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Abrirse a los milagros del amor por el bien de las familias

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Abrirse a los milagros del amor por el bien de las familias :
El Papa Francisco presidió al aire libre, la Santa Misa en el Benjamin Franklin Parkway de Filadelfia para cerrar así el Encuentro Mundial de las Familias de 2015.

El encuentro, que duró dos días, reunió a miles de delegados de diferentes partes del mundo que representaban a las familias en sus países. En su homilía, el Santo Padre animó a las familias a construir sus vidas en el amor, recordándoles también que el amor de Dios es para todos. A continuación su reflexión

Hoy la Palabra de Dios nos sorprende con un lenguaje alegórico fuerte que nos hace pensar. Un lenguaje alegórico que nos desafía pero también estimula nuestro entusiasmo.

Cuidado con la estrechéz de mente

En la primera lectura, Josué dice a Moisés que dos miembros del pueblo están profetizando, proclamando la Palabra de Dios sin un mandato. En el Evangelio, Juan dice a Jesús que los discípulos le han impedido a un hombre sacar espíritus inmundos en su nombre. Y aquí viene la sorpresa: Moisés y Jesús reprenden a estos colaboradores por ser tan estrechos de mente. ¡Ojalá fueran todos profetas de la Palabra de Dios! ¡Ojalá que cada uno pudiera obrar milagros en el nombre del Señor!

Jesús encuentra, en cambio, hostilidad en la gente que no había aceptado cuanto dijo e hizo. Para ellos, la apertura de Jesús a la fe honesta y sincera de muchas personas que no formaban parte del pueblo elegido de Dios, les parecía intolerable. Los discípulos, por su parte, actuaron de buena fe, pero la tentación de ser escandalizados por la libertad de Dios que hace llover sobre «justos e injustos» (Mt 5,45), saltándose la burocracia, el oficialismo y los círculos íntimos, amenaza la autenticidad de la fe y, por tanto, tiene que ser vigorosamente rechazada.

Cuando nos damos cuenta de esto, podemos entender por qué las palabras de Jesús sobre el escándalo son tan duras. Para Jesús, el escándalo intolerable consiste en todo lo que destruye y corrompe nuestra confianza en este modo de actuar del Espíritu.

No impedir lo que es bueno

Nuestro Padre no se deja ganar en generosidad y siembra. Siembra su presencia en nuestro mundo, ya que «el amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó primero» (1Jn 4,10). Amor que nos da una certeza honda: somos buscados por Él, somos esperados por Él. Esa confianza es la que lleva al discípulo a estimular, acompañar y hacer crecer todas las buenas iniciativas que existen a su alrededor. Dios quiere que todos sus hijos participen de la fiesta del Evangelio. No impidan todo lo bueno, dice Jesús, por el contrario, ayúdenlo a crecer. Poner en duda la obra del Espíritu, dar la impresión que la misma no tiene nada que ver con aquellos que no son parte de nuestro grupo, que no son «como nosotros», es una tentación peligrosa. No bloquea solamente la conversión a la fe, sino constituye una perversión de la fe.

La fe abre la «ventana» a la presencia actuante del Espíritu y nos muestra que, como la felicidad, la santidad está siempre ligada a los pequeños gestos. «El que les dé a beber un vaso de agua en mi nombre –dice Jesús– no se quedará sin recompensa» (Mc 9,41). Son gestos mínimos que uno aprende en el hogar; gestos de familia que se pierden en el anonimato de la cotidianidad pero que hacen diferente cada jornada. Son gestos de madre, de abuela, de padre, de abuelo, de hijo. Son gestos de ternura, de cariño, de compasión. Son gestos del plato caliente de quien espera a cenar, del desayuno temprano del que sabe acompañar a madrugar. Son gestos de hogar. Es la bendición antes de dormir y el abrazo al regresar de una larga jornada de trabajo.

El amor se manifiesta en pequeñas cosas, en la atención mínima a lo cotidiano que hace que la vida tenga siempre sabor a hogar. La fe crece con la práctica y es plasmada por el amor. Por eso, nuestras familias, nuestros hogares, son verdaderas Iglesias domésticas. Es el lugar propio donde la fe se hace vida y la vida se hace fe.

Jesús nos invita a no impedir esos pequeños gestos milagrosos, por el contrario, quiere que los provoquemos, que los hagamos crecer, que acompañemos la vida como se nos presenta, ayudando a despertar todos los pequeños gestos de amor, signos de su presencia viva y actuante en nuestro mundo.

Esta actitud a la que somos invitados nos lleva a preguntarnos: ¿Cómo estamos trabajando para vivir esta lógica en nuestros hogares, en nuestras sociedades? ¿Qué tipo de mundo queremos dejarle a nuestros hijos? (cf. Laudato si’, 160). Pregunta que no podemos responder sólo nosotros. Es el Espíritu que nos invita y desafía a responderla con la gran familia humana. Nuestra casa común no tolera más divisiones estériles. El desafío urgente de proteger nuestra casa incluye la preocupación de unir a toda la familia humana en la búsqueda de un desarrollo sostenible e integral, pues sabemos que las cosas pueden cambiar (cf. ibid., 13). Que nuestros hijos encuentren en nosotros referentes de comunión. Que nuestros hijos encuentren en nosotros hombres y mujeres capaces de unirse a los demás para hacer germinar todo lo bueno que el Padre sembró.

De manera directa, pero con afecto, Jesús dice: «Si ustedes, pues, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¿cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?» (Lc 11,13) Cuánta sabiduría hay en estas palabras. Es verdad que en cuanto a bondad y pureza de corazón nosotros, seres humanos, no tenemos mucho de qué vanagloriarnos. Pero Jesús sabe que, en lo que se refiere a los niños, somos capaces de una generosidad infinita. Por eso nos alienta: si tenemos fe, el Padre nos dará su Espíritu.

Abrise a los milagros del amor

Nosotros los cristianos, discípulos del Señor, pedimos a las familias del mundo que nos ayuden. Somos muchos los que participamos en esta celebración y esto es ya en sí mismo algo profético, una especie de milagro en el mundo de hoy. Ojalá todos fuéramos profetas. Ojalá cada uno de nosotros se abriera a los milagros del amor para el bien de todas las familias del mundo, y poder así superar el escándalo de un amor mezquino y desconfiado, encerrado en sí mismo e impaciente con los demás.

Qué bonito sería si en todas partes, y también más allá de nuestras fronteras, pudiéramos alentar y valorar esta profecía y este milagro. Renovemos nuestra fe en la palabra del Señor que invita a nuestras familias a esa apertura; que invita a todos a participar a la profecía de la alianza entre un hombre y una mujer, que genera vida y revela a Dios.

Todo el que quiera traer a este mundo una familia, que enseñe a los niños a alegrarse por cada acción que tenga como propósito vencer al mal –una familia que muestra que el Espíritu está vivo y actuante– encontrará nuestra gratitud y nuestra estima, no importando el pueblo, la región o la religión a la que pertenezca.

Que Dios nos conceda a todos, como discípulos del Señor, la gracia de ser dignos de esta pureza de corazón que no se escandaliza del Evangelio

– Papa Francisco
Santa Misa de clausura del VIII Encuentro Mundial de Familias, Filadelfia, Estados Unidos. 27 de septiembre de 2015

Estas paralizado ante la vida

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Estas paralizado ante la vida :
Aquel día me desperté con mucha pereza y renegando. Con esfuerzo, pude deshacerme de las mantas. Me dirigí al baño arrastrando los pies mientras maldecía el tener que levantarme de la cama sin poder quedarme en ella todo el día.

Desayuné con los ojos tan cerrados como mi mente. Tal pereza me dominaba, que por no meter el pan en la tostadora, preferí comerlo frío y beber la leche directamente de la botella. ¿Por qué tener que trabajar? ¡Esa sí era una verdadera maldición!

Salí de mi casa en dirección a la oficina en mi vehículo con asientos de piel y calefacción, observando en el camino el pavimento humedecido por la lluvia, mientras refunfuñaba porque estaba lloviendo, igual que lo hacía cuando había sol, nubes, viento, gente…

El semáforo se puso en rojo y, de pronto, como un rayo, se colocó frente a todos los automóviles algo que parecía un bulto. Por curiosidad, abrí más mis ojos somnolientos y pude descubrir que era un joven montado en un pequeño carro de madera. Aquel chico no tenía piernas y le faltaba un brazo. Sin embargo, con su mano izquierda lograba conducir el pequeño vehículo y manejar con maestría un conjunto de pelotas con las que hacía juegos malabares.

Las ventanillas de los automóviles se abrían para darle una moneda al malabarista, el cual mostraba un pequeño letrero sobre el pecho. Cuando se acercó a mi auto pude leerlo:

«Gracias por ayudarme a sostener a mi hermano paralítico». Con su mano izquierda señaló hacia la banqueta y ahí pude ver a su hermano, sentado en una silla de ruedas colocada frente a un atril que sostenía un lienzo, en el cual estaba pintando algo con un pincel que manejaba con su boca.

El malabarista, al ver el asombro de mi cara, me dijo:

– ¿Verdad que mi hermano es un artista? Por eso escribió esa frase sobre el respaldo de su silla.

Entonces leí la frase que decía: – «Gracias Señor por los dones que nos das. Contigo no nos falta nada».

Recibí un fuerte golpe en mi interior mientras este hombre se retiraba. Y así como el semáforo de la calle pasó del color rojo al verde, mi «semáforo» interior también cambió desde aquel día: Nunca más me volví a dejar paralizar por la luz roja de la pereza, ni volví a renegar por lo que no aceptaba. Ahora trato de mantener la luz verde y realizar mis trabajos y actividades con renovada energía.

Ante aquellos jóvenes de la calle, aquel día descubrí que yo era el paralítico. Desde aquel mismo día, nunca he dejado de agradecer. Ahora no tengo todo lo que quiero, pero le doy gracias a Dios por lo que tengo. El salario apenas me alcanza para pagar las cuentas, pero gracias a Dios que por lo menos tengo un trabajo para ganar el sustento. Los problemas se me han venido multiplicando como si fueran mágicos, pero gracias a Dios tengo paciencia y fortaleza para- sobrellevarlos.

Los años han ido pasando rápidamente, mi piel está un poco arrugada y mis cabellos se están poniendo blancos, pero le doy gracias a Dios por la alegría que siento de vivir, por los conflictos que pude resolver, por los problemas que pude superar, por la enfermedad que pude soportar, por el odio que se transformó en amor, por la soledad que pude sobrellevar. Cada día lo bendigo por haberme enseñado a decir:

«Gracias Señor por los dones que me das. Contigo no me falta nada».

La oración de ofrecimiento

Hay situaciones personales, familiares o comunitarias que uno no puede cambiar porque no dependen de la propia voluntad. A veces estas situaciones nos crean grandes sufrimientos porque nos crean heridas muy íntimas y nos encontramos como impotentes para modificar esa determinada situación. Podemos pedir al Señor que la cambie, podemos pedir fuerza para llevarla con paciencia pero también podemos ofrecerla al Señor.

La oración de ofrecimiento libera el alma

Esta oración de ofrecimiento es de gran valor y libera el alma de muchas inquietudes. No es simplemente una oración de resignación, porque creemos siempre que la omnipotencia divina puede cambiar lo que quiera según su voluntad. Es más bien un acto de aceptación del querer de Dios que se manifiesta en algunas circunstancias y en modos muy misteriosos para nuestra inteligencia limitada.

El ofrecer lo que nos crea sufrimiento, dolor, abnegación, lo que nos molesta, sea de los demás que de nosotros mismos, puede ser muy meritorio porque recocemos delante del Señor nuestra pequeñez y confiamos que Él tendrá una solución en aquello que nosotros no podemos alcanzar por nosotros mismos. Así vemos que muchas personas ofrecen sus dolores, las penas de su familia y las problemas del mundo con gran fe y confianza a Dios. Y vemos que son personas santas y humildes a las que el Señor escucha sus plegarias y las llena de dones espirituales.

Claro está que si podemos hacer algo práctico por desenlazar los nudos de estas situaciones, lo debemos hacer con prudencia y con valor, si fuera necesario. Pero a veces los nudos son demasiado complicados para poderlo desatar nosotros. Y ofrecer al Señor con humildad las molestias que nos causa tales situaciones y al mismo tiempo con confianza pedirle que, si es su voluntad, sea Él quien con su poder desate los nudos que el pecado o egoísmo humanos han realizado, es un acto de santificación que nos llena de una gran paz en medio del dolor.

La Virgen María es un ejemplo de actitud de ofrecimiento

Una tal actitud y oración de ofrecimiento la vemos en María sobre todo cuando Ella, al pie de la cruz, ofrece su Corazón Inmaculado al Padre, uniéndolo al de Su Hijo. Nosotros podemos ofrecer también los pequeños sufrimientos de cada día como oración al Padre, unidos a Jesús y a María. No temamos en ofrecer incluso «pajitas» como decía Santa Teresa, que hablaba del ofrecimiento de pequeñas cosas al Señor, porque, decía ella: «yo no soy para más» y el Señor «todo lo recibe» (Libro de la Vida, 31, 23). Sí, el Señor todo lo recibe. También las pequeñas pajitas de nuestros sufrimientos, que ponemos en el fuego de su Amor como ofrenda de amor nuestro.

Aprendamos a ofrecer al Señor todo, incluyendo la propia miseria. Ofrezcámosle a Él sobre todo esas situaciones nuestras, de parientes, de amigos, de nuestra comunidad, de nuestra patria que, por lo complejas que son, no pueden ser cambiadas de un momento a otro, pero que siempre están bajo el poder y la providencia divinos. El Señor todo lo recibe, también nuestros más pequeños ofrecimientos de amor que se convierten así en una oración sencilla y sincera.

Oración de ofrecimiento

Señor Jesús:
Te entrego mis manos para hacer tu trabajo.
Te entrego mis pies para seguir tu camino.
Te entrego mis ojos para ver como tú ves.
Te entrego mi lengua para hablar tus palabras.
Te entrego mi mente para que tú pienses en mí.
Te entrego mi espíritu para que tú ores en mí.

Sobre todo te entrego mi corazón para que en mí ames a tu Padre y a todos los hombres.
Te entrego todo mi ser para que crezcas tú en mí, para que seas tú, Cristo, quien viva, trabaje y ore en mí.

Amén.

Padre Pío de Pietrelcina

Padre Pío de Pietrelcina, un hombre de oración y sufrimiento

Martirologio Romano: San Pío de Pietrelcina (Francisco) Forgione, presbítero de la Orden de Hermanos Menores Capuchinos, que en el convento de San Giovanni Rotondo, en Apulia, se dedicó a la dirección espiritual de los fieles y a la reconciliación de los penitentes, mostrando una atención particular hacia los pobres y necesitados, terminando en este día su peregrinación terrena y configurándose con Cristo crucificado (1968)

«Siempre humíllense amorosamente ante Dios y ante los hombres. Porque Dios le habla a aquellos que son verdaderamente humildes de corazón, y los enriquece con grandes dones.»

San Giovanni Rotondo, Italia.

En un convento de la Hermandad de los Capuchinos, en la ladera del monte Gargano, vivió por muchísimos años el que probablemente fuera el Sacerdote Místico más destacado del siglo XX, a punto actualmente de ser declarado Santo por el Vaticano. El Padre Pío, nacido en Pietrelcina en 1887, fue un hombre rico en manifestaciones de su santidad. Enorme cantidad de milagros rodearon su vida, testimoniados por miles de personas que durante décadas concurrieron allí a confesarse. Sus Misas, a decir de los concurrentes, recordaban en forma vívida el Sacrificio y Muerte del Señor a través de la entrega con que el Padre Pío celebraba cada Eucaristía.

Es notable su carisma de bilocación: la capacidad de estar presente en dos lugares al mismo tiempo, a miles de kilómetros de distancia muchas veces. El Padre Pío raramente abandonó San Giovanni Rotondo; sin embargo se lo ha visto y testimoniado curando almas y cuerpos en diversos lugares del mundo en distintas épocas. También tenía el don de ver las almas: confesarse con el Padre Pío era desnudarse ante Dios, ya que él decía los pecados y relataba las conciencias a sus sorprendidos feligreses (a veces con gran dureza y enojo, ya que tenía un fuerte carácter, especialmente cuando se ofendía seriamente a Dios). Tenía también el don de la sanación (a través de sus manos Jesús curó a muchísima gente, tanto física como espiritualmente) y el don de la profecía (anticipó hechos que luego se cumplieron al pie de la letra).

Vivió rodeado de la Presencia de Jesús y María, pero también de Santos y Angeles, y de almas que buscaban su oración, para subir desde el Purgatorio al Cielo. Pero su gracia más grande radicó, sin duda alguna, en sus estigmas: en 1918 recibe las cinco Llagas de Cristo en sus manos, en sus pies y en su costado izquierdo. Estas llagas sangraron toda su vida, aproximadamente una taza de té por día, hasta su muerte ocurrida en 1968. Múltiples estudios médicos y científicos se realizaron sobre sus Estigmas, no encontrándose nunca explicación alguna a su presencia u origen.

Su sangre y cuerpo emanaban un aroma celestial, a flores diversas, que acariciaba no solo a los asistentes a sus Misas, sino también a quienes se encontraban con él en otras ciudades del mundo, a través de sus dones de bilocación. Vivió sufriendo ataques del demonio, tanto físicos como espirituales, que se multiplicaron a medida que las conversiones y la fe crecían a su alrededor.

En diciembre de 2001 el Vaticano emite el decreto que aprueba los milagros necesarios para canonizar a nuestro héroe, San Pío de Pietrelcina y fué canonizado el 16 de julio de 2002.

Vivimos en un mundo que niega lo sobrenatural, se aferra a lo material y a todo lo que pueda ser explicado a través de la razón, o percibido por los sentidos. Sin embargo, Dios prescinde de nuestra razón y de nuestros sentidos, a la hora de someternos a las pruebas de nuestra fe. De cuando en cuando nos prodiga con regalos del mundo sobrenatural, a través del testimonio y el acceso a la divinidad de los seres Celestiales. El Padre Pío es una puerta abierta a Cristo, a María, a los ángeles y los santos. Es también un testimonio de la pequeñez del ser humano y una invitación a creer y dejar de buscar explicación a los hechos de la Divina Providencia (la voluntad de Dios), sino simplemente a unir nuestra voluntad a la de Dios, y ser lisa y llanamente su instrumento, como el Padre Pío lo fue.

La vida entera del Padre Pío no puede ser explicada a través de la razón o la lógica humana. La fe y fuerza del Santo del Gargano dan por tierra con todas las escuelas filosóficas terrenales, dejando una sola salida a todo intento de crecimiento del hombre: el encuentro con el Dios eterno, el que nos mira desde lo alto y nos pide, por medio de Su infinita Misericordia, que nos entreguemos simplemente a Su Voluntad. La negación de nuestro yo (la muerte de nuestro ego), se constituye en la principal meta de nuestra evolución, porque SÓLO DIOS ES !

Debemos negarnos a nosotros mismos y vivir para y por Él. El Padre Pío vivió en la más absoluta humildad y negación de sí mismo, y miren los prodigios que Jesús hizo a través suyo !

Mateo, Apóstol

Mateo, Apóstol : Mateo significa: «regalo de Dios».

Se llamaba también Leví, y era hijo de Alfeo.

Su oficio era el de recaudador de impuestos, un cargo muy odiado por los judíos, porque esos impuestos se recolectaban para una nación extranjera. Los publicanos o recaudadores de impuestos se enriquecían fácilmente. Y quizás a Mateo le atraía la idea de hacerse rico prontamente, pero una vez que se encontró con Jesucristo ya dejó para siempre su ambición de dinero y se dedicó por completo a buscar la salvación de las almas y el Reino de Dios.

Como ejercía su oficio en Cafarnaum, y en esa ciudad pasaba Jesús muchos días y obraba milagros maravillosos, ya seguramente Mateo lo había escuchado varias veces y le había impresionado el modo de ser y de hablar de este Maestro formidable. Y un día, estando él en su oficina de cobranzas, quizás pensando acerca de lo que debería hacer en el futuro, vio aparecer frente a él nada menos que al Divino Maestro el cual le hizo una propuesta totalmente inesperada: «Ven y sígueme».

Mateo aceptó sin más la invitación de Jesús y renunciando a su empleo tan productivo, se fue con El, no ya a ganar dinero, sino almas. No ya a conseguir altos empleos en la tierra, sino un puesto de primera clase en el cielo. San Jerónimo dice que la llamada de Jesús a Mateo es una lección para que todos los pecadores del mundo sepan que, sea cual fuere la vida que han llevado hasta el momento, en cualquier día y en cualquier hora pueden dedicarse a servir a Cristo, y El los acepta con gusto.

Mateo dispuso despedirse de su vida de empleado público dando un gran almuerzo a todos sus amigos, y el invitado de honor era nada menos que Jesús. Y con Él, sus apóstoles. Y como allí se reunió la flor y nata de los pecadores y publicanos, los fariseos se escandalizaron horriblemente y llamaron a varios de los apóstoles para protestarles por semejante actuación de su jefe. «¿Cómo es que su maestro se atreve a comer con publicanos y pecadores?»

Jesús respondió a estas protestas de los fariseos con una noticia que a todos nos debe llenar de alegría: «No necesitan médico los que están sanos, sino los que están enfermos. Yo no he venido a buscar santos sino pecadores. Y a salvar lo que estaba perdido». Probablemente mientras decía estas bellas palabras estaba pensando en varios de nosotros.

Desde entonces Mateo va siempre al lado de Jesús. Presencia sus milagros, oye sus sabios sermones y le colabora predicando y catequizando por los pueblos y organizando las multitudes cuando siguen ansiosas de oír al gran profeta de Nazaret. Jesús lo nombra como uno de sus 12 preferidos, a los cuales llamó apóstoles (o enviados, o embajadores) y en Pentecostés recibe el Espíritu Santo en forma de lenguas de fuego. Los judíos le dieron 39 azotes por predicar que Jesús sí había resucitado (y lo mismo hicieron con los otros apóstoles) y cuando estalló la terrible persecución contra los cristianos en Jerusalén, Mateo se fue al extranjero a evangelizar, y dicen que predicó en Etiopía y que allá murió martirizado.

En todo el mundo es conocido este santo, y lo será por siempre, a causa del maravilloso librito que él escribió: «El evangelio según San Mateo». Este corto escrito de sólo 28 capítulos y 50 páginas, ha sido la delicia de predicadores y catequistas durante 20 siglos en todos los continentes. San Mateo en su evangelio (palabra que significa: «Buenas Noticias») copia sermones muy famosos de Jesús, como por ej. El Sermón de la Montaña (el sermón más bello pronunciado en esta tierra), el sermón de las Parábolas, y el que les dijo a sus apóstoles cuando los iba mandar a su primera predicación. Narra milagros muy interesantes, y describe de manera impresionante la Pasión y Muerte de Jesús. Termina contando su resurrección gloriosa.

El fin del evangelio de San Mateo es probar que Jesucristo sí es el Mesías o Salvador anunciado por los profetas y por el Antiguo Testamento. Este evangelio fue escrito especialmente para los judíos que se convertían al cristianismo, y por eso fue redactado en el idioma de ellos, el arameo.

Quizás no haya en el mundo otro libro que haya convertido más pecadores y que haya entusiasmado a más personas por Jesucristo y su doctrina, que el evangelio según San Mateo. No dejemos de leerlo y meditarlo.

A cada uno de los 4 evangelistas se les representa por medio de uno de los 4 seres vivientes que, según el profeta, acompañan al Hijo del hombre (un león: el valor. El toro: la fuerza. El águila: los altos vuelos. Y el hombre: la inteligencia). A San Marcos se le representa con un león. A San Lucas con un toro (porque empieza su evangelio narrando el sacrifico de una res que estaban ofreciendo en el templo). A San Juan por medio del águila, porque este evangelio es el que más alto se ha elevado en sus pensamientos y escritos. Y a San Mateo lo pintan teniendo al lado a un ángel en forma de hombre, porque su evangelio comienza haciendo la lista de los antepasados de Jesús como hombre, y narrando la aparición de un ángel a San José.

Que San Mateo, gran evangelizador, le pida a Jesús que nos conceda un gran entusiasmo por leer, meditar y practicar siempre su santo evangelio.

Decía Jesús «Convertíos y creed en el evangelio» (Mc. 1, 15).

Pecados Pequeños

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Pecados Pequeños : Un conferencista que participaba en un congreso dedicado al tema del pecado original quiso explicar la diferencia entre “pecados grandes” y “pecados pequeños”.

Los “pecados grandes” son esos pecados visibles, claros, con una malicia indiscutible: asustan nada más verlos. Un adulterio, un crimen, un robo, un aborto, una traición a un amigo, insultar y humillar a los propios padres… Cuando alguna vez sentimos el deseo de cometer un “pecado grande”, notamos su gravedad, sentimos el deseo de evitarlo, nos da vergüenza pensar sólo en la posibilidad de cometerlo. La conciencia, si tuvimos la desgracia de ceder a la tentación de un “pecado grande”, en seguida empieza a recriminarnos por haber sido tan miserables.

Los “pecados pequeños”, en cambio, son “faltas” sin importancia, de “administración ordinaria”, cosas que no incomodan ni avergüenzan. Permitirme llegar un poco tarde al trabajo simplemente por pereza; usar el teléfono de la oficina para conocer el resultado de un partido de fútbol; tomar un poco de dinero del monedero de un familiar para comprar una revista del corazón o de deportes; llegar a misa lo justo para que “valga”, porque en la televisión estaban dando un “reality show” apasionante…

Los “pecados pequeños” se caracterizan por eso: no inquietan, no desatan un drama en la conciencia. Sabemos que no está muy bien eso de decir medias verdades (o mentiras sin importancia), o el dejar para después (un después que llega a veces muy tarde) escribir a un amigo que necesita una palabra de aliento. Pero conviene no “exagerar” y, total, no hacemos daño a nadie, ni cometemos un pecado mortal.

Aquí se esconde el gran peligro del pecado pequeño: verlo como algo que depende completamente de mí, de lo cual respondo sólo ante mí mismo. Yo lo escojo o yo lo rechazo, sin que me parezca que debo rendir cuentas a nadie, sin que se enfade mucho Dios ni quede muy dañada mi fidelidad cristiana. Como se dice por ahí, “yo me lo guiso y yo me lo como”; además, parece que no provoca indigestión alguna…

De este modo, insensiblemente, empezamos a organizar nuestra vida no según el amor a Dios y al prójimo, ni según el heroísmo y la integridad que debería caracterizar a todo cristiano. Desde luego, seguimos en guardia para evitar los “pecados grandes”, incluso tal vez tenemos la costumbre de confesarnos lo más pronto posible si tenemos la desgracia de cometer un pecado mortal. Pero esos pecados pequeños corroen poco a poco la conciencia y nos acostumbran a aceptar un modo de vivir que no es evangélico, que nos aparta del amor pleno, que nos lleva a caminar según el aire de nuestros gustos o caprichos.

Necesitamos pedir ayuda a Dios para reaccionar ante este peligro. No sólo porque quien se acostumbra a la mediocridad de los pecados pequeños está cada vez más cerca de cometer un “pecado grande”. Sino, sobre todo, porque no hay cristianismo auténtico allí donde no hay una opción profunda y amorosa por vivir los mandamientos en todas sus exigencias (hasta las más “pequeñas”, cf. Mt 5,18-19).

No se trata sólo de no hacer el mal (y ya es mucho), sino, sobre todo, de aceptar la invitación a amar, a servir, a olvidarse de uno mismo, a dar la vida (en las pequeñas fidelidades de cada hora, en lo ordinario, en lo “sin importancia”) por nuestros hermanos…

San Roberto Belarmino

San Roberto Belarmino : “Considera auténtico bien para ti lo que te lleva a tu fin, y auténtico mal lo que te impide alcanzarlo”, escribió una vez San Roberto Belarmino, defensor de la Iglesia ante la reforma protestante, y cuya fiesta se celebra cada 17 de septiembre.

Roberto significa “el que brilla por su buena fama” y si algo hay que destacar de este Doctor de la Iglesia, nacido en Toscana en 1542, es que desde que estaba en el colegio de los jesuitas sobresalió por su inteligencia.

Asimismo, las enseñanzas de su madre en la humildad y sencillez repercutieron mucho en su personalidad. Ingresó a la Orden de los jesuitas y tuvo como formador a San Francisco de Borja. Fue ordenado sacerdote y continuó logrando las conversiones de muchos con sus predicaciones y enseñanzas.

A pedido del Papa preparó en Roma a los Sacerdotes para que supieran enfrentarse a los enemigos de la religión. Luego publicó su libro llamado “Controversias”, que llegó a ser de importante lectura hasta para San Francisco de Sales.

El Sumo Pontífice lo nombró Obispo y le mandó aceptar el cardenalato bajo pena de pecado mortal. Esto debido a que San Belarmino justamente se había hecho jesuita porque sabía que ellos tenían un reglamento que les prohibía aceptar títulos elevados en la Iglesia.

Durante su vida ejerció cargos de diplomacia. Dirigió una edición revisada de la Biblia Vulgata y escribió su “Catecismo resumido” y Catecismo explicado” que llegaron a ser traducidos a varios idiomas y con varias ediciones. Sirvió como director espiritual de San Luis Gonzaga, fue nombrado Arzobispo de Capua y casi llegó ser elegido Papa.

Poco antes de morir, escribió en su testamento que sus pertenencias fueran repartidas entre los pobres, pero lo que dejó sólo alcanzó para costear los gastos de su entierro. Se retiró al noviciado de San Andrés en Roma y allí partió a la Casa del Padre el 17 de diciembre de 1621.

En su libro “De ascencione mentis in Deum” (Elevación de la mente a Dios) se lee que “el sabio no debe ni buscar acontecimientos prósperos o adversos, riquezas y pobreza, salud y enfermedad, honores y ultrajes, vida y muerte, ni huir de ellos de por sí. Son buenos y deseables sólo si contribuyen a la gloria de Dios y a tu felicidad eterna; son malos y hay que huir de ellos si la obstaculizan”.

La catequesis del Tercer Milenio

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La catequesis del Tercer Milenio : Dentro de nuestras sociedades es cada vez más difícil vivir nuestra fe, el mundo ofrece placer, diversiones, “ley del menor esfuerzo”, falsos ídolos que nos alejan del amor de Dios.

Fenómenos tales como la secularización, Nueva Era, diversas ideologías nos plantean nuevos retos para permanecer en la presencia de Dios. Jesucristo nos sigue recordando: “Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí…” (Jn 14,6).

Jesucristo es la respuesta, es el único medio de salvación, es la verdad y el amor vivo. Un mundo que se quiere negar a sí mismo alejándose de Dios no saldrá adelante, va a la perdición. Unámonos a Jesucristo, unámonos a Dios, amemos a la Iglesia y, amemos y vivamos su Palabra.

A) Llamado a una nueva evangelización

Muchas comunidades e individuos están llamados a vivir hoy en un mundo pluralista y secularizado, en el que se dan formas de incredulidad e indiferencia religiosa; en muchas personas se dan hoy con fuerza la búsqueda de certezas y de valores, pero a la vez existen varias formas falsas de religiosidad.

Ante estas complejas situaciones, algunos cristianos pueden encontrarse confusos y desorientados, sin saber hacer frente a tales situaciones, ni discernir los mensajes que transmiten, y esto les lleva a abandonar una práctica religiosa regular, terminando por vivir como si Dios no existiera. Su fe, sometida a prueba y amenazada, corre el riesgo de apagarse y morir, si no se la alimenta y sostiene constantemente.

Se hace indispensable una catequesis evangelizadora, es decir, “una catequesis llena de savia evangélica y con un lenguaje adaptado a los tiempos y a las personas”. Ésta tiene por objetivo educar a los cristianos en el sentido de su identidad de bautizados, de creyentes y de miembros de la Iglesia, abiertos y en diálogo con el mundo. Les vuelve a proponer los elementos fundamentales de la fe, los impulsa a una conversión auténtica, los ayuda a profundizar en la verdad y el valor del mensaje cristiano ante las objeciones teóricas y prácticas, los anima a discernir y a vivir el Evangelio en lo cotidiano, los capacita para dar razón de la esperanza que hay en ellos, los fortalece en su vocación misionera con el testimonio, el diálogo y el anuncio.

Hoy nos encontramos ante una situación religiosa bastante diversificada y cambiante; los pueblos están en movimiento; realidades sociales y religiosas, que tiempo atrás eran claras y definidas, hoy día se transforman en situaciones complejas. Baste pensar en algunos fenómenos, como el neoliberalismo, las migraciones masivas, la descristianización de países de antigua cristiandad, el influjo pujante del Evangelio y de sus valores en naciones con mayoría no cristiana, la aparición de mesianismos y sectas religiosas.

Todas las formas de la actividad misionera están marcadas por el objetivo de promover la libertad del hombre, anunciándole a Jesucristo. La Iglesia es fiel a Cristo, del cual es el cuerpo y continuadora de su misión. Es necesario que ella camine “por el mismo sendero que Cristo; es decir, por el sendero de la pobreza, la obediencia, el servicio y la inmolación propia hasta la muerte, de la que surgió victorioso por su resurrección. (Ad gentes, 5; Lumen Gentium, 8).

La Iglesia pues, tiene el deber de hacer todo lo posible para desarrollar su misión en el mundo y llegar a todos los pueblos; tiene también el derecho que le ha dado Dios para realizar su plan. La libertad religiosa y la garantía de todas las libertades que aseguran el bien común de las personas y de los pueblos. Es de desear que la auténtica libertad religiosa sea concedida a todos en todo lugar; ya con este fin la Iglesia despliega su labor en los diferentes países.

Por otra parte, la Iglesia se dirige al hombre en el pleno respeto de su libertad. La misión no coarta la libertad, sino más bien la favorece. La Iglesia propone, no impone nada: respeta las personas y las culturas, y se detiene ante el Sagrario de la conciencia. A quienes se oponen con los pretextos más variados a la actividad misionera de la Iglesia, ella va repitiendo: ¡Abran las puertas a Cristo!.

B) Catequesis: enseñanza de los apóstoles

La tarea que realiza el catequista participa de la propia misión de Jesús y se remonta a la Iglesia apostólica. En realidad, “el mensaje evangelizador de la Iglesia, hoy y siempre, es el mensaje de la predicación de Jesús y de los Apóstoles”.
•El catequista es, por tanto, testigo y eslabón de una tradición que “deriva de los apóstoles” (Dei verbum, 8). Quien catequiza transmite el Evangelio que, a su vez, ha recibido: “Les transmití lo que a mi vez recibí” (1 Cor 15,3).
“La predicación apostólica… se ha de conservar por transmisión continua hasta el fin de los tiempos” (Dei Verbum, 8). Hay en ella ciertas constantes, inalterables al paso del tiempo, que configuran toda la misión de la Iglesia y, por tanto, la catequesis. El catequista ha de conformar su acción educadora con apego al depósito de la Fe si no quiere exponerse a “correr en vano” (Gal 2,2).

Hacemos nuestra la sensibilidad de Juan Pablo II al recordarnos el respeto con que hemos de tratar el Evangelio recibido:
Todo catequista debería poder aplicar así mismo la misteriosa frase de Jesús: “Mi doctrina no es mía sino del que me ha enviado”(Jn 7,16).

Qué contacto asiduo con la Palabra de Dios, transmitida por el Magisterio de la Iglesia, qué familiaridad profunda con Cristo y con el Padre, qué espíritu de oración, qué despego de sí mismo ha de tener el catequista para poder decir “mi doctrina no es mía” (Catechesi Tradendae, 10).
•La acción catequizadora de los apóstoles es uno de los pilares sobre los que crecen las primeras comunidades cristianas: “Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones” (Hech 2,42).

“Se encuentra aquí, sin duda alguna, la imagen permanente de una Iglesia que, gracias a las enseñanzas de los Apóstoles, nace y se nutre continuamente de la Palabra del Señor, la celebra en el sacrificio eucarístico y da testimonio al mundo con el signo de la caridad” (Catechesi Tradendae, 10).
•Pronto los apóstoles comparten con otros su ministerio. Asocian a otros discípulos en su tarea de catequizar. Incluso simples cristianos, dispersados por la persecución (Hech 8,4), van por todas partes transmitiendo el Evangelio. Con ellos la cadena ininterrumpida de los catequistas empieza a extenderse.
•La Iglesia continúa esta misión de enseñar de los Apóstoles y de sus primeros colaboradores. En los siglos III y IV, Obispos y Pastores, los de mayor prestigio, consideran como parte esencial de su ministerio episcopal enseñar de palabra o escribir tratados catequéticos. Vincula directamente a su ministerio la acción catequizadora de sus Iglesias para encauzar mejor, así, su crecimiento y consolidación.
•En esta sucesión ininterrumpida de catequistas a lo largo de los siglos, la catequesis saca siempre nuevas energías de los concilios, con los que la figura del catequista se fortalece.

El Concilio de Trento da un impulso trascendental a la catequesis, al requerir celosamente la formación religiosa del pueblo y particularmente de los niños. La función del catequista no queda reservada a los párrocos y a los padres sino que se encomienda también a maestros, religiosos y a todo seglar dispuesto a colaborar.
•El Concilio Vaticano II está impulsando, igualmente, una verdadera renovación catequética en nuestros días. Los grandes documentos conciliares sobre la divina Revelación (Dei Verbum), sobre la Iglesia (Lumen Gentium), sobre la sagrada Liturgia (Sacrosantum concilium) y sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo (Gaudium et Spes), establecen los fundamentos de esa renovación y dibujan implícitamente la figura de un nuevo tipo de catequista.
Además de saberse parte de una tradición viva, el catequista ve configurada su identidad por su inserción en la comunidad eclesial. No es un evangelizador aislado, que actúa por su cuenta, es como un árbol arraigado en el terreno firme de la comunidad cristiana. Sólo desde esa vinculación su acción podrá producir fruto.

C) Integral: Al hombre y a la sociedad actuales

El catequista no es un ser aislado que transmite una tradición muerta. Para transmitir el Evangelio, que es invitación actual al hombre, necesita estar abierto a los problemas y deseos de la persona y del entorno social en que vive.

Esta apertura a lo humano es una exigencia del Espíritu ya que es Él “quien hace discernir los signos de los tiempos – signos de Dios – que la evangelización descubre y valoriza en el interior de la historia” (Evangelii Nuntiandi, 75).

Enraizado en su ambiente, el catequista comparte “los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo” (Gaudium et Spes, 1) y se compromete con ellos. Precisamente es esta sensibilidad para lo humano la que hace que su palabra catequizadora pueda echar raíces en los intereses profundos del hombre e iluminar las situaciones humanas más urgentes, promoviendo una respuesta viva al Evangelio. Su propio testimonio de compromiso social, compatible con su dedicación a la catequesis tiene un valor educativo muy importante.
•A veces, sin embargo, el catequista puede verse tentado por la sospecha de si su servicio catequizador es un verdadero compromiso con los hombres y si su puesto, no estará en asumir exclusivamente responsabilidades sociales directas, sin tener que dedicar su tiempo a la tarea de educar la fe, que queda en el ámbito de la Misión. Pudiera parecerle que otros agentes evangelizadores, íntegramente comprometidos en la promoción de la justicia, sirven a la causa del Evangelio mejor que él.
No debe caer en esa tentación ya que la tarea catequética es profundamente humanizadora. Da a conocer y vincula a Jesucristo, que es la afirmación del hombre. Transmite el Evangelio, que es un mensaje que encierra un sentido profundo para la vida y responde a los deseos más hondos del corazón humano. Inicia en el compromiso social. Abriendo al cristiano a “las consecuencias sociales de las exigencias evangélicas” (Catechesi Tradendae, 29). Sin la catequesis que él imparte los cristianos no podrían desarrollar en el mundo una acción comprometida realmente evangélica.

Por otra parte, junto a esta dimensión social, la catequesis colabora a una inserción más humana del cristiano en la trama de lo cotidiano. Como centro de todo está el Evangelio en el Amor, con los innumerables aspectos de esta dimensión cristiana fundamental (1 Cor 13,1-13), la vida evangélica en la que inicia el catequista proporciona una honda densidad humana en la vida diaria.

La acción catequética es un servicio, y un servicio educativo a unos hombres concretos. El catequista realiza su tarea atento no sólo al mensaje del Evangelio sino al hombre a quien catequiza.

El catequista participa de la evangelización que tiene como finalidad “anunciar la Buena Nueva a toda la humanidad para que viva de ella” (Catechesi Tradendae, 18). Se trata de la “Buena Nueva del Reino que llega y que ya ha comenzado” (Evangelii Nuntiandi, 13).

Este Reino de Dios se realiza en Jesucristo:
“La evangelización debe contener siempre – como base, centro y a la vez, culmen de su dinamismo – una clara proclamación de que en Jesucristo, Hijo de Dios hecho hombre, muerto y resucitado se nos ofrece la salvación a todos los hombres, como don de la gracia y de la misericordia de Dios” (Evangelii Nuntiandi, 27).

La Iglesia depositaria de la Revelación plena en Jesucristo, se prepara para este Tercer Milenio, se renueva espiritualmente y adecua sus métodos de trabajo evangelizador para dar una mejor respuesta al hombre de hoy. Nuestra realidad actual así lo exige. Sin embargo, hay grupos aislados que intentan meter miedo a la gente en relación al fin del mundo, acerca de mentiras propias de su organización, manipulando la Biblia con Interpretaciones de tipo “fundamentalistas”, sin base doctrinal, teológica o histórica. En este momento especial del término de dos mil años de cristianismo, es necesario predicar la Buena Nueva, predicar a Jesucristo, pero al Dios revelado por Él y no un invento humano, ¡sé cuidadoso y prepárate mejor!.