jueves, marzo 20, 2025
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¿SE PUEDE SER CRISTIANO SIN MARÍA?

¿SE PUEDE SER CRISTIANO SIN MARÍA? :
El término cristiano es bíblico, el libro de los Hechos de los Apóstoles nos narra que fue en Antioquía en donde los Apóstoles recibieron el nombre de “cristianos” (Hch 11, 26), ahora bien, definido de donde proviene término cristiano, nos podemos preguntar ¿Qué significa ser cristiano? En la más simple de las definiciones cristiano es aquel que cree en Cristo, pero en realidad ser cristiano es aquel que cree en Cristo bajo la Fe de los Apóstoles, ya que no se puede creer en Cristo sino es por aquellos quienes contaron su historia y la han hecho trascender hasta nuestros días, por medio de la Sagrada Tradición en un primer momento, y luego por la Sagrada Escritura.

En nuestra querida América Latina, se ha acuñado el término cristiano para referirse a los hermanos separados que viven su fe, iglesias o sectas de diferentes denominaciones, una equivocación que nosotros como católicos cometemos muy frecuentemente. No se debe caer en el error de reducir el término cristiano únicamente para refiriéndose a hermanos separados, es decir, quienes nacieron de la protesta contra Iglesia Católica (luteranos, calvinistas, anglicanos, presbiterianos, bautistas, pentecostales, etc.) y sectas fundamentalistas que existen en nuestro entorno. Los católicos somos cristianos, siempre lo hemos sido, porque nuestra fe proviene directamente de la Fe de los Apóstoles. La palabra “católico” viene del griego “katholikos”, que significa universal y en los primeros siglos de la Iglesia los términos cristiano o católico se utilizaban indistintamente. Somos cristianos universales, católicos, porque Jesús antes de ascender al cielo nos dejó el siguiente mandato que expone la universalidad de su mensaje: “Vayan y prediquen el Evangelio a toda criatura.” (Mc 16, 15)

San Juan Crisóstomo en su homilía sobre el Evangelio de San Juan 19,2- 3 en el año 390 decía:

“Entonces recibían diversos nombres. Mas ahora tenemos todos un único nombre, mayor que todos aquéllos; nos llamamos cristianos, hijos de Dios, amigos, un solo cuerpo. Esta apelación nos obliga más que cualquier otra y nos hace más diligentes en la práctica de la virtud. No hagamos nada que sea indigno de tan gran nombre, pensando en la gran dignidad con la que llevamos el nombre de Cristo. Meditemos y veneremos la grandeza de este nombre.”

Somos cristianos y bajo la universalidad del mandato que Cristo nos encomendó nos llamamos católicos, por ende somos cristianos católicos; comprometidos en la vivencia del misterio de Cristo a la luz de la Fe Apostólica. Dentro de la Fe Apostólica, María es celebrada tanto en la Tradición como en las Sagradas Escrituras como “Dichosa por haber creído” (Lc 1, 45). No se puede separar a María de la Apostolicidad, ya que desde la comunidad primitiva (compuesta por discípulos, amigos y familiares de Jesús) tenía especial estima entre todos los miembros, el cual se fue extendiendo entre los que se agregaban. Cabe destacar que antes de ser escritos los evangelios, hubo un período de aproximadamente 20 años en que los relatos de la vida de Jesús fueron de boca en boca; pero al ir falleciendo quienes contaban estos relatos, los cristianos empezaron a poner por escrito todo cuanto escuchaban de quienes habían sido testigos de primera mano de la vida y obra de Jesús (La Sagrada Tradición Apostólica).

En este contexto, podemos tomar como referencia el trabajo de San Lucas, discípulo de Pablo, en el cual es palpable que antes de escribir su evangelio, recopiló la mayor cantidad información sobre Jesús mediante una especie de investigación que tuvo que documentar, para escribir su obra y en la que podemos apreciar la importancia de María en la comunidad cristiana; él la llama “llena de gracia” (Lc 1, 28). A partir de este punto podemos empezar a esbozar que la figura de María está estrechamente ligada a la herencia cristiana que hemos recibido de los Apóstoles, no solo por tener el privilegio de haber sido la madre del Cristo, sino por méritos que ella reflejaba en su diario vivir. María fue la primera cristiana, ya que ella creyó en Cristo antes que cualquier otro ser humano, María fue la primera discípula, debido a que ella siguió atentamente los pasos y las enseñanzas de su hijo, siempre fue consciente que el fruto de su vientre era el Mesías, el Hijo de Dios; María fue la primera Apóstol, ya que el día de Pentecostés ella estaba presente en el cenáculo y fue testigo de la obra maravillosa del Espíritu Santo de la cual ella ya era partícipe desde la anunciación años atrás (Lc 1, 35).

Muchas de las sectas “cristianas” que están en el entorno Latinoamericano y con el que a diario nos encontramos, negando la Tradición Apostólica e interpretando a conveniencia la Sagrada Escritura manifiestan un odio tal, que en ocasiones hasta se percibe como diabólico hacia la Madre de Dios, María Santísima; a lo que tomando como base la definición del término cristiano genera los siguientes cuestionamientos: ¿Será digno de un cristiano no amar a la Madre de Cristo? ¿Se honra el nombre de Cristo al ofender a su Madre?

Tratando de obviar la Sagrada Tradición y tomando básicamente lo narrado en los Evangelios, nos podemos preguntar: ¿Cristo negó a su Madre? ¿Les enseñó Cristo a los apóstoles a no querer a su Madre? ¿Por qué entonces la encomendó al apóstol San Juan? ¿Se puede ser Cristiano sin María? ¿Por qué los hermanos separados nos atacan tanto en el tema de María?

Parece un poco extraño que los propios reformadores tenían una concepción de María diametralmente opuesta a lo que predican nuestros hermanos de las sectas cristianas. Veamos que dicen algunos de sus fundadores acerca de la Santísima Virgen María, la madre de Jesús.

Martín Lutero – fundador de los luteranos.

Sermón Navidad 1531: “[Ella es] la mujer más encumbrada y la joya más noble de la cristiandad después de Cristo… Ella es la nobleza, sabiduría y santidad personificadas. Nunca podremos honrarla lo suficiente. Aun cuando ese honor y alabanza debe serle dado en un modo que no falte a Cristo ni a las Escrituras.”

Juan Calvino- fundador de los calvinistas.

“Helvidius mostró demasiada ignorancia al concluir que María debió haber tenido muchos hijos, por la razón de que son mencionados algunas veces los hermanos de Cristo”

Ulrico Zuinglio – reformador protestante.

Publicó en 1524 uno de sus sermones que trató sobre María, siempre virgen, madre de Dios: “Nunca he pensado, ni mucho menos enseñado o declarado públicamente, nada concerniente al tema de la siempre Virgen María, Madre de nuestra salvación, que pudiera ser considerado deshonroso, impío, sin valor o malvado… Creo con todo mi corazón, de acuerdo con el santo Evangelio, que su pureza virginal nos conduce hacia el Hijo de Dios y que ella permaneció, durante y después del parto, pura y sin mancha, virgen por la eternidad>.

Heinrich Bullinger – reformador protestante.

“La Virgen María… completamente santificada por la gracia y la sangre de su único Hijo, abundantemente dotada del don del Espíritu Santo y distinguida entre todos… ahora vive felizmente con Cristo en el cielo, es llamada y permanece siempre Virgen y es la Madre de Dios.”

Es interesante analizar como los fundadores de las iglesias provenientes de la reforma también amaban y veneraban profundamente a la Virgen María, pero aún más interesante como la Iglesia Católica ha logrado custodiar el agradecimiento a ella. Con este artículo no se pretende atacar a las Iglesias protestantes nacidas de la reforma, mucho menos las sectas cristianas que están presente en nuestro entorno, lo que se pretende con este artículo es crear conciencia que no es cristiano apartar a María de nuestra Fe, mucho menos menospreciarla o insultarla, porque dentro del corazón del cristiano lo mínimo que debe de existir es un infinito agradecimiento por haber colaborado con el plan de Salvación que Dios tenía preparado para cada uno de nosotros.

Cristiano sin María no es cristiano. ¿Virgen María que me has dado? con tu sí me has dado a Cristo, por tu sí, yo soy cristiano. ¡Gracias Señora!

SANTA CLARA

Santa Clara nació en Asís el año 1193. Fue conciudadana, contemporánea y discípula de San Francisco y quiso seguir el camino de austeridad señalado por él a pesar de la durísima oposición familiar.

Si retrocedemos en la historia, vemos a la puerta de la iglesia de Santa María de los Ángeles (llamada también de la Porciúncula), distante un kilómetro y medio de la ciudad de Asís, a Clara Favarone, joven de dieciocho años, perteneciente a la familia del opulento conde de Sasso Rosso.

En la noche del domingo de ramos, Clara había abandonado su casa, el palacio de sus padres, y estaba allí, en la iglesia de Santa María de los Ángeles. La aguardaban san Francisco y varios sacerdotes, con cirios encendidos, entonando el Veni Creátor Spíritus.

Dentro del templo, Clara cambia su ropa de terciopelo y brocado por el hábito que recibe de las manos de Francisco, que corta sus hermosas trenzas rubias y cubre la cabeza de la joven con un velo negro. A la mañana siguiente, familiares y amigos invaden el templo. Ruegan y amenazan. Piensan que la joven debería regresar a la casa paterna. Grita y se lamenta el padre. La madre llora y exclama: «Está embrujada». Era el 18 de marzo de 1212.

Cuando Francisco de Asís abandonó la casa de su padre, el rico comerciante Bernardone, Clara era una niña de once años. Siguió paso a paso esa vida de renunciamiento y amor al prójimo. Y con esa admiración fue creciendo el deseo de imitarlo.

Santa Clara despertó la vocación de su hermana Inés y, con otras dieciséis jóvenes parientas, se dispuso a fundar una comunidad.

La hija de Favarone, caballero feudal de Asís, daba el ejemplo en todo. Cuidaba a los enfermos en los hospitales; dentro del convento realizaba los más humildes quehaceres. Pedía limosnas, pues esa era una de las normas de la institución. Las monjas debían vivir dependientes de la providencia divina: la limosna y el trabajo.

Corrieron los años. En el estío de 1253, en la iglesia de San Damián de Asís, el papa Inocencio IV la visitó en su lecho de muerte. Unidas las manos, tuvo fuerzas para pedirle su bendición, con la indulgencia plenaria. El Papa contestó, sollozando: «Quiera Dios, hija mía, que no necesite yo más que tú de la misericordia divina».

Lloran las monjas la agonía de Clara. Todo es silencio. Sólo un murmullo brota de los labios de la santa.

– Oh Señor, te alabo, te glorifico, por haberme creado.
Una de las monjas le preguntó:
– ¿Con quién hablas?
Ella contestó recitando el salmo.
– Preciosa es en presencia del Señor la muerte de sus santos.

Y expiró. Era el 11 de agosto de 1253. Fue canonizada dos años más tarde, el 15 de agosto de 1255, por el papa Alejandro IV, quien en la bula correspondiente declaró que ella «fue alto candelabro de santidad», a cuya luz «acudieron y acuden muchas vírgenes para encender sus lámparas».

Santa Clara fundó la Orden de Damas Pobres de San Damián (hoy llamada Orden de las hermanas pobres de Santa Clara), llamadas normalmente Clarisas, rama femenina de los franciscanos, a la que gobernó con fidelidad exquisita al espíritu franciscano hasta su muerte y desde hace siete siglos reposa en la iglesia de las clarisas de Asís.

De ella dijo su biógrafo Tomás Celano: «Clara por su nombre; más clara por su vida; clarísima por su muerte».

¿Por qué la mayoría ya no quiere casarse?

¿Por qué la mayoría ya no quiere casarse?
El miedo al fracaso pesa mucho, el miedo a amar es el mal de nuestro tiempo. Otros no quieren repetir los patrones de sus padres, no creen en el amor o se resbalaron a una relación sin pensar ni decidir. Otros muchos se dejan llevar por una obstinada propaganda que endiosa el individualismo, que dice que estar solo es lo mejor para ganar más dinero y no tener que compartirlo. Todo esto lleva a nuestros jóvenes a jubilarse de la vida en plena flor de la edad, reduciendo todo a sexo sin amor y no esperar ni planear la vida con alguien. Algunas parejas alegan motivos económicos pero esto en el fondo no es tan grave. Lo duro es que ninguna de estas situaciones ha hecho más feliz a nadie, quizá más bien lo contrario.

Hay dos modos de enfrentar el amor y en general la vida: ir resbalándose o decidir lo que uno quiere.

1. Sliding o modo resbalarse

El modo resbálese usted mismo consiste en asumir el sexo como un fin o pura relación que consiste en estar con alguien mientras le saque provecho, mientras me dé, mientras yo me sienta «a gusto». Al inicio más o menos funciona, todo amor al inicio siempre es rosa. Cada uno vive en su casa, luego se resbalan a vivir juntos, quizá porque sale más barato. Se tienen cada vez más afecto y van avanzando en la mutua entrega. Pero ésta no es fruto de una decisión explicita y deliberada sino lo que «se va dando». Las dos vidas se trenzan y si llegan los hijos, el lazo se vuelve más fuerte y romper traería más dolores de cabeza que soluciones. Los dos nunca se eligieron, no optaron. Quien se resbala se encuentra un día con una persona con la que quizá era mejor no estar, pero ya es tarde. Lo que parecía una unión libre tenía muy poco de libre pues le dejaron la decisión al tiempo, a las ganas y las hormonas. La relación se vuelve esclavizante. Quizá aparezca alguien más con quien resbalarse hacia otro lado. Y en la mayoría de los casos se resbala hacia la ruptura.
En este amor «por mientras» y «hasta nuevo aviso», ¿se piensa en los hijos? Aunque los hubiere no hay mucha responsabilidad hacia ellos: es poco responsable tener hijos en esa circunstancia. La primera responsabilidad hacia los hijos sería la de casarse, el no hacerlo refleja la inseguridad mutua, un amor ni completo. El círculo vicioso que surge hace la vida más difícil a los niños. Es inútil llamar matrimonio y vivir como matrimonio donde no hay tal. Cómo se puede salir de esta dinámica si se la pasa uno frente a la tele y las pantallas la mayor parte del día.

2. Deciding o elegir-se

El otro modo es el de escogerse deliberadamente decidir mutuamente ¿Hay que descubrir el hilo negro? A veces se nos olvida lo más evidente: amar es exactamente lo contrario de usar. El amor es sentimiento, enamoramiento, burbujeo, pero sobre todo es una decisión: procurar el bien para el otro: amistad y donación mutua. El amor se presenta por capas y muchos se quedan en la cáscara.
El matrimonio sigue siendo el terreno más seguro para el amor. En él se proyecta la vida entre dos, esto requiere de dialogo, de decisión y preparación, lo contrario de resbalarse. Por otro lado dos seres humanos no pueden lograr unión más grande que a través de la procreación de un hijo, siempre serán sus padres independientemente de cómo vayan las cosas. Lo natural es que el amor desemboque en el matrimonio y éste tenga su coronación en la procreación y la educación de los hijos, a eso se le llama familia y las familias son las que realmente construyen la sociedad. Porque en la familia uno está volcado a los demás.

En todo esto la boda es esencial: es un momento que acredita el mutuo amor. Es una meta en la vida pero sobre todo es un punto de partida para un proyecto en común: hacer al otro el proyecto de mi vida, mi empresa y el jardín que estoy llamado a cultivar. La boda es una promesa y en esa promesa va la semilla de toda una vida entre dos. Dura un rato pero refleja una vida entera. Le da al matrimonio el carácter público y religioso que necesita: ¡no estamos solos, Alguien nos acompaña en esta historia!

¿Nos casamos siempre con la persona equivocada? En el matrimonio hay dudas y certezas, crisis e ilusiones, discusiones, problemas económicos y grandes satisfacciones… retos que vencer con un proyecto mutuo. La persona ideal no está al inicio sino al final de una vida entre dos.

Hay que cuestionarse en serio, cada uno, si el modelo individualista, desechable y hedonista que nos presenta la sociedad realmente nos hace felices. Los seres humanos somos esos animales raros hechos para recibir y sobre todo para dar, es decir para amar. Amar es sobre todo dar-se. El individualismo y la mentalidad usa y tira lleva siempre al miedo de ser usados como servilletas de papel. La obsesión por el placer produce solo tristeza y vacío como las resacas. En el fondo producen una sociedad más dominadora y prepotente, más insegura.

Todos estamos hechos para amar. Pero ni el matrimonio es para todos, ni cualquier unión es un matrimonio. Resbalarse por inercia es siempre más cómodo, pero es la autopista directa a la infelicidad. Hay que meter en la cabeza a nuestros niños y jóvenes que amar es posible, pero requiere orden y preparación, que mejor entregarse. Y a quien se ha resbalado: ¡siempre hay esperanza, siempre se puede amar!

Estos son en el fondo los grandes temas y preocupación del Sínodo de los Obispos que se celebra en Roma en estos días, la Iglesia no podría estar lejos de las familias. Porque la Iglesia no es el papa o los curas o quién sabe quién, la Iglesia la hace cada una de las familias, en la vida diaria con sus retos y esperanzas cotidianos, siendo Ella misma una gran familia de familias.

La Reconciliación con uno mismo

La Reconciliación con uno mismo
Es fácil arrinconar una verdad que todos aprendimos un día, porque cuesta reconocerla. Algo de esto encuentro en las causas que pueden haber motivado la publicación de la Exhortación Apostólica post-sinodal, Reconciliatio et Paenitentia. Con este propósito cito en n. 13 del Documento: “Como escribe el apóstol San Juan: ‘Si decimos que estamos sin pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está con nosotros. Si reconocemos nuestros pecados, Él que es fiel y justo nos perdonará los pecados’ (1 Jn 1,8 ss). Estas palabras inspiradas, escritas en los albores de la Iglesia, nos introducen mejor que cualquier otra expresión humana en el tema del pecado, que está íntimamente ligado con el de la reconciliación. Tales palabras enfocan el problema del pecado en su perspectiva antropológica, como parte de la verdad sobre el hombre…” La verdad sobre el hombre pecador ha querido ser puesta de lado en muchos intentos de la llamada ‘nueva moral’.

Partiendo de las palabras del apóstol San Juan, antes citadas, podemos decir que todos los hombres somos pecadores y, por lo tanto, que todos sentimos esa ruptura interior. Entre las múltiples consecuencias de esa ruptura del hombre consigo mismo, me parece interesante analizar un pasaje de Santo Tomás en la Suma Teológica, I-II, q. 85, a 3.

La justicia original ha sido rota por el pecado original, afirma el Santo. Por lo tanto, las fuerzas de las pasiones se han rebelado contra el mandato de la razón y, a su vez, la misma razón ha dejado de permanecer sometida a Dios. En otras palabras, se ha producido una ruptura interior en el hombre, por la cual ha perdido su unidad hacia el fin último, que es Dios. El hombre se ha disgregado en múltiples fuerzas interiores que se contraponen unas con otras. Es San Pablo quien nos lo recuerda en la Epístola a los Romanos: “Cuando yo quiero hacer el bien, me encuentro con una ley o inclinación contraria, porque el mal está pegado a mí…”(1)

Esta división interior, consecuencia del pecado original, facilita que se intente diseñar diferentes conceptos del hombre, en la medida en que se toma una parte de esta naturaleza escindida como lo esencial. Por ejemplo, si se piensa que la potencia volitiva es lo absoluto en la naturaleza del hombre o si este papel se adjudica a la afectividad o a cualquier otra facultad humana. Este olvido del pecado original, que es uno de sus principales efectos, hace que hoy tantos saberes parciales quieran erigirse en sabidurías absolutas y tomen la pretensión de sustituir las directrices de la ley divina y su participación en la criatura, la ley natural. Una correcta visión de lo que la pérdida de la justicia original significa, aclara y facilita un buen análisis posterior.

La fragmentación que tiende a la atomización de las diferentes potencias del hombre, ha causado en la razón -la inteligencia- una herida. El hombre ha perdido su trayectoria que le lleva hacia la verdad. El hombre es ignorante y puede salir de este estado con gran esfuerzo y con la ayuda de la gracia de Dios. Hay una íntima conexión entre contemplación y acción o, en otras palabras, entre la búsqueda de la verdad y la conducta moral.

Estoy profundamente convencido de que se inicia el principio del fin de una etapa en “que la ilusión de ciertos cristianos y teólogos les llevaba a buscar la respuesta teórica y práctica de esta ruptura, precisamente en la ideología burguesa y en la ideología marxista, que son precisamente origen de esta ruptura”(2). Es decir, en vez de abrirse a la Revelación que nos habla de este pecado en el origen, se prefería acudir a una ideología mítica que hablaba de una lucha de clases, como si el problema se originara fuera del hombre. Vendría a representar la imagen de quien quiere apagar el fuego echando gasolina. Alimentar la realidad de esa lucha interior con la exaltación de la lucha de clases es no entender nada del mensaje de Cristo.

“El corazón no es nunca ajeno a la verdad. En rigor no es el entendimiento el que entiende, ni la voluntad la que quiere, sino el hombre el que entiende por su entendimiento y quiere por su voluntad siempre que quiere entender y entiende lo que quiere”(3). Por eso una curación de la herida en el entendimiento necesariamente lleva consigo la curación del corazón. Como decía el Prof. Cafarra, “se trata de sanar la razón sanando el corazón, haciendo salir al hombre de la decisión de fundarse en sí mismo, de encontrarse en sí mismo, de finalizarse en sí mismo. En una palabra, perderse para encontrarse”(4). Esta es la gran verdad evangélica que el Papa Juan Pablo II proclama cuando recuerda la necesidad de predicar “la verdad sobre Jesucristo, la verdad sobre la Iglesia y la verdad sobre el hombre”.

La voluntad también ha sufrido las consecuencias de este pecado en el origen. Ha sido destituida, dice Santo Tomás, de su dirección hacia el bien. Ha dejado de buscar el bien para buscar el bien ‘para mí’. Esta pequeña inversión en su tendencia original origina el egoísmo que, a su vez, llevado a dimensiones sociales, causa las injusticias. Vemos pues la relación del pecado personal y sus aplicaciones en el llamado pecado social. Ese bien ‘para mí’ no puede ser compartido por ‘el otro’, surgiendo la lucha entre el ‘yo’ y el ‘tú’. De esta dinámica surgen muchas formas de antagonismos, entre los cuales figura aquel “mal social”(5) llamado la lucha de clases. Se trata de curar esta facultad de la persona humana, siendo fiel al mensaje de Cristo. En consecuencia, será “una intensa vida teologal -la frecuencia de sacramentos, especialmente de la Penitencia y de la Eucaristía- la que permitirá sanar esta herida”(6).

“La herida de la voluntad repercute en la libertad humana. La libertad del hombre es la libertad de un ser compuesto de alma y cuerpo, inmerso en el tiempo y herido en su naturaleza”(7). De ahí, en primer lugar, que no se decida por Dios en un solo acto, por una única opción, sino con trabajo a lo largo de toda su vida. El riesgo es un fiel acompañante de la libertad creada y no hay ideología que pervierta la apertura que todo hombre tiene a forjar su destino eterno en el caminar terreno. Por lo tanto, vemos con satisfacción que la Exhortación aclara rotundamente la falsedad de la llamada ‘opción fundamental’.

Pasemos a examinar el efecto del pecado original en nuestros apetitos sensitivos, tanto el irascible como el concupiscible. Es evidente que las pasiones condicionan el obrar de la persona. Este condicionamiento será todo lo profundo que se quiera en función del desorden que se permita a los apetitos. La disgregación se manifiesta en este escalón particularmente agresiva.

El apetito irascible reniega de emprender aquellas obras que le suponen esfuerzo. Busca lo cómodo, no necesariamente lo bueno. Lo que el Papa en la Exhortación llama el “secularismo que por su misma naturaleza y definición es un movimiento de ideas y costumbres, defensor de un humanismo que hace total abstracción de Dios, y que se concentra totalmente en el culto del hacer y del producir, a la vez que embriagado por el consumo y el placer, sin preocuparse por el peligro de perder la propia alma, no puede menos de minar el sentido del pecado”(8). Este intento de un humanismo ateo, aunque lo puedan atender algunos cristianos, no tiene otra explicación que la ignorancia del pecado o el no querer enmendar la propia conducta pecaminosa. El desorden de las pasiones en nuestra época es alimentado por múltiples requerimientos que las excitan, haciendo más difícil aún su recta orientación hacia el bien. Vemos que tanto el cine como la TV hacen el papel de catalizadores del mal, al proyectar una pornografía abusiva y denigrante contra la dignidad de la persona. La droga es el sedante de la búsqueda de lo arduo.

Por último, la cuarta herida causada por esta ruptura interior, deja su huella en el apetito concupiscible. La búsqueda de lo deleitable al margen del mandato de la recta razón convierten al hombre en un protagonista de la sociedad permisiva. En este campo se observa la brutalidad más descarnada. La persona, perdido el sentido del pudor y dejada de lado la ley natural, convierte las manifestaciones del amor humano en el campo del desorden puramente sexual. Se ha perdido la dimensión más profunda en el hombre: su capacidad de amar.

Las consecuencias de esta herida hacen que el matrimonio pueda degradarse a una pura búsqueda del placer sexual, sin integrarlo al nivel de la persona. Es decir, el amor-virtud desaparece y surge el sexo egoísta que destruye las uniones matrimoniales, porque no sabe el idioma del sacrificio y sólo busca la afirmación personal. He aquí el porqué de la mentalidad contraconceptiva.

Hasta aquí el comentario de la Suma Teológica. Sólo me queda resumir estas cuatro heridas, que proyectan su sombra sobre aquel sagrario interior donde la persona encuentra a Dios: la conciencia moral. Quien no lucha por restablecer la unidad perdida por la ruptura del pecado original deforma su conciencia moral. La íntima unidad que existe entre la contemplación y la acción hacen que no baste un conocimiento de la verdad para obrar rectamente; es necesaria la presencia de las virtudes que actualicen esos buenos deseos y hagan real la acción, sacándola del mero plano ideal.

Hoy más que nunca se hace necesaria una catequesis seria que ayude al hombre a formarse una recta conciencia moral, “porque este sentido del pecado tiene su raíz en ella”(9). Perdido el termómetro de la conciencia, perdido el sentido del pecado, perdido el sentido del pecado el hombre rompe consigo mismo y huye de una realidad que le agobia y deprime, porque no sabe encontrarle explicación. Tenemos así el cuadro que Santo Tomás nos pinta: “La razón pierde agudeza, principalmente en el orden práctico; la voluntad se resiste a obrar el bien; la dificultad para hacer el bien se hace cada vez mayor y la sensualidad se inflama cada vez más”(10).

He intentado una reflexión brevísima sobre algunas consecuencias de la ruptura interior generada por el pecado original y profundizada por los pecados personales. Sólo unas consideraciones finales. “El pensamiento contemporáneo aparece inclinado a profundizar en el campo de la intuición directa en vez de sacar conclusiones metafísicas a posteriori”(11). La filosofía fenomenológica ciertamente ha enriquecido nuestra conciencia de los fenómenos empíricos de la espiritualidad humana, pero no se ha decidido a dar el paso, como diría Santo Tomás, de los efectos a las causas. Este cometido le toca al teólogo si quiere diagnosticar correctamente los problemas que afectan al hombre, porque si no lo hace así corre el grave riesgo de quedarse en unas descripciones más exactas, pero que no conducen a una medicina adecuada. El fenómeno no puede ocultarnos la esencia del acto. Esta Exhortación nos facilita enormemente el camino para trascender de los efectos, que expone con gran claridad, a las causas, camino que resalta con una firmeza largamente esperada.

Te amo porque me has amado Tú primero

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Te amo sobre todas las cosas porque eres infinitamente amable.
Es el Amor con mayúscula. Dios es Amor. La Belleza misma de la Santidad -el tres veces santo- el todopoderoso, creador de los cielos y la tierra.

Cuando uno ve a una persona buena, santa, poderosa, amorosa, muy bella se entusiasma con ella, se enamora de ella. El que conoce a Dios no puede menos de enloquecer de amor por Él.

«Tarde te amé, Oh belleza tan antigua y tan nueva, tarde te amé». San Agustín. Esta frase de San Agustín dice muchas cosas: Primera que Dios es de una belleza inmarcesible. A veces uno se enamora de un ostro de una persona que no quisiera que envejeciese, que mantuviese siempre la misma frescura, la misma juventud, idéntica sonrisa. Pero, por desgracia, las personas avanzan en edad, salen canas, arrugas, obesidad, arrugas en la frente y en el alma. Algunos podría n decir: Esta no es la persona de la que yo me enamoré. Ha cambiado demasiado.
Segundo, que uno es un pobre desgraciado cuando se enamora de todo menos de Dios. Por eso dice dos veces la palabra triste tarde, demasiado tarde. Y realmente es cierto. Los minutos, los años en que uno no ama a Dios son perdidos miserablemente. Si no he amado a Dios ¿qué he estado haciendo? Lo mínimo es perder tiempo y vida.
Cuantos de nosotros deberíamos decir como el santo: Tarde te amé, oh belleza tan antigua y tan nueva, tarde te amé. Y, tal vez, algunos tengan que decir: Nunca te amé, nunca te conocí. !Qué triste es esto!.

Y porque a ti sólo debo amarte con todo mi corazón, con toda mi alma y con todas mis fuerzas. Por ser mi Creador, mi Redentor, y por haberme destinado al cielo.

Te amo porque me has amado Tú primero.
Esto es fantástico -El nos amó primero a
cada uno. Desde siempre, desde toda la eternidad.
No me consultaste par darme la vida…
Porque me amaste, me creaste, me diste la existencia.
Pero no me creaste para la desdicha, para la mediocridad, sino para ser santo, feliz, para hacer algo grande en este mundo.
La aventura más grande es amar a Dios con todo el corazón…
Y al prójimo por amor a El.
No amar a Dios es la desgracia mayor.
Pero amar es darse, es cumplir la voluntad del amado, su voluntad.
«Él nos amó primero», nos recuerda San Juan. Te amé con un amor eterno.

Te amo porque me has redimido del pecado.
Librar al amado de su peor enfermedad, más aun de su muerte, de su verdadero mal, de su eterna condenación.
Gran amor representa.
Y cuál ha sido el precio. Dios envió al mundo a su Hijo no para condenar al mundo, sino para salvarlo, no para condenarte sino para salvarte. Debes saberlo.
La respuesta debiera ser como al de santa Teresa. «Tengo una vida y entera se la doy; pero si mil vidas tuviera, las mil se las daba».
El bautismo, la confesión son sacramentos de amor, porque son los sacramentos del reencuentro con el hijo pródigo.
«Daos cuenta de que no habéis sido rescatados con oro o plata, sino al precio de la sangre de Cristo».
Por eso decía San Pablo: «Líbreme Dios de gloriarme en nada, si no es en la cruz de Nuestro Señor Jesucristo»
Cuando uno se santigua se recuerda a sí mismo y recuerda a los demás que es seguidor de un gran jefe, de Jesucristo y pertenece a la religión del crucificado, la religión del amor. Cada vez que uno se santigua equivale a repetir las palabras de San Pablo: «Líbreme Dios de gloriarme en nada…»
Esconderse cuando se santigua significa que se avergüenza de ser cristiano. Soy cristiano y a mucha honra.
Librarnos del pecado es librarnos del infierno merecido por ese pecado. Mucho te ha de querer quien de tanta desgracia te ha librado. Y mucho más te ha de que querer quien, además de libarte del eterno dolor, te ha regalado la eterna felicidad.
¿Quién es esa persona, dónde vive, cómo se llama? Me muero por verlo, tengo que ser su amigo, quiero amarlo por siempre… y sabemos que es Jesús.

Te amo porque me has abierto las puertas de tu Reino
Lo más grande que podía regalarnos. Dios no tiene una cosa más grande que darnos que el cielo, su cielo, donde Él vive y es infinitamente feliz.
Las puertas de ese cielo estaban cerradas. Cristo nos las ha abierto. La felicidad de Dios la participaremos.
Los que nos han precedido en el camino nos dicen: «Es verdad…vengan».
San Pablo, que vio el cielo: «Todo lo que su sufre en este mundo es nada…»
No tienes razón cuando piensas y dices: Me piden demasiado. La verdad, hermano, es que nos piden demasiado poco.
«Alegraos más bien de que vuestros nombres estén escritos en el cielo.» Si esta no es tu máxima alegría, no sabes qué es el cielo.
Te invito en este momento a que te sientas muy alegre de que tienes tu nombre escrito en la lista del cielo. Alégrate, sí, más que de todas las demás cosas.
¿Cuántas veces te ha regalado Jesucristo el cielo? Con cada pecado mortal lo has perdido. Con cada absolución te lo han devuelto. ¿Cuántas veces has perdido el cielo, pobre hombre, pobre mujer? ¿Cuántas veces te han vuelto a dar el cielo, hombre afortunado, mujer afortunada?

Te amo porque me has hecho hijo de Dios
Decía Jesús. «Cuando oréis, decid: Padre nuestro que estás en los cielos». No fue un santo, ni siquiera la Virgen María quienes nos indicaron que rezáramos así, sino su propio Hijo, Jesús. Mi Padre me ha pedido que les enseñe a orar así: «Padre nuestro que estás en el cielo…» Jesús podría haberle dicho con toda razón: Padre, soy tu hijo único, ¿cómo que ahora voy a ser hermano de todos los hombres? Además, no sé si te has fijado cómo se portan muchos de ellos. ¿Vas a caso a repartirles la herencia del cielo?
No, Jesús le dijo: Bendito seas, Padre mío, porque quieres además de tu hijo divino, hacer hijos tuyos también a cada uno de los hombres. Yo soy, me declaro hermano de cada uno de ellos. Esto lo dijo Jesús, está en el Evangelio, a través de María Magdalena: «Ve a decirles a mis hermanos: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios».
De la herencia también habló: «En la casa de mi padre hay muchas moradas, Voy a prepararos un lugar». Con qué profunda emoción les dijo Jesus esta noticia a los apóstoles y a cada uno de nosotros. Voy a prepararos un lugar.
Debemos atrevernos a rezar el Padrenuestro como Jesús quería que lo rezáramos: Decidlo, sentidlo, amadlo, tened una total confianza.
Desconocer el amor de ese Padre es la desgracia mayor del mundo.
Debemos enseñar a los hombres que Dios es su Padre. Porque no lo saben, no lo creen, no se lo imaginan.
Evangelizar no es sólo explicar las hermosas realidades de la religión sino hacérselas creer, sentir, experimentar.

Te amo porque me has enriquecido con el Espíritu Santo
Paráclito: consolador, santificador, es decir que nos guía hacia la santidad y hacia la vida eterna.
Bueno, ¿y dónde está el Espíritu Santo?
Responde San Pablo: ¿No sabéis que sois templos de Dios y que el Espíritu Santo habita en vosotros?
También Jesús lo afirmaba: Si alguno me ama, mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos en él nuestra morada. Las tres divinas personas.
El alma que vive en gracia es un templo de la Santísima Trinidad, de las tres divinas personas.
Se le llama, por esta razón, el divino huésped del alma.
Es el Don por excelencia; es el amor infinito de Dios que vive en nosotros y para nosotros. Para realizar el plan de amor de Dios en nosotros: hacernos, hombres y mujeres fieles, cristianos felices, santos y llevarnos al cielo para toda la eternidad.

Te amo, porque me has entregado a tu Madre al pie de la cruz.
¡Qué amor tan delicado, tan sincero, tan fino! María es su joya, su criatura predilecta, su Madre bendita…Pues no quiso quedársela para sí.
Es madre nuestra con todo derecho porque nos la han dado.
Podemos y debemos, por tanto, llamarla madre nuestra.
Corredentora: Jesús ha querido que, de manera semejante a Él, sufriera terriblemente y colaborara así a la redención, a nuestra redención, a la mía.
Aquí no me malentiendan los hermanos evangélicos. Pues, si San Pablo completaba en su cuerpo lo que falta a la Pasión de Cristo, quiere decir que todos colaboramos al menos con alguna partecita. Pero María más que nadie.
Jesús nos la dio: El regalo en sí mismo es extraordinario, único.
Pero nos la dio con un grandísimo amor.
Y María ha aceptado ser madre de cada uno de nosotros con una obediencia perfecta y con un cariño inmenso que no podemos ni medir.
Bendito el momento en que Jesús decidió darme a su Madre como Madre Mía.
Después de la alegría de ser hijo de Dios, la más entrañable felicidad es tener como madre a María.

Te amo por el don de la fe católica
Si estimáramos la fe como los santos…»Ésta es la victoria que vence al mundo, nuestra fe», está dicho.
El justo, el santo, vive de la fe, es decir, de lo que le ha dicho Dios a través de su Revelación.
La fe debe ser viva y operante, no mortecina ni somnolienta.
Por ejemplo, si al comulgar tú crees profundamente en que en ese pan consagrado está realmente Jesucristo, el día no puede de ninguna manera ser triste o malo. Has recibido a Dios.
Tener fe es ver todas las cosas con los ojos con los que ve Dios.
Si no tuviéramos fe, seriamos muy desgraciados… En realidad los que no tienen fe, ¿qué sentido encontrarán al dolor, a la muerte, al después de la muerte? Si no se tiene fe ¿qué sentido tiene la misma vida, el vivir, el amar, el cumplir con las reglas de la moral? Sin fe todo se tambalea.
La mejor forma de agradecer la fe a Dios consiste en transmitirla, en comunicarla a otros. En reanimar la fe de los que la tienen medio dormida o medio muerta. Hay muchos hermanos nuestros que pierden la fe, la están perdiendo, por falta de alguien que les ayude a vivirla con pasión.
Esta es la victoria que vence al mundo, nuestra fe. Ojalá ayudemos a algunos a recuperarla, a volver a la casa del padre de la que nunca debieran haber salido.

Te amo porque te has quedado conmigo en el sagrario.
Jesús ha cumplido su promesa: Yo estaré con vosotros todos los días hasta la consumación de los siglos. ¿Cómo? En la Eucaristía.
Yo animo a todos esos hermanos y hermanas nuestras que tienen gran devoción a la Eucaristía, que comulgan con devoción, hacen adoración al Santísimo, lo visitan en el tabernáculo, hacen procesiones con el Santísimo. Nos recordaba Nuestro querido Benedicto XVI que la primera procesión con el Santísimo fue la de María cuando fue a visitar a su Prima santa Isabel llevando en sus purísimas entrañas a Jesús. Con eso quedan las procesiones santificadas.
No cuesta nada visitarlo, ir a pedirle favores. Necesitamos ir al Sagrario más que al súper: Porque en el súper conseguimos alimentos para el cuerpo, pero en el Sagrario alimento para el alma: «Venid a Mí todos los que andáis fatigados y abrumados por la carga y Yo os aliviare». ¿Creen que Jesus dijo esto por decirlo nada más?
No tengo tiempo de visitarlo, porque tengo que hacer tanto por Él. Soy un apóstol tan celoso y tan ocupado que no tengo tiempo para rezar, para ir a la Iglesia. Pues soy un mal apóstol, porque me preocupo más de la viña del Señor que del Señor de la viña. Les pongo un ejemplo para que me entiendan. Hay maridos, sobre todo jóvenes, que están abrumados de trabajo y no tienen tiempo de estar con su esposa y sus hijos, porque están ganando dinero para ellos. Cuantas veces he escuchado a esas esposas: Ojalá mi esposo ganara menos y estuviera más tiempo con nosotros.
Pues tengan la seguridad de que Jesús nos dice a muchos de nosotros: Ojalá tuvieras más tiempo para estar conmigo.

Te amo porque me has enviado como a los apóstoles, a extender tu Reino entre los hombres.
Nadie más nos ha enviado, sólo Cristo. «Id y predicad el Evangelio a toda criatura. No me habéis elegido vosotros a Mí sino yo a vosotros»
Cada uno ha sido enviado a predicar la Buena Nueva: los padres a los hijos, los amigos a los amigos. A todos a los conocidos y desconocidos.

Te amo porque eres mi Dios y mi Señor.
Mi Dios y mi todo, decían los santos en un suspiro de amor.
En resumen: Te amo con todo mi corazón.
Porque lo mereces totalmente, lo esperas.
Porque es lo que más me importa y lo que más necesito.
San Pablo decía: Para mí el vivir es Cristo y el morir una ganancia.
Cristo es mi Dios, mi gran amigo, mi Padre, mi grande y mi único amor y la gran razón de mi existencia.
«Señor mío y Dios mío» exclamó Santo Tomás en un momento de gracia. Es una frase que tenemos que decir y sentir con mucha frecuencia.
«No volveré a servir a un señor que se me pueda morir». Palabras de San Francisco de Borja ante el cadáver de su hermosa reina. Servimos a ese Dios y Señor que vive para siempre, que con el paso de los siglos no ha perdido nada de su belleza, de su amor, de su poder y misericordia. Dios ha sido, es y será siempre infinitamente amable y adorable para suerte nuestra.

Dios no se hace viejo, no se arruga, no pierde fuerza. Dios nos ama hoy como ayer y como nos amará mañana. Aprovechemos esta maravillosa gracia y amemos, amemos a la persona más digna de nuestro amor.

MI VIDA + CRISTO

“Por tanto, el que está en Cristo, es una nueva creación; pasó lo viejo, todo es nuevo” (2ª Corintios 5, 17)

¿Qué significa “mi Vida + Cristo”?, ¿Cuál es el resultado de esta “ecuación”?, ¿Qué otorga esta operación?… “Mi Vida + Cristo” es igual a “Vida Nueva”… ahora bien, ¿Qué es “Vida Nueva”?, ¿Qué significa?… Más que una idea que pueda parecer inalcanzable, la Vida Nueva con Cristo es en realidad una verdadera y única relación personal con Jesucristo; y al decir única, me refiero a que ninguna otra relación se compara o siquiera se acerca a ella.

Sabemos que Cristo no es un mero personaje histórico sino el Hijo del Dios Vivo, que vive con nosotros, entre nosotros y en nosotros, y es Él quien otorga la Vida Nueva por medio del Espíritu Santo, a través de su llamado continuo que nos hace cada día. Pero, ¿quién es el Espíritu Santo? El Espíritu Santo es la tercera persona de la Santísima Trinidad, que procede del Amor reflejado entre El Padre y El Hijo; es el “Señor y Dador de Vida”, es el regalo de Dios, “Don Sagrado” a todos nosotros, y es este mismo Espíritu Santo el que nos invita a que demos un SÍ de aceptación a la acción salvadora de Jesús, lo cual se manifiesta en nosotros los jóvenes con un encuentro personal con Él, donde lo conocemos, pero no sólo con un conocimiento de “meras verdades”, como de que Él (Jesús) es el “Hijo Vivo de Dios”, que nació de Santa María La Virgen, que murió por la redención de nuestros pecados en la Cruz, que está sentado a la derecha de Dios Padre… en realidad es, como ya dije, un verdadero encuentro Vivo y Personal con Él.

Una “Vida Nueva con Cristo” implica más que decir “YO SOY CRISTIANO”, más que pasar frente a una Iglesia y persignarme, más que ser acólito o ministro extraordinario de la Sagrada Comunión en la Parroquia; no se es cristiano solamente porque presto alguno que otro servicio en mi Parroquia, porque voy y participo de las procesiones en la Semana Santa, porque asisto a misa y/o porque sigo todas las prácticas y normas como lo hacía el joven rico del Evangelio (San Mateo 19, 16-22) o como Nicodemo que por temor a lo que dirían, buscó a Jesús en la oscuridad de la noche para que nadie lo viera (San Juan 3, 1); más que todo lo anterior, es tener una relación personal desde el corazón, donde se vea que Cristo Vive en ti.

En Palabras de San Juan Pablo II: “A todos se les pide que profundicen y asuman la auténtica espiritualidad cristiana”. “En efecto, espiritualidad es un estilo o forma de vivir según las exigencias cristianas, la cual es la Vida en Cristo y en el Espíritu”, que se acepta por la fe, se expresa por el amor y, en esperanza, es conducida a la vida dentro de la comunión eclesial”. (Eclessia in America #29). Luego, San Pablo también nos dice: “Porque te salvarás si confiesas con tu boca que Jesús es Señor y crees en tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos. La fe del corazón te procura la justicia, y tu boca que lo proclama te consigue la salvación. La escritura ya lo dijo: El que cree en Él no quedará defraudado” (Romanos 10, 9-11).

Entonces, “Vida Nueva con Cristo” significa aceptar a Jesús como tu Señor, por medio de la acción del Espíritu Santo: “Ahora les digo que ninguno puede gritar: « ¡Maldito sea Jesús!» si el espíritu es de Dios; y nadie puede decir: «¡Jesús es el Señor!», si no es por acción del Espíritu Santo” (1a Corintios 12, 3). Esto permite que Jesucristo te pueda liberar de tus ataduras, llámense como se llamen: “Es fácil reconocer lo que proviene de la carne: libertad sexual, impurezas y desvergüenzas; culto de los ídolos y magia; odios, ira y violencias; celos, furores, ambiciones, divisiones, sectarismo y envidias; borracheras, orgías y cosas semejantes. Les he dicho, y se lo repito: los que hacen tales cosas no heredarán el Reino de Dios” (Gálatas 5, 19-21). Al liberarte de tus ataduras Él puede sanar tus heridas y transformar una “vida vieja”, gastada por el pecado y el mundo, a una “Vida Nueva”.

“Y ahora no vivo yo, es Cristo quien vive en mí. Todo lo que vivo en lo humano, lo vivo con la fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí” (Gálatas 2, 20)… Pero, ¿Cuándo comienza esta Vida Nueva? La Vida Nueva comienza propiamente desde que somos bautizados y recibimos el Espíritu Santo: “Como ustedes saben, todos nosotros, al ser bautizados en Cristo Jesús, hemos sido sumergidos en su muerte. Por este bautismo en su muerte fuimos sepultados con Cristo, y así como Cristo fue resucitado de entre los muertos por la Gloria del Padre, así también nosotros empezamos una vida nueva” (Romanos 6, 3-4).

Es en el Bautismo donde recibimos, por medio del mismo Espíritu Santo, ese nacimiento a la “Vida de Gracia”, y es ese mismo Espíritu el que nos va preparando para esta, acrecentándola y santificándola, pues nosotros solos, por nuestra propia cuenta, no somos capaces de hacerlo. Un punto clave, después de ser Bautizados, para comenzar esta Vida Nueva es corresponder al llamado que Cristo nos hace para entrar en nuestra vida, así como le ocurrió a Zaqueo, el recaudador de impuestos, a quien el encuentro con Cristo le abre el corazón y, no solamente acepta la propuesta de Jesús, le recibe en su casa y esto lo hace tomar conciencia de su falta, dando paso a la conversión (San Lucas 19, 1-10).

“Mira que estoy a la puerta y llamo: si alguno escucha mi voz y me abre, entraré en su casa y comeré con él y él conmigo” (Apocalipsis 3, 20). Con este pasaje, recordemos siempre el ejemplo de Zaqueo, a quien Jesús le pide literalmente que le abra las puertas de su casa para comer junto a él, Zaqueo responde a ese llamado con un sí y luego, si leemos el pasaje del Evangelio, reconoce su falta y se convierte. Tomemos también acá el ejemplo de nuestra Madre María, cuando nosotros respondemos como Ella, con ese “Sí” de aceptación total al llamado que Dios nos hace, Él puede “Renovar” esa Vida Nueva que ya recibimos, pero que con el paso del tiempo y las circunstancias de la vida se ha quedado estancada, de tal manera que una vez que ya hemos dado ese paso, sea la acción del Espíritu Santo en nosotros la que haga germinar de manera eficaz esa Vida Nueva y poder dejar atrás el hombre viejo esclavo del pecado.

“Como ustedes saben, el hombre viejo que está en nosotros ha sido crucificado con Cristo. Las fuerzas vivas del pecado han sido destruidas para que no sirvamos más al pecado. Así, pues, hay una muerte y es un morir al pecado de una vez para siempre. Y hay un vivir, que es vivir para Dios. Así también ustedes deben considerarse a sí mismos muertos para el pecado y vivos para Dios, en Cristo Jesús” (Romanos 6, 10 – 11).

Pero, para que esta Vida Nueva germine, además de corresponder al llamado de Cristo, también es necesario reconocer que cuando fuimos bautizados, la mayoría de nosotros no estábamos consientes del regalo que recibimos en ese momento, sino que fueron nuestros padres y padrinos los que asumieron el compromiso de educarnos cristianamente en la Fe, de tal manera agradezcamos su labor; ahora que se nos presenta esta oportunidad de experimentar este nuevo y único nacimiento que es obra del Espíritu Santo – y al decir único me refiero a que no existe otro –, debemos abrirnos a la acción vivificadora de adhesión total a Jesucristo, comenzando por reconocer nuestro pecado y arrepentirnos de todo corazón, lo que incluye confesarlo ante el sacerdote también.

Con palabras del Salmo 51, 19: “Mi espíritu quebrantado a Dios ofreceré, pues un corazón humilde y arrepentido Tú no lo desprecias Señor”; y agrega el Libro de los Proverbios 28, 13: “Al que disimula su pecado, no le irá bien, pero al que lo confiesa y lo deja, será perdonado”. Esto también conlleva dejar atrás aspectos de tu vida que te hacen esclavo y te alejan de experimentar la “Vida Nueva con Cristo”: “Por tanto, hagan morir en ustedes lo que es terrenal, es decir, libertinaje, impureza, pasión desordenada, malos deseos y el amor al dinero, que es una manera de servir a los ídolos” Colosenses 3, 5; complementando lo anterior con la lectura de Efesios 4, 31-32: “Arranquen de raíz de entre ustedes disgustos, arrebatos, enojos, gritos, ofensas y toda clase de maldad. Más bien sean buenos y comprensivos unos con otros, perdonándose mutuamente, como Dios los perdonó en Cristo”.

Esto permitirá que el Espíritu Santo te haga reconocer a Jesús como tu Salvador, teniendo necesidad de su misericordia, y así alejarte de lo que te ofrece el mundo como una solución vana o salvación sustituta, logrando así, ya una vez arrepentido y habiendo confesado tus pecados, como fruto de esta acción, Renacer a una Vida Nueva y poder así revestirte del “Hombre Nuevo”: “Revístanse, pues, del hombre nuevo, el hombre según Dios que él crea en la verdadera justicia y santidad” (Efesios 4, 24 y ss.); y por donde sea que te dirijas, todos te reconozcan por ser ese “Hombre Nuevo” que refleja al mismo Espíritu que habita en ti y que da Testimonio de Cristo Vivo.

“En cambio, el fruto del Espíritu es caridad, alegría, paz, comprensión a los demás, generosidad, bondad, fidelidad, mansedumbre y dominio de sí mismo. Estas son cosas que no condena ninguna Ley. Los que pertenecen a Cristo Jesús han crucificado la carne con sus impulsos y deseos; si ahora vivimos según el espíritu, dejémonos guiar por el Espíritu; depongamos toda vanagloria, dejemos de querer ser más que los demás y de ser celosos” (Gálatas 5, 22-26).

Por tanto cada vez que puedas y sientas la necesidad de confesarte, no lo pienses ni dos veces, Dios por medio de su Espíritu Santo ya te otorgó la Vida Nueva mediante el Bautismo, haz el compromiso de no perder esa “Dignidad” de ser hijo de Dios que la Sangre de Cristo derramada en la Cruz por Amor a ti te ha ganado. Baja todo el volumen a los ruidos del mundo para escuchar la voz de Cristo que te llama al corazón, corresponde su llamado y renueva en cada momento de tu vida esa aceptación de Él en tu vida, ya no camines “solo”, y al decir “solo” me refiero a la triste idea de una vida sin Cristo; si bien es cierto, caminando solo vas más rápido, yendo acompañado, llegarás más lejos… y que mejor compañía que la de Jesucristo a tu lado… y que mejor “Lejos” que estar en la Presencia del Padre y poder verlo.

Sólo recuerda: Tu corazón estará “limpio” cuando no haya en él pecado. Cuida mucho la limpieza de tu corazón, confiésate cada vez que sea necesario, pero, sobre todo, piénsalo muy bien antes de hacer algo que tú sabes que lo ensuciará, porque ya muy bien lo dijo nuestro Señor Jesucristo: “Bienaventurados los de limpio corazón, pues ellos verán a Dios” (San Mateo 5, 8).

Cristo espera que no solo busquemos su presencia, sino que permanezcamos en ella. Es una decisión de nuestro corazón y somos nosotros quienes determinamos caminar en Su Presencia, y permanecer en ella. No es algo fácil, pero nadie dijo que lo sería, pues bien sabemos ahora, “Vida Nueva con Cristo” demanda renunciar a nuestro mundo interior para darle el primer lugar al Señor, pero además, reprogramar nuestro ser para asimilar el verdadero camino de vida que nos enseña su Palabra. Pues bien, acá está nuestra “ecuación” completada:

Mi Vida + Cristo = Vida Nueva

El don más grande que sacia el alma

Eucaristía: el don más grande que sacia el alma y cuerpo:
«Jesús nos recuerda que el verdadero significado de nuestro existir terreno está al final, en la eternidad, está en el encuentro con Él, que es don y donador», Es parte del mensaje de exhortación que ha expresado el Papa Francisco durante su reflexión pronunciada antes de realizar su cotidiano rezo del Ángelus.

La Eucaristía es uno de los dones más preciosos que nos pudo haber regalado Dios para permanecer con nosotros en medio de tantas circunstancias que nos agobian en esta vida. Jesús se dona a sí mismo, se nos entrega como un regalo de amor a la humanidad y nos exhorta para que cada día trabajemos arduamente por tener ese alimento no perecedero que es su propio cuerpo.

Y en esta oportunidad, El Santo Padre nos ha comentado como Jesús es Don y al mismo tiempo el donador y que siempre vayamos a su encuentro porque sólo Él ilumina todos los días de nuestra vida.

A continuación la reflexión del Papa Francisco

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En este domingo continúa la lectura del capítulo sexto del Evangelio de Juan. Después de la multiplicación de los panes, la gente se había puesto a buscar a Jesús y finalmente lo encuentra en el Cafarnaúm.

Jesús comprende bien el motivo de tanto entusiasmo en el seguirlo y lo revela con claridad: “Les aseguro que ustedes me buscan, no porque vieron signos, sino porque han comido pan hasta saciarse” (Jn 6,26).

En realidad, aquellas personas lo siguen por el pan material que el día anterior había mitigado su hambre, cuando Jesús había multiplicado los panes; no han comprendido que aquel pan, partido para tantos, para muchos, era la expresión del amor de Jesús mismo. Han dado más valor a aquel pan que a su donador.

Dios es el don y también el donador

Ante la ceguera espiritual, Jesús evidencia la necesidad de ir más allá del don, y descubrir, conocer al donador. Dios es el don, también el donador, es lo mismo. Y así de aquel pan, aquel gesto, la gente puede encontrar aquello que lo da, que es Dios. Invita a abrirse a una perspectiva que no es solamente aquella de las preocupaciones cotidianas del comer, del vestir, del éxito, de la carrera.

Jesús habla de otro alimento, habla de un alimento que no es perecedero y que está bien buscar y acoger. Él exhorta: «Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la Vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre» (v. 27). Es decir, trabajen, busquen la salvación, el encuentro con Dios.

Sólo Jesús puede saciarnos el hambre de vida

Y con estas palabras nos quiere hacer entender que, además del hambre físico el hombre lleva en sí mismo otro hambre – todos nosotros llevamos este hambre – un hambre más importante, que no puede ser saciado con un alimento ordinario. Se trata del hambre de vida, el hambre de eternidad que sólo Él puede saciar, porque es «el pan de Vida» (v. 35).

Jesús no elimina la preocupación y la búsqueda del alimento cotidiano, no. No elimina la preocupación de todo lo que puede hacer la vida más desarrollada. Pero Jesús nos recuerda que el verdadero significado de nuestro existir terreno está al final, en la eternidad, está en el encuentro con Él, que es don y donador, y nos recuerda también que la historia humana con sus sufrimientos y sus alegrías debe ser vista en un horizonte de eternidad, es decir, en aquel horizonte del encuentro definitivo con Él. Y este encuentro ilumina todos los días de nuestra vida.

Recibir a Jesús «pan de vida», trae esperanzas

Si nosotros pensamos en este encuentro, en este gran don, los pequeños dones de la vida, incluso los sufrimientos, las preocupaciones serán iluminadas por la esperanza de este encuentro. «Yo soy el pan de Vida. El que viene a mí jamás tendrá hambre; el que cree en mí jamás tendrá sed» (v. 35). Y ésta es la referencia a la Eucaristía, el don más grande que sacia el alma y el cuerpo.

Encontrar y recibir en nosotros a Jesús, «pan de Vida», da significado y esperanza al camino a menudo tortuoso de la vida. Pero este «pan de Vida» nos es dado con una tarea, es decir, para que podamos, a su vez, saciar el hambre espiritual y material de los hermanos, anunciando el Evangelio por doquier.

Con el testimonio de nuestra actitud fraterna y solidaria hacia el prójimo, hagamos presente a Cristo y su amor en medio de los hombres.

Que la Virgen Santa nos sostenga en la búsqueda y en el seguimiento de su Hijo Jesús, el “pan verdadero”, el “pan vivo” que no se acaba y dura para la vida eterna.

NO, NO ES FANATÍSMO, ES AMOR A LA VERDAD

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NO, NO ES FANATÍSMO, ES AMOR A LA VERDAD: Y es que el mundo de hoy está de cabeza. De pequeños aprendimos que nuestro planeta gira sobre su propio eje y a la vez gira alrededor del sol, sí, eso de los movimientos de traslación y rotación; no es que el mundo este de cabeza porque algo haya fallado en el eje del planeta o porque el sol se haya movido de lugar, más bien, el ser humano ha dejado de girar sobre su propio eje y ha dejado que muchas cosas se salgan de su lugar y vayan de un lugar a otro sin un sentido lógico.

Hoy en día, por ejemplo, los “derechos” de los animales son más importantes que los de los niños; a juzgar por ciertas coberturas mediáticas y de redes sociales, el “héroe” es definido por alguien que decide cambiarse de sexo, pero no lo es, el padre o la madre que tiene dos trabajos para sacar adelante a su familia. Ahora se reconoce como “valientes” a aquellos que un día decidieron cambiar su preferencia sexual, pero aquellas madres solteras que optaron por la vida y luchan día a día para dar una mejor vida a sus hijos, ni siquiera son consideradas entre los estereotipos idealizados de las mujeres modernas.

Se habla del “derecho” a decidir sobre la vida de un no nacido, pero en realidad se presiona y se obliga a acciones abortivas bajo la premisa de un falso feminismo. Actualmente el mundo celebra falsas conquistas, pero es derrotado en las trincheras de la guerra, la indiferencia y el odio. Se dice que hay que hacer que nuestras voces se escuchen para cambiar el mundo, mientras cientos de miles de cristianos son perseguidos en razón de su fe en varios países del mundo (Siria e Irak son los países más recientes y emblemáticos en unirse a esta lista negra), clamando, gritando por ayuda, mientras la comunidad internacional calla.

Hoy en día son muchos los que exigen tolerancia y respeto, pero si nosotros los cristianos hablamos de Dios somos unos “retrógradas”, estúpidos e irrespetuosos fanáticos religiosos… ¿Dónde queda la tolerancia? Tal pareciese que está es medida e impuesta por la propia opinión del que se cree con derecho a juzgar. Ahora, si quieres tener una familia numerosa, simplemente eres un ridículo porque ¡Los tiempos han cambiado!; en muchos lugares se celebra la aprobación de uniones “matrimoniales” entre personas del mismo sexo como la victoria más grande, triunfo para la democracia y evolución de los derechos humanos, sí el mundo la celebra, mientras del otro lado del mundo tenemos guerras y personas muriendo de hambre día a día.

La respuesta del cristiano no siempre será el silencio o el bajar la cabeza ante los argumentos de otros, a imitación de Cristo, debemos ejercer nuestro ministerio profético anunciando el Reino de Dios y denunciando el “anti-Reino”. En este punto exacto de nuestra reflexión, nos animan las palabras (y el testimonio de vida) del Beato Oscar Arnulfo Romero, tan actuales en relación a este mundo en el que nos ha tocado vivir:

“Cuando Cristo confesó que Él era el Hijo de Dios, lo tomaron por blasfemos y lo sentenciaron a muerte. Y la Iglesia sigue confesando que Cristo es el Señor, que no hay otro Dios. Y cuando los hombres están de rodillas ante otros dioses, les estorba que la Iglesia predique a este único Dios. Por eso choca la Iglesia ante los idólatras del poder, ante los idólatras del dinero, ante los que hacen de la carne un ídolo, ante los que piensan que Dios sale sobrando, que Cristo no hace falta, que se valen de cosas de la tierra: Ídolos. Y la Iglesia tiene el derecho y el deber de derribar todos los ídolos y proclamar que sólo Cristo es el Señor”. (Homilía 19 de junio de 1977).

Nuestro anuncio debe ser la VERDAD, pero con AMOR; AMOR Y VERDAD, un binomio de fe que no puede separarse porque sería como desnaturalizar el Evangelio y la persona misma de Cristo. En estos días en que se predica el “triunfo del amor” como sinónimo de aprobación de leyes que se estiman justas para algunos, pero basadas en falacias existenciales que terminan por destruir las sociedades, las familias y al ser humano mismo, es obligatorio recordar la enseñanza de Benedicto XVI, quien nos decía hace apenas unos años que no se puede considerar el AMOR separado de la VERDAD, entendiendo ambos, claro es, como absolutos, no relativizados al sentir o al pensar de un grupo; hablando sobre el amor, que es precisamente el eje del Evangelio y del cristiano mismo, en su Carta Encíclica “Caritas in Veritate”, el ahora Papa Emérito nos escribía lo siguiente:

“Soy consciente de las desviaciones y la pérdida de sentido que ha sufrido y sufre la caridad, con el consiguiente riesgo de ser mal entendida, o excluida de la ética vivida y, en cualquier caso, de impedir su correcta valoración. En el ámbito social, jurídico, cultural, político y económico, es decir, en los contextos más expuestos a dicho peligro, se afirma fácilmente su irrelevancia para interpretar y orientar las responsabilidades morales. De aquí la necesidad de unir no sólo la caridad con la verdad, en el sentido señalado por San Pablo de la «veritas in caritate» (Ef 4,15), sino también en el sentido, inverso y complementario, de «caritas in veritate». Se ha de buscar, encontrar y expresar la verdad en la «economía» de la caridad, pero, a su vez, se ha de entender, valorar y practicar la caridad a la luz de la verdad. De este modo, no sólo prestaremos un servicio a la caridad, iluminada por la verdad, sino que contribuiremos a dar fuerza a la verdad, mostrando su capacidad de autentificar y persuadir en la concreción de la vida social. Y esto no es algo de poca importancia hoy, en un contexto social y cultural, que con frecuencia relativiza la verdad, bien desentendiéndose de ella, bien rechazándola” (“Caristas in Veritate, N° 2).

Interpretando la enseñanza de Benedicto XVI para nuestro vivir cristiano, es importante anunciar la verdad (incluida la denuncia), pero si lo hacemos sin el amor, sería como dar sablazos al viento en una batalla que no ganaremos porque nunca la iniciamos. Definitivamente, ante este mundo loco, la línea cuerda del cristiano es el amor mismo, así lo dijo Jesús: “En esto reconocerán todos que son mis discípulos, en que se amen unos a otros” (San Juan 13, 35). Recordemos, no estamos dando un buen testimonio de Cristo si denunciamos por el puro gusto de denunciar, de llevar la contraria o de atacar aquello que no considero correcto; “si yo no tengo amor, nada soy” (1ª Corintios 13, 2c), denuncio porque amo a Dios y al prójimo, porque cumplo aquel mandamiento supremo que mi Señor Jesucristo me dejó en la víspera de su pasión: “Ámense los unos a los otros como yo les he amado” (San Juan 13, 34).

El amor y la verdad es la esencia misma del ser cristiano y no conozco mayor ejemplo de esto que San Pablo, el apóstol del anuncio y la denuncia radical; pues bien, San Pablo mismo llegó a reconocer que por encima de todo siempre estaba el amor, invitándonos a todos nosotros a “ponernos el vestido que conviene a los elegidos de Dios, sus santos muy queridos: la compasión tierna, la bondad, la humildad, la mansedumbre, la paciencia… y por encima de esta vestidura pondrán como cinturón el amor, para que el conjunto sea perfecto. Así la paz de Cristo reinará en sus corazones” (Colosenses 3, 12-15).

Y si muchos piensan que este rollo del amor y la verdad es solo para los cristianos, se equivocan, aunque como hijos de Dios llevamos la primacía en la obligación de testimoniarla, lo cierto es que el amor y la verdad “es la principal fuerza impulsora del auténtico desarrollo de cada persona y de toda la humanidad” (Benedicto XVI, “Caritas in Veritatis N° 1). El amor, continúa Benedicto XVI “es una fuerza extraordinaria, que mueve a las personas a comprometerse con valentía y generosidad en el campo de la justicia y de la paz. Es una fuerza que tiene su origen en Dios, Amor eterno y Verdad absoluta. Cada uno encuentra su propio bien asumiendo el proyecto que Dios tiene sobre él, para realizarlo plenamente: en efecto, encuentra en dicho proyecto su verdad y, aceptando esta verdad, se hace libre (cf. Jn 8,32). Por tanto, defender la verdad, proponerla con humildad y convicción y testimoniarla en la vida son formas exigentes e insustituibles de caridad” (Idem).

Si la humanidad piensa que ha evolucionado y que se desarrolla a “pasos agigantados” por ir en contra de la “Ley Natural”, en realidad procura su propia destrucción, porque el edificio que no se construye sobre bases sólidas y absolutas, como el verdadero amor y la auténtica verdad, se termina derrumbando y destruye todo lo que este sostiene. Si destruimos la persona humana, a la familia como base de la sociedad, destruimos nuestras sociedades y la civilización misma.

Con lo anterior, tampoco debemos olvidar que los cristianos estamos llamados a testimoniar el amor de Cristo a toda creatura, hasta los confines de la tierra, hasta las periferias existenciales, como diría Papa Francisco. Y si decimos que amamos a Dios y odiamos a nuestros hermanos, somos unos mentirosos, así lo dice San Juan en su primera Carta (4, 20), “todo el que ama, ha nacido de Dios y conoce a Dios” (1ª San Juan 4, 7). Nosotros somos, como dice el coro de un canto muy bonito

“SOMOS EN LA TIERRA

SEMILLA DE OTRO REINO

SOMOS TESTIMONIO DE AMOR:

PAZ PARA LAS GUERRAS

Y LUZ ENTRE LAS SOMBRAS

IGLESIA PEREGRINA DE DIOS”

Como Iglesia peregrina, siendo luz y testimonio del amor de Dios, por un lado, no podemos consentir mentiras ni conductas inmorales en nombre de la compasión y la tolerancia, porque fallamos a la verdad, y en lugar de dar amor, manifestamos lástima al hermano que nos necesita; por otro, no podemos atacar y destruir a aquel que es también hijo de Dios al igual que yo, en nombre de la verdad, porque no edifico en el amor. Corrección fraterna, anuncio del Reino de Dios con amor y verdad, siendo constructores de la paz para ser llamados “bienaventurados” e “hijos de Dios” (San Mateo 5, 9).

Por tanto, los cristianos necesitamos trabajar por la civilización del amor, no para la cultura del odio y de la muerte; en este mundo que da vueltas y vueltas sin sentido, debemos recordar que la cruz permanece firme, símbolo del amor eterno de Dios, que aunque el mundo este de cabeza, los montes se corran y las colinas se muevan… “más mi amor de tu lado no se apartará y mi alianza de paz no se moverá, así dice el Señor que tiene compasión de ti” (Isaías 54, 10).