jueves, marzo 28, 2024
InicioVida CristianaEL PADRE NUESTRO

EL PADRE NUESTRO

EL PADRE NUESTRO

QUE ESTÁS EN LOS CIELOS

Con esta frase introductoria: «PADRE NUESTRO QUE ESTÁS EN LOS CIELOS…» Jesús no sólo coloca el frontispicio majestuoso que nos conduce a Dios por la oración, sino que nos da la más completa respuesta al «conócete» a ti mismo como lo pedía la inscripción nostálgica y filosófica, colocada en la portada clásica del templo de Delfos. A una distancia de 2,000 años de cultura cristiana, no podemos menos que admirar el alcance y la profundidad que tiene el.

«Nuestro» que sigue a «padre». Esta palabra ya no sólo define a Dios, como con su carta de presentación; identifica también al hombre como con su credencial de identidad: Hijo de Dios, hermano de todo hombre.

Con cuánta claridad vemos que este «nuestro», es indicador de que todos los hombres somos iguales, todos somos hermanos y todos somos libres y están tan inter-relacionados tales dones, que uno no subsiste sin los otros, sino que se requieren y complementan mutuamente, igualdad gracias a la misma dignidad otorgada a todos por nuestro Padre; fraternidad, gracias a la relación de hermano en que me coloca llamar «nuestro» al que todos llaman Padre; libertad, gracias a los mismos derechos y obligaciones que nacen de disfrutar la misma herencia y patrimonio de nuestro Padre. Así entenderemos mejor la belleza de la naturaleza humana, si la sabemos poner en relación con su autor, nuestro Padre.

Sigamos considerando la introducción al Padre Nuestro, que como hemos visto nos presenta la máxima lección de nuestro Maestro Jesús y contiene insospechadas revelaciones. Las palabras siguientes: «que estás en los Cielos», nos enseñan a mirar rápidamente hacia la doble dirección del Dios que es nuestro Padre y del hombre que es hijo de Dios. En cuanto a Dios, a quien ya la designación de Padre lo ha acercado al corazón humano, su dignidad divina y su naturaleza perfectísima, piden que lo reconozcamos en su lugar propio e indiscutible; es el Ser Supremo, el que está por encima de todo y de todos en el Cielo.

SANTIFICADO SEA TU NOMBRE

He ido advirtiendo que las reflexiones sobre el Padre Nuestro, nos ayudan a todos a reconocer las muchas enseñanzas que Jesús, nuestro Maestro, nos dejó con la suprema lección que nos dio al componer su oración.

Por eso, voy a continuar comentando para ustedes, cada una de las frases verdaderamente profundas que contiene y que al decir de los grandes Doctores, incluyen y abarcan todo, absolutamente todo lo que el hombre necesita decir a Dios, porque quedan como propuestas en 7 expresiones, que bajo el número septenario, bíblicamente indican universalidad o totalidad. Después de la introducción tan bella que ya consideramos, la primera expresión de nuestra oración es: «santificado sea tu nombre». Evidentemente, «Santificar su nombre», nos hace declarar nuestra obligación de honrar a Dios, ¿cómo honramos a Dios?. En lugar de una sola reflexión meditativa acerca de esto, voy a enumerar 10 cosas prácticas de los muchos aspectos que sugieren.

HONRAR A DIOS ES:

1. Reconocerlo, aceptar su existencia, descubrirlo como autor de todos los seres, no vivir como si Dios no existiera.

2. Conocerlo, saber quién es, distinguirlo de los demás seres, darle su lugar en el orden de nuestros conocimientos, establecer su dignidad como ser supremo de Excelencia total.

3. Entenderlo, aunque nunca lograremos comprenderlo cabalmente, nuestro conocimiento de Dios habrá de ser progresivo, buscando que nuestra inteligencia se vaya enriqueciendo, iluminando más con Él; nunca agotaremos su conocimiento, ni alcanzaremos a penetrar en todos sus misterios.

4. Usar su nombre con respeto, con reverencia como algo verdaderamente santo, tan sagrado que en tanto es santificado, en cuanto nos santifica.

5. Venerar y apreciar santamente las personas, lugares y objetos o cosas directamente relacionadas con Dios o con su culto, evitando toda profanación o sacrilegio.

6. No atribuir a Dios lo que es puramente natural o físico, aunque parezca maravilloso, ni llamar divino lo que es simple obra humana o parece misterioso, para no caer ni en la superstición ni en el ocultismo.

7. Actualizar la presencia de Dios: «Dios me ve», solían decir los antiguos, o «¿a dónde podré huir lejos de tu prestancia?»,confiesa el Salmista.
Honra mucho a Dios el que toma en cuenta su omnipresencia, el que rectifica sus acciones porque Dios lo ve.

8. Consagrar el mundo a Dios. Con esta expresión, el Concilio Vaticano inculca a los fieles la gran tarea que los corresponde, de usar correctamente de los bienes materiales o temporales, que no debían ser nunca obstáculos sino medios legítimos que los lleven a Dios.

9. Dedicar las buenas obras a Dios: «Yo hago esto por amor a Dios», ha sido también una tradicional expresión muy estimulante, por la cual los cristianos, como artistas del espíritu, embellecen lo mejor que pueden su vida para agradar a Dios.

10.»Todo sea para mayor gloria de Dios», como lo dijo San Pablo y lo hizo lema San Ignacio, no sólo para repetirlo como un estribillo mecánico, sino para que de acuerdo a las palabras de Jesús, «brille así nuestra luz ante los hombres para que vean nuestras buenas obras y glorifiquen al Padre que está en los cielos», que de palabra y obra honremos siempre a Dios repitiendo con sencillez y sinceridad: «Bendito sea Dios, Bendito sea su Santo Nombre».

VENGA A NOSOTROS TU REINO

Vamos a dedicar nuestra atención a la petición del Padre Nuestro «Venga a nosotros tu reino». Curiosa o interesante petición. ¿Sabemos en verdad lo que pedimos, cuando le decimos a Dios: «Venga a nosotros tu reino?». A veces creo que con esta petición nos sucede algo parecido a lo que le paso a la madre de los hijos del Zebedeo, quien solicitó para ellos a Jesús: «Manda que estos hijos míos, se sienten uno a tu derecha y el otro a tu izquierda en tu reino». Y Jesús le contesto: «No sabéis lo que pedís». Así creo que sucede con muchos que rezan el Padre Nuestro sin saber lo que piden, cuando piden venga el reino de Dios y precisamente porque al igual que aquella madre, tienen un sentido muy equivocado de ese reino. Sin embargo las lecciones de nuestro Maestro son educativas y las vamos aprendiendo. Veamos tres acepciones que se usan para entender mejor el sentido propio evangélico de Jesús:

1) Hay quienes piensan que el reino de Dios. Consiste en la gloria futura. En nada se relaciona con la vida presente, más que algo que ha de venir, es algo a lo que hay que llegar. No está en el mundo, sino fuera del mundo. No alcanza dimensión temporal sino sólo dimensión celestial. Con ironía se ridiculiza al cristiano como ajeno a los intereses de este mundo. Evidentemente este reino no viene a nosotros.

2) En un sentido sumamente materializado y terreno, hay quienes lo suponen como lo suponían los apóstoles cuando consideraban a Cristo como el que restauraría el reino de Israel; es decir: El orden socio político, en el que entran necesariamente todos los elementos humanos de ambición, poder y represalias a los opositores del sistema. Jesús mismo rechazó enérgicamente tal interpretación en su tiempo, pero no es raro en nuestros días, adivinarlo y sospecharlo en las ideologías de muchos guerrilleros y revolucionarios.

3) Para la mayor parte, el reino de Dios es la Iglesia de Cristo corno sociedad establecida entro los hombres, que aunque está en el mundo, no es el mundo, porque no pertenece a sus categorías ni a sus valores, pero sí es la que ha hecho venir a Dios a la tierra, para seguir caminando en la historia hasta llegar a su consumación en el Cielo. Este sentido, hay que considerarlo sólo parcialmente válido, porque entre Iglesia y Reino aún debe distinguirse como entra semilla y fruto.

La Iglesia es el reino que se inicia en marcha, no es aún el reino consumado, pleno y realizado. Ya se dan en ella los elementos básicos, pero todavía se tienen que seguir desarrollando todos los valores del reino, que Jesús vino a instaurar y que nos enumera hermosamente una de las plegarias de la fiesta de Cristo Rey, cuyo reino no es de este mundo porque es un «reino de la verdad y de la vida, reino de la santidad y de la GRACIA, reino de justicia, de amor y de paz». Ese sí es el reino que Jesús nos enseñó a pedir que venga a nosotros.

HÁGASE TU VOLUNTAD

Quizá la petición más seria y más fuerte, que tenemos que presentar cuando rezamos el Padre Nuestro, es ésta: «Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo». Es fuerte y seria porque tiene cuatro aspectos muy hermosos: de reconocimiento, de aceptación, de compromiso y de consuelo.

1) De reconocimiento: Reconocimiento de poder y de sabiduría. Con cuánta belleza lo expresó María Santísima al exclamar: «Hizo en mí cosas grandes el que todo lo puede». Qué mayor seguridad, qué mayor confianza podrá tener, el que recurro a quien puede y sabe; puede y sabe hacer las cosas. El conocimiento de esplendidez, que nos hace confiar en un Dios que supera nuestra pequeña esperanza, con su voluntad, que se cumple en la tierra como en el cielo. Reconocimiento de su fidelidad, porque el cielo y la tierra pasarán, pero su palabra se cumplirá.

2) De aceptación. Podrá tal vez aceptarse la voluntad divina, con una doble actitud; actitud gozosa de pleno consentimiento de sumisión y grata disposición a los planes de Dios, corno la Virgen Santísima; cuyo sello magnífico y señorial lo dio al decir como un eco, sus propias palabras: «Hágase en mí, según tu palabra», o con actitud de resignación a veces pasiva, destrozada, resistente y resentida, o a veces respetuosa, tranquila y comprensiva.

3) De compromiso: Compromiso ante el reto y la exigencia que supone enfrentar nuestra pequeña, débil y titubeante voluntad humana a la formidable, consolidada e indefectible voluntad divina. Como Jesús cuándo exclamó en la hora crucial de aceptar su pasión: «Padre mío, no se haga mi voluntad sino la tuya»; Como anteponiendo la tierna palabra «Padre» para arrebatar de ahí la fuerza, para hacer coincidir con la de él su voluntad. Esta expresión encierra en tan pocas palabras, el tremendo y heroico drama de la obediencia y de la libertad del hombre ante la soberana libertad del Padre.

4) De consuelo: La más hermosa dimensión que nos da la fe y que nos ayuda a situarnos en nuestro propio lugar y abrir los ojos para atisbar y muchas veces admirar los magníficos planes de Dios, viene de recoger el preciso significado de. Esta frase: «Hágase tu voluntad». Si hasta la hoja del árbol no se mueve sin la voluntad de Dios, si hasta los cabellos de nuestra cabeza están contados, si Dios tiene cuidado de los pajarillos y de las flores del campo, ¿cuál no deberá ser el consuelo, la entrega confiada, la esperanza cierta de un hijo de Dios, al pensar con cariño y respeto que se cumplen en él, los designios de Dios, como se cumplen tantas cosas de indescriptible belleza y orden, tanto en la tierra como en el cielo?».

Esta grandiosa imploración, ha fraguado a los mártires, a los héroes, a los santos. Ha elevado al hombre a ser hijo de Dios, ha plasmado el ejemplo supremo, en la persona de Cristo: De Él aprendamos, como Él cumplamos.

El PAN NUESTRO

Había ya recorrido la primera parte, tengo pendiente la otra mitad. Bellamente El «Padre Nuestro» tiene esas dos partes bien claras: La primera que trata las cosas que honran a Dios y la segunda que trata las cosas que necesita el hombre. De esta oración se puede decir lo mismo que nos enseñaron en el catecismo infantil sobre los Mandamientos de la Ley de Dios, cuando nos aclaraban que los tres primeros se refieren al honor de Dios y los otros siete al provecho del prójimo.

Así también puede aplicarse tal descripción al Padre Nuestro; donde las cláusulas de la primera parte se refieren a la alabanza de Dios y la segunda parte se refieren a las necesidades del hombre. Ahora bien: La primera cláusula de esta segunda parte: «Danos hoy nuestro pan de cada día», se refiere a la necesidad fundamental del hombre que es la subsistencia y no es difícil apreciar el paralelismo de las expresiones iniciales de cada parte, cuando notamos que el «pan nuestro, nos lo da el «Padre Nuestro». Se establece una relación directa entre «el pan» y «el padre», como para constatar que la vida que es como el efecto inmediato del pan, tiene su fuente original y necesaria en el padre.

DANOS…

Nos toca reconocer la abundante y fecunda riqueza de enseñanzas que nos ofrece el «Padre Nuestro», en cada una de sus peticiones. En la petición del pan vamos a considerar y analizar esta palabra: «Danos». La palabra «danos» parece que cómoda y tranquilamente nos sitúa en un nivel paternalista, de total confianza, de entera pasividad. Si nos dejamos llevar de la indolencia y de la irresponsabilidad, no estaremos muy lejos de entender esta palabra tan favorablemente, que hasta nos gustaría imaginar que se repitiera con nosotros lo narrado en el libro del Exodo, con los peregrinos del pueblo escogido, a quienes en su trayecto por el desierto, Dios les concedía recibir todos los días directamente del cielo, como lluvia prodigiosa, el Maná que los nutrió durante cuarenta años.

Si bien, en circunstancias especiales y excepcionales, Dios ha querido mostrar la generosidad y eficacia de su providencia con su pueblo elegido, «El Padre Nuestro» no nos autoriza con esa palabra a atribuir a Dios un paternalismo tan absoluto, totalitario y fatal, que nos dejo enteramente en sus manos, despreocupados y sin el más leve interés de procurar nuestra dignidad y nuestro destino personal; más bien, al pedirle a Dios y confiar implícitamente un compromiso; el de saber recibir con gratitud y aprecio lo que nos da para sentimos obligados a dar nuestro rendimiento humano. Él nos da de comer para que nosotros tengamos fuerza para trabajar; el mismo trabajo responsable y fecundo, se volverá razón para obtener la comida, y hasta se podrá establecer como derecho para conseguirlo, según la directa expresión de San Pablo que dice «El que no trabaja que no coma».

Lejos está Jesucristo nuestro Salvador, de querer fomentar la holgazanería y la irresponsabilidad. Así como guardamos nuestra dignidad de personas al aprovechar lo recibido. Mientras hacemos nuestra vida más productiva, más útil, más desarrollada, más honramos por lo mismo al padre que nos la sostiene; una vida útil y responsable, es la respuesta digna y necesaria al don de la vida. Si algo debiera sacarse como consecuencia para aplicarse a la vida familiar, es amonestar a los hijos para que no se contenten y se queden muy tranquilos con recibir todo de sus padres. Ojalá que antes de casarse o de abandonar el hogar paterno, sepan, con su trabajo, corresponder a las necesidades de sus padres y a no abandonarlos en su vejez.

Si algo debiera aplicarse a la vida social, sería la exigencia de madurar cada uno en su responsabilidad cívica o comunitaria, para que se vayan acabando los paternalismos oficiosos de parte de los funcionarios, que presumen de otorgar favores y de parte del pueblo, que quiere conseguir todo dado y regalado, lo que con dignidad debe tener por su propio trabajo, por su propio derecho.

EL PAN DE CADA DÍA

Vamos a poner nuestra atención en la expresión del Padre Nuestro que habla del «pan de cada día». No podemos menos que admirar la profunda sabiduría de Jesucristo; nos enseña dos cosas; a contemplar a un padre providente que día a día cuida a sus hijos. Dios no es el simple creador que abandona su obra después de producirla, es el Padre diligente que a diario provee lo necesario para que su obra siga existiendo. Nos enseña además a contener nuestra ambición, nos enseña a pedir solo lo necesario y no lo superfluo, a quedarnos en el realismo del presente para no caer en la incierta llegada del futuro.

El pan de cada día no solo Significa el pan material, significa también el trabajo con que se gana el pan, según la sentencia bíblica: «Ganarás el pan con el sudor de tu frente», de lo cual debemos reconocer que tener trabajo es un don de Dios.
A veces se piensa en el trabajo bajo el solo aspecto de actividad del hombre con que adquiere el derecho de ganarse la vida, es válido ese aspecto pero no es el único, el trabajo, además de ser medio de ganarse la vida, es una oportunidad que se ofrece, y que muchas veces desgraciada e injustamente se niega al hombre. Aquí es importante caer en la cuenta, del papel tan noble y decisivo que tienen como administradores de Dios, como verdaderos instrumentos, de su divina providencia, todos los que pueden ofrecer trabajo, ser fuente de empleos, ser proveedores de labor.

PERDONA NUESTRAS OFENSAS

Consideremos ahora la cláusula que dice, «perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden». Al hacer esta imploración, muy pronto vamos advirtiendo que el perdón tiene un doble aspecto: Uno, pedirlo, otro concederlo. Pedirlo es fácil, concederlo es difícil; tomemos el primero por el cual, todos cuando pedimos perdón, a cualquier persona y sobre todo a Dios, lo hacemos seguros de que se nos va a conceder de una manera completa, universal o ¡limitada en cuanto al tiempo, en cuanto al modo y en cuanto a la gravedad, no importa el peso o el número de nuestros pecados, siempre confiamos en conseguir el perdón total y definitivo. Esta totalidad del perdón que esperamos de parte de Dios, se basa en dos razones principales: en que El es infinito, y en que es el Padre.

Como infinito, es un ser cuya bondad no tiene límites; como el padre representa un amor que no sabe otra cosa que no sea amar y por tanto es alguien dispuesto a dar siempre, eso es lo que significa la palabra perdonar, compuesta del reduplicativo por y del verbo «donar», que equivale a dar siempre. La imagen más estupenda y sugestiva de Dios, que nos ha revelado Jesucristo, ha sido cuando nos pintó al padre en la parábola del hijo pródigo. En esa historia, la prevaricación y la ofensa del hijo aparecen bien claras e injustificables, parecen imperdonables y aunque lo fueran en sí mismas, la hermosa historia nos lleva al desenlace inesperado del hijo que recurre a una luz de esperanza al recordar a su Padre y que se encuentra con el sol esplendoroso, en el Padre que le abre los brazos y no lo deja ni hablar para concederle el misericordioso perdón, más abundante de lo que el mismo hijo lo había esperado.

NO NOS DEJES CAER EN LA TENTACIÓN

NO NOS DEJES CAER EN LA TENTACIÓN, aunque es apenas una parte de toda esta oración, a mí me llega a parecer como si fuera en sí misma toda una oración.
Es la expresión que coloca directamente a Dios y al hombre en su justa dimensión. La TENTACIÓN, por antonomasia, es cuando el hombre quiere usurpar el lugar de Dios. «Serás como Dios» le dirá el «tentador».

En el fondo, todo pecado es corno la tentación de suprimir a Dios, que estorba con su Ley o con sus preceptos, para que el hombre, pueda afirmar su propia voluntad, cuando ésta no coincide con la de Dios.

«Prohibido prohibir», llegará a ser el grito con el que el hombre rechazará toda autoridad, inclusive la divina, cuando trate de proclamar su libertad o su autonomía.
Sólo en el reconocimiento del SER SUPREMO, podrá el hombre SIMPLE CRIATURA, curar su soberbia y su descabellada pretensión, poniéndose en su lugar, ante Dios, con la humilde imploración «no nos dejes caer en la tentación» que por eso, es toda una oración.

LÍBRANOS DEL MAL

Llegamos a la cláusula final «LÍBRANOS DEL MAL». Nuestra atención debe empezar por destacar la importancia de la misma primera palabra «LÍBRANOS» que nos hace suspirar por el máximo don que es la «libertad».

El propio Dios quiere que apreciemos que «ser libres» indica el mayor favor que Él nos concedio. No siempre somos conscientes de que nos viene de Dios, como lo más gratuito y preciado, nuestra «libertad». Cuánto nos oprime, cuánto nos sujeta, cuánto nos reprime, nos priva, nos despoja de esa digna condición. De ahí la inevitable y directa conclusión de que si la «libertad» nos viene de Dios, de que, si la perfección de nuestro ser querida por el Creador consiste en ser «libres» entonces, el «mal» «todo mal», no es otra cosa que la pérdida, la desgracia, la carencia de tan insigne don; el «mal» . En el orden humano, se reduce en último término a la esclavitud, a la degradación, quizá a la incapacidad o impotencia.

En la medida en la que Dios nos hace libres, en esa misma medida nos quiere vencedores. Ser libres del mal, no es solo una concesión que nos hace mantener pasivos, para atribuir todo el efecto de la libertad a la intervención divina; ser libres, es resultado de una combinación de fuerzas: la de Dios que asiste, con la mía, que me decide; ser libres, es efecto de dos voluntades, perfectamente sincronizadas: la de Dios, sin la cual no se mueve ni siquiera la hoja del árbol y la del hombre, sin la cual ningún acto llegaría a tener categoría humana ; la libertad bellamente considerada, es la interacción respetuosa y cabal del Ser Supremo
Con el ser humano; del primero ayudando, del segundo realizando; del primero, impulsando, del segundo, concretando.

Por eso, para «ser libres» hay que pedir la ayuda de Dios. No para contar con la protección mágica, sino para contar con la fuerza necesaria que nos haga capaces, a nosotros mismos, de vencer el mal.

«A Dios rogando y con el mazo dando…» lo dirá a su modo el sentir popular.

 

RELATED ARTICLES
- Advertisment -

Recientes