domingo, noviembre 9, 2025
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Evangelio del día

Del santo Evangelio según san Marcos 4, 26-34

En aquel tiempo, Jesús dijo a la multitud: «El Reino de Dios se parece a lo que sucede cuando un hombre siembra la semilla en la tierra: que pasan las noches y los días, y sin que él sepa cómo, la semilla germina y crece; y la tierra, por sí sola, va produciendo el fruto: primero los tallos, luego las espigas y después los granos en las espigas. Y cuando ya están maduros los granos, el hombre echa mano de la hoz, pues ha llegado el tiempo de la cosecha».

Les dijo también: «¿Con qué compararemos el Reino de Dios? ¿Con qué parábola lo podremos representar? Es como una semilla de mostaza que, cuando se siembra, es la más pequeña de las semillas; pero una vez sembrada, crece y se convierte en el mayor de los arbustos y echa ramas tan grandes, que los pájaros pueden anidar a su sombra».

Y con otras muchas parábolas semejantes les estuvo exponiendo su mensaje, de acuerdo con lo que ellos podían entender. Y no les hablaba sino en parábolas; pero a sus discípulos les explicaba todo en privado.

Palabra del Señor.

Antídoto contra la desesperanza

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La desesperación es uno de los peligros más grandes en la vida moral y espiritual. Cuando uno llega a pensar que no tiene remedio, que no puede mejorar, que su vida consiste solamente en una serie de errores y de culpas sin fin, que es imposible rectificar, que ni siquiera Dios es capaz de perdonar los propios pecados, entonces hemos caído en el pecado de la desesperanza.

En uno de sus escritos, santo Tomás de Aquino se plantea la pregunta: ¿es la desesperación el pecado más grande? (cf. Suma de teología, II-II, q. 20, a. 3). Para responder, santo Tomás recuerda que los pecados más grandes son aquellos que van contra las virtudes teologales, especialmente contra la virtud de la caridad. En otras palabras, el pecado más grave es el pecado contra el amor a Dios y contra el amor al prójimo.

Es también muy grave, sigue santo Tomás, el pecado de incredulidad: rechazar la fe, no reconocer que Dios ha hablado en Jesucristo. Entonces, ¿es menos grave el pecado de la desesperanza?

Santo Tomás, sin embargo, ofrece una reflexión ulterior: hay algo especial en el pecado de desesperación, pues nos toca en lo más profundo del corazón, en ese núcleo interior de donde nacen nuestros deseos y nuestras acciones. Es decir, nos paraliza, nos impide trabajar por mejorarnos, nos aparta de la misericordia, ahoga la posibilidad de una conversión: por eso la desesperación sería un pecado gravísimo; quizá, subjetivamente, sea el peor de los pecados por las terribles consecuencias que produce.

El que se desespera abandona la lucha, da vía libre a los vicios (piensa que nunca podrá corregirse), se aparta de las buenas obras y del camino de la virtud, se hunde en el abismo de esa tristeza que paraliza nuestras energías más profundas.

Darnos cuenta del peligro que se esconde en el pecado de la desesperación es ya mucho: el primer paso para poder cambiar. Pero no basta, pues a veces vemos cómo este pecado nos domina poco a poco, y precisamente por su fuerza paralizante no somos capaces de reaccionar. Por eso conviene poner el antídoto más fuerte y más decisivo para que no nos domine: la confianza que nace al descubrir el Amor y la misericordia de Dios.

En el Evangelio vemos cómo Cristo trata a los pecadores, incluso a los peores. No condena, no reprocha, no rechaza. Come con ellos, les habla con respeto (sin condescender con sus pecados). Su mirada debería llegar hasta lo más hondo del alma, removería las aguas del corazón, haría descubrir que existe un Dios que aleja de nosotros el pecado, que limpia lo más sucio del alma, que perdona y que permite recuperar la dignidad del hijo.

Por eso Pedro, después de negar al Maestro, no desesperó. Lloró, sí, su cobardía, su miseria. Pero supone ver en los ojos de Jesús algo que había visto mil veces cuando observaba cómo trataba el Maestro con otras personas: con el gran regalo del perdón.

A veces somos muy duros con nosotros mismos, no alcanzamos a perdonarnos nuestras faltas. Faltas, por desgracia, en ocasiones muy graves, que nos duelen, que nos humillan, que nos llevan poco a poco a la desesperanza. En esos momentos deberíamos abrir la Biblia y leer con calma las parábolas de la misericordia de san Lucas (cap. 15), o los Salmos del perdón (como el Salmo 51). O ese pasaje tan bello de la primera carta del apóstol san Juan: “En esto conoceremos que somos de la verdad, y tranquilizaremos nuestra conciencia ante Él, en el caso de que nos condene nuestra conciencia, pues Dios es mayor que nuestra conciencia y conoce todo” (1Jn 3,19-20).

Sólo bajo la mirada de Dios nuestro corazón puede recuperar la paz, puede reiniciar el camino con esa fuerza irresistible que viene de lo Alto. La mayor seguridad que podemos recibir en esta vida es la que nace del sentirnos perdonados y amados. A pesar de lo que haya podido ocurrir. Mientras haya un poco de confianza, mientras la esperanza guíe nuestros pasos, será posible ese gesto de buena voluntad que nos lleva a Dios. Entonces Él descenderá de nuevo para abrazarnos, para iniciar una fiesta interminable, porque regresa al hogar un hijo muy amado…

Por: P. Fernando Pascual, L.C. | Fuente: Catholic.net 

¿Existe el Infierno? ¿En verdad existe la condenación? | Padre Sam

Recientemente tuve la oportunidad de participar en una película-documental elaborada por Goya Producciones titulada “Fátima: El último misterio” que trata básicamente de todo lo que gira en torno a la devoción a Nuestra Señora de Fátima y todo el tema de las apariciones de La Virgen María en 1917. Una de las cosas que más captó mi atención  sobre el documental es la insistencia de Nuestra Señora en rezar el Santo Rosario, porque conlleva muchísimas gracias por parte de Dios y sobre todo la salvación de las almas.

Unido a esto, en la película se insiste en la existencia del Infierno, y además en como en nuestro siglo el pecado que más atacará la humanidad es el pecado de la carne. Ciertamente las tres cosas se pueden constatar en la actualidad: he sido testigo de tantas gracias que el rezo del Santo Rosario trae a las personas que perseveran en esta devoción; soy consciente de la existencia de un castigo eterno para los que no vivamos bajo la voluntad de Dios; y también he visto como este pecado ataca grandemente al mundo.

Movido por esto me planteé la pregunta: ¿Cómo verá el mundo el tema del infierno? ¿Habrá gente que lo tome como broma? ¿Cristianos que no crean en la existencia de este? Incluso dentro de la misma Iglesia… ¿Sacerdotes, religiosos u obispos que no crean en la existencia del Infierno?

Comencemos para hablar de este tema delicado de alguna manera dejando claras un par de cosas.

  1. Dios es un Dios de Misericordia, un Dios dispuesto siempre a perdonar, y como lo dice la palabra de Dios en 1 Tim 2, 3-4 “Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad”. Por ende el primero que desea evitar un castigo eterno para la humanidad es Dios mismo.
  2. Existe un lugar o estado de castigo, creado por Dios para el diablo y sus ángeles, que conocemos como La enseñanza de la Iglesia católica es que Satanás, desobedeciendo libremente a Dios y eligiendo libremente darle la espalda a la Voluntad Divina. Así es como Dios crea el infierno para quienes libremente se alejen de su amor y voluntad, habitado por el diablo y sus ángeles.

Ahora bien, ¿en qué consiste el infierno? Para responder esta pregunta, recurrimos a la enseñanza de la Iglesia en el catecismo de la Iglesia católica, #1035: “La enseñanza de la Iglesia afirma la existencia del infierno y su eternidad. Las almas de los que mueren en estado de pecado mortal descienden a los infiernos inmediatamente después de la muerte y allí sufren las penas del infierno, “el fuego eterno” (cf. DS 76; 409; 411; 801; 858; 1002; 1351; 1575; Credo del Pueblo de Dios, 12). La pena principal del infierno consiste en la separación eterna de Dios en quien únicamente puede tener el hombre la vida y la felicidad para las que ha sido creado y a las que aspira”.

Por tanto, el infierno no es otra cosa que la separación total y eterna de Dios, además del sufrimiento por los pecados cometidos en esta tierra. De manera que no es un invención de la Iglesia o una manera de “sembrar miedo” o “hacer que la gente venga a la Iglesia movida por el miedo al infierno” sino una llamada a la conversión del corazón y sobre todo buscando este deseo de Dios que todos se salven y le conozcan.

Actualmente vivimos en un mundo en el que la realidad del infierno parece haber pasado a un segundo plano. No tomamos en serio que al final de nuestra vida si no cumplimos la voluntad de Dios o vivimos bajo sus mandamientos, o peor aún, en un estado de pecado habitual, la pena que nos espera al final de nuestra vida es el infierno. Hoy más que nunca, el Cristiano está llamado a dar testimonio de la Fe en medio de este mundo que no cree ni siquiera en la existencia de Dios mucho menos va a creer en la existencia de un castigo eterno para que el que no cumpla su voluntad. Considero que hace mucha falta en nuestras parroquias concientizar sobre la realidad del pecado, ya que muchos, que se llaman cristianos, viven habitualmente en el pecado y no tienen intención alguna de arrepentirse.

¿Cuáles son entonces, los medios de los que el Cristiano dispone para evitar este castigo eterno en el infierno?

  • En primer lugar tenemos los sacramentos, y más concretamente El Sacramento de la penitencia, que es el Sacramento por excelencia para el perdón de nuestros pecados. Como hemos dicho, Dios es un Dios misericordioso y siempre acoge y recibe a quien con corazón arrepentido confiesa sus culpas y se convierte a Él. Además de ello tenemos también el sacramento de la EucaristíaUna persona que no se alimenta esta destinada a la muerte. Y la Eucaristía es el alimento para el camino en esta vida que se orienta hacia el cielo.
  • En segundo lugar contamos con la oración. Un alma que ora, está en comunicación continua con Dios, y por supuesto libre y protegida contra el pecado y sus asechanzas. Uno de los medios más poderosos y seguros de la oración es el rezo del Santo Rosario. María Santísima bajo la advocación de Nuestra Señora de Fátima, insiste mucho en ello: rezar el Rosario para interceder por los pecadores, para obtener la salvación, para evitar las guerras. Por tanto, el Rosario es un espacio de oración privilegiado en la lucha contra el pecado y el infierno.
  • En tercer lugar, la lucha diaria del cristiano contra las tentaciones. Debemos crear conciencia en nuestros hermanos en el rechazo al pecado, y además en el peligro que corremos si nos habituamos a vivir en pecado. El riesgo que existe de la condenación, la necesidad primaria de la conversión diaria y la recompensa por nuestra lucha, que es la salvación eterna.

Hoy más que nunca se nos reta a cumplir estas premisas: Dios existe; Dios es misericordia; Dios quiere mi salvación; Él me ha dado ya la salvación; puedo perderla si me dejo seducir por el pecado y puedo no sólo perder esta salvación, sino condenarme a vivir lejos de Dios durante toda la eternidad (es lo que conocemos como infierno).

La salvación es para ti hoy. La conversión es para ti hoy. Dios te ama y te quiere a su lado eternamente.

Dios te bendiga.

 

Escrito por: Pbro. Jorge Oswaldo Barahona

¿La confesión es un invento de la Iglesia católica? ¿De algún cura? Sacerdote católico explica.

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Quizás hayas oído alguna vez de labios indocumentados: “la confesión es un invento de los curas”. Esto es totalmente falso. ¿Fue un invento de la Iglesia católica? ¿De algún sacerdote? Veremos a continuación.

Se conoce el inventor de la imprenta (Guttemberg); del anteojo (Galileo); del termómetro de mercurio (Fahrenheit); del pararrayos (Franklin); de la pila eléctrica (Volta); del teléfono (Bell), etc. Ahora bien, qué ¿”cura” inventó la confesión”? No se puede saber porque no ha existido nunca. Y, desde luego, si la hubiera inventado un hombre, no la hubiera inventado gratis. Porque es inconcebible que un hombre invente una cosa tan desagradable (por lo que escucha) para el sacerdote -que tiene que estar encajonado horas y horas oyendo siempre lo mismo-, tan perjudicial para la salud, tan fácil de contagiarse de enfermedades, etc., etc., y todo esto sin cobrar un céntimo. Lo normal es que quien hace un servicio lo cobre.

Aparte de que, quién va a tener autoridad para obligar a la confesión “al mismo Papa”. En efecto, el Papa -como todo cristiano católico- tiene obligación de confesarse, y de hecho se confiesa frecuentemente, como todo buen católico. Y lo mismo los cardenales, los obispos y los sacerdotes del mundo entero. Si hubiera sido invención suya, se hubieran ellos dispensado.

Algunos protestantes, para no admitir la confesión decían que ésta se estableció en el Concilio de Letrán. Pero esto no lo sostiene ninguna persona culta, ni siquiera entre los protestantes; pues está históricamente demostrado que el Concilio IV de Letrán celebrado en 1215, lo que mandó fue la obligación de confesar una vez al año.

Ya sea por malicia o por desconocimiento de la Historia de la Iglesia, confundían la institución del sacramento de la confesión con el precepto de confesarse anualmente. Pero la confesión venía practicándose desde el principio del cristianismo, aunque con menos frecuencia. Ya en el siglo III se nos habla del sacerdote encargado de perdonar los pecados. Y entre los años 140 y 150 apareció un libro titulado “El Pastor” escrito por un cristiano llamado Hermas donde se recomienda la confesión.

La confesión privada, como hoy la tenemos, existe desde el siglo VI introducida por los monjes irlandeses que reaccionaron a la durísima práctica de la penitencia de entonces. Desde el siglo II había una larga lista de pecados, muchos de los cuales excluían de la Eucaristía para toda la vida.

El sacramento de la confesión fue instituido por Jesucristo cuando se apareció a sus Apóstoles reunidos en el cenáculo y les dio facultad para perdonar los pecados, diciéndoles: “A quienes perdonéis los pecados, les serán perdonados; y a quienes se los retengáis, les serán retenidos” (Jn 20,22-23). Por estas palabras de Cristo se comunicó a los Apóstoles y a sus legítimos sucesores la potestad de perdonar y retener los pecados. Cristo instituyó los sacramentos para que la Iglesia los administrase hasta el final de los tiempos. Como los Apóstoles iban a morir pronto, el poder de perdonar los pecados se transmite a sus legítimos sucesores, los sacerdotes. El ministro competente para el sacramento de la penitencia, es el sacerdote, que, según las leyes canónicas, tiene facultad de absolver .

Es evidente que si el sacerdote debe perdonar o retener los pecados con equidad y responsabilidad, se supone que el pecador debe manifestárselos. Sólo el pecador puede informarle qué grado de consentimiento hubo en su pecado. Cómo ya hemos aclarado ampliamente en otro artículo, es esencial la presencia real de confesor y penitente, por lo tanto es inválida la confesión por carta, teléfono, radio o televisión; pues además de no existir presencia real, pone en peligro el secreto sacramental.

Por mandato de la Iglesia, quien tiene pecado grave debe confesarse al menos una vez al año, o antes si hay peligro de muerte o se ha de comulgar. Pero eso es el plazo máximo. Quien quiere sinceramente salvarse y no quiere correr un serio peligro de condenarse, no puede contentarse con esto. Es necesario confesarse con más frecuencia. Con la frecuencia que sea necesaria para no vivir habitualmente en pecado grave. ¡No vivas nunca en pecado grave!

Un buen cristiano se confiesa normalmente una vez al mes. La confesión te devuelve la gracia, si la has perdido; te la aumenta, si no la has perdido; y te da auxilios especiales para evitar nuevos pecados. Todo esto, siguiendo el mandato de Jesús.

Padre Sam

Educar ¿para qué?

Pregunta.- Padre, Yo sé que la educación es, sobre todo, tarea de la familia. ¿Cuál es el objetivo primario de la educación?

Respuesta.- Pienso que la principal tarea de la educación es lograr que los seres humanos lleguemos a convivir como seres humanos,  a entendernos, a sentirnos responsables unos de otros, a ser solidarios unos con otros, educar para amarnos.  La educación nos tiene que llevar a aceptarnos a pesar de nuestras diferencias culturales y religiosas.

Eso es lo que tienen que buscar los padres de familia, eso tienen que  inculcar  en sus hijos.  Educarnos para saludar, para dar las gracias, para escucharnos unos a otros, educar para responsabilizarnos unos de otros, para ser solidarios. Educar para respetar los derechos delos demás.  Todo debe converger en estos valores.

La educación tiene que sacar aquello que llevamos dentro, la nobleza, la generosidad, el respeto por los demás, el sentido de servicio; el ser leales con los demás, el ser veraces, el ser honrados para sentar las bases de la confianza.

La educación es una de esas prácticas que nos llaman a involucrarnos de verdad.

No cabe duda que la sociedad en que vivimos ha dejado de promover esos principios, esos ideales y ha dado por cultivar la rebeldía, el capricho, el egoísmo mal sano.

Pregunta.- Padre,  y  ¿la educación que dan en la Escuela es otra cosa?

Mira la escuela debe de tener el mismo objetivo de la educación en el hogar.  Buscar la forma de hacer que los niños sean solidarios unos con otros, de que se apoyen mutuamente; buscar desarrollar hábitos como el que los niños sean capaces de leer y leer bien.  Desarrollar la creatividad en el cálculo mental.  Cómo es importante que todos ayuden a los más retrasados. Nuestra sociedad está creando niños carentes de cariño, en las escuelas podía fomentarse la solidaridad con ellos.

Pregunta.- Padre ¿Y los maestros?

Respuesta.-  La sociedad siempre ha afirmado la labor eminentemente constructiva de los maestros y ha cifrado en ella sus mejores esperanzas. Los maestros no son simples transmisores de conocimientos sino ellos son forjadores del carácter de los niños y jóvenes. Aquel hombre o aquella mujer no solo nos hicieron aprender a leer, escribir o hacer cuentas.  No solo explicaron la historia, la geografía y las ciencias, ellos nos enseñaron a ser ordenados y puntuales, a ir aseados, a respetar y a ayudar a los demás, a querer a México.

Por: P. Porfirio Franco Ortíz | Fuente: Red de Comunicadores Católicos

Papa Francisco pide al Foro Económico Mundial políticas públicas a favor de la familia

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Es vital implementar “políticas públicas a favor de la familia”, expresó el Papa Francisco en un apremiante mensaje enviado al profesor alemán Klaus Schwab, Fundador y Presidente Ejecutivo del Foro Económico Mundial, en ocasión de la apertura del encuentro anual que se celebra del 23 al 26 de enero en Davos (Suiza).

El Foro Económico Mundial, también conocido como Foro de Davos, realiza su encuentro anual bajo el lema “Crear un futuro compartido en un mundo fracturado”. Para este año se espera la asistencia de más de 340 líderes políticos, incluidos varios jefes de estado.

En su mensaje dado a conocer este lunes 22 de enero por el Vaticano, pero fechado el viernes 12, el Papa Francisco exhorta al Foro a no quedarse “callados ante el sufrimiento de millones de personas cuya dignidad está herida, y tampoco podemos seguir adelante como si la expansión de la pobreza y la injusticia no tuviera una causa”.

“Es un imperativo moral, una responsabilidad que involucre a todos, crear las condiciones adecuadas para permitir a todos vivir de una manera digna”, prosigue.

Tras denunciar la “cultura del descarte” y la necesidad de combatirla para alentar a las nuevas generaciones, el Santo Padre rechazó “los intereses privados y la ambición que buscan el lucro a cualquier costo”.

“La recurrente inestabilidad financiera ha generado nuevos problemas y serios desafíos que los gobiernos deben afrontar, como el incremento del desempleo, la pobreza en varias de sus formas, la ampliación de la brecha socio-económica y nuevas formas de esclavitud, con frecuencia causados por situaciones de conflicto, la migración y varios problemas sociales”.

Francisco también denunció que se considere al ser humano como “un simple bien de consumo para ser utilizado, de modo que” cuando “la vida ya no sirve a dicho mecanismo se la descarta sin tantos reparos”.

En este sentido, prosiguió, “es vital salvaguardar la dignidad de la persona humana, en particular ofreciendo a todos oportunidades reales para un desarrollo humano integral e implementando políticas económicas públicas a favor de la familia”.

Para concluir, el Papa resaltó que “ahora es tiempo para dar pasos valientes y firmes por nuestro amado planeta. Es el momento justo para poner por obra nuestra responsabilidad para contribuir al desarrollo de la humanidad”.

El Foro es una institución sin fines de lucro con sede en Ginebra (Suiza). Sobre el evento, Klaus Schwab afirma que “nuestro encuentro anual busca superar las líneas de fractura, reafirmando los intereses compartidos entre las naciones y asegurando el empeño en la renovación de los contratos sociales a través de un crecimiento inclusivo”.

En el marco de este evento, la ONG internacional Oxfam publicó en Londres su informe anual que señala que el 82% del dinero del mundo en 2017 fue a parar a manos de solo el 1% de la población.

Además, según informa la BBC, el 50% de la población pobre del planeta no tuvo ninguna mejora en sus ingresos.

Por: aciprensa.com

San Ildefonso, capellán y fiel notario de la Virgen

«Tú eres mi capellán y fiel notario. Recibe esta casulla la cual mi Hijo te envía de su tesorería», le dijo la Virgen María cuando se le apareció a San Ildefonso. El Santo tenía profunda devoción a la Inmaculada Concepción doce siglos antes que se proclamara el dogma. Su fiesta se celebra cada 23 de enero.

San Ildefonso, nació en Toledo (España), en el año 606. Fue educado en Sevilla por San Isidoro. Ildefonso optó por la vida monástica y con el tiempo fue elegido Abad de Agalia. En el 657 es elegido Arzobispo de Toledo y unificó la liturgia en España. Escribió muchas obras importantes sobre la Virgen María.

Cierta noche de diciembre, San Ildefonso junto a sus clérigos y algunos otros fueron a la iglesia a cantar himnos en honor a la Virgen. En eso vieron que la capilla brillaba con luz deslumbrante. La mayoría salió huyendo, excepto el santo y sus dos diáconos.

Cuando se acercaron al altar se encontraron a María, la Inmaculada Concepción, sentada en la silla del Obispo y acompañada de vírgenes que entonaban cantos celestiales. La Virgen le hizo seña para que se acercara. El santo así lo hizo y la Virgen le regaló una casulla. Ella misma lo invistió y le dijo que sólo la usara en los días festivos designados en su honor.

La aparición y la casulla fueron tan evidentes que el Concilio de Toledo fijó un día de fiesta especial para perpetuar su memoria. En el Acta Sanctorum este hecho aparece como El Descendimiento de la Santísima Virgen y de su Aparición.

San Ildefonso partió a la Casa del Padre en el 669. Los peregrinos pueden observar en la catedral la piedra en que la Madre de Dios puso sus pies cuando se apareció al santo.

Oración a María de San Ildefonso

A ti acudo, única Virgen y Madre de Dios. Ante la única que ha obrado la Encarnación de mi Dios me postro.

Me humillo ante la única que es Madre de mi Señor. Te ruego que por ser la Esclava de tu Hijo me permitas consagrarme a ti y a Dios, ser tu esclavo y esclavo de tu Hijo, servirte a ti y a tu Señor.

A Él, sin embargo, como a mi Creador y a ti como Madre de nuestro Creador; a Él como Señor de las virtudes y a ti como Esclava del Señor de todas las cosas; a Él como a Dios y a ti como a Madre de Dios. Yo soy tu siervo, porque mi Señor es tu Hijo. Tú eres mi Señora, porque eres esclava de mi Señor.

Concédeme, por tanto, esto, ¡oh Jesús Dios, Hijo del hombre!, creer del parto de la Virgen aquello que complete mi fe en tu Encarnación; hablar de la maternidad virginal aquello que llene mis labios de tus alabanzas; amar en tu Madre aquello que tú llenes en mí con tu amor; servir a tu Madre de tal modo que reconozcas que te he servido a ti; vivir bajo su gobierno de tal manera que sepa que te estoy agradando y ser en este mundo de tal modo gobernado por Ella, que ese dominio me conduzca a que Tú seas mi Señor en la eternidad.

¡Ojalá yo, siendo un instrumento dócil en las manos del sumo Dios, consiga con mis ruegos ser ligado a la Virgen Madre por un vínculo de devota esclavitud y vivir sirviéndola continuamente!

Pues los que no aceptáis que María sea siempre Virgen; los que no queréis reconocer a mi Creador por Hijo suyo, y a Ella por Madre de mi Creador; si no glorificáis a este Dios como Hijo de Ella,  tampoco glorificáis como Dios a mi Señor. No glorificáis como Dios a mi Señor los que no proclamáis bienaventurada a la que el Espíritu Santo ha mandado llamar así por todas las naciones; los que no rendís honor a la Madre del Señor con la excusa de honrar a Dios su Hijo.

Sin embargo yo, precisamente por ser siervo de su Hijo, deseo que Ella sea mi Señora; para estar bajo el imperio de su Hijo, quiero servirle a Ella; para probar que soy siervo de Dios, busco el testimonio del dominio sobre mí de su Madre; para ser servidor de Aquel que engendra eternamente al Hijo, deseo servir fielmente a la que lo ha engendrado como hombre.

Pues el servicio a la Esclava está orientado al servicio del Señor; lo que se da a la Madre redunda en el Hijo; lo que recibe la que nutre, termina en el que es nutrido, y el honor que el servidor rinde a la Reina viene a recaer sobre el Rey. Por eso me gozo en mi Señora, canto mi alegría a la Madre del Señor, exulto con la Sierva de su Hijo, que ha sido hecha Madre de mi Creador y disfruto con Aquélla en la que el Verbo se ha hecho carne.

Porque gracias a la Virgen yo confío en la muerte de este Hijo de Dios y espero que mi salvación y mi alegría venga de Dios siempre y sin mengua, ahora, desde ahora y en todo tiempo y en toda edad por los siglos de los siglos. Amén.

Por: aciprensa.com

Evangelio del día

Del santo Evangelio según san Marcos 3, 31-35

En aquel tiempo, llegaron a donde estaba Jesús, su madre y sus parientes; se quedaron fuera y lo mandaron llamar. En torno a Él estaba sentada una multitud, cuando le dijeron: «Ahí fuera están tu madre y tus hermanos, que te buscan».

Él les respondió: «¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?» Luego, mirando a los que estaban sentados a su alrededor, dijo: «Estos son mi madre y mis hermanos. Porque el que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre».

Palabra del Señor.