miércoles, noviembre 12, 2025
Inicio Blog Página 114

ASI SOY

0

ASI SOY :
Resulta una fórmula fácil: “soy así, y no busques cambiarme ni esperes que yo mismo quiera cambiar”.

Es una fórmula con la cual podemos expresar cosas diferentes. Entre ellas, nos fijamos en dos. La primera: estamos contentos con nuestro modo de ser y de actuar. La segunda: suponemos que no podemos dejar de ser lo que somos aunque lo deseemos, aunque sintamos cierto desagrado por la “personalidad” que nos caracteriza.

Que hay personas contentas con su modo de ser es innegable. Hay quienes reaccionan de maneras más o menos definidas y piensan que su modo de vivir y de comportarse es el mejor para ellas. Quizá consideren que sus actos no son siempre ejemplares, pero piensan que son los más adecuados a su personalidad, a su historia, a sus antecedentes familiares, al ambiente en el que viven.

En este primer caso, sin embargo, es fácil descubrir peligros sumamente graves. Pensemos, por ejemplo, en quien vive contento en un grupo de tipo mafioso. Si piensa que ese estilo de vida le beneficia, si se siente a gusto en el mismo, si dice “así nací y así viviré mientras no me atrape la policía”, continuará en un estilo de vida inmoral y peligroso. El “yo soy así” hace que viva encadenado en el mundo del mal.

Gracias a Dios, también hay personas que están a gusto por acoger y llevar a la práctica comportamientos buenos y sanos. Quien dice “yo soy así” porque quiere conservar su estilo de vida honesto (en la familia, con los amigos, en el trabajo), aunque le ofrezcan alternativas atrayentes pero peligrosas, está simplemente confirmando una opción sana, que vale la pena mantener en el tiempo.

El segundo caso es más complejo. Se trata de personas que dicen “yo soy así” no porque estén contentas con su estilo de vida, sino porque han llegado a convencerse de que les resulta imposible cambiar, aunque lo desearían.

Pensemos en quien ha adquirido el hábito del tabaco hasta niveles dañinos para su salud, o en quien abusa de bebidas alcohólicas, o en quien es incapaz de mantener sus promesas y compromisos. Cada una de estas situaciones es distinta, pero el denominador común que encontramos en un grupo amplio de personas es que reconocen que les gustaría dejar esos estilos de vida, al mismo tiempo que dicen que no son capaces de lograr lo que desean.

El “yo soy así” de estas personas tal vez es sincero y real. Hay situaciones psicológicas que impiden dar un paso hacia estilos de vida que, esperamos, sean mejores. Pero otras veces el “yo soy así” es un sinónimo de pereza, de apatía, de una rendición fácil ante lo que se posee, aunque uno llegue a sentir pena por verse atrapado en comportamientos que le dañan o dañan a otros.

Fuera de los casos de enfermedades mentales que requieren la ayuda de especialistas, el “yo soy así” de la pereza puede ser superado simplemente con esa voluntad que todos tenemos pero que no siempre sabemos “desempolvar” en las distintas situaciones de la vida.

Si, además, reconocemos que existe un mundo superior, el de lo divino, y que Dios mismo está interesado en darnos una mano y en guiarnos hacia horizontes de vida más solidarios, más justos, más buenos, entonces seremos capaces de pensar y de decir algo nuevo: “sí, hasta ahora he sido así, he vivido de modo equivocado. Pero quiero, y deseo, y pido ayuda, para que de ahora en adelante mi vida avance por derroteros que anhelo profundamente y que me llevarán a comportamientos y estilos de vida más sanos, más nobles, más amigables, más bellos”.

AL PARECER DIOS NO ESCUCHA MIS PLEGARIAS

Se cuenta que el emperador romano Alejandro Severo, pagano, pero naturalmente honesto, tuvo un día entre sus manos un pergamino en donde se hallaba escrito el Padrenuestro. Lo leyó lleno de curiosidad y tanto le gustó que ordenó a los orfebres de su corte fundir una estatua de Jesucristo, de oro purísimo, para colocarla en su propio oratorio doméstico, entre las demás estatuas de sus dioses, ordenando pregonar en la vía pública las palabras de aquella oración. Una oración tan bella sólo podía venir del mismo Dios.

Se han escrito muchísimos comentarios sobre el Padrenuestro, y creo que nunca terminaríamos de agotar su contenido. No en vano fue la plegaria que Jesucristo mismo nos enseñó y que, con toda razón, se ha llamado la “oración del Señor”. Es la plegaria de los cristianos por antonomasia y la que, desde nuestra más tierna infancia, aprendemos a recitar de memoria, de los labios de nuestra propia madre.

En una iglesia de Palencia, España, se escribió hace unos años esta exigente admonición:

No digas «Padre», si cada día no te portas como hijo.
No digas «nuestro», si vives aislado en tu egoísmo.
No digas «que estás en los cielos», si sólo piensas en cosas terrenas.
No digas «santificado sea tu nombre», si no lo honras.
No digas «venga a nosotros tu Reino», si lo confundes con el éxito material.
No digas «hágase tu voluntad», si no la aceptas cuando es dolorosa.
No digas «el pan nuestro dánosle hoy», si no te preocupas por la gente con hambre.
No digas «perdona nuestras ofensas», si guardas rencor a tu hermano.
No digas «no nos dejes caer en la tentación», si tienes intención de seguir pecando.
No digas «líbranos del mal», si no tomas partido contra el mal.
No digas «amén», si no has tomado en serio las palabras de esta oración.

La parábola del amigo inoportuno, tan breve como tan bella, nos revela la necesidad de orar con insistencia y perseverancia a nuestro Padre Dios. Es sumamente elocuente: “Yo os digo que si aquel hombre no se levanta de la cama y le da los panes por ser su amigo –nos dice Jesús— os aseguro que, al menos por su inoportunidad, se levantará y le dará cuanto necesite”. Son impresionantes estas consideraciones. Nuestro Señor nos hacen entender que, si nosotros atendemos las peticiones de los demás al menos para que nos dejen en paz, sin tener en cuenta las exigencias de la amistad hacia nuestros amigos, ¡con cuánta mayor razón escuchará Dios nuestras plegarias, siendo Él nuestro Padre amantísimo e infinitamente bueno y cariñoso!

Por eso, Cristo nos dice: “Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá”. Si oramos con fe y confianza a Dios nuestro Señor, tenemos la plena seguridad de que Él escuchará nuestras súplicas. Y si muchas veces no obtenemos lo que pedimos en la oración es porque no oramos con la suficiente fe, no somos perseverantes en la plegaria o no pedimos como debemos; es decir, que se cumpla, por encima de todo, la voluntad santísima de Dios en nuestra vida. Orar no es exigir a Dios nuestros propios gustos o caprichos, sino que se haga su voluntad y que sepamos acogerla con amor y genrosidad. Y, aun cuando no siempre nos conceda exactamente lo que le pedimos, Él siempre nos dará lo que más nos conviene.

Es obvio que una mamá no dará un cuchillo o una pistola a su niñito de cinco años, aunque llore y patalee, porque ella sabe que eso no le conviene.

¿No será que también nosotros a veces le pedimos a Dios algo que nos puede llevar a nuestra ruina espiritual? Y Él, que es infinitamente sabio y misericordioso, sabe muchísimo mejor que nosotros lo que es más provechoso para nuestra salvación eterna y la de nuestros seres queridos. Pero estemos seguros de que Dios siempre obra milagros cuando le pedimos con total fe, confianza filial, perseverancia y pureza de intención. ¡La oración es omnipotente!

Y, para demostrarnos lo que nos acaba de enseñar, añade: “¿Qué padre entre vosotros, si el hijo le pide un pan, le dará una piedra? ¿O, si le pide un pez, le dará una serpiente? ¿O, si le pide un huevo, le dará un escorpión? Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?”

Efectivamente, con un Dios tan bueno y que, además, es todopoderoso, ¡no hay nada imposible!
Termino con esta breve historia. En una ocasión, un niño muy pequeño hacía grandes esfuerzos por levantar un objeto muy pesado. Su papá, al ver la lucha tan desigual que sostenía su hijito, le preguntó:
– «¿Estás usando todas tus fuerzas?»
– «¡Claro que sí!» -contestó malhumorado el pequeño.
– «No es cierto –le respondió su padre— no me has pedido que te ayude».

Pidamos ayuda a nuestro Padre Dios…. ¡¡y todo será infinitamente más sencillo en nuestra vida!!

FIDELIDAD A DIOS Y AL CÓNYUGE

0

«Los cónyuges injustamente abandonados dan un importante testimonio cristiano de auténtica caridad cuando, fruto de la fe y de la esperanza, no consienten en una nueva unión matrimonial por fidelidad a Dios y a su cónyuge, aunque éste se comporte injustamente.»(Catecismo)

Cada día estoy más convencida que después de una ruptura, una separación, entrar en una nueva unión nunca es la mejor decisión, ni es la solución, mucho menos cuando ha habido abandono injusto y se deja a la esposa (o) y los hijos con el dolor producido por la división de la familia.

Cada vez es más frecuente que las personas que han sido abandonados por sus cónyuges busquen llenar el vacío en otra relación creyendo que les dará felicidad, tranquilidad, o les ayudara a aliviar el dolor que se vive a raíz de ese abandono. A veces por no lograr llenarlo, saltan de una relación a otra y lo que logran con esto, es que sin darse cuenta se va deteriorando el alma y continúa sintiendo soledad ,tristeza y dolor, porque su comportamiento le ha alejado del único que logra sanar las heridas y llenar el vacío que nos deja ese abandono: Jesús.

Cuando una esposa (o) es abandonado, se comete una gran injusticia, experimenta un dolor tan profundo que es imposible describirlo, es un dolor de alma que llega sangrar interiormente heridas que se han producido a lo largo del matrimonio y que causan interiormente lo que pudiéramos llamar «una carga al corazón». Le duele que su cónyuge se aparte de su familia y se aparte de Dios.

Existe la posibilidad siempre que en vez de salir de un matrimonio con problemas, se busque curar las heridas que han ocurrido durante el matrimonio, con la ayuda adecuada, buscando sanar a ambos cónyuges y conseguir que la unión cobre más fuerza para llegar a la restauración del matrimonio, que con la ayuda de la gracia de Dios, recibida en la bendición sacramental, haga realidad el amor que nos enseñó y entregó Jesucristo.

Sin duda ambos cónyuges son responsables de cuidar la relación y de los problemas que surgen en ésta, sin embargo hay errores, faltas, acciones y pecados individuales que dañan y afectan a la parte inocente especialmente cuando la parte que abandona se involucra en una relación adúltera que fue la causa de ese abandono. La tercera pieza también hace parte de ese dolor que vive la esposa y los hijos abandonados. Cuando esta situación se da se hace más difícil la restauración, sobre todo si la persona no toma conciencia de su pecado, sin embargo si la persona toma conciencia y busca a través del perdón, la reconciliación, ésta puede darse a través de un proceso de arrepentimiento, reconociendo ambas partes los errores cometidos y cambiando lo que los ha separado.

Las personas abandonadas que entran en nuevas relaciones, se les ve disfrutando en lugares y eventos públicos porque encajan en los círculos sociales por no estar solas (os), pero en el fondo sigue dándose el vacío que ha sido producido por el abandono y que al llegar a casa les regresan los recuerdos de los mejores momentos vividos con el cónyuge, los hijos y reviven una y otra vez el dolor y la soledad producida por el abandono, con los vacíos causados por no compartir la convivencia y por el amor que sigue vivo de esa esposa (o) abandonado por el cónyuge que se fue.

«El divorcio nunca estuvo en el Plan Original de Dios para el hogar. Jesús lo estableció claramente en Mateo 19:8 “Jesús contestó: Porque ustedes son duros de corazón, Moisés les permitió despedir a sus esposas, pero no es esa la ley del comienzo.” El Plan Original fue sencillo y claro: un hombre, Adán, con una mujer, Eva, juntos en una unión permanente, matrimonio para toda la vida. ¡Cuán perfecto!. Recordemos que el pecado no estaba presente, ni la naturaleza carnal en esa humanidad.»

“El Señor está cerca de las almas que sienten aflicción y salva a los de espíritu abatido.”(Salmo34,19). Sin que las heridas causadas por la ruptura sanen aun cuando creamos haber encontrado en otro (a) lo que tanto buscábamos, la felicidad perfecta no lograra la unidad interiormente ya que ha habido división y el hombre dividido hasta no encontrarse con Dios, no podrá volver a sentir la paz necesaria para lograr la plenitud que el ser humano debe alcanzar para vivir en comunión con Dios, con el mismo y los demás.

Muchos piensan que en esa nueva relación pueden inclusive recibir a Jesús, pero, ¿ si podrán sin hacer las paces con la esposa y los hijos abandonados? Para poder estar bien con Dios deberá recorrer el camino del perdón y no buscar en otro lo que sólo Dios le puede dar, el amor verdadero y la paz necesaria para seguir sin las cargas que produce el haber dejado ese hogar que Dios le confió.

La voluntad de Dios es restaurar matrimonios y la vocación de los esposos es buscar la santidad a través del sacramento, es poder dar cuentas a Dios de cuánto lo hemos amado a Él a través de ese esposo y poder juntos entrar al reino de Dios.

Les regalo una hermosa historia que encontré para que aquellos que han abandonado sus hogares busquen ese camino de perdón y reconciliación porque hay alguien que está lleno de amor esperando su regreso:

«El amor en el matrimonio es un elemento indispensable y debe ser espontáneo y natural. El amor es el secreto de la felicidad que deseamos en el matrimonio. Oí alguna vez la siguiente historia: un ángel vio a un hombre casado que era muy infeliz. Llegó a donde estaba y le preguntó por qué se sentía así. El hombre le contó entonces la triste historia de su vida y el ángel le entregó la mitad de una piedra preciosa diciéndole que le buscara la otra mitad, que estaba en manos de una mujer que lo haría inmensamente feliz. El hombre de la historia recorrió muchos lugares buscando la otra mitad de la piedra preciosa que lo haría dichoso y feliz por el resto de su vida. Para sorpresa suya un día descubrió que la mitad faltante de la piedra preciosa estaba en la caja de joyas de su esposa. La felicidad que buscaba estaba bajo su techo y no se había dado cuenta de ello.»

“La íntima comunidad de vida y amor conyugal, fundada por el Creador y provista de leyes propias, se establece sobre la alianza del Matrimonio…, un vínculo sagrado…no depende del arbitrio humano. El mismo Dios es el autor del Matrimonio”. (1603 Catecismo de la Iglesia Católica)

LEVANTA EL CORAZON

0

LEVANTA EL CORAZON :
No podemos realizar tantas cosas que desearíamos… A veces, por factores que escapan a nuestro control. Otras veces, por culpa nuestra. Fallamos en la organización, o quisimos ir más allá de nuestras posibilidades, o prometimos lo que no podíamos dar, o dejamos de lado el propio deber para encontrarnos, al final, sin recursos y sin tiempo.

Al llegar a una situación de fracaso, el corazón corre el riesgo de hundirse. Duele no conseguir un deseo fuertemente anhelado. Duele ver fracasar una obra que prometía tantos resultados. Duele descubrir que las manos están vacías y que no se ha conseguido prácticamente nada.

Son momentos en los que quisiéramos llorar. Será, tal vez, con lágrimas de pena, sobre todo si le hemos fallado a otros. Será, puede ocurrirnos, con lágrimas de amargura, que nos atan todavía más a la desesperanza. Será, ojalá, con lágrimas de quien mira al cielo y pide ayuda.

Porque en lo más hondo de la fosa cualquier cristiano puede levantar el corazón y recordar que Dios vino para todos. También para quien fracasa y siente en su alma pena por sí mismo y pena por otros.

Miramos, entonces, hacia el cielo. Descubrimos que allí se encuentra un Sumo Sacerdote que fue en todo, menos en el pecado, semejante a nosotros. Sentimos la seguridad de que podemos encontrar un ancla que nos acerque a la morada eterna y segura, la que nos ha preparado para siempre Cristo (cf. Heb 6,18-20; Jn 14,1-3).

Entonces llega el momento de tomar, nuevamente, el arado. No mirar hacia atrás, pues queda mucho camino por recorrer. No llorar con amargura, porque las lágrimas sólo sirven si nos acercan al consuelo divino y nos permiten volver a empezar. No sentirnos nunca solos, porque tenemos siempre a nuestro lado, también después de un fracaso, a un Amigo bueno, fiel, dispuesto a consolarnos.

NOS HACE FALTA LA VIRTUD DE LA ESPERANZA.

0

Hoy es jueves, Señor, y vengo con el alma en sombras, sombras que se llegan a convertir en oscuridad si nos falta la virtud de la Esperanza….

Cuando eso sucede hay noches en las que parece que el tiempo se ha detenido y jamás veremos el amanecer… en ellas oímos el palpitar de nuestro corazón y cada latido nos duele.

Noches de negrura espiritual en las que todo parece agrandarse, nuestra pena, nuestra angustia y nuestro malestar.

Nos pesa la vida y en el silencio de esa noches nos parece que no hay pena como nuestra pena.

Pero…si hay un poco de esperanza en nuestro corazón, estamos salvados.

Sabemos de casos que esa gran «desesperanza» ha llegado a tal límite, a tal profundidad que no se ha encontrado otra solución que el buscar la «puerta falsa». Es el escape, el terminar con algo que pesa demasiado y el sentirse sumergido en las tinieblas de una noche «sin mañana»… sin esperanza. ¡Eso fue lo que les faltó a esas vidas, LA ESPERANZA.

La esperanza es un mañana mejor, la esperanza es la luz que puede romper las negras sombras cuando parece que todo está perdido.

Sin esperanza no se puede vivir.

Cuando hay Esperanza a pesar de la desilusión y del dolor, siempre habrá otro camino que no sea el de la desesperación y el total aniquilamiento del verdadero yo.

Es cierto que hay situaciones en la vida que son como la más oscura de las noches, noches en que las horas parecen no pasar…pero cuando hay fe, cuando sabemos que tenemos un Dios Padre que sabe de nuestro sufrimiento, cuando nos sabemos amados por El, a pesar de que nuestro sentimiento de soledad sea inmenso, si nos dejamos arropar y abandonar en sus brazos y en los de nuestra Madre María Santísima, la Esperanza, de saber que Dios nos ama, llegará con su luz que sabe consolar.

Quien se siente amado no puede caer en la desesperación y Dios nos ama.

La ESPERANZA, es una virtud que tenemos que cultivar como la flor más delicada y valiosa. Tres son las virtudes teologales : Fe, Esperanza y Caridad, cuyo objeto directo es Dios Sin ellas es muy difícil caminar por la vida y no podemos olvidar que la Esperanza siempre será la luz en nuestras noches cuando las penas y las dificultades las hagan muy oscuras.

Estos momentos ante Ti, Jesús, te pedimos que nos llenes de esperanza y que recordemos que el Papa Benedicto XVI ha dedicado una Carta encíclica «Spe salvi», para hablarnos de la esperanza: » (…) se nos ha dado la esperanza, una esperanza fiable, gracias a la cual podemos afrontar nuestro presente: el presente, aunque sea un presente fatigoso, se puede vivir y aceptar si lleva hacia una meta, si podemos estar seguros de esta meta y si esta meta es tan grande que justifique el esfuerzo del camino.

EL SEXO COMO DIOS MANDA

EL SEXO COMO DIOS MANDA :
Antes que nada el matrimonio cristiano necesita conocer bien el sentido del sexo en el plan de Dios. Él lo quiere. De todas las alternativas posibles que Dios podría haber empleado para generar y mantener la especie humana, escogió la relación física y espiritual del amor conyugal. Dios quiso que la pareja humana fuera el arquetipo de la humanidad y que su generación fuera por medio de la vía sexual.

Además de eso, por medio de este acto, quiso profundizar el amor de la pareja. Entonces, la conclusión a la que se llega es que Dios no sólo inventó el sexo, sino que lo dotó de una profunda dignidad y sentido y, por eso, colocó normas para que fuera vivido de manera correcta, para que no causara desajustes y sufrimiento.

Dios quiso que el ser humano fuera material y espiritual, algo como una bella síntesis del animal que sólo tiene cuerpo, como el ángel que sólo es espíritu.

Y dotándolo de cuerpo quiso que el hombre fuera sexuado como los animales: sin embargo, su vida sexual debía ser guiada no por el instinto, como en los animales, sino por el alma, e iluminada por la inteligencia, embellecida por la libertad, conducida por la voluntad y vivida en el amor.

La vida sexual es algo muy sublime en el plan de Dios; por eso, una pareja jamás debe pensar que Dios está lejos en el momento de su unión más íntima, pues este acto es santo y santificador en el matrimonio y querido por Dios.

El amor conyugal tiene un sentido único; el amor entre dos seres del mismo sexo -como por ejemplo, el padre y el hijo o dos amigos- no se complementan en el plano físico.

El uso del sexo en su debido lugar, en el matrimonio, bien entendido en sus aspectos espiritual y psicológico, es uno de los actos más nobles y significativos que el ser humano puede realizar; pues es fuente de vida y de celebración del amor. La virtud de la castidad, más que renunciar al sexo, significa su uso adecuado.

Dice el Dr. Alphone H. Clemens, Director del Centro de Asesoramiento de la Universidad Católica de América, Washington, D. C., sobre el acto sexual:

“Es un acto de gran belleza y profundo significado espiritual, pues el amor conyugal entre dos cristianos en estado de gracia, es una fusión de dos cuerpos que son templos de la Trinidad y una fusión de dos almas que participan de la misma Vida Divina… Por otro lado, usado con propiedad, se vuelve una fuente de unión, armonía, paz y ajuste.

Intensifica el amor entre el esposo y la esposa, y funciona como escudo contra la infidelidad y la incontinencia. La personalidad humana integral, incluso en sus aspectos sobrenaturales, es enriquecida por el sexo, una vez que el acto de amor conyugal también es merecedor de gracias” (Clemens, 1969, p. 175).

Raoul de Gutchenere afirma en Judgment on Birth Control:

“Fue reconocido hace bastante tiempo que, (…) las relaciones sexuales producen efectos psicológicos profundos, especialmente en la mujer”, una vez que el esperma absorbido por su cuerpo, desempeña un papel dinamógeno, promoviendo el equilibrio.

Generalmente, el acto de amor conyugal provoca relajación, vigor, autoconfianza, satisfacción, sensación general de bienestar, sensación de seguridad y una disposición que conduce a olvidar las dificultades y tensiones de menor importancia entre la pareja” (Apud Clemens, p. 177).

No es por casualidad que san Pablo, hace 2000 años ya recomendara a los cónyuges cristianos: “No os neguéis el uno al otro… para que Satanás no os tiente” (1Co 7,5).

Rechazar el sexo sin motivo puede representar no sólo una injusticia para el cónyuge, sino también un peligro de exponerlo a la infidelidad y el matrimonio al fracaso. Eso muestra que la pareja no debe quedar mucho tiempo separada cualquiera que sean los motivos, especialmente por razones menores.

El alejamiento prolongado entre los esposos puede generar una situación de stress especialmente para el hombre. Algunos logran superar esa abstinencia sexual forzada con una sublimación religiosa, pero no todos tienen la misma disposición.

Sin embargo, es necesario decir que los especialistas muestran en sus investigaciones que “otros factores son más importantes para la felicidad matrimonial que el sexo”, una vez que muchas parejas superan sus problemas y angustias con un amor auténtico.

MENSAJE DEL PAPA FRANCISCO PARA LA CUARESMA 2015

0

MENSAJE DEL PAPA FRANCISCO PARA LA CUARESMA 2015 :
Queridos hermanos y hermanas:
La Cuaresma es un tiempo de renovación para la Iglesia, para las comunidades y para cada creyente. Pero sobre todo es un «tiempo de gracia» (2 Co 6,2). Dios no nos pide nada que no nos haya dado antes: «Nosotros amemos a Dios porque él nos amó primero» (1 Jn 4,19). Él no es indiferente a nosotros. Está interesado en cada uno de nosotros, nos conoce por nuestro nombre, nos cuida y nos busca cuando lo dejamos. Cada uno de nosotros le interesa; su amor le impide ser indiferente a lo que nos sucede. Pero ocurre que cuando estamos bien y nos sentimos a gusto, nos olvidamos de los demás (algo que Dios Padre no hace jamás), no nos interesan sus problemas, ni sus sufrimientos, ni las injusticias que padecen… Entonces nuestro corazón cae en la indiferencia: yo estoy relativamente bien y a gusto, y me olvido de quienes no están bien. Esta actitud egoísta, de indiferencia, ha alcanzado hoy una dimensión mundial, hasta tal punto que podemos hablar de una globalización de la indiferencia. Se trata de un malestar que tenemos que afrontar como cristianos.

Cuando el pueblo de Dios se convierte a su amor, encuentra las respuestas a las preguntas que la historia le plantea continuamente. Uno de los desafíos más urgentes sobre los que quiero detenerme en este Mensaje es el de la globalización de la indiferencia.

La indiferencia hacia el prójimo y hacia Dios es una tentación real también para los cristianos. Por eso, necesitamos oír en cada Cuaresma el grito de los profetas que levantan su voz y nos despiertan.

Dios no es indiferente al mundo, sino que lo ama hasta el punto de dar a su Hijo por la salvación de cada hombre. En la encarnación, en la vida terrena, en la muerte y resurrección del Hijo de Dios, se abre definitivamente la puerta entre Dios y el hombre, entre el cielo y la tierra. Y la Iglesia es como la mano que tiene abierta esta puerta mediante la proclamación de la Palabra, la celebración de los sacramentos, el testimonio de la fe que actúa por la caridad (cf. Ga 5,6). Sin embargo, el mundo tiende a cerrarse en sí mismo y a cerrar la puerta a través de la cual Dios entra en el mundo y el mundo en Él. Así, la mano, que es la Iglesia, nunca debe sorprenderse si es rechazada, aplastada o herida.

El pueblo de Dios, por tanto, tiene necesidad de renovación, para no ser indiferente y para no cerrarse en sí mismo. Querría proponerles tres pasajes para meditar acerca de esta renovación.

1. «Si un miembro sufre, todos sufren con él» (1 Co 12,26)
La Iglesia
La caridad de Dios que rompe esa cerrazón mortal en sí mismos de la indiferencia, nos la ofrece la Iglesia con sus enseñanzas y, sobre todo, con su testimonio. Sin embargo, sólo se puede testimoniar lo que antes se ha experimentado. El cristiano es aquel que permite que Dios lo revista de su bondad y misericordia, que lo revista de Cristo, para llegar a ser como Él, siervo de Dios y de los hombres. Nos lo recuerda la liturgia del Jueves Santo con el rito del lavatorio de los pies. Pedro no quería que Jesús le lavase los pies, pero después entendió que Jesús no quería ser sólo un ejemplo de cómo debemos lavarnos los pies unos a otros. Este servicio sólo lo puede hacer quien antes se ha dejado lavar los pies por Cristo. Sólo éstos tienen “parte” con Él (Jn 13,8) y así pueden servir al hombre.

La Cuaresma es un tiempo propicio para dejarnos servir por Cristo y así llegar a ser como Él. Esto sucede cuando escuchamos la Palabra de Dios y cuando recibimos los sacramentos, en particular la Eucaristía. En ella nos convertimos en lo que recibimos: el cuerpo de Cristo. En él no hay lugar para la indiferencia, que tan a menudo parece tener tanto poder en nuestros corazones. Quien es de Cristo pertenece a un solo cuerpo y en Él no se es indiferente hacia los demás. «Si un miembro sufre, todos sufren con él; y si un miembro es honrado, todos se alegran con él» (1 Co 12,26).

La Iglesia es communio sanctorum porque en ella participan los santos, pero a su vez porque es comunión de cosas santas: el amor de Dios que se nos reveló en Cristo y todos sus dones. Entre éstos está también la respuesta de cuantos se dejan tocar por ese amor. En esta comunión de los santos y en esta participación en las cosas santas, nadie posee sólo para sí mismo, sino que lo que tiene es para todos. Y puesto que estamos unidos en Dios, podemos hacer algo también por quienes están lejos, por aquellos a quienes nunca podríamos llegar sólo con nuestras fuerzas, porque con ellos y por ellos rezamos a Dios para que todos nos abramos a su obra de salvación.

2. «¿Dónde está tu hermano?» (Gn 4,9)
Las parroquias y las comunidades

Lo que hemos dicho para la Iglesia universal es necesario traducirlo en la vida de las parroquias y comunidades. En estas realidades eclesiales ¿se tiene la experiencia de que formamos parte de un solo cuerpo? ¿Un cuerpo que recibe y comparte lo que Dios quiere donar? ¿Un cuerpo que conoce a sus miembros más débiles, pobres y pequeños, y se hace cargo de ellos? ¿O nos refugiamos en un amor universal que se compromete con los que están lejos en el mundo, pero olvida al Lázaro sentado delante de su propia puerta cerrada? (cf. Lc 16,19-31). Para recibir y hacer fructificar plenamente lo que Dios nos da es preciso superar los confines de la Iglesia visible en dos direcciones.

En primer lugar, uniéndonos a la Iglesia del cielo en la oración. Cuando la Iglesia terrenal ora, se instaura una comunión de servicio y de bien mutuos que llega ante Dios. Junto con los santos, que encontraron su plenitud en Dios, formamos parte de la comunión en la cual el amor vence la indiferencia. La Iglesia del cielo no es triunfante porque ha dado la espalda a los sufrimientos del mundo y goza en solitario. Los santos ya contemplan y gozan, gracias a que, con la muerte y la resurrección de Jesús, vencieron definitivamente la indiferencia, la dureza de corazón y el odio. Hasta que esta victoria del amor no inunde todo el mundo, los santos caminan con nosotros, todavía peregrinos. Santa Teresa de Lisieux, doctora de la Iglesia, escribía convencida de que la alegría en el cielo por la victoria del amor crucificado no es plena mientras haya un solo hombre en la tierra que sufra y gima: «Cuento mucho con no permanecer inactiva en el cielo, mi deseo es seguir trabajando para la Iglesia y para las almas» (Carta 254,14 julio 1897).

También nosotros participamos de los méritos y de la alegría de los santos, así como ellos participan de nuestra lucha y nuestro deseo de paz y reconciliación. Su alegría por la victoria de Cristo resucitado es para nosotros motivo de fuerza para superar tantas formas de indiferencia y de dureza de corazón.

Por otra parte, toda comunidad cristiana está llamada a cruzar el umbral que la pone en relación con la sociedad que la rodea, con los pobres y los alejados. La Iglesia por naturaleza es misionera, no debe quedarse replegada en sí misma, sino que es enviada a todos los hombres.

Esta misión es el testimonio paciente de Aquel que quiere llevar toda la realidad y cada hombre al Padre. La misión es lo que el amor no puede callar. La Iglesia sigue a Jesucristo por el camino que la lleva a cada hombre, hasta los confines de la tierra (cf. Hch 1,8). Así podemos ver en nuestro prójimo al hermano y a la hermana por quienes Cristo murió y resucitó. Lo que hemos recibido, lo hemos recibido también para ellos. E, igualmente, lo que estos hermanos poseen es un don para la Iglesia y para toda la humanidad.

Queridos hermanos y hermanas, cuánto deseo que los lugares en los que se manifiesta la Iglesia, en particular nuestras parroquias y nuestras comunidades, lleguen a ser islas de misericordia en medio del mar de la indiferencia.

3. «Fortalezcan sus corazones» (St 5,8)
La persona creyente

También como individuos tenemos la tentación de la indiferencia. Estamos saturados de

noticias e imágenes tremendas que nos narran el sufrimiento humano y, al mismo tiempo, sentimos toda nuestra incapacidad para intervenir. ¿Qué podemos hacer para no dejarnos absorber por esta espiral de horror y de impotencia?

En primer lugar, podemos orar en la comunión de la Iglesia terrenal y celestial. No olvidemos la fuerza de la oración de tantas personas. La iniciativa 24 horas para el Señor, que deseo que se celebre en toda la Iglesia —también a nivel diocesano—, en los días 13 y 14 de marzo, es expresión de esta necesidad de la oración.

En segundo lugar, podemos ayudar con gestos de caridad, llegando tanto a las personas cercanas como a las lejanas, gracias a los numerosos organismos de caridad de la Iglesia. La Cuaresma es un tiempo propicio para mostrar interés por el otro, con un signo concreto, aunque sea pequeño, de nuestra participación en la misma humanidad.

Y, en tercer lugar, el sufrimiento del otro constituye un llamado a la conversión, porque la necesidad del hermano me recuerda la fragilidad de mi vida, mi dependencia de Dios y de los hermanos. Si pedimos humildemente la gracia de Dios y aceptamos los límites de nuestras posibilidades, confiaremos en las infinitas posibilidades que nos reserva el amor de Dios. Y podremos resistir a la tentación diabólica que nos hace creer que nosotros solos podemos salvar al mundo y a nosotros mismos.

Para superar la indiferencia y nuestras pretensiones de omnipotencia, quiero pedir a todos que este tiempo de Cuaresma se viva como un camino de formación del corazón, como dijo Benedicto XVI (Ct. enc. Deus caritas est, 31). Tener un corazón misericordioso no significa tener un corazón débil. Quien desea ser misericordioso necesita un corazón fuerte, firme, cerrado al tentador, pero abierto a Dios. Un corazón que se deje impregnar por el Espíritu y guiar por los caminos del amor que nos llevan a los hermanos y hermanas. En definitiva, un corazón pobre, que conoce sus propias pobrezas y lo da todo por el otro.

Por esto, queridos hermanos y hermanas, deseo orar con ustedes a Cristo en esta Cuaresma: “Fac cor nostrum secundum Cor tuum”: “Haz nuestro corazón semejante al tuyo” (Súplica de las Letanías al Sagrado Corazón de Jesús). De ese modo tendremos un corazón fuerte y misericordioso, vigilante y generoso, que no se deje encerrar en sí mismo y no caiga en el vértigo de la globalización de la indiferencia.

Con este deseo, aseguro mi oración para que todo creyente y toda comunidad eclesial recorra provechosamente el itinerario cuaresmal, y les pido que recen por mí. Que el Señor los bendiga y la Virgen los guarde.

FRANCISCO

LA ORACION DE OFRECIMIENTO

LA ORACION DE OFRECIMIENTO :
Hay situaciones personales, familiares o comunitarias que uno no puede cambiar porque no dependen de la propia voluntad. A veces estas situaciones nos crean grandes sufrimientos porque nos crean heridas muy íntimas y nos encontramos como impotentes para modificar esa determinada situación. Podemos pedir al Señor que la cambie, podemos pedir fuerza para llevarla con paciencia pero también podemos ofrecerla al Señor. Esta oración de ofrecimiento es de gran valor y libera el alma de muchas inquietudes. No es simplemente una oración de resignación, porque creemos siempre que la omnipotencia divina puede cambiar lo que quiera según su voluntad. Es más bien un acto de aceptación del querer de Dios que se manifiesta en algunas circunstancias y en modos muy misteriosos para nuestra inteligencia limitada.

El ofrecer lo que nos crea sufrimiento, dolor, abnegación, lo que nos molesta, sea de los demás que de nosotros mismos, puede ser muy meritorio porque recocemos delante del Señor nuestra pequeñez y confiamos que Él tendrá una solución en aquello que nosotros no podemos alcanzar por nosotros mismos. Así vemos que muchas personas ofrecen sus dolores, las penas de su familia y las problemas del mundo con gran fe y confianza a Dios. Y vemos que son personas santas y humildes a las que el Señor escucha sus plegarias y las llena de dones espirituales.

Claro está que si podemos hacer algo práctico por desenlazar los nudos de estas situaciones, lo debemos hacer con prudencia y con valor, si fuera necesario. Pero a veces los nudos son demasiado complicados para poderlo desatar nosotros. Y ofrecer al Señor con humildad las molestias que nos causa tales situaciones y al mismo tiempo con confianza pedirle que, si es su voluntad, sea Él quien con su poder desate los nudos que el pecado o egoísmo humanos han realizado, es un acto de santificación que nos llena de una gran paz en medio del dolor.

Una tal actitud y oración de ofrecimiento la vemos en María sobre todo cuando Ella, al pie de la cruz, ofrece su Corazón Inmaculado al Padre, uniéndolo al de Su Hijo. Nosotros podemos ofrecer también los pequeños sufrimientos de cada día como oración al Padre, unidos a Jesús y a María. No temamos en ofrecer incluso «pajitas» como decía Santa Teresa, que hablaba del ofrecimiento de pequeñas cosas al Señor, porque, decía ella: «yo no soy para más» y el Señor «todo lo recibe» (Libro de la Vida, 31, 23). Sí, el Señor todo lo recibe. También las pequeñas pajitas de nuestros sufrimientos, que ponemos en el fuego de su Amor como ofrenda de amor nuestro.

Aprendamos a ofrecer al Señor todo, incluyendo la propia miseria. Ofrezcámosle a Él sobre todo esas situaciones nuestras, de parientes, de amigos, de nuestra comunidad, de nuestra patria que, por lo complejas que son, no pueden ser cambiadas de un momento a otro, pero que siempre están bajo el poder y la providencia divinos. El Señor todo lo recibe, también nuestros más pequeños ofrecimientos de amor que se convierten así en una oración sencilla y sincera.