miércoles, noviembre 12, 2025
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Dios nos sorprende siempre. Él es así.

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Queridos hermanos y hermanas

(…) Las mujeres habían seguido a Jesús. Lo habían escuchado, se habían sentido comprendidas en su dignidad, y lo habían acompañado hasta el final, en el Calvario y en el momento en que fue bajado de la cruz.

Podemos imaginar sus sentimientos cuando van a la tumba: una cierta tristeza, la pena porque Jesús les había dejado, había muerto, su historia había terminado. Ahora se volvía a la vida de antes. Pero en las mujeres permanecía el amor, y es el amor a Jesús lo que les impulsa a ir al sepulcro.

Pero, a este punto, sucede algo totalmente inesperado, una vez más, que perturba sus corazones, trastorna sus programas y alterará su vida: ven corrida la piedra del sepulcro, se acercan, y no encuentran el cuerpo del Señor. Esto las deja perplejas, dudosas, llenas de preguntas: «¿Qué es lo que ocurre?», «¿qué sentido tiene todo esto?» (cf. Lc 24,4).

¿Acaso no nos pasa así también a nosotros cuando ocurre algo verdaderamente nuevo respecto a lo de todos los días? Nos quedamos parados, no lo entendemos, no sabemos cómo afrontarlo. A menudo, la novedad nos da miedo, también la novedad que Dios nos trae, la novedad que Dios nos pide.

(…)

Tenemos miedo de las sorpresas de Dios. Queridos hermanos y hermanas, en nuestra vida, tenemos miedo de las sorpresas de Dios. Él nos sorprende siempre. Dios es así.

Hermanos y hermanas, no nos cerremos a la novedad que Dios quiere traer a nuestras vidas. ¿Estamos acaso con frecuencia cansados, decepcionados, tristes; sentimos el peso de nuestros pecados, pensamos no lo podemos conseguir? No nos encerremos en nosotros mismos, no perdamos la confianza, nunca nos resignemos: no hay situaciones que Dios no pueda cambiar, no hay pecado que no pueda perdonar si nos abrimos a él.

(…) las mujeres, encuentran la tumba vacía, el cuerpo de Jesús no está allí, algo nuevo ha sucedido, pero todo esto todavía no queda nada claro: suscita interrogantes, causa perplejidad, pero sin ofrecer una respuesta. Y he aquí dos hombres con vestidos resplandecientes, que dicen: «¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí, ha resucitado» (Lc 24,5-6). Lo que era un simple gesto, algo hecho ciertamente por amor – el ir al sepulcro –, ahora se transforma en acontecimiento, en un evento que cambia verdaderamente la vida. Ya nada es como antes, no sólo en la vida de aquellas mujeres, sino también en nuestra vida y en nuestra historia de la humanidad. Jesús no está muerto, ha resucitado, es el Viviente. No es simplemente que haya vuelto a vivir, sino que es la vida misma, porque es el Hijo de Dios, que es el que vive (cf. Nm 14,21-28; Dt 5,26, Jos 3,10). Jesús ya no es del pasado, sino que vive en el presente y está proyectado hacia el futuro, Jesús es el «hoy» eterno de Dios.

Así, la novedad de Dios se presenta ante los ojos de las mujeres, de los discípulos, de todos nosotros: la victoria sobre el pecado, sobre el mal, sobre la muerte, sobre todo lo que oprime la vida, y le da un rostro menos humano.

Y este es un mensaje para mí, para ti, querida hermana y querido hermano. Cuántas veces tenemos necesidad de que el Amor nos diga: ¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? Los problemas, las preocupaciones de la vida cotidiana tienden a que nos encerremos en nosotros mismos, en la tristeza, en la amargura…, y es ahí donde está la muerte. No busquemos ahí a Aquel que vive.

Acepta entonces que Jesús Resucitado entre en tu vida, acógelo como amigo, con confianza: ¡Él es la vida!

1. Si hasta ahora has estado lejos de él, da un pequeño paso: te acogerá con los brazos abiertos.

2. Si eres indiferente, acepta arriesgar: no quedarás decepcionado.

3. Si te parece difícil seguirlo, no tengas miedo, confía en él, ten la seguridad de que él está cerca de ti, está contigo, y te dará la paz que buscas y la fuerza para vivir como él quiere.

(…) Las mujeres se encuentran con la novedad de Dios: Jesús ha resucitado, es el Viviente. Pero ante la tumba vacía y los dos hombres con vestidos resplandecientes, su primera reacción es de temor: estaban «con las caras mirando al suelo» – observa san Lucas –, no tenían ni siquiera valor para mirar. Pero al escuchar el anuncio de la Resurrección, la reciben con fe. Y los dos hombres con vestidos resplandecientes introducen un verbo fundamental: Recordad. «Recordad cómo os habló estando todavía en Galilea… Y recordaron sus palabras» (Lc 24,6.8).

Esto es la invitación a hacer memoria del encuentro con Jesús, de sus palabras, sus gestos, su vida; este recordar con amor la experiencia con el Maestro, es lo que hace que las mujeres superen todo temor y que lleven la proclamación de la Resurrección a los Apóstoles y a todos los otros (cf. Lc 24,9). Hacer memoria de lo que Dios ha hecho por mí, por nosotros, hacer memoria del camino recorrido; y esto abre el corazón de par en par a la esperanza para el futuro. Aprendamos a hacer memoria de lo que Dios ha hecho en nuestras vidas.

(…) Pidamos al Señor:

1. Que nos haga partícipes de su resurrección: nos abra a su novedad que trasforma, a las sorpresas de Dios, tan bellas;

2. Que nos haga hombres y mujeres capaces de hacer memoria de lo que él hace en nuestra historia personal y la del mundo;

3. Que nos haga capaces de sentirlo como el Viviente, vivo y actuando en medio de nosotros;

4. Que nos enseñe cada día, queridos hermanos y hermanas, a no buscar entre los muertos a Aquel que vive.

¿TE CUESTA CREER EN LA RESURRECCION?

Reflexionemos hoy en unas palabras de SS Francisco en su primera Catequesis durante el Año de la Fe

Los primeros testigos de la Resurrección fueron mujeres. Al amanecer, van al sepulcro para ungir el cuerpo de Jesús, y encontraron al primer signo: el sepulcro vacío (cf. Mc. 16,1). Esto es seguido por un encuentro con un mensajero de Dios que anuncia: Jesús de Nazaret, el crucificado, no está aquí, ha resucitado (cf. vv 5-6.). Las mujeres se sienten impulsadas por el amor y saben cómo acoger este anuncio con fe: creen, y de inmediato lo transmiten; no lo retienen para sí mismas, sino que lo transmiten. La alegría de saber que Jesús está vivo, la esperanza que llena su corazón, no se pueden contener.

Esto también debería suceder en nuestras vidas: ¡Sintamos la alegría de ser cristianos!¡Creemos en un Resucitado que ha vencido el mal y la muerte! ¡Tengamos el valor de «salir» para llevar esta alegría y esta luz a todos los lugares de nuestra vida! La resurrección de Cristo es nuestra mayor certeza; ¡es el tesoro más preciado!

¿Cómo no compartir con otros este tesoro, esta certeza? No es solo para nosotros, es para transmitirlo, para dárselo a los demás, compartirlo con los demás. Es nuestro propio testimonio.

En las profesiones de fe del Nuevo Testamento, como testigos de la Resurrección se recuerda solo a los hombres, a los Apóstoles, pero no a las mujeres. Esto se debe a que, de acuerdo con la ley judía de la época, las mujeres y los niños no podían dar un testimonio fiable, creíble.

En los evangelios, sin embargo, las mujeres tienen un papel primordial, fundamental. Aquí podemos ver un elemento a favor de la historicidad de la resurrección: si se tratara de un hecho inventado, en el contexto de aquel tiempo, no hubiera estado ligado al testimonio de las mujeres. Los evangelistas sin embargo, narran simplemente lo que sucedió: las mujeres son las primeras testigos.

Esto nos dice que Dios no escoge según los criterios humanos: los primeros testigos del nacimiento de Jesús son los pastores, gente sencilla y humilde; los primeros testigos de la resurrección son las mujeres. Y esto es hermoso. ¡Y esto es un poco la misión de las madres, de las mujeres! Dar testimonio a sus hijos, a sus nietos, que Jesús está vivo, que es la vida, que resucitó.

¡Mamás y mujeres, adelante con este testimonio! Para Dios cuenta el corazón, en cuánto estamos abiertos a Él, si acaso somos como niños que se confían.

Pero esto también nos hace reflexionar sobre cómo las mujeres, en la Iglesia y en el camino de la fe, han tenido y tienen también hoy un rol especial en la apertura de las puertas al Señor, en el seguirlo y en el comunicar su Rostro, porque la mirada de la fe tiene siempre la necesidad de la mirada simple y profunda del amor.

A los Apóstoles y a los discípulos les resulta más difícil creer. A las mujeres no. Pedro corre a la tumba, pero se detiene ante la tumba vacía; Tomás debe tocar con sus manos las heridas del cuerpo de Jesús. También en nuestro camino de fe es importante saber y sentir que Dios nos ama, no tener miedo de amarlo: la fe se confiesa con la boca y con el corazón, con la palabra y con el amor.

Después de las apariciones a las mujeres, les siguen otras: Jesús se hace presente de un modo nuevo: es el Crucificado, pero su cuerpo es glorioso; no ha vuelto a la vida terrenal, sino que lo hace en una condición nueva.

Al principio no lo reconocen, y solo a través de sus palabras y sus gestos sus ojos se abren: el encuentro con Cristo resucitado transforma, da nuevo vigor a la fe, un fundamento inquebrantable. Incluso para nosotros, hay muchos indicios de que el Señor resucitado se da a conocer: la Sagrada Escritura, la Eucaristía y los demás sacramentos, la caridad, los gestos de amor que llevan un rayo del Resucitado.

Dejémonos iluminar por la Resurrección de Cristo, dejémonos transformar por su fuerza, para que también a través de nosotros en el mundo, los signos de la muerte den paso a los signos de la vida.

La Pascua es lo más grande de nuestra fe

Estamos en la Pascua, la Pascua Florida. Llegó con el Domingo de Resurrección.

Los vacacionistas regresaron….. otros lamentablemente no volverán. Salieron felices y animosos pero ya no hubo regreso. Los recordamos y pedimos por ellos.

La Pascua es el Misterio más grande de nuestra fe. Cristo ha resucitado y la Muerte quedó vencida porque su Resurrección la mató. San Agustín nos dice: – «Mediante su Pasión, Cristo pasó de la muerte a la vida. La Pascua es el paso del Señor»

Ya dejamos atrás los días de Pasión y muerte. Seguiremos venerando la cruz que fue el medio que nos hizo cruzar a la otra orilla de luz y de vida eterna. Sin cruz…. no se llega. No se alcanza la resurrección. ¡Cristo resucitó y su tumba quedó vacía!

Volvemos a los días de trabajo, a la rutina… ¿qué ha dejado este paso de Dios en nuestras almas? ¿Podemos decir que nuestra Pascua ha sido «hacia adentro», que hemos sentido que el Señor ha pasado y ha dejado alguna huella de su resurrección en nuestra vida?

Jesús realiza la Pascua. Jesús pasa al Padre. ¿Es solo El quien pasa de este mundo al Padre? ¿Y nosotros ?…

Dios es Omnipotente y puede hacerlo Todo, pero… «no puede» obligarnos a tener un corazón arrepentido. Nos deja en libertad para amarlo o para ofenderlo, para querer estar unidos a El o para olvidarlo y esa libertad es tan traicionera que nos puede DAR o QUITAR el derecho a nuestra propia y gloriosa resurrección. Porque resucitar eso si, lo haremos todos. Ya que así lo decimos y creemos en nuestro Credo – creo en la resurrección de los muertos.

Lo que hemos vivido estos días no puede pasar sin dejarnos algo, sin dejarnos una huella en el alma, ahora que proseguimos el camino de nuestro quehacer de siempre.

Cristo resucitó y los apóstoles, uno a uno, dieron su vida por esta VERDAD que deslumbra.
Pedro comió y bebió con Jesús después de su Resurrección, Tomás metió sus dedos en las llagas del Cristo resucitado y Pablo nos recuerda que si hemos resucitado con Cristo por el Bautismo, debemos de vivir la nueva vida en espera de su regreso y tenemos el compromiso de llevar por el mundo la palabra de Dios.

¿Por qué hoy la Iglesia Católica celebra el «Lunes del Ángel»?

Hoy, lunes de Pascua, la Iglesia celebra el llamado “Lunes del Ángel”, que recibe ese nombre porque fue precisamente un ángel quien, en el sepulcro, anunció a las mujeres que llegaron hasta allí que el Señor Jesús había resucitado.

Radio Vaticano recuerda la explicación que dio el Beato Juan Pablo II en 1994. “¿Por qué se le llama así?”, se preguntaba el Pontífice, poniendo en evidencia la necesidad de destacar la figura de aquel ángel, que dijo desde lo más profundo del sepulcro: “Ha resucitado”. Estas palabras “eran muy difíciles de pronunciar, de expresar, para una persona humana. También las mujeres que fueron al sepulcro lo encontraron vacío, pero no pudieron decir: Ha resucitado, sólo afirmaron que el sepulcro estaba vacío. El ángel dice más: no está aquí, ha resucitado”.

Así lo narra el Evangelio según San Mateo: «El ángel tomó la palabra y les dijo a las mujeres: ‘Vosotras no tengáis miedo; ya sé que buscáis a Jesús, el crucificado. 6 No está aquí, porque ha resucitado como había dicho. Venid a ver el sitio donde estaba puesto. Marchad enseguida y decid a sus discípulos que ha resucitado de entre los muertos; irá delante de vosotros a Galilea: allí le veréis. Mirad que os lo he dicho'». Mt 28, 5-7

Los ángeles son servidores y mensajeros de Dios. Como criaturas puramente espirituales, tienen inteligencia y voluntad: son criaturas personales e inmortales. Superan en perfección a todas las criaturas visibles.

El resplandor de su gloria da testimonio de ello. Cristo «con todos sus ángeles» Cristo es el centro del mundo de los ángeles. Los ángeles le pertenecen y más aún porque los ha hecho mensajeros de su designio de salvación.

Desde hoy, hasta el final de la Pascua en Pentecostés, se recita la oración del Regina Coeli en vez del Ángelus. El Sumo Pontífice Emérito Benedicto XVI en 2009 señaló que el “alégrate” María pronunciado por el ángel resuena en una invitación a la alegría: “Gaude et laetare, Virgo Maria, alleluia, quia surrexit Dominus vere, alleluia”, “Alégrate y regocíjate, Virgen María, aleluya, porque verdaderamente el Señor ha resucitado, aleluya”.

Papa Francisco explica qué es el Triduo Pascual e invita a ser centinelas de la mañana.

“No nos limitemos a conmemorar la pasión del Señor, sino entremos en el misterio, hagamos nuestros sus sentimientos, sus actitudes, como nos decía San Pablo: ‘Tened en vosotros los mismos sentimientos de Cristo Jesús. Entonces la nuestra será una ‘buena Pascua’”.

Como no podía ser de otra manera, el Papa Francisco dedicó la Audiencia General de este miércoles de Semana Santa a hablar precisamente del Triduo de la pasión, muerte y resurrección de Cristo, “culmen de todo el año litúrgico, culmen de nuestra vida cristiana”. De este modo repasó las celebraciones más destacadas de estos días remarcando que todo cristiano está llamado a ser “centinela del mañana”.

El Pontífice explicó que en el primer día se conmemora la Última Cena y el lavatorio de pies. “Jesús –como un siervo- lava los pies de Simón Pedro y de los otros once discípulos. Con este gesto profético, Él expresa el sentido de su vida y de su pasión, que está al servicio de Dios y de los hermanos”.

Precisamente, el Papa destacó que esto “vino también por nuestro Bautismo, cuando la gracia de Dios nos ha lavado del pecado y nos ha revestido de Cristo. Esto sucede cada vez que hacemos el memorial del Señor en la Eucaristía: hacemos comunión con Cristo Siervo para obedecer su mandamiento, el de amarnos como Él nos ha amado”.

“Si nos acercamos a la comunión sin estar sinceramente dispuestos a lavarnos los pies los unos a los otros, no reconocemos el Cuerpo del Señor. Es el servicio de Jesús donándose a sí mismo, totalmente”.

El viernes se celebra el misterio de la muerte de Cristo “y adoramos la cruz”. “En los últimos instantes de vida, antes de entregar el espíritu al Padre, Jesús dice: ‘¡Todo se ha cumplido!”.

“¿Y qué significa esta palabra?”, se preguntó Francisco. “Significa que la obra de la salvación está cumplida, que todas las Escrituras encuentran su pleno cumplimiento en el amor de Cristo, Cordero inmolado. Jesús, con su sacrificio, ha transformado la más grande iniquidad en el más grande amor”.

Subrayando cómo el testimonio de Jesús ha inspirado a muchas personas que también han dado su vida, recordó “un heroico testimonio” de un sacerdote de la Diócesis de Roma que fue asesinado en Turquía mientras se encontraba allí como misionero, el P. Andrea Santoro. El sacerdote fue asesinado por un estudiante musulmán radical en su parroquia el 5 de febrero de 2006 mientras se encontraba en su parroquia.

Francisco recordó que pocos días antes de este suceso, escribió: “Estoy aquí para vivir en medio de esta gente y permitir a Jesús hacerlo prestándole mi carne… Uno se vuelve capaz de salvación ofreciendo la propia carne. El mal del mundo se lleva y el dolor se comparte, absorbiéndolo en la propia carne hasta el fondo, como ha hecho Jesús”.

Este y otros testimonios y ejemplos “nos sostienen en el ofrecimiento de nuestra vida como don de amor a los hermanos, a imitación de Cristo”.

Dejando a un lado el discurso que tenía previsto, el Santo Padre reflexionó aún más sobre este asunto. “Y también hoy hay tantos hombres y mujeres, verdaderos mártires que ofrecen su vida con Jesús por confesar la fe, solamente por este motivo. Es un servicio, servicio del testimonio cristiano hasta la sangre, un servicio que ha hecho Cristo, nos ha redimido hasta el final”.

“Qué bello será que todos nosotros al final de nuestra vida, con nuestros fallos, nuestros pecados, también con nuestras buenas obras, nuestro amor al prójimo podamos decir al Padre como Jesús: ‘he cumplido’. No con la perfección con la que lo ha dicho Él, sino ‘Señor, he hecho todo lo que he podido hacer’. Adorando la Cruz, mirando a Jesús pensamos en el amor, en el servicio de nuestra vida, en los mártires cristianos… ninguno de nosotros sabe cuándo vendrá esto, pero podemos pedir la gracia de poder decir ‘Padre, he hecho todo lo que he podido, he cumplido”.

Por su parte, el Sábado Santo “es el día en el que la Iglesia contempla el ‘descanso’ de Cristo en la tumba después del victorioso combate en la cruz”.

Y en este día, “la Iglesia, una vez más, se identifica con María: toda su fe es reunida en Ella, la primera y perfecta discípula, la primera y perfecta creyente. En la oscuridad que envuelve lo creado Ella permanece sola para mantener la llama de la fe, esperando contra toda esperanza en la Resurrección de Jesús”.

Por la tarde, en la Vigilia Pascual, “celebramos a Cristo resucitado, centro y fin del cosmos y de la historia; velamos llenos de esperanza en espera de su regreso, cuando la Pascua tendrá su plena manifestación”.

El Papa alertó de cómo “a veces la oscuridad de la noche parece penetrar en el alma; a veces pensamos: ‘Ya no hay nada que hacer’, y el corazón no encuentra más la fuerza de amar… pero en esa oscuridad Cristo enciende el fuego del amor de Dios: un resplandor rompe la oscuridad y anuncia un nuevo inicio”.

Sobre lo mismo, el Papa Francisco indicó que “en la oscuridad más profunda nosotros sabemos que la noche es más noche, tiene más oscuridad poco antes de que comience el día, pero en esa oscuridad es Cristo el que vence”.

“La piedra del dolor es quitada, dejando espacio a la esperanza. ¡He aquí el gran misterio de la Pascua! En esta santa noche, la Iglesia nos entrega la luz del Resucitado, para que en nosotros no se dé el lamento de quien dice ‘Ya no hay nada que hacer’, sino la esperanza de quién se abre a un presente lleno de futuro: Cristo ha vencido la muerte y nosotros con Él”.

En este punto, el Papa aseguró que “nuestra vida no termina delante de la piedra de un sepulcro, nuestra vida va más allá, con la esperanza al Cristo que ha resucitado en ese sepulcro”.

“Como cristianos estamos llamados a ser centinelas de la mañana, que saben ver los signos del Resucitado, como han hecho las mujeres y los discípulos que corrieron al sepulcro al alba del primer día de la semana”, concluyó el Papa.

15 PELICULAS RECOMENDADAS PARA SEMANA SANTA

Semana Santa es un tiempo propicio para conocer y reflexionar más sobre el sentido de ser cristianos y qué mejor si es con la ayuda de una buena película. A continuación 15 filmes con claves de fe que marcaron y cambiaron la vida de muchos de sus espectadores.

La Pasión de Cristo (2004)

Iniciamos la lista con una adaptación de los últimos días de Jesucristo realizada por Mel Gibson. Rodada en latín y en arameo, idiomas que habló Jesús, y proyectada en todo el mundo en versión original por deseo del director, la película atrajo la atención de todos por la crudeza y realismo de sus imágenes.

Ben Hur (1959)

William Wyler firmó una épica superproducción protagonizada por Charlton Heston, Stephen Boyd y Jack Hawkins que obtuvo once premios Oscar. Una historia de dos viejos amigos que se enfrentan y en la que no se muestra el rostro de Jesucristo, aunque su presencia marcará toda la vida de Judá Ben-Hur.

Jesús de Nazareth (1977)

Aunque se trata de una miniserie de televisión y no una película, la obra de Franco Zeffirelli es quizás el mejor relato global del nacimiento, obra y muerte de Jesucristo. El Beato Pablo VI, tras visionar esta producción, recibió en audiencia al director de cine Franco Zefirelli, y le agradeció por esta obra de la vida del Señor.

Los Diez Mandamientos (1956)

Charlton Heston vuelve a aparecer con la adaptación del pasaje de Moisés y Los Diez Mandamientos que dirigió el legendario Cecil B. DeMille. Una colosal superproducción de proporciones bíblicas: casi cuatro horas de duración.

Quo Vadis? (1951)

El título significa en latín “¿A dónde vas?” y se refiere a las palabras de Pedro cuando se encuentra con Cristo en la Vía Apia. La cinta muestra el amor de un soldado romano por una joven doncella, integrante del primer grupo de cristianos en Roma, y que será puesto a prueba después que Nerón queme Roma y les eche la culpa a los cristianos.

Marcelino, pan y vino (1954)

Relata la historia de un niño huérfano que cambiará la vida y el nombre de los frailes. Con su inocencia y picardía se hará querer hasta por el propio Cristo en la cruz. Se llevó el Oso de Plata en el Festival de Berlín. En el 2013 se lanzó una nueva versión de esta obra.

La misión (1986)

El largometraje está situado en la época colonial de Sudamérica. Los valientes misioneros jesuitas buscan evangelizar a los indígenas, instruirlos y protegerlos de los tratantes de esclavos. Pero los planes políticos contra el trabajo de los jesuitas harán que los religiosos desencadenen una emotiva y dura muestra de fe.

Escarlata y negro (1983)

Refleja parte de lo que se vivió durante la ocupación nazi en Roma y las tensiones contra el Vaticano por refugiar judíos y perseguidos políticos de los alemanes. Un sacerdote, que salvó la vida de cientos de personas, estará en la mira de los altos oficiales nazis, pero no podrán tocarlo por estar dentro del territorio papal.

Cristiada (2012)

Película que describe la dramática e histórica persecución del gobierno mexicano contra la Iglesia Católica en la década de 1920’s. Muchos fieles fueron llevados al martirio, otros optaron por el camino de las armas, pero la fuerza de “¡Viva Cristo Rey!” hará resonar la verdad.

Un Dios prohibido (2013)

Narra el martirio de 51 miembros de la Congregación Claretiana durante la Guerra Civil Española. El hecho ocurrió en 1936 en la localidad de Barbastro, en Zaragoza. Ellos fueron beatificados por San Juan Pablo II en 1992.

Encontrarás dragones (2011)

Drama épico dirigido por Roland Joffé, ambientado en la Guerra Civil española, que narra la vida de San Josemaría Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei. Ambientada en la época de la Guerra Civil Española, trata temas como la amistad, el amor, el odio, la traición, el perdón y la búsqueda del sentido de la vida.

De dioses y de hombres (2010)

Película francesa sobre unos monjes cristianos en Argelia que viven en armonía con la población musulmana hasta que estalla la guerra civil que azotó al país entre 1991 y 2002. Esta producción fue ganadora del Premio del Jurado y el Premio del Jurado Ecuménico del Festival de Cannes de 2010.

I am David (La fuerza del valor 2003)

Davis tiene 12 años que escapa de un campo de concentración nazi con la ayuda de Johannes, su amigo y protector. El pequeño deberá llegar a Dinamarca con un sobre sellado que le está prohibido abrir. Esta obra destaca la fuerza y el valor inquebrantable de un niño.

La última cima (2010)

Documental español basado en la vida del alegre P. Pablo Domínguez que murió en un accidente en una cima española, tras intentar salvar la caída de su acompañante. Esta obra refleja la profunda huella que puede dejar un buen sacerdote entre las personas.

El Príncipe de Egipto (1998)

Pensando en los más pequeños se incluye en la lista esta historia de Moisés que fue la primera película de animación tradicional producida y distribuida por Dreamworks, la productora creada por Steven Spielberg.

11 consejos para recuperar la paz interior después de haber pecado

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Hace algunos días terminé el libro “La paz interior” de Jacques Philippe. Es un libro espiritual muy breve, con un lenguaje sencillo y lleno de enseñanzas muy hermosas sobre importancia de cultivar la paz espiritual en la vida cristiana. La obra repasa todas aquellas acciones y situaciones, propias o ajenas, que nos hacen perder la paz interior; por ejemplo, cuando perdemos la paz porque no aceptamos nuestro pasado, porque no nos gusta cómo somos o cómo son los demás, etc. Ofrece además reflexiones y consejos prácticos para mantener esa paz en cada una de las situaciones tratadas.

Entre esos consejos, me parecieron particularmente sugerentes y útiles los que enfrentaban el problema de la pérdida de la paz espiritual a partir de nuestros propios pecados. ¿A quién no le ha ocurrido? Cuando pecamos nos sentimos culpables por nuestras acciones y eso es algo muy sano; sin embargo, no es infrecuente que ese sentimiento de culpa degenere y nos lleve a experimentar remordimientos y angustias que poco o nada tienen que ver con el Dios misericordioso en el que creemos. Por esta razón, quiero repasar con ustedes 11 de los varios consejos que el libro ofrece para enfrentarnos como Dios manda a nuestros propios pecados.

1-Buscar la paz interior y rechazar la angustia complace al Señor
¿Qué es lo que más agrada a Dios? ¿Cuando después de una caída nos descorazonamos y atormentamos, o cuando reaccionamos diciendo: «Señor, te pido perdón, he pecado otra vez, ¡mira lo que soy capaz de hacer por mí mismo! Pero me abandono confiadamente en tu misericordia y en tu perdón y te doy gracias por no haberme permitido pecar aún más gravemente. Me abandono en ti con confianza porque sé que, un día, me curarás por fin. Mientras tanto, te pido que la experiencia de mi miseria me haga más humilde, más dulce con los otros, más consciente de que no puedo nada por mí mismo, sino que todo lo tengo que esperar solamente de tu amor y tu misericordia.

2-La ansiedad y el desaliento que sentimos después de nuestras faltas raramente son sentimientos puros
La angustia, la tristeza y el desaliento que sentimos después de nuestras faltas y fracasos raramente son puros y no suelen deberse al simple dolor de haber ofendido a Dios: en ello se mezcla una buena parte de orgullo. Nos sentimos tristes y desalentados, no tanto por haber ofendido a Dios, sino porque la imagen ideal que teníamos de nosotros mismos se ha visto brutalmente destruida. ¡Frecuentemente nuestro dolor es el del orgullo herido! Este dolor excesivo es justamente la prueba de que confiábamos en nosotros mismos y en nuestras fuerzas, y no en Dios.

3-Nuestros pecados son un mal pretexto para alejarnos de Cristo
¿Dónde encontraremos la curación de nuestras faltas sino junto a Jesús? Nuestros pecados son un mal pretexto para alejarnos de Él, pues cuanto más pecadores somos, más necesitamos acercarnos al que dice: «No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos… No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores» (Mt 9, 12-13).

4-Si me dejo tocar por el amor de Dios, mis faltas pueden convertirse en un manantial de misericordia con los demás
Nuestras faltas pueden convertirse en un manantial de ternura y misericordia para con el prójimo. Yo, que caigo tan fácilmente ¿puedo permitirme juzgar a mi hermano? ¿Cómo no ser misericordioso con él como el Señor lo ha sido conmigo?

5-Evitar la ilusión de querer presentarnos ante el Señor sólo cuando estamos limpios y bellos
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En esta actitud hay mucho de presunción. A fin de cuentas, nos gustaría no necesitar de su misericordia. Sin embargo, ¿qué clase de naturaleza es la de esa pseudo-santidad a la que aspiramos, a veces inconscientemente, que nos haría prescindir de Dios? Por el contrario, la verdadera santidad consiste en reconocer siempre que dependemos exclusivamente de su misericordia.

6-Dios es capaz de sacar frutos hasta de nuestras faltas
La razón por la que la tristeza y el desaliento no son buenos radica en que no debemos tomar trágicamente nuestras propias faltas, pues Dios es capaz de sacar un bien de ellas. Santa Teresa de Lisieux gustaba mucho de esta frase de San Juan de la Cruz: «El Amor sabe sacar provecho de todo, del bien como del mal que encuentra en mí, y transformar en Él todas las cosas». Nuestra confianza en Dios debe llegar hasta ahí: hasta creer que Él es lo bastante bueno y poderoso como para sacar provecho de todo, incluidas nuestras faltas y nuestras infidelidades. Cuando San Agustín cita la frase de San Pablo: «Todo coopera al bien de los que aman a Dios», añade «Etiam peccata»: ¡incluso el pecado! Por supuesto, hemos de luchar enérgicamente contra el pecado y batallar por corregir nuestras imperfecciones. Nada enfría tanto el amor como la resignación ante cierta mediocridad, una resignación que es, además, una falta de confianza en Dios y de su capacidad de santificarnos.

7-Estar atentos a las armas del demonio: el desaliento
Hemos de saber que una de las armas que el demonio suele emplear para impedir el camino de las almas hacia Dios consiste precisamente en hacerles perder la paz y llegar a desalentarlas a la vista de sus faltas. Si los sentimientos que experimentamos después del pecado «nos causan angustia, si hacen decaer nuestro ánimo, y si nos vuelven perezosos, tímidos o lentos en el cumplimiento de nuestros deberes, hemos de creer que son sugerencias del enemigo y debemos seguir haciendo las cosas del modo habitual, sin dignarnos a escucharlas» (Combate Espiritual, Lorenzo Scupoli, cap. 25)

8-Después de la confesión no sigas preguntándote si Dios te ha perdonado
Eso significa querer preocuparos en vano y perder el tiempo; y en este procedimiento hay mucho orgullo e ilusión diabólica, que, a través de estas inquietudes del alma, trata de perjudicaros y atormentaros. Así, abandonaos en su misericordia divina y continuad vuestras prácticas con la misma tranquilidad del que no ha cometido falta alguna. Incluso si habéis ofendido a Dios varias veces en un solo día, no perdáis jamás la confianza en Él.

9-Los humildes no se espantan de sus pecados
«Existe la ilusión, muy común, de atribuir a un sentimiento de virtud el temor y la turbación que se siente después del pecado. Aunque la inquietud que sigue al pecado vaya siempre acompañada de cierto dolor, procede, sin embargo, de un fondo de orgullo, de una secreta presunción causada por una excesiva confianza en las propias fuerzas. Así, cuando la persona que se cree asentada en la virtud y desprecia las tentaciones llega a reconocer —por la triste experiencia de sus caídas— que es tan frágil y pecadora como las demás, se asombra ante un hecho que no debía haber sucedido y, privada del débil apoyo con el que contaba, se deja invadir por el disgusto y la desesperanza. Esta desdicha no sucede nunca en el caso de los humildes, que no presumen de ellos mismos, y solamente se apoyan en Dios, porque cuando caen, no se sorprenden ni se turban, pues la luz de la verdad que los ilumina les hace ver que su caída es un efecto de su debilidad y su inconstancia» (Combate Espiritual, Lorenzo Scupoli, cap. 4 y 5)

10-Un alma en paz coopera mejor con el auxilio de Dios
No conseguiremos liberarnos del pecado con nuestras propias fuerzas, eso solamente lo conseguirá la gracia de Dios. En lugar de rebelarnos contra nosotros mismos, será más eficaz que nos encontremos en paz para dejar actuar a Dios.

11-El color del verdadero arrepentimiento
Necesitamos saber distinguir el auténtico arrepentimiento, el verdadero deseo de corregirnos – que siempre es tranquilo, apacible y confiado-, del falso arrepentimiento, de sus remordimientos que nos conturban, nos desaniman y nos paralizan. ¡No todos los reproches que proceden de nuestra conciencia están inspirados por el Espíritu Santo! Algunos provienen de nuestro orgullo o del demonio, y tenemos que aprender a discernirlos. Y la paz es un criterio esencial en el discernimiento del espíritu. Los sentimientos que inspira el Espíritu de Dios pueden ser poderosos y profundos, pero no por ello menos sosegados.

CON MARIA, CAMINANDO LA CUARESMA…

“Convertios, y creed en el Evangelio”… repetirá una y otra vez, el sacerdote en la imposición de las cenizas. ”Convertios”. Maria.

– Pero ¿No se supone, Madre querida, que ya estamos convertidos? Digo, estamos aquí, en misa, creemos en tu Hijo, ¿Por qué nos dice esto?.

Miro tu imagen, tu conocida y querida imagen, Señora de Luján, y te pido disculpas por mi ignorancia, pero mi amor a tu Hijo necesita respuestas….

– Hija querida, puedes preguntarme todo, todo lo que no comprendas, porque cada pregunta tuya, cada búsqueda de la verdad es una caricia a mi corazón entristecido. Y nada me hace más feliz que contestarte, mostrarte los caminos a mi Hijo, tomarte de la mano y llevarte a Él, pues muchas veces veo que no te atreves a caminar sola..

Es cierto, María, muchas veces me quedo atrapada en mis miedos, mis dudas, mis ignorancias, pero me consuela saber que puedo extender mi mano en la plenísima seguridad de que siempre hallare la tuya.

-Para aclarar tu duda te digo que ese “Convertios” que tanto te descoloca es como una puerta para comenzar a caminar tu cuaresma…

– ¿Mi Cuaresma, Señora?

– Sí, tu Cuaresma… como te hable un día de tu propio camino hacia la Navidad, debo hablarte ahora de tu propio camino de Cuaresma….

– Explícame, Señora

Me quedo mirando tu imagen fijamente, me abrazas el alma y me llevas de la mano a los lejanos parajes de Tierra Santa…

“Era invierno” (Jn 10,22). El viento helado cala hasta los huesos, caminamos entre la gente y te sigo, sin saber adónde. De repente nos encontramos frente a las escalinatas del Templo de Jerusalén. Allí “Jesús se había sentado frente a las alcancías del Templo, y podía ver como la gente echaba dinero para el tesoro”(Mc 12,41) Nos vamos acercando lentamente, yo temo de que alguien advierta mi presencia…

– No temas, nadie puede verte, solo Jesús y yo…-Recuerdo muchas veces en que creí que nadie podía verme, y siento vergüenza por todos mis pecados escondidos….

– Señora ¿qué hacemos aquí?.

– Quiero que comiences a caminar tu cuaresma, y que la vivas tan plenamente como te sea posible.

– Supongo que eso será muy bueno para mí.

– No sólo para ti . Verás, si todo el dolor de esta cuaresma de tu vida, lo depositas en mi corazón, si vives tu tristeza, tu angustia y tu soledad como un compartir la tristeza y soledad de mi Hijo, entonces, querida mía, no sólo será beneficioso para tu alma, sino que yo lo multiplicaré para otras almas….

Asombro, esa es la palabra que podría definir todos mis encuentros contigo… asombro; ante la magnitud de tu amor, ante la magnitud de la misericordia tuya y de tu Hijo… Asombro y alegría… una dulcísima alegría de saberme tan amada.

– Mira, hija, el rostro de Jesús….

Contemplo el amadísimo rostro. Su mirada está serena, aunque inmensamente triste.

– ¿Por qué esta triste el Maestro, Madre?

– Pregúntaselo hija, vamos anda….

Confieso que me tiemblan las piernas y el corazón amenaza con salir de mi pecho pero, increíblemente, una serena paz me inunda el alma….

– Señor- y no encuentro palabras. Sí, todas las palabras que transito diariamente y cuyos rostros y voluntades creo conocer, todas las palabras con la que he justificado mis olvidos, parecen desvanecerse antes de que pueda atraparlas. Vuelan, como pájaros espantados, no se sienten dignas, comprendo entonces que sólo el amor es digno. Por fin, atrapo las más puras…

– Señor, déjame compartir tu tristeza…

Oh, Señora mía, tu Hijo vuelve sus ojos mansos hacia mí y su mano se apoya en mi hombro…. mi alma se estremece ¿Quién soy yo, para merecer tal detalle de amor?

-¿Por qué me pides eso?

– Porque te amo, y no tengo nada digno para darte que te alivie-mi voz es apenas un susurro- Porque me amas y sé que estás pasando todo esto para que yo tenga vida eterna. Tú nos pides que carguemos la cruz y te sigamos, Maestro.. pero yo…¡yo no sé como se hace eso!- Y me deshago en llanto, y me siento pequeña, insignificante, tan pecadora e indigna que quisiera salir corriendo …pero ¿Adónde? Adonde iré, Señor mío, si sólo tú tienes palabras de vida eterna.

– Hermanita del alma-y tu voz mansa calma y disipa mis tempestades -si quieres seguirme, niégate a ti misma, carga con tu cruz de cada día y sígueme.

Jesús me mira y su mirada traspasa todas las corazas con las que intento cada día disfrazar mi corazón. Quisiera que viese el paisaje que Él espera, no el que mi tibieza y olvidos construyeron neciamente. Pero ya es tarde para pretender eso.. o no. Tu misericordia, Señor, es un torrente inagotable que puede sanar el corazón más destruido, el más olvidado, el más solitario.

Unos hombres se acercan. Probablemente sus apóstoles. Jesús se retira y María, que está a pocos pasos escuchando cada palabra, se acerca a mí. Tomándome por los hombros, me lleva a las afueras de la ciudad. Allí, en un reparo tibio doy rienda suelta a mi llanto….

Ella nada dice, sólo me mira con infinita ternura.

– Ay, Madre, Madre, ¡Cómo puedo ser tan torpe!. El Maestro es tan sencillo y claro para hablarme, que se supone debo entender ¡Pero no, no entiendo! ¡No sé como llevar a mi vida de cada día sus preciosísimos consejos! ¡Ayúdame, por piedad!..

Colocas delicadamente mi cabeza en tu hombro…¡Qué remanso para mi alma dolorida!…

– Hija, intentaré explicarte más detalladamente, no sólo para que comprendas sino para que te determines a caminar .

– Te escucho, Madre, mi corazón tiene tanta sed de tus palabras.

– Bien, comenzaremos por lo primero que te dijo Jesús: “¿Por qué me pides eso?”. Él sabe que tú no le pedirías caminos si no fuese que el Espíritu te ha creado esa necesidad. Tú no amaste a Jesús y Él te escuchó, sino que Él te amó primero. ¿Comprendes la diferencia?. Que tú le busques, le necesites, es una clara señal de que Él te ama. Luego te dijo las condiciones para seguirlo. Veamos esto parte por partes: ”Si quieres seguirme”. No se trata de que te acerques por interés de conseguir algo que deseas, porque te sientes sola y no encuentras nada mejor o porque se supone que debes hacerlo. Nada de eso. Se trata de que “quieras” y ese querer parte de una gracia del Espíritu que tu corazón escucha y acepta. Luego te dijo: “Niégate a ti misma”. Allí te esta pidiendo que cultives, en lo más profundo de ti, la humildad y que la dejes crecer sin ahogarla con tu orgullo y vanidad.

– Para ello necesitaré mucho oración, supongo…

– Por cierto. Oración, pero oración que no es mera repetición de palabras. Puedes comenzar analizando tu actitud en la oración. ¿Cómo rezas? ¿Como el fariseo?. “Te doy gracias porque no soy como los demás”, creyendo que tu fe es mejor o mas valiosa a los ojos de Dios que la de una simple mujer que reza cada día el rosario en la soledad de la parroquia, con una voluntad y constancia que tú no posees. Hija, intenta rezar como el publicano, que se quedaba atrás y no se atrevía a levantar los ojos al cielo: “Dios mío, ten piedad de mí que soy un pecador”. Renunciar a la tentación del aplauso, del halago. Renunciar a la vanidad de sentirse mejor que otros es difícil hija, mas no imposible. Cuando lo logras, las alas de tu alma se despliegan en vuelo límpido hacia cielos más altos.

– Madre, madre… cuánto he lastimado el Sagrado Corazón de tu Hijo, cuánto necesito de su misericordia. Continúa, que en este punto ya no quiero el retorno…

– “Toma tu cruz y sígueme”. Así, tal cual, hija. “Tu” cruz, no la ajena, no la que te gustaría, sino la tuya, la conocida, la que crees no merecer y que, sin embargo, te lleva a la eternidad. ”Sígueme” pero ¿Cómo piensas seguirle? ¿Rezongando y protestando por el peso de tu cruz, quejándote de que otros tienen cruces más livianas? ¡Cómo si pudieras tú ver el corazón sangrante o el alma doliente de tu hermano! ¿Le seguirás arrastrando la cruz para que deje marcas en la arena buscando la compasión de los demás?… Hija, debes abrazar tu cruz y amarla…

– ¿Cómo se ama la cruz, Señora?

– Se ama en aquél que te lastima con su indiferencia, en el que no te escucha, en la que te difama. Se ama construyendo cada día en tu familia aunque sientas que predicas en el desierto. Se ama sembrando, aunque sientas que el viento de la indiferencia arrastra la semilla. Tú nunca sabes si alguna quedó plantada y la misericordia de Dios hará que dé fruto, a su tiempo, cuando menos lo esperes. No temas la dureza del tiempo de siembra, piensa en la alegría de la cosecha… que llega, hija, llega, siempre.

Tu voz dulce, segura y pura riega la aridez de mi alma, abre puertas cerradas por tanto tiempo y el sol de la luz de Cristo entra a raudales en los más recónditos espacios de mi interior. Caminar la cuaresma, vencerme, cargar la cruz.¿Podré?¿Cuánto tiempo durará en mí este deseo de caminar tras Jesús?

– Tanto tiempo como lo alimentes. La Eucaristía, Jesús mismo, te dará la fuerza, la constancia, la paz. Y yo estaré siempre contigo, para secar tu frente, para enjugar tus lágrimas, aún cuando no me veas, aún cuando me creas lejos. Siempre.

Cae la tarde y el sol se esconde en el horizonte mientras yo me escondo en tu pecho en apretado abrazo. Cuando abro los ojos el sacerdote está por comenzar la ofrenda del pan y del vino. Miro tu imagen. Me sonríes desde ella. Un viento fresco entra por la ventana, el sol se termina de esconder en el horizonte y, por un exquisito regalo tuyo, siento que me continúas abrazando. Siempre.

Amigo que lees estas líneas. No temas recorrer tu propia Cuaresma, no reniegues de tu cruz. Cuando sientas que caes bajo su peso, levanta los ojos y verás la mano de tu madre, extendida. No le reproches nada, sólo tómala, y veras que tus heridas cicatrizan en medio del mas profundo amor.