domingo, noviembre 9, 2025
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Un corazón libre es un corazón luminoso

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Los auténticos tesoros, las riquezas que cuentan, son el amor, la paciencia, el servicio a los demás y la adoración a Dios.

No atesoréis para vosotros tesoros en la tierra, donde la polilla y la carcoma los roen y donde los ladrones abren boquetes y los roban. Haceos tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni carcoma que los roen, ni ladrones que abren boquetes y roban. Porque donde está tu tesoro allí está tu corazón». (Mateo 6, 19-23).

No acumuléis tesoros en la tierra. Es un consejo de prudencia. Tanto que Jesús añade: «Mira que esto no sirve de nada, no pierdas el tiempo».

Son tres, en particular, los tesoros de los cuales Jesús pone en guardia muchas veces:

El primer tesoro es el oro, el dinero, las riquezas. Y, en efecto, «no estás a salvo con este tesoro, porque quizá te lo roben. No estás a salvo con las inversiones: quizá caiga la bolsa y tú te quedes sin nada. Y después dime: un euro más ¿te hace más feliz o no?. Por lo tanto, las riquezas son un tesoro peligroso.
Cierto, pueden también servir «para hacer tantas cosas buenas», por ejemplo: para poder llevar adelante la familia. Pero, si tú las acumulas como un tesoro, te roban el alma. Por eso Jesús en el Evangelio vuelve sobre este argumento, sobre las riquezas, sobre el peligro de las riquezas, sobre el poner las esperanzas en ellas.

El segundo tesoro del que habla el Señor «es la vanidad», es decir, buscar «tener prestigio, hacerse ver». Jesús condena siempre esta actitud: Pensemos en lo que dice a los doctores de la ley cuando ayunan, cuando dan limosna, cuando oran para hacerse ver. Por lo demás, tampoco la belleza sirve, porque también… se acaba con el tiempo.

El orgullo, el poder, es el tercer tesoro que Jesús indica como inútil y peligroso. Una realidad evidenciada en la primera lectura de la liturgia tomada del segundo libro de los Reyes (11, 1-4. 9-18. 20), donde se lee la historia de la «cruel reina Atalía: su gran poder duró siete años, después fue asesinada». En fin, «tú estás ahí y mañana caes», porque «el poder acaba: cuántos grandes, orgullosos, hombres y mujeres de poder han acabado en el anonimato, en la miseria o en la prisión…».

He aquí, pues, la esencia de la enseñanza de Jesús: «¡No acumuléis! ¡No acumuléis dinero, no acumuléis vanidad, no acumuléis orgullo, poder!
¡Estos tesoros no sirven!».

Más bien son otros los tesoros para acumular. Hay un trabajo para acumular tesoros que es bueno». Lo dice Jesús en la misma página evangélica: «Donde está tu tesoro allí está tu corazón».

Este es precisamente «el mensaje de Jesús: tener un corazón libre». En cambio «si tu tesoro está en las riquezas, en la vanidad, en el poder, en el orgullo, tu corazón estará encadenado allí, tu corazón será esclavo de las riquezas, de la vanidad, del orgullo».

Un corazón libre se puede tener sólo con los tesoros del cielo: el amor, la paciencia, el servicio a los demás, la adoración a Dios. Estas «son las verdaderas riquezas que no son robadas». Las otras riquezas —dinero, vanidad, poder— «dan pesadez al corazón, lo encadenan, no le dan libertad».

Hay que tender, por lo tanto, a acumular las verdaderas riquezas, las que «liberan el corazón» y te hacen «un hombre y una mujer con esa libertad de los hijos de Dios». Se lee al respecto en el Evangelio que «si tu corazón es esclavo, no será luminoso tu ojo, tu corazón».

Un corazón libre es un corazón luminoso, que ilumina a los demás, que hace ver el camino que lleva a Dios, que no está encadenado, que sigue adelante y además envejece bien, porque envejece como el buen vino: cuando el buen vino envejece es un buen vino añejo. Al contrario, el corazón que no es luminoso es como el vino malo: pasa el tiempo y se echa a perder cada vez más y se convierte en vinagre.

Pidamos al Señor para que nos dé esta prudencia espiritual para comprender bien dónde está mi corazón, a qué tesoro está apegado. Y nos dé también la fuerza de «desencadenarlo», si está encadenado, para que llegue a ser libre, se convierta en luminoso y nos dé esta bella felicidad de los hijos de Dios, la verdadera libertad». manos-corazon

LA MISA: SEMILLA PARA LA CONSTRUCCIÓN DEL REINO DE DIOS

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*Una interesante reflexión sobre la misa, su significado y su envío a ir afuera a ser constructores del Reino de Dios.

Durante las celebración dominical de la misa suelo prestar mucha atención a las moniciones de la Oración Universal, por lo general se hacen por las realidades sociales inmediatas, por los países y el mundo entero al escucharlas no puedo evitar emocionarme.

Lo mismo me ocurre cuando al final de la celebración el Sacerdote pronuncia la bendición de cierre “Podemos ir en paz para amar y servir a Dios” y es que inevitablemente pienso en el increíble poder transformador que tiene esa comunidad de fieles, todo el amor potencial, las posibilidades para el bien parecen infinitas cuando imaginamos lo que pasaría si se interiorizará la Palabra como guía, la Eucaristía como fuerza, el compromiso que implica recibir esa bendición final, que es más bien un envío para la semana que se inicia.

La palabra misa viene de las palabras latinas de la despedida, Ite, missa est, que significan “¡Vamos, somos enviados!”. Greg Pierce en su ensayo “La misa vista a través de los lentes de la despedida” señala que el verbo latino del cual viene la palabra missa deriva del verbo mittere. Dicho verbo significa “enviar fuera”. Esta simple aclaración lingüística tiene grandes implicaciones para nosotros los católicos, cuando la celebración acaba, se renueva nuestra misión de construir el Reino de Dios. Así que cada vez que al final de la celebración pronunciamos “Demos gracias a Dios” debemos hacerlo con la cabeza muy erguida, sintiéndonos dignatarios de las promesas del Señor para con la humanidad.

Con esta visión debemos valorar a la misa como una celebración activa y llena de significado para nuestro día a día. En la Liturgia de la Palabra el Sacerdote presta su voz a Cristo que a través del Evangelio habla e invita a revisar la rutina. En el Ofertorio se encuentra la ocasión perfecta para entregar todo lo que somos, realidades y proyectos, fortalezas y debilidades. En el Rito de la Comunión hay un encuentro real con Cristo, humildemente y por amor Él se hace pan para que podamos recibirlo en el corazón. Verdaderamente cuando un católico ha recibido la Eucaristía su rostro resplandece, su corazón es dotado del poder extraordinario del Espíritu Santo.

La misa es entonces como una semilla, y la tarea es cosechar generosamente la Palabra y el Amor que hemos recibido. Fortalecidos y enviados debemos darle sentido cristiano a cada uno de los aspectos de la vida: familia, trabajo y negocios, formación académica, amigos, noviazgo, ciudadanía. Verdaderamente si nos mantenemos consientes después de cada Eucaristía de que somos portadores del amor y la fuerza de Cristo cada aspecto de nuestras realidades colectivas e individuales sería transformado según el plan divino de Dios. Esa conciencia permanente bastaría para cambiar desde los malos tratos cotidianos hasta las ocasiones en los que la ética cede ante la corrupción de instituciones y gobiernos, un sistema virtuoso inspirado en la misión de construir el Reino de Dios.

Breve Historia de la Devoción De La Virgen Del Carmen

El Carmelo era sin duda, el monte donde numerosos profetas rindieron culto a Dios. Los principales fueron Elías y su discípulo Eliseo, pero existían también diferentes personas que se retiraban en las cuevas de la montaña para seguir una vida eremítica. Esta forma de oración, de penitencia y de austeridad fue continuada siglos más tarde, concretamente en el III y IV, por hombres cristianos que siguieron el modelo de Jesucristo y que de alguna forma tuvieron al mismo Elías como patrón situándose en el valle llamado Wadi-es-Siah.

A mediados del siglo XII, un grupo de devotos de Tierra Santa procedentes de Occidente -algunos creen que venían de Italia-, decidieron instalarse en el mismo valle que sus antecesores y escogieron como patrona a la Virgen María. Allí construyeron la primera iglesia dedicada a Santa María del Monte Carmelo. Desde su monasterio no quisieron crear una nueva forma de culto mariano, ni tampoco, el título de la advocación, respondía a una imagen en especial.

Quisieron vivir bajo los aspectos marianos que salían reflejados en los textos evangélicos: maternidad divina, virginidad, inmaculada concepción y anunciación. Estos devotos que decidieron vivir en comunidad bajo la oración y la pobreza, fueron la cuna de la Orden de los Carmelitas, y su devoción a la Virgen permitió que naciera una nueva advocación: Nuestra Señora del Carmen.

Seis cosas que deberías saber sobre las mentiras

A más mentiras, más sustancia blanca. Un equipo de investigadores de la Universidad de California del Sur (EE UU) descubrió hace unos años que la estructura del cerebro de los mentirosos compulsivos es distinta de la de los honestos. Concretamente, los investigadores estadounidenses han detectado que los embusteros compulsivos tienen en el lóbulo frontal del cerebro más cantidad de sustancia blanca que de sustancia gris, en torno a un 22% más. Dicho de otro modo, cuanto más ‘cableado’ tiene un sujeto el lóbulo prefrontal mayor es la facilidad que posee para mentir, tal y como daban a conocer en The British Journal of Psiquiatry.

Cambios de temperatura en el rostro. Cuando una persona miente se produce un ‘efecto Pinocho’, debido al cual la temperatura de la punta de su nariz aumenta o disminuye. También ascience su temperatura corporal en la zona del músculo orbital, en la esquina interna del ojo, según una investigación realizada por la Universidad de Granda con ayuda de termografía, una técnica basada en la detección de la temperatura de los cuerpos . ¿Cuándo decimos bulos? Según un trabajo dado a conocer en Psychological Science, las personas se muestran más predispuestas a mentir cuando actúan muy rápido y con poco tiempo. Cuando tienen más tiempo para reflexionar, sin embargo, restringe mucho la cantidad de mentiras de su discurso y se resiste a engañar. Según concluyen los autores, lo mejor es no presionar a una persona que queremos que sea sincera.

Los ojos sí engañan. Aunque existe la extendida creencia de que el movimiento de los ojos de una persona puede revelar si está mintiendo, y en concreto que el movimiento de los ojos hacia la derecha mientras nos comunicamos indica falta de honestidad, un estudio publicado hace poco en PLoS ONE revela que esta idea es infundada. Según Caroline Watt, de la Universidad de Edinmburgo, la idea es carece de fundamento y ha quedado desmentida por sus experimentos.

Mentiras insanas. Decir la verdad mejora la salud física y mental de las personas, según un estudio titulado «Ciencia de la Honestidad» Y dado a conocer en la última convención Anual de la Asociación Americana de Psicología. Por término medio, se estima que un norteamericano miente 11 veces cada semana. En los experimentos con más de un centenar de personas, Antita E. Kelly y sus colegas de la Universidad de Notre Dame comprobaron que si se les pedía que redujeran el número de mentiras, transcurridas diez semanas su salud física y mental había mejorado notablemente.

El estómago detecta embustes. Los cambios en la fisiología gástrica podría proporcionar un método mejor que los polígrafos clásicos para distinguir quien miente de quién dice la verdad, según un estudio de la Universidad de Texas que ha identificado un vínculo directo entre el actor de mentir y el aumento de las arritmias gástricas. Los científicos emplearon simultáneamente electrocardiogramas (para el corazón) y electrogastrogramas (para el estómago).

”Venid, benditos de mi Padre”

Venid, benditos de mí Padre, a tomar posesión del Reino de los Cielos.

Las palabras más bellas que pueda Dios decir a una criatura son ésas: ‘Venid’: la invitación personal a acercarnos sin temor; venid a mi mesa, venid a mi huerto, entrad en mi amistad.

Benditos de mí Padre: Tener la bendición de Dios en la vida es la máxima seguridad, porque esa bendición transforma tu vida entera en una amorosa felicidad.

A tomar posesión del Reino de los Cielos: Te daré la mitad de mi Reino, te doy mi Reino, se nos dice aquí; el Reino de Dios, ¡qué grande es, qué hermoso es, qué tuyo es! Aquí tienes la llave, pequeño príncipe del gran Reino. Te sonaba muy exigente el precio, porque te hablaban de cruz y renuncia, y ahora que eres dueño del castillo, ¿qué opinas? ¿Barato, muy caro, inefable? «Juego de niños», dijo uno del precio, cuando se lo mostraron, aunque lo maltrataron como a un mártir, y apostó por ese Reino; nadie se lo pudo arrebatar.

¿Por qué luchas en la vida? ¿Por qué te matas y trabajas y oras? ¡Qué rico eres y qué rico vas a ser, cuando te entreguen las llaves de un Reino eterno! Tienes que saber esperar y luchar y morir por ese Reino.

Tienes que estar en pie de lucha, debes funcionar con metas, estar hecho de urdimbre de guerrero.

Disfruta de la lucha también en las artes de la paz, y pelea por la santidad lo mismo que por ganar almas para Dios.

La vida bien entendida es lucha, aventura apasionante, en la que se debe escalar la alta cima con lo mejor del propio esfuerzo, con todo lo que dé el alma y las uñas y el corazón.

En marcha pues, luchador; ármate de valor y fuego, de hambre de Dios y de cumbres: las cumbres te esperan.

Dios te dice desde arriba: Te espero, te he esperado muchos siglos; aquí te quiero ver, herido, rasguñado, enflaquecido por el esfuerzo, pero entero el corazón, para darte el eterno abrazo de la victoria. En marcha, luchador, te esperan las cumbres.

Has caído en mil batallas y ésa es la brecha abierta en tus murallas, pero hoy es tu fe más grande que todas las derrotas sufridas, y debes surgir de tus cenizas como el Ave Fénix.

¿Puedes? Si crees, puedes, apoyado en el Dios de los ejércitos.

Está visto que para llegar a santo tienes que pelear mil batallas pequeñas y grandes, y admitir en el presupuesto también polvo y derrotas; no será fácil, nunca lo ha sido; por eso solo unos pocos se arriesgan. ¿Quieres ser de esos pocos?, ¿quieres pagar el precio y correr la aventura de Dios, la sagrada aventura de los grandes hombres? Te animan otros que tan pobres como tú, tan miserables como tú, tan nada como tú, supieron llegar. Tú llegarás como ellos.

SANTO TOMAS

Tomás significa «gemelo»

La tradición antigua dice que Santo Tomás Apóstol fue martirizado en la India el 3 de julio del año 72. Parece que en los últimos años de su vida estuvo evangelizando en Persia y en la India, y que allí sufrió el martirio.

De este apóstol narra el santo evangelio tres episodios.

El primero sucede cuando Jesús se dirige por última vez a Jerusalem, donde según lo anunciado, será atormentado y lo matarán.

En este momento los discípulos sienten un impresionante temor acerca de los graves sucesos que pueden suceder y dicen a Jesús: «Los judíos quieren matarte y ¿vuelves allá?. Y es entonces cuando interviene Tomás, llamado Dídimo (en este tiempo muchas personas de Israel tenían dos nombres: uno en hebreo y otro en griego. Así por ej. Pedro en griego y Cefás en hebreo). Tomás, es nombre hebreo. En griego se dice «Dídimo», que significa lo mismo: el gemelo.

Cuenta San Juan (Jn. 11,16) «Tomás, llamado Dídimo, dijo a los demás: Vayamos también nosotros y muramos con Él». Aquí el apóstol demuestra su admirable valor. Un escritor llegó a decir que en esto Tomás no demostró solamente «una fe esperanzada, sino una desesperación leal». O sea: él estaba seguro de una cosa: sucediera lo que sucediera, por grave y terrible que fuera, no quería abandonar a Jesús. El valor no significa no tener temor. Si no experimentáramos miedo y temor, resultaría muy fácil hacer cualquier heroísmo. El verdadero valor se demuestra cuando se está seguro de que puede suceder lo peor, sentirse lleno de temores y terrores y sin embargo arriesgarse a hacer lo que se tiene que hacer. Y eso fue lo que hizo Tomás aquel día. Nadie tiene porque sentirse avergonzado de tener miedo y pavor, pero lo que sí nos debe avergonzar totalmente es el que a causa del temor dejemos de hacer lo que la conciencia nos dice que sí debemos hacer, Santo Tomás nos sirva de ejemplo.

La segunda intervención:

Sucedió en la Última Cena. Jesús les dijo a los apóstoles: «A donde Yo voy, ya sabéis el camino». Y Tomás le respondió: «Señor: no sabemos a donde vas, ¿cómo podemos saber el camino?» (Jn. 14, 15). Los apóstoles no lograban entender el camino por el cual debía transitar Jesús, porque ese camino era el de la Cruz. En ese momento ellos eran incapaces de comprender esto tan doloroso. Y entre los apóstoles había uno que jamás podía decir que entendía algo que no lograba comprender. Ese hombre era Tomás. Era demasiado sincero, y tomaba las cosas muy en serio, para decir externamente aquello que su interior no aceptaba. Tenía que estar seguro. De manera que le expresó a Jesús sus dudas y su incapacidad para entender aquello que Él les estaba diciendo.

Admirable respuesta:

Y lo maravilloso es que la pregunta de un hombre que dudaba obtuvo una de las respuestas más formidables del Hijo de Dios. Uno de las más importantes afirmaciones que hizo Jesús en toda su vida. Nadie en la religión debe avergonzarse de preguntar y buscar respuestas acerca de aquello que no entiende, porque hay una verdad sorprendente y bendita: todo el que busca encuentra.

Le dijo Jesús: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí» Ciertos santos como por ejemplo el Padre Alberione, Fundador de los Padres Paulinos, eligieron esta frase para meditarla todos los días de su vida. Porque es demasiado importante como para que se nos pueda olvidar. Esta hermosa frase nos admira y nos emociona a nosotros, pero mucho más debió impresionar a los que la escucharon por primera vez.

En esta respuesta Jesús habla de tres cosas supremamente importantes para todo israelita: el Camino, la Verdad y la Vida. Para ellos el encontrar el verdadero camino para llegar a la santidad, y lograr tener la verdad y conseguir la vida verdadera, eran cosas extraordinariamente importantes.

En sus viajes por el desierto sabían muy bien que si equivocaban el camino estaban irremediablemente perdidos, pero que si lograban viajar por el camino seguro, llegarían a su destino. Pero Jesús no sólo anuncia que les mostrará a sus discípulos cuál es el camino a seguir, sino que declara que Él mismo es el Camino, la Verdad y la Vida.

Notable diferencia: Si le preguntamos al alguien que sabe muy bien: ¿Dónde queda el hospital principal? Puede decirnos: siga 200 metros hacia el norte y 300 hacia occidente y luego suba 15 metros… Quizás logremos llegar. Quizás no. Pero si en vez de darnos eso respuesta nos dice: «Sígame, que yo voy para allá», entonces sí que vamos a llegar con toda seguridad. Es lo que hizo Jesús: No sólo nos dijo cual era el camino para llegar a la Eterna Feliz, sino que afirma solemnemente: «Yo voy para allá, síganme, que yo soy el Camino para llegar con toda seguridad». Y añade: Nadie viene al Padre sino por Mí: «O sea: que para no equivocarnos, lo mejor será siempre ser amigos de Jesús y seguir sus santos ejemplos y obedecer sus mandatos. Ese será nuestro camino, y la Verdad nos conseguirá la Vida Eterna».

El hecho más famoso de Tomás

Los creyentes recordamos siempre al apóstol Santo Tomás por su famosa duda acerca de Jesús resucitado y su admirable profesión de fe cuando vio a Cristo glorioso.

Dice San Juan (Jn. 20, 24) «En la primera aparición de Jesús resucitado a sus apóstoles no estaba con ellos Tomás. Los discípulos le decían: «Hemos visto al Señor». El les contestó: «si no veo en sus manos los agujeros de los clavos, y si no meto mis dedos en los agujeros sus clavos, y no meto mi mano en la herida de su constado, no creeré». Ocho días después estaban los discípulos reunidos y Tomás con ellos. Se presento Jesús y dijo a Tomás: «Acerca tu dedo: aquí tienes mis manos. Trae tu mano y métela en la herida de mi costado, y no seas incrédulo sino creyente». Tomás le contestó: «Señor mío y Dios mío». Jesús le dijo: «Has creído porque me has visto. Dichosos los que creen sin ver».

Parece que Tomás era pesimista por naturaleza. No le cabía la menor duda de que amaba a Jesús y se sentía muy apesadumbrado por su pasión y muerte. Quizás porque quería sufrir a solas la inmensa pena que experimentaba por la muerte de su amigo, se había retirado por un poco de tiempo del grupo. De manera que cuando Jesús se apareció la primera vez, Tomás no estaba con los demás apóstoles. Y cuando los otros le contaron que el Señor había resucitado, aquella noticia le pareció demasiado hermosa para que fuera cierta.

Tomás cometió un error al apartarse del grupo. Nadie está peor informado que el que está ausente. Separarse del grupo de los creyentes es exponerse a graves fallas y dudas de fe. Pero él tenía una gran cualidad: se negaba a creer sin más ni más, sin estar convencido, y a decir que sí creía, lo que en realidad no creía. El no apagaba las dudas diciendo que no quería tratar de ese tema. No, nunca iba a recitar el credo un loro. No era de esos que repiten maquinalmente lo que jamás han pensado y en lo que no creen. Quería estar seguro de su fe.

Y Tomás tenía otra virtud: que cuando se convencía de sus creencias las seguía hasta el final, con todas sus consecuencias. Por eso hizo es bellísima profesión de fe «Señor mío y Dios mío», y por eso se fue después a propagar el evangelio, hasta morir martirizado por proclamar su fe en Jesucristo resucitado. Preciosas dudas de Tomás que obtuvieron de Jesús aquella bella noticia: «Dichosos serán los que crean sin ver».

EL AMOR ES EL QUE HABLA

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Esta frase del libro de la vida de Santa Teresa nos ayuda a comprender lo que es la oración. Ella encuentra en Toledo a un Padre dominico conocido que no ve desde hace mucho tiempo. Le cuenta bajo secreto de confesión todo lo que le pasa a su alma y las penas sufridas por la reforma del Carmelo.

El religioso la escucha, la consuela y le pide que no deje de pedir por él. Teresa, agradecida, confía al Señor el alma de este sacerdote. Ella va al lugar a donde solía orar y allí se queda «muy recogida, con un estilo «abovado» que muchas veces, sin saber lo que digo, trato». Y añade: «que es el amor que habla» (Libro de la Vida, 34, 8).

Orar es dejar que hable el amor. ¡Cuántas veces le tenemos miedo al amor, no dejamos que el amor hable! Sino que preferimos que hable sólo nuestra razón o nuestra mera capacidad humana de entender las cosas. Muchas veces reprimimos el amor como si fuera muestra de debilidad como si también en la oración tuviéramos que demostrar los fuertes e inteligentes que somos. Sin embargo la oración, sin dejar impedirnos usar nuestro entendimiento, es el momento explayar el corazón, y de dejar que el Amor divino nos inunde y nos queme con sus rayos. En una sociedad más racionalista y secularizada, nos da vergüenza de liberar la parte más noble de nosotros mismos, nuestra capacidad de amar y ser amados. Y vivimos como mutilados, no respirando a pleno pulmón, caminando sólo al ritmo que nos permite nuestras convenciones humanas o nuestro miedo de amar demasiado.

Orar, «es el amor que habla». Santa Teresa cuenta que, dejando al religioso, comenzó a hablar con Dios con toda sencillez, como ella solía hacer, dejando que el amor hablase. No sólo el amor que su alma nutría hacia Dios, sino también «comprendiendo el amor que Dios le tiene a ella». La oración usa un lenguaje de amor. Y el lenguaje de amor es especial, es único, tiene su lógica, su gramática y su sintaxis. Lo entienden los que aman. Basta un gesto, una mirada, un movimiento, una sonrisa. Dejemos que el amor hable en nosotros. Dejemos que el Amor nos hable. Dejémonos conducir por el Espíritu Santo que es la persona de la Trinidad que es el Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre.

Cuando aprendamos el lenguaje del amor que nos enseña el Espíritu Santo, lenguaje hecho de sencillez y espontaneidad, que cualquiera que tenga un corazón puede aprender, entonces comprenderemos que la oración no es sino un ejercicio de amor, es una expresión de amor, es un grito de amor, es una súplica de amor.

La mística Teresa continua diciendo que el Amor que Dios tiene al alma hace que ésta se olvide de sí y «le parece está en Él». Nada la separa de Él. La sencillez del amor logra el mejor estado de unión. Entonces el alma orante «habla desatinos». Comienza a usar el lenguaje más elevado y puro, el lenguaje del amor, porque, como diría San Juan de la Cruz, «ya sólo en amar es mi ejercicio» (Cántico Espiritual, 95).

Un cristiano sin la Virgen y sin la Iglesia está huérfano.

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VATICANO, 29 Jun. 14 / 08:58 am (ACI/EWTN Noticias).- El Papa Francisco se encontró la tarde de ayer, ante la réplica de la Gruta de Nuestra Señora de Lourdes, en el Vaticano, con un grupo de jóvenes, a quienes dio algunas pautas para su discernimiento de su vocación espiritual, y les aseguró que sin la Virgen María y sin la Iglesia un cristiano está huérfano.

El Santo Padre indicó a los jóvenes que la vocación se busca como un niño, sostenidos de la mano de nuestra madre, la Virgen María.

“Para hacer el ‘test’ de una vocación cristiana correcta, hace falta preguntarse: ‘¿Cómo está mi relación con estas dos Madres que tengo?’, con la Madre Iglesia y con la madre María”.

“Esto no es un pensamiento de piedad, no, es una teología pura. Esto es teología. Cómo va mi relación con la Iglesia, con mi madre Iglesia, con la Santa Madre Iglesia jerárquica? ¿Y cómo está mi relación con la Virgen, que es mi Madre?”, cuestionó.

Francisco confesó que “cuando un cristiano me dice que no ama a la Virgen, que no le sale el buscar a la Virgen, a rezarle, me entristece”.

“Recuerdo una vez, hace casi 40 años, cuando estaba en Bélgica en un convenio, y había un matrimonio de catequistas, los dos profesores universitarios, con hijos, una hermosa familia, hablaban de Jesucristo muy bien. Llegados a cierto punto, les dije: ‘¿Y la devoción a la Virgen?’”.

A esto, recordó, ellos contestaron que “nosotros ya hemos superado esta etapa. Conocemos tanto a Jesucristo que no necesitamos a la Virgen”.

“Y lo que me vino a la mente y al corazón fue: Pero… ¡Pobres huérfanos!”, dijo Francisco.

El Santo Padre subrayó que “un cristiano sin la Virgen está huérfano. También un cristiano sin Iglesia es un huérfano. Un cristiano necesita de estas dos mujeres, dos mujeres madres, dos mujeres vírgenes: La Iglesia y la Madre de Dios”.

La Virgen María, remarcó, “nos acompaña siempre”, así como acompañó a su Hijo en su camino vocacional, “que fue tan duro, tan doloroso”.

El Papa también analizó la cultura actual, que sume a muchos jóvenes a vivir en la provisionalidad. “Esto sí, pero solo por un tiempo, y para otro tiempo… ¿Te casas? Sí, sí, pero hasta que el amor dure, después cada uno de vuelta a su casa otra vez…”, lamentó.

“El sentido del definitivo para nosotros es importante, porque estamos viviendo una cultura de lo provisional… Me explicaba un Obispo que un trabajador joven le dijo: ‘Yo quisiera ser sacerdote, pero solo por diez años’. Es así, lo provisional. Tenemos miedo del definitivo”.

El Santo Padre señaló que “para elegir una vocación, cualquiera, también la vocación ‘de estado’, el matrimonio, la vida consagrada, el sacerdocio, de debe elegir con una prospectiva de lo definitivo. Y a esto se opone la cultura de lo provisional. Es una parte de la cultura que a nosotros nos toca vivir en estos días, pero tenemos que vivirla y ganarla”.

“Bueno, también sobre este aspecto del definitivo, ¡creo que el que más tiene seguro su camino definitivo es el Papa! Porque el Papa… ¿Dónde terminará el Papa? Allá, en aquella tumba ¿no?”.

Al finalizar, Francisco invitó a los jóvenes a cantar la ‘Salve Regina’. “¿La saben cantar? ¿Cantamos la Salve Regina a la Virgen unidos? ¡Vamos!”.

Luego el Santo Padre dio la bendición a los jóvenes y a sus familias y les pidió, como acostumbra, que rezaran por él.

“No dejen nunca a la Madre de Dios y no caminen solos. Les deseo un buen camino de discernimiento. Para cada uno de nosotros, el Señor quiso una vocación, ese lugar donde Él quiere que nosotros pasemos nuestra vida. Pero hace falta buscarlo, encontrarlo, y después, continuar, caminar hacia delante… Muchas gracias y ¡buen camino!”, concluyó.