miércoles, abril 17, 2024
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Matrimonio, espejo de la Trinidad

Dios creó el universo según la idea, o ejemplar, de su mente. Al igual que un artista, también Dios crea según lo que le es familiar, es decir, reflejando en su creación algo de sí mismo. Muy elocuente es el ejemplo de Marc Chagall: pintaba lo que conocía y lo que “le estaba a la mano”, nunca faltaban los temas relacionados a su origen ruso-judío, o aquellas pinturas con un fuerte contenido espiritual.

Quien se detiene un momento a contemplar todo lo que existe y observa detenidamente, no puede no preguntarse por el inicio o causa de las cosas. ¿De dónde viene esto? ¿Quién lo creó? La respuesta es sencilla: no puede venir de la nada, ya que de la nada no procede nada. De hecho a Dios, a quien no vemos, se le puede conocer por medio de sus efectos, que sí vemos.

Son múltiples las manifestaciones de su creación por ejemplo, el calor del sol, la profundidad de los mares, un cielo estrellado, la estructura de una escarcha de nieve, el orden en el macro y el micro cosmos, la complejidad del cuerpo humano, la capacidad de amar, la pureza de un niño, etc. Todo nos habla de Él. Es tan fácil reconocerle ya que todo lo humano nos habla de Él, puesto que Él se hizo hombre.

Sabemos que su obra maestra somos nosotros, los seres inteligentes. Por esta razón quiso hacernos semejantes a Él. Nos dotó de una razón, de voluntad y libre albedrio, con capacidad abierta a la totalidad de las cosas; para conocerlas y amarlas.

Podríamos pensar que el prototipo para crear al hombre, a imagen y semejanza suya lo tomó de su ser trino, es decir, de su ser tres personas en un solo Dios. La principal característica entre las tres personas en Dios es el amor. Cada persona está disponible y abierta totalmente hacia la otra. Existe una apertura total y desinteresada entre las personas de la trinidad. No hay misterios, no hay complicidad, no hay intrigas; todo es transparencia, interés por el otro, donación y mutua entrega. Basándose en esta dimensión de su Persona creó al hombre y a la mujer, según el ejemplar de trinidad.

Dios Padre ama tanto al Hijo y es tan amado por el Hijo que el amor mutuo se vuelve fructífero. Tan es así que de este amor procede otra persona, el Espíritu Santo. Esto es lo que expresa el Credo que rezamos: “creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida que procede del Padre y del Hijo, que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria…”

Como las personas en la Trinidad, así son el hombre y la mujer, cada uno opta por el otro en plena libertad para constituir una nueva comunidad de amor. Esta comunidad, así como en Dios, está llamada a un amor fructífero, y a generar, aunque en este caso de modo físico, a otra persona como fruto de ese amor.

Al igual que la comunidad divina, el matrimonio está llamado a vivir una apertura total hacia la otra persona, no retener nada para sí. Esto debe ser así en todos los campos de la existencia (intereses, tiempo libre, trabajo, cuerpo, espíritu, sexualidad…) Por eso el hombre y la mujer en su unión sexual constituyen una imagen auténtica de Dios. Pero atención, lo es sólo en el matrimonio, cuando uno se dona en totalidad hacia la otra persona y está abierta a la fecundidad. Así hombre y mujer imitan a Dios al crear una comunidad y generar un hijo como fruto del amor recíproco. Forman así una imagen de la Trinidad, un espejo de Dios, una imitación de Dios. A esta imitación cada matrimonio está llamado a tomar parte; a ese ser semejantes a Él.

Por: católico.net

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