miércoles, noviembre 12, 2025
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EL VALOR INESTIMABLE DEL SUFRIMIENTO

A nadie le gusta sufrir. Tampoco le «gustó» a Jesucristo. Sin embargo lo abrazó por amor. En el Huerto de los Olivos exclamó: «Padre mío, si es posible, que pase de mí esta copa, pero no sea como yo quiero, sino como quieras tú.» Mateo 26, 39. He aquí el inestimable valor del sufrimiento: abrazarlo libremente por amor, en unión con Jesucristo; Sufrir para ser fiel al camino del amor.

Hay muchas formas de sufrimiento que afectan al cuerpo. Sin embargo, los sufrimientos mayores son los del corazón: conflictos familiares, disgustos entre personas que se aman… Tarde o temprano todos sufrimos, todos tenemos así la oportunidad de ofrecernos a Dios en comunión con Cristo.

Jesucristo sufrió hasta el extremo en la cruz por amor a nosotros. Esta es la clave: POR AMOR. Todo, absolutamente todo, hemos de vivirlo, de abrazarlo por amor. Así nos redimió Jesús. Es cierto que cada palabra y acción de Jesús es parte de su obra salvadora. Pero fue especialmente por medio de sus sufrimientos en la Cruz que fuimos librados del pecado.

El sufrimiento es una oportunidad para unirnos a Cristo y cooperar en la redención del mundo. De nada vale el sufrimiento por sí mismo. Lo que vale es la entrega amorosa que hacemos de él a Dios. Es por eso que el sufrimiento es una gran oportunidad y sería terrible desperdiciarla.

La cruz, la señal del Cristiano, es signo de nuestra entrega al sufrimiento por amor. Nos recuerda a Cristo, que se entregó por nuestra redención. Nosotros, siendo su Cuerpo, hemos de sufrir en unión a El, que es nuestra Cabeza. Hacemos la señal de la cruz para recordar este compromiso. Todo lo que hacemos debe ser «En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» y todo por amor, abrazando nuestra cruz.

Solo a la luz de la fe podemos confiar en Dios y crecer en medio de los sufrimientos.

Sufrimientos abrazados libremente por amor
Frecuentemente el cristiano es llamado a tomar el camino que mas cuesta, el camino donde hay sufrimiento. Lo motiva la fidelidad al amor y el compromiso al cumplimiento del deber. Amar siempre exige sufrimiento. Jesús escogió el amor hasta la muerte. Tenemos la opción de renunciar a esa exigencia pero entonces dejaríamos de amar. Podemos tomar el camino fácil del egoísmo y del placer o podemos optar por el camino del amor que requiere renunciar al pecado y a la mediocridad. El sufrimiento es entonces una libre opción tomada por amor. El camino del amor es estrecho y pocos van por el porque no quieren sufrir. Es así que la mayoría abandona a Jesús.

Sufrimientos inevitables
También hay sufrimientos que no se pueden evitar: enfermedades, injusticias contra nosotros… También en estos casos podemos adquirir mérito porque somos libres para vivirlo con amor y unirnos a los sufrimientos de Cristo. Ante el sufrimiento podemos cooperar con Su obra redentora o podemos rebelarnos. Vemos el ejemplo de los dos ladrones crucificados con Jesús. Ninguno de los dos podía evitar su cruz. Pero si debían decidir como vivirla. Para uno, aquella agonía fue ocasión de llenarse de resentimiento y odio inútil. Para el otro, sin embargo, fue el momento de encontrarse con Jesús, abrir su corazón y encontrar su salvación.

El apostolado del sufrimiento
Jesús nos enseña a sufrir por amor. Ayudamos al prójimo en la proporción en que hacemos bien a su alma y no hay mayor bien para las almas que las gracias obtenidas por medio de la oración unida al sacrificio libremente ofrecido.

No hay nada mas valioso y que de mas fruto que el sufrimiento entregado al Padre unido al de Jesús. Por eso la cooperación con Dios en la salvación de la humanidad está al alcance de todos. Dios no necesita que hagamos grandes cosas según nuestra idea de lo que es grande. Lo que si quiere de nosotros es que le entreguemos nuestro corazón, nuestra vida, con todas sus situaciones de gozo pero también de sufrimiento. ¿Por qué es tan valioso el sufrimiento? Porque es el momento de mayor oportunidad de confiar y de unirnos a Jesús por amor. La mayor prueba del amor se da cuando se sufre por el amado.

Juan Pablo II, hablando del sufrimiento dijo:

Los enfermos y los que sufren están en el mismo centro del Evangelio. Predicamos a Cristo crucificado, lo que significa que predicamos una fuerza que surge de la debilidad. Cuando los enfermos están unidos con Cristo, la fuerza de Dios entra en sus vidas» hasta tocar el mundo.

El sufrimiento humano puede mostrar la bondad de Dios». Es posible, reconoció, que «la experiencia del sufrimiento desanima y deprime a mucha gente, pero en las vidas de otros puede crear una nueva profundidad de humanidad: puede traer nueva fuerza y nueva intuición. El camino para comprender este misterio es nuestra fe».
-JPII, 30 oct. 1998

Es por eso que el Santo Padre tanto valora el apostolado del sufrimiento. No debemos esperar hasta que nos venga una grave enfermedad para ejercerlo. Este apostolado está abierto a todo quien tenga fe y amor. Por la fe apreciamos la nobleza del sufrimiento ya que Jesucristo se hizo hombre y nos salvó sufriendo hasta la muerte. Por el amor hacemos de cada sufrimiento un sacrificio. Es mas, quién mucho ama llegará hasta gozarse de sufrir por el amado.

Es cierto que la Sangre de Cristo es más que meritoria para lograr la salvación. Pero El ha querido que esta salvación se reciba por medio de la cooperación de los pecadores. Es por eso esencial que unamos nuestra cruz personal con la de Nuestro Señor.

Que le pedirias a Dios?

El valor de la sabiduría es mil veces mayor que el de las riquezas. Cuando eres sabio, no en tu propio entendimiento, sino en el que viene de Dios, podrás tomar las decisiones correctas. Esto no solo traerá las bendiciones financieras, sino en toda área de tu vida.

Si Dios en estos momentos te dijera: «Pídeme lo que quieras», ¿que le pedirías? Salomón no titubeo, y de inmediato le respondió: Sabiduría y discernimiento del bien y el mal. ¿Por qué? Porque para salomón era mas importante hacer el bien, agradar a Dios y cumplir su voluntad que las riquezas. Es por esto que Dios se agradó de Salomón: Tenía un corazón dispuesto a hacer el bien, por encima de cualquier riqueza o fama.

¿Y que pasó? Dios no solo le dio sabiduría, sino que lo bendijo financieramente. Lo hizo muy rico y famoso, y le dio larga vida. ¿Que prefieres? Hay muchos que están pidiendo casas, carros, aumentos -lo cual no está mal-, pero antes… ¿Por qué no le pides a Dios que te ayude a superar ese pecado? ¿Que te ayude a mejorar tu temparamento? ¿Que te ayude a amar de la manera correcta?

No es sentir culpa. Pero el pedir riquezas cuando estás necesitando fortalecerte espiritualmente, le dice mucho a Dios acerca de donde está tu corazón.

Versículos: (1 Reyes 3:3-15)

Homilía del Papa sobre la familia en Ecuador

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Este lunes el Papa Francisco presidió una multitudinaria Misa en el Parque Los Samanes, en Guayaquil (Ecuador), en el que recordó que la Virgen María como siempre está atenta a las necesidades de sus hijos, y lanzó un esperanzador mensje a las familias.

A continuación el texto del Papa. Las partes en cursiva corresponden a los breves momentos en que el Santo Padre improvisó en su homilía:

El pasaje del Evangelio que acabamos de escuchar es el primer signo portentoso que se realiza en la narración del Evangelio de Juan. La preocupación de María, convertida en súplica a Jesús: «No tienen vino» le dijo y la referencia a «la hora» se comprenderá, después en los relatos de la Pasión. Está bien que sea así, porque eso nos permite ver el afán de Jesús por enseñar, acompañar, sanar y alegrar desde ese clamor de su madre: «No tienen vino».

Las bodas de Caná se repiten con cada generación, con cada familia, con cada uno de nosotros y nuestros intentos por hacer que nuestro corazón logre asentarse en amores duraderos, en amores fecundos y en amores alegres. Demos un lugar a María, «la madre» como lo dice el evangelista. Hagamos con ella, ahora, el itinerario de Caná.

María está atenta, atenta en esas bodas ya comenzadas, es solícita a las necesidades de los novios. No se ensimisma, no se enfrasca en su mundo, su amor la hace «ser hacia» los otros, tampoco busca a las amigas para comentar lo que está pasando y criticar, la mala preparación de las bodas y como está atenta con su discreción se da cuenta de que falta el vino. El vino es signo de alegría, de amor, de abundancia. Cuántos de nuestros adolescentes y jóvenes perciben que en sus casas hace rato que ya no hay de ese vino. Cuánta mujer sola y entristecida se pregunta cuándo el amor se fue, cuándo el amor se escurrió de su vida.

Cuántos ancianos se sienten dejados fuera de la fiesta de sus familias, arrinconados y ya sin beber del amor cotidiano de sus hijos, de sus nietos, de sus bisnietos. También la carencia de ese vino puede ser el efecto de la falta de trabajo, de las enfermedades, de situaciones problemáticas que nuestras familias en todo el mundo atraviesan. María no es una madre «reclamadora», tampoco es una suegra que vigila para solazarse de nuestras impericias, de nuestros errores o desatenciones. ¡María simplemente es madre!: Ahí está, atenta y solícita.

Es lindo escuchar esto, María es Madre, ¿se animan a decirlo todos juntos conmigo? ¡Vamos!: María es Madre. Otra vez: María es Madre, otra vez: María es Madre. Pero María, en ese momento que se percata que falta el vino acude con confianza a Jesús, esto significa que María reza. Va a Jesús, reza. No va al mayordomo; directamente le presenta la dificultad de los esposos a su Hijo. La respuesta que recibe parece desalentadora: «¿Qué podemos hacer tú y yo? Todavía no ha llegado mi hora» (Jn 2,4). Pero, entre tanto, ya ha dejado el problema en las manos de Dios. Su apuro por las necesidades de los demás apresura la «hora» de Jesús. Y María es parte de esa hora, desde el pesebre a la cruz.

Ella que supo «transformar una cueva de animales en la casa de Jesús, con unos pobres pañales y una montaña de ternura» (Evangelii gaudium, 286) y nos recibió como hijos cuando una espada le atravesaba el corazón, a su Hijo, Ella nos enseña a dejar nuestras familias en manos de Dios; nos enseña a rezar, encendiendo la esperanza que nos indica que nuestras preocupaciones también son preocupaciones de Dios.

Y rezar siempre nos saca del perímetro de nuestros desvelos, nos hace trascender lo que nos duele, lo que nos agita o lo que nos falta a nosotros mismos y nos ayuda a ponernos en la piel de los otros, a ponernos en sus zapatos. La familia es una escuela donde la oración también nos recuerda que hay un nosotros, que hay un prójimo cercano, patente: que vive bajo el mismo techo y que comparte la vida y está necesitado.

Y finalmente, María actúa. Las palabras «Hagan lo que Él les diga» (v. 5), dirigidas a los que servían, son una invitación también a nosotros, a ponernos a disposición de Jesús, que vino a servir y no a ser servido. El servicio es el criterio del verdadero amor. El que ama sirve, se pone al servicio de los demás Y esto se aprende especialmente en la familia, donde nos hacemos, por amor, servidores unos de otros.

En el seno de la familia, nadie es descartado, todos valen lo mismo, me acuerdo que una vez a mi mamá le preguntaron: ¿A cuál de sus cinco hijos (nosotros somos cinco hermanos), a cuál de sus cinco hijos quería más? Y ella dijo: “como los dedos, si me pinchan este, me duele lo mismo que si me pinchan este una madre quiere a sus hijos como son y en una familia los hermanos se quieren como son nadie es descartado, allí en la familia «se aprende a pedir permiso sin avasallar, a decir “gracias” como expresión de una sentida valoración de las cosas que recibimos, a dominar la agresividad o la voracidad, y allí se aprende también a pedir perdón cuando hacemos algún daño y nos peleamos, porque en toda familia hay peleas el problema es después pedir perdón.

Estos pequeños gestos de sincera cortesía ayudan a construir una cultura de la vida compartida y del respeto a lo que nos rodea» (Laudato si’, 213).

La familia es el hospital más cercano, cuando uno está enfermo lo cuidan ahí mientras se puede, la familia es la primera escuela de los niños, es el grupo de referencia imprescindible para los jóvenes, es el mejor asilo para los ancianos. La familia constituye la gran «riqueza social», que otras instituciones no pueden sustituir, que debe ser ayudada y potenciada, para no perder nunca el justo sentido de los servicios que la sociedad presta a sus ciudadanos.

En efecto, estos servicios que la sociedad presta a los ciudadanos, estos no son una forma de limosna, sino una verdadera «deuda social» respecto a la institución familiar, que es la base y la que tanto aporta al bien común de todos. La familia también forma una pequeña Iglesia, la llamamos «Iglesia doméstica» que, junto con la vida, encauza la ternura y la misericordia divina.

En la familia la fe se mezcla con la leche materna: experimentando el amor de los padres se siente más cercano el amor de Dios. Y en la familia y de esto todos somos testigos los milagros se hacen con lo que hay, con lo que somos, con lo que uno tiene a mano y muchas veces no es el ideal, no es lo que soñamos, ni lo que «debería ser». Hay un detalle que nos tiene que hacer pensar: el vino nuevo ese vino tan nuevo que dice el Mayordomo en las bodas de Caná nace de las tinajas de purificación, es decir, del lugar donde todos habían dejado su pecado, nacen de lo peorcito porque «donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia» (Rm 5,20).

y en la familia de cada uno de nosotros y en la familia común que formamos todos, nada se descarta, nada es inútil. Poco antes de comenzar el Año Jubilar de la Misericordia, la Iglesia celebrará el Sínodo Ordinario dedicado a las familias, para madurar un verdadero discernimiento espiritual y encontrar soluciones y ayudas concretas a las muchas dificultades e importantes desafíos que la familia hoy debe afrontar. Les invito a intensificar su oración por esta intención, para que aun aquello que nos parezca impuro, el agua de las tinajas, nos escandalice o espante, Dios –haciéndolo pasar por su «hora»– lo pueda transformar en milagro.

La familia hoy necesita de este milagro. Y toda esta historia comenzó porque «no tenían vino», y todo se pudo hacer porque una mujer –la Virgen– estuvo atenta, supo poner en manos de Dios sus preocupaciones, y actuó con sensatez y coraje. Pero hay un detalle, no es menor el dato final: gustaron el mejor de los vinos. Y esa es la buena noticia: el mejor de los vinos está por ser tomado, lo más lindo, lo más profundo y lo más bello para la familia está por venir.

Está por venir el tiempo donde gustamos el amor cotidiano, donde nuestros hijos redescubren el espacio que compartimos, y los mayores están presentes en el gozo de cada día. El mejor de los vinos está en la esperanza, está por venir para cada persona que se arriesga al amor. Y en la familia hay que arriesgarse al amor, hay que arriesgarse a amar. Y el mejor de los vinos está por venir aunque todas las variables y estadísticas digan lo contrario; el mejor vino está por venir en aquellos que hoy ven derrumbarse todo.

Murmúrenlo hasta creérselo: el mejor vino está por venir. Murmúrenselo cada uno en su corazón: El mejor vino está por venir. Y susúrrenselo a los desesperados o a los desamorados. Tené Paciencia, tené esperanza, Hacé como María, rezá actuá, abrí tu corazón, porque el mejor vino va a venir.

Dios siempre se acerca a las periferias de los que se han quedado sin vino, los que sólo tienen para beber desalientos; Jesús siente debilidad por derrochar el mejor de los vinos con aquellos a los que por una u otra razón, ya sienten que se les han roto todas las tinajas. Como María nos invita, hagamos «lo que el Señor nos diga», lo que Él nos diga y agradezcamos que en este nuestro tiempo y nuestra hora, el vino nuevo, el mejor, nos haga recuperar el gozo de ser familia, el gozo de vivir en familia. Que así sea.

Confesión. Lo que la gente dice antes de morir.

Ante la inminencia de la muerte, el hombre mira cara a cara su verdad y surgen, en la confesión, sus arrepentimientos más profundos

1. Di mal ejemplo y lamentablemente hubo quien me imitara.

2. El dolor frente al que fui indiferente.

3. Las personas a las que lastimé o causé daño de cualquier forma.

4. Las palabras necias, vulgares o groseras que salieron de mi boca.

5. Las promesas que no cumplí.

6. Las cosas que compré y que no necesitaba o que nunca utilicé.

7. El tanto tiempo y mucho esfuerzo que mostré para conceder algún perdón.

8. Los ratos en que he podido y debido orar más y sobre todo con más amor.

9. No haber corregido a tiempo a los que tenía que haber educado mejor.

10. Haber callado tantas palabras de reconocimiento, elogio o ánimo para quienes lo merecían y necesitaban.

11. Haber huido tantas veces de la Cruz.

12. La soledad de Cristo en el sagrario me duele.

13. Haberme quejado mucho más de lo que he agradecido.

14. Atribuirme los triunfos a mí y los fracasos a las circunstancias.

15. Ser cómplice de chistes contra Dios, la fe o la Iglesia.

16. ¡Tanto tiempo simplemente perdido; tiempo que ya no puedo recuperar!

17. Haber perturbado la inocencia de alguien o bloqueado los sueños de algún otro.

18. Aprovecharme de que alguien me quería para sacar algún provecho.

19. Disfrutar la adulación aun sabiendo que es falsa.

20. Personas a las que no visité porque me parecían poco interesantes, educadas o útiles.

21. Me faltó amar; amar mucho más a Dios y muchísimo más a mi prójimo.

Enseñanza de la iglesia católica y la homosexualidad

La Iglesia Católica, reflexionando a la luz de la Palabra de Dios y de la recta razón bajo la guía del Espíritu Santo, siempre ha enseñado que el acto homosexual es un pecado objetivamente grave. La Congregación para la Doctrina de la Fe declaró en 1975: «Según el orden moral objetivo, las relaciones homosexuales son actos privados de su regla esencial e indispensable. En las Sagradas Escrituras están condenados como graves depravaciones e incluso presentados como la triste consecuencia de una repulsa de Dios» 1.

La Iglesia, sin embargo, distingue entre la maldad objetiva de la actividad homosexual y la responsabilidad subjetiva de quien la realiza. En esa misma declaración del 75 se nos enseña que: «Este juicio de la Escritura no permite concluir que todos los que padecen de esta anomalía son del todo responsables, personalmente, de sus manifestaciones; pero atestigua que los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados y que no pueden recibir aprobación en ningún caso» 2. Esto no quiere decir que las personas que practican estos actos siempre sean subjetivamente excusables, sino que a veces la ignorancia, el abuso de otras personas, las influencias ambientales muy fuertes, etc., pueden conducirlas a realizar actos no totalmente libres. Sin embargo, tales actos son gravemente malos en sí mismos, pues ofenden a Dios y van en contra del bien auténtico de la persona humana.

La Iglesia también distingue entre la inclinación homosexual (u homosexualidad) y la actividad homosexual (u homosexualismo), enseñando que la primera no es pecado en sí misma, aunque inclina a actos que sí lo son. Comentando sobre su declaración del 75, la Congregación, en 1986, en una carta a los obispos sobre la atención pastoral a las personas homosexuales, expresó lo siguiente: «…la Congregación tenía en cuenta la distinción comúnmente hecha entre condición o tendencia homosexual y actos homosexuales…Sin embargo, en la discusión que siguió a la publicación de la Declaración, se propusieron unas interpretaciones excesivamente benévolas de la condición homosexual misma, hasta el punto de que alguno se atrevió incluso a definirla indiferente o, sin más, buena. Es necesario precisar, por el contrario, que la particular inclinación de la persona homosexual, aunque en sí no sea pecado, constituye sin embargo una tendencia, más o menos fuerte, hacia un comportamiento intrínsecamente malo desde el punto de vista moral. Por este motivo la inclinación misma debe ser considerada como objetivamente desordenada» 3.

La Iglesia, siguiendo el ejemplo y la enseñanza del mismo Cristo, hace una tercera distinción: la de condenar al pecado, pero tratar con misericordia al pecador. Por eso la Declaración del 75 expresó: «Indudablemente, estas personas homosexuales, deben ser acogidas, en la acción pastoral, con comprensión y deben ser sostenidas en la esperanza de superar sus dificultades personales y su inadaptación social. También su culpabilidad debe ser juzgada con prudencia» 4. Sin embargo, dicha atención pastoral no debe degenerar en una aceptación de la actividad homosexual como algo no reprobable. Por eso la carta del 86 puntualizó: «Quienes se encuentran en esta condición deben, por tanto, ser objeto de una particular atención pastoral, para que no lleguen a creer que la realización concreta de tal tendencia en las relaciones homosexuales es una opción moralmente aceptable» 5.

En su atención pastoral a las personas homosexuales, la Iglesia les ofrece ayuda y esperanza de curación. El Padre John Harvey, con más de 30 años de ministerio pastoral hacia estas personas, señala que la conversión heterosexual o al menos una vida feliz en castidad es posible para los homosexuales y las lesbianas. Inclusive las Paulinas de EE.UU. publicaron su folleto titulado Un plan espiritual para reorientar la vida de un homosexual. El Padre Harvey dirige una organización llamada Courage («Coraje»), precisamente para ayudar a estas personas a vivir con alegría la enseñanza de Dios y de la Iglesia 6. El Dr. Joseph Nicolosi, quién es sicólogo, también ofrece asistencia terapéutica para estas personas. El le llama a su programa «terapia reparativa» y ha escrito un libro sobre la materia 7. [Enlace a Ayuda para las personas homosexuales]

Coherente con esta actitud de condenación de la actividad homosexual, pero de amor y comprensión hacia las personas homosexuales, la enseñanza de la Iglesia también condena todo tipo de violencia o agresión hacia estas personas: «Es de deplorar con firmeza que las personas homosexuales hayan sido y sean todavía objeto de expresiones malévolas y de acciones violentas. Tales comportamientos merecen la condena de los Pastores de la Iglesia, dondequiera que se verifiquen» 8.

El 23 de julio de 1992, la Congregación para la Doctrina de la Fe publicó una serie de consideraciones sobre proposiciones de ley en algunos estados de los EE.UU. y en otros países, que harían ilegal la discriminación en base a la «orientación sexual». Es decir, que les concederían a los homosexuales ciertos «derechos», como el de contratos de alquiler de viviendas a parejas homosexuales, el adoptar niños, el ser contratados como maestros en escuelas para cualquier edad, etc. Sobre este punto la Iglesia enseña que: «Las personas homosexuales, como seres humanos, tienen los mismos derechos de toda persona, incluyendo el no ser tratados de una manera que ofenda su dignidad personal. Entre otros derechos, toda persona tiene el derecho al trabajo, a la vivienda, etc. Pero estos derechos no son absolutos; pueden ser limitados legítimamente ante desórdenes externos de conducta…Existen áreas en las que no es una discriminación injusta tener en cuenta la inclinación sexual, por ejemplo en la adopción o el cuidado de niños, en empleos como el de maestros o entrenadores de deportes y en el reclutamiento militar…`La orientación sexual’ no constituye una cualidad comparable a la raza, el grupo étnico, etc., con respecto a la no discriminación. A diferencia de éstas, la orientación homosexual es un desorden objetivo» 9.

Estas consideraciones son muy importantes, pues como señala el mismo documento de la Congregación: «El incluir ‘la orientación homosexual’ entre las consideraciones sobre cuya base está el que es ilegal discriminar, puede fácilmente llevar a considerar la homosexualidad como una fuente positiva de derechos humanos…Esto agrava el error ya que no existe el derecho a la homosexualidad… Incluso existe el peligro de que una ley que haga de la homosexualidad un fundamento de ciertos derechos, incline a una persona con orientación homosexual a declarar su homosexualidad o aún a buscar un compañero para aprovecharse de lo permitido por la ley» 10.

En conclusión, el mismo documento de la Congregación también enseña que ante proyectos de leyes que, sutil o no tan sutilmente, intentan legalizar el homosexualismo, la Iglesia Católica no debe permanecer neutral, aún cuando dichos proyectos no le afectan directamente. «Finalmente, y porque está implicado en esto el bien común, no es apropiado para las autoridades eclesiásticas apoyar o permanecer neutral ante legislaciones adversas, incluso si éstas conceden excepciones a las organizaciones o instituciones de la Iglesia. La Iglesia tiene la responsabilidad de promover la moralidad pública de toda sociedad civil sobre la base de los valores morales fundamentales, y no simplemente de protegerse a sí misma de la aplicación de leyes perjudiciales»11

Parte primordial de nuestra responsabilidad en esta batalla es orar por las personas homosexuales. En realidad nuestra batalla no es contra ellas, sino contra las fuerzas del mal del «Príncipe de las Tinieblas», quien busca destruirnos (Efesios 6:10-13). La batalla es contra el pecado y la ideología que estos grupos promueven. Se trata de una lucha espiritual que requiere mucha oración y sacrificio, sobre todo la Eucaristía, la adoración al Santísimo y el rezo del Santo Rosario para los católicos. Todos los cristianos debemos unirnos en oración por la conversión y salvación de los homosexuales y de nuestra nación y actuar para impedir que este mal continúe extendiéndose. «Si mi pueblo, sobre el cual es invocado mi Nombre, se humilla, orando y buscando mi rostro, y se vuelve de sus malos caminos, yo le oiré desde los cielos, perdonaré su pecado y sanaré su tierra» (2 Crónicas 7:14).

UN ADEREZO PARA LAS VACACIONES

¿En qué piensas cuando escuchas la palabra “vacaciones”? ¿Caminar en la playa, con el mar mojándote los pies y tomando la mano de un ser querido? ¿O una expedición a una montaña, en bicicleta y observando el paisaje? ¿Tal vez eres más pacífico, y sólo piensas en visitas a museos, un buen libro y una taza de café? O, ¿como buen joven, significa discotecas, pasarla con los amigos “a tope”?

Para María Guadalupe Represas, según aparece en un artículo publicado en la página web del Regnum Christi, las vacaciones son sinónimo de apostolado. Así lo explica ella: «Nuestra experiencia en vacaciones ha sido llevar imágenes de la santísima Virgen de Guadalupe con nosotros y repartirlas por donde andamos: hoteles, restaurantes, gasolineras, centros comerciales, etc. Por todos lados».

Sin ningún tipo de barreras o de respetos humanos, han ido dejando sus boletines y postales en todos los países en donde han estado: en México, en Estados Unidos, en Francia, en Rusia…

«Una amiga se fue a Sudáfrica – nos sigue contando María Guadalupe – y el último día le preguntó a la guía si era católica, a lo que le respondió que sí. Le obsequió la imagen y se emocionó. Le dijo que estaba a punto de divorciarse y que esa misma mañana ella le había pedido a la Virgen una señal para que no se divorciara, porque ya estaba decidida, y entonces le llegó la imagen».

Esto no significa que no se lo pasen bien: ¡todo lo contrario! Pero este “plus”, este pequeño gesto dice mucho de estas almas. Dan otro toque a las vacaciones que, nos sigue diciendo nuestra apóstol, «con la Virgen tienen otro sabor. Se ha vuelto costumbre poco a poco, entre varias familias salir de viaje llevando imágenes. Los testimonios son muchos y muy variados, podría contarles más…».

Algo parecido han hecho mis grandes amigos Ignacio de Alva y Ana de Unamuno, que quisieron pasar su viaje de novios en Roma, para poner en manos de Dios y del Papa su matrimonio. Vacaciones… con el aderezo divino, que le da mucho más sabor.

He leído hace poco una frase de François Mauriat que me ha dado mucho qué pensar en estos días: «Si vosotros no ardéis de amor, habrá mucha gente que morirá de frío». Y ¡qué fácil es dar calor, si de verdad nos lo proponemos! Basta un poco de iniciativa, de fe y de amor.

En un mundo en el que el cristianismo parece enfriarse, hechos tan simples, pero tan grandes, como el de María Guadalupe y su familia, nos lanzan un desafío: ¿valoras tu fe? ¿Hasta el punto de transmitirla espontáneamente? La respuesta auténtica está ahí latente: basta llevar a Dios y a María con nosotros a todas partes, incluso a las vacaciones.

Y ahora, ¿en qué piensas cuando escuchas la palabra “vacaciones”?

La decisión está en tus manos

Hace casi dos mil años, había en una ciudad dos escuelas de enseñanza, dirigidas por dos sabios de renombre: Hilel y Shamai. Ambas eran exigentes y prestigiosas, y sus alumnos eran considerados por todos como una elite muy distinguida.

El problema es que había entre ambas escuelas un notable antagonismo, y sus alumnos, a cada oportunidad que se presentaba, hacían todo lo posible por desprestigiar a los otros.

Un día los alumnos de Shamal pensaron en un nuevo modo de desacreditar a los de la otra escuela. El objetivo era humillar al sabio Hilel, e idearon para ello una sencilla estratagema. Pensaron cazar una mariposa y que uno de ellos la llevara viva en la mano a la casa de Hilel, para preguntarle si la mariposa oculta dentro de las manos estaba viva o muerta. Si el sabio respondía que estaba viva, entonces el chico apretaría levemente el puño y demostraría que estaba muerta. Si la respuesta era que la mariposa estaba muerta, abriría las manos y la dejarían volar, demostrando así que estaba viva.

El plan parecía perfecto, así que se decidieron a llevarlo a cabo. Cazaron la mariposa y uno de los alumnos de Shamal la tomó en sus manos, se acercaron a la casa de Hilel, golpearon a su puerta y el sabio les preguntó: “¿Que os trae por aquí?”. Los alumnos respondieron: “Queremos saber cuán sabio es usted”. Hilel les dijo: “¿Y cómo lo comprobaréis?”. “Le haremos una pregunta”. “Adelante”, contestó el sabio. “Esta mariposa que tengo en mis manos, ¿está viva o muerta?”. Hilel les miró despacio, adivinó el truco, y respondió: “La decisión está en tus manos”.

Esta pequeña anécdota puede servirnos para reflexionar sobre el riesgo que todos tenemos de querer transformar la realidad según el propio interés de cada momento. Porque, si somos sinceros, debemos reconocer que, de una manera o de otra, nos pasa un poco a todos.

Por ejemplo, cuando alguien nos cae mal, parece que estamos esperando a que diga o haga cualquier cosa para apresurarnos a señalar que eso es un completo error. Cuando nos predisponemos contra alguien, parece que estamos esperando a conocer sus deseos para oponernos a ellos, o a escuchar sus ideas sólo para criticarlas, o tener noticia de sus actuaciones para rasgarnos las vestiduras y decir lo mal que nos parece. Quizá para otras cosas somos más concienzudos, pero en esto somos más impetuosos y no solemos necesitar muchas averiguaciones para interpretar enseguida cualquiera de sus pasos como parte de una estrategia absurda o malintencionada.

El problema no está tanto en el propio defecto, sino sobre todo en la dificultad que solemos tener para advertirlo y reconocerlo. Si somos honrados, tenemos que admitir que con frecuencia la evidencia posterior desmiente nuestras antiguas suposiciones, y se demuestra una vez y otra que la mala intención estaba sobre todo en nuestras equivocadas intuiciones, que han resultado de nuevo ser juicios temerarios infundados. Si esto nos sucede con demasiada frecuencia, tendríamos que recordar, como hizo el sabio Hilel, que la decisión de superarlo es nuestra y que no podemos seguir manipulando nuestro entorno al servicio de nuestros prejuicios.

Todos hemos de esforzarnos para no hacer una lectura de la realidad acomodada a nuestra conveniencia o a nuestras terquedades. No debemos dejarnos llevar por la suficiencia de considerarnos jueces clarividentes e inapelables de todo, sino humildes buscadores de la verdad, tanto cuando nos conviene o nos gusta, como cuando sucede lo contrario.

SANTA REINA ESTER

Reina de Persia

Etimológicamente significa “estrella”. Viene de la lengua persa.

El libro de Ester contiene una de las más emocionantes escenas de la Historia Sagrada. Habiendo el rey Asuero (Jerjes) repudiado a la reina Vasti, la judía Ester vino a ser su esposa y reina de Persia. Ella, confiada en Dios y sobreponiéndose a su debilidad, intercedió por su pueblo cuando el primer ministro Amán concibió el proyecto de exterminar a todos los judíos, comenzando por Mardoqueo, padre adoptivo de Ester. En un banquete, Ester descubrió al rey su nacionalidad hebrea y pidió protección para sí y para los suyos contra su perseguidor Amán. El rey concedió lo pedido: Amán fue colgado en el mismo patíbulo que había preparado para Mardoqueo, y el pueblo judío fue autorizado a vengarse de sus enemigos el mismo día en que según el edicto de Amán, debía ser aniquilado en el reino de los persas. En memoria de este feliz acontecimiento los judíos instituyeron la fiesta de Purim (Fiesta de las Suertes).

El texto masorético que hoy tenemos en la Biblia hebrea, sólo contiene 10 capítulos, y es más corto que el originario, debido a que la Sinagoga omitió ciertos pasajes religiosos, cuando la fiesta de Purim, en que se leía este libro al pueblo, tomó carácter mundano. San Jerónimo añadió los últimos capítulos (10, 4-16, 24), que contienen los trozos que se encuentran en la versión griega de Teodoción, pero faltan en la forma actual del texto hebreo.

El carácter histórico del libro siempre ha sido reconocido, tanto por la tradición judaica, como por la cristiana. Un hecho manifiesto nos muestra la historicidad del libro, y es la existencia de la mencionada fiesta de Purim, que los judíos celebran aún en nuestros días. Sin embargo, han surgido no pocos exégetas, sobre todo acatólicos, que relegan el libro de Ester a la categoría de los libros didácticos o le atribuyen solamente un carácter histórico en sentido lato. Es éste un punto que debe estudiarse a la luz de las normas trazadas en la Encíclica «Divino Afflante Spiritu». Hasta aclararse la cuestión damos preferencia a la opinión tradicional.

En cuanto al tiempo de la composición se deciden algunos por la época de Jerjes I (485-465 a. C.), otros por el tiempo de los Macabeos.

La canonicidad del libro de Ester está bien asegurada. El Concilio de Trento ha definido también la canonicidad de la segunda parte del libro de Ester (cap. 10, vers. 4 al cap. 16, vers. 24), mientras los judíos y protestantes conservan solamente la primera parte en su canon de libros sagrados.

Los santos Padres ven en Ester, que intercedió por su pueblo, una figura de la Santísima Virgen María, auxilium christianorum. Lo que Ester fue para su pueblo por disposición de Dios, lo es María para el pueblo cristiano.