miércoles, noviembre 12, 2025
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El estilo de tu vida depende de tu libertad

El estilo de tu vida depende de tu libertad
Los últimos momentos de cualquier ser humano tienen un especial aire de solemnidad. Los últimos momentos de un gran hombre son todavía mucho más especiales.

Los últimos momentos de Sócrates fueron narrados por Platón hace ya mucho tiempo. El maestro se encontraba en la cárcel, sentado entre sus más fieles amigos. Se acercaba el momento de ejecutar la sentencia capital. Faltaban pocos minutos para que llegase el verdugo con el veneno, y todo acabaría. Bueno, no todo, pues el Sócrates que presenta Platón es un hombre que está convencido de que le espera una vida mejor, una vez franqueadas las fronteras de la muerte.

El misterio de la muerte nos pone ante el gran problema de la vida, de nuestra vida humana. Aquí las preguntas son muchas: ¿somos animales sofisticados que pasamos un tiempo en este planeta herido y contaminado, para luego desaparecer y ser recordados por unos cuantos íntimos? ¿O hay algo más allá de la muerte? La pregunta resulta fundamental, hoy como ayer, a la hora de orientar todo lo que queremos y realizamos. Si todo termina en el “gran teatro del mundo”, cuando baje el telón no habrá nada que temer: la muerte nos absorberá, cesará toda sensación, todo pensamiento, y una oscura tiniebla nos engullirá entre sus entrañas escabrosas, como en un abrazo letal. Pero si hay algo más después de la agonía…

El mundo de hoy vive, por un lado, de las herencias cristianas, y, por otro, de los progresos científicos. Entre los investigadores encontramos hoy un número no pequeño de neurólogos que quieren comprender lo que es el pensamiento, la conciencia, las emociones, el amor. Exploran el cerebro, hacen nuevos experimentos, lanzan teorías. Algunos pretenden explicar la reflexión humana como si fuese el resultado de la actividad de redes neuronales, actividad que termina cuando el “aparato” (eso que llamamos cerebro) es incapaz de coordinar eficazmente las 100 mil millones de neuronas que lo componen. Y nos muestran, con gráficas interesantes y comprensibles, las distintas zonas de la corteza cerebral responsables de la palabra, de la imaginación, de la creatividad, de los sueños. Hace poco alguno dijo que había descubierto la zona de la corteza que regula algunas experiencias religiosas…

Quizá sería bueno volver a escuchar al inquieto Sócrates para poner en duda parte de estas interesantes propuestas. En la narración de Platón, Sócrates hace una reflexión fundamental: es cierto que yo no estaría aquí, sentado y en diálogo con mis amigos, si no tuviese tendones, músculos, huesos, pulmones, aires, etc. Pero todo ello no es más que la condición (el instrumento) que me permite realizar algo más profundo: un acto de voluntad. He aceptado conscientemente la condena a muerte, porque he creído que ese era mi deber. Esta es la explicación verdadera del porqué me encuentro aquí, esperando la cicuta. De lo contrario, haría ya un buen tiempo que estas piernas y estos tendones habrían escapado lejos de Atenas para huir de una muerte deshonrosa…

Las reflexiones de Sócrates pueden estimular a los neurólogos de hoy. Es cierto que sin el cerebro no podemos pensar, ni amar, ni decir un disparate o escribir una poesía. Pero también es verdad que todo acto profundamente humano, todo pensamiento y todo amor, va más allá de lo que pueda ser un complicadísimo sistema de neuronas. En pocas palabras, y según el ejemplo de Sócrates, el cerebro es condición del pensamiento y del amor, pero no su explicación profunda. Al otro lado de la frontera inicia el mundo del espíritu, algo que escapa a los microscopios más sofisticados y a los experimentos más geniales.

Desde luego, habrá quien crea que los pobres espiritualistas, los que creen en la posibilidad de amar y de pensar (de vez en cuando, claro está) de modo inteligente, son víctimas de alguna ilusión que radica en alguna lesión de su cerebro, o en un desarrollo particular de tal o cual zona de la corteza. Pero será bueno ver, como afirmaba un abogado interesado en los temas científicos, Philip E. Johnson, si estos escépticos serán capaces de encontrar la parte de masa gris que hace que ellos piensen en clave materialista, que les lleve a no creer en el espíritu…

Desde luego, la vida más allá de la muerte será siempre un misterio. Sólo el día en que nos toque atravesar el dintel de ese momento dramático, se resolverán las dudas, y quizá haya más de alguna sorpresa inesperada. Mientras llega el momento, sigue siendo estimulante aquella intuición de Pascal: ¿quién tiene más miedo del mas allá, aquel que vive creyendo que no existe, pero comportándose de forma que podría merecer el infierno, o aquel que vive creyendo que sí hay otra vida, y busca merecer el premio definitivo? Aquí radica la diferencia entre un Hitler, un Stalin, un Sócrates, un Francisco de Asís o una Madre Teresa de Calcuta. El estilo de vida que cada uno escoja depende de su libertad. Y ahora, mientras las neuronas nos permitan mantenernos lúcidos, podemos decidirlo. Quizá después ya no podamos cambiar la opción de vida, que quedará fijada para siempre…

Las hormigas

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Cada época de verano vemos como aparecen hormigas de diferentes especies dependiendo en el país o la localidad en la que vivimos. Sabemos que las hormigas permanecen escondidas en sus colonias durante el invierno y en verano salen a recolectar arduamente el alimento con el que pasaran el siguiente invierno.

Las hormigas tienen una característica muy especial. Colaboran, se ayudan unas a otras y cuando el terreno presenta pequeños agujeros en la superficie, las hormigas que tienen las dimensiones de dichos agujeros, se colocan encima para que el resto pase a través de ellas llevando el alimento hasta el hormiguero.

Ninguna hormiga actúa para su propio bienestar, ellas que no piensan, hacen lo que deben para el beneficio de todo el hormiguero. Nosotros los humanos, «la especie inteligente», que tenemos la capacidad de pensar y razonar, hacemos lo que no debemos para el beneficio personal.

Esta sociedad nos enseña a ser individualistas a pensar solo en nosotros mismos sin importar lo que le pase a los demás. “Cada quien vive su vida y yo la mía” ese es el lema y por eso vivimos una vida tan egoísta pensando solamente en el beneficio que podemos obtener por cada cosa que hacemos.

En los grandes países las personas vive en grandes comunidades donde no conocen ni siquiera a su vecino mas cercano. Yo a penas conozco a dos personas de mi edificio. Estamos tan ocupados en lo nuestro, en seguir el ritmo de esta sociedad que nos consume, que nos perdemos lo gratificante de ayudar a otro, de trabajar en equipo, de ayudar a alguien a sonreír.

La crisis mundial es una realidad, todos estamos pasando por momentos duros. Pero lo que siembras eso cosechas. Y si siembras sonrisas en la vida de los demás te aseguro que eso mismo cosecharas para la tuya.

Comienza actuar diferente, comienza a pensar en cómo puedes ayudar a alguien en el momento que lo necesite. Recuerda; «La alegría es como un bumerán, una vez que la das a otro regresa a ti».

¿Por qué adorar la cruz?

¿Por qué adorar la cruz?
Un amigo me hizo las siguientes preguntas: “Dado que la adoración es un acto específico que la creatura dirige sólo a la divinidad, ¿por qué entre los ritos del Viernes Santo está el de la adoración de la Cruz? ¿No se configura como un acto de idolatría? Entonces, ¿porqué usar esta terminología, que aparece como blasfema, contra el clarísimo primer mandamiento de la Biblia? ¿Porqué usar esta terminología que podría desviar a aquella parte del pueblo de Dios que no tiene instrumentos culturales suficientes para comprender que no se trata, en definitiva, de un culto dirigido a un objeto de madera? ¿Cómo nació este uso en la Iglesia Católica? ¿A qué época se remonta? Cada vez que participo en la celebración del Viernes Santo siempre afloran de nuevo estas preguntas. Mentalmente las resuelvo siempre diciéndome que se trata de un acto de veneración”. Para responder estos interrogantes he escrito este pequeño artículo.

1. ¿Qué entendemos por adoración?

Quiero, ante todo, aclarar la terminología. La palabra adoración es genérica. Deriva del latín ad-orare, cuyo primer sentido es elevar una súplica. Después significa tener veneración por alguien, y de aquí, adorar. Ahora bien, como sucede con toda cosa genérica, requiere la especificación. Cuando la veneración se dirige a Aquel que tiene la excelencia absoluta, es decir, a Dios esta adoración se llama adoración de latría.

Por otro lado, Dios comunica su excelencia a algunas creaturas, aunque no según igualdad con Él, sino según cierta participación. Por eso veneramos a Dios con una veneración particular que llamamos latría, y a ciertas excelentes creaturas con otra veneración que llamamos dulía. Pero es necesario estar muy atentos, porque el honor y la reverencia son debidos solamente a la creatura racional. Por lo tanto, la dulía corresponde solamente a la creatura racional.

En consecuencia, en sentido estricto, tenemos una adoración de latría que es sólo para Dios y una adoración de dulía, para las creaturas. Vemos entonces que el sentido vulgar de la palabra adoración (que coincide con el último sentido de la palabra latina) se identifica con aquello que hemos llamado, con Santo Tomás de Aquino, «adoración de latría».

2. ¿Debemos adorar la cruz de Jesús con adoración de latría?

Santo Tomás se hace esta misma pregunta [1]. Nos referimos a la misma cruz de Jesús, aquella en la cual fue clavado. Esta es la respuesta: la adoración de latría solamente debe ser dirigida a Dios. La dulía (proviene de la palabra griega doûlos que significa siervo) debe ser dirigida solamente a las creaturas racionales. Pero a las creaturas materiales («insensibles», dice Santo Tomás) podemos presentarle honor y obsequio en razón de la naturaleza racional. Esto podemos hacerlo de dos modos: el primer modo es en cuanto la creatura insensible representa a la naturaleza racional; el segundo es en cuanto la creatura insensible está unida a la naturaleza racional.

“De ambos modos debe ser venerada por nosotros la cruz de Jesús –dice Santo Tomás. Del primer modo, en cuanto representa para nosotros la figura de Cristo extendido sobre la cruz. Del segundo modo, a causa del contacto que tuvo la cruz con los miembros de Cristo y porque fue bañada con su sangre. Por lo tanto –continúa diciendo Santo Tomás- de ambos modos la cruz es adorada con la misma adoración que recibe Cristo, es decir, adoración de latría”.

Debemos estar atentos a aquello que dice Santo Tomás. No damos a la cruz (objeto de madera) el culto de latría en cuanto objeto de madera sino en cuanto representa a Cristo y en cuanto estuvo en contacto con su cuerpo y con su sangre, es decir, en razón de Cristo. Esto quiere decir que la adoración de latría va dirigida a Cristo y no a un pedazo de madera. Dice el P. Fuentes respecto a esto: “Evidentemente el concepto clave es aquí la distinción, dentro de la adoración de latría (…), entre latría absoluta y latría relativa: latría absoluta es la que se da a una cosa en sí misma (por ejemplo, a Dios, a Jesucristo, etc.); latría relativa es la que se da a una cosa no por sí misma sino en orden a lo que es representado por ella (las imágenes). Por tanto, si bien la cruz no es adorada con culto de latría absoluta, sí lo es con el de latría relativa”[2].

Ahora bien, ¿qué sucede con las cruces que nosotros tenemos ahora? Estas cruces son imitaciones de la «vera cruz» de Jesús, cruces hechas de piedra, de madera o metal. La respuesta a esta pregunta pienso que aclarará un poco más nuestro tema.

3. ¿Debemos adorar las imágenes de Cristo con adoración de latría?

Partimos del punto que estas cruces de las cuales hablamos no son otra cosa que imágenes de Jesús, es decir, tratan de representar pictóricamente al Dios encarnado, al Verbo hecho hombre. Exponemos la doctrina de Santo Tomás respecto a la actitud que nosotros debemos tener hacia las imágenes pictóricas de Cristo.

Podemos considerar las imágenes en general en dos sentidos. Primero, en cuanto es una cierta cosa, hecha con un material determinado. Segundo, en cuanto es imagen de una realidad, la cual se configura como ejemplar o modelo de dicha imagen. En el primer sentido, esto es, en cuanto es una cosa cualquiera, a las imágenes de Cristo (y también a las cruces hechas actualmente; por ejemplo, de madera esculpida o pintada), no se les debe dar ninguna reverencia, porque solamente debemos dar reverencia a la creatura racional. Por lo tanto, a las imágenes de Cristo (y también a las de los santos), tomadas en este primer sentido, no debe brindárseles ni adoración de latría, ni dulía, ni siquiera veneración.

En el segundo sentido la cosa es diferente. Porque cuando yo me dirijo a una imagen en cuanto representa otra realidad y me la recuerda, no me estoy dirigiendo a la imagen misma sino a la realidad que representa. Es en este sentido que nosotros presentamos honor y obsequio a las imágenes de Cristo (y a las cruces). Por eso, en este sentido, damos a las imágenes de Cristo la misma reverencia y veneración que damos a la persona de Cristo. Y dado que a Cristo lo adoramos con adoración de latría, en consecuencia a su imagen debemos adorarla también con adoración de latría. Para ser más exactos digamos que también a las imágenes de Cristo las adoramos con latría relativa. Esto lo dice San Juan Damasceno bellamente: “Imaginis honor ad prototypum pervenit”, esto es, “el honor dado a una imagen se dirige y llega hasta el prototipo”.

Resumiendo: adoramos las imágenes de Cristo y las cruces en cuanto son símbolos de una realidad ulterior y divina. Por eso dice el Libro Ceremonial de los Obispos: “Entre las imágenes sagradas, la figura de la cruz «preciosa y vivificante» ocupa el primer lugar, porque es el símbolo de todo el misterio pascual. Ninguna imagen más estimada ni más antigua para el pueblo cristiano. Por la Santa Cruz se representa la pasión de Cristo y su triunfo sobre la muerte, y al mismo tiempo anuncia la segunda y gloriosa venida, según la enseñanza de los Santos Padres” (n. 1011).

4. Respuesta puntual a las preguntas

Podemos ahora responder puntualmente a las preguntas puestas al principio de este pequeño artículo.

1) “Dado que la adoración es un acto específico que la creatura dirige sólo a la divinidad, ¿porqué entre los ritos del Viernes Santo está el de la adoración de la Cruz?” Porque la Iglesia quiere que, a través de la cruz, que representa a Cristo y estuvo en contacto con Él, adoremos al que es hombre y Dios. Ella es el “símbolo por antonomasia de la pasión de Jesucristo” y “representa al mismo Jesucristo en el acto de su inmolación. Por eso debe ser adorada con una acto de adoración de «latría relativa» en cuanto imagen de Cristo y por razón del contacto que con Él tuvo”[3].

2) “¿No se configura como un acto de idolatría?” No, porque el culto de latría no va dirigido al pedazo de madera sino a Cristo.

3) “Entonces, ¿porqué usar esta terminología, que aparece como blasfema, contra el clarísimo primer mandamiento de la Biblia?” Esta terminología, teológicamente hablando, es correctísima. Se puede decir con toda propiedad «adoración de la cruz» porque se puede dar culto de latría relativa a un objeto insensible en razón de Cristo, que es Dios.

Respecto al problema bíblico es verdad que el primer mandamiento dice: “No te harás escultura ni imagen alguna ni de lo que hay arriba en los cielos, ni de lo que hay abajo en la tierra, ni de lo que hay en las aguas debajo de la tierra. No te postrarás ante ellas ni les darás culto” (Éx.20,4-5). Pero en realidad “ese precepto no prohíbe hacer alguna escultura o imagen, sino que prohíbe hacerlas para ser adoradas. Por eso se agrega inmediatamente: «No te postrarás ante ellas ni les darás culto» (Éx.20,5). Y dado que el movimiento de adoración que se dirige a la imagen es el mismo que va dirigido y termina en la cosa, al prohibir la adoración de las imágenes lo que se prohíbe es la adoración de la cosa, semejanza de la cual es la imagen. Por lo tanto debe entenderse que ese precepto prohíbe la fabricación y la adoración de las imágenes que los gentiles hacían para adorar a sus dioses, es decir, a los demonios. Por eso, en el mismo paso de la Escritura, antes se dice: «No habrá para ti otros dioses delante de mi» (Éx.20,3)”[4]. Esto que acabamos de decir queda confirmado por el mismo Yahveh cuando manda a Moisés hacer la escultura de dos ángeles para que adornen el arca de la Alianza: “Harás dos querubines de oro macizo; los pondrás en los dos extremos del propiciatorio” (Éx.25,18). Si la prohibición fuese de hacer imágenes en absoluto, el primero en quebrantar dicha prohibición hubiese sido el mismo Dios. El mismo Dios, según vemos en este texto, manda hacer dos esculturas para ser veneradas.

Además hay que tener en cuenta que en el Antiguo Testamento esta prohibición de hacer y adorar imágenes adquiría un sentido especial porque el verdadero Dios se había revelado como un ser espiritual e incorpóreo y, por lo tanto, no era posible hacer alguna imagen corporal que expresara adecuadamente a ese Dios incorpóreo. “Pero dado que en el Nuevo Testamento Dios se hizo hombre, puede ser adorado en su imagen corporal”[5]. Por lo tanto, vemos que ni en el acto de adoración de la cruz ni en la terminología usada para expresarlo hay algo que se oponga a la revelación del Antiguo o del Nuevo Testamento. Al contrario, el Nuevo Testamento, al revelarnos la encarnación de Dios, nos autoriza a adorarlo en su imagen corporal.

4) “¿Porqué usar esta terminología que podría desviar a aquella parte del pueblo de Dios que no tiene instrumentos culturales suficientes para comprender que no se trata, en definitiva, de un culto dirigido a un objeto de madera?” El problema no es la terminología que, como dijimos, es correcta. Tanto la terminología como el tema en sí mismo podría explicarse de tal manera que todos lo entiendan, aún aquellos que tienen menos «instrumentos culturales». Hay muchos misterios en nuestra religión que no son fáciles de entender en el primer intento. Necesitan una explicación llena de ciencia y caridad, es decir, con la capacidad de adaptarse a las condiciones del oyente. Esa es la tarea de los pastores. Precisamente, uno de los problemas más graves de nuestro tiempo, como ya lo hacía notar el Papa Pablo VI[6], es el dramático alejamiento y posterior ruptura entre Evangelio y cultura. Por eso hace falta afrontar una evangelización profunda, que llegue hasta los fundamentos culturales de las distintas sociedades.

5) “¿Cómo nació este uso en la Iglesia Católica? ¿A qué época se remonta?” Pienso, junto con Santo Tomás, que este uso nació de los mismos apóstoles. Lo que Santo Tomás dice respecto a las imágenes de Cristo se puede aplicar, y con mayor razón, a la cruz misma de Cristo. Dice este santo: “Los Apóstoles, por el familiar instinto del Espíritu Santo, transmitieron ciertas cosas a las iglesias para que sean conservadas que no dejaron en sus escritos, sino que las han entregado a la sucesión de los fieles para que sean ordenadas como precepto de la Iglesia. Por eso dice San Pablo: «Manteneos firmes y conservad las tradiciones en las cuales fuisteis instruidos, sea por medio de nuestra viva voz (es decir, oralmente), sea por medio de nuestra carta (es decir, transmitido por escrito)» (2Tes.2,15). Y entre estas tradiciones recibidas oralmente está la de la adoración de la imagen de Cristo. De hecho se dice que San Lucas evangelista (que fue compañero de los apóstoles) pintó una imagen de Cristo, que se encuentra en Roma”[7].

Sin duda que ya las primeras comunidades cristianas adoraban la cruz, como es testigo aquel antiquísimo cántico que se dirige a la cruz como si fuese una persona y le atribuye poder para dar la salvación: O Crux, ave, spes unica. Hoc passionis tempore, auge piis iustitiam, reisque dona veniam. “Ave, oh Cruz, esperanza única. En este tiempo de pasión aumenta la justicia de los santos y a los culpables dales el perdón”. Los Santos Padres de los primeros siglos, como San Agustín y San Juan Damasceno, hablan del rito de la adoración de la cruz como algo ya consolidado en la Iglesia.

En el siglo IV Santa Elena, la madre del emperador Constantino, impulsada por esta devoción a la cruz de Cristo, se empeña en buscarla y la encuentra. Sin duda que este hallazgo de la «vera cruz» habrá estimulado muchísimo la devoción a ella.

La virtud de la Gratitud y la Veracidad

La virtud de la Gratitud y la Veracidad

La Gratitud

La virtud de la gratitud “tiene por objeto recompensar de algún modo al bienhechor por el beneficio recibido”.

Hija potencial de la justicia y de la humildad, la gratitud es el sentimiento por el cual nos sentimos obligados a estimar el beneficio o favor recibido y a corresponder a él de alguna manera. El bienhechor, dándonos gratuitamente alguna cosa a la que teníamos derecho o no, se hace acreedor de nuestra gratitud y, en todo corazón noble, brota espontáneamente la necesidad de demostrárselo cuando tengamos ocasión de hacerlo. La gratitud nos hace tomar conciencia de que somos deudores y nos lleva a admitir que los dones, gracias, favores y ayudas recibidas cada día merecen un reconocimiento Esta virtud por lo tanto, valora la generosidad de quien nos lo ha dado y mueve nuestra voluntad para corresponder a estos dones, aprovechándolos, desarrollándolos y poniéndolos al servicio de los demás. De ahí que sea vil y nos degrade el feo pecado de la ingratitud.

La verdadera gratitud no es sólo decir gracias. Es agradecer con el corazón es la respuesta que brindan las personas nobles ante los beneficios recibidos. Hay algo innoble en el permanecer impasible ante un beneficio recibido. Séneca, que era pagano, ya decía que: “Es ingrato el que niega el beneficio recibido; ingrato es quien lo disimula; más ingrato quien no lo descubre y más ingrato de todos quien se olvida de él”. También reza el refrán popular: “No es bien nacido quien no es agradecido”. La gratitud también nos moverá a valorar lo que tenemos y no a enumerar lo que nos faltaAgradecer lo que se tiene y lo que se ha recibido debiera ser una actitud inteligente y positiva ante la vida. Primero Dios (con quien tenemos contraída la mayor deuda) que nos ha dado la vida sacándonos de la nada. Agradecerle que si bien nuestro hijo está mirando televisión en el sofá y su cuarto no está todo lo ordenado que quisiéramos, signifique que está en casa y no en la calle… Que todo el trabajo que tengo en mi hogar significa que tengo una familia con seres queridos de quienes tengo que ocuparme… Que si los pantalones me quedan ajustados y me ponen de mal humor significa que tengo mas para comer de lo que realmente necesito… Que si tengo que cortar el césped, podar la enredadera y arreglar las persianas significa que tengo una casa… Que si a la noche estoy cansada de trabajar significa que tengo trabajo… Que si no tolero a la señora que desafina en el banco de atrás cuando canta en misa significa que puedo oír… Que si no soporto el despertador a la mañana es porque significa que estoy vivo… Agradecer a Dios que nos permitió la maravilla de poder ver… de poder caminar… De poder oír el murmullo de las olas y el canto de los pájaros… De poder experimentar la inigualable experiencia de enamorarnos… De disfrutar de los sentidos mientras que otros muchos no pueden.

Sirva esta anécdota como ejemplo a lo que digo. Había un ciego sentado en la vereda con una gorra a sus pies y una tabla de madera donde se leía: “Por favor, ayúdeme. Soy ciego.” Una persona que pasaba se detuvo delante de él y vio las pocas monedas que había en la gorra. Le pidió permiso para escribir algo distinto. Tomó la tabla de madera, borró el anuncio y escribió otro con una tiza, volviendo a ponerlo sobre los pies del ciego y se fue. Al día siguiente, al pasar por el mismo lugar frente al ciego, vió que la gorra estaba llena de monedas y billetes. El ciego, que reconoció sus pasos le preguntó que había escrito en el cartel: “Nada que no sea tan cierto como tu anuncio, sólo que con otras palabras”. El ciego nunca lo supo pero su cartel ahora decía: “¡Hoy es primavera y no la puedo ver!”…

En segundo lugar, debemos sentir gratitud hacia nuestros padres que nos trajeron al mundo, que nos cuidaron, que nos alimentaron y que seguramente nos han brindado afecto, seguridad, protección y educación. En el caso de que nada de esto nos hayan dado, igualmente les debemos la vida. Este sentimiento tan noble de la gratitud hacia su padre quedó maravillosamente expresado en la carta que el teniente Roberto Néstor Estévez, muerto en 1982 en la guerra de Malvinas, dejó plasmado en una carta de despedida escrita a su padre:

“Querido Pipo:
Cuando recibas esta carta, yo ya estaré rindiendo cuentas de mis acciones a Dios nuestro Señor. Él que sabe lo que hace, así lo ha dispuesto: que muera en el cumplimiento de mi misión; pero fijáte vos ¡qué misión! ¿No es cierto? ¿Te acordás cuando era chico y hacía planes, diseñaba vehículos y armas para recuperar las islas Malvinas y restaurar en ellas nuestra soberanía?. Dios, que es un Padre generoso, ha querido que este su hijo, totalmente carente de méritos, viva esta experiencia única y deje su vida en ofrenda a nuestra Patria. Lo único que a todos quiero pedirles es: 1) Que restauren una sincera unidad en la familia bajo la Cruz de Cristo. 2) Que me recuerden con alegría y no que mi evocación sea la apertura a la tristeza. Y muy importante. 3) Que recen por mí. Pipo, hay cosas que, en un día cualquiera, no se dicen entre hombres, pero hoy debo decírtelas: Gracias por tenerte como modelo de bien nacido, gracias por creer en el honor, gracias por tener tu apellido, gracias por ser católico, argentino e hijo de sangre española, gracias por ser soldado, gracias a Dios por ser como soy y que es fruto de ese hogar donde vos sos el pilar.

Hasta el reencuentro, si Dios lo permite. Un fuerte abrazo. Dios y Patria ¡o Muerte!

Roberto”(1).

De camino hacia Jerusalén, Jesús pasaba entre Samaria y Galilea. Al entrar a una aldea vinieron a su encuentro diez leprosos, que se detuvieron a distancia y comenzaron a gritar: “Jesús, maestro, ten piedad de nosotros!”. Él, al verlos, les dijo: “Vayan a presentarse a los sacerdotes”. Y, mientras iban de camino quedaron limpios. Uno de ellos, al verse curado, volvió alabando a Dios en alta voz y se postró a los pies de Jesús dándole gracias. Era un samaritano. Jesús preguntó: “No quedaron limpios los diez? ¿Dónde están los otros nueve? Tan solo ha vuelto a dar gracias a Dios este extranjero? Y le dijo: “Levántate, vete: Tu fe te ha salvado”. (Luc. 17, 11- 19). Jesús lo puso de ejemplo pero se entristeció por los otros nueve. Los otros nueve se fueron con el cuerpo sano a rehacer su vida, seguramente abrazar a los suyos y recomenzar una vida nueva, pero el samaritano no sólo quedó curado en el cuerpo sino en el alma: “Tu fe te ha salvado”.

La narración es más impresionante si recordamos lo que significaba la lepra en el siglo primero. No sólo era repugnante, destructiva e incurable. Era también temible por sus efectos sociales. El leproso era aislado de su familia y del resto de la sociedad junto con los otros leprosos. Tan riguroso era este aislamiento físico y el terror de contagiarse que el leproso debía gritar al acercarse a cualquiera: ¡Inmundo!. Padecer lepra en aquella época era como estar muerto en vida. Ningún médico humano podía curarla. Pero un día hubo 10 leprosos que se encontraron con Jesús y fueron curados. Tan sólo uno se dio vuelta a agradecerle, lo cual marca una proporción de un 10% de personas que son agradecidas. ¿Qué explicación tiene el comportamiento de los otros nueve? La falta de humildad de reconocerse deudores del bien recibido, que a veces nos resulta insufrible. Desgraciadamente el comportamiento de estos nueve desagradecidos tendrá millones de seguidores en el resto de los siglos. La gratitud hace la convivencia humana más pacífica y armoniosa, introduce la cortesía, el buen orden y la serenidad, llevándonos a valorar los sacrificios ajenos. Desde actos cotidianos y sencillos como quién cocinó la torta que comemos, quién nos trajo un regalo de cumpleaños o hasta quién nos cuida cuando estamos enfermos.

Es un deber moral el sentir y demostrar nuestra gratitud hacia los sacerdotes que nos administraron los Sacramentos y nos reconciliaron tantas veces con Cristo, hacia las catequistas que nos enseñaron durante horas y en salones muchas veces fríos y destemplados las bases de nuestra fe (que nos han servido para vivir). Hacia los amigos y colaboradores que nos hacen la vida tanto más agradable con su compañía y sus experiencias agradables compartidas. Hacia los maestros que nos sacaron de la ignorancia y nos facilitaron el apasionante mundo del saber, muchos de ellos por míseros sueldos o llegando a la escuela rural después de haber hecho dedo en la ruta por horas y diariamente. Hacia nuestros soldados que nos defendieron del enemigo en las gélidas aguas y tierras de las Malvinas cuando estuvimos en guerra. Agradecer y sentirse en deuda con todo esto y con todos ellos nos harán mejores personas y más felices.

El tema es entender que lo que nos ennoblece y nos mejora como personas no es el exigir sino el agradecer. El tener una actitud siempre de gratitud nos llevará a cuidar también las cosas (desde los muebles del colegio, mi cartuchera y mi mochila, hasta los árboles y los bancos de la plaza pública) porque alguien hubo en algún momento que se ocupó de comprarlos y (en el caso de los árboles) de ponerlos para que nosotros disfrutáramos de ellos. Tomar conciencia además que hay millones de personas que no los tienen. Tantas veces las personas que hemos sido beneficiadas no hemos sabido detenernos y darnos vuelta para agradecer los beneficios recibidos como aquellos nueve leprosos y nos resulta más fácil decir superficialmente que fue “la vida” quien nos lo dio todo y no alguien en concreto que nos hará deudores. Oímos decir muchas veces: “La vida me ha dado mucho”, pero la vida es solamente un camino por el cual transitamos, y lo que vamos recibiendo en ella no es circunstancial sino providencial. Dios está detrás del don de la vida, de los padres que nos educaron y nos generaron un hogar y un bienestar, de los profesores que nos enseñaron, de los amigos que nos ayudaron, de los dones recibidos como el poder ver, oír, caminar, entender, amar.

La gratitud ni humilla ni esclaviza, simplemente es la memoria del alma. Es grandeza de espíritu, es magnanimidad. Entre la persona que da y la que recibe se establece una corriente de afecto que une y enriquece a las personas. De ahí que no se trata de transitar por la vida creyéndonos merecedores de todo, llenos de exigencias, insatisfechos y desagradecidos, sino recordando la sentencia: “Si das olvídalo, si recibes recuérdalo”.

Lo que nos esclaviza es nuestro orgullo, de ahí que empieza por “ponerte de rodillas para agradecer a Dios que estás de pie”. ¿Por qué esa resistencia a reconocernos en deuda? ¿Por qué nuestra ingratitud, nuestra falta de reconocernos deudores? Muchas veces es por falta de formación y por ende de educación, pero otras muchas veces es por soberbia, por falta de humildad. En reconocer que nos han ayudado y estamos en deuda.

Notas
(1) “Teología de la perfección cristiana”. Rvdo P. Royo Marín. Editorial BAC. Pág. 583.
(4) “Dios en las trincheras”. Rev. Padre Vicente Martínez Torrens. Ediciones Sapienza. Pág.

La Veracidad

La veracidad es la virtud que “inclina a decir siempre la verdad y de manifestarnos al exterior tal como somos interiormente” (1)

Es la virtud que marca el amor a la verdad, que nos lleva a decir y manifestar siempre la realidad que hemos descubierto con la inteligencia y aplicarla primeramente a nosotros mismos. Principio básico para confesarnos bien, el de llamar a las cosas por su nombre. Aún a costa de nuestra propia imagen (principal motivo por el cual generalmente mentimos).

La existencia de la Verdad superior (que es Dios) es la máxima aspiración de la inteligencia humana y marca la vida del hombre, según la aceptamos o la rechazamos. Lo más profundo, las decisiones más importantes y radicales en la vida de una persona, siempre tendrán que ver con la postura que el hombre tome frente a la Verdad, que no nace ni nació de la cabeza de ningún filósofo sino del mismo Jesucristo que se autodefinió: “Yo soy la Verdad”.

Hubo épocas (aún paganas) en que las mejores inteligencias estaban dedicadas a la búsqueda de la verdad, concretamente a la filosofía. Estaba “de moda” buscar la verdad. Era la propuesta social. En la época de los griegos (que eran paganos) 500 años antes de que el Hijo de Dios se proclamara como “La Verdad”, los griegos ya la buscaron, la intuyeron y la descubrieron con Aristóteles como su máximo exponente. Los griegos dieron lo máximo de sí. Faltaba la encarnación y la revelación.

Aquella persona plena y de pie, con su inteligencia desarrollada, decía: “esto “es” una flor”. Con el paso de los siglos los hombres comenzaron a dudar y decir: “yo “creo” que es una flor”. Ya la flor no impuso más la verdad objetiva al intelecto. Ahora, con nuestro intelecto en decadencia decimos: “Yo “siento que es una flor”… Esto muestra la decadencia que ha sufrido la persona.

“Sentir” es una tarea de los sentidos, cuyo fin es infirmar (si es suave, áspero, caliente o frío) y no juzgar. Sobre lo que es falso y verdadero. El juicio sobre lo que es falso y verdadero es tarea propia de la inteligencia. Si voy a misa, no es porque los sentidos me dicen que me “gusta” y porque tengo ganas, sino porque el intelecto, mi inteligencia adhiere al mandato de la Iglesia de rendir culto externo a Dios y mi voluntad lo ejecuta. Si no “sentimos” nada, pero cumplimos con el mandamiento de dar culto público a Dios, tiene igual valor, o más. Quien conoce la Verdad, (que es Dios), y se somete a ella, no es una persona que se cree superior, sino una persona que conoce mejor la compleja naturaleza de la persona humana y su destino trascendente. Conocerla, aceptarla y predicarla tampoco significa que encarnemos a la perfección lo que predicamos. Nosotros no somos la medida de la verdad. Podemos y debemos transmitir más de lo que encarnamos. Haremos con nuestras vidas privadas lo que podamos o lo que queramos pero, si conocemos la Verdad, debemos transmitirla intacta a los demás. Los consagrados, especialmente los sacerdotes y religiosas, como han optado públicamente por el modelo de Jesucristo, (que es la Verdad), tienen mucho más compromiso y responsabilidad que el resto de los fieles de transmitirla tal cual es con el testimonio de sus vidas.

A partir de la aceptación de la Verdad, reconoceremos las verdades objetivas que derivan de la ley de Dios. Dios es la verdad. Todo lo que El enseña es verdadero. Lo que El enseña como bueno es lo bueno y lo que El enseña como malo es malo. Dios nos enseña lo que las cosas son en sí. Las cosas no son malas porque Dios las prohíbe, sino que Dios las prohíbe porque son malas para nosotros. Por ejemplo: me está prohibido darle un beso apasionado al señor que tengo al lado. ¿El beso es malo en sí? No. En ese caso es malo porque el señor de al lado es el marido de otra mujer y no el mío. Si fuese el mío estaría bien.

Dios nos ha dado leyes porque nos cuida y sabe qué es lo bueno para nosotros. Negar la Ley de Dios como el Bien objetivo quiere decir que nos levantaremos nosotros como legisladores de lo verdadero, lo bueno y lo malo y entonces las arenas comenzarán a ser movedizas y nos tragarán. Esta fue la tentación que Satanás utilizó con Adán en el Paraíso. No le dijo la verdad y le mintió. Indagar en el árbol del Bien y del Mal, ser legislador del Bien, y del Mal es el demonio total de Dios.

Lamentablemente el que no está en la verdad está en el error, aunque hoy nos guste llamarlo “posturas personales” para darle un tinte más informal, para hacerlo menos trágico, porque en el fondo lo que queremos hacer es tapar el drama de la posibilidad de nuestra propia condenación eterna.

La verdad es la realidad de las cosas. Está íntimamente relacionada con la simplicidad, que rectifica la intención apartándonos del doblez, que es manifestarnos exteriormente en contra de nuestras verdaderas intenciones, y con la fidelidad, que inclina a la voluntad a cumplir con lo prometido, conformando así la promesa con los hechos. Debemos aprender a amar la verdad desde la más tierna infancia ya que, como todas las virtudes, para que se nos haga natural el hábito del bien, hay que ejercerlo continuamente y cuanto antes comencemos mejor. Lo dijimos al hablar de la responsabilidad. Si al caminar un niño de 3 años se choca con la mesa, la culpa no será de la mesa que “es mala” (como le decimos en voz alta y pegándole a la mesa). La verdad será que se chocó con la mesa porque calculó mal y que debe aprender a mirar por donde camina. De a poquito hay quedecirle al ser humano que no cometa torpezas, tratando de hacerle la verdad dulce, tierna y accesible para que aprenda y no la rechace, pero no tan dulce para llevarla hasta la mentira. Entender y comprender el por qué de nuestros comportamientos para corregirlos (lo que San Ignacio llamaba “el desorden de nuestras operaciones”) nos ordenará y nos hará más fácil la vida. No siempre estaremos obligados a ser veraces, pero sí, estamos obligados a no mentir jamás. Se debe decir la verdad a nuestro prójimo siempre y únicamente que sirva para su bien. Cuando la caridad, la justicia u otra virtud nos exijan no decir la verdad siempre podremos buscar un pretexto para no decirla totalmente y crudamente porque primero está la caridad. Pero jamás es lícito mentir directamente ni siquiera para conservar la vida u otro bien temporal. La caridad, por ejemplo, nos impedirá decirle a nuestro amigo que sabemos que es hijo de otro padre, o que su madre tiene un amante. Curiosamente en general es en estos ámbitos en donde somos veraces y no deberíamos serlo, porque en estos ejemplos generalmente ni ayuda ni es necesario.

Debemos amar la veracidad y el hábito de llamar a las cosas por su nombre y no endosar nuestras faltas a nuestro prójimo cuando somos también responsables de las situaciones. Por ejemplo: No acusar a nuestra madre del desorden en nuestro hogar (cuando ella trabaja todo el día afuera para mantenerme) si yo soy incapaz de dar una mano y de colaborar en la casa. La verdad es que mi falta de colaboración agrava el desorden. Acusar al profesor de ser demasiado exigente y aplazarme, cuando la verdad es que no he estudiado lo suficiente. Acusarse entre padres de no poner límites a los hijos cuando la verdad es que ninguno de los dos lo hace. De ahí la importancia de aplicarnos la verdad objetiva de cada situación para con nosotros mismos, (para conocer nuestras faltas, confesarlas y corregirlas). La Verdad compromete y nos obliga. Nos exige tomar partido. Hay algo dentro de nosotros que nos reclama coherencia entre lo que pienso y lo que hago. Si acepto que la Verdad existe no puedo livianamente actuar en contra. Si lo hago, la conciencia me pesará y me remorderá, reprochándome mi accionar.

Tengo que vivir como pienso porque sino terminaré pensando como vivo. El hombre moderno es muy reacio a sacrificar sus ideas personales en aras de una verdad objetiva. Ni siquiera está habituado a hacerlo pero, como necesita justificar sus actos, si no son coherentes con su manera de pensar, modificará la manera de pensar para no renunciar a lo que está haciendo (drogándose, robando, emborrachándose, robándole al socio o saliendo con un separado). De ahí que tomará el vuelto que hay en el cajón pensando “total es de mamá y si es de ella… es como si fuese mío”… Se pasará horas chateando con la amiga en la oficina “porque total soy tan eficiente que me lo merezco”… Se llevará la toalla del hotel “porque todos se la llevan…” Y así se empieza… Las generaciones más jóvenes ya se han criado en un relativismo, escepticismo y un subjetivismo que ha resultado ser un verdadero sida para el alma quitándole todas las defensas morales.
Los errores más comunes contra la Verdad son:

El relativismo en la filosofía que niega las verdades absolutas (como Dios y Sus leyes) y dice que todo es relativo, que todo puede ser de una manera u otra. Por ejemplo: que es igual casarse que juntarse. Que es igual lo que opine sobre energía nuclear el físico especialista que el futbolista que llega de jugar el mundial y lo entrevistan en el aeropuerto. Al negar lo Absoluto (quen es Dios) todo puede ser de una manera u otra, todo depende del color del “cristal con que se mira”.

El subjetivismo que es cuando prevalece nuestro modo de pensar o sentir y no lo que es bueno o malo según la verdad objetiva (que es Dios y sus Leyes). Lo que “yo” creo que es bueno, será bueno (como emborracharme, dormir hasta medio día, gastarme todo mi sueldo en ropa, drogarme, cambiar de pareja a mi antojo y continuamente, atiborrarme de pornografía o quedarme el día entero tirado en una cama mirando un vídeo). Si yo lo quiero bastará. Ese será el fundamento suficiente. La Iglesia que es Madre y Maestra enseña que el trabajo dignifica al hombre porque contribuye a mejorar la Creación y debo esforzarme para ganar mi sustento. Pero si “yo creo” que es mejor para mí robar para obtenerlo, eso es lo que haré, independientemente de lo que enseñe la ley moral objetiva superior a la mía.

El escepticismo es la falta de aceptación de una verdad objetiva. Primero tomo una postura relativa (todo puede ser igual depende como se lo mire) luego una subjetiva (todo depende si a mí me parece bueno o no y no que lo
sea en sí) y termino en el escepticismo que es la doctrina que dice que la verdad no existe y que el hombre es incapaz de conocerla, aún en el caso de que existiera. Esta incredulidad es insana para el hombre porque lo deja sin las certezas que lo arman espiritualmente y le dan sentido a su vida. Y es por eso que, en las “Cartas del diablo a su sobrino”, el diablo viejo, cuando alecciona a su inexperto sobrino, el diablo joven, para perder a las almas, le dice a modo de consejo experimentado: “Acuérdate que estás ahí para embarullarle; por como habláis algunos demonios jóvenes, cualquiera creería que nuestro trabajo consiste en enseñar “… (2) “Mantén sus ideas vagas y confusas y tendrás toda una eternidad para divertirte…(3)

Los pecados opuestos a la veracidad son: la mentira, (que es decir lo contrario de lo que se piensa interiormente), la hipocresía (que es mentir no sólo con palabras sino con los hechos, queriendo hacerse pasar por lo que uno no es), la jactancia (que es atribuirse excelencias o méritos que no se tienen para elevarse por sobre lo que uno es), la ironía (que es la burla fina y disimulada por medio de la cual se intenta dar a entender lo contrario de lo que se cree), y la falsa humildad (negar conocimientos que en realidad se tienen).

Excusas para no rezar

Excusas para no rezar:
¡Cuántas veces no hemos escuchado decir esto a nuestros amigos! Incluso ¡cuántas veces lo hemos dicho nosotros mismos! y hemos dejado de lado nuestra relación con El Señor por razones como estas….

«No se pierde el tiempo orando; adorar a Dios no es perder el tiempo, alabar a Dios no es perder el tiempo”. Papa Francisco

¡Cuántas veces no hemos escuchado decir esto a nuestros amigos! Incluso ¡cuántas veces lo hemos dicho nosotros mismos! y hemos dejado de lado nuestra relación con El Señor por razones como estas….

Querámoslo o no, todos nos veremos (en mayor o menor medida) reflejados en estas 18 excusas. Esperamos les sea de utilidad para que puedan explicar a sus amigos porque no son suficientes y para que ustedes puedan profundizar en lo imprescindible que es la oración en nuestras vidas.

1. Rezaré cuando tenga más tiempo, ahora estoy ocupado

RESPUESTA: ¿Sabes qué he descubierto en la vida? Que el momento ideal y perfecto para rezar, ¡no existe! Siempre tienes algo que hacer, algún urgente por resolver, alguien que te espera, un día complicado por delante, muchas responsabilidades por encima… Más bien, si un día descubres que te está sobrando el tiempo, ¡preocúpate! Algo no estás haciendo bien. ¡El mejor momento para rezar es hoy!

2. Yo sólo rezo cuando me nace, porque hacerlo sin sentir ganas es muy hipócrita.

RESPUESTA: ¡Todo lo contrario! Rezar cuando sientes ganas, eso cualquiera lo hace, así es muy fácil. Pero rezar cuando no sientes ganas, cuando no estas motivado, ¡eso sí es heroico! Incluso es mucho más meritorio, porque te has vencido, has tenido que lucharla. Es señal de que lo que te mueve no son sólo tus ganas, sino el amor a Dios.

3. Estoy muy cansada para rezar hoy día

RESPUESTA: Bien, significa que has tenido un día en el que te has entregado, te has esforzado mucho. Sin duda alguna, ¡necesitas descansar! Descansa en la oración. Sabes que cuando rezas y te encuentras con Dios, vuelves a conectar contigo mismo, Dios te regala la paz que quizá no has tenido en un día tan agitado. Te ayuda a ver lo que has vivido durante el día, pero de una manera diferente. Te renueva. ¡La oración no te agota más, sino más bien es justamente lo que renueva tus fuerzas interiores!

4.- Yo si quiero… pero no sé qué decir.

RESPUESTA: Creo que Dios se nos adelantó, porque ya sabía que nos iba a pasar eso. Y nos dejó una ayuda muy buena: los salmos (que son una parte de la Biblia). Son oraciones hechas por el mismo Dios, porque son Palabra de Dios. Y cuando rezamos con los salmos, aprendemos a rezar con las mismas Palabras de Dios. Aprendemos a pedirle por nuestras necesidades, a darle gracias, a alabarlo, a mostrarle nuestro arrepentimiento, a manifestarle nuestra alegría. Reza con las Sagradas Escrituras y Dios pone las palabras en tu boca.

5.- No «siento» nada cuando rezo.

RESPUESTA: Puede ser. Pero hay algo de lo que no puedes dudar. Aunque no sientas nada, la oración te está cambiando, te está haciendo cada vez mejor. ¡Porque el encuentro con Dios nos transforma! Si cuando te encuentras con una persona muy buena y la escuchas un rato, algo bueno de ella termina quedando en ti. ¡Cuánto más encontrarte con Dios y escucharlo, no va a dejar algo muy bueno dentro de ti también!

6.- Dios ya sabe lo que necesito.

RESPUESTA: Es verdad. ¡Pero recuérdaselo! Vas a ver que a ti te va a hacer mucho bien. Aprender a pedir nos hace más sencillos de corazón.

7.- ¿Para qué rezo si Dios nunca me responde? No me da lo que le pido.

RESPUESTA: Cuando un niño pequeño le pide a sus papás todo el rato dulces y golosinas o todos los juguetes de una juguetería, los padres no les dan todo lo que piden. Porque para educar hay que enseñar a saber esperar. A veces Dios no nos concede todo lo que pedimos, porque Él conoce qué es lo mejor para nosotros. Y a veces no tenerlo todo, sentir alguna necesidad, sobrellevar algún sufrimiento, nos ayuda dejar un poco la comodidad en que vivimos y a abrir los ojos a lo esencial. Dios sabe bien lo que nos concede.

8.- Soy muy pecador como para rezar.

RESPUESTA: ¡Perfecto entonces! ¡Bienvenido al club! En realidad todos somos muy pecadores. Justamente es por eso que necesitamos la oración. La oración no es para los perfectos, sino para los pecadores. No para los que ya lo tienen todo, sino para los que descubren que están necesitados.

9.- Mejor rezo cuando tenga un «huequito» en el día

RESPUESTA: ¡No le des a Dios las sobras de tu tiempo! ¡No le dejes a Dios las migajitas de tu vida. Dale lo mejor de tí!¡ El mejor momento de tu vida, cuando estés más lúcido y más despierto! Dale a Dios lo mejor de tu vida, no lo que te sobra.

10.- Me parece absurdo eso de repetir oraciones

RESPUESTA: Cuando amas a alguien, nunca te has preguntado cuántas veces le has repetido que la quieres? Cuando tienes un buen amigo, cuántas veces lo llamas para conversar y salir juntos? Una mamá a su hijo, cuántas veces repite el gesto de acariciarlo y besarlo. Hay cosas en la vida que repetimos muchas veces y no cansan ni aburren, ¡porque vienen del amor! Y los gestos del amor siempre traen una novedad consigo.

11.- No siento la necesidad de hacerlo.

RESPUESTA: Esto pasa por muchos motivos pero uno muy frecuente en nuestros días es que nos olvidamos de alimentar nuestro espíritu en nuestra vida cotidiana. Facebook, tareas, enamorado, colegio, hobby, etc, etc… estamos llenos de cosas pero ninguna de ellas nos ayuda a hacer silencio en nuestro interior para hacernos las preguntas fundamentales: ¿quién soy? ¿soy feliz? ¿qué quiero de mi vida? Creo que cuando vivimos más en sintonía con esas preguntas naturalmente el hambre de Dios aparece… ¿y si no aparece? Pídela, reza y pídele a Dios el don de sentir hambre de su Amor.

12.- Creo que pierdo mi tiempo rezando, en vez, prefiero ayudar a los demás.

RESPUESTA: Te propongo algo, no opongas, haz las 2 cosas. Y vas a ver que cuando rezas tu capacidad de amar y ayudar a los demás crece mucho más. Porque cuando estamos en contacto con Dios, ¡sale lo mejor de nosotros mismos!

13.- Me aburre mucho rezar, debería ser más entretenido

RESPUESTA: Saca tus cuentas y vas a ver que en realidad, las cosas más importantes en la vida no son muy divertidas que digamos, ¡pero qué importantes y necesarias son! Cuánto las necesitamos. Quizá rezar no te entretiene, pero cuánto te llena el corazón. Qué prefieres?

14. No rezo porque no sé si es Dios quien me responde o si soy yo mismo quien da las respuestas.

RESPUESTA: Una recomendación que nunca falla. Cuando rezas con las Sagradas Escrituras, meditando la Palabra de Dios, puedes tener una certeza muy grande. Lo que estás escuchando no son palabras tuyas, sino es la misma Palabra de Dios que te está hablando al corazón. Ahí ya no queda ninguna duda. Es Dios quien está hablándote.

15.- ¿Para qué rezar si ya tengo todo lo que necesito?

RESPUESTA: El Papa Benedicto XVI decía que el cristiano que no reza, es un cristiano en riesgo. Y es verdad. El que no reza, está en riesgo inminente de ir perdiendo la fe, y lo peor de todo es que le va a suceder poco a poco, sin que se dé cuenta. Ten cuidado que por mucho pensar que lo tienes todo, te quedes sin lo más importante, que es Dios en tu vida.

16.- Dios no necesita mis oraciones.

RESPUESTA: Es verdad, ¡pero qué feliz se va a sentir al ver que su hijo se acuerda de Él! Y no te olvides que en realidad el que más las necesita, ¡eres tú!

17.- Ya hay mucha gente rezando por mí

RESPUESTA: ¡Qué bueno! en serio que tienes mucha gente que te quiere y de verdad le interesas. Creo entonces que tienes muchas razones para rezar también, empezando por todos ellos que ya rezan por ti. ¡Porque el amor se paga con más amor!

18.- Es duro decirlo pero… no tengo una iglesia cerca.

RESPUESTA: Pues es lindo rezar en una Iglesia pero no es necesario ir a una para rezar. Tienes mil posibilidades: reza en tu cuarto o en un lugar tranquilo de la casa… (recuerdo que yo iba al techo de mi edificio porque era silencioso y además el viento me hablaba de la presencia de Dios) vete al bosque, o reza tu rosario en el autobús que te lleva a la universidad. Si puedes ve a una Iglesia pero, ¿ya ves? hay muchos otros lugares buenos para rezar 😉

SANTA ELENA… Antorcha resplandeciente.

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Su nombre significa “antorcha resplandeciente”. Esta gran Santa fue la madre del emperador que les concedió la libertad a los cristianos, después de tres siglos de persecución, y logró encontrar la Santa Cruz de Cristo en Jerusalén.

Elena nació en el año 270 en Bitinia (hacia el sur de Rusia, junto al Mar Negro). Era hija de un hotelero y en su juventud era muy hermosa.

Un día pasó por esas tierras un general muy famoso del ejército romano, llamado Constancio Cloro. Se enamoraron y se casaron. La pareja tuvo un hijo al que llamaron Constantino.

Años después el emperador de Roma, Maximiliano, ofreció a Constancio Cloro un cargo como su colaborador más cercano, pero con la condición de que repudiara a su esposa Elena y se casara con su hija. Dejándose llevar por su ambición al poder, Constancio repudió a Elena.

La Santa sufrió un humillante abandono durante 14 años. Sin embargo, en medio de la soledad conoció a Dios y se convirtió al cristianismo.

Cuando murió Constancio Cloro, Constantino fue proclamado emperador por el ejército.

Antes de la batalla de Saxa Rubra contra sus enemigos en el puente Milvio en Roma, Constantino tuvo un sueño donde Cristo le mostraba la Cruz y le decía: “Con este signo vencerás”. Al día siguiente, el emperador llevó la Cruz en el combate y venció.

Tras la victoria en el año 313, Constantino decretó la libre profesión de la religión católica y expandió el cristianismo por todo el imperio.

Constantino amaba inmensamente a su madre Elena y la nombró Augusta o emperatriz. Mandó hacer monedas su figura de ella, y le dio plenos poderes para que empleara el dinero del gobierno en las obras de caridad que ella quisiera.

Elena se fue a Jerusalén para buscar la Santa Cruz, llevándose un grupo de obreros que realizaron excavaciones en el monte Calvario y la encontraron.

En el año 326, la Santa mandó a traer la Escalera Santa del palacio de Poncio Pilato en Jerusalén. Según la tradición, Cristo subió por ella en el Viernes Santo al palacio para ser juzgado y derramó sobre ella gotas de sangre. Está ubicada frente a la Basílica de San Juan de Letrán en Roma. En 1723 fue forrada con madera de nogal para preservarla de los desgastes ya que miles de peregrinos suben continuamente por ella de rodillas.

San Ambrosio narra que a pesar de ser la madre del emperador, Santa Elena se vestía con sencillez, se mezclaba con los pobres y utilizaba el dinero que su hijo le daba para repartir limosnas. También era muy piadosa y pasaba muchas horas rezando en el templo.

En Tierra Santa hizo construir tres templos: uno en el Calvario, otro en el monte de los Olivos y el tercero en Belén.

¿SE PUEDE SER CRISTIANO SIN MARÍA?

¿SE PUEDE SER CRISTIANO SIN MARÍA? :
El término cristiano es bíblico, el libro de los Hechos de los Apóstoles nos narra que fue en Antioquía en donde los Apóstoles recibieron el nombre de “cristianos” (Hch 11, 26), ahora bien, definido de donde proviene término cristiano, nos podemos preguntar ¿Qué significa ser cristiano? En la más simple de las definiciones cristiano es aquel que cree en Cristo, pero en realidad ser cristiano es aquel que cree en Cristo bajo la Fe de los Apóstoles, ya que no se puede creer en Cristo sino es por aquellos quienes contaron su historia y la han hecho trascender hasta nuestros días, por medio de la Sagrada Tradición en un primer momento, y luego por la Sagrada Escritura.

En nuestra querida América Latina, se ha acuñado el término cristiano para referirse a los hermanos separados que viven su fe, iglesias o sectas de diferentes denominaciones, una equivocación que nosotros como católicos cometemos muy frecuentemente. No se debe caer en el error de reducir el término cristiano únicamente para refiriéndose a hermanos separados, es decir, quienes nacieron de la protesta contra Iglesia Católica (luteranos, calvinistas, anglicanos, presbiterianos, bautistas, pentecostales, etc.) y sectas fundamentalistas que existen en nuestro entorno. Los católicos somos cristianos, siempre lo hemos sido, porque nuestra fe proviene directamente de la Fe de los Apóstoles. La palabra “católico” viene del griego “katholikos”, que significa universal y en los primeros siglos de la Iglesia los términos cristiano o católico se utilizaban indistintamente. Somos cristianos universales, católicos, porque Jesús antes de ascender al cielo nos dejó el siguiente mandato que expone la universalidad de su mensaje: “Vayan y prediquen el Evangelio a toda criatura.” (Mc 16, 15)

San Juan Crisóstomo en su homilía sobre el Evangelio de San Juan 19,2- 3 en el año 390 decía:

“Entonces recibían diversos nombres. Mas ahora tenemos todos un único nombre, mayor que todos aquéllos; nos llamamos cristianos, hijos de Dios, amigos, un solo cuerpo. Esta apelación nos obliga más que cualquier otra y nos hace más diligentes en la práctica de la virtud. No hagamos nada que sea indigno de tan gran nombre, pensando en la gran dignidad con la que llevamos el nombre de Cristo. Meditemos y veneremos la grandeza de este nombre.”

Somos cristianos y bajo la universalidad del mandato que Cristo nos encomendó nos llamamos católicos, por ende somos cristianos católicos; comprometidos en la vivencia del misterio de Cristo a la luz de la Fe Apostólica. Dentro de la Fe Apostólica, María es celebrada tanto en la Tradición como en las Sagradas Escrituras como “Dichosa por haber creído” (Lc 1, 45). No se puede separar a María de la Apostolicidad, ya que desde la comunidad primitiva (compuesta por discípulos, amigos y familiares de Jesús) tenía especial estima entre todos los miembros, el cual se fue extendiendo entre los que se agregaban. Cabe destacar que antes de ser escritos los evangelios, hubo un período de aproximadamente 20 años en que los relatos de la vida de Jesús fueron de boca en boca; pero al ir falleciendo quienes contaban estos relatos, los cristianos empezaron a poner por escrito todo cuanto escuchaban de quienes habían sido testigos de primera mano de la vida y obra de Jesús (La Sagrada Tradición Apostólica).

En este contexto, podemos tomar como referencia el trabajo de San Lucas, discípulo de Pablo, en el cual es palpable que antes de escribir su evangelio, recopiló la mayor cantidad información sobre Jesús mediante una especie de investigación que tuvo que documentar, para escribir su obra y en la que podemos apreciar la importancia de María en la comunidad cristiana; él la llama “llena de gracia” (Lc 1, 28). A partir de este punto podemos empezar a esbozar que la figura de María está estrechamente ligada a la herencia cristiana que hemos recibido de los Apóstoles, no solo por tener el privilegio de haber sido la madre del Cristo, sino por méritos que ella reflejaba en su diario vivir. María fue la primera cristiana, ya que ella creyó en Cristo antes que cualquier otro ser humano, María fue la primera discípula, debido a que ella siguió atentamente los pasos y las enseñanzas de su hijo, siempre fue consciente que el fruto de su vientre era el Mesías, el Hijo de Dios; María fue la primera Apóstol, ya que el día de Pentecostés ella estaba presente en el cenáculo y fue testigo de la obra maravillosa del Espíritu Santo de la cual ella ya era partícipe desde la anunciación años atrás (Lc 1, 35).

Muchas de las sectas “cristianas” que están en el entorno Latinoamericano y con el que a diario nos encontramos, negando la Tradición Apostólica e interpretando a conveniencia la Sagrada Escritura manifiestan un odio tal, que en ocasiones hasta se percibe como diabólico hacia la Madre de Dios, María Santísima; a lo que tomando como base la definición del término cristiano genera los siguientes cuestionamientos: ¿Será digno de un cristiano no amar a la Madre de Cristo? ¿Se honra el nombre de Cristo al ofender a su Madre?

Tratando de obviar la Sagrada Tradición y tomando básicamente lo narrado en los Evangelios, nos podemos preguntar: ¿Cristo negó a su Madre? ¿Les enseñó Cristo a los apóstoles a no querer a su Madre? ¿Por qué entonces la encomendó al apóstol San Juan? ¿Se puede ser Cristiano sin María? ¿Por qué los hermanos separados nos atacan tanto en el tema de María?

Parece un poco extraño que los propios reformadores tenían una concepción de María diametralmente opuesta a lo que predican nuestros hermanos de las sectas cristianas. Veamos que dicen algunos de sus fundadores acerca de la Santísima Virgen María, la madre de Jesús.

Martín Lutero – fundador de los luteranos.

Sermón Navidad 1531: “[Ella es] la mujer más encumbrada y la joya más noble de la cristiandad después de Cristo… Ella es la nobleza, sabiduría y santidad personificadas. Nunca podremos honrarla lo suficiente. Aun cuando ese honor y alabanza debe serle dado en un modo que no falte a Cristo ni a las Escrituras.”

Juan Calvino- fundador de los calvinistas.

“Helvidius mostró demasiada ignorancia al concluir que María debió haber tenido muchos hijos, por la razón de que son mencionados algunas veces los hermanos de Cristo”

Ulrico Zuinglio – reformador protestante.

Publicó en 1524 uno de sus sermones que trató sobre María, siempre virgen, madre de Dios: “Nunca he pensado, ni mucho menos enseñado o declarado públicamente, nada concerniente al tema de la siempre Virgen María, Madre de nuestra salvación, que pudiera ser considerado deshonroso, impío, sin valor o malvado… Creo con todo mi corazón, de acuerdo con el santo Evangelio, que su pureza virginal nos conduce hacia el Hijo de Dios y que ella permaneció, durante y después del parto, pura y sin mancha, virgen por la eternidad>.

Heinrich Bullinger – reformador protestante.

“La Virgen María… completamente santificada por la gracia y la sangre de su único Hijo, abundantemente dotada del don del Espíritu Santo y distinguida entre todos… ahora vive felizmente con Cristo en el cielo, es llamada y permanece siempre Virgen y es la Madre de Dios.”

Es interesante analizar como los fundadores de las iglesias provenientes de la reforma también amaban y veneraban profundamente a la Virgen María, pero aún más interesante como la Iglesia Católica ha logrado custodiar el agradecimiento a ella. Con este artículo no se pretende atacar a las Iglesias protestantes nacidas de la reforma, mucho menos las sectas cristianas que están presente en nuestro entorno, lo que se pretende con este artículo es crear conciencia que no es cristiano apartar a María de nuestra Fe, mucho menos menospreciarla o insultarla, porque dentro del corazón del cristiano lo mínimo que debe de existir es un infinito agradecimiento por haber colaborado con el plan de Salvación que Dios tenía preparado para cada uno de nosotros.

Cristiano sin María no es cristiano. ¿Virgen María que me has dado? con tu sí me has dado a Cristo, por tu sí, yo soy cristiano. ¡Gracias Señora!

SANTA CLARA

Santa Clara nació en Asís el año 1193. Fue conciudadana, contemporánea y discípula de San Francisco y quiso seguir el camino de austeridad señalado por él a pesar de la durísima oposición familiar.

Si retrocedemos en la historia, vemos a la puerta de la iglesia de Santa María de los Ángeles (llamada también de la Porciúncula), distante un kilómetro y medio de la ciudad de Asís, a Clara Favarone, joven de dieciocho años, perteneciente a la familia del opulento conde de Sasso Rosso.

En la noche del domingo de ramos, Clara había abandonado su casa, el palacio de sus padres, y estaba allí, en la iglesia de Santa María de los Ángeles. La aguardaban san Francisco y varios sacerdotes, con cirios encendidos, entonando el Veni Creátor Spíritus.

Dentro del templo, Clara cambia su ropa de terciopelo y brocado por el hábito que recibe de las manos de Francisco, que corta sus hermosas trenzas rubias y cubre la cabeza de la joven con un velo negro. A la mañana siguiente, familiares y amigos invaden el templo. Ruegan y amenazan. Piensan que la joven debería regresar a la casa paterna. Grita y se lamenta el padre. La madre llora y exclama: «Está embrujada». Era el 18 de marzo de 1212.

Cuando Francisco de Asís abandonó la casa de su padre, el rico comerciante Bernardone, Clara era una niña de once años. Siguió paso a paso esa vida de renunciamiento y amor al prójimo. Y con esa admiración fue creciendo el deseo de imitarlo.

Santa Clara despertó la vocación de su hermana Inés y, con otras dieciséis jóvenes parientas, se dispuso a fundar una comunidad.

La hija de Favarone, caballero feudal de Asís, daba el ejemplo en todo. Cuidaba a los enfermos en los hospitales; dentro del convento realizaba los más humildes quehaceres. Pedía limosnas, pues esa era una de las normas de la institución. Las monjas debían vivir dependientes de la providencia divina: la limosna y el trabajo.

Corrieron los años. En el estío de 1253, en la iglesia de San Damián de Asís, el papa Inocencio IV la visitó en su lecho de muerte. Unidas las manos, tuvo fuerzas para pedirle su bendición, con la indulgencia plenaria. El Papa contestó, sollozando: «Quiera Dios, hija mía, que no necesite yo más que tú de la misericordia divina».

Lloran las monjas la agonía de Clara. Todo es silencio. Sólo un murmullo brota de los labios de la santa.

– Oh Señor, te alabo, te glorifico, por haberme creado.
Una de las monjas le preguntó:
– ¿Con quién hablas?
Ella contestó recitando el salmo.
– Preciosa es en presencia del Señor la muerte de sus santos.

Y expiró. Era el 11 de agosto de 1253. Fue canonizada dos años más tarde, el 15 de agosto de 1255, por el papa Alejandro IV, quien en la bula correspondiente declaró que ella «fue alto candelabro de santidad», a cuya luz «acudieron y acuden muchas vírgenes para encender sus lámparas».

Santa Clara fundó la Orden de Damas Pobres de San Damián (hoy llamada Orden de las hermanas pobres de Santa Clara), llamadas normalmente Clarisas, rama femenina de los franciscanos, a la que gobernó con fidelidad exquisita al espíritu franciscano hasta su muerte y desde hace siete siglos reposa en la iglesia de las clarisas de Asís.

De ella dijo su biógrafo Tomás Celano: «Clara por su nombre; más clara por su vida; clarísima por su muerte».