correr a Dios, pero su impulso de abalanzarse hacia él es ciego, y a veces podría tropezar si no le guiara la prudencia que tiene los ojos.

La prudencia, cuando ve que el amor podría ser desenfrenado, le presta los ojos. Así el amor se calma y, guiado por la prudencia, actúa como debe y no como querría.

El grado sublime de la humildad es no sólo reconocer la propia abyección, sino amarla. He elegido, dice el profeta, ser abyecto en la casa de Dios, antes que vivir en los tabernáculos de los pecadores.

En el mucho hablar no falta el pecado.

Hay que saber confiar: existen el temor de Dios y el temor de Judas.

El miedo excesivo nos hace actuar sin amor, y el exceso de confianza no nos deja ver el peligro que debemos superar. Uno y otro deben ir de la mano y proceder como hermanos.

Nadie sea juez en causa propia.

En el tumulto de las pasiones y en las circunstancias adversas nos sostenga la esperanza de su inagotable misericordia: corramos confiados a la penitencia, donde Él con ansia de Padre nos espera cada instante, y aún conscientes de nuestra insolvencia ante Él, no dudemos del perdón solemnemente pronunciado sobre nuestros errores. Pongamos sobre ellos, como lo hizo el Señor, un
piedra sepulcral.

Las puertas del Paraíso están abiertas para todas las criaturas: acuérdate de María Magdalena.

La misericordia del Señor, hijo, es infinitamente más grande que tu malicia.

Quien dice que ama a Dios y no sabe frenar su lengua, su religión es vana.

Dios no hace prodigios si no hay fe.

Sacudámonos, porque la indolencia devora todo, la indolencia devora completamente todo.

Buscar, sí, la soledad, pero no faltar a la caridad con el prójimo

A Dios se sirve solo cuando se le sirve como Él quiere.

Debéis esforzaros en dar gusto a Dios solo, y contento Él, contentos todos.
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La mujer pecadora y la misericordia de Dios

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La mujer pecadora y la misericordia de Dios :
Es un relato maravilloso en todo su desarrollo. Comienza la historia con la invitación de un fariseo a comer en su casa. En la misma ciudad había una mujer pecadora pública. Al saber que Jesús estaba allí, cogió un frasco de alabastro de perfume, entró en la casa, se puso a los pies de Jesús a llorar, mojando sus pies con sus lágrimas y secándoselos con sus cabellos, ungió los pies de Cristo con el perfume y los besó. El fariseo, entretanto, ponía en duda a Cristo. Pero Jesús, que leía su pensamiento, le propuso una parábola sobre un acreedor que tenía dos deudores y a ambos perdonó. Se aprovechó de aquella parábola para salir en defensa de aquella mujer comparando su actitud con la de él: la de ella llena de amor y arrepentimiento; la de él llena de soberbia y vanidad. Tras ello, hace una afirmación que parece la absolución tras una excelente confesión: “Le quedan perdonados sus muchos pecados, porque ha mostrado mucho amor”, dice dirigiéndose al fariseo, llamado Simón. Y a la mujer: “Tus pecados quedan perdonados. Tu fe te ha salvado. Vete en paz”. Los comensales volvieron a juzgar a Jesús: “Quién es éste que hasta perdona los pecados?”.

Siempre que se mete uno a fondo en la propia vida y comprueba lo lejos de Dios que se encuentra y ve cómo el pecado grave o menos grave nos domina, se puede sentir la tentación del desaliento y de la desesperación. Del desaliento en cuanto a sentirse uno incapaz de superar las propias limitaciones. De desesperación en cuanto a pensar que no se es digno del perdón misericordioso de Dios. En estos momentos de los ejercicios, tras haber reflexionado sobre el pecado, podemos sentirnos desalentados o desesperados. Por ello, es muy importante sin frivolidad y sin infantilismos, -porque a veces se toma a Dios así-, echarnos en brazos de la misericordia divina.

Dios siempre está dispuesto a perdonar, a olvidar, a renovar. Ahí tenemos la parábola del hijo pródigo en la que un padre espera con ansia la vuelta de su hijo que se ha ido voluntariamente de su casa. Dios siempre nos espera; siempre aguarda nuestro retorno; nada es demasiado grande para su misericordia. Nunca debemos permitir que la desconfianza en Dios tome prisionero nuestro corazón, pues entonces habríamos matado en nosotros toda esperanza de conversión y de salvación. La misericordia del Señor es eterna. En el libro del Profeta Oseas leemos frases que nos descubren esa ternura de Dios hacia nosotros: “Cuando Israel era niño, yo le amé… Cuanto más los llamaba, más se alejaban de mí… Con cuerdas humanas los atraía, con lazos de amor, y era para ellos como los que alzan a un niño contra su mejilla…” (11, 1-4).

Frecuentemente una de las acciones más específicas del demonio es desalentarnos y desesperarnos. “Ya no tienes remedio. Ya es demasiado lo que has hecho”. Y muchos de nosotros nos dejamos llevar por esos sentimientos que nos quitan no sólo la paz, sino la fuerza para luchar por ser mejores. Dios, en cambio, siempre nos espera, porque nos ama, porque no se resigna a perder lo que su Amor ha creado. “Yo te desposaré conmigo para siempre; te desposaré conmigo en justicia y en derecho, en amor y en compasión” (Os 2,21). Qué nunca el temor al perdón de Dios nos aparte de volver a El una y otra vez! Hasta el último día de nuestra vida nos estará esperando.

La misericordia de Dios, sin embargo, no se puede tomar a broma. Ella nace en el conocimiento que Dios tiene de nuestra fragilidad, de nuestra pequeñez, de nuestra condición humana, y, sobre todo, del amor que nos profesa, pues “El quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad”. La misericordia divina no puede, en cambio, ser el tópico al que recurrimos frecuentemente para justificar sin más una conducta poco acorde con nuestra realidad de cristianos y de seres humanos, o para permitirnos atentar contra la paciencia divina por medio de nuestra presunción.

A espaldas de la pecadora sólo hay una realidad: el pecado. En su horizonte sólo una promesa: la tristeza, la desesperación, el vacío. Pero en su presente se hace realidad Cristo, el rostro humano de Dios. Ella nos va enseñar cómo actúa Dios cuando el ser humano se le presta.

La mujer reconoce ante todo que es una pecadora. Esas lágrimas que derrama son realmente sinceras y demuestran todo el dolor que aquella mujer experimentaba tras una vida de pecado, alejada de Dios, vacía. Hay lágrimas físicas y también morales. Todas valen para reconocer que nos duele ofender a Dios, vivir alejados de Él. A ella no le importaba el comentario de los demás. Quería resarcir su vida, y había encontrado en aquel hombre la posibilidad de la vuelta a un Dios de amor, de perdón, de misericordia. Por eso está ahí, haciendo lo más difícil: reconocerse infeliz y necesitada de perdón.

Cristo, que lee el pensamiento, como lo demostró al hablar con Simón el fariseo, toca en el corazón de aquella mujer todo el dolor de sus pecados por un lado, y todo el amor que quiere salir de ella, por otro. Todo está así preparado para el re-encuentro con Dios. Se pone decididamente de su parte. Reconoce que ella ha pecado mucho (debía quinientos denarios). Pero también afirma que el amor es mucho mayor el mismo pecado. “Le quedan perdonados sus muchos pecados, porque ha mostrado mucho amor”. Se realiza así aquella promesa divina: “Dónde abundó el pecado, sobreabundó la misericordia”. El corazón de aquella mujer queda trasformado por el amor de Dios. Es una criatura nueva, salvada, limpia, pura.

La misericordia divina le impone un camino: “Vete en paz”. Es algo así como: “Abandona ese camino de desesperación, de tristeza, de sufrimiento”. Coge ese otro derrotero de la alegría, de la ilusión, de la paz que sólo encontrarás en la casa de tu Padre Dios. No sabemos nada de esta pecadora anónima. No sabemos si siguió a Cristo dentro del grupo de las mujeres o qué fue de ella. Pero estamos seguros de que a partir de aquel día su vida cambio definitivamente. También a ella la salvó aquella misericordia que salvó a la adúltera, a Pedro, a Zaqueo, y a tantos más.

En nuestra vida de cristianos, y muy especialmente en la vida de la mujer, tan sensible a la falta de amor, tan proclive al desaliento, tan inclinada a sufrir la ingratitud de los demás, es muy fácil comprender lo que le dolemos a Dios cuando nos apartamos de su amor y de su bondad. Por ello, abrámonos a la Misericordia divina para reforzar nuestra decisión de nunca pecar, de nunca abandonar la casa del Padre, de nunca intentar probar ese camino de tristeza y de dolor que es el pecado.

La constatación de nuestras miserias, a veces reiteradas, nunca deben convertirse en desconfianza hacia Dios. Más aún, nuestras miserias deben convencernos de que la victoria sobre las mismas no es obra fundamentalmente nuestra sino de la gracia divina. Sólo no podemos. Es a Dios a quien debemos pedirle que nos salve, que nos cure, que nos redima. Si Dios no hace crecer la planta es inútil todo esfuerzo humano. Somos hijos del pecado desde nuestra juventud. Sólo Dios pude salvarnos.

Junto a esta esperanza de salvación de parte de Dios, la Misericordia divina exige nuestro esfuerzo para no ser fáciles en este alejarnos con frecuencia de la casa del Padre. Hay que luchar incansablemente para vivir siempre ahí, para estar siempre con Él, para defender por todos los medios la amistad con Dios. El pecado habitual o el vivir habitualmente en pecado no puede ser algo normal en nosotros, y menos el pensar que al fin y al cabo como Dios es tan bueno… Estaremos siempre en condiciones o en posibilidades de invocar el perdón y la misericordia divina?

No olvidemos que como la pecadora siempre tenemos la gran baza y ayuda de la confesión. Ella hizo una confesión pública de sus pecados, manifestó su profundo arrepentimiento, demostró su propósito de enmienda. Al final Cristo la absolvió. La confesión es fundamental para el perdón de los pecados. Más aún, es necesaria la confesión frecuente, humilde, confiada. Como otras muchas cosas, sólo a Dios se le ha podido ocurrir este sacramento de la misericordia y del perdón. No acercarse a la confesión con frecuencia es una temeridad. Tenemos demasiado fácil el regreso a Dios.
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Un año para crecer en la convicción de la misericordia

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Un año para crecer en la convicción de la misericordia :
No cabe duda de que esta vez la coincidencia ha sido casual y, sobre todo, providencial y llena de significación e interpelación. Francisco pudo elegir la tarde del 13 de marzo pasado para el anuncio del Año de la Misericordia por coincidir con el segundo aniversario de su elección papal. Pero que la apertura de este jubileo extraordinario, el 8 de diciembre, solemnidad de la Inmaculada Concepción y quincuagésimo aniversario de la clausura del Concilio Vaticano II, fuera a ser también el día 1.000 desde que calza las sandalias del Pescador se escapaba a cualquier cábala humana.

Más allá de lo anecdótico y a la vez paradigmático de esta triple coincidencia, lo cierto es que estos tres hechos –día mil de Francisco, cincuentenario del Vaticano II y apertura del Año Jubilar de la Misericordia, y todo ello bajo la mirada y el amparo de María Inmaculada- están revestidos de una indudable fuerza simbólica e interpeladora y que son en sí mismos, por separado y más aún juntos, una señal de lo Alto, una gracia del Espíritu, un aldabonazo para la Iglesia todavía del alba del tercer milenio. ¿Cuáles son sus significados y retos?

En primer lugar, emplazarnos a recuperar y potenciar el más auténtico de los legados del Concilio. ¿Cuál es?: “No descuidar el espíritu surgido en el Vaticano II, el del samaritano… Cruzar hoy la Puerta Santa nos compromete a hacer nuestra la misericordia del Buen Samaritano”, como señaló Francisco en el final de la homilía del 8 de diciembre (páginas 34 y 35). El ministerio apostólico del Papa Francisco y sus proverbiales y tan admirables hechos y dichos de misericordia son un aval incuestionable: el Vaticano II no tiene marcha atrás (página 18), nada hemos de temer del último Concilio. Se ha acabado el tiempo de los cuestionamientos, de las “hermenéuticas”, de ir más lejos o quedarse a la zaga de lo que la última gran asamblea conciliar, movida por el Paráclito, pidió para nuestra Iglesia: “Un verdadero encuentro entre la Iglesia y los hombres de nuestro tiempo. Un encuentro marcado por el poder del Espíritu que empujaba a la Iglesia a salir de los escollos que durante muchos años la habían recluido en sí misma, para retomar con entusiasmo el camino misionero”.

En segundo lugar, toda la Iglesia –pastores y fieles, fieles y pastores, unidos, en comunión, cada cual en su lugar- ha de renovar su conciencia de que el camino de la misericordia es el camino de Dios, es el camino de la creación, de la providencia, de la encarnación, de la redención, de la obra del Espíritu y de la misión de la Iglesia. La misericordia no es un “plus”, una moda, una respuesta “suave” y acomodaticia a tiempos recios y de inclemencias varias. Es la respuesta de Dios. “No se puede entender un cristiano verdadero –señaló Francisco en el ángelus del 8 de diciembre (página 35)- que no sea misericordioso, como no se puede entender a Dios sin su misericordia”. Necesitamos redescubrir ahora y siempre que Dios es Misericordia. “Que el Jubileo de la Misericordia –escribió el Papa en su cuenta en Twitter el 8 de diciembre- traiga a todos la bondad y la ternura de Dios”. “Entrar por la puerta (la puerta santa de la misericordia) significa descubrir la profundidad de la misericordia del Padre que acoge a todos y sale personalmente al encuentro de cada uno”.

En tercer lugar, todos estamos urgimos asimismo de la necesidad de ser testigos de la misericordia mediante la experiencia y el ejercicio de la misericordia. Lo comentaba nuestro Editorial de hace dos semanas (ecclesia, número 3.807, página 5): la misericordia fue la respuesta que san Juan Pablo II –entonces “solo” Karol Wojtyla- encontró de parte Dios en los años de plomo y de horror de la II Guerra Mundial y de la postguerra-; y la misericordia sigue siendo la respuesta que de Dios escucha ahora Francisco, en medio también de tantos y tan graves problemas y vicisitudes adversos, fuera y dentro de la Iglesia. La misericordia no es debilidad o blandenguería. La misericordia no se contrapone con la justicia, sino que se complementa. Y misericordia son hechos, no palabras.
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YA TE FALTA POCO PARA NACER

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YA TE FALTA POCO PARA NACER :
En la mitad del Adviento… ¿Cómo estás nuestros caminos?

Todos sabemos que falta poco para que llegue la Navidad….y ahí andamos corriendo, hasta hemos hecho una lista para que no se nos olviden las «cosas» que tenemos que hacer, regalos, alimentos para la cena de Nochebuena o la comida de Navidad…. ¡y los turrones!, ah, eso si no nos pueden faltar y los vinos….otra cosa importante para brindar….

Cada quién, según sus posibilidades, trataremos que esa noche o día, se pueda celebrar lo mejor posible y sobre todo, si es que llega a ser en nuestra casa, quedar con el mejor de los éxitos….

Todo esto está muy bien, pero…. ¿Cómo están nuestros caminos? Los «caminos» de nuestro interior, los «caminos» de nuestro corazón….

Hace muchísimos años, Juan, comenzó a predicar la penitencia, un bautismo para el perdón de los pecados y su arrepentimiento, es tiempo de mortificación por eso vemos que los sacerdotes visten de color morado al celebrar la misa, y todavía muchos miles de años antes, podemos leer al profeta Isaías: «Ha resonado una voz en el desierto: Preparen el camino del Señor, hagan rectos sus senderos. Todo valle será rellenado, toda montaña y colina, rebajada; lo tortuoso se hará derecho, los caminos ásperos serán allanados y todos los hombres verán la salvación de Dios».

Es ahora cuando ha llegado nuestro tiempo… ¿Cómo preparamos esos «caminos»… sin allanar las crestas de nuestra soberbia, de nuestra altanería… sin poner rectos nuestros deseos de ambición cambiándolos por generosidad, sin suavizar esa aspereza pidiendo perdón o dándolo con un gesto de amor….?

Es el momento de pensar, de «bucear» en nuestro interior para ver si nos hace falta cambiar nuestro modo de ser, cambiar nuestra vida… para poder ofrecer «algo», para poder «regalarle» algo al Hijo de Dios que ya no tarda en llegar, que ya no tarda en aparecer en nuestra Historia, siendo El el Señor y Dueño de la misma, y sin embargo
lo vamos a ver naciendo en la más profunda humildad y solo ý únicamente por amor.

Es tiempo de regalar. y de recibir regalos…, todo está bien.

Pero El solo vino a buscar mi corazón para que lo ame…. ¿se lo daré?……