miércoles, noviembre 20, 2024
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NUESTRA INTIMIDAD CON DIOS

Mantenernos “conectados” se ha convertido en un gran negocio. Los teléfonos celulares, Facebook y Twitter nos dan acceso a amigos, familiares, trabajo y al mundo entero. Pero, ¿cuánto tiempo invertimos realmente creando relaciones significativas cara a cara? Es más, ¿cuánto esfuerzo hacemos para relacionarnos con Dios? ¿Qué clase de relación tiene usted con Dios? ¿Es Él una deidad distante, o su amigo cercano? De una forma u otra, toda persona tiene una conexión con Él, ya sea que lo reconozca o no.
Aún aquellos que dicen que no creen en Dios, están ligados a Él simplemente porque los creó. Lamentablemente, la mayoría de las personas de este mundo no tienen ni idea de quién es su Creador.

CREADOS PARA RELACIONARNOS CON DIOS

Sin embargo, el Señor creó al ser humano para que se relacionara con Él. Eso es lo que significa ser hechos a su imagen (Gn 1.26). Nos dio un espíritu que puede comunicarse con su Espíritu. Solamente mire la tierra y los cielos. Aunque Dios es el Creador de todas estas cosas, Él nunca puede relacionarse con una montaña o con una estrella como lo hace con usted. No pudo darnos un honor más alto que el habernos hecho a su imagen.
Pero cuando el pecado entró en el género humano, nos mató a todos espiritualmente y nos alejó de Dios. Nuestros espíritus no pudieron seguir unidos con el Señor en íntima comunión. No obstante, Cristo vino a pagar el castigo por el pecado con su muerte, y ahora todos los que ponen su fe en Él como su Salvador renacen espiritualmente. Su relación con Dios ha sido restablecida por medio de Cristo (Ef 2.1-5).

Sin embargo, el Señor no quiere que nuestra relación con Él se dé por terminada con la salvación; aquí que es donde comienza. Si nos comunicamos con Él solo superficialmente, nos engañamos y obstaculizamos su objetivo supremo de relacionarnos con Él. Aunque este es su deseo para cada uno de sus hijos, muchos creyentes, por desgracia, no viven en la estrecha comunión que Él ha puesto a su disposición.

Podemos ser salvos y tener seguridad eterna y, sin embargo, mantener una relación fría con el Señor. Algunos cristianos muestran poco interés en las cosas espirituales, sin estar conscientes de la poca profundidad de su relación con Dios. Otros están confundidos y frustrados, y se preguntan por qué no escuchan su voz ni sienten su presencia. A pesar de que asisten a la iglesia, leen sus Biblias y oran, Él todavía parece estar muy lejos y desconectado de ellos.

En los últimos años, el término “intimidad con Dios” se ha convertido en una de esas frases que los cristianos introducen en sus conversaciones, pero ¿cuántos de nosotros sabemos en realidad lo que significa? Si yo le pidiera a usted que la describiera, ¿podría hacerlo? Parte del problema es que en nuestra cultura la palabra intimidad se ha convertido en sinónimo de sexo. Pero estamos hablando de una unidad espiritual que no se basa en los sentidos físicos. Dios es espíritu (Jn 4.24), y así es como debemos relacionarnos con Él.

ENTENDAMOS QUÉ ES LA INTIMIDAD CON DIOS.

Para ayudarnos a comprender en qué consiste relacionarnos con el Señor, examinemos los escritos de David, a quien la Biblia llama un hombre conforme al corazón de Dios (Hch 13.22). Salmo 63.1-8 da una viva descripción de su absorbente pasión por su Señor.
Anhelo de Dios. El elemento más evidente en este salmo, es una sed y un anhelo por el Señor (v. 1). Cualquier otra búsqueda en la vida parece un seco desierto en comparación con una relación íntima con Dios. Nuestras almas y nuestros espíritus jamás estarán satisfechos hasta que descubramos el gozo de la devoción al Único que puede llenar nuestro vacío (v. 5). La pasión de David tenía, incluso, un elemento físico: “mi carne te anhela” (v. 1). A veces, quienes tienen una relación particularmente estrecha con el Señor, sufren por no tener más de Él.

Sentidos espirituales avivados. El segundo aspecto de la profunda relación de David con Dios, era su capacidad de verlo (v. 2). Uno de los resultados de tal intimidad es el avivamiento de nuestros sentidos espirituales. Al aprender a conocerle más profundamente, “vemos” a Aquel que es invisible. Nuestra comprensión de su naturaleza y de sus caminos aumenta de manera dramática; la Biblia cobra vida y propósito; y una nueva sensación de discernimiento guarda nuestra mente. Junto con esta sensibilidad espiritual viene la clara comprensión de que todo se origina en el Señor, no en nosotros mismos.

Nuevos valores y nuevas prioridades. Pronto nuestra relación con Dios se convierte en lo mejor de nuestra vida, y tiene prioridad sobre todo lo demás (vv. 3, 4). Ninguna otra búsqueda es más valiosa. Todas las posesiones, el poder, los placeres y el prestigio que ofrece este mundo se vuelven vanos después de experimentar la plenitud de conocer al Señor.

Satisfacción y realización personales. Dios se apodera de nuestros pensamientos y de nuestras emociones (v. 5, 6). ¿Recuerda usted lo que se siente estar enamorado? Nadie tuvo que decirle a usted que pensara en su ser amado; sus pensamientos volaban automáticamente a esa persona. Así es como se siente cuando amamos al Salvador. El gozo de estar en su presencia nos satisface como ninguna otra cosa.

Confianza y dependencia. Dios se convierte en nuestro refugio en las tormentas de la vida cuando nos deslizamos debajo de sus alas protectoras y nos aferramos a Él con total dependencia (vv. 7, . Quienes conocen la intimidad con Él sienten la seguridad que se tiene cuando se someten a su voluntad. Puesto que conocen el corazón del Señor y confían en su bondad y en su sabiduría, no tienen ninguna razón para temer.

¿Quién no querría tener una experiencia rica y gratificante con el Señor? Pero no sucederá de forma automática o accidental. Pensemos en cómo se desarrollan las relaciones humanas. Las amistades no son instantáneas; deben ser cultivadas con el tiempo. De la misma manera, a la unidad espiritual con el Todopoderoso hay que buscarla de manera diligente.

LLEGAR A CONOCER A DIOS

El primer paso en nuestra búsqueda de intimidad con el Señor es llegar a conocerle —quién es Él, qué hace, cómo piensa, y qué desea. Aunque Dios es invisible e inaudible para nuestros sentidos físicos, una relación íntima con Él se cultiva de la misma manera que las amistades humanas: pasando tiempo juntos, comunicándonos, siendo vulnerables, y compartiendo intereses.
Pasar tiempo juntos. Nunca conseguiremos relacionarnos con el Señor a menos que invirtamos tiempo y esfuerzos para llegar a conocerle. Una relación descuidada simplemente no crecerá en riqueza o profundidad. ¿Está usted demasiado ocupado para pasar tiempo con Él cada día? Si es así, las exigencias apremiantes de su agenda le están robando un grandioso tesoro eterno: la grata y profunda comunión con Dios.

Comunicación de doble vía. La mejor manera de conocer al Señor es a través de la comunicación. Pero nuestras oraciones son a menudo monólogos en vez de diálogos. Venimos a Él con nuestra lista de preocupaciones, pero ¿con qué frecuencia tomamos el tiempo para escuchar su respuesta? Aunque Dios se deleita en escuchar nuestras oraciones, Él también quiere que le escuchemos en quietud.
Puesto que Él nos habla sobre todo por medio de su Palabra, es allí donde más probablemente escucharemos su voz. Trate de interactuar con el Señor, orando mientras lee la Biblia. Medite en sus palabras, y hágale preguntas. “¿Qué me estás diciendo? ¿Cómo se aplica esto a mi vida?” Entonces, esté quieto y escuche, dándole tiempo para que Él hable a su espíritu. Solo recuerde que cualquier cosa que Él diga, nunca contradecirá su Palabra escrita. Cuanto más le escuche, más oirá su voz, y pronto su tiempo con Él se convertirá en su mayor deleite.

Vulnerabilidad. Otro factor importante es nuestra disposición a ser abiertos y honestos, exponiendo al Señor cada área de nuestras vidas. Nadie puede ser forzado a tener una amistad con Dios. En realidad, la profundidad de esta relación está limitada a la extensión de nuestra transparencia con Él. Aunque la respuesta natural es reducir esa vulnerabilidad, tenemos que recordar que Él ya nos conoce por dentro y por fuera, y que nos ama más de lo que podemos entender.

Intereses compartidos. Si queremos crecer en unidad con Dios, debemos aprender a compartir sus intereses. Él siempre está atento a nuestras preocupaciones, pero ¿nos interesan en realidad sus deseos y propósitos? ¿Está usted más interesado en el Señor, o en lo que Él pueda darle? Las oraciones centradas en nosotros mismos, la falta de atención a su Palabra, y las agendas demasiado ocupadas le envían un mensaje al Señor: “¡No estoy interesado en ti!” Si su relación con Dios parece estar estancada, tal vez es porque usted está centrado en sí mismo.

LOS RESULTADOS DE CONOCER A DIOS

Algunos cristianos confunden conocer al Señor con saber acerca de Él. El conocimiento de Dios debe transformarnos continuamente, influir en los demás, y prepararnos para el cielo.

Transformación. Nadie puede relacionarse con Dios, y no experimentar un cambio. Cuando empezamos a entender quien es Él, nuestro amor por Dios crece y nos motiva a una obediencia radical. Nuestras experiencias con el Señor nos enseñan que Él es fiel y confiable. El reconocimiento de la sabiduría y la bondad de sus planes impulsa al sometimiento voluntario a su dirección, y pronto el tiempo con Él se convierte en la mejor parte de cada día. En vez de mirar el reloj, desearemos quedarnos más tiempo con el Señor, porque su presencia satisface nuestras almas como nada más puede hacerlo.

Influencia. Esta clase de pasión por el Señor es contagiosa e influye en los demás. Mi abuelo conocía a Dios íntimamente. Cuando me contaba las cosas que Cristo había hecho en su vida, el deseo de conocer al Señor se apoderó de mí y determinó la dirección de mi vida desde entonces. Hoy la experiencia más maravillosa que puedo tener, es estar delante de Dios, sintiendo la unidad entre su Espíritu y el mío.

Preparación para el cielo. Algún día, cada creyente tendrá un encuentro con el Señor. ¿Será Él un extraño para usted? La mayor inversión que podemos hacer en esta vida es la búsqueda sincera de una profunda relación personal con Él. Las recompensas terrenales son mayores que cualquier otro sacrificio, pero el tesoro que nos espera en el cielo es inimaginable. La vida eterna comienza en el momento que somos salvos. Nuestra vida eterna es ahora. No esté a la espera del cielo; conozca a su grandioso Señor hoy.

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