NO, NO ES FANATÍSMO, ES AMOR A LA VERDAD: Y es que el mundo de hoy está de cabeza. De pequeños aprendimos que nuestro planeta gira sobre su propio eje y a la vez gira alrededor del sol, sí, eso de los movimientos de traslación y rotación; no es que el mundo este de cabeza porque algo haya fallado en el eje del planeta o porque el sol se haya movido de lugar, más bien, el ser humano ha dejado de girar sobre su propio eje y ha dejado que muchas cosas se salgan de su lugar y vayan de un lugar a otro sin un sentido lógico.
Hoy en día, por ejemplo, los “derechos” de los animales son más importantes que los de los niños; a juzgar por ciertas coberturas mediáticas y de redes sociales, el “héroe” es definido por alguien que decide cambiarse de sexo, pero no lo es, el padre o la madre que tiene dos trabajos para sacar adelante a su familia. Ahora se reconoce como “valientes” a aquellos que un día decidieron cambiar su preferencia sexual, pero aquellas madres solteras que optaron por la vida y luchan día a día para dar una mejor vida a sus hijos, ni siquiera son consideradas entre los estereotipos idealizados de las mujeres modernas.
Se habla del “derecho” a decidir sobre la vida de un no nacido, pero en realidad se presiona y se obliga a acciones abortivas bajo la premisa de un falso feminismo. Actualmente el mundo celebra falsas conquistas, pero es derrotado en las trincheras de la guerra, la indiferencia y el odio. Se dice que hay que hacer que nuestras voces se escuchen para cambiar el mundo, mientras cientos de miles de cristianos son perseguidos en razón de su fe en varios países del mundo (Siria e Irak son los países más recientes y emblemáticos en unirse a esta lista negra), clamando, gritando por ayuda, mientras la comunidad internacional calla.
Hoy en día son muchos los que exigen tolerancia y respeto, pero si nosotros los cristianos hablamos de Dios somos unos “retrógradas”, estúpidos e irrespetuosos fanáticos religiosos… ¿Dónde queda la tolerancia? Tal pareciese que está es medida e impuesta por la propia opinión del que se cree con derecho a juzgar. Ahora, si quieres tener una familia numerosa, simplemente eres un ridículo porque ¡Los tiempos han cambiado!; en muchos lugares se celebra la aprobación de uniones “matrimoniales” entre personas del mismo sexo como la victoria más grande, triunfo para la democracia y evolución de los derechos humanos, sí el mundo la celebra, mientras del otro lado del mundo tenemos guerras y personas muriendo de hambre día a día.
La respuesta del cristiano no siempre será el silencio o el bajar la cabeza ante los argumentos de otros, a imitación de Cristo, debemos ejercer nuestro ministerio profético anunciando el Reino de Dios y denunciando el “anti-Reino”. En este punto exacto de nuestra reflexión, nos animan las palabras (y el testimonio de vida) del Beato Oscar Arnulfo Romero, tan actuales en relación a este mundo en el que nos ha tocado vivir:
“Cuando Cristo confesó que Él era el Hijo de Dios, lo tomaron por blasfemos y lo sentenciaron a muerte. Y la Iglesia sigue confesando que Cristo es el Señor, que no hay otro Dios. Y cuando los hombres están de rodillas ante otros dioses, les estorba que la Iglesia predique a este único Dios. Por eso choca la Iglesia ante los idólatras del poder, ante los idólatras del dinero, ante los que hacen de la carne un ídolo, ante los que piensan que Dios sale sobrando, que Cristo no hace falta, que se valen de cosas de la tierra: Ídolos. Y la Iglesia tiene el derecho y el deber de derribar todos los ídolos y proclamar que sólo Cristo es el Señor”. (Homilía 19 de junio de 1977).
Nuestro anuncio debe ser la VERDAD, pero con AMOR; AMOR Y VERDAD, un binomio de fe que no puede separarse porque sería como desnaturalizar el Evangelio y la persona misma de Cristo. En estos días en que se predica el “triunfo del amor” como sinónimo de aprobación de leyes que se estiman justas para algunos, pero basadas en falacias existenciales que terminan por destruir las sociedades, las familias y al ser humano mismo, es obligatorio recordar la enseñanza de Benedicto XVI, quien nos decía hace apenas unos años que no se puede considerar el AMOR separado de la VERDAD, entendiendo ambos, claro es, como absolutos, no relativizados al sentir o al pensar de un grupo; hablando sobre el amor, que es precisamente el eje del Evangelio y del cristiano mismo, en su Carta Encíclica “Caritas in Veritate”, el ahora Papa Emérito nos escribía lo siguiente:
“Soy consciente de las desviaciones y la pérdida de sentido que ha sufrido y sufre la caridad, con el consiguiente riesgo de ser mal entendida, o excluida de la ética vivida y, en cualquier caso, de impedir su correcta valoración. En el ámbito social, jurídico, cultural, político y económico, es decir, en los contextos más expuestos a dicho peligro, se afirma fácilmente su irrelevancia para interpretar y orientar las responsabilidades morales. De aquí la necesidad de unir no sólo la caridad con la verdad, en el sentido señalado por San Pablo de la «veritas in caritate» (Ef 4,15), sino también en el sentido, inverso y complementario, de «caritas in veritate». Se ha de buscar, encontrar y expresar la verdad en la «economía» de la caridad, pero, a su vez, se ha de entender, valorar y practicar la caridad a la luz de la verdad. De este modo, no sólo prestaremos un servicio a la caridad, iluminada por la verdad, sino que contribuiremos a dar fuerza a la verdad, mostrando su capacidad de autentificar y persuadir en la concreción de la vida social. Y esto no es algo de poca importancia hoy, en un contexto social y cultural, que con frecuencia relativiza la verdad, bien desentendiéndose de ella, bien rechazándola” (“Caristas in Veritate, N° 2).
Interpretando la enseñanza de Benedicto XVI para nuestro vivir cristiano, es importante anunciar la verdad (incluida la denuncia), pero si lo hacemos sin el amor, sería como dar sablazos al viento en una batalla que no ganaremos porque nunca la iniciamos. Definitivamente, ante este mundo loco, la línea cuerda del cristiano es el amor mismo, así lo dijo Jesús: “En esto reconocerán todos que son mis discípulos, en que se amen unos a otros” (San Juan 13, 35). Recordemos, no estamos dando un buen testimonio de Cristo si denunciamos por el puro gusto de denunciar, de llevar la contraria o de atacar aquello que no considero correcto; “si yo no tengo amor, nada soy” (1ª Corintios 13, 2c), denuncio porque amo a Dios y al prójimo, porque cumplo aquel mandamiento supremo que mi Señor Jesucristo me dejó en la víspera de su pasión: “Ámense los unos a los otros como yo les he amado” (San Juan 13, 34).
El amor y la verdad es la esencia misma del ser cristiano y no conozco mayor ejemplo de esto que San Pablo, el apóstol del anuncio y la denuncia radical; pues bien, San Pablo mismo llegó a reconocer que por encima de todo siempre estaba el amor, invitándonos a todos nosotros a “ponernos el vestido que conviene a los elegidos de Dios, sus santos muy queridos: la compasión tierna, la bondad, la humildad, la mansedumbre, la paciencia… y por encima de esta vestidura pondrán como cinturón el amor, para que el conjunto sea perfecto. Así la paz de Cristo reinará en sus corazones” (Colosenses 3, 12-15).
Y si muchos piensan que este rollo del amor y la verdad es solo para los cristianos, se equivocan, aunque como hijos de Dios llevamos la primacía en la obligación de testimoniarla, lo cierto es que el amor y la verdad “es la principal fuerza impulsora del auténtico desarrollo de cada persona y de toda la humanidad” (Benedicto XVI, “Caritas in Veritatis N° 1). El amor, continúa Benedicto XVI “es una fuerza extraordinaria, que mueve a las personas a comprometerse con valentía y generosidad en el campo de la justicia y de la paz. Es una fuerza que tiene su origen en Dios, Amor eterno y Verdad absoluta. Cada uno encuentra su propio bien asumiendo el proyecto que Dios tiene sobre él, para realizarlo plenamente: en efecto, encuentra en dicho proyecto su verdad y, aceptando esta verdad, se hace libre (cf. Jn 8,32). Por tanto, defender la verdad, proponerla con humildad y convicción y testimoniarla en la vida son formas exigentes e insustituibles de caridad” (Idem).
Si la humanidad piensa que ha evolucionado y que se desarrolla a “pasos agigantados” por ir en contra de la “Ley Natural”, en realidad procura su propia destrucción, porque el edificio que no se construye sobre bases sólidas y absolutas, como el verdadero amor y la auténtica verdad, se termina derrumbando y destruye todo lo que este sostiene. Si destruimos la persona humana, a la familia como base de la sociedad, destruimos nuestras sociedades y la civilización misma.
Con lo anterior, tampoco debemos olvidar que los cristianos estamos llamados a testimoniar el amor de Cristo a toda creatura, hasta los confines de la tierra, hasta las periferias existenciales, como diría Papa Francisco. Y si decimos que amamos a Dios y odiamos a nuestros hermanos, somos unos mentirosos, así lo dice San Juan en su primera Carta (4, 20), “todo el que ama, ha nacido de Dios y conoce a Dios” (1ª San Juan 4, 7). Nosotros somos, como dice el coro de un canto muy bonito
“SOMOS EN LA TIERRA
SEMILLA DE OTRO REINO
SOMOS TESTIMONIO DE AMOR:
PAZ PARA LAS GUERRAS
Y LUZ ENTRE LAS SOMBRAS
IGLESIA PEREGRINA DE DIOS”
Como Iglesia peregrina, siendo luz y testimonio del amor de Dios, por un lado, no podemos consentir mentiras ni conductas inmorales en nombre de la compasión y la tolerancia, porque fallamos a la verdad, y en lugar de dar amor, manifestamos lástima al hermano que nos necesita; por otro, no podemos atacar y destruir a aquel que es también hijo de Dios al igual que yo, en nombre de la verdad, porque no edifico en el amor. Corrección fraterna, anuncio del Reino de Dios con amor y verdad, siendo constructores de la paz para ser llamados “bienaventurados” e “hijos de Dios” (San Mateo 5, 9).
Por tanto, los cristianos necesitamos trabajar por la civilización del amor, no para la cultura del odio y de la muerte; en este mundo que da vueltas y vueltas sin sentido, debemos recordar que la cruz permanece firme, símbolo del amor eterno de Dios, que aunque el mundo este de cabeza, los montes se corran y las colinas se muevan… “más mi amor de tu lado no se apartará y mi alianza de paz no se moverá, así dice el Señor que tiene compasión de ti” (Isaías 54, 10).