miércoles, noviembre 12, 2025
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La Eucaristía ¿Presencia real de Jesús?

Pregunta:

Hola: La Iglesia Católica está mal porque dice que Cristo está presente en la Eucaristía pero eso no es cierto, solamente es un símbolo. Te aseguro que si yo llevo una hostia consagrada y la examino en un microscopio no voy a ver a Jesucristo. Además, la Biblia dice que hay un solo sacrificio y no muchos. No hacen falta misas…
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Respuesta:

Saludos hermano. Por tu comentario seguramente que no eres católico. Gracias por tu e-mail y respondo a tus comentarios. eucaristía eucaristía eucaristía eucaristía eucaristía eucaristía

1.- Presencia Real de Jesucristo: Cuerpo y Sangre.

Cuando los católicos creemos en algo no es porque a alguien se le haya ocurrido sino porque seguramente tiene una fuerte fundamentación en la Biblia y en la Tradición apostólica.

En este caso la «presencia real de Jesucristo» en el Pan y Vino consagrado es un hecho que la Palabra de Dios nos muestra claramente. Leamos lo que Jesucristo dice:

«Yo soy el pan de la vida. Sus padres comieron el maná en el desierto y murieron; este es el pan que baja del cielo, para que quien lo coma no muera. Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo.»
Jn 6,48-51

Esas son las palabras de Jesús en todas las Biblias del mundo: el Pan que yo les daré ES MI CARNE. Palabras textuales de Nuestro Señor. Ante este texto bíblico que es tan claro hay muchos hermanos evangélicos y otros que dicen que no es algo real, sino que Jesucristo estaba hablando simbólicamente.

Para comprobar que esto no era nada simbólico sino algo real, lo mejor no es dar nuestra opinión, sino dejar que la Biblia hable por sí misma y nos muestre cuál fue la reacción de las personas que estaban alrededor de Jesús cuando dijo esas palabras. Veámoslo en el siguiente punto:

2.- Los tres niveles de fe: judíos, protestantes, católicos.

El primer grupo que encontramos es el de los judíos reaccionando de esta manera:

«Discutían entre sí los judíos y decían: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?» Jesús les dijo: «En verdad, en verdad les digo: si no comen la carne del Hijo del hombre, y no beben su sangre, no viven de verdad. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él».
Jn 6,52-56

Si leyó usted atentamente, notará que la reacción de los judíos es de una gran incredulidad. Era normal, porque al oír las palabras de Jesús las entendieron literalmente como las oyeron. Jesucristo estaba hablando de comer su carne y beber su sangre.

Es como el primer nivel de Fe ante las palabras de Jesucristo. Nada de simbólico como hoy en día lo dicen muchos.

Tan real que por eso reaccionaron así. Para que les quedara claro que era algo real, Jesús les repitió a ellos cuatro veces la necesidad de comer su carne y beber su sangre.

El segundo grupo de diferente reacción es el siguiente:

«Muchos de sus discípulos, al oírle, dijeron: «Es duro este lenguaje. ¿Quién puede escucharlo?» Pero sabiendo Jesús en su interior que sus discípulos murmuraban por esto, les dijo: «¿Esto os escandaliza? ¿Y cuando vean al Hijo del hombre subir adonde estaba antes?…«El espíritu es el que da vida; la carne no sirve para nada. Las palabras que les he dicho son espíritu y son vida.«Pero hay entre ustedes algunos que no creen.» Porque Jesús sabía desde el principio quiénes eran los que no creían y quién era el que lo iba a entregar. Y decía: «Por esto les he dicho que nadie puede venir a mí si no se lo concede el Padre.»
Desde entonces muchos de sus discípulos se volvieron atrás y dejaron de seguirle.
Jn 6,60-66

Qué tremendo es lo que nos dice la Biblia. Muchos de sus discípulos inmediatamente reaccionan diciendo que no, que esas palabras que Jesús había dicho sobre comer su carne y beber su sangre era «muy duras». Claro. Era algo real.

Nota mi querido hermano que este segundo grupo no era de judíos sino de discípulos de Jesús. Es decir, eran creyentes que habían aceptado antes las palabras de Jesús; creyentes que amaban a Dios y reconocían a Jesús como el Mesías; creyentes que ya habían oído antes de las promesas y exigencias del Reino; creyentes… sí, creyentes pero hasta un cierto nivel.

Para esos «discípulos» todo iba bien hasta que oyeron a Jesucristo hablar sobre «comer su carne y beber su sangre». Discípulos, pero a partir de ese momento, nos dice la Biblia en el verso 66, «se volvieron atrás y dejaron de seguirle»

Si es tremenda su reacción de rechazo a esas palabras de Jesús, más tremenda es la reacción de Jesucristo cuando ve que muchos de sus discípulos deciden abandonarlo por esas palabras. Léalo usted en su propia Biblia, en cualquier idioma y en cualquier versión. ¿Sabe qué hizo Jesús?: NADA.
No hizo nada y dejó tranquilamente que se marcharan. Como diciendo: «Si van a estar conmigo acepten mis palabras: «es mi cuerpo y es mi sangre», por más duras que sean, si no aceptan, váyanse» … y los dejó ir.

Sin duda que esos discípulos son muy parecidos a muchos protestantes de hoy en día que aman y siguen a Jesús, pero al llegar a la presencia real, deciden no seguirle hasta ese nivel.

Pasemos rápidamente a ver el tercer grupo que nos muestra otro tipo de reacción y de nivel de Fe:

«Jesús dijo entonces a los Doce: «¿También ustedes quieren marcharse?» Le respondió Simón Pedro: «Señor, ¿A quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Hijo de Dios.»
Jn 6,67-69

Qué maravilloso e increíble es Nuestro Señor Jesucristo. Después de que se le van muchos, voltea, mira a los Apóstoles, que sin deberla ni temerla lo ven y les suelta la pregunta: ¿También ustedes quieren marcharse?

Lo hizo así porque Jesús aprovechó la ocasión para definir de una vez por todas quién iba a aceptar realmente sus palabras. Aun corriendo el riesgo de que algunos de sus apóstoles también se le fueran, lo hizo. Sus palabras: «comer mi carne y beber su sangre» eran tan reales e importantes que no se podía «negociar» con ello. Nuestro Señor las pondrá como condición para ser un auténtico discípulo al 100%.

Además, hay que resaltar que la reacción de ellos no es en grupo, como los judíos, ni como los que lo abandonaron. No. Aunque Jesús les pregunta a los doce, la respuesta es sólo de uno, representando a los doce: Pedro tomó la palabra y dio un SÍ personal y eclesial: «Tú tienes palabras de vida eterna».

¿Casualidad? No. Pedro, el primer Papa, la cabeza visible de la Iglesia; el pastor que Jesús nos dejaría, acepta las palabras de Jesús tal como son.

Igualmente nosotros, católicos con una fe personal y unidos al sucesor de Pedro, tenemos el regalo de llegar al tercer nivel de fe. De ahí en adelante los católicos aceptaremos siempre las palabras de Jesús tal como son: «Comer mi carne, beber mi sangre».

3.- El Mandato de Jesús: Hagan esto en Memoria mía.

Veamos ahora cómo las palabras de Jesús no serían solamente para ese tiempo, sino un mandato para que los Apóstoles y sus sucesores lo hicieran por siempre:

«Tomó luego pan, y, dadas las gracias, lo partió y se los dio diciendo: Este es mi cuerpo que es entregado por ustedes; hagan esto en memoria mía.»
Lc 22,19

Así que mi estimado hermano, la razón del por qué celebramos en la Iglesia Católica la Eucaristía es porque simplemente se trata de un mandato de Jesús.

4.- Actualizando el único sacrificio de Jesús en la cruz.

Además, cuando celebramos la Misa, no estamos pensando en ofrecer a Jesucristo varias veces repitiendo su sacrificio, como las sectas piensan.

No. Lo que nosotros pensamos es en «hacer presente el único e irrepetible sacrificio de Nuestro Señor». Tal como él lo dijo: «Hagan esto en memoria mía». Por eso, años después, el Apóstol Pablo dirá:

«Porque yo recibí del Señor lo que les he transmitido: que el Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó pan, y después de dar gracias, lo partió y dijo: «Este es mi cuerpo que será entregado por ustedes; hagan esto en memoria mía.»

Asimismo tomó la copa diciendo: «Esta copa es la sangre de la Nueva Alianza. Cuantas veces la beban, hagan esto en memoria mía.»
1 Cor 11,23-25

Más que un simple recuerdo o una repetición, para el Apóstol San Pablo y para nosotros, es un «hacer presente» la alianza que con su sangre selló nuestro Señor.

5.- Tan real, que tiene consecuencias reales.

Si al llegar a este punto todavía hubiera alguien que dude que se está hablando de «cuerpo y sangre» como algo real, veamos cuál es la conclusión del Apóstol en su discurso eucarístico:

«Por tanto, quien coma el pan o beba la copa del Señor indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Examínese, pues, cada cual, y coma así el pan y beba de la copa. Pues quien, sin examinar su conciencia come y bebe el Cuerpo, come y bebe su propia condenación».
1 Cor 11,28

Tan real es el «cuerpo y sangre» para el Apóstol Pablo, que recibirlo indignamente es comer su propia condenación. Cuando alguien maltrata una foto de un artista no hay castigo, pero cuando es a la persona real sí que lo hay. Pablo lo está diciendo así, precisamente: como algo real.

6.- Ni con Microscopio, ni con Telescopio.

Un último aspecto que te quiero comentar, es que cuando nos escribiste me decías que si tú llevabas una hostia consagrada a un microscopio no ibas a ver a Jesucristo. Te respondo que si la llevas a un microscopio allí no verás a Jesús, pero si tomas un telescopio y miras al cielo, allí tampoco verás a Dios. Te pareces a uno de los primeros astronautas que fue a la luna y en tono de burla dijo: Fui al cielo y no mire a Dios.

Definitivamente olvidaste algo fundamental: A Dios no se le ve con los ojos físicos en el microscopio ni en el telescopio. A Dios se le encuentra con los ojos de la Fe, pues como el Apóstol Pablo dijo: «Nosotros andamos por Fe y no por vista» Rom 8,24-25 y creo que en ese aspecto no andas muy bien que digamos.

Ni modo. Como muchas veces dijo Jesucristo: «Que entienda, el que pueda».

De nuestra parte seguimos unidos al Apóstol Pedro aceptando el «cuerpo y la sangre de Jesucristo» y diciendo a Jesús:

«Señor, tú tienes palabra de vida eterna».

Y seguiremos Celebrando la Eucaristía con gozo:
«Hasta que vuelva».
1 Cor 11,28

Dios te bendiga e ilumine tu mente y corazón.

Si eres católico, no olvides que como cristianos que somos, debemos de buscar como renovar nuestra vida en Cristo(Jn 15,1-7) e impulsar nuestro apostolado para traer a mucha gente a los pies de Jesucristo(Mt 28,18-20) y no dejar esa labor a las sectas o iglesias protestantes que no poseen la plenitud de los medios de salvación.

Si eres evangélico, mormón o testigo de Jehová te invito a que conozcas en serio lo que es la fe cristiana(Ef 4,13), la BIblia(2 Tes 2,15) y la Iglesia de Cristo(Ef 5,25). Estudia la historia del cristianismo y ora para que Dios siga actuando en tu vida. Dios te ama y espera en el redil de plenitud que ha dejado: La Iglesia católica (Mt 16,18).

Yo simplemente deseo cumplir la voluntad de Dios en plenitud.(Mt 7,21-23) ¿Y usted…?

Y TU, DE QUE ERES ESCLAVO?

¿Eres esclavo de las heridas que recibiste cuando eras pequeño?, ¿De tus traumas de la infancia?, ¿De lo que alguien más decidió que fueras?, ¿De una relación que no te satisface?, ¿De un trabajo que no disfrutas?, ¿De la rutina de tu vida?

¡YA…. LIBÉRATE! ¡Tira ya ese costal que llevas en la espalda!, en el guardas el resentimiento, el rencor y la culpa.

Deja ya de culpar a otros y a tu pasado por lo que no marcha bien en tu vida. Cada día tienes la oportunidad de empezar otra vez. Cada mañana, al abrir los ojos, naces de nuevo, recibes otra oportunidad para cambiar lo que no te gusta y para mejorar tu vida. La responsabilidad es toda TUYA.

Tu felicidad no depende de tus padres, de tu pareja, de tus amigos, de tu pasado….. Depende sólo de TI ¿Qué es lo que te tiene paralizado?……… ¿El miedo al rechazo?, ¿Al éxito?, ¿Al fracaso?, ¿Al que dirán?, ¿A la crítica?, ¿A cometer errores?, ¿A estar solo?.

¡Rompe ya las cadenas que tu mismo te has impuesto! A lo único que le debes tener miedo es a no ser tú mismo, a dejar pasar tu vida sin hacer lo que quieres, a desaprovechar esta oportunidad de mostrarte a otros, de decir lo que piensas, de compartir lo que tienes.

Tú eres parte de la vida y como todos, puedes caminar con la frente en alto. Los errores del pasado ya han sido olvidados y los errores del futuro serán perdonados. Date cuenta de que nadie lleva un registro de tus faltas, SÓLO TÚ MISMO. Ese juez que te reprocha, ese verdugo que te castiga, ese mal amigo que siempre te critica, ¡eres tú mismo! Ya déjate en paz, perdónate, sólo tú puedes lograrlo.

¿Cuándo vas a demostrar tu amor a tus seres queridos?, ¿Cuándo te queden unos minutos de vida?, ¿Cuándo les queden a ellos unos minutos de vida? El amor que no demuestres hoy, se perderá para siempre. Recuerda que la vida es tan corta y tan frágil que no tenemos tiempo que perder en rencores y estúpidas discusiones. Hoy es el día de perdonar las ofensas del pasado y de arreglar las viejas rencillas. Entrégate a los que amas sin esperar cambiarlos, acéptalos tal como son y respeta el don más valioso que han recibido…… Su libertad.

Disfruta de tus relaciones sin hacer dramas. Si pretendes que todos hagan lo que tú quieres o que sean como tú has decidido, si pretendes controlar a los que te rodean, llenarás tu vida de conflicto.

Permite a otros que tomen sus propias decisiones como has de tomar las tuyas, tratando siempre de lograr lo que es mejor para todos. Así…. podrás llenar tu vida de armonía.

¿Qué estás esperando para empezar a disfrutar de tu vida? ……¿Que se arreglen todos tus problemas?, ¿Que se te quiten todos tus traumas?, ¿Que por fin alguien reconozca tu valía?, ¿Que llegue el amor de tu vida?, ¿Que regrese el que se fue?, ¿Que todo te salga como tú quieres?, ¿Que se acabe la crisis económica?, ¿Que te suceda un milagro?, ¿Que por arte de magia todo sea hermoso y perfecto? ¡Despierta ya!, ¡Esta es la vida! La vida no es lo que sucede cuando todos tus planes se cumplen, ni lo que pasará cuando tengas eso que tanto deseas. La vida es lo que está pasando en este preciso instante. Tú vida en este momento es leer este párrafo, donde quiera que lo estés haciendo y con las circunstancias que te rodean ahora. En este momento tu corazón lleva sangre a todas las células de tu cuerpo y tus pulmones llevan oxígeno a donde se necesita.

En este momento algo que no podemos comprender, te mantiene vivo y te permite, ver, pensar, expresarte, moverte, reír, ¡hasta llorar si quieres! No te acostumbres a la vida, no te acostumbres a despertar todos los días y estar aburrido, o malhumorado, o preocupado. Abre tus ojos y agradece todas las bendiciones que puedes ver, agradece tu capacidad de oír el canto de los pájaros, tu música preferida, la risa de tus hijos. Pon tus manos en tu pecho y siente tu corazón latir con fuerza diciéndote: “Estás vivo, estás vivo, estás vivo”……..

Yo se que la vida no es perfecta, que está llena de situaciones difíciles. Tal vez, así es como se supone que sea. Tal vez por eso se te han brindado todas las herramientas que necesitas para enfrentarla: Una gran fortaleza que te permite soportar las pérdidas, la libertad de elegir, como reaccionar ante lo que sucede, el amor y el apoyo de tus seres queridos. Si te preguntas…., ¿Quién soy yo para decirte todo esto? Te contestaré que no soy nadie, soy simplemente una versión diferente de lo que tú eres. Otro ser humano más entre miles de millones, pero uno que ha decidido ser libre y recuperar todo el poder de su vida… Espero que tú también decidas hacerlo.

CUANDO LA VIDA ES ZARANDEADA POR LAS OLAS.

Los hechos del Evangelio no han sido escritos sólo para ser contados, sino también para ser revividos. A quien les escucha se le invita cada vez a entrar dentro de la página del Evangelio, a convertirse de espectador en actor, a ser parte en causa. La Iglesia primitiva nos da el ejemplo. La manera en que se cuenta el episodio de la tempestad calmada muestra que la comunidad cristiana lo aplicó a su propia situación. En aquella tarde, cuando había despedido a la multitud, Jesús había subido solo al monte para rezar; ahora, en el momento en el que Mateo escribe su Evangelio, Jesús se ha despedido de sus discípulos y ha ascendido al cielo, donde vive rezando e «intercediendo» por los suyos. En aquella tarde echó mar adentro la barca; ahora ha echado a la Iglesia en el gran mar del mundo. Entonces se había levantado un fuerte viento contrario; ahora la Iglesia vive sus primeras experiencias de persecución.

En esta nueva situación, ¿qué les decía a los cristianos el recuerdo de aquella noche? Que Jesús no estaba lejos ni ausente, que siempre se podía contar con él. Que también ahora daba órdenes a sus discípulos para que se le acercaran «caminando sobre las aguas», es decir, avanzando entre las corrientes de este mundo, apoyándose sólo en la fe.

Es la misma invitación que hoy nos presenta: aplicar lo sucedido a nuestra vida personal. Cuántas veces nuestra vida se parece a esa barca «zarandeada por las olas a causa del viento contrario». La barca zarandeada puede ser el propio matrimonio, los negocios, la salud… El viento contrario puede ser la hostilidad y la incomprensión de las personas, los reveses continuos de la vida, la dificultad para encontrar casa o trabajo. Quizá al inicio hemos afrontado con valentía las dificultades, decididos a no perder la fe, a confiar en Dios. Durante un tiempo nosotros también hemos caminado sobre las aguas, es decir, confiando únicamente en la ayuda de Dios. Pero después, al ver que nuestra prueba era cada vez más larga y dura, hemos pensado que no podíamos más, que nos hundíamos. Hemos perdido la valentía.

Este es el momento de acoger y experimentar como si se nos hubieran dirigido personalmente a nosotros las palabras que Jesús dirigió en esta circunstancia a los apóstoles: «¡Ánimo!, que soy yo; no temáis». Es famosa la frase con la que el sacerdote Abundio, en Los novios (I promessi sposi), justifica su miedo y cobardía: «Quien no tiene valentía no se la puede dar». Tenemos que desterrar precisamente esta convicción. ¡Quien no tiene valentía se la puede dar! ¿Cómo? Con la fe en Dios, con la oración, basándose en la promesa de Cristo.

Alguno dirá que esta valentía, basada en la fe en Dios y en la oración, es un pretexto, una huida de las propias posibilidades y responsabilidades. Una manera de descargar en Dios los propios deberes. Es la tesis de fondo de la obra de teatro de Bertolt Brecht, ambientada en Alemania en tiempos de la guerra de los Treinta Años, que tiene como protagonista a una mujer del pueblo llamada, por su capacidad de decisión y valor, «Madre Coraje». En plena noche, las tropas imperiales, tras haber matado a los guardias, avanzan contra la ciudad protestante de Halle para quemarla. En los alrededores de la ciudad, una familia de campesinos, que acoge a la Madre Coraje con la hija muda, Kattrin, sabe que lo único que puede hacer para salvar a la ciudad de la ruina es rezar. Pero Kattrin, en lugar de ponerse a rezar, sube al techo de la casa, y se pone a tocar desesperadamente el tambor hasta que ve que los habitantes se han despertado y están de pie. Es asesinada por los soldados, pero la ciudad se salva.

Con esta crítica, que es la clásica crítica del marxismo, se ataca a quien pretende quedarse con los brazos cruzados, en espera de que Dios lo haga todo. Pero esto no tiene nada que ver con la verdadera fe y la verdadera oración, que es lo contrario de la resignación pasiva. Jesús dejó que los apóstoles remaran contra el viento durante toda la noche y que utilizaran todos su recursos antes de intervenir personalmente.image

ES PECADO HACERSE TATUAJE?

El tatuaje es una marca o un dibujo permanente en el cuerpo que se realiza introduciendo pigmento en las roturas de la piel. Ha sido practicado en muchas partes del mundo, aunque es raro entre poblaciones de piel oscura y ha estado ausente en muchas partes de China (al menos en los últimos siglos).

En ocasiones se los realiza para tener protección mágica contra la enfermedad o la desgracia; también se usan para identificar el rango de su dueño, se estado o pertenencia a un determinado grupo.

El ´Diccionario de los Símbolos´ de Chevalier-Cheerbrant (Herder, Barcelona 1991, p. 980) dice: ´el tatuaje pertenece en suma a los símbolos de identificación y está impregnado de todo su potencial mágico y místico. La identificación tiene siempre un doble sentido: tiende a atribuir a un sujeto las virtudes y las fuerzas del ser-objeto al cual se asimila; pero tiende también a inmunizar al primero contra las posibilidades maléficas del segundo. También se verán tatuajes de animales peligrosos, como el escorpión y la serpiente, o de animales símbolos de fecundidad, como el toro, de potencia, como el león, etc. La identificación implica también un sentido de don, e incluso de consagración al ser simbólicamente representado por el tatuaje; es entonces un signo de alianza´.

Se han encontrado tatuajes en momias egipcias datadas en el 2.000 a.C. Su uso es mencionado por autores clásicos en relación con los Tracios, Griegos, Galos, antiguos Germanos y Bretones; los Romanos tatuaban a los criminales y a los esclavos. Con la llegada del Cristianismo, el tatuaje fue prohibido en Europa, pero persistió en Medio Oriente y en otras partes del mundo.

En América, muchas tribus indias acostumbraban tatuarse el cuerpo y/o la cara. La técnica más usual consistía en los simples pinchazos, pero algunas tribus de California introducían color dentro de los rasguños, y algunas tribus del Artico y Subártico, muchos esquimales, y otros pueblos de Siberia Oriental hacían punturas con agujas a través de las cuales pasaban por debajo de la piel un hilo cubierto con pigmento (usualmente hollín). En la Polinesia, Micronesia y partes de Malasia, el pigmento era introducido en la piel arañándola con una especie de un pequeño rastrillo.

Con pequeñas variantes encontramos cosas semejantes den Nueva Zelanda, Japón, Túnez, Borneo, los Ibos de Nigeria, los indios Chontal de México, etc.

El tatuaje fue redescubierto por los europeos cuando entraron en contacto con los indios americanos y polinesios en la época de las grandes exploraciones. La misma palabra tatuaje (tattoo) fue introducida en la lengua inglesa y en otras europeas provenientes de Tahiti, donde fue recogido por la expedición de James Cook en 1769. Indios y polinesios tatuados, y más tarde europeos tatuados en el extranjero, atrajeron mucho interés en exhibiciones, ferias y circos de Europa y Estados Unidos, durante los siglos XVIII y XIX.

Estimulados por ejemplos polinesios y japoneses, ´parlatorios´ de tatuajes, donde profesores especializados tatuaban a marineros europeos y americanos, pulularon por todas las ciudades del mundo. El primer implemento eléctrico para tatuar fue patentado en los Estados Unidos en 1891. Los Estados Unidos se convirtió en un centro de influencia en tatuajes, especialmente con la expansión de los tatuajes con motivos americanos. Los motivos nauticos, militares, patrioticos, románticos y religiosos son ahora similares en estilo y temas a través del mundo; los motivos característicos nacionales de comienzos del siglo XX han desaparecido.

Desde el siglo XX, miembros de grupos callejeros y de motociclistas frecuentemente se identifican a sí mismos por determinados tatuajes. Durante la última parte del siglo XIX, el tatuaje estuvo en boga entre hombres y mujeres en las clases altas de Inglaterra. Excepto para tipos euroamericanos y japoneses y especiales aplicaciones médicas, el tatuaje está moribundo o extinguido en muchas partes del mundo.

A veces se ponen objeciones religiosas a la práctica del tatuaje (Lev 19,28: ´No haréis incisiones en vuestra carne por los muertos; ni os haréis tatuaje. Yo, Yahveh´). El tatuaje ha estado implicado en algunos desordenes como el cáncer de piel, y en 1961 la práctica fue severamente restringida por el gobierno de la ciudad de Nueva York a causa del rol que jugó el material de tatuaje contaminado en la expansión de la hepatitis.

Desde el punto de vista moral habrá que tener en cuenta qué imágenes son las que se tatúan, con qué intención, qué implicaciones tiene para la salud, etc.

FRUTOS DEL DON DE LA FORTALEZA

Antes de la Ascensión, Jesús dice a los apóstoles: «Permanezcan en la ciudad hasta que sean revestidos de poder desde lo alto. Recibirán la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre ustedes» (Lc 24, 49; Hech 1, 3-4). El día de Pentecostes, impulsados por «las ráfagas» del Espíritu y el «fuego» que hacía arder sus palabras, los apóstoles se llenaron de valentía para predicar a Cristo (Hech 2, 2-4. 14-40). A través de su audacia, se cumplió la promesa de Cristo: «Cuando venga el Espíritu de la verdad, dará testimonio de mí. Y también ustedes darán testimonio de mí» (Jn 15, 26-27). Un testimonio que los apóstoles consumirán con el martirio cruento. Esta es la fortaleza, don del Espírtu Santo. Hay una fortaleza humana, propia de los hombres valerosos. Corona las demás virtudes – a la caridad, celo, humildad, etc. – dándoles consistencia y fuerza. Sin embargo, tiene un límite inevitable: la debilidad humana. El don del Espíritu Santo perfecciona esta virtud dando fuerza y energía para hacer o padecer intrépidamente cosas grandes, a pesar de todas las dificultades. Nos es necesaria para resistir las tentaciones fuertes o persistentes, para emprender grandes obras, para superar la persecución, para practicar con perfección y perseverancia las virtudes.

La fortaleza y la oración

El don de la fortaleza también contribuye a nuestra oración. Conocemos bien su dificultad múltiple, la lucha contra el cansancio, el sueño, las distracciones, la aridez. Quien se propone llevar con seriedad una vida de oración, a dedicar un espacio diario a la oración mental, descubre que ni siquiera el paso de los años le permite afrontar sin dificultad la consigna del Señor a «orar sin desfallecer» (Lc 18, 1). Allí está Getsemaní. Cristo ha dicho a los apóstoles: «Velad y orad», pero no resisten. No es sólo cansancio físico, es también pesadumbre anímica. San Lucas nos dice que el Señor les encontró»dormidos por la tristeza» (Lc 22, 45) y Él mismo los excusa: «El espíritu está pronto, pero la carne es débil» (Mc 14, 38). El espíritu humano no es suficiente, necesitarán el «poder que viene de lo alto». Jesús, al contrario, quien bajo el impulso del Espíritu ya había afrontado los 40 días del desierto (Lc 4, 1-2), ahora «sumido en agonía, insistía más en su oración» (Lc 22, 44).

Pidamos la fuerza del Espíritu Santo para perseverar en la oración como más tarde los apóstoles supieron hacerlo, junto con María (Hech 1, 14; 2, 42. 46). El Señor quizás sólo quiere ver la sinceridad de nuestro empeño y la humildad de nuestra súplica para darnos este don.

El don de la fortaleza en los momentos difíciles

El don también es necesario para la oración bajo otra luz. Dentro de la dinámica propia de la oración no es raro que la voluntad se retrae frente a alguna moción del mismo Espíritu. Cuando nos pide el Señor un sacrificio especial, acoger su voluntad en una enfermedad, en alguna noticia familiar triste, en una situación personal dolorosa. O quizás lo que nos pide el Señor no parece tan dramático, pero no encontramos en nosotros la fuerza para aceptarlo, para decidirnos a cambiar o a trabajar. Pidamos al Espíritu Santo que venga con su fortaleza en ayuda de nuestra debilidad.

Finalmente, está la oración, que bajo el impulso del Espíritu se abre no sólo a acoger la voluntad de Dios sino a pedir una mayor identidad con Cristo, víctima por nuestros pecados. Jesucristo después «de ofrecer ruegos y súplicas con poderoso clamor y lágrimas al que podía salvarle de la muerte», acogió con obediencia voluntaria el designio de su Padre y «por el Espíritu Eterno se ofreció a sí mismo sin tacha a Dios» (Heb 5, 7-8; 9, 14).

No nos es fácil rezar así con sinceridad. Sin embargo, el Espíritu Santo nos puede llevar a penetrar el Corazón de Cristo, a ver todo como él lo ve, a tener «el pensamiento de Cristo» según una frase de San Pablo (1Co 2, 16). Entonces con el don de su fortaleza hace posible que pidamos de verdad sufrir con Cristo por la expiación de los pecados y la redención de los hombres.

EXISTEN FORMULAS PARA LOGRAR EL ÉXITO?

¿Qué es el éxito para ti? Sin dudas existen infinidad de respuestas posibles, pues para cada uno de nosotros el éxito incluye diferentes cosas. Sin embargo, cualquiera sea la meta que uno se trace en la vida, necesitamos conocer las “reglas del juego” y delinear un plan.
Ya sea comenzar a estudiar una nueva carrera y graduarse, encontrar al amor de la vida, montar un negocio propio rentable o simplemente lograr un mejor estado físico, siempre es importante tener en cuenta algunas claves que nos pueden ayudar a conseguir aquello que queremos.

¿Qué se necesita para alcanzar los objetivos propuestos?
Las personas “ganadoras” tienen ciertas cualidades comunes que los llevan a alcanzar el éxito en casi todo lo que se proponen. Por lo tanto, si queremos aprender de ellos debemos tener en cuenta aspectos como los que siguen:
• Descubrir tu pasión. Que para obtener triunfos en la vida la mayoría de las veces debemos esforzarnos, es una realidad. Pero esa búsqueda no tiene por qué representar un sufrimiento, ¿no te parece? Cualquiera sea la actividad que hagas, debería ser un disfrute para ti. En otras palabras, si amas aquello que estás haciendo, sin dudas el camino hacia tus logros será más placentero e incluso divertido. Piénsalo de esta manera: si no alcanzas los objetivos planteados… ¡al menos la habrás pasado bien!

• Poseer una visión clara. Puede parecer demasiado obvio, pero para conseguir algo, primero debemos saber exactamente qué es lo que deseamos. Es fundamental tener bien clara la meta para así continuar firme en el camino y no desfallecer ante el primer obstáculo. Si no tienes claro qué buscas, poco podrás hacer para conseguirlo. Ese objetivo tiene que estar bien definido y debe ser tu motor, aquello que te dé el impulso necesario para continuar hasta alcanzarlo. No dejes que tu sueño se debilite; por el contrario, aliméntalo cada día.

• Delinear metas realistas. Puedes y debes “soñar a lo grande”, por supuesto. Pero a fin de sentir que realmente vas conquistando objetivos, lo mejor es que traces metas cercanas y alcanzables. Es decir, tu objetivo no debe ser tan difícil como para no llegar nunca a él. Un ejemplo un tanto exagerado, pero que ayuda a comprender este punto: ¿No es más razonable proponerse reducir un kilo de peso corporal por semana que buscar “bajar 20 kilos en 15 días”? Te sentirás feliz alcanzando en forma continua esas “pequeñas metas”, en lugar de querer alcanzar de una vez ese “gran logro”, prácticamente imposible. No te auto-engañes. Sueña, sí, pero no dejes de ponerle cimientos a tus sueños…

• Mantenerse motivado, a pesar de todo. Si estudias casos de personas exitosas, o que han realizado algo relevante en su vida, podrás comprobar que muchas veces se trata de historias con “subidas y bajadas”, e incluso con muchos intentos y fracasos antes de lograr el triunfo. Los ejemplos sobran. Basta con leer algo sobre la vida de Henry Ford, Thomas Alva Edison, Abraham Lincoln o Walt Disney, entre muchos otros. ¿Sabes que todos ellos “fracasaron” muchas veces antes de alcanzar el éxito? Sin embargo, no se echaron atrás por esas derrotas aparentes, pues sabían ver a esas situaciones como parte del proceso, como pasos que los acercaban más y más a la meta. Para no sucumbir ante esas trabas que se presentan hace falta una cualidad: la automotivación. Es importante que te des ánimo a ti mismo todos los días, así que el optimismo también es indispensable.

• Ser flexible. Está muy bien que definas claramente tus metas, como ya hemos visto. No obstante, intenta mantener una cierta flexibilidad. Las visiones estructuradas, la falta de apertura mental, no conducen más que al fracaso, pues la vida está llena de cambios y sucesos inesperados. Las personas exitosas son aquellas que saben adaptarse a las distintas alternativas que se le presentan y están dispuestos a empezar de nuevo, si es necesario. Recuerda que incluso los mejores planes a veces deben ser redefinidos. Deja a un lado la rigidez, y ten en cuenta que en esas ocasiones una cuota de buen humor ayuda mucho también.

• ¡Hacerlo! Aquellos que tienen éxito no solo se sientan a pensar, a hacer planes y a “soñar de lo lindo”. ¡Son “personas de acción”! Delinea tu estrategia, plantéate los pasos a seguir, determina objetivos claros, define una metodología, establece plazos, pero finalmente… decídete a hacerlo. Actúa en forma constante, no dejes de dirigirte hacia tu meta. Sé perseverante y recuerda siempre que “el viaje de mil leguas comienza siempre con el primer paso”.

EJEMPLO DE FE

Después de Abraham, Moisés y David, surge uno de los hombres más célebres del Antiguo Testamento: el profeta Elías, que el Catecismo de la Iglesia Católica designa como «padre de los profetas, «de la raza de los que buscan a Dios, de los que persiguen su Faz» (Sal 24, 6)»[1], y que, al igual que Moisés, gozó de una gran intimidad con el Señor. Su ejemplo nos puede servir para considerar una exigencia de la fe: la necesidad de dar culto exclusivamente al Señor. La vida de Elías —que era un hombre de igual condición que nosotros[2]- muestra cómo Dios auxilia a quienes acuden a Él mediante la oración, especialmente en las dificultades.

Que todo este pueblo sepa que tú, Yahveh, eres Dios

Elías el Tesbita vivió en el reino de Israel durante el siglo VIII a.C. Su nombre, que significa mi Dios es Yahveh, sintetiza el aspecto central de su misión: recordar que Yahveh es el único verdadero Dios y que solo a Él se debe dar culto. Y hacerlo precisamente cuando el rey Ajab, por influencia de su mujer Jezabel, adoraba a un dios extranjero y el culto al verdadero Dios convivía con la idolatría[3]: «El pueblo adoraba a Baal, el ídolo tranquilizador del que se creía que venía el don de la lluvia, y al que por ello se atribuía el poder de dar fertilidad a los campos y vida a los hombres y al ganado. Aun pretendiendo seguir al Señor, Dios invisible y misterioso, el pueblo buscaba seguridad también en un dios comprensible y previsible, del que creía poder obtener fecundidad y prosperidad»[4].

En esta situación, Dios elegirá a Elías para ser su portavoz frente a los hombres. El profeta anuncia a Ajab las consecuencias de su apostasía: «Vive el Señor, Dios de Israel, en cuya presencia estoy, que durante estos años no habrá rocío ni lluvia, si no es por mi palabra»[5].

Años más tarde, cuando los efectos de la sequía se han vuelto dramáticos [6], el Señor envía de nuevo a Elías a presentarse ante el rey. El profeta pide a Ajab que reúna a todo Israel y a los profetas de Baal en el monte Carmelo. El rey accede, y entonces Elías lanza su desafío: «Solamente he quedado yo como profeta del Señor, mientras que los profetas de Baal son cuatrocientos cincuenta hombres. Traednos dos novillos: que ellos elijan uno, lo descuarticen y lo coloquen sobre la leña sin prenderle fuego; yo prepararé el otro, lo pondré sobre la leña y tampoco le prenderé fuego. Vosotros invocaréis el nombre de vuestro dios y yo invocaré el nombre del Señor. El dios que responda con el fuego, ése es el verdadero Dios[7]». La propuesta está pensada para que todos puedan reconocer quién es el verdadero Dios, ya que el pecado del pueblo no consistía en haber olvidado completamente al Señor, sino en ponerlo junto a otro dios.

Las invocaciones de los numerosos profetas de Baal se prolongan por varias horas, pero no obtienen nada. En cambio, la oración de Elías encuentra una respuesta inmediata: cae fuego del cielo que consume el novillo, la leña e incluso el agua que el profeta había mandado derramar en abundancia sobre la víctima del sacrificio. Ante la evidencia, el pueblo exclama unánime, rostro en tierra: ¡el Señor es el verdadero Dios![8]. El culto a Baal, dios de la lluvia, se ha revelado falso y la existencia de otros dioses fuera de Yahveh queda descartada.

Durante la confrontación, Elías se mueve con la seguridad de la fe, con el aplomo de quien sabe que se encuentra en manos de quien es más fuerte que la naturaleza y que los hombres. Las burlas que dirige a los profetas de Baal mientras invocan a su dios resultan bien elocuentes de su confianza en que el Señor intervendrá en su favor: gritad con voz más fuerte, porque él es dios, pero quizá esté meditando, o tenga alguna necesidad, o esté de viaje, o a lo mejor está dormido y tiene que despertarse[9].

Con razón se puede llamar a Elías el profeta del primer mandamiento, que manda creer en Dios y adorarlo, amándolo sobre todas las cosas, sin ir en pos de otros dioses [10]. Elías defiende la primera consecuencia del precepto: dar culto solo al Señor.

Explicaba Benedicto XVI: «Solo así Dios es reconocido por lo que es, Absoluto y Trascendente, sin la posibilidad de ponerlo junto a otros dioses, que lo negarían como absoluto, relativizándolo. Esta es la fe que hace de Israel el pueblo de Dios; es la fe proclamada en el conocido texto del Shemá Israel: «Escucha, Israel: el Señor es nuestro Dios, el Señor es uno solo. Amarás, pues, al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas» (Dt 6, 4-5)»[11].

El hombre no puede poner al Dios único junto a otros dioses. Aunque hayan transcurrido muchos siglos y las circunstancias actuales resulten distintas de las del antiguo Israel, la tentación de quitar a Dios del lugar que le corresponde sigue tan presente como entonces.

Al descubrir en nuestra propia vida intereses, gustos o preocupaciones que tienden a ocupar el primer lugar en la cabeza o en el corazón, podemos pedir al Señor que avive nuestra fe y la vuelva realmente operativa, de modo que nada —ni una criatura, ni un pensamiento o deseo de nuestro propio yo— disminuya la dedicación total que debemos a Él.

Como nos recuerda el Papa Francisco, «cada uno de nosotros, en la propia vida, de manera consciente y tal vez a veces sin darse cuenta, tiene un orden muy preciso de las cosas consideradas más o menos importantes. Adorar al Señor quiere decir darle a Él el lugar que le corresponde; adorar al Señor quiere decir afirmar, creer —pero no simplemente de palabra— que únicamente Él guía verdaderamente nuestra vida; adorar al Señor quiere decir que estamos convencidos ante Él de que es el único Dios, el Dios de nuestra vida, el Dios de nuestra historia»[12].

La actuación de Elías nos anima también a ser valientes a la hora de dar testimonio público de nuestra fe, ante los intentos —viejos, pero que se renuevan continuamente— de reducir la religión a una cuestión privada. Se pretende excluir de la vida social toda referencia a Dios, como si hablar de Él ofendiera algunas sensibilidades.

A Elías no le basta su propia fidelidad al Señor. En el monte Carmelo reza para que todo Israel sepa que Yahveh es el verdadero Dios, que convierte los corazones [13]. La fe no puede quedar encerrada: «nace de la escucha, y se refuerza con el anuncio»[14], «implica un testimonio y un compromiso público. El cristiano no puede pensar nunca que creer es un hecho privado»[15].

¡Toma mi vida, pues yo no soy mejor que mis padres!

Tras el holocausto del Carmelo, el pueblo reconoce que Yahveh es Dios. Poco después, el rey será testigo de cómo el profeta consigue del Señor el fin de la sequía [16]. Pero en el momento que podría considerarse el mayor triunfo de Elías, su historia sufre un vuelco inesperado: la esposa del rey, indignada por lo que ha hecho, se propone ejecutarlo. Ante la amenaza, Elías tiene miedo y escapa, adentrándose en el desierto. Extenuado por la marcha y por la amargura que debía experimentar al verse abandonado frente al odio de la reina, deseó la muerte diciendo: ya es demasiado, Señor, toma mi vida pues yo no soy mejor que mis padres[17].

Durante años, Elías ha sido el único testigo de Dios en Israel; además, se acaba de enfrentar a cuatrocientos cincuenta profetas de Baal delante de todo el pueblo y con la hostilidad del rey. Ahora, en cambio, se atemoriza ante las amenazas de Jezabel y huye lo más lejos que puede. ¿Dónde quedó su seguridad? ¿Ya no confía en el Señor, que lo ha acompañado hasta ahora con tantos prodigios?

También hay episodios en la vida de san Josemaría en que, como Elías, experimentó el miedo. Por ejemplo, la víspera del 2 de octubre de 1936. Eran los primeros meses de la guerra civil española, y nuestro Fundador se encontraba escondido en Madrid con otras personas, cuando les anunciaron un registro inminente que les podía acarrear el fusilamiento. Ante la proximidad de la muerte, sintió de una parte, el gozo inmenso de ir a unirme definitivamente con la Trinidad; de otra, la claridad con que Él me hacía ver que yo no valgo nada, no puedo nada y, por eso, temblaba con auténtico miedo[18].

Quizá nosotros no hemos pasado por una situación tan extrema, pero puede que hayamos experimentado el descorazonamiento, tal vez al recibir una mala noticia, o ante un aparente fracaso apostólico, o al comprobar la magnitud de la propia miseria. Sin embargo, Dios conoce mejor que nosotros lo poco que somos: solo nos pide la humildad de reconocerlo, y la lucha para rectificar, para servirle cada día mejor, con más vida interior, con una oración continua, con la piedad y con el empleo de los medios adecuados para santificar tu trabajo[19].

Como a Elías, las circunstancias adversas deben llevarnos a invocar confiada y sinceramente al Señor. Es el momento de ejercer la virtud de la fe, que, unida a la esperanza, resulta más necesaria a la hora de la soledad y del aparente fracaso que a la hora del triunfo y de la aclamación popular. La oración de Elías en ese momento de desaliento fue una oración grata a Dios, porque venía de un corazón sincero y humilde, que ardía de celo por las cosas del Señor y aceptaba todo lo que de Él pudiera venir. Y ante esa plegaria, no tarda en llegar la respuesta: por dos veces Dios envía un ángel, que le despierta y manda que coma y beba. Elías se levantó, comió y bebió; y con las fuerzas de aquella comida caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta el Horeb, el monte de Dios[20].

Nuestro Señor no abandona nunca a quienes trabajan por su causa. Elías, el hombre de Dios, ha vivido de Él en todo momento: le ha sostenido en las adversidades, le ha ayudado a perseverar, le ha dado los medios que necesitaba para llevar a cabo su misión. A pesar de las dificultades y los altibajos, vemos su vida fecunda, serena, feliz. Los profetas de Baal, en cambio, recibían su alimento en la corte. Quizá pensaron que adulando a la reina, doblando la rodilla ante Baal, se aseguraban una vida tranquila. No fue así: es preferible sentarse a la mesa del Señor que a la de los ídolos; es mejor ser esclavo del Señor que esclavo del pecado [21].

No hay mayor libertad para el hombre que la de reconocer su condición de criatura y adorar a Dios: ese es el remedio más eficaz contra todas las idolatrías: «quien se inclina ante Jesús no puede y no debe postrarse ante ningún poder terreno, por más fuerte que sea. Los cristianos solo nos arrodillamos ante Dios»[22].

[1] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2582.

[2] St 5, 17.

[3] Cfr. 1 Re 16, 31.

[4] Benedicto XVI, Audiencia general, 15-VI-2011.

[5] 1 Re 17, 1.

[6] Cfr. 1 Re 18, 5.

[7] 1 Re 18, 22-24.

[8] 1 Re

[9] 1 Re 18, 27.

[10] Cfr. Dt 6, 14.

[11] Benedicto XVI, Audiencia general, 15-VI-2011.

[12] Francisco, Homilía, 14-IV-2013.

[13] Cfr. 1 Re 18, 37.

[14] Francisco, Homilía, 14-IV-2013.

[15] Benedicto XVI, Motu proprio Porta fidei, 11-X-2011, n. 10.

[16] Cfr. 1 Re 18, 41-46.

[17] 1 Re 19, 4.

[18] Palabras de San Josemaría recogidas en J. Echevarría, Memoria del Beato Josemaría, p. 116.

[19] San Josemaría, Forja, n. 379.

[20] 1 Re 19, 8.

[21] Cfr. Amigos de Dios, nn. 34-35.

[22] Benedicto XVI, Homilía en la solemnidad del Corpus Christi, 22-V-2008.image

Nuestra Señora de Fátima

La Santísima Virgen María
se manifestó a tres niños campesinos

Nuestra Señora la Bienaventurada Virgen María de Fátima, en Portugal. En la localidad de Aljustrel, la contemplación de la que, en el orden de la gracia, es nuestra Madre clementísima, suscita en muchos fieles, no obstante las adversidades, la oración por los pecadores y la profunda conversión de los corazones.
En 1917, en el momento de las apariciones, Fátima era una ciudad desconocida de 2.500 habitantes, situada a 800 metros de altura y a 130 kilómetros al norte de Lisboa, casi en el centro de Portugal. Hoy Fátima es famosa en todo el mundo y su santuario lo visitan innumerables devotos.

Allí, la Virgen se manifestó a niños de corta edad: Lucía, de diez años, Francisco, su primo, de nueve años, un jovencito tranquilo y reflexivo, y Jacinta, hermana menor de Francisco, muy vivaz y afectuosa. Tres niños campesinos muy normales, que no sabían ni leer ni escribir, acostumbrados a llevar a pastar a las ovejas todos los días. Niños buenos, equilibrados, serenos, valientes, con familias atentas y premurosas.

Los tres habían recibido en casa una primera instrucción religiosa, pero sólo Lucía había hecho ya la primera comunión.

Las apariciones estuvieron precedidas por un «preludio angélico»: un episodio amable, ciertamente destinado a preparar a los pequeños para lo que vendría.

Lucía misma, en el libro Lucia racconta Fátima (Editrice Queriniana, Brescia 1977 y 1987) relató el orden de los hechos, que al comienzo sólo la tuvieron a ella como testigo. Era la primavera de 1915, dos años antes de las apariciones, y Lucía estaba en el campo junto a tres amigas. Y esta fue la primera manifestación del ángel:

Sería más o menos mediodía, cuando estábamos tomando la merienda. Luego, invité a mis compañeras a recitar conmigo el rosario, cosa que aceptaron gustosas. Habíamos apenas comenzado, cuando vimos ante nosotros, como suspendida en el aire, sobre el bosque, una figura, como una estatua de nieve, que los rayos del sol hacían un poco transparente. «¿Qué es eso?», preguntaron mis compañeras, un poco atemorizadas. «No lo sé». Continuamos nuestra oración, siempre con los ojos fijos en aquella figura, que desapareció justo cuando terminábamos (ibíd., p. 45).

El hecho se repitió tres veces, siempre, más o menos, en los mismos términos, entre 1915 y 1916.

Llegó 1917, y Francisco y Jacinta obtuvieron de sus padres el permiso de llevar también ellos ovejas a pastar; así cada mañana los tres primos se encontraban con su pequeño rebaño y pasaban el día juntos en campo abierto. Una mañana fueron sorprendidos por una ligera lluvia, y para no mojarse se refugiaron en una gruta que se encontraba en medio de un olivar. Allí comieron, recitaron el rosario y se quedaron a jugar hasta que salió de nuevo el sol. Con las palabras de Lucía, los hechos sucedieron así:

… Entonces un viento fuerte sacudió los árboles y nos hizo levantar los ojos… Vimos entonces que sobre el olivar venía hacia nosotros aquella figura de la que ya he hablado. Jacinta y Francisco no la habían visto nunca y yo no les había hablado de ella. A medida que se acercaba, podíamos ver sus rasgos: era un joven de catorce o quince años, más blanco que si fuera de nieve, el sol lo hacía transparente como de cristal, y era de una gran belleza. Al llegar junto a nosotros dijo: «No tengan miedo. Soy el ángel de la paz. Oren conmigo». Y arrodillado en la tierra, inclinó la cabeza hasta el suelo y nos hizo repetir tres veces estas palabras: «Dios mío, yo creo, adoro, espero y te amo. Te pido perdón por los que no creen, no adoran, no esperan y no te aman». Luego, levantándose, dijo: «Oren así. Los corazones de Jesús y María están atentos a la voz de sus súplicas». Sus palabras se grabaron de tal manera en nuestro espíritu, que jamás las olvidamos y, desde entonces, pasábamos largos períodos de tiempo prosternados, repitiéndolas hasta el cansancio (ibíd, p. 47).

En el prefacio al libro de Lucía, el padre Antonio María Martins anota con mucha razón que la oración del ángel «es de una densidad teológica tal» que no pudo haber sido inventada por unos niños carentes de instrucción. «Ha sido ciertamente enseñada por un mensajero del Altísimo», continúa el estudioso. «Expresa actos de fe, adoración, esperanza y amor a Dios Uno y Trino».

Durante el verano el ángel se presentó una vez más a los niños, invitándolos a ofrecer sacrificios al Señor por la conversión de los pecadores y explicándoles que era el ángel custodio de su patria, Portugal.

Pasó el tiempo y los tres niños fueron de nuevo a orar a la gruta donde por primera vez habían visto al ángel. De rodillas, con la cara hacia la tierra, los pequeños repiten la oración que se les enseñó, cuando sucede algo que llama su atención: una luz desconocida brilla sobre ellos. Lucía lo cuenta así:

Nos levantamos para ver qué sucedía, y vimos al ángel, que tenía en la mano izquierda un cáliz, sobre el que estaba suspendida la hostia, de la que caían algunas gotas de sangre adentro del cáliz.

El ángel dejó suspendido el cáliz en el aire, se acercó a nosotros y nos hizo repetir tres veces: «Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo te ofrezco el preciosísimo cuerpo, sangre, alma y divinidad de Jesucristo…». Luego se levantó, tomó en sus manos el cáliz y la hostia; me dio la hostia santa y el cáliz lo repartió entre Jacinta y Francisco… (ibíd., p. 48).

El ángel no volvió más: su tarea había sido evidentemente la de preparar a los niños para los hechos grandiosos que les esperaban y que tuvieron inicio en la primavera de 1917, cuarto año de la guerra, que vio también la revolución bolchevique.

El 13 de mayo era domingo anterior a la Ascensión. Lucía, Jacinta y Francisco habían ido con sus padres a misa, luego habían reunido sus ovejas y se habían dirigido a Cova da Iria, un pequeño valle a casi tres kilómetros de Fátima, donde los padres de Lucía tenían un cortijo con algunas encinas y olivos.

Aquí, mientras jugaban, fueron asustados por un rayo que surcó el cielo azul: temiendo que estallara un temporal, decidieron volver, pero en el camino de regreso, otro rayo los sorprendió, aún más fulgurante que el primero. Dijo Lucía:

A los pocos pasos, vimos sobre una encina a una Señora, toda vestida de blanco, más brillante que el sol, que irradiaba una luz más clara e intensa que la de un vaso de cristal lleno de agua cristalina, atravesada por los rayos del sol más ardiente. Sorprendidos por la aparición, nos detuvimos. Estábamos tan cerca que nos vimos dentro de la luz que la rodeaba o que ella difundía. Tal vez a un metro o medio de distancia, más o menos… (ibíd., p. 118).

La Señora habló con voz amable y pidió a los niños que no tuvieran miedo, porque no les haría ningún daño. Luego los invitó a venir al mismo sitio durante seis meses consecutivos, el día 13 a la misma hora, y antes de desaparecer elevándose hacia Oriente añadió: «Reciten la corona todos los días para obtener la paz del mundo y el fin de la guerra».

Los tres habían visto a la Señora, pero sólo Lucía había hablado con ella; Jacinta había escuchado todo, pero Francisco había oído sólo la voz de Lucía.

Lucía precisó después que las apariciones de la Virgen no infundían miedo o temor, sino sólo «sorpresa»: se habían asustado más con la visión del ángel.

En casa, naturalmente, no les creyeron y, al contrario, fueron tomados por mentirosos; así que prefirieron no hablar más de lo que habían visto y esperaron con ansia, pero con el corazón lleno de alegría, que llegara el 13 de junio.

Ese día los pequeños llegaron a la encina acompañados de una cincuentena de curiosos. La aparición se repitió y la Señora renovó la invitación a volver al mes siguiente y a orar mucho. Les anunció que se llevaría pronto al cielo a Jacinta y Francisco, mientras Lucía se quedaría para hacer conocer y amar su Corazón Inmaculado. A Lucía, que le preguntaba si de verdad se quedaría sola, la Virgen respondió: «No te desanimes. Yo nunca te dejaré. Mi Corazón Inmaculado será tu refugio y el camino que te conducirá hasta Dios». Luego escribió Lucía en su libro:

En el instante en que dijo estas últimas palabras, abrió las manos y nos comunicó el reflejo de aquella luz inmensa. En ella nos veíamos como inmersos en Dios. Jacinta y Francisco parecían estar en la parte de la luz que se elevaba al cielo y yo en la que se difundía sobre la tierra. En la palma de la mano derecha de la Virgen había un corazón rodeado de espinas, que parecían clavarse en él. Comprendimos que era el Corazón Inmaculado de María, ultrajado por los pecados de la humanidad, y que pedía reparación (ibíd., p. 121).

Cuando la Virgen desapareció hacia Oriente, todos los presentes notaron que las hojas de las encinas se habían doblado en esa dirección; también habían visto el reflejo de la luz que irradiaba la Virgen sobre el rostro de los videntes y cómo los transfiguraba.

El hecho no pudo ser ignorado: en el pueblo no se hablaba de otra cosa, naturalmente, con una mezcla de maravilla e incredulidad.

La mañana del 13 de julio, cuando los tres niños llegaron a Cova da Iria, encontraron que los esperaban al menos dos mil personas. La Virgen se apareció a mediodía y repitió su invitación a la penitencia y a la oración. Solicitada por sus padres, Lucía tuvo el valor de preguntarle a la Señora quién era; y se atrevió a pedirle que hiciera un milagro que todos pudieran ver. Y la Señora prometió que en octubre diría quién era y lo que quería y añadió que haría un milagro que todos pudieran ver y que los haría creer.

Antes de alejarse, la Virgen mostró a los niños los horrores del infierno (esto, sin embargo, se supo muchos años después, en 1941, cuando Lucía, por orden de sus superiores escribió las memorias recogidas en el libro ya citado. En ese momento, Lucía y sus primos no hablaron de esta visión en cuanto hacía parte de los secretos confiados a ellos por la Virgen, cuya tercera parte aún se ignora) y dijo que la guerra estaba por terminar, pero que si los hombres no llegaban a ofender a Dios, bajo el pontificado de Pío XII estallaría una peor.

Cuando vean una noche iluminada por una luz desconocida, sabrán que es el gran signo que Dios les da de que está por castigar al mundo a causa de sus crímenes, por medio de la guerra, del hambre y de la persecución a la Iglesia y al Santo Padre. Para impedirla, quiero pedirles la consagración de Rusia a mi Corazón Inmaculado y la comunión reparadora los primeros sábados. Si cumplen mi petición, Rusia se convertirá y vendrá la paz. Si no, se difundirán en el mundo sus horrores, provocando guerras y persecuciones a la Iglesia… Al final, mi Corazón Inmaculado triunfará. El Santo Padre me consagrará Rusia, que se convertirá, y se le concederá al mundo un período de paz… (ibíd., p. 122).

Después de esta aparición, Lucía fue interrogada de modo muy severo por el alcalde, pero no reveló a ninguno los secretos confiados por la Virgen.

El 13 de agosto, la multitud en Cova era innumerable: los niños, sin embargo, no llegaron. A mediodía en punto, sobre la encina, todos pudieron ver el relámpago y la pequeña nube luminosa. ¡La Virgen no había faltado a su cita! ¿Qué había sucedido? Los tres pastorcitos habían sido retenidos lejos del lugar de las apariciones por el alcalde, que con el pretexto de acercarlos en auto, los había llevado a otro lado, a la casa comunal, y los había amenazado con tenerlos prisioneros si no le revelaban el secreto. Ellos callaron, y permanecieron encerrados. Al día siguiente hubo un interrogatorio con todas las de la ley, y con otras amenazas, pero todo fue inútil, los niños no abandonaron su silencio.

Finalmente liberados, los tres pequeños fueron con sus ovejas a Cova da Iria el 19 de agosto, cuando, de repente, la luz del día disminuyó, oyeron el relámpago y la Virgen apareció: pidió a los niños que recitaran el rosario y se sacrificaran para redimir a los pecadores. Pidió también que se construyera una capilla en el lugar.

Los tres pequeños videntes, profundamente golpeados por la aparición de la Virgen, cambiaron gradualmente de carácter: no más juegos, sino oración y ayuno. Además, para ofrecer un sacrificio al Señor se prepararon con un cordel tres cilicios rudimentarios, que llevaban debajo de los vestidos y los hacían sufrir mucho. Pero estaban felices, porque ofrecían sus sufrimientos por la conversión de los pecadores.

El 13 de septiembre, Cova estaba atestada de personas arrodilladas en oración: más de veinte mil. A mediodía el sol se veló y la Virgen se apareció acompañada de un globo luminoso: invitó a los niños a orar, a no dormir con los cilicios, y repitió que en octubre se daría un milagro. Todos vieron que una nube cándida cubría a la encina y a los videntes. Luego reapareció el globo y la Virgen desapareció hacia Oriente, acompañada de una lluvia, vista por todos, de pétalos blancos que se desvanecieron antes de tocar tierra. En medio de la enorme emoción general, nadie dudaba que la Virgen en verdad se había aparecido.

El 13 de octubre es el día del anunciado milagro. En el momento de la aparición se llega a un clima de gran tensión. Llueve desde la tarde anterior. Cova da Iria es un enorme charco, pero no obstante miles de personas pernoctan en el campo abierto para asegurar un buen puesto.

Justo al mediodía, la Virgen aparece y pide una vez más una capilla y predice que la guerra terminará pronto. Luego alza las manos, y Lucía siente el impulso de gritar que todos miren al sol. Todos vieron entonces que la lluvia cesó de golpe, las nubes se abrieron y el sol se vio girar vertiginosamente sobre sí mismo proyectando haces de luz de todos los colores y en todas direcciones: una maravillosa danza de luz que se repitió tres veces.

La impresión general, acompañada de enorme estupor y preocupación, era que el sol se había desprendido del cielo y se precipitaba a la tierra. Pero todo vuelve a la normalidad y la gente se da cuenta de que los vestidos, poco antes empapados por el agua, ahora están perfectamente secos. Mientras tanto la Virgen sube lentamente al cielo en la luz solar, y junto a ella los tres pequeños videntes ven a san José con el Niño.

Sigue un enorme entusiasmo: las 60.000 personas presentes en Cova da Iria tienen un ánimo delirante, muchos se quedan a orar hasta bien entrada la noche.

Las apariciones se concluyen y los niños retoman su vida de siempre, a pesar de que son asediados por la curiosidad y el interés de un número siempre mayor de personas: la fama de Fátima se difunde por el mundo.

Entre tanto las predicciones de la Virgen se cumplen: al final de 1918 una epidemia golpea a Fátima y mina el organismo de Francisco y Jacinta. Francisco muere santamente en abril del año siguiente como consecuencia del mal, y Jacinta en 1920, después de muchos sufrimientos y de una dolorosísima operación.

En 1921, Lucía entra en un convento y en 1928 pronuncia los votos. Será sor María Lucía de Jesús.

Se sabe que, luego de concluir el ciclo de Fátima, Lucía tuvo otras apariciones de la Virgen (en 1923, 1925 y 1929), que le pidió la devoción de los primeros sábados y la consagración de Rusia.

En Fátima las peticiones de la Virgen han sido atendidas: ya en 1919 fue erigida por el pueblo una primera modesta capilla. En 1922 se abrió el proceso canónico de las apariciones y el 13 de octubre de 1930 se hizo pública la sentencia de los juicios encargados de valorar los hechos: «Las manifestaciones ocurridas en Cova da Iria son dignas de fe y, en consecuencia, se permite el culto público a la Virgen de Fátima».

También los papas, de Pío XII a Juan Pablo II, estimaron mucho a Fátima y su mensaje. Movido por una carta de sor Lucía, Pío XII consagraba el mundo al Corazón Inmaculado de María el 31 de octubre de 1942. Pablo VI hizo referencia explícita a Fátima con ocasión de la clausura de la tercera sesión del Concilio Vaticano II. Juan Pablo II fue personalmente a Fátima el 12 de mayo de 1982: en su discurso agradeció a la Madre de Dios por su protección justamente un año antes, cuando se atentó contra su vida en la plaza de San Pedro.

Con el tiempo, se han construido en Fátima una grandiosa basílica, un hospital y una casa para ejercicios espirituales. Junto a Lourdes, Fátima es uno de los santuarios marianos más importantes y visitados del mundo.