miércoles, febrero 19, 2025
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RECORDAR EN FAMILIA LO QUE ES LA EUCARISTÍA.

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I. ¿Qué es la Eucaristía?

La Eucaristía es uno de los siete Sacramentos. Nos recuerda el momento en el que el pan y el vino se convierten en el Cuerpo y en la Sangre de Cristo. Éste es el alimento del alma. Así como nuestro cuerpo necesita comer para vivir, nuestra alma necesita comulgar para estar sana. Cristo dijo: «El que come mi Carne y bebe mi Sangre, tiene vida eterna y yo lo resucitaré el último día.»

II. ¿En qué nos ayuda la Eucaristía?

Todos queremos ser buenos, ser santos y nos damos cuenta de que el camino de la santidad no es fácil, que no bastan nuestras fuerzas humanas para lograrlo. Necesitamos fuerza divina, de Jesús. Esto sólo será posible con la Eucaristía. Al comulgar, nos podemos sentir otros, ya que Cristo va a vivir en nosotros. Podremos decir, con San Pablo: «Vivo yo, pero ya no soy yo, sino Cristo quien vive en mí.»

III. ¿En qué parte de la Misa se realiza la Eucaristía?

Después de rezar el Credo, se llevan a cabo: el ofertorio, la consagración y la comunión.
Ofertorio: Es el momento en que el sacerdote ofrece a Dios el pan y el vino que serán convertidos en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Nosotros podemos ofrecer, con mucho amor, toda nuestra vida a Dios en esta parte de la Misa.
Consagración: Es el momento de la Misa en que Dios, a través del sacerdote, convierte el pan y el vino en el Cuerpo y en la Sangre de Cristo. En este momento nos arrodillamos como señal de amor y adoración a Jesús, Dios hecho hombre, que se hace presente en la Eucaristía.

Comunión: Es recibir a Cristo Eucaristía en nuestra alma, lo que produce ciertos efectos en nosotros:

• Nos une a Cristo y a su Iglesia.
• Une a los cristianos entre sí.
• Alimenta nuestra alma.
• Aumenta en nosotros la vida de gracia y la amistad con Dios.
• Perdona los pecados veniales.
• Nos fortalece para resistir la tentación y no cometer pecado mortal.

 

LOS FRUTOS DEL ESPIRITU SANTO

La vida cristiana, consiste en vivir según el Espíritu que Cristo Jesús nos envió desde el Padre. Este Espíritu, es quien realiza en nosotros todas las cosas. El nos da la gracia que santifica, nos perdona, nos libera, nos da sus siete dones, infunde en nosotros las virtudes teologales y las cardinales, nos da diversos Carismas para el bien de la comunidad, nos reúne en un solo Pueblo, nos hace compartir los bienes y tener un mismo corazón. Es el amor de Dios derramado en nuestros corazones y de todas sus muchas acciones y manifestaciones hay unas que son las más exquisitas de todas: Los llamados frutos del Espí­ritu Santo.

¿QUE SON LOS FRUTOS DEL ESPIRITU SANTO?

Son frutos del Espíritu Santo todos aquellos actos virtuosos en los que el alma halla consolación espiritual. Así, la paciencia para poner un ejemplo, es un fruto del Espíritu Santo, cuando la persona cristiana sabe llevar las contrariedades y la lucha de esta vida sin quejarse, y al vivir esas situaciones las está viviendo con consolación espiritual. De esta mane­ra, su actitud frente a las situaciones difíciles indica la «paciencia» y la con­solación espiritual que le acompaña, nos dice que ella nace de la acción del Espíritu Santo.

¿CUANTOS SON LOS FRUTOS DEL ESPIRITU SANTO?

San Pablo, en su carta a los Gálatas nos da una lista de nueve. Pero, como sabemos, ninguna de estas listas es completa. El Apóstol en ese lugar enumera aquellos que considera nece­sarios en ese momento para su enseñanza. Pero no quiere decir en modo alguno que ese es el número comple­to. Es por eso, que nunca un texto de la Escritura nos da la enseñanza comple­ta que Dios quiere revelar. Necesita ser completada.

En la Catequesis, la Iglesia nos ofrece una lista de doce, en la que están los nueve que cita San Pablo en  los Gálatas (caridad, gozo, paz, benig­nidad, bondad, longanimidad, manse­dumbre, fe, continencia) y otros tres más (paciencia, modestia y castidad).

 1. CARIDAD O AMOR: Es evidente el amor de Dios derramado por el Espíritu en el creyente, pero manifestado como amor al prójimo. Ve en todo hombre su hermano, más aún, llega a ver a Cristo en su prójimo; se entrega a su servicio hasta la donación de su propia vida: vive, en una palabra, todas las caracte­rísticas del amor (1 Corintios 13) pero en relación con el prójimo.

2. ALEGRÍA O GOZO: Es el gusto, de­leite y fruición profunda y espiritual, que nace de la conciencia que se tiene de la amistad con Dios. Cuando este fruto se manifiesta la persona es alegre y optimista».

«Parece como si irradiara un res­plandor interior que le hace ser notado en cualquier reunión. Cuando el está presente, parece como si el sol brillara un poco más de luz, la gente sonríe con más facilidad, habla con mayor delicadeza». (p. Leo J. Trese).

3.     PAZ: Como el gozo, también este fruto se basa en la conciencia que se tiene de la amistad de Dios. Encierra la idea de perfección y plenitud. Es la persona serena, tranquila. Se dice de él que tiene una «personalidad equili­brada». En medio de las preocupaciones conserva la calma profunda. Es un tipo ecuánime, en quien se confía fá­cilmente y a quien se acude en las cosas de emergencia, difíciles y de conflicto. La paz no es otra cosa que la tranquilidad del orden y ese orden empieza poniendo a Dios siempre en primer lugar.

4.     PACIENCIA: Como fruto del Espí­ritu, por la paciencia la persona acepta hasta el heroísmo los sufrimientos y males. No son para ella una carga Insoportable, sino que los asimila de una manera positiva y los maneja de tal manera que no son destructivos ni para ellas ni para los que lo rodean, sino que los usa como instrumentos para la construcción del Reino de Dios. Comprende muy bien aquella expresión de San Pablo: «Para los que aman a Dios”, todo contribuye para su bien» (véase también Romanos 5, 3-5). El paciente no se queja, sino que afronta las situaciones con realismo.

5. BENIGNIDAD: Otras palabras que definen muy bien este fruto son: Amabilidad, afabilidad, gentileza, be­nevolencia, comprensión de los demás, y de hecho, son utilizadas por los traductores de las diferentes Biblias para indicar este fruto que viene en la lista de San Pablo en su carta a los Gálatas. Así la persona en la que se produce este fruto del Espíritu es benigna, amable, afable, gentil y comprensiva. La gente acude a él con facilidad. Por estas condiciones atrae sin dificultad alguna a los más débiles y necesitados, los niños, los ancianos, los afligidos, los atribulados, que se confían fácilmente a él. La dulzura lo caracteriza, igualmente. A él se le po­dría aplicar la frase de San Francisco de Sales: «Más moscas caen en una gota de miel que en un barril de vina­gre».

6. BONDAD: Posee este fruto aquel de quien se dice: i Qué bueno es! Qué bondad la suya! Es profundamente bueno! Es aquel que sabe ver lo bueno que hay en cada ser humano. Sin ser in­genuo, se fija más en lo positivo de las personas y de la vida que en lo negati­vo. Al actuar así, como en los demás frutos, siente la ‘consolación del Espí­ritu.

Defiende la verdad, la justicia y el derecho, pero sabe comprender los errores y fallos de los demás. Conlleva la ignorancia y debilidades de los otros, pero jamás compromete sus conviccio­nes ni contemporiza con el mal.

7. LONGANIMIDAD: El acto virtuoso, acompañado de consolación del Espí­ritu, en el que nos sentimos animados para tender a algo bueno que está muy distante de nosotros, o sea, cuya con­secución se hará en mucho tiempo. En la longanimidad se juntan la magnificencia y la paciencia. La magnificencia, porque se quiere emprender obras difíciles de realizar sin asustarse ante la magnitud del trabajo o de los grandes gastos que sea necesario in­vertir, confiado en que es factible lo que se propone, aunque tarde. La paciencia, porque si el bien o la obra esperada tarda mucho en llegar, se produce en el alma cierta tristeza y dolor, pero por la longanimidad, se tiene fuerza para esperar y soportar el dolor, el infortunio y el fracaso, hasta llegar a la meta propuesta. Se alzará los ojos al cielo llenos de lágrimas, pero nunca de rebelión.

8. MANSEDUMBRE: Este fruto con­siste en una moderación y dominio de la ira que no hace daño, sino que, al revés, va acompañado de la consola­ción del Espíritu. A la mansedumbre se opone la agresividad, la indignación violenta, el griterío airado, la blasfemia, la injuria, la riña, la violencia, el rencor, el deseo de venganza y la venganza misma.

9. FE: Cuando decimos fe, podemos entender tres cosas:

1. La fe, como la virtud derramada por el Espíritu en nuestro espíri­tu, por la que el ser humano cree, aceptando la Buena Nueva, y entregándose a Cristo. Por esta fe, proclamamos las verdades contenidas en el Credo.

2. La fe carismática, aquella con­fianza en Dios, que es capaz de llegar a hacer milagros y hasta mover montañas.

3. La fe que equivale a fidelidad. Es esta fe la que es fruto del Espíritu. La persona en la que ya se produce este fruto permanece fiel a su fe, no la abandona y la defiende ante los ataques. No pretende coac­cionar a los demás y hacerles tragar su religión, pero tampoco siente respetos humanos por sus convicciones. No oculta la verdad de fe, aunque es respetuoso de la creencia de los demás. Está firme e ella, aunque esté abierto a ver las cosas buenas que pueda ver en otra religión, filosofía o modo de pensar. Para él lo más impor­tante de la vida es su fe.

Al que tiene la fe por la que se cree, se le llama «creyente»; al que tiene la fe-confianza, se le llama «el que con­fía»; al que tiene la fe-fidelidad se le llama «el hombre fiel».

Dios es fiel. Sabemos que él no falla. El hombre fiel es aquel que no falla en su fe, tiene la fe-fidelidad. Esta fidelidad no sólo se refiere a la relación con Dios, sino también a su relación con los hermanos.

La fe-fidelidad encierra una triple fidelidad: fidelidad a Dios, a la iglesia y al hombre. La fe, pues, no sólo es creer, es también confiar y permanecer fiel. Esto último es la manifestación más exqui­sita de la fe. Es muchísimo mejor la fidelidad que la fe caris­mática. Y es por eso por lo que se le llama «fruto» o manifestación exquisi­ta del Espíritu.

Fruto: ni se siente mal ni hace sentir mal a los demás.

10. MODESTIA: La mo­destia nos lleva a guardar el debido decoro en los gestos y movimientos corporales, el debido or­den en el arreglo del cuer­po y del vestido. La persona modesta tiene en su comporta­miento, en su vestido y en su hablar una decencia que le hacen fortalecer la vida cristiana de los de­más, no debilitarla. Su amor a Jesucristo, le hace estremecer ante la idea de actuar de cómplice del diablo, de ser ocasión de pecado para otro.

CORPUS CHRISTI

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Corpus Christi (en latín, «Cuerpo de Cristo») o Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo, antes llamada Corpus Domini («Cuerpo del Señor»), es una fiesta de la Iglesia católica destinada a celebrar la Eucaristía.

Su principal finalidad es proclamar y aumentar la fe de los católicos en la presencia real de Jesucristo en el Santísimo Sacramento. La celebración se lleva a cabo el jueves posterior a la solemnidad de la Santísima Trinidad, que a su vez tiene lugar el domingo siguiente a Pentecostés.

 Diversas maneras de celebrar esta fiesta

PARTICIPAR EN LA PROCESION CON EL SANTISIMO.
La procesión con el Santísimo consiste en hacer un homenaje agradecido, público y multitudinario de la presencia real de Cristo en la Eucaristía. Se acostumbra sacar en procesión al Santísimo Sacramento por las calles y las plazas o dentro de la parroquia o Iglesia, para afirmar el misterio del Dios con nosotros en la Eucaristía.
Esta costumbre ayuda a que los valores fundamentales de la fe católica se acentúen con la presencia real y personal de Cristo en la Eucaristía.

LA HORA SANTA
Es una manera práctica y muy bella de adorar a Jesús Sacramentado. Las Parroquias de todo el mundo la celebran los jueves al anochecer, para demostrar a Cristo Eucaristía amor y agradecimiento y reparar las actitudes de indiferencia y las faltas de respeto que recibe de uno mismo y de los demás hombres.

Consiste en realizar una pequeña reflexión evangélica, en presencia de Jesús Sacramentado y, al final, se rezan unas letanías especiales para demostrarle a Jesús nuestro amor.

Se puede celebrar de manera formal con el Santísimo Sacramento solemnemente expuesto en la custodia, con incienso y con cantos, o de manera informal con la Hostia dentro del Sagrario. Cualquiera de las dos maneras agrada a Jesús.
Se inicia con la exposición del Santísimo Sacramento o, en su defecto, con una oración inicial a Jesucristo estando todos arrodillados frente al Sagrario.

A continuación, se procede a la lectura de un pasaje del Evangelio y al comentario del mismo por parte de alguno de los participantes.
Luego, se reflexiona adorando a Jesús, Rey del Universo, en la Eucaristía.

Se termina con las invocaciones y las letanías correspondientes y, en el caso de que la Hora Eucarística se haya hecho delante del Santísimo solemnemente expuesto, el sacerdote da la bendición con el Santísimo; en caso contrario, se finaliza la Hora Santa con una plegaria conocida de agradecimiento.

 

RECORDAR EN FAMILIA LO QUE ES LA EUCARISTIA.

¿Qué es la Eucaristía?

  1. La Eucaristía es uno de los siete Sacramentos. Nos recuerda el momento en el que el pan y el vino se convierten en el Cuerpo y en la Sangre de Cristo. Éste es el alimento del alma. Así como nuestro cuerpo necesita comer para vivir, nuestra alma necesita comulgar para estar sana. Cristo dijo: «El que come mi Carne y bebe mi Sangre, tiene vida eterna y yo lo resucitaré el último día.»
  2. ¿En qué nos ayuda la Eucaristía?

Todos queremos ser buenos, ser santos y nos damos cuenta de que el camino de la santidad no es fácil, que no bastan nuestras fuerzas humanas para lograrlo. Necesitamos fuerza divina, de Jesús. Esto sólo será posible con la Eucaristía. Al comulgar, nos podemos sentir otros, ya que Cristo va a vivir en nosotros. Podremos decir, con San Pablo: «Vivo yo, pero ya no soy yo, sino Cristo quien vive en mí.»

RECORDAR EN FAMILIA LO QUE ES LA EUCARISTÍA.

¿En qué parte de la Misa se realiza la Eucaristía?

Después de rezar el Credo, se llevan a cabo: el ofertorio, la consagración y la comunión.
Ofertorio: Es el momento en que el sacerdote ofrece a Dios el pan y el vino que serán convertidos en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Nosotros podemos ofrecer, con mucho amor, toda nuestra vida a Dios en esta parte de la Misa.
Consagración: Es el momento de la Misa en que Dios, a través del sacerdote, convierte el pan y el vino en el Cuerpo y en la Sangre de Cristo. En este momento nos arrodillamos como señal de amor y adoración a Jesús, Dios hecho hombre, que se hace presente en la Eucaristía.
Comunión: Es recibir a Cristo Eucaristía en nuestra alma, lo que produce ciertos efectos en nosotros:

Nos une a Cristo y a su Iglesia.

  • Une a los cristianos entre sí.
  • Alimenta nuestra alma.
  • Aumenta en nosotros la vida de gracia y la amistad con Dios.
  • Perdona los pecados veniales.
  • Nos fortalece para resistir la tentación y no cometer pecado mortal.

RECORDAR EN FAMILIA LO QUE ES LA EUCARISTIA.

  1. ¿Qué condiciones pone la Iglesia para poder comulgar?

La Iglesia nos pide dos condiciones para recibir la comunión:

    • Estar en gracia, con nuestra alma limpia todo pecado mortal.
    • Cumplir el ayuno eucarístico: no comer nada una hora antes de comulgar.

 

  1. ¿Cada cuánto puedo recibir la Comunión Sacramental?

La Iglesia recomienda recibir la Comunión siempre que vayamos a Misa. Es obligación recibir la Comunión, al menos, una vez al año en el tiempo de Pascua, que son los 50 días comprendidos entre el Domingo de Resurrección y el Domingo de Pentecostés.

 

RECORDAR EN FAMILIA LO QUE ES LA EUCARISTÍA.

  1. ¿Qué hacer después de comulgar?

Se recomienda aprovechar la oportunidad para platicarle a Dios, nuestro Señor, todo lo que queramos: lo que nos alegra, lo que nos preocupa; darle gracias por todo lo bueno que nos ha dado; decirle lo mucho que lo amamos y que queremos cumplir con su voluntad; pedirle que nos ayude a nosotros y a todos los hombres; ofrecerle cada acto que hagamos en nuestra vida.

  1. ¿Qué hacer cuando no se puede ir a comulgar?

Se puede llevar a cabo una comunión espiritual. Esto es recibir a Jesús en tu alma, rezando la siguiente oración:

«Creo, Jesús mío, que estás realmente presente en el Santísimo Sacramento del altar.
Te amo sobre todas las cosas y deseo ardientemente recibirte dentro de mi alma,
pero no pudiendo hacerlo sacramentalmente,
ven al menos espiritualmente a mi corazón.
Quédate conmigo y no permitas que me separe de ti.
Amén».

 

AMOR DE DIOS

ASÍ COMO EXISTEN LEYES FÍSICAS QUE GOBIERNAN EL UNIVERSO FÍSICO, EXISTEN LEYES ESPIRITUALES QUE GOBIERNAN TU RELACIÓN CON DIOS.

1. DIOS TE AMA Y TE CREÓ PARA QUE LO CONOZCAS A TÍTULO PERSONAL

Dios nos ama: «Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna» Juan 3.16

Dios quiere que lo conozcamos personalmente: «Esta es la vida eterna. Que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado» Juan 17.3

Nos ofrece una vida nueva; una vida en abundancia: «Si alguno está en Cristo, nueva criatura es» 2 Corintios 5.17

Jesús dijo: «Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia» Juan 10.10

 

2.   LA PROPIA ACTITUD DEL HOMBRE LE IMPIDE TENER ESTA RELACIÓN CON DIOS

El hombre fue creado para tener comunión con Dios; pero por su terca voluntad escogió tomar su propio camino independiente y rompió su comunión con Dios. Esta voluntad propia, caracterizada por una actitud de rebeldía activa o indiferencia pasiva, es evidencia de lo que la Biblia califica como pecado.

La Biblia nos ayuda a comprender lo que es el pecado (Romanos 1.18-21 e Isaías 53.5-6).

¿Quién ha pecado? 
«Por cuanto todos pecaron, y están separados de la gloria de Dios» Romanos 3.23

¿Cuál es el resultado del pecado? 
«La paga del pecado es muerte» [la separación espiritual de Dios] Romanos 6.23

«Vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios» Isaías 59.2

 

3.   JESUCRISTO ES LA ÚNICA PROVISIÓN QUE DIOS HA HECHO PARA EL PERDONAR EL PECADO

Él murió en nuestro lugar

 

«Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros» Romanos 5.8

Él resucitó de entre los muertos. Él vive hoy: «A este Jesús resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos» Hechos 2.32
Por esto Jesús pudo decir: «Yo soy el camino, la verdad, y la vida. Nadie viene al Padre, sino por mí» Juan 14.6

 

4. DEBEMOS RECIBIR A JESÚS COMO NUESTRO SEÑOR Y SALVADOR, DE MANERA INDIVIDUAL

Encomendar nuestra vida a Jesucristo implica:

• Que comprendemos que nuestra rebelión o indiferencia hacia Dios nos condena.
• Que creemos que Jesucristo pagó el precio total de nuestros pecados al morir en la cruz y agradecemos el perdón que él nos ha dado.
• Que nos arrepentimos de nuestros pecados para poder recibir el perdón de Dios.
• Que deseamos amarle y obedecerle al dejar atrás nuestro pecado para poder vivir una relación personal con él.

«Así que,  arrepentíos y convertíos,  para que sean borrados vuestros pecados;  para que vengan de la presencia del Señor tiempos de refrigerio.» Hechos 3:19

Esta decisión hará de ti un hijo de Dios:

«A todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dió potestad de ser hechos hijos de Dios» Juan 1.12

Jesucristo desea tener esta relación personal contigo:

Él dice: «He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo» Apocalipsis 3.20

Cada uno de nosotros está condenado a morir por su pecado, pero Dios envió a su hijo Jesucristo a morir en la cruz en nuestro lugar. Él ha cerrado el abismo que nos separa de Dios. Él fue condenado en nuestro lugar. Es por eso que ahora podemos recibir el perdón de Dios y comenzar a vivir la vida abundante a través de una relación personal con él.

Estos dos círculos representan dos tipos de vida:

1. Una vida sin Cristo

Yo – El «yo» es el centro de la vida
† – Cristo está fuera de la vida
Esta persona no ha puesto su confianza en Jesucristo. Sus pecados no le han sido perdonados. Su vida está hecha un desastre y no tiene metas porque su «yo» delimita su conducta (Efesios 2.12).

2. Una vida dirigida por Cristo

Yo – El «yo» se rinde a Cristo.
† – Cristo es el centro de su vida.
Este hombre ha encomendado su vida a Jesucristo; sus pecados le han sido perdonados y disfruta el amor de Dios en su vida todos los días (Romanos 5.1).

El entregar tu vida a Jesús es un paso de fe que puedes expresar a través de la oración.

Orar significa simplemente hablar con Dios. Él te conoce. Lo que importa es la actitud de tu corazón, tu honestidad. Sugerimos que hagas esta oración:

«Señor Jesús, te doy gracias por tu amor y porque viniste al mundo a morir por mí. Confieso que he dirigido mi propia vida y que por lo tanto, he pecado contra Dios. Ahora quiero depositar mi confianza en ti y recibirte en mi vida. Te pido que perdones mis pecados. Hazme la persona que tú quieres que sea. Te doy gracias por haber contestado mi oración y porque ahora estás en mi vida. Amén.»

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TENGO SED DE TI

“Mira que estoy a la puerta y llamo…”

Apocalipsis 3, 20

Es verdad. Estoy a la puerta de tu corazón, de día y de noche. Aún cuando no estás escuchando, aún cuando dudes que pudiera ser yo, ahí estoy: esperando la más pequeña señal de respuesta, hasta la más pequeña sugerencia de invitación que Me permita entrar.

Y quiero que sepas que cada vez que me invitas. Yo vengo siempre, sin falta. Vengo en silencio e invisible, pero con un poder y un amor infinitos, trayendo los muchos dones de Mí Espíritu. Vengo con Mi misericordia, con Mi deseo de perdonarte y de sanarte, con un amor hacia ti que va más allá de tu comprensión. Un amor en cada detalle, tan grande como el amor que he recibido de Mi Padre: “Yo los he amado a ustedes como el Padre me ama a mí…” (Jn. 15,10). Vengo deseando consolarte y darte fuerza, levantarte y vendar todas tus heridas. Te traigo Mi luz, para disipar tu oscuridad y todas tus dudas. Vengo con Mi poder, que me permite cargarte a ti: con Mi gracia, para tocar tu corazón y transformar tu vida. Vengo con Mi paz, para tranquilizar tu alma.

Te conozco como la palma de mi mano, sé todo acerca de ti, hasta los cabellos de tu cabeza he contado. No hay nada en tu vida que no tenga importancia para mí. Te he seguido a través de los años y siempre te he amado, hasta en tus extravíos. Conozco cada uno de tus problemas. Conozco tus necesidades y tus preocupaciones y, si, conozco todos tus pecados. Pero te digo de nuevo que Te amo, no por lo que has hecho o dejado de hacer, Te amo por ti, por la belleza y la dignidad que mi Padre te dio al crearte a Su propia imagen. Es una dignidad que muchas veces has olvidado, una belleza que has empañado por el pecado. Pero te amo como eres y he derramado Mi Sangre para rescatarte. Si sólo me lo pides con fe, Mi gracia tocará todo lo que necesita ser cambiado en tu vida: Yo te daré la fuerza para librarte del pecado y de todo su poder destructor.

Sé lo que hay en tu corazón, conozco tu soledad y todas tus heridas, los rechazos, los juicios, las humillaciones, Yo lo sobrellevé todo antes que tú. Y todo lo sobrellevé por tí, para que pudieras compartir Mi fuerza y Mi victoria. Conozco, sobre todo, tu necesidad de amor, sé que tan sediento estás de amor y de ternura. Pero cuántas veces has deseado satisfacer tu sed en vano, buscando ese amor con egoísmo, tratando de llenar el vacío dentro de ti con placeres pasajeros, con el vacío aún mayor del pecado. ¿Tienes sed de amor?

Yo te saciaré y te llenaré. “Vengan a Mí todos los que tengan sed…” (Jn 7, 37). ¿Tienes sed de ser amado?, te amo más de lo que te puedes imaginar… hasta el punto de morir en la cruz por ti.

TENGO SED DE TI. Sí, esa es la única manera en que apenas puedo empezar a describir mi amor. TENGO SED DE TI. Tengo sed de amarte y de que tú me ames. Tan precioso eres para mí que TENGO SED DE TI. Ven a Mí y llenaré tu corazón y sanaré tus heridas. Te haré una nueva creación y te daré la paz aún en tus pruebas. TENGO SED DE TI. Nunca debes dudar de Mi Misericordia, de mi deseo de perdonarte, de Mi anhelo por bendecirte y vivir Mi vida en ti, y de que te acepto sin importar lo que hayas hecho. TENGO SED DE TI. Si te sientes de poco valor a los ojos del mundo, no importa. No hay nadie que me interese más en todo el mundo que tú. TENGO SED DE TI. Ábrete a Mí, ven a Mí, ten sed de Mí, dame tu vida. Yo te probaré qué tan valioso eres para Mi Corazón.

¿No te das cuenta de que Mi Padre ya tiene un plan perfecto para transformar tu vida a partir de este momento? Confía en Mí. Pídeme todos los días que entre y que me encargue de tu vida y lo haré. Te prometo ante Mi Padre en el Cielo que haré milagros en tu vida. ¿Por qué haría Yo esto? PORQUE TENGO SED DE TI. Lo único que te pido es que te confíes completamente a Mí. Yo haré todo lo demás.

Desde ahora, ya veo el lugar que Mi Padre te ha preparado en Mi Reino. Recuerda que eres peregrino en esta vida viajando a casa. El pecado nunca te puede satisfacer ni traerte la paz que anhelas. Todo lo que has buscado fuera de Mí sólo te ha dejado más vacío, así que no te ates a las cosas de este mundo; pero, sobre todo, no te alejes de Mí cuando caigas. Ven a mí sin tardanza porque cuando me das tus pecados, me das la alegría de ser tu Salvador. No hay nada que yo no pueda perdonar y sanar, así que ven ahora y descarga tu alma.

No importa cuánto hayas andado sin rumbo, no importa cuántas veces me hayas olvidado, no importa cuántas cruces lleves en esta vida, hay algo que quiero que siempre recuerdes y que nunca cambiará. TENGO SED DE TI, tal y como eres. No tienes que cambiar para creer en Mi Amor, ya que será tu confianza en ese Amor la que te hará cambiar. Tu te olvidas de Mí y, sin embargo. Yo te busco a cada momento del día y estoy ante las puertas de tu corazón, llamando. ¿Encuentras esto difícil de creer? Entonces, mira la Cruz, mira Mi Corazón que fue traspasado por ti. ¿No has comprendido Mi Cruz?, entonces escucha de nuevo las palabras que dijo en ella, te dicen claramente por qué Yo soporté todo esto por ti: “TENGO SED”  (Jn 19, 28). Sí, TENGO SED DE TI. Como el resto del salmo que Yo estaba rezando dice de Mí: “… esperé compasión inútilmente, esperé alguien que me consolara y no le hallé” (Sal 69, 20). Toda tu vida he estado deseando tu amor. Nunca he cesado de buscarlo y de anhelar que me correspondas. Tú has probado muchas cosas en tu afán por ser feliz. ¿Por qué no intentas abrirme tu corazón, ahora mismo, abrirlo más de lo que lo has hecho antes?

Cuando finalmente abras las puertas de tu corazón y finalmente te acerques lo suficiente entonces Me oirás decir una y otra vez, no en meras palabras humanas sino en espíritu: “no importa qué es lo que hayas hecho, te amo por ti mismo. Ven a Mí con tu miseria y tus pecados, con tus problemas y necesidades, y con todo tu deseo de ser amado. Estoy a la puerta de tu corazón y llamo… ábreme, porque TENGO SED DE TI…”

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DIOS TE AMA!!!

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Cuando has llorado en angustia y dolor… Dios ha contado tus lágrimas.

Cuando crees que tu vida se ha detenido y el tiempo solo pasa… Dios espera contigo.

Cuando estás solo y tus amigos están muy ocupados, aún para una llamada telefónica… Dios está a tu lado.

Cuando has tratado todo y no sabes hacia donde ir… Dios te mostrará el camino.

Cuando nada tiene sentido y estás frustrado sin saber hacia dónde ir… Dios tiene la respuesta.

Si de repente tu mirada al mundo exterior se hace más brillante y encuentras senderos de luz… Dios te ha susurrado en el oído.

Cuando las cosas van bien, y tienes mucho que agradecer… Dios te ha bendecido.

No importa si te sientes bien o mal… Dios siempre está contigo y te acompaña en las buenas y en las malas.

Nunca dejes de hablar con Dios y contarle tus problemas, pues muchas personas buscan a alguien con quien hablar y desahogarse, sin embargo no hablan con el único que siempre va a escuchar con misericordia y paciencia, sin sacar a relucir tus errores.

Busca a Dios de corazón y cuéntale tus problemas, pues El siempre te acompaña y te cuida… lo creas o no… Te guste o no… Él nunca te abandona… porque te ama.

“Con amor eterno te he amado; por tanto, te prolongué mi misericordia.” Jeremías.31.3

En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros: en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo para que vivamos por él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros y envió a su Hijo en pago por nuestros pecados. Juan 4:9-10

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RECONCILIÁNDONOS CON DIOS – EL EXAMEN DE CONCIENCIA

El examen de conciencia tiene como propósito ayudarte a comprender en que cosas has fallado. Lo que aquí presentamos es solamente una guía y no pretende abarcar todas las formas en las que podemos ofender a Dios.

Examínate –ayudado por estas preguntas– ¿cuáles pecados has cometido desde tu última confesión? Trata de no quedarte en lo exterior, sino en las actitudes del corazón y las omisiones.

Yo soy el Señor tu Dios… no tendrás dioses aparte de Mí.

  • ¿Le doy tiempo al Señor diariamente en oración?
  • ¿Busco amarlo con todo mi corazón?
  • ¿He estado envuelto en prácticas supersticiosas o en algo de ocultismo?
  • ¿Busco seguir la Palabra de Dios como los enseña la Iglesia?
  • ¿He recibido la Sangrada Comunión en estado de pecado grave?
  • ¿He dicho deliberadamente alguna mentira en la Confesión o le he omitido algún pecado mortal al sacerdote?

No jurarás el santo nombre de Dios en vano.

  • ¿He usado el nombre del Señor en vano, ligeramente o descuidadamente?
  • ¿He estado enojado con Dios?
  • ¿Le he deseado maldad a alguna persona?
  • ¿He insultado alguna persona consagrada o he abusado de algún objeto sagrado?

Acuérdate del día de reposo, para consagrarlo al Señor.

  • ¿He faltado deliberadamente a la Misa dominical o en los días de precepto?
  • ¿Me he dejado dominar tanto por el trabajo u otras actividades que no he dedicado el domingo a la vida espiritual y familiar?
  • ¿He puesto a otros impedimentos innecesarios para guardar el día del Señor?
  • ¿Al asistir a Misa u otras celebraciones litúrgicas, adopto una actitud pasiva o distraída, o me dedico a adorar auténticamente al Señor?

Honrar a tu padre y a tu madre.

  • Siendo joven, ¿escucho, respeto y obedezco a mis padres?
  • Siendo adulto, ¿visito y atiendo a mis padres en sus necesidades?
  • ¿He abandonado mis deberes para con mi esposa/o y mis hijos?
  • ¿Le he dado ejemplo de vida cristiana a mi familia?
  • ¿Guardo resentimientos contra mis padres o algún otro miembro de mi familia?

No matarás.

  • ¿He herido físicamente a alguien?
  • ¿He sido partidario del aborto, tanto con mis opiniones o contribuyendo a que otras personas lo practiquen?
  • ¿He puesto en peligro mi vida o la de otras personas abusado de las drogas o el alcohol?
  • ¿He contribuido con mi acción u omisión al suicidio o eutanasia de otro hermano?
  • ¿He sido motivo de escándalo para alguien de manera que le llevé a pecar?
  • ¿He guardado resentimiento u odio en mi corazón?

No cometerás adulterio.

  • ¿He tenido alguna actividad sexual fuera de mi matrimonio?
  • ¿He sido fiel a mis votos matrimoniales en pensamiento y en acción?
  • ¿He leído o visto pornografía?
  • ¿Busco la castidad en mis pensamientos, palabras y acciones?

No robarás.

  • ¿He tomado para mí algo que no me pertenecía?
  • ¿He sido deshonesto o desperdicio el tiempo en el trabajo, en la escuela o en la casa?
  • ¿He sido extravagante en mi estilo de vida, mientras soy indolente con los pobres y necesitados?
  • ¿He sido irresponsable con las necesidades de mi familia, mientras derrocho dinero en juegos y apuestas?
  • ¿He pagado a mis empleados el salario justo?

No levantarás falso testimonio ni mentirás.

  • ¿He mentido?
  • ¿He chismoseado o hablado a espaldas de alguien?
  • ¿Mantengo en secreto lo que debería ser confidencial?
  • ¿He dañado la reputación de alguien hablando de sus defectos y faltas con poco deseo o intención de ayudarle a enmendarse?

No desearás la mujer de tu prójimo.

  • ¿He consentido pensamientos impuros?
  • ¿He deseado el afecto de cónyuge de otra persona?
  • ¿He pensado en serle infiel a mi esposa/o?
  • ¿He defendido la dignidad de mi cónyugue en toda circunstancia?
  • ¿He rechazado a mi familia en mi corazón, y deseado distanciarme de ellos emocional o físicamente?

No codiciarás los bienes ajenos.

  • ¿He sentido envidia por las cualidades, los bienes o los logros de mis semejantes?
  • ¿He sido ambicioso o egoísta?
  • ¿Son las posesiones materiales el propósito de mi vida?
  • ¿Contribuyo adecuadamente a mi Iglesia y doy a los pobres con generosidad?

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VIRGEN DE FATIMA.

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La Santísima Virgen María
se manifestó a tres niños campesinos

En 1917, en el momento de las apariciones, Fátima era una ciudad desconocida de 2.500 habitantes, situada a 800 metros de altura y a 130 kilómetros al norte de Lisboa, casi en el centro de Portugal. Hoy Fátima es famosa en todo el mundo y su santuario lo visitan innumerables devotos.

Allí, la Virgen se manifestó a niños de corta edad: Lucía, de diez años, Francisco, su primo, de nueve años, un jovencito tranquilo y reflexivo, y Jacinta, hermana menor de Francisco, muy vivaz y afectuosa. Tres niños campesinos muy normales, que no sabían ni leer ni escribir, acostumbrados a llevar a pastar a las ovejas todos los días. Niños buenos, equilibrados, serenos, valientes, con familias atentas y premurosas.

Los tres habían recibido en casa una primera instrucción religiosa, pero sólo Lucía había hecho ya la primera comunión.

Las apariciones estuvieron precedidas por un «preludio angélico»: un episodio amable, ciertamente destinado a preparar a los pequeños para lo que vendría.

Lucía misma, en el libro Lucia racconta Fátima (Editrice Queriniana, Brescia 1977 y 1987) relató el orden de los hechos, que al comienzo sólo la tuvieron a ella como testigo. Era la primavera de 1915, dos años antes de las apariciones, y Lucía estaba en el campo junto a tres amigas. Y esta fue la primera manifestación del ángel:

Sería más o menos mediodía, cuando estábamos tomando la merienda. Luego, invité a mis compañeras a recitar conmigo el rosario, cosa que aceptaron gustosas. Habíamos apenas comenzado, cuando vimos ante nosotros, como suspendida en el aire, sobre el bosque, una figura, como una estatua de nieve, que los rayos del sol hacían un poco transparente. «¿Qué es eso?», preguntaron mis compañeras, un poco atemorizadas. «No lo sé». Continuamos nuestra oración, siempre con los ojos fijos en aquella figura, que desapareció justo cuando terminábamos (ibíd., p. 45).

El hecho se repitió tres veces, siempre, más o menos, en los mismos términos, entre 1915 y 1916.

Llegó 1917, y Francisco y Jacinta obtuvieron de sus padres el permiso de llevar también ellos ovejas a pastar; así cada mañana los tres primos se encontraban con su pequeño rebaño y pasaban el día juntos en campo abierto. Una mañana fueron sorprendidos por una ligera lluvia, y para no mojarse se refugiaron en una gruta que se encontraba en medio de un olivar. Allí comieron, recitaron el rosario y se quedaron a jugar hasta que salió de nuevo el sol. Con las palabras de Lucía, los hechos sucedieron así:

… Entonces un viento fuerte sacudió los árboles y nos hizo levantar los ojos… Vimos entonces que sobre el olivar venía hacia nosotros aquella figura de la que ya he hablado. Jacinta y Francisco no la habían visto nunca y yo no les había hablado de ella. A medida que se acercaba, podíamos ver sus rasgos: era un joven de catorce o quince años, más blanco que si fuera de nieve, el sol lo hacía transparente como de cristal, y era de una gran belleza. Al llegar junto a nosotros dijo: «No tengan miedo. Soy el ángel de la paz. Oren conmigo». Y arrodillado en la tierra, inclinó la cabeza hasta el suelo y nos hizo repetir tres veces estas palabras: «Dios mío, yo creo, adoro, espero y te amo. Te pido perdón por los que no creen, no adoran, no esperan y no te aman». Luego, levantándose, dijo: «Oren así. Los corazones de Jesús y María están atentos a la voz de sus súplicas». Sus palabras se grabaron de tal manera en nuestro espíritu, que jamás las olvidamos y, desde entonces, pasábamos largos períodos de tiempo prosternados, repitiéndolas hasta el cansancio (ibíd, p. 47).

En el prefacio al libro de Lucía, el padre Antonio María Martins anota con mucha razón que la oración del ángel «es de una densidad teológica tal» que no pudo haber sido inventada por unos niños carentes de instrucción. «Ha sido ciertamente enseñada por un mensajero del Altísimo», continúa el estudioso. «Expresa actos de fe, adoración, esperanza y amor a Dios Uno y Trino».

Durante el verano el ángel se presentó una vez más a los niños, invitándolos a ofrecer sacrificios al Señor por la conversión de los pecadores y explicándoles que era el ángel custodio de su patria, Portugal.

Pasó el tiempo y los tres niños fueron de nuevo a orar a la gruta donde por primera vez habían visto al ángel. De rodillas, con la cara hacia la tierra, los pequeños repiten la oración que se les enseñó, cuando sucede algo que llama su atención: una luz desconocida brilla sobre ellos. Lucía lo cuenta así:

Nos levantamos para ver qué sucedía, y vimos al ángel, que tenía en la mano izquierda un cáliz, sobre el que estaba suspendida la hostia, de la que caían algunas gotas de sangre adentro del cáliz.

El ángel dejó suspendido el cáliz en el aire, se acercó a nosotros y nos hizo repetir tres veces: «Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo te ofrezco el preciosísimo cuerpo, sangre, alma y divinidad de Jesucristo…». Luego se levantó, tomó en sus manos el cáliz y la hostia; me dio la hostia santa y el cáliz lo repartió entre Jacinta y Francisco… (ibíd., p. 48).

El ángel no volvió más: su tarea había sido evidentemente la de preparar a los niños para los hechos grandiosos que les esperaban y que tuvieron inicio en la primavera de 1917, cuarto año de la guerra, que vio también la revolución bolchevique.

El 13 de mayo era domingo anterior a la Ascensión. Lucía, Jacinta y Francisco habían ido con sus padres a misa, luego habían reunido sus ovejas y se habían dirigido a Cova da Iria, un pequeño valle a casi tres kilómetros de Fátima, donde los padres de Lucía tenían un cortijo con algunas encinas y olivos.

Aquí, mientras jugaban, fueron asustados por un rayo que surcó el cielo azul: temiendo que estallara un temporal, decidieron volver, pero en el camino de regreso, otro rayo los sorprendió, aún más fulgurante que el primero. Dijo Lucía:

A los pocos pasos, vimos sobre una encina a una Señora, toda vestida de blanco, más brillante que el sol, que irradiaba una luz más clara e intensa que la de un vaso de cristal lleno de agua cristalina, atravesada por los rayos del sol más ardiente. Sorprendidos por la aparición, nos detuvimos. Estábamos tan cerca que nos vimos dentro de la luz que la rodeaba o que ella difundía. Tal vez a un metro o medio de distancia, más o menos… (ibíd., p. 118).

La Señora habló con voz amable y pidió a los niños que no tuvieran miedo, porque no les haría ningún daño. Luego los invitó a venir al mismo sitio durante seis meses consecutivos, el día 13 a la misma hora, y antes de desaparecer elevándose hacia Oriente añadió: «Reciten la corona todos los días para obtener la paz del mundo y el fin de la guerra».

Los tres habían visto a la Señora, pero sólo Lucía había hablado con ella; Jacinta había escuchado todo, pero Francisco había oído sólo la voz de Lucía.

Lucía precisó después que las apariciones de la Virgen no infundían miedo o temor, sino sólo «sorpresa»: se habían asustado más con la visión del ángel.

En casa, naturalmente, no les creyeron y, al contrario, fueron tomados por mentirosos; así que prefirieron no hablar más de lo que habían visto y esperaron con ansia, pero con el corazón lleno de alegría, que llegara el 13 de junio.

Ese día los pequeños llegaron a la encina acompañados de una cincuentena de curiosos. La aparición se repitió y la Señora renovó la invitación a volver al mes siguiente y a orar mucho. Les anunció que se llevaría pronto al cielo a Jacinta y Francisco, mientras Lucía se quedaría para hacer conocer y amar su Corazón Inmaculado. A Lucía, que le preguntaba si de verdad se quedaría sola, la Virgen respondió: «No te desanimes. Yo nunca te dejaré. Mi Corazón Inmaculado será tu refugio y el camino que te conducirá hasta Dios». Luego escribió Lucía en su libro:

En el instante en que dijo estas últimas palabras, abrió las manos y nos comunicó el reflejo de aquella luz inmensa. En ella nos veíamos como inmersos en Dios. Jacinta y Francisco parecían estar en la parte de la luz que se elevaba al cielo y yo en la que se difundía sobre la tierra. En la palma de la mano derecha de la Virgen había un corazón rodeado de espinas, que parecían clavarse en él. Comprendimos que era el Corazón Inmaculado de María, ultrajado por los pecados de la humanidad, y que pedía reparación (ibíd., p. 121).

Cuando la Virgen desapareció hacia Oriente, todos los presentes notaron que las hojas de las encinas se habían doblado en esa dirección; también habían visto el reflejo de la luz que irradiaba la Virgen sobre el rostro de los videntes y cómo los transfiguraba.

El hecho no pudo ser ignorado: en el pueblo no se hablaba de otra cosa, naturalmente, con una mezcla de maravilla e incredulidad.

La mañana del 13 de julio, cuando los tres niños llegaron a Cova da Iria, encontraron que los esperaban al menos dos mil personas. La Virgen se apareció a mediodía y repitió su invitación a la penitencia y a la oración. Solicitada por sus padres, Lucía tuvo el valor de preguntarle a la Señora quién era; y se atrevió a pedirle que hiciera un milagro que todos pudieran ver. Y la Señora prometió que en octubre diría quién era y lo que quería y añadió que haría un milagro que todos pudieran ver y que los haría creer.

Antes de alejarse, la Virgen mostró a los niños los horrores del infierno (esto, sin embargo, se supo muchos años después, en 1941, cuando Lucía, por orden de sus superiores escribió las memorias recogidas en el libro ya citado. En ese momento, Lucía y sus primos no hablaron de esta visión en cuanto hacía parte de los secretos confiados a ellos por la Virgen, cuya tercera parte aún se ignora) y dijo que la guerra estaba por terminar, pero que si los hombres no llegaban a ofender a Dios, bajo el pontificado de Pío XII estallaría una peor.

Cuando vean una noche iluminada por una luz desconocida, sabrán que es el gran signo que Dios les da de que está por castigar al mundo a causa de sus crímenes, por medio de la guerra, del hambre y de la persecución a la Iglesia y al Santo Padre. Para impedirla, quiero pedirles la consagración de Rusia a mi Corazón Inmaculado y la comunión reparadora los primeros sábados. Si cumplen mi petición, Rusia se convertirá y vendrá la paz. Si no, se difundirán en el mundo sus horrores, provocando guerras y persecuciones a la Iglesia… Al final, mi Corazón Inmaculado triunfará. El Santo Padre me consagrará Rusia, que se convertirá, y se le concederá al mundo un período de paz… (ibíd., p. 122).

Después de esta aparición, Lucía fue interrogada de modo muy severo por el alcalde, pero no reveló a ninguno los secretos confiados por la Virgen.

El 13 de agosto, la multitud en Cova era innumerable: los niños, sin embargo, no llegaron. A mediodía en punto, sobre la encina, todos pudieron ver el relámpago y la pequeña nube luminosa. ¡La Virgen no había faltado a su cita! ¿Qué había sucedido? Los tres pastorcitos habían sido retenidos lejos del lugar de las apariciones por el alcalde, que con el pretexto de acercarlos en auto, los había llevado a otro lado, a la casa comunal, y los había amenazado con tenerlos prisioneros si no le revelaban el secreto. Ellos callaron, y permanecieron encerrados. Al día siguiente hubo un interrogatorio con todas las de la ley, y con otras amenazas, pero todo fue inútil, los niños no abandonaron su silencio.

Finalmente liberados, los tres pequeños fueron con sus ovejas a Cova da Iria el 19 de agosto, cuando, de repente, la luz del día disminuyó, oyeron el relámpago y la Virgen apareció: pidió a los niños que recitaran el rosario y se sacrificaran para redimir a los pecadores. Pidió también que se construyera una capilla en el lugar.

Los tres pequeños videntes, profundamente golpeados por la aparición de la Virgen, cambiaron gradualmente de carácter: no más juegos, sino oración y ayuno. Además, para ofrecer un sacrificio al Señor se prepararon con un cordel tres cilicios rudimentarios, que llevaban debajo de los vestidos y los hacían sufrir mucho. Pero estaban felices, porque ofrecían sus sufrimientos por la conversión de los pecadores.

El 13 de septiembre, Cova estaba atestada de personas arrodilladas en oración: más de veinte mil. A mediodía el sol se veló y la Virgen se apareció acompañada de un globo luminoso: invitó a los niños a orar, a no dormir con los cilicios, y repitió que en octubre se daría un milagro. Todos vieron que una nube cándida cubría a la encina y a los videntes. Luego reapareció el globo y la Virgen desapareció hacia Oriente, acompañada de una lluvia, vista por todos, de pétalos blancos que se desvanecieron antes de tocar tierra. En medio de la enorme emoción general, nadie dudaba que la Virgen en verdad se había aparecido.

El 13 de octubre es el día del anunciado milagro. En el momento de la aparición se llega a un clima de gran tensión. Llueve desde la tarde anterior. Cova da Iria es un enorme charco, pero no obstante miles de personas pernoctan en el campo abierto para asegurar un buen puesto.

Justo al mediodía, la Virgen aparece y pide una vez más una capilla y predice que la guerra terminará pronto. Luego alza las manos, y Lucía siente el impulso de gritar que todos miren al sol. Todos vieron entonces que la lluvia cesó de golpe, las nubes se abrieron y el sol se vio girar vertiginosamente sobre sí mismo proyectando haces de luz de todos los colores y en todas direcciones: una maravillosa danza de luz que se repitió tres veces.

La impresión general, acompañada de enorme estupor y preocupación, era que el sol se había desprendido del cielo y se precipitaba a la tierra. Pero todo vuelve a la normalidad y la gente se da cuenta de que los vestidos, poco antes empapados por el agua, ahora están perfectamente secos. Mientras tanto la Virgen sube lentamente al cielo en la luz solar, y junto a ella los tres pequeños videntes ven a san José con el Niño.

Sigue un enorme entusiasmo: las 60.000 personas presentes en Cova da Iria tienen un ánimo delirante, muchos se quedan a orar hasta bien entrada la noche.

Las apariciones se concluyen y los niños retoman su vida de siempre, a pesar de que son asediados por la curiosidad y el interés de un número siempre mayor de personas: la fama de Fátima se difunde por el mundo.

Entre tanto las predicciones de la Virgen se cumplen: al final de 1918 una epidemia golpea a Fátima y mina el organismo de Francisco y Jacinta. Francisco muere santamente en abril del año siguiente como consecuencia del mal, y Jacinta en 1920, después de muchos sufrimientos y de una dolorosísima operación.

En 1921, Lucía entra en un convento y en 1928 pronuncia los votos. Será sor María Lucía de Jesús.

Se sabe que, luego de concluir el ciclo de Fátima, Lucía tuvo otras apariciones de la Virgen (en 1923, 1925 y 1929), que le pidió la devoción de los primeros sábados y la consagración de Rusia.

En Fátima las peticiones de la Virgen han sido atendidas: ya en 1919 fue erigida por el pueblo una primera modesta capilla. En 1922 se abrió el proceso canónico de las apariciones y el 13 de octubre de 1930 se hizo pública la sentencia de los juicios encargados de valorar los hechos: «Las manifestaciones ocurridas en Cova da Iria son dignas de fe y, en consecuencia, se permite el culto público a la Virgen de Fátima».

También los papas, de Pío XII a Juan Pablo II, estimaron mucho a Fátima y su mensaje. Movido por una carta de sor Lucía, Pío XII consagraba el mundo al Corazón Inmaculado de María el 31 de octubre de 1942. Pablo VI hizo referencia explícita a Fátima con ocasión de la clausura de la tercera sesión del Concilio Vaticano II. Juan Pablo II fue personalmente a Fátima el 12 de mayo de 1982: en su discurso agradeció a la Madre de Dios por su protección justamente un año antes, cuando se atentó contra su vida en la plaza de San Pedro.

Con el tiempo, se han construido en Fátima una grandiosa basílica, un hospital y una casa para ejercicios espirituales. Junto a Lourdes, Fátima es uno de los santuarios marianos más importantes y visitados del mundo.