miércoles, noviembre 12, 2025
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ABRE LAS PUERTAS DE TU CORAZON PARA QUE TENGAS UNA NAVIDAD MUY ESPECIAL

ABRE LAS PUERTAS DE TU CORAZON PARA QUE TENGAS UNA NAVIDAD MUY ESPECIAL :
Muchas veces celebramos la navidad sin saber su verdadero significado.

Estamos en una de las épocas del año más emocionante del significado de la Cristiandad, el nacimiento de nuestro señor Jesucristo. Sin embargo, en los últimos tiempos, las fiestas navideñas han tomado un significado más comercial y menos religioso.

Es por eso que le exhorta a volver al verdadero significado de las celebraciones navideñas haciendo que Jesús nazca en cada corazón de los miembros de la familia.

La Navidad es tiempo de celebración, regalos, niños, alegría y familia, pero también la Navidad es época propicia para el reencuentro con nosotros mismos, con la Divinidad y con los demás.

También es tiempo para dejarse llevar por los sentimientos de solidaridad, dejando fluir libre¬mente nuestro afecto, cariño y comprensión con alguien que necesite un poco de nosotros.

NAVIDAD ES TIEMPO DE FAMILIA.

Reúne los tuyos para compartir momentos de ca¬lidad. Eviten el enfrentamiento, las discusiones y los recuerdos tristes o los reclamos. Comparte con tus hijos, eventos propios de la celebración de la Navidad y participa junto con ellos.

NAVIDAD ES FELICIDAD.

Rescata alguna de las ceremonias que forma¬ron parte de la Navidad feliz que más recuer-das. La Navidad mágica es para todos aquellos que sean niños de corazón. El pesebre, el arbo¬lito las guirnaldas, las velas, la cena, las nueces, los adornos, los postres, la música de Navidad. Escucha música navideña, rescata los sonidos y cantos propios de la navidad.

LA NAVIDAD ES TIEMPO DE PERDON Y RECONCILIACION.

Toma la decisión valiente de perdonar y llenarte de amor. No olvides que es la vida quien suelta los nuditos que nos mantuvieron atados al pasa¬do, cuando perdonamos desde el corazón. Perdónate a ti mismo, por los errores y las equivoca¬ciones del pasado y levántate para comenzar un presente nuevo y renovado.

NAVIDAD ES TIEMPO DE DAR.

Abre tu corazón y déjate llevar por el espíritu amoroso de la navidad y comparte un jugue-te, un plato de comida caliente, una visita, una sonrisa, una acción amorosa y desinteresada di¬rigida a suavizar su condición de limitación, soledad, necesidad o dolor. Si tienes niños, acompáñate de ellos, cuéntales sobre tu inicia¬tiva e invítalos a participar.

NAVIDAD, TIEMPO DE REFLEXION.

Encuentra un espacio para la re¬flexión. No te juzgues, ni presio¬nes. Simplemente obsérvate, una vez que definas las áreas que vas a mejorar, asume el compromi¬so contigo mismo de cambiar o transformar ese hábito, esa actitud o esa creencia que te causa daño a ti, o a través de ti a otros.

NAVIDAD, TIEMPO DE CONECTAR CON LA DIVINIDAD.

Conéctate a la presencia de lo Sagrado dentro y fuera de ti. No olvides que estás hecho de Es¬píritu Divino. Muchas veces has sentido que el Señor Dios se ha alejado de ti… cuando en reali¬dad lo que ha sucedido es que tú te has separado de El por algunas de las experiencias vividas con dolor o con confusión. Conéctate de nuevo a su presencia y practica algunos momentos de reco¬gimiento, oración y reflexión.

NAVIDAD ES EPOCA DE AGRADECER

Haz una lista de todas aquellas personas que alguna vez hicieron algo especial por ti, aún a pesar de no haber hablado con ellas en mucho tiempo. Elige un par de ellas y hazles una lla-mada para desearles una Feliz Navidad.
¡Suelta el pasado, deja de preocuparte por el futuro, vive el presente, la vida es maravillosa y todo va a estar bien!!!

Que esta Navidad, sea el co¬mienzo de una nueva y ma¬ravillosa etapa en tu vida. Sumérgete en el espíritu na¬videño y disfruta de las mil y una manifestaciones de su magia y las señales que de¬notan su presencia. Vamos, ¡muévete!, vence la apatía y pon en marcha tu imaginación para llenar tu vida y la de los tuyos con sentimientos y pensamientos alegres y positivos.

Que los buenos sentimientos que encierra la Navidad, se queden contigo y te acompa¬ñen a vivir cada día a lo largo del nuevo año. Que sea un tiempo para nuevos comienzos, para el fortalecimiento de tus rela¬ciones a través del amor, para que tus sueños se cumplan y para que vuelvas al reencuentro con¬tigo mismo y con la presencia de Dios.

COMO SER DE DIOS

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COMO SER DE DIOS :
ESCUCHAR

Desde que tenemos uso de razón, escuchamos hablar de Dios, de Jesús, de su vida, de su ministerio y de todo lo que represento para toda la humanidad. Nos relatan textos bíblicos que nos dicen muchas verdades; generalmente las escuchamos pero muy pocas le damos mayor importancia, muchas veces nos entran por un oído y nos salen por el otro. Cuando esto sucede debemos ser muy cuidadosos, ya que si alguien se nos acerca para hablarnos de Él, es porque el mismo Dios lo ha enviado para que conozcamos personalmente la obra que hizo a través de Jesús.
Ahora depende de cada uno de nosotros no solo Escuchar, sino prestar atención y reflexionar, ya que si lo hacemos empezaremos a comprender cuál es el propósito de Dios para cada uno de nosotros.

CREER

Todos creemos en Dios, incluyendo los que dicen llamarse ateos ya que en una situación de vida o muerte, clamarían a Dios fervientemente por sus vidas.
Esta muy bien creer, pero no es suficiente, ya lo dijo Santiago 2:19 «¿Tú crees que hay un solo Dios? ¡Magnífico! También los demonios lo creen, y tiemblan»
San Pablo nos dice: «Así que las personas llegan a confiar en Dios cuando oyen el mensaje acerca de Jesucristo» Romanos 10:17
Si escuchamos la palabra de Dios y la guardamos en nuestro corazón, comenzaremos a tener Fe.

FE

Sabes el significado de esta palabra: «Creer en algo que no se ve». Ejemplo: El aire, no se puede ver, no se puede tocar, no tiene color, sin embargo es tan real que sin él no podríamos vivir un solo segundo. Podemos escuchar sonidos, voces, pero no verlas.

CONFIAR

Significa tener la seguridad que todo aquello que está escrito en la Palabra de Dios «La Biblia» es absolutamente real.
Cuando llegamos a entender estos cuatro puntos, tenemos la certeza que Dios existe y está vivo. Cuando todo esto sucede, nos damos cuenta que Su único propósito es: perdonar todos nuestros errores, y ser parte de nuestra vida «habitar en nuestros corazones» Si se lo permitimos, Dios transforma nuestras vidas y nos hará nuevas personas.

CONFESIÓN

Si hasta aquí estas convencido que Dios puede hacer algo muy especial en tu vida, debes confesar ante Su presencia, tus errores, sean de la magnitud y gravedad que hayan sido, porque Él es justo y te perdonará y limpiará de todo mal. «Si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor, y Crees en tu corazón que Dios lo levanto de entre los muertos, serás salvo» Romanos 10:9

RELACIÓN PERSONAL

Para llegar a tener una relación personal con Jesús, debes no solo creer, sino incorporarlo a tu vida, para que a partir de ese momento el no este solamente en tu mente como una creencia, un mito o una cábala… sino en tu corazón como una realidad, ¡¡Cristo unido a tu persona!!

Él actuará como un medicamento para aliviar tus dolores del alma y cicatrizar las heridas que tengas en tu corazón.
Jesús, te dice: «Yo estoy a tu puerta y llamo; si oyes mi voz y me abres, entraré en tu casa y cenaré contigo» Apocalipsis 3:20
Si deseas abrir la puerta de tú corazón a Jesús, puedes hacerlo de esta manera:
«Señor Jesús, perdóname por no haberte tenido en cuenta, perdóname por todos los errores que he cometido, por no querer escucharte ni obedecerte. Hoy me doy cuenta de lo mucho que te necesito, por eso te abro la puerta de mi corazón y te pido que entres en mi vida y me enseñes a vivir de acuerdo a tus principios»

INMACULADA CONCEPCION DE LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARIA

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INMACULADA CONCEPCION DE LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARIA :
Martirologio Romano: Solemnidad de la Concepción Inmaculada de la bienaventurada Virgen María, que, realmente llena de gracia y bendita entre las mujeres, en previsión del nacimiento y de la muerte salvífica del Hijo de Dios, desde el mismo primer instante de su Concepción fue preservada de toda culpa original, por singular privilegio de Dios. En este mismo día fue definida, por el papa Pío IX, como verdad dogmática recibida por antigua tradición (1854).

Todo lo que se refiere a la Santísima Virgen María es un maravilloso misterio. Como la primera y más importante de las prerrogativas suyas es su condición de ser Madre de Dios, todo lo que deriva de ello-el caso de ser Inmaculada, por ejemplo- es una consecuencia de su especialísima, impar e irrepetible situación en medio de los hombres.

De hecho, en un tiempo concreto, justo en 1854, el papa Pío IX, de modo solemne y con todo el peso de su autoridad suprema recibida de Jesucristo, afirmó que pertenecía a la fe de la Iglesia Católica que María fue concebida sin pecado original. Lo hizo mediante la bula definitoria Ineffabilis Deus donde se declaraba esa verdad como dogma de fe.

Poco a poco fue descubriéndolo en el andar del tiempo y atendiendo a los progresos de la investigación teológica, al mejor conocimiento de las ciencias escriturísticas, a lo que era realidad viva en el espíritu y vida de los católicos y después de consultado el sentir del episcopado universal.

No es en ningún momento un gesto debido al capricho de los hombres ni a presiones ambientales o conveniencias económicas, políticas o sociales por las que suelen regirse las conductas de los hombres. No; es más bien la fase terminal y vinculante de un largo y complejo proceso en que se va desarrollando desde lo más explicito y directo hasta lo implícito o escondido y siempre al soplo del Espíritu Santo que asiste a la Iglesia por la promesa de Cristo. Por tanto, la definición dogmática no es la creación de una verdad nueva hasta entonces inexistente, sino la confirmación por parte de la autoridad competente de que el dato corresponde al conjunto de la Revelación sobrenatural. Por eso, al ser irreformable ya en adelante, asegura de manera inequívoca las conciencias de los fieles que al profesarla no se equivocan en su asentimiento, sino que están conforme a la verdad.

El libro del Génesis, la Anunciación de Gabriel trasmitida en el tercer evangelio, Belén donde nace el único y universal Redentor, El Calvario que es Redención doliente y el sepulcro vacío como triunfante se hacen unidad para la Inmaculada Concepción.

Los Santos Padres y los teólogos profundizaron en el significado de las palabras pondré enemistades entre ti y la mujer, entre tu descendencia y la suya reveladas y en los hechos; relacionaron las promesas primeras sobre un futuro Salvador, descendencia de la mujer, que vencería en plenitud al Maligno con aquellas palabras lucanas llena de gracia salidas del ángel Gabriel. Compararon a la Eva, madre primera de humanidad pecadora y necesitada de redención, con María, madre del redentor y de humanidad nueva y redimida. Pensaron en la redención universal y no podían entender que alguien -María- no la necesitara por no tener pecado. Con los datos revelados en la mano se estrujaron sus cabezas para entender la verdad universal del pecado original transmitido a todo humano por generación. Jugaron con las palabras Eva -genesíaca-, y Ave -neotestamentaria-, ambas del único texto sagrado, viendo en el juego maternidad analógica por lo común y lo dispar. Vinieron otros y otros más hablando de la dignidad de María imposible de superar; el mismo pueblo fiel enamorado profesaba la conveniencia en Ella de inmunidad, pero aún quedaban flecos sin atar. Salió algún teólogo geniudo diciendo ¡imposible! y otro sutil, que hilaba muy fino, afirmó que mejor es prevenir que curar la enfermedad para afirmar que la redención sí era universal y María la mejor redimida.

Solucionadas las aparentes contradicciones de los datos revelados que ataban todos los cabos sueltos y comprendido cuanto se puede entender en la proximidad del misterio, sólo quedaba dar la razón de modo solemne a la firme convicción de fieles y pastores en el pueblo de Dios que intuía, bajo el sereno soplo del Espíritu, que por un singular privilegio la omnipotencia, sabiduría y bondad infinitas de Dios habría aplicado, sin saber cómo, los inagotables méritos del Hijo Redentor a su Santísima Madre, haciéndola tan inocente desde el primer instante de su concepción, como lo fue después y para siempre, por haberla amado más que a ninguna otra criatura y ser ello lo más digno por ser la más bella de todo lo que creó. Así lo hizo, aquel 8 de diciembre, el papa Pío IX cuando clarificó para siempre el significado completo de llena de gracia, el Señor es contigo, bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre.

Mientras los teólogos estudiaban y discutían todos los pormenores, los artistas les tomaron la delantera, sobre todo los españoles Murillo, Ribera, Zurbarán, Valdés Leal y otros; también no españoles como Rubens o Tiepolo. Ponían en sus impresionantes lienzos a la Inmaculada con túnica blanca y manto azul, coronada de doce estrellas, que pisaba con total potestad y triunfo la media luna y la humillada serpiente.

NO AL ABORTO

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NO AL ABORTO :
¿Qué entiende la Iglesia por aborto?

La Iglesia Católica entiende por aborto la muerte provocada del feto, realizada por cualquier método y en cualquier momento del embarazo desde el instante mismo de la concepción. Así ha sido declarado el 23 de mayo de 1 988 por la Comisión para la Interpretación Auténtica del Código de Derecho Canónico.
La cuestión del aborto provocado,

¿Es sólo un problema científico, político o social?

Ciertamente, no. Esta cuestión es, desde luego, un problema científico, político y social grave. Pero también es, y en gran medida, un serio problema moral para cualquiera, sea o no creyente.

¿Tenemos los católicos obligaciones adicionales acerca de la cuestión del aborto, respecto de los no católicos o no creyentes?

Todo hombre y toda mujer, si no quieren negar la realidad de las cosas y defienden la vida y la dignidad humanas, han de procurar por todos los medios lícitos a su alcance que las leyes no permitan la muerte violenta de seres inocentes e indefensos. Pero los cristianos, entre los que nos contamos los católicos, sabemos que la dignidad de la persona humana tiene su más profundo fundamento en el hecho de ser hijos de Dios y hermanos de Jesucristo, que quiso ser hombre por amor a todos y cada uno de nosotros.

Por eso los católicos, si vivimos nuestra fe, valoramos en toda su dimensión el drama terrible del aborto como un atentado contra esta dignidad sagrada. Más que de obligaciones adicionales, pues, habría que hablar de una más profunda y plena comprensión del valor de la persona humana, gracias a nuestra fe, como fundamento para nuestra actitud en favor de la vida, ya que sabemos que el olvido de Dios lleva con más facilidad al olvido de la dignidad humana.

Como católica, ¿en qué incurre una persona que realiza o consiente que le realicen un aborto?

Quien consiente y deliberadamente practica un aborto, acepta que se lo practiquen o presta una colaboración indispensable a su realización, incurre en una culpa moral y en una pena canónica, es decir, comete un pecado y un delito.

¿En qué consiste la culpa moral?

La culpa moral es un pecado grave contra el valor sagrado de la vida humana. El quinto Mandamiento ordena no matar. Es un pecado excepcionalmente grave, porque la víctima es inocente e indefensa y su muerte es causada precisamente por quienes tienen una especial obligación de velar por su vida.
Además, hay que tener en cuenta que al niño abortado se le priva del Sacramento del Bautismo.

¿Qué es una pena canónica?

La pena canónica es una sanción que la Iglesia impone a algunas conductas particularmente relevantes, y que está establecida en el Código de Derecho Canónico, vigente para todos los católicos.
¿En qué pena canónica incurre quien procura un aborto?
El que procura un aborto, si sabe que la Iglesia lo castiga de este modo riguroso, queda excomulgado. El Canon 1398 dice: «Quien procura un aborto, si éste se produce, incurre en excomunión Latae sententiae»

Por otra parte, el Canon 1041 establece que el que procura un aborto, si éste se consuma, así como los que hayan cooperado positivamente, incurre en irregularidad, que es el impedimento perpetuo para recibir órdenes sagradas.

¿Qué quiere decir incurrir en excomunión?

Significa que un católico queda privado de recibir los Sacramentos mientras no le sea levantada la pena: no se puede confesar válidamente, no puede acercarse a comulgar, no se puede casar por la Iglesia, etc. El excomulgado queda también privado de desempeñar cargos en la organización de la Iglesia.

¿Qué quiere decir que una excomunión es Latae sententiae?

Con esta expresión se quiere decir que el que incurre en ella queda excomulgado automáticamente, sin necesidad de que ninguna autoridad de la Iglesia lo declare para su caso concreto de manera expresa.

¿Significa algo especial la frase «si éste -el aborto- se produce»?

Sí. Quiere decir que, para que se produzca la pena de excomunión, el aborto debe consumarse, es decir, el hijo ha de morir como consecuencia del aborto. Si, por cualquier circunstancia, el aborto no llega a consumarse, no se producirá la excomunión, aunque se dará el pecado.

En el caso del aborto, ¿quiénes incurren en la pena de excomunión?

Si se dan las condiciones que configuran la pena de excomunión, en este caso quedan excomulgados, además de la mujer que aborta voluntariamente, todos los que han prestado colaboración indispensable a que se cometa el aborto: quienes lo practican, quienes los ayudan de modo que sin esa ayuda no se hubiera producido el aborto, etc.

ADVIENTO TIEMPO POR EXCELENCIA DE MARIA

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ADVIENTO TIEMPO POR EXCELENCIA DE MARIA :
Históricamente la memoria de María en la liturgia ha surgido con la lectura del Evangelio de la Anunciación antes de Navidad en el que con razón ha sido llamado el domingo mariano prenatalicio.

Hoy el Adviento ha recuperado de lleno este sentido con una serie de elementos marianos de la liturgia, que podemos sintetizar de la siguiente manera:

– Desde los primeros días del Adviento hay elementos que recuerdan la espera y la acogida del misterio de Cristo por parte de la Virgen de Nazaret.

– La solemnidad de la Inmaculada Concepción se celebra como «preparación radical a la venida del Salvador y feliz principio de la Iglesia sin mancha ni arruga («Marialis Cultus 3).

– En las ferias del 17 al 24 el protagonismo litúrgico de la Virgen es muy característico en las lecturas bíblicas, en el tercer prefacio de Adviento que recuerda la espera de la Madre, en algunas oraciones, como la del 20 de diciembre que nos trae un antiguo texto del Rótulo de Ravena o en la oración sobre las ofrendas del IV domingo que es una epíclesis significativa que une el misterio eucarístico con el misterio de Navidad en un paralelismo entre María y la Iglesia en la obra del único Espíritu.

En una hermosa síntesis de títulos. I. Calabuig presenta en estas pinceladas la figura de la Virgen del Adviento:

– Es la «llena de gracia», la «bendita entre las mujeres», la «Virgen», la «Esposa de Jesús», la «sierva del Señor».

– Es la mujer nueva, la nueva Eva que restablece y recapitula en el designio de Dios por la obediencia de la fe el misterio de la salvación.

– Es la Hija de Sion, la que representa el Antiguo y el Nuevo Israel.

– Es la Virgen del Fiat, la Virgen fecunda. Es la Virgen de la escucha y de la acogida.

En su ejemplaridad hacia la Iglesia, María es plenamente la Virgen del Adviento en la doble dimensión que tiene siempre en la liturgia su memoria: presencia y ejemplaridad. Presencia litúrgica en la palabra y en la oración, para una memoria grata de Aquélla que ha transformado la espera en presencia, la promesa en don. Memoria de ejemplaridad para una Iglesia que quiere vivir como María la nueva presencia de Cristo, con el Adviento y la Navidad en el mundo de hoy.

En la feliz subordinación de María a Cristo y en la necesaria unión con el misterio de la Iglesia, Adviento es el tiempo de la Hija de Sión, Virgen de la espera que en el «Fiat» anticipa el Marana thá de la Esposa; como Madre del Verbo Encarnado, humanidad cómplice de Dios, ha hecho posible su ingreso definitivo, en el mundo y en la historia del hombre.

QUIZAS ESTAMOS ORANDO MAL

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QUIZAS ESTAMOS ORANDO MAL :
En una ocasión, un joven entró en una capilla de adoración perpetua, se arrodilló frente al Santísimo, se persignó, juntó su manos y empezó a orar: “Señor Jesús, vengo ante ti porque quiero que me des esto, me des aquello, me permitas cumplir con esto… También te pido que me libres de todo mal y me lleves siempre por el buen camino… Amén”. Una vez finalizó su oración, el joven se puso de pie y se marchó hacia su hogar.
A la salida de la Iglesia se encontró con una mujer sentada en una silla plástica quebrada, con un abrigo color café muy antiguo y deteriorado, con un cabello plateado y una enorme sonrisa. Algo en el corazón del joven lo llamó a detenerse: “¿Cómo está usted?” le preguntó el joven a la mujer, “Muy bien por la gracia de Dios” dijo la mujer.
Mientras conversaban la mujer empezó hablar sobre su vida, diciendo estar admirada con el joven, ya que son pocas las personas que se detienen a hablar con “una vagabunda”: Sabe algo, yo me reúso a ser una vagabunda, no me entra en mi cabeza eso, yo sé que yo puedo salir de esto, a veces me pongo a pensar ¡qué dura es la vida! Ayer lo tenía todo y ahora no tengo nada, pero no me rindo, aquí estoy gracias a Dios, desde pequeña aprendí a tejer, y esas habilidades son las que hoy me sirven para tejer sombreritos para bebés, los vendo y se convierten en los centavos que me dan el pan de cada día.

La mujer hablaba como si nunca hubiera tenido alguien quien la escuchara. Entre tantas anécdotas hubo una que estremeció el corazón del joven, la mujer del cabello plateado le dijo que habían momentos en su vida en lo que ella sentía que Dios no la escuchaba, es por eso que ella decidió empezar a escribir sus oraciones para Dios en una pequeña libreta, tenía dos oraciones escritas, la primera decía de la siguiente manera: “Señor Jesús, tu sabes que lo he perdido todo, es por eso que hoy te quiero pedir lo siguiente: Un televisor, dos sillones, 50 monedas, una cama y una mesa, muchas gracias… Amén”. Seguidamente de leer esa oración la mujer guardó silencio entre risas, “Y… ¿El Señor escuchó su oración?” preguntó el joven un poco confundido, “Pues la verdad, quizás si me escuchó, pero no me cumplió lo que le pedí” dijo la mujer.
Luego la mujer decidió leerle la segunda oración que había escrito en su libreta, esta decía de la siguiente manera: “Señor, te pido que me ayudes, si es tu voluntad, permíteme conseguir cartón para que pueda dormir tranquila esta noche… Amén”. Luego de que la mujer leyera esa oración tan sencilla y sincera, el joven comprendió que quizás él estaba orando mal…
Muchas veces en nuestras vidas, confundimos la oración como si fuese una lámpara mágica que al frotarla nos concederá tres deseos… San Juan Damasceno, decía que la oración es la elevación del alma a Dios o la petición a Dios de bienes convenientes “todo me es licito mas no todo me conviene” (1 Cor 10, 23), es decir, la oración no se trata de una conversación entre un hombre y un genio que cumple deseos, la oración es como un diálogo entre amigos en donde el hombre habla con Dios, se trata de hablar con Él con la misma naturalidad y sencillez con la que hablamos con un amigo de absoluta confianza.

¿Desde dónde hablamos cuando oramos? ¿Desde la altura de nuestro orgullo y de nuestra propia voluntad, o desde “lo más profundo” (Sal 130, 1) de un corazón humilde y contrito? El que se humilla es ensalzado (cf Lc 18, 9-14). La humildad es la base de la oración. “Nosotros no sabemos pedir como conviene” (Rm 8, 26). La humildad es una disposición necesaria para recibir gratuitamente el don de la oración: el hombre es un mendigo de Dios (San Agustín, Sermo 56, 6, 9).
La oración no se trata de pedirle a Dios que cumpla nuestros deseos, sino a que nos dé lo que nuestros corazones necesitan en ese momento. “Que no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú” (Mc 14, 36). La mujer del cabello plateado entendió que lo que realmente necesitaba era confiar en la santísima voluntad de Dios… “Y todo lo que pidiereis en oración, creyendo, lo recibiréis” (Mt 21, 22).

La beata Madre Teresa de Calcuta habla sobre la oración y dice que:

Es difícil orar si no se sabe orar, pero hemos de ayudarnos. El primer paso es el silencio. No podemos ponernos directamente ante Dios si no practicamos el silencio interior y exterior. El silencio interior es muy difícil de conseguir, pero hay que hacer el esfuerzo. En silencio, encontraremos nueva energía y una unión verdadera. Tendremos la energía de Dios para hacer bien todas las cosas, así como la unidad de nuestros pensamientos con Sus pensamientos, de nuestras oraciones con Sus oraciones, la unidad de nuestros actos con Sus actos, de nuestra vida con Su vida. La unidad es el fruto de la oración, de la humildad, del amor. Dios nos habla en el silencio del corazón. Si estás frente a Dios en oración y silencio, Él te hablará; entonces, sabrás que no eres nada. Y sólo cuando comprendemos nuestra nada, nuestra vacuidad, Dios puede llenarnos de Sí mismo.
Una verdadera oración es aquella en que las palabras no son parte de la rutina, sino que son dichas desde lo más profundo del corazón. La oración es el momento en el que damos gracias, alabamos y adoramos a Dios, es el momento en el que buscamos su amor misericordioso capaz de sanar las heridas de nuestro corazón, es el momento en el que ofrecemos nuestra vida al Rey de Reyes, en el que nos presentamos ante el como seres débiles “sin ti yo no soy nada, contigo todo lo puedo”, finalmente, la oración es el momento en el que buscamos su auxilio y protección… “Y yo os digo: Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá” (Lc 11,9). Precisamente, San Pio de Pietrelcina decía que la oración es un desahogo de nuestro corazón en el de Dios y que “cuando se hace bien, la oración conmueve el corazón de Dios y le invita, siempre más, a acoger nuestras súplicas”
“Cuando ustedes oren, no hagan como los hipócritas: a ellos les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos. Les aseguro que ellos ya tienen su recompensa. Tú, en cambio, cuando ores, retírate a tu habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará. Cuando oren, no hablen mucho, como hacen los paganos: ellos creen que por mucho hablar serán escuchados. No hagan como ellos, porque el Padre que está en el cielo sabe bien qué es lo que les hace falta, antes de que se lo pidan” (Mt 6, 5-8).

LAS GRIETAS DEL ALMA

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LAS GRIETAS DEL ALMA :
Claro, no puede haber progreso en la vida del alma. Con tantas grietas…

Sí, porque un corazón que escucha ruido y confusión, que lee textos caóticos y a veces dañinos, que continuamente ve imágenes o se zambulle en juegos electrónicos, no puede tener paz. Porque si me dejo enredar por las modas y por los placeres del momento estoy condenado al vacío y al sinsentido.

Son tantas esas grietas… Grietas de egoísmo y de pereza. Grietas de vanidad y de soberbia. Grietas de sensualidad y de avaricia. Grietas de ira y de rencores. Poco a poco, pierdo la paz, vivo según la carne, ahogo la voz del Espíritu.

Necesito salir del agujero y recuperar la paz. Sólo con ella mi corazón podrá abrirse a la reflexión seria, al mensaje maravilloso de vida y verdad que nos ofrece Jesucristo.

Por eso, en el camino de la propia vida resulta urgente descubrir y cerrar aquellas grietas que cada uno tiene en su propia alma.

Curar todas esas grietas, de golpe, sólo sería posible con un milagro. Pero Dios existe… Basta con empezar a colaborar, seriamente, para cortar, para limpiar, para acudir a la confesión, para rezar ante las tentaciones, para prescindir de lecturas o de imágenes que me dañan. Así estaré más libre para invertir mi tiempo y mi corazón en el Evangelio, en la oración, y en el servicio a mis hermanos.

Hay muchas grietas en mi alma. Hoy empiezo un nuevo día. Tengo tiempo, tengo voluntad, tengo amor. Dios me anima y, sobre todo, me da su gracia. Hay que bajar a lo concreto, a esas fotos, a esos libros, a esos ruidos que he de alejar de mi vida para que haya espacios abiertos y disponibles a una maravillosa aventura de amor y de esperanza.

LA VIDA TEMPORAL Y LA VIDA ETERNA

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LA VIDA TEMPORAL Y LA VIDA ETERNA :
El cristianismo, una religión de milagros y de misterios.

Hay dos errores gravísimos: el de instalarse cómodamente en la vida del tiempo, haciendo del camino fin y de lo provisional definitivo, comprometiendo así gravemente la vida en la eternidad; y el obsesionarse hasta la obnubilación con la vida eterna, de tal modo que, en un quietismo antivitalista, olvidemos que es aquí, en la vida temporal, donde hemos de definirnos para aquélla.
Es en el tiempo donde nos definimos para la salvación o la condenación eternas. Y es al fin del tiempo cuando ha de producirse el examen individual sobre el amor, es decir, sobre las obras, porque obras son amores y no buenas razones.

El milagro prueba el señorío de Dios sobre el orden de la naturaleza por El creado, que rompe o interrumpe.

El misterio prueba el señorío de Dios sobre la Verdad, que, sin dejar de serlo, el hombre, por sí solo, no puede ver en muchas de sus parcelas, necesitando que El se las revele.

Centrando nuestra atención en lo mistérico, para percibir y percatarse de la Verdad que oculta, hace falta, con la Revelación, una fuente de conocimiento más alto que la de los sentidos, y aún más alto que la que nos proporciona la razón. Esa fuente más elevada de conocimiento se llama la fe.

Si la luz de Dios -Lumen Dei- permite al bienaventurado contemplar intuitivamente, hacienda innecesaria la luz de los sentidos, la luz de la razón y la luz de la fe el hombre, en tanto esa bienaventuranza no llegue, aquí, en el tiempo y en el espacio, necesita para su andadura correcta, para no tropezar o para rehacerse del tropiezo, alumbrarse con la llama triple de los sentidos, de la razón y de la fe.

También el cristianismo, por ser mistérico, aunque parezca contradictorio no lo es, porque lo contradictorio no puede concordarse, mientras que lo paradójico explica y concuerda en su contexto lo que, en principio, es decir, a primera vista, se presenta como discordante, inconciliable y antinómico.

Hay , así , paradoja y no contradicción en frases conocidas como éstas: «los últimos serán los primeros», «el que se humilla será ensalzado»·, «mi paz os dejo, pero he venido a traer la guerra», «dichosos los que padecen», «el que quiera salvar su vida la perderá,….»

La suprema paradoja -y no contradicción, como veremos- no está en unas palabras, sino en un hecho clave. Cristo, Maestro de la Verdad, dice de Si mismo: «Yo soy la Vida»; y sin embargo, la Vida encarnada muere en la Cruz.

A este hecho clave hemos de llegar si con la luz de los sentidos, de la razón y de la fe, nos acercamos a la vida y a la muerte, como problema esencial de todo hombre; y, como un derivado, al derecho a vivir de coda hombre en su etapa histórica en la que vosotros y yo nos encontramos.

La muerte, como destrucción orgánica, es un fenómeno psicosomático, que transforma el cuerpo animado en cadáver, al estar desprovisto de animación. Un cadáver, durante algunas horas, como por inercia, mantiene la configuración corporal; y hay cadáveres que, artificialmente -embalsamamiento y momificación- o sobrenaturalmente -cadáveres incorruptos de algunos santos-, la conservan por tiempo indefinido. Pero, en cualquiera de los casos, allí no hay cuerpos, sino cadáveres.

Pero la muerte, en el hombre, es algo más que un fenómeno psicosomático, que puede homologarse con la muerte de otros seres vivos creados. la muerte en el hombre es un fenómeno metafísico, sobrevenido porque el hombre, siendo naturaleza creada, es sobrenaturaleza. El hombre, enmarcado en, y fruto de la tarea creadora genesíaca, aparece como un ser sobrenatural en un doble sentido: por una parte, se le proclama rey de la creación, destinado a dominarla -por lo que está sobre ella-, y por otra, el aliento de vida que le da el ser es un aliento divino eternizante y, por ello cualitativamente distinto e infinitamente superior al del resto de todo lo creado.

El hombre, criatura-eternizada, no fue, ni siquiera originariamente, criatura glorificada, pero el aliento divino de vida, que al espiritualizarle lo eternizó, hizo tránsito a su envoltura corporal, que de suyo, de por sí, hubiera estado sujeta a la muerte. El hombre del paraíso era un hombre inmortalizado. la muerte en el hombre es un acontecimiento metafísico sobrevenido. la muerte de la carne es el fruto de la desobediencia de su espíritu libre, el Haftuag que dirían los alemanes, la responsabilidad hecha castigo por la Schuld, es decir, por la culpa.

Por eso, yo acojo con ironía el esfuerzo de algunos defensores, incluso en el campo católico, de la teoría de la evolución, con su lista más o menos imaginaria de los antropoides intermedios. Para mí, lo que teológica e históricamente se ha producido en la humanidad es, en cierto modo, una involución, una degradación, un retroceso. No es que el antropoide, en un momento y en un lugar indeterminados, se haya convertido en hombre, con la posición erecta -bípedo implume- y el ensanchamiento de su ángulo facial, sino que el hombre inmortalizado, con inteligencia diáfana y voluntad firme, al rebelar libremente su espíritu contra Dios, privó a su alma, no de su eternización -porque el espíritu no perece-, pero Si de su glorificación, y a la carne de su inmortalidad. Reducida la carne a sí misma, inutilizada por el pecado la fuerza inmortalizante del espíritu, el cuerpo del hombre quedó aprisionado por el deterioro y el desfallecimiento de la naturaleza creada que, en principio, iba a dominar. Por el pecado, la naturaleza le dominó y sometió la carne -sólo naturaleza de por sí- a su propia ley de finitud.

A luz de la fe proyectada sobre la muerte del hombre, sobre su reencuentro con la tierra, de cuyo barro se formó su carne, sobre la reconversión en polvo de lo que no era más que polvo, nos conduce desde la promesa del Paraíso que se perdió al cumplimiento histórico y metahistórico de la misma promesa. El vástago de José anunciado en el Génesis, próximo para Isaías, recordado en el Adviento que acaba de comenzar, vine a destruir el pecado y con el pecado su fruto, que es la muerte.

Esa victoria la consigue la Vida encarnada muriendo, y muriendo en la Cruz. A partir de ese instante, la muerte cobra, con significado distinto, otra valencia sobrenatural. No deja de ser un fenómeno psicosomático, no deja de ser salario del pecado, no deja de ser guadaña segadora, pero es, al mismo tiempo, para el hombre en gracia, que ha escondido su vida en Cristo y muere en El y con El, llave del Paraíso y janua coeli, puerta del cielo. Pero hay algo más. En el Símbolo de la Fe decimos que «creemos en la resurrección de los muertos»,. la conversión de la guadaña en llave del muro que cierra en pórtico que se abre, es una realidad esperanzada para el cuerpo, que recobrará su incorruptibilidad y será inmortalizado y glorificado. Cuando se consume la victoria sobre la muerte, victoria que tuvo su principio y tiene su garantía en Cristo resucitado, con los ojos del cuerpo, que ahora no pueden ver a Dios, traspasados por el lumen gloriae, se podrá contemplar en Dios lo que El ha preparado para el gozo del hombre.

Todo esto nos lleva a lo que podríamos llamar una nueva visión de la muerte, de la vida y del status viatoris que discurre desde que la vida temporal se inicia hasta que la vida temporal concluye.

Nueva visión de la muerte: Aunque la muerte en el hombre no deje de ser la obra del Maligno, que por odio a la vida la introdujo en la humanidad; aunque la muerte vaya despertando como vivencia acosadora conforme transcurren los años y se advierta su cercanía; aunque la vivencia de la muerte produzca pánico, por lo que pueda implicar de dolorosa y de tránsito a lo desconocido, repugnancia por instinto de conservación, rebeldía ante lo que puede interpretarse como inhumano, tristeza amarga como frustración del ser, resignación estoica ante la imposibilidad de evitarla, todo ello en el cristianismo es superable, porque su visión de la muerte, sin ignorar esas reacciones, las supera.

Para el cristiano, que mira la muerte no sólo con la luz de los sentidos y de la razón, sino con la luz de la fe, la muerte no aniquila el ser. La muerte es una separación, una despedida del cuerpo y del espíritu por desfallecimiento de aquél. La despedida no es para siempre. No es un adiós, sino un hasta luego. Lo tremendo del hombre no es que muera de verdad, sino que, aun deteriorándose y pulverizándose el cuerpo, el hombre -su yo personal identificante- no muere nunca.

Nueva visión de la vida: la vida del hombre es lineal, pero ascendente. En ella hay, no uno, sino dos alumbramientos; y ambos son dolorosos, porque la redención del hombre y la vida histórica del hombre están signadas por el dolor. El primer alumbramiento es el parto. Por el parto, el hombre ve la luz del mundo. Por el parto se da a luz en el tiempo; y la separación del claustro materno es dolorosa para la madre y para el hijo; y dolorosa hasta el derramamiento de sangre. Por el segundo alumbramiento, se pasa a la luz de la eternidad. Este nuevo dar a luz es también separación dolorosa, porque hay dolor en el cuerpo, que siente su desanimación progresiva, y en el alma, que, al irse desprendiendo de la nebulosa de los sentidos, con todas sus potencias en vigor, tiene conciencia nítida del desgarro. El dolor de este alumbramiento es más profundo que el del primero, porque incide en la más íntima radicalidad del ser. De alguna manera podría recordarlo la separación de la uña de la carne, a que se refería doña Jimena al separarse del Cid, o la frase de Antonio Rivera, nuestro «Angel del Alcázar»: «¡Me estoy muriendo!»

Ahora bien; si la muerte es otro alumbramiento, como el del trigo que se pudre para hacerse espiga, o el gusano de seda que, luego de hacer su capullo, lo rompe y, alado, se hace mariposa, o el del hierro que, en la fragua, incandescente y cincelado y forjado, se convierte en obra de arte, la muerte no es una pérdida, sino una ganancia, como dice San Pablo, y todas aquellas reacciones, pánico, repugnancia, rebeldía resignación, se hacen deseo. Nadie como Teresa de Jesús manifiesta ese deseo, no de morir como huida, como olvido o como descanso, sino como anhelo de usar la llave y de abrir la puerta de la Vida, de morir precisamente para vivir. El desasosiego de morir por no morir florece en los versos famosos: «Y en tal alto Vida espero, que muero porque no muero.»

Nueva visión del status viatoris: En el aquí y ahora de la primera etapa vital, el hombre, a la luz de la fe, no contempla lo que ha de sucederle como una prolongación sino dio de aquélla; como un estirón sin final del tiempo; como un tiempo con prórroga interminable. El tiempo de la eternidad ya no es tiempo. Y el parto segundo de la muerte no es una prolongación longitudinal, sino una ascensión cualitativa.

En el itinere histórico el hombre transcurre en él ahora-tiempo, y, como señala Zubiri, desde un instante hacia un algo. El «ahora temporal» navega sobre el «siempre eterno»; y ese ahora comprende para el hombre desde su concepción hacia y hasta su muerte corporal. En ese ahora, el hombre se va configurando, conformando, definiendo y haciéndose definitivo, de tal forma que configurado, conformado y definido, es decir, consumado definitivamente, llega con su alma, al morir el cuerpo, a la eternidad.

La Parusía, que es la exaltación jubilosa, del triunfo final de Cristo, supone la absorción del tiempo por la eternidad, la inmortalidad gloriosa del cuerpo humane y la transformación de la naturaleza en una tierra y en un cielo nuevos.

Siendo esto así, para un cristiano la etapa histórica de su vida es una preparación y una provisionalidad. Durante ella ha de procurar ir definiéndose, es decir, preparándose y equipándose para la eterna. El ahora ha de estar en función del siempre, y el camino y el quehacer del camino han de concebirse en función de la meta.

Caben aquí, sin embargo, dos errores gravísimos: el de instalarse cómodamente en la vida del tiempo, haciendo del camino fin y de lo provisional definitivo, comprometiendo así gravemente la vida en la eternidad; y el obsesionarse hasta la obnubilación con la vida eterna, de tal modo que, en un quietismo antivitalista, olvidemos que es aquí, en la vida temporal, donde hemos de definirnos para aquélla.

Es en el tiempo donde nos definimos para la salvación o la condenación eternas. Y es al fin del tiempo cuando ha de producirse el examen individual sobre el amor, es decir, sobre las obras, porque obras son amores y no buenas razones.

Con esta perspectiva, debemos asomarnos a la cuestión actualísima como ninguna de la muerte y de la vida temporales. Una y otra se contemplan desde la luz de los sentidos y de la razón, pero, sobre todo, a la luz de la Verdad revelada y, por tanto, de la fe: la fe objetiva, como haz de verdades, y la fe subjetiva, como virtud teologal.

La vida y la muerte temporales, en función de la Vida o de la muerte eternas, se contorsionan en la ley, en las costumbres y en la conciencia individual y colectiva. Ahí donde la vida está amenazada, allí el cristiano ha de comparecer para dar testimonio de la verdad, aunque el testimonio conlleve persecución y sacrificio.