La Iglesia hace hoy memoria de San Ignacio de Antioquia, obispo y mártir. Un hombre que supo hacer de su particular recorrido hacia el martirio una escuela personal y comunitaria para acercarse más a Dios y, sobre todo, para ser cada vez más discípulo, más cristiano. Así termina una de sus cartas más famosas: “Soy trigo de Dios, y he de ser molido por los dientes de las fieras, para llegar a ser pan limpio de Cristo… Ahora empiezo a ser discípulo”.
Y además, hoy 17 es el día mundial para la erradicación contra la pobreza. Sería raro orar con la Palabra de Dios hoy sin dejarnos interpelar por esto: “Sí, os lo repito: se le pedirá cuenta a esta generación”.
La primera lectura de Pablo nos presenta una eterna pregunta, solo aparente elección; ¿la fe o las obras? En ningún lugar San Pablo lo presenta como una disyuntiva, ¡al contrario! La fe, se muestra por las obras, pero que ingenuidad sería pensar que por puras obras movemos el mundo o ganamos el beneplácito de Dios… Y, sin embargo, lo tenemos metido dentro!